Disclaimer: JK es dueña del universo de Harry Potter, que la ha hecho muchimillonaria. Yo no gano na con esto.

Esta historia participa en el multifandom 3.0 del foro Alas Negras, Palabras Negras con el prompt "tormenta". Además se la quiero regalar a Trici, porque se la debía, y porque creo que le gustan Teddy y lo cotidiano.

Advertencias: post-epílogo, un poco de headcanon sobre la relación padrino-ahijado (aunque me parecería lo lógico) y quizá he inventado un poco lo de ser metamorfomago, porque no sé cómo funciona realmente en sus etapas iniciales.


...

Lo que trae la tormenta

...

Harry se desveló con el rugido de la tormenta. Se desperezó lentamente, restregándose los ojos con las manos, y se incorporó con sensación de aturdimiento.

«Doce de junio», se dijo, rencoroso. Aunque tampoco era tan extraño que lloviese en pleno verano. No en Inglaterra, precisamente, ni en ese pueblito en la costa en el que decidieron instalarse.

Se puso las gafas y echó un vistazo por la ventana. Oía el romper de las olas contra las rocas, apenas a unos cuantos pasos de distancia, pero no podía ver nada. Daba lo mismo si cerraba los ojos, la oscuridad era total.

Hasta que otro trueno desgarró el cielo y se hundió en el mar, iluminando la noche con un fulgor fantasmal.

Se acercó a la cama con pasos cautos. La respiración rítmica y reposada de Ginny le decía que ella seguía dormida, imperturbable. Los periodistas deportivos siempre la elogiaban por mantener la calma durante los partidos, pero eso era otro nivel.

Harry sonrió y arrimó la puerta del dormitorio. A diferencia de Ginny, él no era tan impasible, y creía no ser el único.

Al fondo del pasillo había luz.

―Hola, Teddy ―le dijo suavemente, para no sobresaltarlo―. ¿No puedes dormir?

―No.

Estaba sentado con la espalda contra la cabecera de la cama, las rodillas flexionadas y los puños contra las mejillas, mirando hacia la ventana. Tenía las mismas vistas que Harry, aunque desde la perspectiva de un niño de cinco años debían ser algo diferentes.

Algo más aterradoras.

―Yo tampoco ―confesó Harry.

Estaba seguro de que a la hora de la cena su pelo era diferente, más corto y menos revuelto, no tan oscuro. Se habían percatado de que tendía a descontrolarse con el estrés, como un indicador de que algo no iba bien.

―La tormenta me pone nervioso ―le dijo al niño, sentándose a los pies de la cama―. El ruido impresiona un poco, ¿verdad? Pero los truenos no entran dentro de casa, así que no me asusta.

Su ahijado se encogió de hombros, poco convencido, mientras seguía con la vista la snitch dorada que le hacía de lamparita. Podía parecer de verdad, pero la delataba el logo de Sortilegios Weasley. Tener niños en la familia había agudizado el ingenio de George, además de darle ideas para expandir el negocio.

―Parece que el cielo se va a romper ―murmuró Teddy.

―Resistirá ―le aseguró―. A veces las tormentas… ―Harry se detuvo, recordando algo que había sucedido hacía muchísimo tiempo―. ¿Sabes? Yo supe que era un mago en una noche como esta.

―¿No lo sabías? ―Teddy le miró con extrañeza.

―Pues no. Nadie me lo dijo hasta que cumplí once años.

―Pero… ―Teddy frunció el ceño―, tú tenías que saberlo. Todo el mundo hace magia.

―Todo el mundo no ―corrigió Harry, con una media sonrisa―. Yo tengo unos tíos muggles. Ellos odian la magia, así que nunca me lo dijeron.

Teddy procesó la información con escepticismo.

―Es cierto. Pregúntale a tu abuela si no me crees ―insistió, levantando una mano en juramento.

―Bueno, ¿y quién te lo dijo?

―Hagrid.

―¿El profesor Hagrid?

―El mismo ―asintió Harry―. Era de noche y había tormenta, como hoy, una terrible. Hacía muchísimo frío y me moría de hambre. Y encima, era mi cumpleaños. Pensaba que, probablemente, ese era el peor cumpleaños de la historia ―le contó―. Hasta que apareció Hagrid con la noticia más increíble del mundo (que yo era un mago). Oh, y con una tarta.

―Oh… ―Teddy se hizo eco, parpadeando distraídamente―. ¿Y qué más?

―Ah, después intentó convertir a mi primo en un cerdo con su paraguas.

Los ojos se le abrieron de par en par, castaños y brillantes de diversión. Teddy se hundió un poco entre las sábanas, ocultando una sonrisa incipiente, intuyendo que tal vez no debía reírse del pobre primo de Harry.

Fuera, la lluvia seguía golpeando las ventanas y todavía se oía algún trueno lejano, pero en ese momento tenía toda su atención.

―Mi tía tuvo que remendarle el pantalón después de eso ―reveló―, porque le creció una cola rosa y rizada en el culo.

Las carcajadas de Teddy estallaron como la dinamita. Harry no sabía si le hacía más gracia la anécdota o que él ―adulto, su padrino― hubiese utilizado la palabra «culo». El pelo volvió a alborotarse, tiñéndose esta vez de colores chillones, y se transformaba con cada carcajada. Harry se rio, contagiado, y dibujó en el aire, con los dedos, la cola de Dudley.

Entonces Teddy se detuvo en seco y dio un respingo.

―Para, ¡para! ¡Pis!

Harry lo cogió por debajo de las axilas conteniendo su propia risa descontrolada y lo llevó al baño para una parada técnica. Justo a tiempo.

―Ahora ya no tienes miedo, ¿verdad? ―Le dijo, regresando a la habitación. Harry bostezó, cansado, y vio que el reloj marcaba la una de la madrugada. Teddy parecía más despierto que él, también más animado que hacía un rato―. Por si acaso, te voy a dar un antídoto. Sí, el remedio definitivo. Yo también lo tomaré.

Teddy permaneció expectante mientras su padrino salía del cuarto y volvía un minuto después. Llevaba algo entre las manos, un sobre o una bolsa. No, un envoltorio.

―¡Chocolate!

―No se lo digas a tu abuela ―advirtió Harry, alzando un dedo―. Las chucherías por la noche están permitidas en casa del tío Harry, pero no tiene por qué saberlo.

―¡Entendido!

Harry partió dos trozos y guardó el resto para la próxima emergencia. Teddy comió en silencio, casi abstraído, y Harry hizo lo mismo. Tenía una sensación de déjà vu nostálgica y preciosa.

―¿A que ya estás mucho mejor?

Teddy asintió con la cabeza, plenamente convencido.

Lo arropó hasta la barbilla con sus sábanas de dragones. Le encantaban, como a cualquier otro niño le fascinarían los dinosaurios. Les había dicho hacía poco que de mayor sería dragonologista, aunque antes también quiso ser ministro e inventor de hechizos.

―Buenas noches, Teddy.

―Buenas noches, tío Harry.

―Ya sabes que estoy al final del pasillo.

―Mmmm, sí, lo sé.

―Y sabes que siempre puedes contar conmigo.

Se quedó un rato, hasta que lo vio dormir otra vez, con la pequeña snitch dorada revoloteando a su alrededor.