ACLARACIÓN: Esta historia es una ADAPTACIÓN. Al final de la obra encontraran los créditos y nombres originales del autor y el libro.

Los personajes son propiedad de Hajime Isayama, autor de Shingeki no Kyojin.

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Créditos de la obra:

Autora: Julia Quinn

Titulo Original: When he was wicked

Título en español: El corazón de una Bridgerton

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Esta obra pertenece a la serie de libros LOS BRIDGERTON, y es la sexta historia de la saga.

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AL PUBLICAR ESTA OBRA EN FANFICTION NO SE GENERA NINGUNA GANANCIA MONETARIA PARA LA PLATAFORMA O USUARIOS. SI TE GUSTA LA HISTORIA, APOYA A LA AUTORA JULIA QUINN COMPRANDO SU LIBRO EN SITIOS WEB O DISTRIBUIDORES OFICIALES.

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ADVERTENCIA: La historia tiene OOC (out of character, fuera del personaje), también contenido-lenguaje solo para adultos.

ADAPTACION SIN ÁNIMO DE LUCRO, EL UNICO OBJETIVO DE ESTA OBRA ES EL ENTRETENIMIENTO DEL PÚBLICO Y EL APORTE A LA COMUNIDAD EREMIKA.

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AL PUBLICAR ESTA OBRA NO SE GENERAN GANANCIAS MONETARIAS O DE OTRO TIPO

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PRIMERA PARTE

Marzo de 1820, Londres

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CAPÍTULO 1

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no diría que la vida es maravillosa, pero no es tan terrible. Hay mujeres, al fin y al cabo, y donde hay mujeres, seguro que lo paso bien…

De una carta de Eren Jaeger, Regimiento de Infantería 52, a su primo Colt, conde de Paradise, durante las guerras napoleónicas

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En la vida de toda persona hay un momento crucial, decisivo. Un momento tan fundamental, tan fuerte y nítido que uno se siente como si le hubieran golpeado el pecho, dejándolo sin aliento, y sabe, sabe con la más absoluta certeza, sin la menor sombra de duda, que su vida nunca volverá a ser igual. En la vida de Eren Jaeger, ese momento ocurrió la primera vez que vio a Mikasa Ackerman.

Después de toda una vida seduciendo a mujeres, de sonreír ladinamente cuando ellas le seducían a él, de dejarse atrapar y luego volver las tornas hasta ser el vencedor, de acariciarlas, besarlas y hacerles el amor, pero sin comprometer jamás su corazón, le bastó una sola mirada a Mikasa Ackerman para enamorarse tan total y perdidamente de ella que fue una maravilla que se las arreglará para mantenerse en pie. Pero, por desgracia para él, el apellido de Mikasa continuaría siendo Ackerman solo treinta y seis horas más, porque la ocasión en que la conoció fue, lamentablemente, una cena para celebrar sus inminentes nupcias con el primo de él.

La vida era así de irónica, solía pensar cuando se encontraba de humor amable. Cuando se encontraba de humor menos amable empleaba un adjetivo totalmente distinto. Y desde que se enamoró de la mujer de su primo no era frecuente que se encontrara de humor amable. Ah, lo ocultaba muy bien, eso sí. No le convenía mostrarse triste ni abatido, porque entonces algún alma fastidiosamente perspicaz podría notarlo y, no lo permitiera Dios, hacerle preguntas acerca de cómo le iba la vida. Y si bien Eren Jaeger se enorgullecía, y no sin fundamento, de su capacidad para disimular y engañar (después de todo había seducido a más mujeres de las que alguien podría contar, y se las había arreglado para hacerlo sin que ni una sola vez lo retaran a duelo), bueno, la amarga verdad era que nunca antes había estado enamorado, y si hay una ocasión en que un hombre puede perder su capacidad de mantener la fachada ante preguntas francas, probablemente era esa.

