DECLARACIÓN:

Los personajes de Naruto no pertenecen son pertenecientes a Masashi Kishimoto.

Capítulo 2

Hinata.

Permanecí bajo el agua todo cuanto pude, dejando que ésta cayera sobre mí. Quería que me purificara, que me diera confianza. Pero la ducha caliente no me ayudó a relajarme como esperaba que lo hiciera. No puedo pensar en nada que vaya a calmar el dolor que siento por dentro. Parece infinito. Permanente. Como un organismo que se ha apoderado en mi interior ya la vez como un agujero que poco a poco se va haciendo más grande.

—Siento mucho lo de la pared. Me he ofrecido a pagarla, pero Kakashi se niega —le digo a Shikamaru mientras me cepillo el pelo húmedo.

—No te preocupes por eso. Ya tienes bastante —repone frunciendo el ceño mientras me pasa la mano por la espalda.

—No entiendo cómo mi vida ha acabado así, cómo he llegado a este punto — explico mirando al frente porque no quiero ver los ojos de mi mejor amigo—. Hace tres meses todo tenía sentido para mí. Tenía un Kiba, que nunca me hubiera hecho nada parecido a esto. Estaba muy unida a mi madre y tenía una idea clara de cómo iba a ser mi vida. Y ahora no tengo nada. Nada en absoluto. Ni siquiera sé si debería volver a las prácticas porque Naruto puede aparecer por allí o tal vez convencer a Minato Namikaze de que me despida simplemente porque sabe que puede hacerlo. —agarro la almohada que hay en la cama y el sujeto con fuerza—. Naruto no tenía nada que perder, pero yo sí. Me permitió que lo quitara todo. Mi vida antes de conocerlo era muy sencilla y lo tenia todo muy claro. Ahora..., después de él..., es sólo... después.

Shikamaru me mira con los ojos muy abiertos.

—Hinna, no puedes dejar las prácticas, ya te ha quitado bastante. No dejes que también te quite eso —dice casi suplicando—. Lo bueno de la vida después de Naruto es que puedes hacer con ella lo que quieras. Como si quieres empezar de cero. Sé que tiene razón, pero no es tan fácil. Ahora todo a mi alrededor guarda relación con Naruto, incluso me pintó el puto carro. De algún modo se ha convertido en el pegamento que corona mi vida en su sitio, y en su ausencia sólo me quedan las ruinas de lo que fue mi existencia.

Cuando cedo y asiento poco convencida, Shikamaru me sonríe un poco y me dice:

—Voy a dejarte descansar. Luego me abraza y se dirige hacia la puerta.

—¿Crees que pasará algún día? —pregunto, y da media vuelta.

—¿El qué?

Mi voz es apenas un susurro cuando digo:

—El dolor.

—No lo sé... Quiero pensar que sí. El tiempo lo cura... casi todo —me contesta reconfortándome con su media sonrisa, ceño medio fruncido.

No sé si el tiempo me curará o no, pero sé que, si no lo hace, no sobreviviré.

Con mucha decisión disimulada con sus modales intachables y su buena educación, Shikamaru me saca de la cama a la mañana siguiente para asegurarse de que no falto a las prácticas. Me tomo un minuto para dejarles una nota de agradecimiento a Kakashi ya Yoshino y para pedirles perdón una vez más por el agujero que Hardin les ha hecho en la pared. Shikamaru está muy callado y me mira con el rabillo del ojo mientras conduce, intentando animarme con sonrisas y pequeñas frases de autoayuda. Pero yo sigo encontrándome fatal.

Los recuerdos invaden mi mente cuando entramos en el estacionamiento. Naruto de rodillas en la nieve. Sasuke explicándome la apuesta. Abro la puerta de mi coche lo mas rapido que puedo para meterme dentro y escapar del frio. Hago una mueca al ver mi reflejo en el retrovisor. Tengo los ojos inyectados en sangre y rodeados de sendos circulos negros con unas bolsas enormes. Parezco sacada de una película de terror.

