Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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Cenizas
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Ranma se detuvo ante la puerta del dojo y suspiró. Apoyó una mano en el letrero de la entrada y siguió con los dedos los kanjis escritos sobre la madera. La pintura estaba opaca y desgastada.
No habían pasado veinticinco años en vano.
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—Estoy en casa —anunció al entrar.
—No te esperaba hasta…
Una mujer apareció en el pasillo de la entrada y se quedó de pie, estática. La larga falda y la sencilla blusa acentuaban su belleza todavía mejor de lo que él la recordaba. El cabello lo seguía llevando corto. Por sus ojos pasó una sombra de temor, que se disipó casi en seguida.
—¿… Ranma?
—Sí, Akane, he vuelto.
Y sonrió.
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La siguió al interior de la casa, que se veía más iluminada de lo que recordaba. Algunos adornos habían cambiado de sitio y no encontró ninguna fotografía a la vista. Era como estar dentro de un extraño sueño, como llegar a un lugar que conocía, pero que era completamente distinto a lo que esperaba. Sacudió los hombros para librarse de la sensación y estudió la delgada y elegante figura de ella.
—Debes tener hambre —dijo Akane sin mirarlo.
—Yo…
Ella se detuvo y él tuvo que hacer lo mismo. Cuando se volteó a mirarlo, le sonrió, y él juró que era la misma sonrisa que había visto el día en que la conoció.
—No te preocupes —le dijo—, mi comida ha mejorado mucho… desde la última vez.
Ranma abrió la boca, quiso decir algo, pero al final solo sonrió.
—En realidad, estoy famélico.
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Cuando entraron en la cocina, Akane se dirigió a un cajón, lo abrió y volvió a cerrarlo en seguida. Después se colocó el delantal.
—¿Qué te parece tonkatsu? —preguntó.
Ranma asintió, dejó la mochila a un lado y se sentó a la mesa, observando cómo las manos de Akane trabajaban. Parecía increíblemente segura en esa cocina, mucho más de lo que lo había estado cuando tenía apenas dieciséis años. Era como si hubiera repetido un ritual tantas veces que ya podía realizarlo de memoria sin equivocarse.
Batió los huevos, humedeció los trozos de cerdo en la mezcla y la empanizó. Sus dedos se movían con elegancia y precisión. Encendió el fuego y puso a calentar el aceite, mientras, colocó otra olla sobre la lumbre, justo al lado del sartén, para empezar a hacer la sopa. Oprimió los botones de la arrocera, que soltó un bip, y volvió a ocuparse de freír la carne.
Ranma no había perdido ningún detalle de ella en todo momento. Se dio cuenta de que el cuerpo de Akane había cambiado, la madurez le había redondeado más las caderas y acentuado el busto. Algunas canas asomaban por entre su cabello oscuro, pero, para él, estaba más hermosa que nunca.
Y esta vez no la perdería.
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—Akane, yo…
—Come, por favor, o se enfriará.
Ranma la tomó de la mano y se acercó a ella, hasta que sus respiraciones se mezclaron y pudo ver sus ojos de chocolate de cerca, esos ojos que extrañaba y habían poblado sus sueños todas las noches durante sus viajes.
—No me importa —susurró.
—¿No? —Una diminuta sonrisa curvó las comisuras de los labios femeninos—. Estaba deseando que probaras mi comida.
Había tanta esperanza en la mirada que ella le dirigió. Y también expectativa, descubrió sorprendido.
—Bueno, si así lo quieres —aceptó.
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—Estaba delicioso.
Ranma apartó el plato y soltó un suspiro de satisfacción. Del otro lado de la mesa, Akane sonrió sosteniendo su taza de té.
—Pero, tú no comiste nada…
—No tengo hambre —respondió ella encogiéndose de hombros.
La brillante mirada que le dirigió hizo que a Ranma se le erizaran los cabellos de la nuca.
—Antes, querías decirme algo, ¿cierto? —preguntó después Akane.
—Sí… Yo… Estoy curado.
Ella despegó los labios.
—Así que lo conseguiste.
—Después de mucho entrenar, por fin me consideré digno de volver a ser un hombre completo —dijo Ranma mirando la superficie pulida de la mesa—. Y al fin me considero digno de ti, Akane —agregó volviendo los ojos hacia ella.
—No digas eso. A mí nunca me importó tu maldición, y lo sabes.
—Pero a mí sí.
Ella suspiró y dejó la taza.
—Después de todo este tiempo…
—Ahora no importa, nada importa. Para mí es como si el tiempo no hubiera pasado.
Ranma se puso de pie de pronto y dio dos pasos hacia ella.
—Akane, quiero decirte…
—Shhh.
Ella también se puso de pie y le cubrió los labios con un dedo.
—Ven.
Desconcertado, él la siguió, hasta que Akane se detuvo ante una habitación y deslizó la puerta corrediza. Dentro había un futon.
Ranma la miró a los ojos mientras la sangre comenzaba a correr por sus venas.
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—Ah… Ah… ¡Akane!
—¡Ran…ma!
Ella se separó para romper el apasionado beso y lo miró a los ojos. Por un instante, Ranma temió que se alejara de él.
Ella le tocó con suavidad la mandíbula.
—Quiero… que continúes —murmuró—. Por favor.
Él soltó el aire y la miró como si un deseo largamente codiciado se hubiera cumplido.
—Akane…
—Por favor… —repitió ella con un suspiro.