Así pues, se reía, se mostraba muy alegre y animado, y continuaba seduciendo a mujeres, procurando no fijarse en que tendía a cerrar los ojos cuando les hacía el amor. Y había dejado de asistir a los servicios religiosos en la iglesia, puesto que no le veía ningún sentido ni siquiera a pensar en una oración por su alma. Además, la iglesia parroquial cercana a Paradise era muy vieja, databa de 1432, y seguro que las piedras, a punto de desmoronarse, no resistirían el golpe directo de un rayo. Y si Dios quería hacer sufrir a un pecador, no podría haber elegido a otro peor que él.

Eren Jaeger.

Pecador.

Veía su nombre acompañado por ese adjetivo en una tarjeta de visita. Incluso la habría hecho imprimir (ese era justamente su tipo de humor negro) si no hubiera estado convencido de que eso mataría a su madre en el acto. Bien podía ser un libertino, pero no había ninguna necesidad de torturar a la mujer que lo dio a luz. Era extraño que nunca hubiera considerado pecado la seducción de todas esas otras mujeres. Y seguía no considerándolo. Todas habían estado bien dispuestas, por supuesto; es imposible seducir a una mujer no dispuesta, por lo menos si se entiende la seducción en su verdadero sentido y se tiene buen cuidado de no confundirla con violación. Tenían que desearlo, y si no lo deseaban, si él percibía aunque solo fuera un asomo de inquietud o duda, se daba media vuelta y se alejaba. Sus pasiones nunca se descontrolaban tanto que lo hicieran incapaz de apartarse rápido y decidido. Además, nunca en su vida había seducido a una jovencita virgen, y nunca se había acostado con una mujer casada. Ah, bueno, tenía que seguir siendo sincero consigo mismo, aun cuando estuviera viviendo una mentira. Sí que se había acostado con mujeres casadas, con muchísimas, en realidad, pero solamente con aquellas cuyos maridos eran unos canallas, e incluso en esos casos, solo si ya habían dado a sus maridos dos hijos varones, y tres si uno de los niños parecía un poco enfermizo. Al fin y al cabo un hombre tiene que tener sus reglas de conducta.

Pero eso… eso sobrepasaba todos los límites, era total y absolutamente inaceptable. Ese era el único pecado (y tenía muchos) que finalmente le iba a ennegrecer el alma o, como mínimo, se la dejaría parecida al carbón, y eso suponiendo que mantuviera la fuerza para no actuar nunca según sus deseos. Porque eso… eso… Deseaba a la mujer de su primo. Deseaba a la mujer de Colt. De Colt. De Colt, el que, maldita sea, era para él más de lo que habría sido un hermano si lo tuviera. Colt, cuya familia lo acogió en su seno cuando murió su padre. Colt, cuyo padre lo crio y le enseñó a ser un hombre. Colt, con quien… Vamos, infierno y condenación, ¿es que necesitaba hacerse eso? Podía pasar una semana enumerando todos los motivos de por qué se iba a ir derecho al infierno por haber elegido a la mujer de Colt para enamorarse. Y ninguno de ellos cambiaría jamás una simple realidad. No podía tenerla. Nunca podría tener a Mikasa Ackerman de Jaeger Grice.

Pero sí podría servirse otra copa, pensó, emitiendo un bufido para sus adentros. Acomodándose en el sofá, se cruzó de piernas, observándolos, los dos sentados enfrente de él, riendo y sonriendo, echándose esas nauseabundas miraditas amorosas. Sí, otra copa le sentaría bien.

—Creo que sí —declaró, apurándola de un solo trago.

—¿Qué has dicho, Eren? —preguntó Colt, su audición excelente, como siempre, maldita sea. Eren esbozó una sonrisa excelentemente fingida y levantó su vaso de whisky.

—Simplemente que tenía sed —dijo, manteniendo la imagen perfecta del vividor.

Estaban en la casa Paradise de Londres, que no en Paradise a secas (ni casa ni castillo) de Escocia, donde él y su primo se criaron, ni en la otra casa Paradise de Edimburgo. Por lo visto no había ningún alma creativa entre sus antepasados, pensaba muchas veces; también había una casita de campo Paradise (si se puede llamar casita de campo a una mansión de 22 habitaciones), la mansión llamada Abadía Paradise y, lógicamente, la casa solariega Paradise. No sabía por qué a nadie se le ocurrió nunca poner su apellido a alguna de las residencias; «casa Jaeger» tenía un sonido bastante respetable, en su opinión. Solo podía suponer que los ambiciosos, y poco imaginativos, Jaeger de antaño estaban tan enamorados de su recién adquirido título de condes que no se les pasó por la mente ponerle otro nombre a nada.