Voy a necesitar mucho más maquillaje del que imaginaba. Me dirijo a Walmart —la única tienda que hay abierta a estas horas— a comprar todo lo que necesito para enmascarar mis sentimientos, pero no tengo ni las fuerzas ni la energía para esforzarme de verdad con las apariencias, así que no estoy seguro de tener muy buen aspecto.

Un ejemplo: llego a la editorial y Kimberly ahoga un grito al verme. Intento sonreír cuando salta de su sillón.

—Hinna, cielo, ¿estás bien? —me pregunta muy preocupada.

—¿Tan mala cara tengo? —digo encogiéndome de hombros, sin fuerzas.

—No, claro que no —miente—. Sólo es que se te ve...

—Agotado. Lo estoy. Los exámenes finales casi consiguen acabar conmigo — contesto.

Asiente y me dedica una cálida sonrisa, pero sé que no me quita ojo de encima hasta que llego a mi despacho. Después de eso, el día se me hace eterno, como si no fuera a acabar nunca, hasta que a última hora el señor Namikaze llama a mi puerta.

—Buenas tardes, Hinna —dice con una sonrisa.

—Buenas tardes —consigo respondedor.

—Sólo quería que supieras que estoy muy impresionado con el trabajo que has hecho hasta ahora. —Sonríe—. En realidad, haces un trabajo mejor y más detallado que muchos de mis empleados.

—Gracias, significa mucho para mí —digo, y de inmediato una voz en mi cabeza me recuerda que conseguí estas prácticas gracias a Naruto.

—Dicho esto, me gustaría invitarte a un congreso en Seattle el fin de semana que viene. Suelen ser muy aburridos, pero éste tratará sobre edición digital, «el futuro ya está aquí» y todo eso. Conocerás a mucha gente y aprenderás cosas. Voy a abrir una sucursal en Seattle dentro de unos meses y necesito hacer contactos. —Se ríe—. ¿Qué me dices? Tendrás los gastos pagados y saldremos el viernes por la tarde. Puedes traerte a Naruto si quieres. No al congreso, pero sí a Seattle —me explica con una sonrisa de complicidad.

Si supiera lo que de verdad está pasando...

—Por supuesto que quiero ir, y agradezco mucho su invitación —le digo sin poder disimular mi entusiasmo y el alivio que siento. Por fin me sucede algo bueno.

-¡Genial! Kimberly te dará todos los detalles y te explicará cómo va lo de los gastos... —prosigue, aunque yo tengo la cabeza en otra parte.

La idea de asistir al congreso alivia un poco el dolor. Estaré lejos de Naruto, pero, por otra parte, Seattle ahora me recuerda a cuando Naruto habló de llevarme allí.

Lo ha mancillado todo en mi vida, incluyendo el estado de Washington. El despacho se hace más pequeño y el aire más denso.

—¿Te encuentras bien? —pregunta el señor Namikaze frunciendo el ceño preocupado.

—Sí, sí... Sólo es que... no he comido y anoche tampoco dormí mucho —le digo.

—Anda, vete a casa. Puedes acabar lo que estés haciendo allí.

—No pasa nada, puedo...

—No, vete a casa. Aquí no hay emergencias. Nos las arreglaremos sin ti —me asegura con un gesto, y se marcha.

Agarro mis cosas y me miro en el espejo del baño. Sí, sigo estando hecha una pena. Estoy a punto de subir al ascensor cuando Kimberly me llama.

—¿Te vas a casa? —me pregunta, y asiento—. Quiero que sepas que Naruto está de mal humor. Ten cuidado.

-¿What? ¿Cómo lo sabes?

—Porque me ha dicho de todo cuando no he querido pasarte sus llamadas. — Sonrie—. Ni siquiera la décima vez que lo ha intentado. Me imagino que, si quisieras hablar con él, te habría llamado al celular.

—Gracias —le digo, y se lo agradezco también en silencio por ser tan observadora. La voz de Naruto por el auricular habría hecho diez veces más grande el agujero que tengo en el pecho.

