¡Gracias por atreverse a entrar a mi mundo!

Espero les guste.


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Primera Parte

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Antes

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Antes del comienzo... en algún rincón olvidado del universo, había una gigante roja estirando los pocos milenios de vida que le quedaban. Tenía puesta su atención en el décimo quinto planeta que la orbitaba, Ku. En él habitaban las únicas otras almas a las que había conocido, hasta ahora. Era la primera vez que los Kues recibían visitas, y había cierto entusiasmo en el pueblo, pero eso cambiaría en cuanto los tripulantes de la nave pisaran el suelo.

En ese mismo instante, casi en la otra punta de esta existencia, un monje engañosamente humilde con su calva y su túnica holgada meditaba en uno de los tantos templos de Katmandú. Él era un ella. La sala que había escogido tenía en cada una de las seis paredes un cristal de íkor, un fragmento diminuto de la esencia de una estrella colectado justo antes de su último aliento. Puestos así, los cristales permitían mantener la forma astral por tiempos y distancias virtualmente infinitas sin que tu carne se descompusiera, aunque se necesitaban años de práctica para ser tan diestro.

Nuestra monje solo estaba disfrutando de los Himalayas. A su cuerpo físico se le ponía la piel de gallina con el frescor de la nieve y el viento, pero como una de los protectores de la Tierra no podía permitirse extrañar su antigua vida.

De repente, el frío penetró en su forma astral. Le ardió como si la picaran miles aguijones. Volvió rápidamente a su cuerpo físico y presenció algo que jamás se hubiera imaginado, los cristales lloraban. Su lamento casi infrasónico resonaba en la paredes. Luego un resplandor inundó toda la habitación por completo.

Una magia antigua y poderosa la había transportado lejos, muy lejos. Sus vestimentas cítricas resaltaban en un hermoso cielo lila en el que flotaban dos planetas fantasmales. El más cercano mostraba bandas verde moho de distintos tonos y el que se veía detrás le recordaba un poco a nuestro vecino, Marte. También vio un sol distante e intuyó que era pleno día.

Escuchó un goteo. Su nota fría, espesa y lenta, retumbaba dentro de las paredes del corredor basáltico en el que había terminado.

¡Pluc!

¡Pluc!

Siguió el sonido hasta su fuente, un hilillo verde que discurría por la ladera negra. Tomó una muestra, la frotó entre la punta de sus dedos, estaba tibia y se coagulaba en sus dedos fríos. La acercó a su nariz y... sus pupilas se dilataron al sentir las notas de cobre. Huye, fue la orden de su hipotálamo. Si hubiera sido un ratón o una gacela la hubiera acatado sin más, pero aquellos animales no entendían del deber. Tenía que medir el peligro antes de regresar a casa.

Apuntó las palmas hacia el suelo y levitó hacia la superficie del cañón. La humedad crecía con cada palmo que subía y la vegetación fue ganando terreno. De pronto, distinguió una forma entre la hierba. No era otra enredadera, era un brazo, colgando medio inerte por el borde. Del triple de tamaño que un brazo humano y con tres dedos terminados en garras.

En la forma astral uno casi es indetectable. Y es por ese casi que ella se tomó sus precauciones. Pellizcó el aire y estiró los brazos hacia los lados desenfundando sus armas místicas.

La criatura era bella a su manera, humanoide pero con un exoesqueleto iridiscente que le cubría las zonas vitales. Buscó en sus profundos ojos negros y no encontró ningún enemigo. Pero justo cuando estaba por bajar la guardia una saeta negra brotó de entre la niebla y terminó lo que había quedado inconcluso. Hasta el sonido de la hoja se hundió en la carne. Su único consuelo fue que había sido rápido.

La espesa bruma se disipó descubriendo al asesino, un encapuchado de rostro anguloso y piel grisácea, que no mostró ningún cuidado ni emoción al retirar su arma del cadáver, como si solo se tratara de un tocón de madera. A su espalda se acercó otra figura, femenina, muy alta. ¿Sería Kree tal vez? No podía estar segura, el casco le cubría la mitad superior de la cara.

Ninguno notaba su presencia, por suerte.

―Ordenó volver ―le dijo a él.

―Todavía quedan, puedo sentirlos.

―Su estrella moribunda terminará el trabajo ―le susurró acercándose a su cuello. Él cerró los ojos al sentir su aliento―. Y muy pronto.

La monje alzó la vista al cielo solo para ver como el pequeño Marte era devorado por la furia del sol.

―Vámonos, antes de que la explosión estropee los sistemas ―dijo dándose la vuelta. Él la siguió poco después.

Caminó detrás de ellos, y vio a tres más al menos. Un grandulón de apariencia pétrea, y dos mujeres, una más máquina que carne, y la otra tan verde como el ginkgo que miraba desde su balcón. Al despegar la nave arremolinó el aire ahuyentando la niebla, dejando que apreciara la obra de un pintor que solo utiliza el color rojo.

Durante los años que llevaba su guardia había visto cientos de guerras e incluso había tomado partido en alguna de ellas, pero lo que tenía en frente no era una guerra, era un exterminio. Adultos y niños por igual, sembrados sobre los mismos campos que les les habrían dado de comer, solo que ellos no florecerían.

Volvió a mirar hacia el cielo y entonces entendió el por que estaba ahí. La estrella había adelantado su muerte en un intento desesperado de vengarlos, pero los malditos había logrado escapar. Ahora ya no podía frenarse, se haría súper nova arrasando lo que quedaba de sus hijos, así que se aseguró un testigo.

