Ranma ½ no nos pertenece.
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Picó la cebolla y el morrón con la destreza de un experto. Mezcló con los trozos de carne que chisporroteaban sobre una cama de champiñones y mantequilla. Condimentó haciendo malabares y tapó la olla. Cerró los ojos y escuchó, hasta que el crepitar de los ingredientes le recordó a una delicada llovizna.
Pero al abrirlos Ranma suspiró inconforme.
Su madre siempre fue muy estricta con que debía ser un hombre ejemplar, y no había nada más viril que uno que supiera complacer a una mujer con sus talentos culinarios.
Aunque al final de nada le sirvieron, porque seguía estando solo.
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