El adiós a un Gigante.

Múnich, Alemania.

"CUANDO UN GRANDE SE RETIRA".

Todo futbolista profesional que se precie de serlo sueña con el momento en el que será convocado para jugar con su Selección, es la regla. No hay practicante de este deporte que no sienta el deseo de vestir la camiseta de su país y defenderla con cada gramo de sus fuerzas, pero aunque éste es el sueño común de todos, son pocos los que realmente lo consiguen. De aquéllos que pueden entrar en ese selecto círculo, la mayoría pasa sin pena ni gloria, se limitan a cumplir con la misión de servir a su Selección sin brillar más que los demás, son pocos los jugadores que se destacan por haber logrado algo que valga la pena mencionar: una medalla olímpica, un torneo continental o, en casos más contados todavía, la tan preciada Copa del Mundo, el trofeo máximo al que aspiran los futbolistas jóvenes y veteranos y que muy pocos consiguen tocar. Y más aún, entre este selecto grupo que consigue ganar algo que sea verdaderamente importante, son escasos los que pueden irse de la Selección por la puerta grande y cubiertos de gloria, en medio de la ovación total del público, con un legado a sus espaldas y dejando tras de sí un hueco muy difícil de llenar.

Hoy quiero hablar de uno de estos raros y excepcionales hombres que se retiraron de la Selección a lo grande, con un pasado lleno de triunfos y una herencia casi imposible de batir. Este futbolista tiene más méritos todavía por haberlo logrado con un país que desde siempre ha sido semillero de grandes jugadores, por lo que destacar entre un nutrido grupo de futbolistas excelentes es realmente complicado de conseguir. Además, este hombre ya cargaba sobre sus hombros el apodo y el legado de un antecesor que pasó a la historia como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, el Káiser Franz Beckenbauer, por lo que no fue tarea sencilla para este nuevo Káiser el demostrar que no sólo era merecedor de dicho apodo, sino que también era capaz de ser superior a Beckenbauer.

Sí, es probable que a estas alturas ya hayan adivinado de quién estoy hablando. Sé que Alemania ha dado grandes jugadores al mundo, pero ninguno como Karl Heinz Schneider, el gran Káiser de Alemania. No ha habido muchos delanteros que hayan conseguido romper la barrera de los setecientos goles con su Selección, pero Schneider incluso llegó a superar los ochocientos, meta que sólo ha obtenido el austriaco Josef Bican y que ni siquiera Tsubasa Ozora, el niño prodigio del soccer japonés, ha logrado hasta el momento. El día de mañana, el nombre de Karl Heinz Schneider será recordado junto a los de Pelé, Diego Armando Maradona, el mismo Franz Beckenbauer, el de su tocayo Karl Heinz Rummenigge, Ronaldo, Ronaldinho, Leo Messi y Cristiano Ronaldo, pues logró escribir su carrera con tinta de oro.

No es mi intención, sin embargo, el hacer un repertorio detallado de sus muchos logros futbolísticos porque se ha conversado ya mucho sobre ellos; aunque estoy capacitada para hablar de la calidad de su fútbol, de sus técnicas especiales y de la forma en cómo Schneider revolucionó la idea de un delantero letal y confiable, creo que en este momento importa más el mencionar su parte humana, una que ha sido constantemente malinterpretada por la prensa y por el público en general, por eso dejaré el fútbol de lado por un momento para hablar de una faceta más personal del gran Káiser de Alemania. Por mucho que ame verlo jugar, amo más cuando actúa como un hombre normal. Sin embargo, mencionar lo que Karl Heinz Schneider ha hecho es algo que siempre me ha llenado de orgullo, así que brevemente haré un repaso de sus mayores logros profesionales, entre los cuales hay doce Bundesligas ganadas con el que fue el equipo con el que llegó a la cima, es decir, el Bayern Múnich, dos Champions League, una Copa Mundial de Clubes, nueve copas de Alemania y varios torneos menores que considero que no hacen falta mencionar, además de una Eurocopa y un Mundial de Fútbol capitaneando la Selección de Alemania. Fue galardonado con el Balón de Oro en seis ocasiones, con la Bota de Oro en otras siete, con el premio The Best FIFA en otras seis, ganó la Bota de Oro de Adidas y el premio al Jugador Brudweiser del Partido en el Mundial de Brasil (mismo que ganó con su equipo), el Balón de Oro Adidas en el Mundial de Catar y estuvo en el Once Ideal de la FIFA por siete años consecutivos, dejando en claro que sus habilidades y su talento no eran producto del nepotismo ni de la casualidad, como algunos de sus detractores tanto se empeñaron en decir.