Consigo llegar al coche antes de echarme a llorar de nuevo. El dolor sólo parece ir a peor cuando no tengo con qué distraerme, cuando me quedo sola con mis pensamientos y mis recuerdos y, por supuesto, cuando veo las quince llamadas perdidas de Naruto en la pantalla de mi celular y los diez mensajes de texto que no voy a leer.

Me recompongo lo suficiente para poder conducir y hago lo que tanto miedo me da hacer: llamar a mi madre. Responde al primer timbre.

—¿Diga?

—Mamá —sollozo. La palabra se me hace rara cuando sale de mi boca, pero ahora mismo necesito su consuelo.

—¿Qué te ha hecho?

Ésa es la reacción de todo el mundo. Todos veían que Naruto era un peligro inminente. Todos menos yo.

—Yo..., él... —No consigo articular una frase completa—. ¿Puedo ir a casa, aunque sólo sea un día? —le pregunto.

—Por supuesto, Hinna. Nos vemos dentro de dos horas —me dice, y cuelga.

Mucho mejor de lo que me imaginaba, pero no tan cariñosa como esperaba. Ojalá tuviera un carácter parecido al de Yoshino, dulce y capaz de aceptar cualquier defecto.

Desearía que fuera un poco más tierna, lo justo para que yo pudiera tener el consuelo de una madre, una madre afectuosa y comprensiva. Me meto en la autopista y apago el móvil antes de hacer una estupidez, como leer alguno de los mensajes de Naruto.

Hinata.

El trayecto de vuelta al hogar de mi infancia es fácil y lo conozco bien; No necesito pensar mucho. Me obligo a gritarlo todo, tal cual, a gritar todo cuanto me permitan mis pulmones hasta que me duele la garganta, antes de llegar a la ciudad en la que nací. Me cuesta mucho más de lo que espero porque no tengo ganas de gritar. De lo que realmente tengo ganas es de llorar y de que se me trague la tierra. Daría cualquier cosa por retroceder en el tiempo hasta mi primer día en la universidad; habría seguido el consejo de mi madre y me habría cambiado de habitación. A ella le preocupaba que Karin fuera una mala influencia; ay, si nos hubiéramos dado cuenta de que el chico maleducado de pelo rizado iba a ser el problema. De que iba a cogerme, a marearme ya hacerme pedacitos para luego soplar y esparcirlos por el cielo y bajo las botas de sus amigos.

Sólo he estado a dos horas de casa todo este tiempo, pero con todo lo que ha pasado, parece como si hubiera estado mucho más lejos. No he vuelto aquí desde que empecé la universidad. Si no hubiera roto con Kiba, hubiera vuelto a menudo. Me obligo a mantener la vista en la carretera cuando paso por delante de su casa.

Aparco en nuestra entrada y salto del coche. Pero cuando estoy delante de la puerta no sé si debo llamar o no. Se me hace raro llamar, pero no me encuentro cómodo entrando sin más. ¿Cómo pueden haber cambiado tanto las cosas desde que fui a la universidad?

Finalmente decido entrar sin más y me encuentro a mi madre, de pie junto al sofá marrón de cuero, completamente maquillada, con un vestido y zapatos de tacón. Todo está igual que siempre: limpio y perfectamente ordenado. La única diferencia es que parece más pequeña, tal vez en comparación con la casa de Kakashi. Bueno, la verdad es que la casa de mis padres es pequeña y fea vista desde fuera, pero por dentro está muy bien decorada y mi madre siempre hizo lo imposible por esconder el caos de su matrimonio detrás de unas paredes bien pintadas, flores y atención a las lineas limpias. Una estrategia decorativa con la que continuó después de que mi padre nos dejara, creo que porque para entonces ya se había convertido en costumbre. Hace calor en la casa, y el familiar aroma de vainilla invade mis fosas nasales. Mi madre siempre ha estado obsesionada con los quemadores de aceites esenciales, y hay uno en cada habitación. Me quito los zapatos en la puerta; sé que no quiere restos de nieve en su suelo de madera recién encerado.

—¿Te apetece un café, Hinata? —pregunta antes de darme un abrazo. He heredado la adicción al café de mi madre, y esa pequeña conexión me dibuja una sonrisa en los labios.

-Si por favor.

