"When the days are cold and the cards all fold
And the saints we see are all made of gold
When your dreams all fail and the ones we hail
Are the worst of all and the blood's run stale
I wanna hide the truth, I wanna shelter you
But with the beast inside, there's nowhere we can hide
No matter what we breed, we still are made of greed
This is my kingdom come, this is my kingdom come [...]"

Demons (Imagine Dragons)

Capítulo 1. La víspera de la boda

Cuando el primo Greg recibió el mensaje que lo obligó a salir de la iglesia donde Tom Wambsgans se casaría con Shiv, éste no dio importancia a la mueca ligeramente desencajada de su subordinado.

Iban a ensayar la ceremonia y todo iba a ser jodidamente perfecto.

Fue cuando Greg volvió a entrar mirando a la pantalla de su nuevo móvil con preocupación que dudó un momento. – ¿Qué demonios te pasa? Éste no es el momento para andar fisgoneando en tus redes sociales o lo que sea que estés haciendo – le susurró mientras unos pasos más allá su prometida Shiv discutía en clave con sus hermanos de algo que parecía importante.

Greg alzó la vista como si fuera un ciervo iluminado por los faros de un coche.

Un número con prefijo belga le había llamado tres veces en la última hora. Y le había dejado como mínimo un mensaje en el contestador. Dos. Uno de los cuales solo ruido de tráfico en hora punta y un informativo radiofónico sonando de fondo.

– Greg… escúchame… llámame cuando oigas este mensaje. Escucha, papá ha… – La voz femenina algo nerviosa le pareció increíblemente joven, demasiado joven para ser su hermana mayor. Como si por Lavinia no hubiera pasado el tiempo y volviera a ser esa adolescente terriblemente enfadada al descubrir que mamá les había estado escondiendo todas las cartas y los regalos que su padre había enviado en cada fecha señalada desde que se marchó con su novio Roger. El brillo de los ojos empapados de lágrimas en los ojos de Marianne Roy –… Roger ha muerto, Greg. De cáncer de páncreas. Papa está destrozado. Sé que no hemos hablado mucho desde… en realidad, desde hace mucho tiempo. Pero hasta que te fuiste a Nueva York al menos sabia de ti por tu amigo Dan del instituto. He llamado al abuelo y es él quien me ha dado tu número, ¿puedes creerlo? Entiendo porque no quieres hablar con él, Greg. Pero a papá le gustaría que vinieses…

Greg suspiró.

No hace ni media hora que Caroline, la madre de Kendall, Shiv y Roman, le había dado la calurosa bienvenida al estilo Roy con esa frase lapidaria por la que a punto había estado de atragantarse.

Tu padre siempre intentaba tirarse a todos los hombres de Sausalito.

… y ahora tenía su teléfono de nueva generación plagado de mensajes y llamadas perdidas de Lavinia.

El universo tenía que estar de broma.

Mierda.

Lavinia era su hermana pero en la niñez nunca había sido su compañera de juegos.

Los seis años de diferencia entre ellos habían pesado como una losa.

La Navidad que ésta había elegido irse con papá y Roger, nevaba. Su padre se había presentado con dos enormes cajas envueltas para regalo que Greg nunca supo que contenían y había tocado el timbre después de tres años ausente.

Tres años con todos sus cumpleaños, sus veranos, sus Acciones de Gracias, y sus Navidades.

Su novio Roger le esperaba en el coche. Una Chevrolet pickup.

Había habido gritos, muchos gritos.

Greg tenía 8 años y se escondió en el comedor de casa, hecho una bola en el sofá pensando que nada tenía sentido. Lavinia tenía 14 y se llevó una bofetada de Marianne cuando intentó defender a papá. Su madre la zarandeó para que entrara en razón y le gritó que tenerla tan joven y casarse por ello le había destrozado la vida. Entonces, papá intervino y Roger salió corriendo de su pickup y se metió en medio.

La cara de Lavinia estaba llena de lagrimones y se negó a volver a entrar a casa.

Papá dijo que era mejor que se fuera con ellos hasta que las cosas se calmaran.

Mamá le pidió a su padre que no volviera y prometió que si su hija no estaba en casa por la mañana llamaría a sus abogados.

Pero nunca llamó a un abogado, sino al abuelo Ewan.

La habitación de Lavinia, repleta de posters de Luke Perry, su actor favorito de televisión, había permanecido vacía desde ese día.

Marianne, que antes de aquello ya se pasaba días enteros encerrada en la oscuridad de su habitación de un humor de perros, dejándoles a Lavinia y él a su aire, no mejoró.

Su madre le recordaba cada vez que encendía la tele y ponía la ATN que eran familia de Logan Roy y que sus primos eran súper súper ricos. Le entusiasmaba recordar las fiestas y los viajes a sus casas de veraneo a las que les habían invitado cuando él apenas era un bebé. A Mónaco y Grecia. Antes que el tío Logan se divorciara de Caroline y el abuelo Ewan se aislara más y más en su rancho canadiense.

Lamentablemente Marianne había agotado los favores de su familia y la paciencia de su propio padre.

El abuelo Ewan no se hablaba con su hermano y seguía negándose a darles dinero, más allá del que era estrictamente necesario para no perder la casa y sobrevivir. El anciano odiaba que se despilfarrara.

Ewan era un hombre difícil muy complicado de manejar.

– No te preocupes que el abuelo es bastante rico – Greg recordó la voz de chica resabida de su hermana con la misma viveza de esa mañana de verano de los noventa. Él había protestado porque eran "pobres" y no tenía un set de scalextric tan molón como sus amigos. Lavinia le miró como al mocoso que era mientras le servía los cereales. Su madre aún estaba en cama y los amigos de Greg iban a venir a buscarle en cualquier momento para ir a la piscina pública. El primo Kendall, recién graduado en la Buckley School, salía en la televisión con ese acento de escuela pija porque esa semana había participado de un acto benéfico en Washington con un grupo de jóvenes de su edad – Probablemente podría comprarte 10 de esos scaléxtrics pero no quiere que solamente le hagamos caso por su dinero. Si nunca necesitas algo de verdad, muy muy de verdad, piensa en la manera de pedírselo sin que mamá intervenga porque eso le pone más nervioso. Creo que se siente un poco solo... Cuando vayas al rancho la próxima vez, prueba a preguntarle por sus vacas y sus caballos, ¡le harás contento…!

Puede que eso de ganarse al abuelo Ewan con preguntas sobre sus vacas y caballos le funcionase a Lavinia pero a él nunca le había ido muy bien por esos derroteros.

Durante mucho tiempo se preguntó cuál era de verdad el secreto para lograr suavizar el porte cascarrabias de Ewan. Nunca tuvo el talento de su hermana para lograrlo.

Greg observó a su alrededor e intercambió una mirada con Tom que le miraba intrigado de hacía mucho rato.

– ¿Qué es lo que pasa por esa cabeza de chorlito? – le recriminó Wambsgans.

– Nada, no es nada… – el primo Greg se rascó la cabeza nervioso y soltó una pequeña risa forzada.


