Capítulo 2

La petición de matrimonio por parte de Shisui a Temari aquella noche fue felizmente aceptada por la joven y sus familiares, quienes, dichosos por emparentarse con el linaje del laird, saltaban risueños por la suerte que habían tenido.

Mikoto, que no estaba en absoluto contenta con ello, decidió callar mientras en secreto buscaba la forma de impedir la boda.

Por su parte, a Sasuke le gustaba estar en casa con su familia, aunque ver a su padre tan desmejorado por la dolencia que padecía le partía el corazón. La enfermedad de Fugaku los tenía a todos en un sinvivir, pero no se podía hablar del tema porque él así se lo había exigido, y ellos intentaban respetarlo.

Fugaku estaba ampliando el lado oeste de la fortaleza y toda ayuda era poca, por lo que todos echaban una mano, incluidos los hombres de Sasuke. A Mikoto aquella ayuda le desagradaba, aunque no decía nada. El hecho de que algunos de los guerreros de su hijo fueran de clanes no amigos la incomodaba. ¿Cómo podía fiarse Sasuke de ellos?

Así pasaron tres semanas.

Durante ese tiempo Sasuke viajó a Edimburgo para verse con Hinoko, algo que su madre aplaudía, aunque él había decidido no prestarle atención.

Acompañado de su padre y sus hermanos, Sasuke compró varios caballos por los alrededores para llevarlos a Keith. Los animales eran una maravilla, y sin duda, una vez que criaran le darían más valor a su negocio.

Una de esas noches, mientras regresaba junto a Inabi y su hermano Itachi de Edimburgo, antes de llegar a la fortaleza encontraron en medio del campo el caballo de Shisui. Eso los sorprendió y, apeándose de los suyos, emprendieron la búsqueda de este último.

Por suerte, de inmediato dieron con él, que estaba sentado solo sobre una roca. Itachi, Inabi y Sasuke se acercaron a él y, al verlo malherido, lo auxiliaron angustiados.

Pero ¿qué le había ocurrido?

Shisui tenía sangre en las manos, en el rostro y en la ropa, pero estaba consciente. Horrorizados al verlo, quisieron llevarlo al castillo, pero él se negaba, no había manera de moverlo de allí. Así pues, decidieron limpiar sus heridas, que comprobaron que no eran tan graves como en un principio habían creído, y esperar a que se despejara.

Durante más de tres horas los hermanos y Inabi permanecieron sentados en silencio a la luz de la luna. Si Shisui no quería hablar, se lo respetarían. Pero, de pronto, este susurró mirándose los nudillos destrozados de la mano:

—Madre tenía razón.

Itachi y Sasuke no entendían a qué se refería. Shisui, el mayor de los hermanos, siempre había sido el juicioso de la familia, el más tranquilo; le seguía Itachi y, por último, Sasuke.

—Soy un idiota... —añadió—, un idiota..., un idiota...

—No digas bobadas —le recriminó Inabi.

—¿Qué dices, Shisui? —inquirió Itachi preocupado.

—Los Sabaku no son de fiar, como dice madre. ¡Deberían arder todos en la hoguera! —exclamó mirando la sangre de su ropa.

—Retira inmediatamente eso —le ordenó Itachi molesto.

Shisui negó con la cabeza enfadado y protestó mirándolo:

—No pienso hacerlo.

Sasuke no quería meterse en la discusión entre sus hermanos, pero al ver el estado en el que Shisui se encontraba siseó malhumorado:

—Si ha sido un Sabaku quien te ha hecho esto, juro que lo va a pagar.

Shisui suspiró y, mirando a su hermano menor, susurró enseñándole un anillo:

—Un Sabaku me ha destrozado el corazón, pero las heridas que tengo me las he provocado yo mismo por lo furioso que estaba.

Oír eso y ver el anillo hizo que Sasuke y Inabi se miraran; entonces el primero preguntó sin dar crédito:

—¡¿Temari?!

Shisui finalmente asintió y, retirándose el pelo de los ojos, indicó:

—Madre me dijo que tío Dotō tenía encargadas unas cosas al herrero Gaku Inuzuka. Fui a recogerlas y... y...

—¡¿Y...?! —quiso saber Itachi.

Shisui soltó aire por la boca muy enfadado y soltó:

—Por la ventana vi a Temari..., desnuda, durmiendo en la cama del herrero.

Los tres guerreros se miraron boquiabiertos. Oír eso era lo último que esperaban, y menos de Temari, que siempre les había parecido una buena muchacha. Entonces Shisui, levantándose con gesto serio, murmuró mientras se guardaba el anillo:

—Quedáis advertidos. Madre tenía razón en lo referente a las mujeres.

Sasuke e Itachi se miraron y, cuando el segundo se disponía a contestar, su enfurecido hermano los apremió:

—Regresemos a la fortaleza.

Sin saber qué decir, todos montaron en sus caballos en silencio.

—Yo mismo se lo explicaré a madre —declaró Shisui al cabo—. Ha de saber que llevaba razón.

