Los centellantes ojos grises de Olive no podían separarse de esa palabra escrita en le sobre, su nombre "Draco" la única carta de su parte que había entre el montón de cartas acumuladas que no leía desde su partida.

Sus dedos temblaron al tomarla, vacilando entre leerla o dejarla de lado, para empezar no entendía si quiera porque Draco le escribiría, no tenían nada que decirse, la duda la carcomía, podría ser algo malo como algo bueno. Suspiro, dejando de lado el sobre sellado porque no tenía nada que leer sobre él, y ella no tenía nada que contar. No había un punto intermedio sobre Draco, era amarlo u odiarlo, ya había hecho ambas con resultados desastrosos, entre menos supiera sobre él se sentiría mejor, o eso quería pensar.

Mentiría a si misma si se repetía millones de veces que no lo extrañaba, ¿Como no extrañarlo? A pesar de todo fue parte de su vida, su felicidad y amor. Aquel descanso no solo le servía para meditar sobre su futuro, lo que se avecinaba en el mundo mágico, olvidar los rencores. Si alguna vez volvía a ver a Draco estaría lista para perdonarlo, pero aún no era el momento. Por lo que su carta quedo relegada en el fondo de su baúl, junto con el anillo de las promesas rotas.

En cambio tomo la última carta de Daphne, las novedades de Hogwarts que no eran muchas, preguntas sobre su estado y cuando volvería, a decir verdad todas las cartas acumuladas trataban sobre lo mismo, preocupación de sus amigos, la monotonía del colegio y lo mucho que la extrañaban, Olive también los extrañaba y entendía su preocupación, casi dos meses en silencio, ninguna carta de su parte. Las únicas personas con las que pasaba sus días eran los gemelos Weasley quienes seguramente actualizarían a Harry sobre su bienestar, como miembros activos de la Orden entonces se sentía segura de abandonar el callejón Diagon al Londres Muggle.

Otras de sus compañías constantes eran los dolores pelvicos y en sus pechos, aunque su vientre se encontraba abultado su condición lo escondía bastante bien bajo la ropa, sin embargo sus pechos comenzaban a incrementar de tamaño poco a poco resaltando del tal manera que opto por solo usar ropa holgada, acompañado de igual manera por los ya conocidos aleteos en su estomago con recientes y dolorosas patadas de parte de su pequeño.

Como en aquel momento que parecía despierto moviéndose de un lado a otro mientras ella escribía su primera carta a Daphne, aunque aquella vez se sentía diferente a sus patadas desacompasadas, a diferencia de estas, su estomago saltaba en movimientos rítmicos.

Suspiro ante la nueva sensación, sellando la carta de Daphne para enviarla en cuanto saliera de su habitación, tomando consigo una bolsa de galeones, dinero muggle y un abrigo para aquel día que pintaba friolento.

En cuanto la lechuza dejó la oficina de correos se encaminó a su nueva tienda favorita, como no serlo si pasaba la mayoría de sus tardes ayudando a los gemelos aún cuando ellos la obligaban a descansar.

—¿Estás lista? —preguntó Fred en cuanto la vio entrar, dejando de lado unas cajas de sus nuevos productos.

—La verdad es que no —confeso Olive con una sonrisa—. No tengo que ir realmente, apuesto que el bebe esta bien.

—No es una cuestión de querer, Hawk —replicó George—. Iras por tu bien y el del bebe.

Olive lanzó un bufido cansino, Fred y George se habían apoderado hacía poco de una carta de Madame Pomfrey donde le recomendaba revisiones constantes en San Mungo para verificar la salud del bebe, claro que Olive las ignoraba, no por negligencia pero se sentía mejor que nunca y su pequeño era más activo de lo que esperaba, así que decidió autodiagnosticarse leyendo libros sobre maternidad, elabroando pociones para verificar si algo iba mal. Pero Fred y George insistieron tanto en ir a San Mungo que Olive decidió darles gusto una vez. Así salió acompañada de Fred mientras George se encargaba de Sortilegios Weasley.

La camilla donde se encontraba era cómoda, pero no lo suficiente para que Olive abandonara su nerviosismo, después de Madame Pomfrey era sus segunda visita al Hospital por el bebe, al igual que las había ignorado ahora tenía miles de preguntas que necesitaban respuesta. Pasaron escasos minutos cuando una sanadora hizo acto de presencia.

—Buenos días —saludó, tendiéndole la mano amistosamente—. Soy la Sanadora Samantha Cooper, pueden llamarme Sam si lo prefieren.

—Soy Olive —se presentó—. El es Fred.

—¿Emocionados por el nuevo integrante? —pregunto la Sanadora mientras se colocaba unos guantes muy rudimentarios—. Olive necesito tu vientre descubierto.

Olive levanto su blusa dejando al descubierto el bulto que era su barriga, sin contestar la pregunta de la Sanadora ¿Estaba emocionada? Era algo que no se había planteado, claro que se sentía feliz cuando sentía a su pequeño, ¿Era catalogable como emoción?

—Claro que estamos emocionados —contesto Fred por Olive—. Así que dígame, ¿Es niño o niña?

—Tranquilo papá —contesto la Sanadora sin abandonar su sonrisa, sacando su varita para situarla en el vientre de Olive—. Primero tengo que verificar la salud del bebé.