Emitió otro bufido dentro del vaso de whisky. Era curioso que no bebiera Té Paradise ni estuviera sentado en un sillón estilo Paradise. En realidad, era probable que sí existieran esas cosas si su abuela hubiera encontrado la manera de hacerlas sin involucrar a la familia en el comercio. La formalista anciana era tan quisquillosa y orgullosa que cualquiera habría creído que era una Jaeger por nacimiento y no simplemente por matrimonio. Por lo que a ella se refería, la condesa de Paradise (ella) era tan importante como cualquier personaje elevado y más de una vez sorbió por la nariz disgustada cuando le tocó entrar en el comedor para una cena detrás de una marquesa o duquesa que también habían adquirido sus títulos por matrimonio. La Reina, pensó Eren, objetivamente; seguro que su abuela se habría arrodillado ante la reina, pero de ninguna manera se la podía imaginar siendo deferente con ninguna otra mujer. Habría aprobado a Mikasa Ackerman. Seguro que la abuela Jaeger habría arrugado altivamente la nariz al enterarse de que el padre de Mikasa era un simple vizconde, pero los Ackerman eran una familia muy antigua e inmensamente popular y, cuando les daba la gana, poderosa.

Además, Mikasa llevaba la espalda muy erguida, se comportaba con orgullo y tenía un sentido del humor irónico y subversivo. Si tuviera cincuenta años más y no fuera tan atractiva, habría sido una muy buena acompañante para la abuela Jaeger. Y ahora Mikasa era la condesa de Paradise, casada con su primo Colt, que era un año menor que él, pero en la familia Jaeger siempre se le había tratado con la deferencia debida al mayor; era el heredero, después de todo. Sus padres habían sido hermanos, pero el de Colt entró en el mundo dos años antes que el de él. Los dos años más cruciales en su vida, aun cuando en ese tiempo él todavía no vivía.

—¿Qué haremos para nuestro segundo aniversario? —preguntó Mikasa, atravesando el salón para ir a sentarse ante el piano.

—Lo que tú quieras —contestó Colt.

Entonces Mikasa se giró a mirar a Eren, el color gris de sus ojos vivo, vivo, incluso a la luz de las velas. O tal vez era que él sabía lo grises que eran sus ojos. Ese tiempo parecía soñar en gris; Gris Mikasa deberían llamar a ese color.

—¿Eren? —dijo ella, indicando con el tono que era una repetición.

—Lo siento, no estaba escuchando —contestó él, esbozando su sonrisa sesgada, lo que hacía con frecuencia. Nadie lo tomaba en serio cuando sonreía así, y de eso justamente se trataba.

—¿Se te ocurre alguna idea? —preguntó ella.

—¿Para qué?

—Para nuestro aniversario.

Si ella le hubiera arrojado una flecha, no podría habérsela clavado en el corazón con más fuerza. Pero se limitó a encogerse de hombros, puesto que era muy bueno disimulando.

—No es mi aniversario —dijo.

—Lo sé —dijo ella, y aunque él no la estaba mirando, tuvo la impresión de que había puesto los ojos en blanco.

Pero no los había puesto. Él sabía que no; esos dos años pasados había llegado a conocer dolorosamente bien a Mikasa, y sabía que nunca ponía los ojos en blanco. Cuando quería ser sarcástica o irónica o guasona, solo lo manifestaba en su voz y en un curioso gesto de la boca; no necesitaba poner los ojos en blanco. Simplemente miraba con esa mirada franca, sus labios un poco curvados y… Tragó saliva, por acto reflejo, y se apresuró a llevarse el vaso a los labios para disimularlo. No hablaba nada bien de él que se hubiera pasado tanto tiempo analizando la curva de los labios de la mujer de su primo.

—Te aseguro que sé muy bien con quién estoy casada —continuó Mikasa, pasando las yemas de los dedos por el teclado sin presionar ninguna tecla.