Lavinia dio unos pasos más por la estación de King's Cross. Puede que tuviera una oportunidad para arreglar las cosas entre su padre y Greg si lo hablaban en persona.

Greg había sido siempre un niño tímido, inseguro. Torpe y con ideas de bombero al que había que proteger un poco de los abusones.

Pero no sabía en qué hombre se había convertido. Llevaban años sin verse.

El vidrio del aparador de una tienda de segunda mano le devolvió su reflejo. Iba con el cabello castaño a medio recoger y un vestido blanco crudo con cuello de pico abierto que había comprado con prisas en una tienda H&M de Brujas antes de coger su Mini rojo de segunda mano y dirigirse a la costa donde finalmente había tomado el ferry y luego un tren. El anorak negro desabrochado.

Era un vestido bonito pero había sido estúpido suponer que podía presentarse a una boda como aquella con él. Pensándolo bien era demasiado escotado y una no debería ir nunca a un casamiento con un vestido que fuera en cualquier variación de blanco.

Fantástico. Esos debían ser los 40 euros peor gastados de su vida. Pero ahora ya estaba hecho. Era mileurista y tenía otros gastos más importantes en los que pensar.

Era la primera vez en años que ambos estaban en el mismo continente. No volvería a tener la oportunidad de tener una charla de tú a tú con Greg cuando éste volviera a América.

Había dicho en el trabajo que estaba enferma. Era relaciones públicas y community manager en una empresa de catering que le pagaba lo mínimo para hacer 45 horas semanales y que apenas le había dado un par de horas de asuntos personales para asistir al funeral de su padrastro.

Oh, que les den.

No es como si no le debieran semanas enteras de vacaciones y un mejor sueldo.

Había estudiado la carrera y ese máster, ¿para qué?

Exhaló un poco de aire.

Lavinia Hirsch había hecho su vida en Brujas durante aproximadamente los últimos 20 años. Había sido una buena vida junto a su padre y a su padrastro, que era dentista y además de hablar un perfecto inglés, y francés, y ser nativo en neerlandés, era un amante de la historia europea y estudiaba latín y griego antiguo para pasar el rato.

Roger se había querido llevar a papá a su Flandes natal desde el principio, y cuando ella se fue a vivir con ellos al fin pudo convencerlo. Greg se quedó con Marianne y cada vez hubo menos y menos llamadas de teléfono.

Regresaron a Canadá apenas un puñado de veces.

Marianne nunca habló de visitar Bélgica para ver a su hija.

Lavinia había añadido a su hermano a Facebook diez años antes aunque solo chateaban de asuntos superficiales. Un "feliz año nuevo" por aquí, "suerte en tu nuevo trabajo" por allá.

De las cosas que habían pasado cuando se fue con papá, Lavinia recordaba las palabras hirientes de Marianne y la visita del abuelo Ewan al hotel donde se hospedaban un par de días después.

El abuelo, que era un hombre alto parco de palabras y gestos, la había mirado con algo que a los 14 años no había sabido identificar exactamente y después se había dirigido a su padre con desdén.

– Si le pasa algo…

– ¿Cómo qué? Al menos no voy a tener que explicarle nunca más porque no debe apartarse de mí o de su madre cuando el abuelo nos lleva a uno de esos cumpleaños de su familia y está el tío Moe, ¿ehm?

– ¡Cállate!

– Lavinia – se dirigió a ella después.

En sus manos había llevado todo el rato un estuche forrado en terciopelo.

– ¿Sí?

– Antes de que tu padre me pregunte, no te voy a dar dinero – dijo – pero te voy a dar otra cosa. Ábrelo.

Lavinia, que siempre había tenido las manos pequeñas, abrió la caja con cuidado. En el interior había un collar de oro rosa semi cubierto con diamantes, de cuyo colgante engastado en forma de corazón colgaba una piedra preciosa de un azul intenso.

– Después de heredar el rancho y tirarlo adelante esto fue lo primero que compré a tu abuela al casarnos. Nunca quiso joyas pero ésta le gustaba mucho. Si quieres dinero, véndelo. Pero quiero que sepas que vale más de lo que cuesta.

Ewan le dio una palmada en el hombro pero no la abrazó.

No había sido un hombre que comprase cosas caras pero encajaba con el Ewan Roy enamoradizo que se había alistado a Vietnam por una mujer.

Lavinia iba a decir algo, las gracias y un "abuelo, escucha, yo, no puedo vivir más con mamá porque creo que me odia", pero entonces Ewan la cortó.

– Debo avisarte que si te vas con éste voy a dejar toda mi herencia a Gregory o puede que una parte a una de esas asociaciones ecologistas. El mundo no va a sobrevivir mucho más cautivo de alimañas como mi hermano.

Muchos años después había hecho tasar el collar, y la verdad ¿quién querría llevar algo en el cuello que valía lo mismo que la entrada de un pequeño apartamento o una escapada de 3 meses al Caribe? ¡Le parecía de locos!

Si lo hubiera vendido seguramente habría podido pagar la matrícula y los gastos del máster hiperrecomendado que había hecho en Ámsterdam sin tener que trabajar en una cafetería por las tardes y como niñera los fines de semana, o bien devolver a su padre y a Roger una parte de lo que se habían gastado para que pudiese ir a la universidad.

Aun así intuía que esa era la respuesta equivocada a una pregunta que su abuelo ni siquiera había hecho. No en voz alta.

Había seguido llamándolo en fechas señaladas aunque él refunfuñase.

Lavinia sabía mejor que pedirle dinero y el anciano Roy no había vuelto a mencionar el collar o su herencia.

Hoy llevaba aquel colgante con ella porque había pensado que si nunca tenía la oportunidad para lucir algo tan caro era en ese sitio al que iba. Al menos compensaba el desastre del vestido.

Pero se sentía incomoda sabiendo su valor.

Era casi como si arrastrase una soga seca al cuello. ¿Y si la atracaban? ¿Qué ocurriría si de camino a la campiña inglesa sufría un accidente, le sustraían sus pertenencias, o éstas se extraviaban?

Había sabido que su hermano estaría en ese lugar cuando vio anunciada la boda de Siobhan en la prensa.

Unos meses atrás había visto por casualidad en Twitter una foto de un atribulado Greg entrando en las oficinas de Waystar Royco de Nueva York.

Alquiló un Fiat 600 blanco cuando bajó del tren en la estación de Gloucester.

Y unos quilómetros antes de llegar al Castillo de Eastnor supo que su día no iba a ser tal y como lo había planeado.

Había mucha seguridad en los accesos al castillo y al pueblo. En el The Sun decían que habían colocado dispositivos antidrones. Una cosa era explicar en la entrada del fortín que era prima de la novia y la otra… bueno… llegar a acercarse siquiera al camino que llevaba a él.

Puede que el impulso de presentarse hubiera sido un grave error.

Dejó su bolsa de pertenencias en un pequeño bed & breakfast cercano, se lavó la cara y se maquilló un poco aunque sin pasarse. Aún tenía unas horas antes de decidir cómo hacerlo.