Con este enorme legado a sus espaldas, cuando Karl conciseró que había logrado todo lo que anhelaba y que era momento de entregar la batuta, anunció su retiro de la Selección a una edad que podría considerarse como temprana para jugadores de otros países, pero que para el caso de Schneider era prácticamente obligada: habiendo conseguido sus metas, no había razón para que se aferrara a su puesto, era momento de hacerse a un lado y permitir que la futura generación se hiciera cargo de llevar de nuevo a die Mannschaft a la cima del fútbol mundial. Y cuando el gran Káiser de Alemania anunció su retiro, todo un país se volcó en mensajes de agradecimiento, de orgullo, de elogio y, sí, también de tristeza por su partida. Me sorprendió ver el enorme cariño que el orgulloso pueblo teutón le tiene a Karl porque no es un hombre que aparente ser sociable ante los ojos del mundo, pero me parece que subestimé el poder de un talento nato y de una personalidad carismática.

(Abro paréntesis para indicar que, como él, hay un par de jugadores talentosos que seguramente también causarán revuelo cuando se retiren, pero de ésos se ocuparán otros reporteros a su debido tiempo).

Cuando dije que quizás soy la más capacitada para hablar de la parte humana del Káiser, no me estaba refiriendo a señalar sus logros personales porque nunca he considerado que tener una esposa y cuatro hijos se considere un logro sino más bien una decisión; de lo que quiero hablar es, precisamente, de lo difícil que fue para Karl el elegir abandonar la Selección. De viva voz puedo narrar las largas noches que pasó en vela, dando vueltas en la cama, viendo todos los lados posibles de un mismo punto y llegando a la conclusión que más temía pero que parecía ser inexorable. Sólo aquéllos que aman verdaderamente el fútbol pueden saber lo complicado que es dejar un equipo con el cual se alcanzó la gloria y cuya camiseta se defendió con sangre, sudor y lágrimas, una decisión que cuesta trabajo tomar más que casi cualquier otra en la vida de un deportista profesional; puedo constatar, sin asomo de duda, que para Karl Heinz Schneider no fue fácil el elegir dejar de defender esa camiseta para permitir que otros lo hicieran en su lugar. En más de una ocasión lo acompañé en sus largos desvelos, lo escuché hablar de los pros y los contras de irse, de lo terriblemente viejo que se sentía ya, de ese dolor de saber que su cuerpo no estaba respondiendo como deseaba, de la caída de la calidad de su fútbol, una calidad que, por más que se esforzara, nunca podría recuperar.

Quizás debería remontarme al evento exacto que ocasionó que Karl decidiera abandonar la Selección, el último partido de las eliminatorias para el Mundial de Rusia, el cual se jugó contra Holanda. Para esas alturas, Alemania ya estaba clasificada al torneo, pero la idea del entrenador y del equipo mismo era lograr una ronda clasificatoria perfecta, con todos los partidos ganados. Holanda no era un rival fácil, nunca lo ha sido a pesar de su mala suerte en los Mundiales, pero Alemania ya había conseguido derrotarlo anteriormente y no había razones para pensar que no lo lograría de nuevo. Después de todo, la Selección en ese momento estaba en su pleno apogeo, venía de ganar el campeonato anterior y estaba fortalecida con los años de experiencia de sus jugadores más viejos y rejuvenecida con la sangre de nuevos talentos, un equilibrio entre experiencia y juventud; sin embargo, en ese partido contra Holanda algo en ese eje se quebró, o quizás ya llevaba tiempo roto y hasta ese momento quedó en evidencia. En cualquier caso, la casi perfecta armonía que venía dándose entre los jugadores alemanes falló y Holanda se puso a la cabeza desde el primer tiempo con dos goles, uno anotado por Bryan Cruyfford, el segundo hecho por Phillip Cotu.

