Capítulo 5
El laird Fugaku Uchiha, junto con sus hijos Shisui y Sasuke y varios de sus guerreros, entre los que se encontraba Inabi, llegó al pueblo más cercano al castillo de Sween y, al ver que nevaba, decidió coger unas habitaciones en las que descansar y esperar a ser invitados a la fortaleza. Solo quería de aquel Senju sus tierras. Nada más.
En la taberna de la posada, Sasuke hablaba con su padre sobre el negocio de los caballos, que lo unía a Kakashi y a Utakata en las Highlands, al tiempo que miraba incómodo a su alrededor al imaginar que todos los que allí había eran Senju.
Mientras conversaba con su padre, se fijó en su hermano Shisui. Desde que había sucedido lo de Temari su gesto era ceñudo y enfadado, y, aunque intentaba entenderlo, comenzaba a resultar desesperante.
Shisui había pasado de ser un hombre tranquilo a convertirse en un hombre desafiante. De camino desde el castillo de Dirleton, en varias ocasiones, al pasar por distintos pueblos habían tenido que sacarlo de disputas con gentes de otros clanes, y eso comenzaba a agobiarlo.
¿Acaso su hermano había perdido la cabeza?
Por ello, y viendo las malas maneras en que miraba a unos hombres, se levantó y, tras bromear con Inabi, que hablaba con una mujer, se dirigió hacia él y se sentó a su lado.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Shisui gruñó.
—Te agradecería que dejaras de mirar a esos hombres con tan mal gesto —añadió Sasuke.
Shisui cambió entonces la dirección de su mirada y murmuró:
—¿Qué problema tienes?
Al ver su malhumor, Sasuke replicó:
—Particularmente no tengo ninguno, pero algo me dice que tú me vas a dar alguno.
Shisui maldijo. Sabía que hacía un tiempo que su comportamiento estaba dejando mucho que desear, pero siseó incapaz de reconocerlo:
—Los Senju no solo huelen mal, sino que además me ponen enfermo.
Sasuke negó con la cabeza.
—Evita comentarios que solo pueden traernos problemas, por favor —le recomendó. Shisui sonrió con acidez, y Sasuke añadió—: Los Senju están a lo suyo. ¿Por qué no haces tú lo mismo?
Enfadado, su hermano maldijo, pero Sasuke trató de bromear para quitar hierro a la situación.
—Sabes que esos Senju tampoco son santo de mi devoción, pero he de reconocer que hacen una buena cerveza.
Shisui ni se inmutó, y Sasuke, viendo la agonía de su hermano, musitó:
—Si quieres hablar de Temari y de lo ocurrido, yo...
—¿Quieres que hablemos de Hinoko?
—No —repuso él con seriedad.
Shisui asintió, aquella mujer nunca le había gustado.
—Pues entonces ¡cállate! —siseó molesto.
Sasuke suspiró; el mal de amores cambiaba el carácter de la gente. Intentando que pensara en otra cosa, insistió:
—Aquí hay mujeres muy bellas y...
—Voy a tomar el aire —gruñó Shisui.
Dicho esto, se alejó y, tras abrir la puerta de la taberna, salió de ella.
Apenado al ver a su hermano desolado, Sasuke miró hacia donde estaba Inabi, quien se dio cuenta de aquello y tras levantar las cejas se le acercó.
—El mal de amores es difícil de gestionar —comentó.
Sasuke asintió, sabía por qué su amigo decía eso, y a continuación susurró mirando a una moza:
—Es bonita, esa mujer.
Ambos contemplaron a la joven que los observaba con una sonrisa.
—Quizá la invite a tomar un trago —cuchicheó Inabi.
Ambos sonrieron y luego, cuando se separaron, al ver que su padre lo observaba, Sasuke se aproximó a él. La calidez de Fugaku no tenía nada que ver con la frialdad de su madre.
—Tranquilo, padre —le dijo—. Shisui está bien.
