Capítulo 1

Castillo de Dirleton, Escocia

Acompañado por una parte de su ejército de guerreros, Sasuke Uchiha había regresado al hogar de su infancia, la fortaleza de Dirleton, situada en un afloramiento rocoso en East Lothian, para celebrar las nupcias de su primo Obito con la joven Rin.

Sasuke y sus dos hermanos Shisui e Itachi observaban cómo su recién casado primo bebía junto a su mujer, cuando el primero, al ver cómo Shisui le sonreía a su novia, comentó:

—Temari hoy está preciosa.

Shisui asintió en el acto. La chica a la que amaba desde niño era una auténtica belleza que llamaba la atención de todo el mundo.

—Es la más bonita del lugar —murmuró.

Itachi sonrió, puesto que su hermano y Temari eran la pareja perfecta. Pero entonces, al ver que Sasuke contemplaba a una mujer que estaba más allá, cuchicheó:

—Mejor no la mires.

Al oír a su hermano pequeño, Shisui siguió la dirección de su mirada y soltó un suspiro cuando vio a quién se refería.

—Tarde se lo dices, Itachi —comentó.

El aludido parpadeó con sorpresa.

—¿Te estás viendo con ella? —preguntó dirigiéndose a Sasuke.

Este último sonrió. La mujer de la que hablaban era Hinoko Uchiha, la muchacha que años atrás había ocupado sus pensamientos y que terminó casándose con otro.

Con el tiempo, Hinoko había pasado de ser una jovencita espabilada y educada a convertirse en una mujer preciosa, elegante y sofisticada. Había enviudado hacía unos tres años, y en ese tiempo Sasuke y ella habían vuelto a verse.

Molesto, Itachi se dispuso a protestar. El dolor que su hermano Sasuke había ocultado para que su madre no sufriera y saber que se tuvo que marchar de Dirleton para alejarse de aquella mujer y de sus circunstancias era algo que no le había perdonado a Hinoko.

—Pensaba que eras más listo —susurró al ver su sonrisa—, pero...

—Hermano —lo cortó Sasuke—, ¿acaso no ves que es una preciosa y distinguida mujer digna de admirar?

—Pero esa mujer...

Sin ganas de explicarle por qué se veía con ella, Sasuke volvió a interrumpirlo.

—Fin del asunto —soltó.

Shisui e Itachi intercambiaron una mirada. No les gustaba en absoluto que Hinoko estuviera de nuevo en la vida de su hermano, pero aun así Shisui sentenció:

—Como él ha dicho, ¡fin del asunto!

A continuación se quedaron unos instantes en silencio, hasta que Sasuke preguntó dirigiéndose a Shisui:

—¿Cuándo vas a hacer de Temari una Uchiha?

Él se olvidó de Hinoko y sonrió al oírlo.

—¿Esa sonrisa de bobo significa que pronto celebraremos otra boda? —inquirió Itachi.

Shisui asintió. La belleza y la dulzura de Temari lo traían loco. Y, sacándose del bolsillo del pantalón un anillo que había comprado días antes, declaró:

—Se lo voy a pedir esta noche, cuando la acompañe a su casa.

Sasuke e Itachi se miraron sorprendidos. Al parecer, Shisui lo tenía claro, y comenzaron a reír mientras le daban la enhorabuena discretamente. Divertidos, los tres hermanos sonreían cuando el patriarca del clan, el laird Fugaku Uchiha, se acercó a ellos y preguntó orgulloso:

—¿Puedo saber de qué se ríen mis hijos?

Ellos se miraron entre sí divertidos. La noticia debía darla Shisui, y, después de que este lo hubiera hecho, su padre lo felicitó abrazándolo. Durante unos minutos padre e hijos charlaron y rieron, hasta que Shisui cuchicheó viendo que Mikoto, su madre, se aproximaba a ellos:

—Ahora solo queda decírselo a madre...

Todos suspiraron al oírlo. La matriarca era harina de otro costal en lo referente a las mujeres.

—Sasuke —dijo ella al llegar a su altura—, mi amiga Mari acaba de contarme que antes de venir aquí pasaste por Edimburgo a visitar a su sobrina, Hinoko Uchiha… Pero ¿cómo no me lo habías dicho, hijo?

—¿Hinoko Uchiha? —preguntó Fugaku sorprendido.

Sasuke sonrió al ver a Mikoto emocionada: que su hijo y aquella se entendieran era una de las mejores cosas que le podían pasar.

—¿Se puede saber qué te pasa? —inquirió ella al observar el gesto ofuscado de su marido.

Fugaku miró a Sasuke con complicidad, y este le indicó con su expresión que callara. Mikoto ignoraba cómo se habían desarrollado los acontecimientos.

—Nada, mujer —respondió Fugaku resoplando—. Es solo que tanta música me aturulla.