Olive se quedo callada, simplemente mirando los movimientos de la Doctora sobre su vientre, murmurando hechizos y anotando en un pergamino cada detalle diagnosticado por los hechizos. Ni siquiera la había corregido sobre llamar a Fred el padre del bebe, cosa que pareció encantarle a este, como si fuese un honor considerarlo el padre, su nerviosismo no disminuía, menos cuando se detuvo abruptamente como si algo no fuese correcto. Olive contuvo la respiración, apretando la mano de Fred inconscientemente, si algo iba mal con el bebé sería su culpa.

La sanadora continuo como si nada hubiese pasado, dando un ultimo toque con la varita que proyecto una luz blanca saliendo de su vientre, palpitando lentamente, Olive lo observó, encontrándole poco a poco forma, inclusive podía escuchar los latidos del corazón que provenían de la luz. Fred le regresó aquel apreton en la mano, mirando con la misma intensidad la proyección del bebe, tranquilo y sosegado, entonces Olive dejo el nerviosismo, concentrada unicamente en la emoción que le generaba verlo, instalando nuevamente amor que creyó perder, porque ese espectacular se llevaba toda su felicidad, inhundandola, queriendo más, deseando tenerla en sus brazos cuando la Sanadora dijo:

—Felicidades, es una niña.

Y ahí estaba, su hija, completamente sana, su pequeña estrella brillando aún sin nacer, Vega.

Los siguientes días fueron más de lo mismo, emoción, felicidad, relajación. Fred y George habían pintado una habitación de su apartamento de rosa, intentando sorprender a Olive con el nuevo cuarto de Vega, esperando que aquello fuese un gesto amigable, Olive lo agradeció, deseosa de formar una familia, sin embargo aún tenía sueños, la visita a San Mungo saco a relucir eso, su afición de ser una Sanadora aun seguía en pie, debatiéndose si volver a Hogwarts simplemente para terminar aquel año de estudios.

Fue una tarde de procrastinación, dormitando en las piernas de Fred mientras este leía las notas sobre sus últimos productos, manteniendo una mano sobre el vientre de Olive, sonriendo a cada momento que Vega decidía patear bajo su mano. Interrumpiendo su sueño cuando George entró en el salón, sacudiendo su hombro bruscamente.

—Olive, tengo algo para ti —dijo, escondiendo algo tras su espalda, sonriendo como si hubiese hecho una broma.

—Espero que no sea nada malo —susurro Olive mientras se estiraba para abandonar el sueño—. Te recuerdo que estoy embarazada.

—Lo se, no tienes porque preocuparte —acto seguido extendió hacía ella lo que parecía un inofensivo Oso de peluche—. No es nada malo.

—Es un prototipo —explico Fred—. Eres la primera en tener uno.

—Saben que adoro sus productos —Olive tomó el peluche con recelo—, pero...

—No te daríamos algo que te perjudique —continuó Fred interrumpiéndola.

—Solo aprieta su estomagó —dijo George finalmente con emoción calcada en su voz al no poder esperar la reacción de Olive.

La chica apretó la barriga del Oso, obteniendo en respuesta un rápido y audible latido que reconoció al instante.

—¿Es...

—La pequeña Vega —George se acomodo a su lado en el sofá—. Puedes escuchar su corazón cada que lo desees.

—Es asombroso —contesto Olive, su sonrisa de oreja a oreja era autentica—. Gracias chicos.

—Eres parte de nuestra familia ahora —Fred cruzó sus brazos al rededor de sus hombros—. Mamá quiere que te llevemos a casa el fin de semana, cree que el aire de la madriguera es más saludable.

Pronto Junio abriría sus puertas, poniendo a Olive en una situación confusa, nerviosa y emocionada. Sabía que más pronto que tarde Draco cumpliría con su misión haciéndola fallar a ella, por más que amara su reciente amistad con los Weasley sabía que no podía quedarse, al menos que Voldemort cayera, o su vida sería huir de los mortifagos hasta que la encontraran y por ende la mataran a ella junto a Vega, pero nadie que no fuese de confianza conocía sobre ella, si algo malo le pasaba contaría con Fred, George, Neville, Molly, Arthur, porque tenía la certeza que en cuanto Draco lograra pronunciar la maldición asesina contra Dumbledore Harry también tendría que huir, gracias a Daphne que la mantenía informada sabía que Draco no había logrado nada más que enfermarse y faltar a clases. Con un nuevo debate sobre regresar simplemente para detener a Draco y así asegurar su vida o comenzar a huir en cuanto pudiese.

Fue prácticamente una señal cuando, los mortifagos invadieron el callejón Diagon a finales de Mayo, fue prácticamente un milagro que Olive se encontrara a la otra punta de Londres cuando eso sucedió, sin embargo su brazo izquierdo comenzaba a arder como no lo había hecho en todo el año, y lo sabía, de alguna manera se enteraron que Olive no estaba bajo las protecciones del castillo, que no se encontraba en la mansión Hawk, lo más evidente era que alguien la había delatado en el callejón, en el Caldero, o en San Mungo. Lo entendía perfectamente, si deseaba seguridad hasta que Vega naciera no tendría más opción que regresar a Hogwarts.