—No me cabe duda —masculló él.

—Perdón, ¿qué has dicho?

—Continúa.

Ella frunció los labios, impaciente. Él le había visto muchísimas veces ese gesto, por lo general cuando hablaba con sus hermanos.

—Te he pedido consejo porque siempre estás muy alegre —dijo ella.

—¿Siempre estoy muy alegre? —repitió él, aunque sabía que así era como lo veía el mundo. Al fin y al cabo lo llamaban el Alegre Libertino; pero detestaba oír esa palabra salida de la boca de ella. Lo hacía sentirse frívolo, hueco, insustancial. Entonces se sintió peor aún, porque tal vez eso era cierto.

—¿No estás de acuerdo? —preguntó ella.

—No, no es eso —musitó él—; simplemente no estoy acostumbrado a que me pidan consejo sobre cómo celebrar un aniversario de bodas, puesto que está claro que no tengo talento para el matrimonio.

—Eso no está nada claro.

—Ya estáis riñendo —comentó Colt riendo, y reclinándose en su asiento con el Times de esa mañana.

—Nunca has estado casado —continuó Mikasa—. ¿Cómo puedes saber, entonces, que no tienes talento para el matrimonio?

Eren consiguió esbozar una sonrisa satisfecha. —Creo que está muy claro para todas las personas que me conocen. Además, ¿qué necesidad hay? No tengo título, ni propiedad…

—Tienes propiedad —interrumpió Colt, demostrando que continuaba oyendo aunque tuviera la cara tapada por el diario.

—Solo un trocito de propiedad —enmendó Eren—, que me hará muy feliz dejarlo a vuestros hijos, puesto que me lo regaló Colt.

Mikasa miró a Colt, y Eren comprendió lo que estaba pensando: que Colt le había dado esa propiedad porque quería que él se considerara poseedor de algo, que sintiera que tenía una finalidad en su vida, de verdad. Desde que se retiró del ejército hacía unos años había estado desocupado, sin nada que hacer. Y aunque Colt nunca lo había dicho, él sabía que se sentía culpable por no haber tenido que luchar por Inglaterra en el continente, por haberse quedado en casa mientras él se enfrentaba al peligro solo. Pero Colt era el heredero de un condado; tenía el deber de casarse, de ser fructífero y multiplicarse. Nadie había esperado que fuera a la guerra.

Muchas veces había pensado si al regalarle esa propiedad, una hermosa y cómoda casa solariega con ocho hectáreas de terreno, Colt no habría querido castigarse. Y sospechaba que Mikasa pensaba lo mismo. Pero ella nunca lo preguntaría. Mikasa comprendía a los hombres con extraordinaria claridad, tal vez por haberse criado con todos esos hermanos. Sabía exactamente qué no preguntarle a un hombre. Y eso siempre le causaba un poco de preocupación. Creía que ocultaba muy bien sus sentimientos, pero, ¿y si ella lo sabía? Lógicamente nunca hablaría de eso, ni siquiera haciendo una mínima alusión. Él tenía la idea de que, irónicamente, eran muy parecidos en eso; si Mikasa sospechara que él estaba enamorado de ella, no cambiaría en nada su manera de tratarlo.

—Creo que deberíais ir a Paradise —dijo.

—¿A Escocia? —preguntó Mikasa, pulsando suavemente un Si bemol en el piano—. ¿Estando tan próxima la temporada?

Eren se levantó, repentinamente impaciente por marcharse; no debería haber venido, por cierto.

—¿Por qué no? —preguntó, en un tono de la más absoluta despreocupación—. Os encanta estar allí. A Colt le gusta. Y no es un trayecto muy largo, si están bien las ballestas.

—¿Vendrías tú? —preguntó Colt.

—Creo que no —contestó. Como si a él le interesara ser testigo de la celebración de su aniversario de bodas. En realidad, lo único que le haría eso sería recordarle lo que no podría tener jamás; y eso le recordaría su sentimiento de culpa. O se lo intensificaría. No necesitaba ningún recordatorio; vivía con él cada día. «No desearás a la mujer de tu primo». Moisés debió olvidarse de escribir ese mandamiento.