Él no lo creyó. El sufrimiento de su hijo era evidente para todos. Y entonces, necesitando hablar con Sasuke sobre un tema que lo inquietaba, preguntó:
—Hijo, ¿qué haces viéndote otra vez con Hinoko?
El aludido resopló; estaba claro que ni sus hermanos ni su padre habían olvidado lo ocurrido. Pero Hinoko le gustaba, lo pasaba bien con ella, y tomando aire dijo:
—Escucha, padre...
—Hijo, esa mujer no es buena, y lo sabes.
Sasuke calló, sabía por qué le decía eso, pero luego sentenció:
—Padre, ¡fin del asunto!
Fugaku suspiró. Él solo deseaba que sus hijos fueran felices con las mujeres que eligieran; pero entendió que se estaba metiendo donde no lo llamaban y claudicó:
—De acuerdo, Sasuke. Fin del asunto.
Padre e hijo permanecieron en un silencio incómodo durante unos instantes, hasta que Fugaku indicó:
—Ve tras tu hermano y procura que no se meta en más problemas.
Él asintió, dio media vuelta y salió de la taberna. Lo último que quería era discutir con su padre y menos aún por Hinoko.
Una vez en la calle, miró a su alrededor. ¿Dónde se habría metido Shisui?
De pronto reparó en una campesina que se acercaba corriendo a un precioso caballo mientras miraba en todas direcciones. Resultaba evidente que huía de alguien. La miró curioso y, al ver que desataba rápidamente al animal con la mano vendada, imaginándose lo que iba a hacer, se aproximó a ella.
—Si yo fuera tú, dejaría ese animal donde está —le advirtió.
Sin mirarlo siquiera, Sakura se apresuró a replicar:
—Si yo fuera tú, no me metería donde no me llaman.
A Sasuke le hizo gracia su respuesta.
—Créeme, mujer, que lo digo por tu bien —insistió—. Si el dueño de este fantástico caballo ve que lo estás robando, te vas a meter en un buen lío.
Divertida al oír eso, ella se volvió. Ante sí tenía a un impresionante guerrero de pelo y ojos negros, y, sonriéndole con picardía, indicó:
—Créeme, hombre, cargaré con las consecuencias.
Sorprendido por aquello, y en cierto modo incómodo por lo que le pudiera pasar a la joven, preguntó señalando su mano vendada mientras la observaba con curiosidad:
—¿Qué te ha ocurrido?
Sakura miró el improvisado vendaje.
—Nada importante.
En silencio, Sasuke observó cómo ella terminaba de desatar el caballo y luego insistió:
—Oye, escúchame...
—Oye, escúchame tú a mí —lo cortó Sakura, que tenía prisa, mientras montaba con destreza—. No estoy robando ningún caballo. Mysie es mi yegua, y ya demasiado te he contado.
Y, dicho eso, la joven sacudió las riendas y, bajo los copos de nieve que caían, hizo que el caballo se moviera. Acto seguido, le guiñó un ojo con descaro, clavó los talones en los flancos y se alejó a todo galope.
Sin dar crédito, Sasuke miró cómo se alejaba. ¿Dónde había visto antes a esa mujer?
Sus ojos verdes, su pelo rosa y ese descaro al hablar le sonaban..., pero ¿de qué?
Sin apartar la mirada de ella comprendió por su soltura que sabía montar, y muy bien.
Entonces su hermano Shisui se le acercó y, mientras se sacudía la nieve de los hombros, comentó:
—Acaba de llegar Baru. Dice que el Diablo...
—Hashirama Senju —lo corrigió Sasuke.
Shisui resopló.
—... nos espera —acabó de decir.
Volviendo a mirar a su hermano, y olvidándose de la campesina, Sasuke asintió e indicó con cierto pesar:
—Entremos para avisar a padre. Cuanto antes veamos a ese Senju, antes nos marcharemos de estas tierras.