Esta noche había una especie de fiesta previa según había escuchado en la radio.

Incluso aquí en medio de la nada había visto parados dos coches mercedes de alta gama con choferes y vidrios tintados.

Pensó que la gente del lugar debía sentirse molesta e incómoda por la invasión repentina de una troupe de billonarios americanos.

A ella siempre le irritaba cuando Brujas se llenaba de ruidosos turistas con cámaras.

Suspiró.

Había estado llamando y dejando mensajes a su hermano Greg pero éste no parecía interesado en lo más mínimo en contestar.

Bajó al pub a comer algo. Las veces que había visitado Inglaterra en el pasado siempre había alegrado el ánimo con un delicioso fish and chips.

Fue entonces que lo vio a él por primera vez.

Con barba. Guapísimo y moreno. Completamente concentrado en la pantalla de su teléfono dio un sorbo de la copa de champagne que tenía en una mano y se pasó una mano por el cabello, tratando de peinarlo.

Llevaba cuello alto oscuro y una chaqueta de vestir elegante. ¿Quién demonios bebía champagne y vestía así en un pub como ese?

Oh, claro.

Se acordó de los coches que había visto antes en el aparcamiento.

– ¿Qué quieres? – La camarera que seguía detrás de la barra del bar interrumpió su tren de pensamientos de forma bastante grosera, y Lavinia tardó unos segundos en responder.

– Pescado… pescado con extra de patatas fritas y una cerveza.

Lavinia notó la breve mirada de él sobre ella y luego buscó una mesa intentando no parecer demasiado estúpida.

Él se sonrió. Si tuviera que creer en los presagios, éste sería bueno.

La joven sacó su propio móvil del bolsillo del anorak y decidió que esta vez iba a escribir a Greg un WhatsApp.

Si Gregory contestaba todo sería mucho más fácil. Puede que ni siquiera tuviese que intentar colarse en la boda o discutirse con algún gorila para convencerlo que, bueno, técnicamente, así de pasada, ella también era una Roy. La nieta del hermano ermitaño y cascarrabias del jefazo del imperio. Ella había estado en un par o tres de cumpleaños de Siobhan (¿o habían sido de Roman?) una vida atrás.

¡Por el amor de Dios, Greg! ¡Contesta!

Stewy tenía asuntos que resolver en su correo electrónico pero no pudo dejar de fijarse.

Sonreía un poco al escribir, se ponía seria, dudaba… Hablaba con un hombre, sin duda. Un jardinero de por aquí o un veterinario de una de las granjas que habían visto en el camino. Quien fuera era un bastardo afortunado.

De pronto miró al reloj, cogió la copa de champagne y la apuró. Llamó a la camarera y, tras pagar, salió del comedor, subió a su coche y se alejó.


A Greg le tembló el pulso al coger el teléfono y le resbaló. No se rompió pero Roman hizo una broma sobre lo absurdo que era que no tuviera ningún sentido de la coordinación.

Tom se rió sonoramente.

Todo el mundo pensaba que era un idiota patoso. Oh, y de postres Caroline les había recordado ese vergonzante apodo de su infancia. 'Greguito, el huevito' por su supuesto aspecto cuando era un bebé.

Escríbeme, Greg. Estoy en Inglaterra. Tenemos que hablar.

¿Qué quería Lavinia que le contestara?

¿Que había estado esperando que papá y ella volvieran a instalarse cerca durante años, preguntándose una y otra vez por qué lo habían dejado solo con el manojo de nervios que era mamá?

¿Por qué ahora? Lo siento por ellos pero yo apenas conocía a Roger.

Greg, por favor.

Mierda, me acaba de caer el teléfono al suelo. Creo que he agrietado la pantalla. No puedo hablar.

Escríbeme más tarde.

Y no pienses que soy un torpe. ¿A quién no se le ha roto la pantalla del móvil alguna vez?

Cariño, yo no he dicho nada.

Cuando papá se marchó no quedó nadie que se lo llevara los domingos a ver partidos de hockey hielo o jugara con él al beisbol.

Pero cuando lo hizo Lavinia perdió a su única aliada en casa y enfrente del abuelo, e ir cada día a la escuela se convirtió definitivamente en un infierno.

Dejó de tener a alguien que le defendiera del grupito que muchas veces le esperaba al acabar las clases y nadie le hizo de nuevo el desayuno cuando mamá estaba en cama con una de sus migrañas.

En la escuela le habían animado a jugar a básquet porque era suficiente alto para ello pero la verdad era que también era un absoluto desastre. Lo sabía y no había sabido decir que no.

Por eso sus compañeros le querían matar cada vez que el entrenador Rick le sacaba a jugar.

Su entrenador era un tipo que no paraba de insistir que podía hacerlo mejor y no le cambiaba hasta que las cosas se ponían muy mal y su desatado optimismo acababa en drama.

Tiempo después supo que había tenido una historia con Marianne.

No había sido un buen inicio para Greg en aquello del nepotismo…

Lavinia habría dicho cuatro cosas a esos chicos y le habría dado algún truco para hablar con el entrenador y mamá y decirles que simplemente ya no quería jugar más.

Habrían tomado un chocolate caliente juntos mientras a mamá se le pasaba el enfado.

En cambio su hermana había elegido irse, y el niño que era se había preguntado muchas veces si había algo malo en él que papá no le pidiera que los acompañara.

Greg nunca había pretendido obligarla a hablar con mamá. ¿Por qué ahora ella tenía que insistir en que visitara a papá sí o sí?

¿De verdad Lavinia estaba en Inglaterra?

Ya sabía que Marianne se había pasado diciéndole cosas hirientes y sabía que no era la primera bofetada que recibía Lavinia, pero mamá también tenía cosas buenas.

No había sido tan mala cuando estaban los dos solos.

Habían tenido momentos buenos y otros incluso divertidos. Salidas a comprar a la ciudad, escapadas a la nieve y a los lagos en las montañas que tanto fascinaban a su madre y risas viendo cualquier programa estúpido en la televisión.

Frunció el ceño.

Con sus más y sus menos, y sus ausencias en cama, Marianne había estado allí para él. Los últimos años había conseguido además ser solvente, sin deudas.

Durante el ensayo Connor hizo las veces de padre con Siobhan.


Stewy se acomodó en el hotel, intercambió varios mensajes con Kendall y se cambió para la fiesta de esta noche.

Estaban a punto de llevar a cabo una opa hostil contra una de las compañías de medios más grandes del mundo.

No podía dejar de estar pendiente del teléfono. Pero iba a pasárselo bien mientras tanto.

Miró por la ventana antes de salir.

¿De verdad Shiv Roy no prefería lugares como el lago de Como, Venecia, San Bartolomé o las Maldivas para casarse?

El Castillo de Eastnor era un lugar ancestral y todo eso, el alojamiento de más de cinco estrellas, pero se le escapaba a la comprensión como la hermana de Kendall había elegido la Inglaterra rural, lluviosa y llena de polvo, en vez de uno de esos sitios.