—Tengo mucho que hacer aquí —dijo.

—¿Sí? —exclamó Mikasa, con los ojos iluminados por el interés—. ¿Qué?

—Ah, pues, lo sabes —dijo él, travieso—. Todas esas cosas que tengo que hacer para prepararme para una vida de disipación y ocio.

Mikasa se levantó. Santo Dios, se levantó, y venía caminando hacia él. Eso era lo peor de todo: cuando lo tocaba. Ella le puso la mano en el brazo; él hizo un esfuerzo para no encogerse.

—Cómo me gustaría que no hablaras así —dijo ella. Eren miró por encima del hombro de ella hacia Colt, que había levantado el diario lo bastante alto para simular que no estaba oyendo.

—¿Es que quieres convertirme en tu obra? —preguntó, con muy poca amabilidad. Ella retiró la mano y retrocedió.

—Te tenemos cariño.

Te tenemos. Nosotros. No «yo», no Colt: nosotros. Un sutil recordatorio de que eran una unidad. Colt y Mikasa; lord y lady Paradise. Ella no lo decía con esa intención, lógicamente, pero así era como lo interpretaba él de todas formas.

—Y yo os tengo cariño a vosotros—dijo, deseando que entrara una plaga de langostas en el salón.

—Lo sé —dijo ella, sin darse cuenta de su sufrimiento—. No podría pedir un primo mejor. Pero deseo que seas feliz.

Eren miró a Colt, haciéndole un gesto que significaba: «Sálvame». Abandonando la simulación de que estaba leyendo, Colt dejó a un lado el diario.

—Mikasa, cariño, Eren es un hombre adulto. Encontrará la felicidad como lo vea conveniente. Cuando lo vea conveniente.

Mikasa frunció los labios y Eren comprendió que estaba irritada. No le gustaba que le frustraran sus planes, ni le gustaba reconocer que podría ser incapaz de ordenar a su satisfacción su mundo, y a las personas que lo habitaban.

—Debería presentarte a mi hermana —dijo. Buen Dios.

—Conozco a tu hermana —se apresuró a decir—. En realidad las conozco a todas, incluso a aquella que todavía llevan con rienda corta.

—No la llevan con… —se interrumpió y apretó los dientes—. Admito que Hanna no te conviene, pero Ilse es…

—No me voy a casar con Ilse —dijo él secamente.

—No quiero decir que tengas que casarte con ella. Solo que bailes con ella una o dos veces.

—He bailado con ella. Y eso es lo único que voy a hacer.

—Pero…

—Mikasa —dijo Colt, en tono muy amable pero con un sentido muy claro: «Basta».

Eren podría haberlo besado por su intervención. Claro que Colt solo creía que lo salvaba de una innecesaria y molesta intromisión femenina. No podía de ninguna manera saber la verdad: que él estaba intentando calcular cuál sería la magnitud de su sentimiento de culpa si estuviera enamorado de la mujer de su primo «y» de la hermana de esa mujer. Buen Dios, casado con Ilse Ackerman. ¿Es que Mikasa quería matarlo?

—Deberíamos salir a caminar —dijo Mikasa, repentinamente.

Eren miró por la ventana. En el cielo ya no quedaban vestigios de luz del día. —¿No es un poco tarde ya? —preguntó.

—No si voy acompañada por dos hombres fuertes. Además, las calles de Mayfair están bien iluminadas. Estaremos muy seguros. —Se giró a mirar a su marido—. ¿Qué te parece, cariño?

—Tengo una reunión esta noche —contestó Colt, sacando su reloj de bolsillo para mirar la hora —. Pero deberías ir con Eren.

Más prueba aún de que Colt no tenía ni la menor idea de sus sentimientos, pensó Eren.

—Los dos siempre lo pasáis muy bien juntos —añadió Colt.

Mikasa se volvió hacia Eren y le sonrió, introduciéndose otro poco más en su corazón. —¿Me harás ese favor? —le preguntó—. Estoy desesperada por salir a tomar aire fresco ahora que se fue la lluvia. Además, me he sentido un poco rara todo el día, debo decir.