La sigo a la cocina y me siento a la mesa sin saber muy bien cómo empezar la conversación.

—¿Vas a contarme lo que ha ocurrido? —pregunta sin reparar. Respiro hondo y le doy un sorbo a mi café antes de responderle.

—Naruto y yo hemos roto. Su expresión es neutra.

—¿Por qué?

—Bueno, porque resultó no ser quien yo creía que era —digo.

Sujeto la taza de café con ambas manos para intentar no pensar en el dolor y prepararme para la contestación de mi madre.

—Y ¿quiénes creíamos que era?

—Alguien que me quisiera. —No estoy muy seguro de quién creía que era Naruto, como persona, por sí mismo, más allá de eso.

—Y ¿ahora ya no lo crees?

—No, ahora sé que no significo para él lo que yo me esperaba.

—¿Por qué estás tan seguro? —pregunta con sangre fría.

—Porque confiaba en él y me ha traicionado de un modo horripilante.

Sé que estoy omitiendo los detalles, pero sigo sintiendo la extraña necesidad de proteger a Naruto de los juicios de mi madre. Me regaño a mí mismo por ser tan tonta, por pensar en él aunque sea, cuando está claro que él no haría lo mismo por mí.

—¿No cree que debería haber considerado esa posibilidad antes de haber decidido irte a vivir con él?

-Si lo se. Adelante, dime lo tonta que soy, dime que ya me lo advertiste.

—Te lo advertí, te advertí que había tipos como él. Es mejor estabilizarse bien lejos de hombres como él y como tu padre. Sólo me alegro de que todo haya terminado antes de empezar. La gente comete errores, Hinna. —Bebe de su taza y deja una marca rosa de lápiz de labios en el borde—. Estoy seguro de que te perdonará.

—¿Quién?

—Kiba, ¿quién si no?

«Pero ¿es que no lo entiende?» Sólo necesito hablar con ella, que me consuele, no que me presione para que vuelva con Kiba. Me pongo de pie, la miro y luego miro alrededor. «¿Lo dirás en serio? No puede ser que lo esté diciendo en serio.»

—Que las cosas no hayan funcionado con Naruto no significa que vaya a volver con Kiba! —salto.

—Y ¿por qué no? Hinata, deberías dar las gracias de que esté dispuesto a darte una segunda oportunidad.

-¿What? ¿Por qué no puedes dejarlo pasar? Ahora mismo no necesito estar con nadie, y menos aún con Kiba. —Quiero arrancarme el pelo a mechones. O arrancárselo a ella.

—¿Qué significa eso de «y menos aún con Kiba»? ¿Cómo puedes decir algo así de él? Se ha portado contigo de maravilla desde que erais críos. Suspiro y vuelvo a sentarme.

—Lo sé, mamá, y Kiba me importa mucho, sólo que no de esa manera.

—No sabes lo que dices. —Se levanta y tira su café por el desagüe—. El amor no siempre es lo más importante, Hinata. Lo importante es la estabilidad y la seguridad.

—Sólo tengo dieciocho años —le digo.

No quiero pensar en estar con alguien sin amarlo, solo por la estabilidad. Quiero conseguir por mi misma seguridad y estabilidad. Quiero a alguien a quien amar y que me ame.

—Casi diecinueve, y si no llevas cuidado ahora luego nadie te seguirá. Ahora ve a retocarte el maquillaje porque Kiba llegará en cualquier momento —anuncia mi madre, y sale de la cocina.

No sé por qué vino aquí en busca de consuelo. Me hubiera ido mejor si me hubiera quedado todo el día durmiendo en el coche. Tal y como ha dicho, Kiba llega cinco minutos después, aunque yo no me molestó en arreglarme. Cuando lo veo entrar en la pequeña cocina me siento caer mucho más bajo de lo que he caído hasta ahora, cosa que no creía que fuera posible. Me sonríe con su perfecta y cálida sonrisa.

—Hola —saluda.

—Hola, Kiba.

Se acerca y me levanto para darle un abrazo. Su cuerpo emana calor y su sudadera huele muy bien, tal como yo lo grababa.