Lo único que faltaba a la atmosfera de esa tarde nublada del final del invierno era el fantasma de algún ancestro deshonrado de Lady Caroline Collingwood arrastrando las cadenas por los corredores de ese edificio lleno de humedades.

Oh, y el lobo feroz estaría llegando a la boda de su hija en cualquier momento a partir de la próxima hora.

No dudaba que el cabrón haría una gran entrada.

Esperaba que Kendall no se acobardase con su padre aquí.

Lo apreciaba como amigo, le tenía en mucha estima, pero este negocio no entendía de apegos ni permitía bajar la guardia, no si no se quería acabar bien jodido.

Kendall y él habían sido uña y carne en la escuela y después en universidad, soñando, planeando con ser un día los reyes del puto mundo.

Estaban a punto de tocar el cielo con las manos.

Pero todo era diferente a entonces.

Cuando eran jóvenes y despreocupados, y estaban siempre juntos.

Ahora era mucho más cínico.

En el fondo, todo se resumía en qué él, Stewy Hosseini, estaría siempre espiritual, emocional, ética y moralmente detrás de quien gánese.

Se le ocurrió conducir un poco antes de la fiesta para aclarar algunas ideas del plan que tenía con Ken respecto a Waystar.


Un puto helicóptero nocturno haciendo luces.

Era una de dos: la policía o un equipo de seguridad. ¿Y ella pretendía qué?

Aparcó su coche al borde de la carretera y caminó unos metros.

La verja estaba guardada por unos guardias armados hasta los dientes.

Lavinia dio unos pasos más visiblemente incómoda con su escote, sin parar de recolocárselo constantemente (de adolescente había tenido más pecho que sus amigas y a una edad más temprana, todavía le costaba sentirse cómoda con su cuerpo).

Se sintió observada por un par de periodistas de un canal británico que estaban guardando los bártulos en un pequeño coche oscuro.

Claramente habían intentado colarse y se habían encontrado el paso barrado.

Genial.

Suspiró cansada, los pies hechos trizas de caminar por estaciones de tren durante la mañana, agotada por la cabezonería de no renunciar a los talones que la hacían más alta y con los que incomprensiblemente sí se sentía más segura.

Caminó por la grava hasta plantarse delante de uno de los hombres que controlaban la entrada.

– ¿Sí? –.

– Buenas noches. Me llamo Lavinia Hirsch, verá, mi hermano está en la fiesta y tengo que verle. ¿Podría avisarlo o dejarme pasar y yo misma le busco…?

Lavinia vio el exacto momento que el hombre comprobó, pasando la mirada por la carretera y el lugar donde se encontraban los periodistas, que no venía acompañada.

– Señorita Hirsch – negó con la cabeza – no puedo hacer eso.

– No lo entiende, ésta es la boda de mi prima… tendría que haber llamado pero he intentado todo el día que mi hermano respondiera el teléfono, vengo desde Bélgica y no tengo el número de Siobhan… le prometo que es importante. Se trata de una urgencia familiar y…

El hombre se rió de ella sonoramente.

– Mira qué me cuenta, Fred, ¡creo que dice que es una Roy…!

Exhaló aire profundamente.

Qué puto frio hacía aquí.

– No he dicho eso exactamente… pero si pudiese preguntar por ese walkie-talkie por Gregory Hirsch, él les confirmaría que soy su hermana. Somos primos, bueno, mi madre es prima de los Roy…

El otro guardia se había aproximado dejando sus funciones en la entrada y ahora los dos le miraban. Eran como armarios de casi dos metros. Ambos rubios, rudos y con la sudadera de una empresa de seguridad. Tenían acento eslavo.

– Claro bonita, y yo soy la mismísima reina de Inglaterra – le dijo uno de ellos entre risas.

Mientras se reían de ella un coche deportivo de vidrios tintados había llegado a la verja y esperaba para entrar.

El conductor salió del vehículo y se acercó.

– ¿Algún problema, amigo?

Lavinia se giró y tropezó con alguien detrás de ella. Una mano la sostuvo. Por un momento, pensó que era un ofrecimiento de ayuda. Pero entonces escuchó el tono de su voz.

Sus ojos castaños se abrieron aturdidos recuperándose del golpe y miró al desconocido.

– No te van a dejar pasar. No está permitida la entrada de periodistas – le dijo éste – No es nada personal, ¿sabes?, pero preferiría no tener que quedarme toda la noche viendo cómo te discutes con aquí nuestros colegas. En la fiesta van a servir cócteles diseñados por el último zar de Rusia – Stewy sonrió pasándose la lengua por los labios – Puedes ponerlo en tu artículo, no hace falta que me des crédito.

La reconoció del pub en el mismo momento que se bajó del coche para llamar la atención de los guardias y pedirles que, por favor, abrieran la condenada verja ¡si es que los periodistas que querían colarse cada putos cinco minutos les dejaban...!

Sus ojos oscuros sostuvieron su mirada. Algo extrañamente familiar en el rostro de la chica y sus orbes de avellana.

Los cabellos de ella sujetos en un moño y ese maldito vestido de la mañana que marcaba cada curva de su cuerpo y que a punto estaba de enloquecerlo.

Lavinia se quedó paralizada un segundo. Totalmente hipnotizada por él y la perfección de sus esculpidas facciones. Su semblante parecía, ¿qué?, griego, no, no, quizás de algún lugar de Oriente Medio.

La determinación que había tenido un momento antes hecha trizas.

– No soy periodista – susurró entrecerrando un poco los ojos – Tengo que hablar con mi hermano. Eso es todo.

– ¿Ah, sí?

El atractivo extraño llevaba traje y la camisa con el cuello abierto, sin corbata. Exudaba sofisticación y carisma.

Lavinia dudó pero decidió ser lo más escueta y directa posible.

– Es una larga historia. Mi padrastro ha muerto hace unos días.

Entonces, Stewy se puso serio y su rostro cambió por una fracción de segundo:

– Lo siento. ¿Quién es tu hermano, mm? Si está en esta fiesta puede que le conozca.

Volvería a hacer el ridículo en cuanto le dijera que era prima de los Roy. No iba a creerla.

La mismísima reina de Inglaterra.

¡Joder!

El jefe de Greg era Tom Wambg… Tom algo… el prometido de Siobhan… ¡iba mal si no se sabía ni el apellido…! ¿Qué tipo de nombre era ese de todos modos?

Lavinia decidió maquillar la historia y cruzar los dedos para que esa sonrisa que le bailaba a ese hombre por los labios no acabase burlándose de ella, por tonta.

– Mi hermano, él, trabaja para el yerno de Logan Roy en Waystar.

Stewy la observó. Conocía a Jess, la asistente de Ken, y sabía que estaba aquí pero por razones muy concretas. ¿Tom Wambsgans había invitado a sus empleados a la boda?

¡Qué majo! Demasiado para cualquier alto ejecutivo neoyorquino, ¡y ya ni hablar para el futuro marido de Siobhan Roy!