―Cuanto lo siento ―le dijo al astro con la sinceridad más pura.

―Puedes quedarte con todo mi íkor... si a cambio haces lo que yo no pude ―. Como una maestra mística, podía entender la legua de las estrellas, una simple frecuencia para los astrónomos.

―No puedo, eso traería la pelea a mi planeta. En serio lo lamento.

―Llegarán a todos los rincones si nadie los detiene ―. Eso la sobresaltó, porque supo que era verdad en cuanto lo escuchó―. Por favor ―suplicó―, al menos llévate a los que quedaron.

Al mirar sobre su hombro vio unas figuras acercándose tímidamente. Eran niños, aunque más altos que un niño humano. Suspiró rendida. Dar asilo a alienígenas siempre es arriesgado, pero no podía abandonarlos.

―Bien, los llevaré conmigo. Lo hago de buena fe, así que no quiero tu íkor.

―Yo ya no lo voy a necesitar, en cambio, tu sí.

Estiró el brazo hacia ellos, pero antes de que pudiera reaccionar la estrella explotó. Y todo se volvió obscuro.

Ancestral ―. Escuchó a lo lejos―. Ancestral ―. Volvieron a llamar.

Por fin pudo abrir los ojos. Dos de sus estudiantes habían vuelto a unir su espíritu y su cuerpo, pero aún le silbaban los oídos.

Buscó a los niños a su alrededor y se le anudó en el corazón.

―Se encuentra bien ―. Se volvió hacia Mordo, y tardó un instante en sonreír.

―Supongo que me excedí. Creo que tendré que recalibrar la sala más tarde.

―Nos dio un buen susto ―dijo su otro estudiante, Wong.

―Me disculpo por eso ―. Se incorporó imperturbable.

―Seguro se encuentra bien ―insistió Mordo.

―Muy segura.

Saludó a sus estudiantes con una reverencia y salió por los pasillos a paso tranquilo. Ya en su habitación contemplaba el ginkgo cuyas ramas asomaban en el balcón. Sus hojas ya empezaban a adquirir un tono dorado. Se lo había regalado su amiga, la única persona en la que había puesto su entera confianza, pero ya hacía siglos de eso. Las artes botánicas no se le daban tan bien como las místicas, pero se esforzaba. Le había dado cuidados ordinarios toda su vida, nada de magia, para recordarse que la vida era un equilibrio delicado y que ella era una simple humana.

Abrió la mano y miró los cristales en su palma. Cerró los ojos y suspiró pensando en la promesa que no había cumplido, otra más. También pensó en que pronto debería reunirse con su amiga, o con quien sea que la haya sucedido. Con ella, y con el resto de los maestros. Porque cualquier tablero requiere más de una pieza. Y su contrincante ya habían movido las suyas.

...

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Abril del año 2011 (nueve años más tarde).

Un cuarto de Luna asomaba en el cielo púrpura, Obscurecía en la ciudad de Chicago. Los días empezaban a ser más largos y calurosos, por lo que la temperatura era agradable a esas horas.

No muy lejos del Douglass Parck, había un reformatorio católico. Justo en frente de la iglesia. Un edificio color tostado, viejo y de poco presupuesto, destinado a las sobras del sistema de acogida. La mitad de los niños tenían a uno de sus padres en la cárcel, o a los dos. De la otra mitad había gran variedad para elegir. Eran treinta y un chicos; catorce niñas y diecisiete varones, bajo la tutela de cinco o siete hermanas.

En ese momento sus pasillos estaban vacíos, todos se preparaban para dormir. La hermana Camille estaba apostada en el umbral de la puerta del último de los cuartos, dónde dormían los niños de seis a once años. Cuando ya todos habían dicho sus plegarias y metido en sus camas, apagó la luz, cerró la puerta y se fue. Sus pasos resonaron en el corredor cada vez más lejanos.

Esperó un poco más a que todos se durmieran. Lo que normalmente llevaba diez o quince minutos. Los contaba en su cabeza, porque no tenía reloj ni tampoco había uno en la habitación.

Finalmente estaba solo. Se destapó y se sentó en la cama. El suelo estaba frío pero le gustaba ese cosquilleo en sus pies. Cuidando de no hacer mucho ruido, se agachó bajo su cama y sacó el libro que había atado con un cordel a las tablas. Caminó hasta la ventana oeste y giró la traba, se mordió los labios cuando el metal chirrió. Volteó a ver si había despertado a alguien. No, todo bien.

Abrió la ventana y se sentó en el borde con una pierna colgando sobre la acera. La brisa nocturna se sentía deliciosa en la piel. Miró hacia el cielo buscando a su compañera, y justo entonces las nubes se hicieron a un lado dejando pasar la luz de la Luna. Ella parecía acompañarlo gustosa cada noche.

Leyendas de todo el Mundo, era el título que había conseguido esa vez. Estaba en español pero no era un problema para él, había pasado por más países que por calendarios así que sabía español, un poco de portugués y ahora estaba aprendiendo el inglés americano. Deslizó el dedo por un lado del libro y encontró el marca páginas, una hojita de roble seca que había atesorado. Abrió el libro en dónde se había quedado y se sumergió en las historias de fieros vikingos y sus dioses arcaicos.


Esta es una historia inspirada principalmente en el MCU por lo tanto mucho de los personajes e ideas no me pertenecen, como a todos los que estamos aquí supongo pero a veces seguirá más la línea argumentativa de los cómics de Marvel, no quiero entrar en detalles para no aburrirlos. También van leer mucho sobre distintas mitologías porque es un tema que me encanta, y de mi imaginación.