Una vez que llegaron a la fortaleza y Inabi se quedó al cargo de los caballos, los tres hermanos entraron por la puerta principal y se encontraron con su madre, que estaba sentada frente a la enorme chimenea. Esta sonrió al ver a sus hijos, aunque la sonrisa se le congeló en el rostro cuando observó el aspecto de Shisui.

—Por todos los santos, Shisui... —exclamó levantándose rápidamente—. ¿Qué te ha ocurrido?

El aludido miró a sus hermanos con gesto de enfado y por último respondió a su madre:

—Como tú dijiste, los Sabaku no son de fiar.

Boquiabierta por aquello, y viendo el aspecto de su hijo, Mikoto tragó saliva.

—¿Qué ha pasado, hijo? —preguntó.

Shisui tomó aire. En su memoria aún estaba muy viva la escena de cómo había entrado en la herrería para arrebatarle el anillo a Temari. Ella, con el gesto descompuesto, quiso hablar con él, pero, tras darle un puñetazo al herrero, Shisui se marchó de allí.

—Encontré a Temari en la cama de Gaku Inuzuka —explicó con gesto agrio al tiempo que le mostraba el anillo a su madre.

—¡Por san Ninian! —musitó la mujer.

Aquella muchacha nunca le había gustado. Desde niños Shisui había bebido los vientos por aquella joven tan agraciada de carita dulce, pero a Mikoto ella nunca le gustó. Y cuando estaba pensando qué decirle a su hijo, este sentenció arrojando el anillo a la chimenea encendida:

—Esa Sabaku ya nunca será parte de esta familia.

—De eso no te quepa la menor duda —convino ella.

Y, sin más, con rabia y fuego en los ojos, Shisui dio media vuelta y se encaminó a su habitación.

Al ver aquello Sasuke miró a Itachi y le indicó con un gesto que siguiera a su hermano. Cuando este desapareció, Sasuke se acercó a su demudada madre, que no se había movido del sitio, y susurró:

—Se repondrá. Shisui es fuerte.

Mikoto asintió. Sabía que todos sus hijos eran fuertes. Sin embargo, musitó:

—Espero que esto te demuestre que debes buscar una mujer que te convenga. Sasuke, hijo, sé listo y no dejes escapar a Hinoko. Esa sí que es una buena mujer.

Él no respondió. Tenía su propia opinión con respecto a ella.

—Cuando os digo cosas que no os gustan es por vuestro bien —declaró su madre con frialdad acercándose a la chimenea—. En ocasiones las madres intuimos cosas difíciles de entender y de explicar, y por eso algo me decía que esa maldita Sabaku no era para mi Shisui. Que le partan el corazón a cualquiera de mis hijos significa que me lo parten también a mí, porque el sufrimiento de un hijo es una de las peores cosas que una madre puede sentir.

—Tranquila...

En ese momento Fugaku, el patriarca, apareció en el salón. Iba mirando unos papeles y, al ver a Sasuke, se dirigió a él:

—Dentro de un par de días partiremos hacia el castillo de Sween. He enviado a un hombre para que avise a Hashirama Senju de que quiero hablar con él.

Sasuke asintió y Mikoto preguntó levantando la voz:

—¿Vas a ver a Hashirama Senju?

—Sí.

—¿Y por qué vas a visitar a los Senju?

Fugaku resopló. Ya se había imaginado que le haría esa pregunta y, cuando iba a contestar, su mujer gruñó:

—¡Por san Fergus! ¿Cuándo vas a olvidarte de esas malditas tierras?

—¡Nunca! —bramó él—. Le prometí a mi padre que esas tierras volverían a ser de los Uchiha y no pienso morir sin conseguirlo.

—¡Odio a los Senju!

Fugaku suspiró. El desprecio de su esposa hacia aquel clan era algo que a él no lo había envenenado.

—Siento tu odio hacia ellos —repuso—, pero yo quiero cumplir mi promesa y no cesaré en mi empeño hasta conseguirlo.

Oír eso hizo que a Mikoto se le llenaran los ojos de lágrimas. Si algo sabía era manejar los sentimientos de quienes la rodeaban. Entonces su marido, conmovido por ello, preguntó:

—¿Por qué lloras, mi amor?

Omitiendo lo que pensaba en referencia a lo de «mi amor», la mujer le habló de lo que le había ocurrido a Shisui. Tarde o temprano se enteraría, y mejor que fuera por ella que por otros.

Durante un rato los tres debatieron sobre lo ocurrido. Fugaku estaba furioso.

—Como dice nuestro lema, la lealtad se premia, pero la deslealtad se castiga —siseó.

Su esposa asintió y, mirando a su marido y a su hijo, sentenció:

—La mujer que le hace daño a mi familia no merece ni mi clemencia ni mi perdón. No quiero volver a ver a esa Sabaku ni a ninguna otra mujer que no sea Uchiha o Kazahana, o juro por todos los dioses que haré una locura.

Sasuke y su padre intercambiaron una mirada y suspiraron. Conociendo a Mikoto, sin duda era capaz de llevar a cabo lo que decía.