– ¿Qué hace exactamente tu hermano? Perdona – se interrumpió dándose cuenta que no sabía su nombre – ¿cómo has dicho que te llamas?

– No lo he dicho. Mi nombre es Lavinia. Mi hermano… ahm… es… asistente ejecutivo... creo –.

No tenía ni idea qué hacía Greg.

Stewy analizó su expresión con cuidado, y ella, consciente de estar sufriendo un examen de su persona, le mantuvo la mirada tratando de demostrar sinceridad.

Al final él parpadeó.

– Yo soy Stewy.

Le estrechó la mano con énfasis y esbozó una sonrisa.

Stewy se tensó cuando el brazo de ella le rozó el hombro derecho al moverse y su libido se disparó dramáticamente al percibir como Lavinia se tensaba también. Tenía un cuerpo magnífico, esbelto, y las piernas de una diosa, pensó, bajando la mirada hasta sus zapatos de tacón color lavanda.

El pecho de Lavinia subía y bajaba levemente al ritmo que marcaba su respiración.

– ¿No llevaras una cámara de fotos o una grabadora escondida? – la interrogó entonces en un tono suave pero algo ronco que atenuaba la impertinencia de la pregunta, y que la apabulló un poco cuando vibró en sus oídos.

– ¿Dónde? – Ella señaló su figura con ambas manos.

La desarmadora franqueza de Lavinia le hizo sonreír arqueando una ceja.

Ese vestido suyo dejaba efectivamente poco a la imaginación y no pudo evitar fantasear con la idea de quitárselo antes que acabara la noche. Pero estaba tentado de hacer un ofrecimiento que era totalmente genuino.

Se fijó en el pequeño bolso donde apenas debía caber su viejo Huawei. Había visto como usaba el aparato en el pub.

– Te propongo un trato. Pero me voy a tener que quedar tu móvil si entramos, por si las moscas.

– Oh, pero… – se interrumpió un momento la chica – Perdona, ¿qué quieres decir con "un trato"? ¿"si entramos"?

Lavinia lo miró desconfiada y a él no le quedó más remedio que chasquear la lengua con una pequeña risa:

– Tranquila, no voy a quitarte el alma y conducirla al Hades, solo necesito tu móvil para asegurarme que nadie se lleva ningún susto mañana cuando abra el Daily Mail – bromeó – Puedes entrar conmigo, ser mi más uno esta noche. No hay más condiciones – alzó las manos en un burlón gesto de rendición.

– ¿Lo dices de verdad? – se sintió un poco confundida – Gracias...

– Yo siempre digo la verdad, Lavinia. ¿Vienes?

Stewy puso cara de paciencia sacrificada.

Luego la invitó a subir al coche que había alquilado en Londres por si había algún momento del fin de semana en el que no le apetecía ir con chofer. Un Bugatti Veyron negro.

Aún tenía esa sonrisa de diablo en su cara y Lavinia pensó al momento que probablemente habría al menos una docena de mujeres en Nueva York que harían lo que fuera para recibir su atención.

La nieta de Ewan dudó un poco cuando se vio a si misma sentándose en el lado del copiloto como si esa fuera una experiencia extrasensorial más que algo que le estuviera pasando en ese momento.

Stewy se desabrochó la chaqueta con una mano. Lavinia se fijó en sus tobillos y sus zapatos carísimos de piel. No llevaba calcetines y la verdad era difícil decir por qué ese estilo le quedaba tan puñeteramente bien.

Ella no era una experta pero juraría que era la primera vez que veía eso en un hombre y no le parecía absolutamente ridículo.

– Me da hasta miedo respirar – confesó – por si estropeo o mancho algo. Tu batcoche hace olor a nuevo.

Ese maldito Bugatti era una pasada. Los asientos eran de cuero y qué decir de aquel ronroneo de motor.

– No tengas miedo. O bueno, ten sólo un poco de miedo – agregó Stewy con sorna amistosa: – Este auto cuesta treinta veces más que cualquier otro de por aquí.

La vio alzar la vista algo preocupada.

– ¿Cuánto?

– Un millón de dólares.

– ¡Dios...!

Pisó el acelerador y el motor del coche rugió. Dos minutos más tarde, estacionó el coche delante del castillo donde había empezado la fiesta de la víspera de la boda.

Se pasó la mano por la barba tupida y chasqueó la lengua.

– ¿No es maravilloso?

– No estoy segura. Quiero decir, es mucho dinero.

– Según para quién.

La carcajada de ella fue sincera, y cálida.

El eco de la risa de esa chica era como una pregunta que podía pasarse toda la noche contestando.

Pero tenía cosas que hacer.

Stewy saltó del coche y le abrió la puerta como un caballero, la observó sonriendo. Puso una mano en su cintura buscando su aprobación con la mirada, y luego la condujo hacia la entrada con confianza. En la puerta de la fiesta había más gente. Un conocido suyo se acercó a saludarlo.

– Te busco en un rato – murmuró con voz leve, suavemente modulada, y sus palabras sonaron a promesa. Una cargada de posibilidades antes que acabara la noche – Un placer haberte conocido, Lavinia – dijo mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla.

El aroma de su colonia entró en sus fosas nasales por un momento. Era una mezcla de especias, madera y cilantro fresco.

Lavinia notó un calor inexplicable brotando en ella y su pecho dio un brinco. Se separó unos pasos de su inesperado salvador incapaz de quitarse la sonrisa de la cara y contestó:

– Para mí también lo ha sido. Un placer.

Stewy la miró una vez más con una expresión que ella no pudo identificar.

– ¿Crees que vas a poder encontrar a tu hermano en esta jungla?

– Sí, no va a haber problema – aseguró la chica.

De hecho, la altura de Greg era tan prominente que era un milagro que no fuera lo primero que viera al entrar en la sala.

Eran como el punto y la i en cuanto a la altura.

Lo encontró apartado discutiendo entre susurros con otro hombre.

Estaban demasiado cerca para que fuera una conversación normal.

Se dio cuenta que Greg era incluso mucho más alto de lo que recordaba.

– Greg…

Su hermano dio un salto que casi desequilibró al otro hombre que se movió para atrás.

Ambos parecían haber sido pillados en medio de algo importante. Por Dios, Greg tartamudeó.

– La… lala… Lavinia. ¿Qué haces aquí?

– Te dije que estaba en Inglaterra.

– No pensé que vendrías a la boda…

– Bueno, digamos que me las he apañado. Quiero hablar contigo. ¿Podemos encontrar un lugar tranquilo?

La cara del hombre con la que había estado hablando su hermano cambió radicalmente. Del afecto a la confusión y de ésta al enfado.

– Así que tienes novia, eh, bravucón.

– No soy su novia.

– Es mi hermana.

Bueno, eso tenía todo el sentido del mundo para Tom (ella estaba claramente fuera de toda liga de Greg) sino fuera porque…

– ¿Tienes una hermana? ¿Desde cuándo? ¡¿Por qué nadie me ha dicho que tienes una hermana?!