Se desabotonó la blusa y dejó que la mano de él descansara sobre un pecho anhelante, apenas cubierto por la fina tela del sostén.
Los dedos de él temblaron. Y Ranma se quedó quieto.
—¿…Ranma?
—Akane… yo…
Ella contuvo el aliento.
—Ranma, no me digas que… ¿Es tu primera vez?
La habitación se sintió helada, oscura, vacía. El corazón de Ranma comenzó a latir con fuerza.
—¿Te estás… sonrojando?
Ella iba a reírse. Maldita sea. No era un hombre entre los hombres, aunque estuviera curado. Nunca lo había sido.
—Técnicamente, es mi segunda vez —dijo con fuerza, con demasiada fuerza.
Ella sonrió despacio, y pareció iluminar ese cuarto repentinamente inhóspito. Lo empujó por el hombro con suavidad hasta dejarlo de espaldas sobre el futon y se puso a horcajadas encima de él. Ranma ardió de deseo y placer cuando Akane se quitó la blusa del todo.
—Entonces… déjame guiarte, Ranma —murmuró—. Tócame aquí.
—Sí…
Ah… Ella era suavidad, dulzura y femineidad. Y era sudor, humedad, carne.
Era Akane, una Akane que no había conocido nunca y siempre había deseado. Akane, por fin suya. Él, por fin de ella. Todo como siempre debió ser.
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Ranma rodó hasta dejarse caer de espaldas en el futón, bañado en sudor y satisfecho como nunca lo había estado. Se sentía tan bien que hubiera deseado volver en el tiempo y patear en el trasero a su yo de dieciséis años, demasiado tonto como para comprometerse.
Akane se apartó a un lado y se abrazó las piernas dobladas. Ranma le pasó la yema los dedos por la espalda con lentitud.
—Akane, ¿quieres casarte conmigo?
Era lo que había deseado decirle toda la tarde. Se sentía tan bien, tan correcto, que ni siquiera dudó.
La espalda de ella se puso rígida.
—… ¿Qué?
—Te pregunté si quieres…
Ella se volvió hacia él. Sus ojos estaban cubiertos de una tristeza infinita.
—¿Akane?
—No puedo —susurró—. ¡No puedo!
Se echó a sus brazos y lloró sobre su pecho.
—Ya estoy casada, Ranma.
Él sintió un puñetazo agujereándole el estómago, pero la consoló rodeándola con los brazos y acariciándole el pelo.
Su mundo se había derrumbado por completo.
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—¿Quién es él? —preguntó mientras ambos se vestían.
—Prefiero no decirlo.
—¿Por qué? ¿Temes que le haga algo?
Akane se abotonó la blusa con tranquilidad.
—No quiero que pienses en él cuando te vayas.
—… ¿Y si no quiero irme?
Se acercó y la tomó de los brazos.
—Te deseo de nuevo —le dijo muy cerca, encima de su boca—, quiero besarte y tocarte. Hoy, y todos los días. Eres mía, Akane.
—Siempre lo fui —susurró ella con los ojos cerrados.
—Sí…
—Pero nunca lo viste.
—Lo sabía. Siempre lo supe, Akane.
—Y no hiciste nada —sentenció ella.
Ranma la soltó. La verdad dolía más que una puñalada.
—No puedo destruir la vida y la felicidad de alguien solo por mi capricho —dijo Akane con lentitud—. Debo ser responsable de todo lo que he conseguido.
—¿Tienes… hijos? —quiso saber él mirando a otro lado.
—No.
Ranma se pasó la lengua por los labios.
—¿Quién es él? —volvió a preguntar.
Akane agitó la cabeza.
—No importa —respondió—, lo que importa es que me ha cuidado bien, y me ha hecho feliz.
—¿Has sido realmente feliz? —preguntó él mirándola a los ojos.
Ella se mordió los labios.
—Te amo, Ranma. Siempre te he amado, pero ya es demasiado tarde para nosotros.
Demasiado tarde.
—Es mi culpa.
—¡No! Yo… tendría que haberte esperado, pero…
—Estupideces —la interrumpió—. Akane, los dos sabemos que era un idiota que decía siempre lo que no debía. Un chiquillo tonto y lento. Y por eso, ahora perdí lo único que me importaba en el mundo.
—Ranma…
—No llores, por favor.
Se acercó a limpiarle las mejillas con los pulgares. Apoyó su frente contra la de ella.
—Perdóname, Akane.
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—Volveré —prometió de pronto, a un paso de la puerta.
—No, por favor… mi esposo…
—Volveré —insistió él mirándola a los ojos—. Para estar contigo.
Akane se sonrojó como si volviera a ser esa chiquilla de dieciséis años.
—Pero, Ranma…
—Eres mía —dijo él antes de salir del dojo.
Akane se tocó los labios con la punta de los dedos.
—Siempre lo he sido —repitió en un susurro.
Regresó a la cocina, abrió el cajón y volvió a colocarse la argolla de matrimonio en el dedo anular. Se ató el delantal y tarareó una melodía mientras lavaba los platos.
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Al otro día, Akane corrió al escuchar el sonido de la puerta al abrirse. Se quedó quieta observando al hombre que entraba.
Por un momento, había creído…
Sacudió la cabeza.
—Bienvenido —saludó con una sonrisa.
Su esposa parecía más hermosa que de costumbre, casi como si brillara bajo la luz del sol.
—Estoy en casa —dijo Shinnosuke respondiendo la sonrisa.
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Fin
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