Encantada y feliz, ella sonrió y, mirando a Sasuke, que había permanecido en silencio, insistió:

—Hijo, ¿piensas responderme? ¿Te ves o no con Hinoko?

Itachi le dio un codazo a su hermano y este, volviendo en sí, contestó:

—De acuerdo, madre, nos estamos viendo, pero...

—Oh, Dios santo, querido, ¡qué felicidad! —exclamó ella.

Sasuke suspiró. Hinoko era una hermosa viuda adinerada que a su madre y a otras madres les encantaba por la buena posición que ocupaba en la corte.

—Hijo..., hijo..., hijo..., ¡qué alegría! —volvió a decir la mujer—. ¡Hinoko, nada menos!

Pero él, que la conocía de sobra, replicó:

—Madre, no comiences a hacer castillos en el aire.

No obstante, Mikoto ya se veía formando parte del selecto grupo de Hinoko.

—Nada me gustaría más que organizar un precioso enlace matrimonial para ti y para Hinoko... —añadió—. ¡Sería fantástico que te casaras con ella!

Itachi resopló, y Sasuke, dispuesto a cortar ahí la conversación, sentenció:

—Fin del asunto.

Mikoto maldijo. Aquella joven viuda, sobrina de su amiga, que en Edimburgo era tratada por los nobles casi como si fuera una princesa, era la nuera ideal que ella merecía. Y cuando iba a hablar de nuevo, Sasuke se le adelantó.

—Madre, no.

Sus hermanos y su padre volvieron a reír; sin embargo, Mikoto insistió:

—Según dice Mari, Hinoko borda maravillosamente bien, canta como los ángeles y es una excelente mujercita de su casa.

Sasuke sonrió al oír eso. Shisui también. Hinoko era buena en muchas cosas que su madre ni siquiera imaginaba.

—No sé de qué os reís —gruñó ella.

Shisui, conocedor de muchas cosas de las que era mejor no hablar allí, tras mirar a Temari, que bailaba, indicó:

—Madre, nos reímos porque ni a Sasuke ni a Itachi ni a mí nos emociona el hecho de que alguien sepa bordar.

—Pues bordar proporciona distinción a una mujer —protestó Mikoto.

Los tres hermanos se miraron con complicidad mientras su padre, agarrando a su mujer, iba a hacerle una carantoña, pero ella se zafó.

—Por favor, Fugaku, ¡déjate de tonterías! —exclamó.

El hombre la soltó. Adoraba a su esposa, a pesar de lo fría que podía ser en ocasiones. Una frialdad que hacía que los abrazos o las palabras cariñosas no formaran parte de sus vidas. Estaba suspirando por eso cuando ella añadió:

—En cuanto comience una nueva pieza de música, tú, Shisui, saca a bailar a Ino Yamanaka; Itachi a Izumi Uchiha y Sasuke...

—Madre —la cortó el último—, creo que soy lo suficientemente mayor para elegir con quién quiero bailar, y déjame decirte que Shisui e Itachi también.

Mikoto parpadeó con gracia. Desde siempre, sus hijos se defendían los unos a los otros. Y, dando un paso hacia delante para acercarse a Sasuke, cuchicheó:

—Me da igual lo mayor que seas. Eres mi hijo y me vas a obedecer.

Los hombres soltaron una risotada al oír eso, pero Mikoto, acostumbrada desde hacía mucho a lidiar con su marido y sus tres hijos varones, agregó:

—No me impresionáis con vuestras carcajadas de rudos escoceses. Y os pongáis como os pongáis, vais a hacer lo que yo os digo, o juro por san Ninian que esta noche será la peor de vuestras vidas, porque yo misma me voy a encargar de que así sea.

—¡Madre! —le reprochó Shisui divertido.

No obstante ella, sin dejarse amilanar, miró a su marido e insistió:

—Y tú, Uchiha, sería de agradecer que me apoyaras frente a nuestros hijos en vez de reírte con ellos para hacerme parecer tonta.

Fugaku miró a los muchachos. Los adoraba, como adoraba a su mujer.

—Querida, no empecemos —cuchicheó.

Mikoto miró a su marido, que era el laird del clan.

—Uchiha, por si no te has dado cuenta, estoy intentando encontrar unas esposas dignas de nuestros hijos con la finalidad de que tengan un futuro dichoso —gruñó.

Oír eso los hizo reír de nuevo a todos, por lo que este, sin tocar a su mujer para no volver a ser rechazado, susurró:

—Entonces, mi señora, siempre y cuando ellos acepten lo que propones, cuentas con todo mi apoyo.

—¡Menudo apoyo me das! —se quejó Mikoto.

Fugaku y su mujer se miraron.

—Madre, bailaré con Temari —terció Shisui.