—Tu madre me ha llamado —dice.

-Perder. —Intento sonreír—. Perdona que siga metiéndote en esto. No entiendo cuál es su problema.

—Yo sí: quiere que seas feliz —dice defendiéndola.

—Kiba... —le advierto.

—Lo que pasa es que no sabe qué te hace realmente feliz. Quiere que sea yo, a pesar de que no es así. —Se encoge de hombros.

—Perdona.

—Hinna, deja de pedirme perdón. Sólo quería asegurarme de que estabas bien — me confirma, y me da otro abrazo.

—No lo estoy —confieso.

-Perder. ¿Quieres hablar de ello?

—No lo sé... ¿Seguro que no te importa? —No quiero hacerle daño otra vez hablándole del chico por el que lo dejé.

—Sí, seguro —dice, y se sirve un vaso de agua antes de sentarse a la mesa frente a mí.

—Muy bien... —repongo, y básicamente se lo cuento todo.

Me reservo los detalles sexuales, porque eso es privado. Bueno, en mi caso, no, pero para mí lo son. Sigo sin poder creerme que Naruto les contara a sus amigos todo lo que haciamos... Eso es lo peor. Aún peor que haberles enseñado las sábanas es el hecho de que, después de decirme que me quería, y de hacer el amor, pudiera dar media vuelta y burlarse de lo que había pasado entre nosotros delante de todo el mundo.

—Sabía que iba a hacerte daño, pero no me imaginaba hasta qué punto —dice Kiba. Es evidente que está muy enfadado. Me resulta raro verlo exteriorizar así las emociones, dado que normalmente es muy tranquilo y muy callado—. Eres demasiado buena para él, Hinna. Ese tipo es escoria.

—No me puedo creer lo que ha sido. Lo dejé todo por él. Pero lo peor del mundo es amar a alguien que no te quiere. Kiba agarra el vaso y le da vueltas entre las manos.

—Qué me vas a contar —dice con dulzura.

Quiero abofetearme por lo que acabo de decir, por habérselo dicho a él. Abro la boca, pero me corta antes de que pueda disculparme.

—No pasa nada —replica, y alarga el brazo para acariciarme la mano con el pulgar.

ojalá estuviera enamorada de Kiba. Con él sería mucho más feliz y él nunca sería capaz de hacerme nada parecido a lo que me ha hecho Naruto.

Kiba me pone al dia de todo lo que me he perdido, que no es mucho. Va a ir a estudiar a San Francisco en vez de a la WCU, cosa que le agradezco un montón. Al menos, ha salido algo bueno del daño que le he hecho: le ha dado el empujoncito que necesitaba para salir de Washington. Me habla de lo que ha estado investigando sobre California y, para cuando se marcha, ya ha anochecido y caigo en la cuenta de que mi madre se ha quedado en su cuarto todo el rato que ha durado la visita.

Salgo al jardín de atrás y acabo en el invernadero en el que pasé casi toda mi infancia. Contemplo mi reflejo en el cristal y miro hacia el interior de la pequeña estructura. Las plantas y las flores estan muertas y esta todo hecho un desastre. Muy apropiado.

Tengo tantas cosas que hacer, tanto en lo que pensar... He de encontrar un lugar donde vivir y el modo de recoger todas mis cosas del apartamento de Naruto. Pensó seriamente en no ir a buscarlas, pero no puedo. Toda mi ropa está allí y, lo que es más importante, también mis libros de texto.

Me llevo la mano al bolsillo, enciendo el celular ya los pocos segundos tengo el correo lleno y aparece el símbolo del buzón de voz. Paso del buzón de voz y echo un vistazo rápido a los mensajes, pero sólo al remitente. Todos son de Naruto excepto uno.

Kimberly me ha escrito:

Minato me ha dicho que te quedes en casa mañana. Todo el mundo se irá al mediodía porque hay que pintar la primera planta, así que no vengas a la oficina. Avisame si necesitas algo. Bs.