– No lo sé – Greg pareció sinceramente aturdido – Pero todos lo saben.

– Todos menos yo.

La mayor sorpresa para Lavinia fue sin duda que ese tipo fuera el novio del enlace al que venía.

La pareja de Shiv.

Habría jurado que sus ojos habían visto…

– ¿Podemos hablar?

– Vale, vale… – Greg se rascó detrás del cuello con una mano y le pidió que salieran a fuera. – Por aquí…

Lavinia cogió aire intentando centrarse.

– Lo siento de verdad, Greg. Por irme, por no insistir a papá y a Roger para visitaros más a menudo, pero si le fueras a ver le harías feliz, está muy mal desde la muerte y el funeral de Roger. Se ha quedado muy tocado.

– Claro – Su hermano no sonó convencido.

– Greg escucha, Roger era el amor de su vida.

Eso le dio pausa un instante. – ¿De verdad lo crees?

– Sí. Nunca le he visto tan feliz.

La voz de una mujer rubia de pelo rizado les interrumpió. – ¿Has visto a Tom?

– Oh, Tabitha – Greg pareció un poco nervioso, como si la idea que esa Tabitha buscara al novio le resultara hilarante – No, no.

Detrás de la mujer otro hombre saludó a su hermano y la miró de pies a cabeza con indiferencia y sólo un poco de curiosidad.

Le conocía.

– Uau.

– Roman.

– Es Lavinia. Vinnie. Mi hermana. Seguro que te acuerdas de ella.

– Lavinia – Roman hizo un gesto teatral con las manos dirigida a su novia – Ves, esta familia es una caja de sorpresas. Nunca sabes cuándo va a parecer un primo o una prima pidiendo trabajo, drogas, o cualquier otra cosa. Si tenemos que escoger a uno, Greg, siento decirte que llevas las de perder desde ya – dijo y fue un poco perturbador.

Lavinia intentó mantener la compostura.

Ya sabía qué tipo de familia era y recordaba demasiado bien lo normal que era tratarse unos a otros con desaires y disparos a cañonazos.

Incluso lejos de Waystar Royco. Su abuelo a veces era igual de indiferente pero sin el glamur de todos los millones que había en esta fiesta.

– Sólo he venido a hablar con Greg – mantuvo un tono bajo – me vuelvo a Bélgica mañana o mañana pasado a lo sumo.

Rome alzó una ceja.

– Oh. Seguro.

– Sí.

– Mira, Connor, mira quien está en la boda de Shivy, la prima Lavinia – llamó a su hermano y éste vino con su pareja. Aunque después de unas pocas presentaciones y una breve charla con Willa no estaba segura que ese fuera el titulo apropiado.

Ninguno de los Roy a los que pudo saludar después de Roman pareció preocupado lo más mínimo por el hecho que estaba aquí sin aparente invitación.

Hasta el punto que se preguntó si ésta no habría sido enviada a Marianne por cortesía y nunca se la había hecho llegar.

Puede que fuera porque simplemente no podía importarles menos.

Agradeció no tener todavía que saludar a Siobhan puesto que había tenido la genial idea de venir con este vestido blanco. La futura novia estaba ocupada de aquí para allá con sus invitados. Un senador, un viejo amigo, conocidos de su padre, sus incomodos suegros de Minnesota.

Tarde o temprano correría la voz que una invitada se había saltado el código de vestimenta y querría matarla. Pese a que probablemente había una diferencia de más 4.000 dólares entre su vestido y el de Shiv... ¡y su prima era una mujer sofisticada y atractiva!

Kendall le había hecho caso la friolera suma de dos segundos mientras buscaba vete a saber quién entre la multitud de la fiesta. Se veía inestable y nervioso, y demacrado.

Y en fin, Caroline le había preguntado cuanto creía que iba a durar el matrimonio de su hija.

Qué demonios.

– ¿Qué es lo que pasa? ¿A qué estás mirando? – le preguntó a su hermano un momento que se quedó visiblemente aturdido.

Shiv estaba allí en el jardín hablando cariñosamente con un hombre.

– Tengo que… voy a entrar – le dijo Greg.

– Ey, pero ¿vas a venir a Bélgica? Puede ser por unas pocas horas antes de volar a Nueva York y luego…

Greg la miró resignado.

– No, no lo sé. ¿Vas a tomar, no sé, un whisky con cola conmigo?

– Mejor solo.

Puede que ambos lo necesitaran.


Logan Roy llegó en un jodido helicóptero a la fiesta de su hija.

El maldito bastardo sabía cómo hacer una entrada espectacular. Era como si uno de los últimos dinosaurios se negara a ser extinguido por el meteorito.

– ¿Estás bien? – Stewy intentó que Kendall le mirase, pero éste siguió con la vista perdida, como el imbécil testarudo que era.

– Sí, sí, estoy bien – se enderezó la chaqueta del traje Armani – Hablamos en un momento, eh, un segundo.

– Claro.

Lo vio perderse de camino al lavabo abriéndose paso entre la multitud. Uno pensaría que iba a tirarse un poco de agua en la cara y a darse unos momentos de reflexión antes de salir a saludar a su padre.

Stewy sabía que iba a echarse una raya de coca. Otra.

Las vibraciones del helicóptero se habían sentido bien en todo el castillo.

Puede que él también quisiera una raya. Pero podía esperar. Tenía un plan o dos antes.

Stewy caminó de regreso hacia el bar. Se merecía otro puto trago.

Observó a Logan Roy entrar en la sala con todo el peso gravitacional del universo. Alguien había dicho una vez que era como un planeta pero a Stewy le parecía más bien un agujero negro.

Ken era al que conocía más, al que había visto llegar al bendito Buckley hecho polvo y con la autoestima por los suelos más a menudo que no, pero ninguno de sus hermanos había sobrevivido a ese hombre sin un montón de cicatrices.

Recordaba con mucha claridad el ojo morado que Roman había llevado consigo durante unas vacaciones en las que Ken le había invitado a una de las casas de la familia en una urbanización privada de Santa Mónica.

La excusa que había inventado Ken era digna de una película pero Stewy le hubiera seguido al fin del mundo en ese momento.

Dejó la copa de champagne que le habían servido, se irguió y puso su mejor sonrisa falsa para saludar al emperador.

Los negocios eran los negocios. Y además estaban cerca de jubilarlo si el plan para la opa no se torcía.

– ¿Cómo está el gran hombre? – dijo dándole la mano y una palmada en la espalda – Vaya, vaya, vaya. Me alegro de verte. ¿Mejor?

– Mejor. Todo bien en cuanto adquisiciones – le respondió y señaló al senador Gil Eavis – sólo hace falta cerrar el pico a esos gilipollas de allí.

Muy bonito.

– ¿Me disculpas?

– Faltaría más…

En ese momento lamentó no haber dejado que Logan se arrastrara a su habitación con Marcia sin decirle nada.

Ken estaba a unos pocos metros.

– Kendall.

– Hola, papá.