Como he dicho ya, Alemania estaba clasificada y perder por dos goles no le afectaría en lo mínimo, pero el orgullo teutón estaba en juego y por tanto no podían agachar la cabeza y dejarse vencer. En el pasado, cuando die Mannschaft se encontraba en situaciones similares, era el Káiser de Alemania el que tomaba en sus manos (o, mejor dicho, en sus pies) la responsabilidad de equilibrar el partido y, en muchas ocasiones, la de darle la vuelta al marcador, pero algo simplemente no funcionó esta vez. Karl perdió varios balones buenos, conseguidos con mucho trabajo por sus compañeros, o los envió muy por fuera de la portería, un fallo que él rara vez presentaba. El esfuerzo que Schneider debía hacer para mantener el ritmo de juego era cada vez mayor y cualquiera podía notar que él no estaba en su mejor forma, tan era así que, para el segundo tiempo, los pases fueron desviados a compañeros más jóvenes, que no dudaron a la hora de verse frente a la portería y conseguir el empate. Si bien la racha invicta de Alemania no se perdió, Karl sabía que había fracasado como jugador y como capitán, ni siquiera en los partidos más difíciles había dejado de darle la vuelta a los marcadores, aunque fuese por un periodo finito de tiempo. Al final de ese partido, mientras permanecía sentado a solas en los vestidores, el Káiser de Alemania se dio cuenta de que el fin de su era estaba cerca, por mucho que le doliera admitirlo. Su cuerpo, tan eficaz y letal en sus años de juventud, ya no estaba respondiéndole como antes y era mejor claudicar para que Alemania pudiera continuar su camino al éxito, sin él.

Sin embargo, Karl estaba consciente de que retirarse de die Mannschaft faltando pocos meses para la cita mundialista no iba a ser posible, así que tras mucho analizarlo, tomó la decisión de dejar el equipo una vez que Alemania quedara fuera del torneo, ya sea tras haberse coronado campeón o tras ser eliminado en la fase de grupos. Su error, uno que los fanáticos más fieles todavía dudan en perdonarle, fue haberlo anunciado un mes antes de que diera comienzo el Mundial, pues muchos creen que ésa fue la razón por la cual Alemania fracasó tan estrepitosamente en dicha contienda, aunque los expertos acordamos en que las razones fueron muchas y más complicadas que el hecho de que el capitán teutón anunciara su retiro antes del inicio del torneo, pero ésa es otra historia.

¿Es necesario que diga hasta qué punto amaba el Káiser la camiseta de su país que renunció jugar por ella con tal de que siguiera cosechando triunfos? Puede resultar difícil comprenderlo, varios no lo hicieron en su momento, sobre todo por lo que acabo de mencionar acerca de que anunció su retiro justo antes del Mundial, pero él, que conoce su cuerpo mejor que cualquier persona, que está consciente de cuáles son sus limitaciones y sus defectos, sacrificó su deseo de gloria personal por el bienestar de un equipo, porque no quería brillar él sino deseaba que Alemania consiguiera más victorias en un deporte en el que de una u otra manera siempre consigue destacar. Quizás para los alemanes esto no es algo excepcional porque están acostumbrados a dar lo mejor de sí en cualquier situación, pero yo que conozco personalmente a Karl, un hombre cuyo mayor sueño siempre fue convertirse en el mejor futbolista alemán de todos los tiempos, el que prefiriera sacrificar el lucimiento personal por la gloria nacional es una muestra del excepcional hombre que es y que siempre será Karl Heinz Schneider. Nadie que no sea cercano a él sabrá lo que sufrió por elegir retirarse antes de que sus errores arrastraran consigo a toda la Selección, por tener que admitir que su mejor época había quedado atrás, pero quizás yo pueda hacerle justicia con esta narración. Si me preguntan cuál es el momento más triste de la vida de un futbolista es cuando ha decidido decir adiós, aunque para ser justos, esto aplica a cualquier deportista que ha entregado su vida al deporte que ama.