—No empecemos.

—Madre —protestó él—, no empieces tú.

Ella suspiró. Sin embargo, no deseaba enfadarse con su hijo.

—Pero, Shisui... —insistió.

—Madre —la cortó él—, mi corazón se desboca cada vez que la miro, y es mi elegida.

—Hijo..., ¿tengo que volver a recordarte que es una Sabaku sin tierras ni nada que ofrecer?

Los hombres resoplaron. Aquella conversación ya la habían tenido cientos de veces. Y entonces Shisui, convencido de lo que iba a hacer, le enseñó el anillo que había comprado días antes en Edimburgo.

—Pues asúmelo, madre —declaró—. Eppie, sin ser una Kazahana, una Uchiha, una Sarutobi, una Nara ni cualquier otra mujer de un clan amigo, será mi esposa porque esta noche se lo voy a pedir.

—¡No te atreverás! —susurró ella al ver el anillo.

—Por supuesto que sí.

Horrorizada, la mujer miró a su marido e insistió:

—Fugaku, ¡dile algo!

Él se encogió de hombros divertido.

—Es su vida, querida, y Temari es un encanto... ¿Qué le voy a decir?

Enfadada, Mikoto se disponía a protestar cuando Shisui sentenció:

—Madre, Temari y yo nos casaremos y será una Uchiha.

Sasuke e Itachi sonrieron por la felicidad de su hermano. El padre abrazó gustoso por la buena nueva a su hijo, mientras su madre, sin moverse, musitó montando en cólera:

—Te estás equivocando, Shisui.

—¡Madre! —le reprochó Itachi.

Pero ella siempre que se enfadaba perdía los papeles. Gritaba o lloraba. El carácter de Mikoto era complicado. Y, cuando vio que todos la miraban, añadió:

—Mi intuición de madre me dice que no es la apropiada para ti.

—¿Por qué será que toda mujer que no sea la que tú escoges nunca te da buena sensación? —señaló Sasuke con mofa.

—Porque no son buenas. Fin del asunto.

—¡Ya estamos! —gruñó Itachi mirando de reojo a una muchacha llamada Kin Tsuchi.

Su madre negó con la cabeza y, dirigiéndose al que acababa de hablar, que era el segundo de sus tres hijos, soltó:

—Precisamente tú deberías callar. Fui yo la que te advirtió de que esa Hyūga te iba a traer problemas.

Itachi maldijo y guardó silencio. Recordó la experiencia vivida con Natsu Hyūga y, le gustara o no, debía reconocer que su madre aquella vez había tenido razón.

Al ver el gesto serio de su hermano, Sasuke le dio un codazo y, cuando este sonrió, Shisui, que era el mayor y más tranquilo de los tres, se guardó el anillo y señaló:

—Pues lo siento, madre. Me da igual lo que diga tu intuición porque Temari es la mujer que ha elegido mi corazón, y aunque...

—¡Me niego! —lo cortó ella—. Los Sabaku nunca me han gustado.

—Mikoto —le recriminó su marido.

Pero ella necesitaba decir lo que pensaba, por lo que insistió:

—Esa muchacha nunca ha sido santo de mi devoción, y bien que lo sabes.

—Y si no lo sabe, ya te has encargado tú siempre de recordárselo. —Itachi se mofó.

—Entiendo que estés deslumbrado por su belleza —prosiguió la mujer tras intercambiar una enfadada mirada con aquel—, pero esa muchacha ¡es poco para ti!

—Pero, madre, si Temari es dulce y encantadora —musitó Sasuke.

—Encantadora de serpientes, además de sosa y anodina... —protestó ella. Los hermanos se miraron entre sí. Cuando a su madre se le metía algo en la cabeza, era dura de pelar.

—¡Madre! A mi mujer la elegiré yo —afirmó Shisui incómodo.

—Escucha, hijo —insistió ella—. Los Sabaku son mentirosos, ladrones y egoístas. Son como los Senju o los Akimichi o los...

—¡Ya estamos! —cuchicheó Fugaku.

—Esa Temari... ¡es una Sabaku! —continuó Mikoto, deseosa de tener la razón—. No te puedes fiar de ella porque, cuando menos lo esperes, ¡te la puede jugar!

—¡Madre! Eso que dices no está bien —se quejó Itachi.

Shisui resopló, odiaba que su madre generalizara, e indicó tras mirar a su hermano Itachi:

—Madre, ni los Sabaku ni Temari tienen que agradarte a ti, sino a mí. ¿Por qué no me das un abrazo y la enhorabuena por mi decisión como haría cualquier madre?