—Sí, por supuesto —repuso Eren.

¿Qué otra cosa podía decir, si todos sabían que no tenía ninguna reunión ni cita? La suya era una vida de disipación esmeradamente cultivada. Además, le era imposible resistirse a ella. Sabía muy bien que debía mantenerse alejado, que no debía permitirse nunca estar solo en compañía de ella. Nunca actuaría según sus deseos, pero ¿de veras necesitaba someterse a ese tipo de sufrimiento? Igual acabaría solo en su cama, atormentado por la culpa y el deseo a partes iguales.

Pero cuando ella le sonreía, no podía decir que no. Y, la verdad, no era tan fuerte como para negarse una hora en su presencia. Porque su presencia era lo único que tendría en su vida. Nunca habría un beso, jamás una mirada significativa ni una caricia. No habría palabras de amor susurradas, ni gemidos de pasión. Lo único que podía tener de ella era su sonrisa y su compañía, y, patético idiota que era, estaba dispuesto a conformarse con eso.

—Dame un momento —dijo ella, deteniéndose en la puerta—. Tengo que ir a buscar algo de abrigo.

—Date prisa —dijo Colt—. Ya son pasadas las siete.

—Estaré segura, protegida por Eren —contestó ella, sonriendo con toda confianza—, pero no te preocupes, seré rápida—. Entonces sonrió a su marido con expresión traviesa—. Siempre soy rápida.

Eren tuvo que desviar la vista al ver que su primo se ruborizaba. Dios de los cielos, no tenía el menor interés en saber qué quería decir ella con «siempre soy rápida». Por desgracia, eso podía significar muchísimas cosas, todas ellas deliciosamente sexuales. Y era probable que se pasara la próxima hora clasificándolas en su mente, imaginándose que se las hacía a él. Se tironeó la corbata. Tal vez podría librarse de esa salida con Mikasa. Tal vez podría irse a casa y darse un baño con agua fría. O, mejor aún, encontrar una mujer de pelo azabache y largo bien dispuesta. Y si tenía suerte, de ojos grices también.

—Lo lamento —dijo Colt después de que Mikasa saliera.

Eren se giró a mirarle la cara. No podía ser que se refiriera a la traviesa insinuación de Mikasa.

—Su intromisión —añadió Colt—. Eres bastante joven. No tienes por qué casarte todavía.

—Tú eres más joven que yo —dijo Eren, simplemente por llevar la contraria.

—Sí, pero conocí a Mikasa —dijo Colt, encogiéndose de hombros, en gesto de impotencia, como si eso lo explicara todo. Y claro que lo explicaba.

—No me fastidia su intromisión —dijo Eren.

—Sí que te fastidia. Lo veo en tus ojos.

Y ese era el problema; Colt se lo veía en los ojos. No había nadie en el mundo que lo conociera mejor que él. Si algo le molestaba, Colt siempre lo notaba. El milagro era que no comprendiera la causa de su molestia.

—Le diré que te deje en paz —dijo Colt—, aunque tienes que saber que solo te regaña porque te quiere.

Eren solo consiguió esbozar una sonrisa, aunque le salió tensa. No logró encontrar palabras para contestar.

—Gracias por acompañarla en el paseo —continuó Colt, levantándose—. Ha estado irritable todo el día, por la lluvia. Me dijo que se sentía muy encerrada.

—¿A qué hora tienes tu reunión? —le preguntó Eren, cuando iban saliendo al vestíbulo.

—A las nueve. Mi reunión es con lord Liverpool.

—¿Asuntos parlamentarios?

Colt asintió. Se tomaba muy en serio su puesto en la Cámara de los Lores. Muchas veces Eren se preguntaba si él se habría tomado con tanta seriedad ese deber si hubiera nacido lord. Probablemente no. Pero claro, eso no tenía ninguna importancia, ¿verdad? Observó que Colt se friccionaba la sien izquierda.

—¿Te sientes mal? Te veo algo…

No terminó la frase porque en realidad no sabía bien qué le encontraba. No estaba bien, eso era lo único que sabía. Y conocía a Colt. Por dentro y por fuera. Probablemente lo conocía mejor que Mikasa.