Qué alivio, mañana tengo el día libre. Me encantan mis prácticas, pero estoy empezando a pensar que debería cambiarme de universidad o incluso marcharme de Washington. El campus no es lo bastante grande para poder evitar a Naruto ya todos sus amigos, y no quiero que me recuerden constantemente lo que tuve con él. Bueno, lo que creía tener con él.

Para cuando entre de nuevo en casa no siento ni las manos ni la cara a causa del frío. Mi madre está sentada en una silla, leyendo una revista.

—¿Puedo quedarme a dormir? —le pregunto. Me mira un instante.

-Si. Mañana veremos cómo te metemos otra vez en una residencia —dice, y sigue leyendo su revista.

Imagino que no va a decirme nada más esta noche. Subo a mi antigua habitación, que está tal y como la dejé. No ha cambiado nada. Ni siquiera me molesto en desmaquillarme. Me cuesta, pero me obligo a dormir y soñar con los tiempos en los que mi vida era mucho mejor. Antes de conocer a Naruto.

Suena el celular en plena noche y me despierta. Paso de él y me pregunto si Naruto será capaz de dormir.

A la mañana siguiente, todo cuanto mi madre me dice antes de irse a trabajar es que llamará a la facultad y los obligará a aceptarme de vuelta en la residencia, en un edificio distinto del antes. Me marcho con la intención de ir al campus, pero luego decido pasar por el apartamento. agarro la salida a la carretera que lleva hasta allí y conduzco todo lo deprisa que puedo para llegar antes de poder cambiar de opinión.

Busco el coche de Naruto en el parking. Dos veces. Cuando me aseguro de que no está, aparco en la nieve, cerca de la entrada. Llego al vestíbulo con los bajos de los vaqueros empapados y estoy congelada. Trato de pensar en cualquier cosa menos en Naruto pero me resulta imposible.

Naruto debió de odiarme de verdad para haber llegado a esos extremos con tal de destrozarme la vida y luego hacer que me mudara a un apartamento lejos de todas las personas que conozco. Debe de sentirse muy orgulloso de sí mismo por hacerme sufrir así.

Me peleo con las llaves antes de abrir la puerta de nuestro apartamento y me entra el pánico, de modo que casi me caigo al suelo.

«¿Cuándo va a parar esto? ¿Se volverá más soportable?»

Entro directamente en el dormitorio y saco mis maletas del armario. Meto toda mi ropa en ellas sin ningún cuidado. Mis ojos se posan en la mesilla de noche, donde hay un pequeño portarretratos. Es la foto que nos hizo Naruto y yo, la mar de sonrientes, antes de la boda de Kakashi.

Qué pena que fuera toda una farsa. La agarro estirándome por encima de la cama y el arrojo con rabia al suelo de hormigón. El cristal se hace añicos. Paso entonces por encima de la cama, recojo la foto del suelo y la rompo en pedazos lo más pequeños que puedo. No me doy cuenta de que estoy sollozando hasta que no puedo respirar.

agarro mis libros, los meto en una caja vacía y, de forma instintiva, me guardo también la copia de Cumbres borrascosas de Naruto. No creo que la eche de menos y, la verdad, me la debe después de todo lo que me ha arrebatado. Me duele la garganta, así que voy a la cocina y me pongo un vaso de agua. Me siento a la mesa unos minutos y finjo que nada de esto ha pasado. Me imagino que, en vez de tener que enfrentarme yo sola a los días venideros, Naruto está a punto de volver a casa después de clase y me sonreirá y me dirá que me quiere y que me ha echado de menos durante todo el día. Que me sentará en la encimera y me besará con deseo y amor...

De repente, el ruido de los goznes de la puerta me saca de mi ridícula ensoñación. Me pongo en pie de un brinco cuando veo aparecer a Naruto. Él no me ve porque está mirando hacia atrás. A una morena con un vestido negro de punto.

—Es aquí... —empieza a decir, y se calla en cuanto ve mis maletas en el suelo. Me quedo helada cuando sus ojos registran el apartamento y la cocina. Los abre como platos al verme.

—¿Hinna? —dice como si no estuviera seguro de que fuera real

Hasta aquí el capitulo de hoy

¿Díganme que les pareció?