Oír eso molestó a la matriarca. Su desapego siempre le había impedido dar besos y abrazos, y, molesta, iba a protestar cuando Shisui, viendo que era incapaz de hacer lo que le había pedido, sentenció:

—Vale, acabemos con esto. Es la boda de Obito y no quiero que nada enturbie su bonito día y, menos aún, que nada empañe la felicidad que siento por lo que estoy a punto de hacer.

Mikoto rechinó los dientes. Que sus hijos hubieran crecido y ya tomaran sus propias decisiones era algo que no llevaba muy bien. Como la única mujer que era entre sus hijos varones, su marido y su hermano, siempre había decidido por ellos, y utilizando eso que sabía que siempre la había beneficiado, que eran los lloros, susurró con voz temblorosa mientras se le llenaban los ojos de lágrimas:

—La tristeza me embarga...

—Mikoto..., no me llores —murmuró Fugaku empatizando rápidamente con ella.

Ninguno de los guerreros llevaba bien aquello. Las lágrimas de Mikoto, que por lo general era una mujer tan fría, podían con ellos, y Sasuke, deseoso de no ver llorar a su progenitora, se apresuró a decir:

—Madre, bailaré con Hinoko e Itachi lo hará con quien tú dices, pero Shisui bailará con Temari. Dos de tres... ¡Eso debería alegrarte!

La mujer hizo un nuevo puchero. Ella querría que los tres la obedeciesen, no solo dos. Y entonces Itachi, consciente de que Sasuke lo hacía para facilitarle las cosas a Shisui, insistió:

—Vamos, madre, ¡sonríe! Sabes que tu sonrisa ilumina nuestras vidas.

Sin muchas ganas, pues la sonrisa era algo que apenas utilizaba, la mujer volvió a hacer un puchero mirando a Shisui, pero este no claudicó. Y Sasuke insistió cogiéndole las manos:

—Madre, a veces tu exigencia es abrumadora.

Oír eso hizo que finalmente Mikoto suspirara y dejara de lloriquear.

—Malditos Uchiha... —soltó—. De acuerdo, ¡me serenaré!

Los demás sonrieron felices. La llantina de su madre se fue tal como había llegado y, minutos después, brindaban junto al resto de los invitados a la boda por la felicidad de Obito e Rin.

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Como los buenos Uchiha que eran todos, la fiesta duró horas, durante las cuales comieron, bebieron y bailaron.

Ya bien entrada la noche, Sasuke y Inabi Uchiha, su amigo y hombre de confianza, tras despedirse de Shisui, que se marchaba ilusionado a llevar a Temari a su casa, se acercaron hasta el lugar donde Fugaku conversaba con unos hombres.

—Esas tierras eran nuestras —comentó él mirándolos—. ¡Eran de los Uchiha! Le prometí a mi padre que las recuperaría, y pienso hacerlo antes de morir. Además, sé por mi hijo Sasuke, que vive cerca, que están abandonadas. Nadie las trabaja. Nadie las cuida. Si las recuperara, Sasuke se afincaría allí con su negocio de caballos y ganado, porque nada me haría más feliz que morirme sabiendo que un Uchiha es de nuevo el dueño de esas tierras.

Sin necesidad de preguntar, Sasuke y Inabi sabían que Fugaku hablaba de las tierras que un Senju le había arrebatado una noche de borrachera a su tatarabuelo; el primero suspiró e iba a hablar cuando Lean Uchiha dijo:

—Me consta que Hashirama Senju está vendiendo tierras en Inverness.

—¿El Diablo de Escocia? —preguntó Fugaku.

Su primo Lean asintió.

—Sí. Y lo sé porque hace menos de un mes le vendió unas tierras al marido de mi cuñada Sybilla y le dijo que su intención era vender algunas más.

Aquello interesó a Fugaku. Él y Hashirama Senju, al que todos conocían como «el Diablo de Escocia» por lo sangriento que había sido en el pasado, nunca fueron amigos. Las pocas veces que se habían visto en alguna junta de clanes se habían respetado, a pesar de las reticencias que su mujer tenía contra los Senju.

—En cuanto podamos, partiremos a la costa oeste de Argyll para visitar a Hashirama Senju —señaló mirando rápidamente a su hijo Sasuke.

—Padre... —dijo Sasuke contrariado, pensando en su madre—. ¿Seguro?

Fugaku asintió.

—Pero no estás bien —insistió él—. Te fallan las fuerzas y...

—Muchacho, ¡soy un Uchiha! —lo cortó con aspereza—. Y para recuperar nuestras tierras sigo teniendo fuerza y empeño. Por tanto, no repitas lo que acabas de decir.

Inabi y Sasuke se miraron y, cuando Fugaku siguió hablando, el primero susurró:

—Tu padre está decidido.

—Verás cuando se entere madre... ¡Odia a los Senju! —Sasuke suspiró encogiéndose de hombros mientras veía que Hinoko le hacía señas para que se encontraran en las caballerizas.