Así pues, llegados a este punto, no me queda más que hablar del último partido que tuvo Karl con die Mannschaft, un partido amistoso contra Japón, elección que podría parecer absurda o de lo más curiosa, si no se conociera el antecedente que hay entre estos dos equipos. A lo largo de su rica historia futbolística, Alemania ha tenido grandes rivales en su camino hacia la cúspide: Brasil, Holanda, Italia, Francia, España, entre otros, pero sin duda el equipo con el que más roces ha tenido es Japón. Es en la Selección de este país, además, en donde juega el más grande rival (y también el más grande amigo) que Schneider tendrá jamás, el dios protector de Japón Genzo Wakabayashi, de manera que no podía haber mejor oponente para Alemania en el último partido de Schneider que Japón. Karl y Genzo comenzaron juntos el camino que los llevaría a volverse profesionales y a conquistar la gloria, fueron compañeros de equipo en el Hamburgo, después rivales acérrimos en la Bundesliga y volvieron a ser compañeros otra vez en el Bayern Múnich, sin dejar de ser contrincantes con sus respectivas Selecciones, y habían estado ahí en la mayoría de las victorias y de las derrotas del otro, por lo que a nadie le quedaba ni el más mínimo resquicio de duda de que Genzo Wakabayashi debía ser el portero que intentara detener a Schneider por una última ocasión.

Dicho encuentro tuvo lugar en el Allianz Arena, hogar del Bayern Múnich, estadio que fue testigo de muchos éxitos del Káiser y que, por lo mismo, era el escenario idóneo para que los fans pudieran decirle adiós. Y debo decir que la afición no decepcionó a nadie: miles de pancartas, camisetas especiales, fotografías, banderas, banderines y varios objetos diversos se dejaron ver entre las tribunas como un último tributo al guerrero que esa noche abandonaba el campo de batalla. Ya desde antes de que salieran los jugadores a la cancha se dejó escuchar el nombre de Karl coreado por las más de setenta mil almas que se dieron cita en el estadio para ver por última vez al Káiser portando los colores de Alemania. Antes del inicio del partido, el señor Alfons Fischer, como representante de la Deutscher Fussball-Bund, la Federación Alemana de Fútbol, le entregó a Schneider un reconocimiento por sus años entregados a la Selección, en medio de la ovación del público, los jugadores del equipo contrario y los de su mismo equipo, los compañeros de Karl. He visto a hombres fuertes llorar en una situación como ésta, cuando sienten el amor y la calidez de una nación que se les entregó por completo, pero Schneider resistió el embate con estoicismo, con una sonrisa sencilla de satisfacción en su rostro, manteniendo el porte de orgulloso alemán que siempre lo caracterizó. Creo que todas sus lágrimas de emoción saltaron a mis ojos porque, en cuanto comenzaron los primeros aplausos, comencé a llorar sin que pudiera evitarlo, algo que era inevitable ante tanta conmoción desbordada. Verlo usar por última vez la camiseta del país que lo vio nacer hizo que me diera cuenta de lo orgullosa que siempre estuve de él, a pesar de que yo no comparto su lugar de nacimiento.

Los asistentes al juego gritaron y aplaudieron cuando el nombre de Karl fue mencionado por última vez en los altavoces como jugador de die Mannschaft; aun desde mi posición en el palco de honor, al lado de nuestros cuatro hijos, era bien visible la banda que lo marcaba como el capitán de la Selección. La nostalgia flotaba en el ambiente cada vez que Schneider tomaba el balón y se lanzaba a la portería contraria, cada vez que tiraba a gol y que Wakabayashi intentaba detener la pelota con la maestría que siempre lo caracterizó. En esos instantes, en los que los gritos de apoyo por parte de los fans opacaron cualquier otro sonido existente, hicieron que confirmara que se tiene que ser verdaderamente excepcional para lograr esa entrega por parte de la gente. El encuentro no estuvo exento de increíbles jugadas por parte de ambos equipos, ni de momentos emocionantes ni de poderosos disparos lanzados hacia ambas porterías; como siempre, el duelo entre Karl y Genzo se mantuvo muy reñido durante todo el juego, aunque Wakabayashi no pudo evitar ser vencido por Schneider, quien todavía poseía algunos resquicios de su antiguo esplendor para regalarlo al mundo por última vez y anotar así los dos goles que tuvo Alemania en el partido. Japón, a su vez, consiguió un tanto gracias a su capitán, Tsubasa Ozora, que sin embargo no fue suficiente para vencer a su eterno rival europeo.