– ¿Bueno, qué te parece, hijo, abandonar las trincheras y jugar al futbol juntos? ¿Necesitas sustento para pasar el invierno? – Cuestionó Logan como si fuera lo más normal del mundo a pocas horas de la boda de tu hija. – ¿Cómo te va? ¿Qué novedades hay?

– Ahí andamos – Kendall dio un sorbo de su copa.

– ¿Necesitas referencias para tu currículum? Relativamente puntual, con tendencia a la insubordinación…

– Si, bueno ya.

– Dime, ¿cuánto tiempo vas a andar jodiendo por ahí fuera?

Stewy se las apañó para seguir una charla cordial con Marcia sin perderse detalle de la tensa conversación de Kendall y su padre.

– ¿Empiezas a sentir la presión? ¿Quieres que vuelva para ponerlo en una nota de prensa?

Ken intentó mantener la calma pero obviamente era difícil morderse la lengua.

Stewy se apartó de la escena.

Era momento de aparcar a los Roy por unos putos minutos y dejarse llevar un poco.

Cuánto más distancia mantuviera mejor.

– Soy Caroline Collingwood, madre de la novia.

– Stewy.

– ¿Qué? ¿Cuánto tiempo les das?

– Diría que para siempre. O hasta que Shiv se largue una semana, lo que llegué antes. Disculpe.

Iba con un poco de prisa por la diferencia horaria. Ya eran las 3 de la tarde en Nueva York. Pronto la gente para y con la que invertía le estarían llamando y enviando mensajes desde la otra punta del mundo… por estupideces… intentos para hacerle perder dinero… ¡Ah! Y porque estaban preparando una opa para quedarse con el imperio del emperador Palpatine.

Buscó por la sala con la mirada a la desconocida del vestido que le volvía loco y la vio conversando animadamente sobre Hamilton con las novias de Roman y Connor.

Tuvo el impulso de ir, besarla, charlar durante horas.

Tenía que sacarla de aquí cuando todavía era el único interesado.

Seguramente, se debería sentir algo más culpable por su novia supermodelo y su relativamente reciente relación, aunque para ser justos ésta se había quedado en Nueva York follando en una de las fiestas que organizaba con sus amigos hipsters en un garito clandestino.

Tenían una relación abierta pero no estaba seguro que eso incluyese un "todo vale" fuera de esas juergas donde se suponía que el sexo era libre.

Se tragó el nudo que tenía en la garganta imaginando los sonidos que haría esta otra chica extraña y sexy al tocarla en los lugares correctos, lo húmeda que estaría bajo la fina tela de su ropa interior...

Quería desnudarla, tomándose su tiempo para hacerlo. Ver brillar su piel con la suave luz de la lámpara de su habitación de hotel, recorrer sus curvas con las manos, y luego hundirse en ella con una embestida lenta y profunda mientras ambos lo disfrutaban.

Pero primero lo primero.

– ¿Has encontrado a tu hermano, Lavinia?

La voz sedosa pero mordiente de Stewy hizo que las piernas le temblaran.

Asintió de forma casual intentando no parecer una colegiala ruborizada.

– Sí y creo que al final va a servir de algo. Está por aquí.

– Genial – le sonrió apartándola de Willa y Tabitha como si por esta noche efectivamente fuera su pareja, cogiéndole con firmeza de la mano y llevándosela mientras éstas les miraban sorprendidas y un poco descolocadas – Entonces, tenemos que celebrarlo.

– ¿Qué propones? – Lavinia indagó con curiosidad.

– No sé, dímelo tú...

– Oh, pensaba que tendrías alguna idea en mente.

Para cuando Lavinia se mordió el labio interior, sintiéndose demasiado expuesta, ya estaba flirteando abiertamente con él.

– Tengo más de una idea. ¿Para empezar por qué no pedimos uno de esos cócteles de los Romanov? – sugirió Stewy.

Hablaron como si se conocieran de hace años mientras tomaban el dichoso cóctel inventado por el zar Nicolai Aleksandrovich Romanov más de un siglo atrás.

Enganchados el uno al otro como si la sala no fuera una trampa mortal llena de pirañas.

La mano de él se mantuvo en su espalda baja y ella hizo como que no tenía un nudo en el estómago.

Stewy mencionó que la bebida estaba hecha de ginebra, jugo clarificado de lima, licor de marrasquino y Chartreuse verde con más de 140 hierbas aromáticas. Se vendían botellas de aquello a 1.500 dólares.

Estaban cómodos jugando a seducirse, midiendo con cuidado la reacción del otro, pero no profundizaron en ningún tema muy personal.

Stewy parecía personalmente ofendido con el clima de Inglaterra y lo lluviosa y húmeda que era esta tierra en marzo. – He destrozado un par de zapatos Gucci de 1.700 dólares esta mañana por caminar en el fango de ese aparcamiento – le dijo indignadísimo.

Lavinia fingió estar consternada pero se le escapó la risa enseguida que él la miró sin tapujos.

– ¿Eran de piel de unicornio?

– No te burles.

– Nunca me compraría unos zapatos que costaran, no sé, más de 200 dólares.

– Oh Lavinia, deberías saber que nadie es inmune al dinero – alzó una ceja – Además, ese no es el punto. El punto de lo que te estaba diciendo es que daría cualquier cosa por estar en una playa paradisíaca y no en Villalluviosa.

Lavinia le puso una mano en el brazo con una pequeña sonrisa. – Vale, a eso me apuntaría. Te compro el plan de la playa paradisiaca.

– Ves, eres tan sobornable como el resto.

– ¿Eso es bueno o malo? – preguntó mirando un momento a su alrededor mientras intentaba localizar a su hermano solo vagamente. Esperaba que Greg no la rehuyera.

– Es bueno – insistió Stewy con una de sus jodidamente increíbles sonrisas. La seguridad con la que hablaba este hombre era muy atractiva.

– Si tú lo dices...

Enzarzados en esa especie de complicidad, ella le acabó confesando que conducía un Mini rojo que consideraba que le había costado una pequeña fortuna (25.000 euros). ¡Sabía que en este lugar esa cifra era absolutamente ridícula! Él le preguntó por Bélgica y ella a él por Nueva York.

Seguía sonando música de piano de fondo y por un asombroso momento Lavinia se contoneó un poco como si bailara.

– Podría bailar todo el día con casi cualquier música y no cansarme nunca...

Esta vez Stewy puso las dos manos en su cintura: – Vaya, me ha tocado la lotería contigo, ¿ehm? – La chica se rió pegándole en el pecho y haciendo una pequeña mueca. Él se colocó la mano en el corazón en un gesto falsamente inocente.

Se dio cuenta de la repentina sensación de afecto que acababa de sentir por ella en su pecho e intentó quitarle intensidad al momento bromeando y acabándose la bebida.

No recordaba qué le estaba explicando cuando al fin abandonó cualquier apariencia de estar jugando esto a largo plazo y le hizo la pregunta sin más preámbulos: – ¿Me acompañas al lavabo? ¿Qué me dices?