—Un maldito dolor de cabeza —masculló Colt—. Lo he tenido todo el día.

—¿Quieres que llame para que te traigan un poco de láudano?

Colt negó con la cabeza.

—Detesto esa porquería. Me embota la mente y necesito estar despierto para la reunión con Liverpool.

Eren asintió.

—Estás pálido —dijo. Vamos, ¿qué sabía él? No era probable que hiciera cambiar de opinión a Colt respecto al láudano.

—¿Sí? —preguntó Colt, haciendo un mal gesto al presionarse con más fuerza la sien—. Creo que me voy a acostar un rato, si no te imponzjjzrta. Tengo toda una hora todavía, antes de salir.

—Muy bien. ¿Quieres que le diga a alguien que te despierte?

Colt negó con la cabeza.

—Yo mismo se lo pediré a mi ayuda de cámara.

Justo en ese momento Mikasa bajó la escalera, envuelta en una capa larga color azul medianoche.

—Buenas noches, señores —dijo alegremente, encantada por tener toda la atención masculina. Pero al llegar al pie de la escalera, frunció el ceño. —¿Te pasa algo, cariño? —le preguntó a Colt.

—Me duele un poco la cabeza. No es nada.

—Deberías echarte un rato.

Colt se las arregló para esbozar una sonrisa. —Acababa de decirle a Eren que eso es lo que pienso hacer. Le diré a Simons que me despierte a tiempo para ir a la reunión.

—¿Con lord Liverpool?

—Sí, a las nueve.

—¿Es por los seis decretos de ley?

Colt asintió.

—Sí, y la vuelta del patrón oro. Te lo expliqué en el desayuno, si lo recuerdas.

—Procura… —sonriendo, Mikasa se interrumpió y negó con la cabeza—. Bueno, ya sabes lo que pienso.

Colt sonrió y se inclinó a darle un beso en los labios. —Siempre sé lo que piensas, cariño.

Eren simuló que miraba hacia otro lado.

—No siempre —dijo ella, en tono cálido y travieso.

—Siempre cuando importa —dijo Colt.

—Bueno, eso es cierto. Y en eso quedan mis intentos de ser una dama misteriosa.

Él volvió a besarla. —Te prefiero como un libro abierto.

Eren carraspeó para aclararse la garganta. Eso no debería resultarle tan difícil; después de todo Colt y Mikasa no estaban actuando de modo distinto a lo normal. Eran, como se comentaba en la alta sociedad, como dos guisantes en una vaina, maravillosamente de acuerdo y espléndidamente enamorados.

—Se hace tarde —dijo Mikasa—. Debería salir ya, si quiero tomar un poco de aire fresco.

Colt asintió y cerró los ojos un momento.

—¿Seguro que estás bien?

—Estoy bien. Es solo un dolor de cabeza.

Mikasa cogió el brazo que le ofrecía Eren y cuando iban llegando a la puerta, dijo a Colt por encima del hombro: —No olvides tomar láudano cuando vuelvas de la reunión. Sé que ahora no tomarás.

Colt asintió, con la expresión cansada y comenzó a subir la escalera.

—Pobre Colt —dijo Mikasa cuando salieron al fresco aire nocturno. Hizo una inspiración profunda y exhaló un largo suspiro—. Detesto los dolores de cabeza. Siempre me dejan especialmente deprimida.

—Yo nunca tengo dolor de cabeza —comentó Eren, llevándola por la escalinata hasta la acera.

Ella levantó la cara hacia él, con una comisura de la boca levantada en esa sonrisa tan dolorosamente conocida.

—¿No? Qué suerte la tuya.

Eren casi se echó a reír. Ahí estaba, paseando por la noche con la mujer que amaba. Qué suerte la suya.

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NOTA: Como en esta historia Eren y Colt son primos, cambie el apellido de Colt, siendo Jaeger su primer apellido y Grice como el segundo, por lo tanto, Mikasa al ser su esposa se apellida Jaeger.

IMPORTANTE: Esta historia no es la segunda parte de "Unidos por el Destino", si pertenece a la misma serie pero es una historia independiente.