Al final del encuentro, en medio de las exclamaciones del público, Schneider se quitó la banda de capitán y se la entregó a Franz Schester, más joven que él, en un gesto que simbolizaba el "pase de estafeta", tras lo cual Wakabayashi se acercó y le dio un abrazo emotivo al Káiser; considerando lo seco y frío que es el Super Great GoalKeeper, que hubiera hecho ese gesto en público demostraba el aprecio sincero que siempre ha existido entre ellos. Muchas personas malintencionadas han insistido hasta el cansancio que entre Wakabayashi y Schneider sólo hay odio y rivalidad, pero lo cierto era que ambos entablaron, desde que se conocieron, una amistad tan fuerte que rebasó las fronteras, que se vio favorecida por los años y que perdurará por el resto de sus vidas. Karl nunca vio su deseo cumplido de tener a Genzo jugando para Alemania, pero al menos pudo ganar con él varias competiciones importantes con el equipo alemán que los consolidó a ambos como leyendas. Después de esto, Schweil Teigerbran, Manfred Margus, el mismo Franz Schester y algunos más cargaron en hombros a Schneider y lo llevaron a dar la vuelta alrededor del estadio para que él pudiera seguir recibiendo el cariño de la gente que se negaba a abandonarlo; cuando pasaron por la zona en donde nos encontrábamos mis hijos y yo, Karl nos saludó a los cinco con una enorme sonrisa en el rostro y un enérgico movimiento de brazos. Mis hijos, nuestros hijos, que vestían playeras con el número 11 de su padre y que eran idénticas a la mía, gritaron y aplaudieron emocionados mientras agitaban las banderitas de Alemania que conseguí para ellos, orgullosos de que su padre fuese tan querido por la gente debido a sus habilidades.

Y fue así como una de las más grandes leyendas futbolísticas de Alemania cerró un ciclo lleno de triunfos y de sacrificios. Transcurrirán muchos años antes de que otro futbolista deje una huella imborrable en el mundo, pero no sería raro que el que lo hiciera llevara la sangre Schneider en sus venas y que sea el mismo Karl quien lo aliente desde la banca. Sea como fuere, las hazañas de este orgulloso alemán quedarán en la memoria del público durante muchos años y pasarán a la posteridad en los libros de récords. En el futuro no habrá aficionado al fútbol al que le pregunten quiénes son los mejores delanteros del mundo y que no mencione a Karl Heinz Schneider entre ellos.

Podría decir muchas cosas más sobre ese día en el que Karl jugó su último partido para Alemania, acerca de la fiesta que hubo después y sobre el futuro de die Mannschaft sin su gran Káiser, así como de los nuevos retos que nos aguardaban a él y a mí como pareja, pero no creo que valga la pena detallar estos sucesos porque son tan personales que a nadie más que a nosotros, que somos su familia, debería de interesarles. Me conformo con hacer un recuento del momento en el que Alemania le dijo adiós a una de sus Leyendas, del día en el que dijo adiós uno de sus Gigantes.

Elieth Shanks-Schneider.

Corresponsal del Bayern Múnich y de Sport Heute.

31 de agosto de 20XX.

Fin.


Notas:

– Karl Heinz Schneider y el resto de personajes de Captain Tsubasa pertenecen a Yoichi Takahashi (c).

– Elieth Shanks-Schneider es un personaje creado por Elieth Schneider.

– La primera versión de este fanfic, que escribí en septiembre de 2016, tenía a Genzo Wakabayashi como personaje canon principal y Lily Del Valle narraba la historia desde su punto de vista. Sin embargo, ya desde entonces quedé insatisfecha con esa versión porque la inspiración para hacer esto me llegó con el último partido que jugó Bastian Schweinsteiger con die Mannschaft el 31 de agosto de 2016 (evento que me impactó porque Bastian es uno de mis futbolistas favoritos) y siempre consideré que Wakabayashi no era el personaje más adecuado para representarlo en una historia alusiva al tema, sino Karl Heinz Schneider. Sin embargo, en aquel momento no me fue posible hacer funcionar algo con Karl y por eso usé a Genzo en su lugar; en los más de cinco años que han pasado desde entonces, he estado esperando alguna oportunidad para arreglar este error y por fin he tenido la inspiración para hacerlo, pero en vez de escribir algo nuevo decidí editar lo ya hecho para poner a Schneider como eje central y a Elieth como la persona que narra (lo cual tiene más lógica porque ella es reportera), ya que así fue como debió de haber sido en un inicio. Por la misma razón, elegí editar la publicación original para subir la versión de Schneider y quitar la de Wakabayashi, la cual ya sólo existe en mis archivos personales.