Lavinia debería haberse ofendido por su sugerencia, pero en cambio la risotada totalmente merecida y sin paliativos que soltó resonó en la pequeña burbuja que habían creado.

La naturalidad de su risa era una de esas cosas que ahora mismo ponían a cien a Stewy.

¿En serio? ¿Me está hablando en serio? Oh, Dios mío.

Se sintió un poco mareada.

Lavinia Hirsch nunca había sido una chica de aventuras de una noche pero no iba a decirle que no. No quería retirarse de esta partida tan pronto.

Sus amigas siempre le decían que tenía que tomarse la vida menos a pecho y le reprochaban que no era capaz de desmelenarse.

Ésta era su oportunidad para demostrar que se equivocaban. Maldito engreído.

– Lo que sea. A donde digas.

La tomó de nuevo de la mano y acabó de apartarla de la gente que se concentraba en esta sala. ¡Pensándolo bien, joder, hacía rato que quería llevársela de este sitio!

– He tenido una idea mejor. Larguémonos de aquí, ¿vale?

–Sí – susurró, y Stewy quiso desesperadamente oírla decir aquella palabra en su oído cuando entrara en ella por primera vez. Había algo en su sensualidad que le generaba el deseo de tomarla aquí y ahora y perderse en su piel hasta quedar sin aliento.

Una vez en el jardín, la cogió de las caderas y la apretó contra si haciéndole saber su deseo y su estupenda erección y, cuando se apartaron lo suficiente de la fiesta, la besó.

Fue un beso muy corto, infinitamente más corto de lo que deseaba. Apoyó su frente en la de ella solo un segundo luchando para recuperar el control. Tenía prisa para llegar a su coche.

Luego, mantuvo más o menos la compostura hasta que subieron al automóvil y condujo unos quilómetros con la mano acariciándole el muslo, masajeándolo suavemente.

Lavinia apoyó una mano en su brazo y le encareció a no dejar de prestar atención a la carretera.

El calentón impidió pensar a Stewy con claridad, o puede que lo deseara lo suficiente como para ignorar la cautela. Acabó aparcando en un lugar entre árboles en medio de la nada.

– ¿Quieres? – Llevaba una bolsa con unos gramos de coca.

Eso dio un poco de pausa a la chica.

– No, no me va mucho. No, yo, no... Pero adelante – se mordió el labio. Era una costumbre de cuando estaba nerviosa. Debería dejar de hacerlo, pero no podía. Ahora él pensaría que era una pueblerina idiota que en su vida había visto a alguien drogarse.

Estuvo a punto de hacerle notar que había vivido un año en Ámsterdam mientras estudiaba el máster.

El corazón le latía a mil por hora. Las mejillas acaloradas.

Stewy se inclinó hacia su asiento olvidándose por completo de la cocaína. Se dobló hacia ella y esta vez la besó sin ningún tipo de contención hasta que todo su cuerpo pareció derretirse.

Recorrió su figura con manos ansiosas.

Su actitud mordaz y desinhibida contrastaba con la profundidad con la que la miraban sus ojos oscuros.

La mano de Lavinia buscó el botón de la bragueta, pero antes de que pudiese liberarlo, Stewy la sujetó por las muñecas, sosteniéndolas mientras hacía un esfuerzo para respirar. – Espera.

En el fondo era un hombre paciente. Se iba a volver loco si no podía estar dentro suyo esa noche pero no quería correr tanto.

Tenían tiempo para saborear esto.

Tumbó su asiento con una cierta agilidad y se situó sobre su cuerpo en la penumbra. Su cuerpo trajeado restregándose contra ella. Lavinia tuvo que contener el aliento cuando sus manos hicieron resbalar los finos tirantes del vestido por sus hombros y su rostro descendió sobre su torso, liberando sus pechos uno a uno para acariciar los pezones con la lengua y los dientes.

La sensación la hizo temblar y gimió suplicando más.

Stewy fue muy ágil dejándola desnuda. Ella se quitó los zapatos como pudo.

El brillo de la joya que colgaba de su cuello le distrajo un breve momento.

Contenía una serendibita azul de varios quilates. Quién fuera que le hubiera regalado ese collar tenía mucho dinero...

No era el tipo de complemento que llevara una chica que conducía un Mini del año 2016.

Subió la calefacción y abrió la puerta del coche haciendo que todos sus sentidos se pusieran alerta. – ¿Qué haces? ¡Hace frío!

– Necesito algo de espacio – dijo y sin el menor pudor la ayudó a moverse un poco y se arrodilló en el suelo ante Lavinia, besándole el tobillo y empezando a subir por su cuerpo, colocando una de sus piernas en su hombro.

Una de sus manos intentando aguantar el equilibrio en la puerta del coche por un segundo.

Dios.

La fricción de su barba en el interior de los muslos estuvo a punto de hacer que Lavinia se corriese. Ella pasó los dedos por su pelo, sujetándolo con fuerza cuando su boca tocó los pliegues húmedos de su sexo. Se concentró en un punto concreto y Lavinia pudo sentir como un incendio crecía en su interior, todo su cuerpo en tensión, buscando el alivio que necesitaba, y que prometían sus caricias.

Él volvió a besarla allí abajo, acariciando el vello con sus dedos. Era perfecta. Le encantaba que, aunque se lo arreglara, no hubiera sucumbido a la moda absurda de depilarse del todo esa parte.

El cuerpo de Lavinia se sacudió con un orgasmo poco después que volviera a lamer su clítoris con la lengua como un hombre sediento.

La erección chocaba contra sus pantalones y Stewy deseó arrancárselos e ir directamente al grano. Pero por ese mismo motivo no se desnudó todavía. Porque no se fiaba de sí mismo.

– Ponte mi chaqueta, cielo, y ven – le pidió. Planeaba tener sexo sobre el capó del coche.

Era lo malo de esos súper coches deportivos. No había suficiente espacio para follar.

Lavinia bromeó:

– ¿Vas a empezar a darme órdenes?

– Prometo dejar que me ordenes lo que quieras en un par de minutos.

Poco después estaba inclinado sobre ella, su camisa a medio desabrochar, ella llevando su chaqueta. Sus piernas envolviéndolo firmemente por la cintura dándole la posibilidad de penetrarla cuando quisiera.

La besó como si le fuera la vida en ello.

Lavinia bajó la mano para buscar su erección en sus pantalones y entonces… entonces sonó su puto teléfono.

Era Sandy Furness.

Mierda.

Mierda.

– Tengo que irme. Es importante.

Lavinia le miró aturdida y alzó una ceja.

– ¿Me tomas el pelo?

Querría estar tomándole el pelo.

Se le iban a quedar las pelotas azules y eso lo iba a matar.

Más les valía que el plan contra el puto emperador funcionase.

Stewy Hosseini era un mártir de la Alianza Rebelde.

Debió sonreír para sí mismo ante semejante idea porque Lavinia frunció el ceño.

– No sé qué te hace gracia pero…

Volvió a besarla, esta vez con un punto posesivo, antes de apartarse.

– Tengo que devolverte a la fiesta y resolver un asunto, cenicienta.