Sola. Así se sentía.

Tantos años de su vida invertidos en lograr la grandeza. Tantos años desperdiciado en algo que no valía la pena, tratando de superar a Draco...

Siempre opacada por Draco, creciendo entre burlas e insultos. Burlas e insultos que seguían presentes hasta ese día. Cambiando todo drásticamente al abrazarlo, dejó esa rivalidady se dedicó a vivir entre sus brazos cobijada por su afecto. Buscando la felicidad que había aplazado por tanto tiempo.

Una cruel broma que terminó con ella, un golpe más duro al creer que lo había superado. Deseada por todos, amada por nadie.

Su padre muerto tras el fallar en el ministerio, su madre asesinada por los mismos mortifagos y ella sola...

Si, eso era.

Dejo suavemente sobre el escritorio de Draco una carta, la única que escribió para él. Sobre ella dejo el anillo, sus promesas rotas y lo que había significado su amor, al menos para ella. Ahora no significaba nada.

No tenía claro que quería hacer, cuáles eran sus intenciones. Por un fugaz momento recordó aquéllos intentos para terminar con su vida, cosa que aún le carcomía por dentro. Más aún cuando pudo terminar con la vida de Vega.

Su pequeña Vega que no conocía nada de el mundo más que su voz y el cariño que Olive le daba. No, suicidarse ya no era una opción, tenía que vivir solo por Vega. Lo demás había dejado de importarle. Aún así eso no impidió que se resguardara en la torre de Astronomía toda esa tarde, apretando los muslos contra su estómago mientras repasaba una y otra vez la crueldad de las palabras de Draco.

Con lágrimas en los ojos, porque había pensado tantas cosas, había creído que de verdad la quería. Mentiras que el Rey de las Serpientes siseaba sin parar. Deseoso de la muerte de Olive, quien aún después de todo sentía su corazón romperse por que lo amaba, y el amor no la abandonaría tan fácil.

Era lo que más anhelaba su desaparición y el único sentimiento que se negaba a irse. Mientras la noche pasaba con cautela, sus ojos hinchados de tanto llorar buscaban en el cielo estrellado constelaciones de las que pudiera sacar historias antes de volver a la sala común. O tal vez quería quedarse ahí, evitar a Draco por si había leído la carta. Al día siguiente partiría nuevamente, sin decirle a nadie. Simplemente desaparecería para que no la volvieran a encontrar, porque era débil. Esa noche más que nunca.

Tenía que deshacerse de esos sentimientos lo antes posible, dejarlos ahí en Hogwarts donde habían florecido, en esa misma torre donde fueron sinceros, donde confesaron su amor. Dónde Olive prometió estar con el toda la vida. Suspiro al recordar ese San Valentín, esa promesa faltante en su dedo.

Y la medianoche estaba cerca, justo cuando podía distinguir con claridad a Altair cuando la marca tenebrosa se plantó en el cielo. Minutos después Dumbledore se precipitó en la Torre de Astronomía con una escoba, tratando de incorporarse rápidamente. Desde ese punto Olive estaba escondida, considerando abandonar ese sigilo para ayudar al director. Alguien fue más rápido al desarmarlo.

Draco mantenía su varita en alto, con su rostro triunfante. La luz de la marca tenebrosa proyectada sobre sus cabezas.

Olive permaneció en las sombras, observando. Escuchando los que habían sido los planes de Draco desde un principio, el collar maldito, el veneno. Cosas que Dumbledore sabía, que se estaba autosaboteandose con acciones tan vagas, pero Draco no perdía si valentía que pareció salir a flote con los halagos de Dumbledore. Y Olive podía notar bajos sus párpados que realmente no quería estar ahí.

Esgrimio su propia varita en silencio, caminando con lentitud y desición hacía ambos.

—Baja la varita, Malfoy —dijo Olive apuntando hacía el pecho de Draco—. No vas a matar a nadie está noche.

—Olive, por favor sal de aquí —Dumblodero dijo detrás de ella, apenas podía mantenerse en pie.

Pero era su misión, detener a Draco, un simple floreo podría desarmarlo, pero ambos se apuntaban, Olive no era diestra en duelo ni mucho más rápida que él. Por lo que Draco adivinara sus intenciones si hacia cualquier movimiento.

—Quitate de en medio, Hawk —exclamo Draco con el mismo tono que esa misma tarde—. Esto no tiene nada que ver contigo.

—Tiene todo que ver —explico Olive, tenía que retrasar a Draco hasta que Dumbledore se lo ordenará, porque esa también era su misión para rendirse—. ¿Cuál creíste que era mi misión más que humillarte? Lo confesaste todo está tarde, se que no matarás a Dumbledore porque eres un cobarde.

—Callaté, fui elegido para esto...

—Por la misma persona que me eligió a mi para que te acobardaras —se burló Olive, en el fondo quería hacerle daño, tanto como él lo había hecho con ella—. Mírate, débil, roto. Logré lo que quería, pero no debe importarte si al final dijiste que solo fue mentira. Vas a tener que matarme si quieres llegar a él, no te será tan difícil.

Draco tragó saliva, vacilando. Su varita perdía poder en sus manos ¿Estaba bajando el brazo? Olive mantenía su mirada impasciva, Draco no iba a matarla aunque deseara verla muerta.

—Draco, aún no has asesinado a nadie... Puedo ayudarte —dijo Dumbledore.

—No, no puede —dijo Draco, la mano que sujetaba su varita se agitaba fuertemente ante las palabras de las personas frente a él—. Ndie puede. Él me dijo que lo hiciera o me mataría. No tengo elección.

—No lo harías de todas formas —Olive bajo su varita. Ella aún podía salvarlo.

Draco no habló. Su boca permanecía abierta, y la mano que sujetaba la varita temblaba. De repente los pasos tronaban desde la escalera y un segundo más tarde Draco fue empujado del camino cuando aparecieron cuatro personas vestidas de negro, que salían disparadas por la puerta.

Un hombre de aspecto mugroso y mirada lasciva ladeada hizo un sonrisa tonta y jadeante se regodeo al ver la escena

—Dumbledore acorralado —dijo, y volvió su mirada hacia una pequeña mujer que parecía que era su hermana y quién sonreía con impaciencia—. Dumbledore sin varita, bien hecho muchacho, pero pareces tener problemas con a una de sus defensoras.

—Buenas noches Amycus —dijo Dumbledore calmadamente, como si diera al hombre la bienvenida a una fiesta—. Y has traído a Electo

también...encantador...

La mujer se enfado un poco pero rió tontamente.

—Creo que tus chistes no te ayudarán esta vez en tu lecho de muerte ¿verdad? —se burló ella.

—¿Chistes? No, no, esos son modales —replicó Dumbledore.

—Hazlo —dijo uno de los enmascarados hacía Draco.

—Hazte a un lado —exclamó Amycus apuntando con su varita a Olive que se negaba nuevamente a abandonar su postura frente a Dumbledore—. ¡Crucio!

El impacto de la maldición le dio justo en el pecho, retorciéndose por el dolor inflingido. Era inimaginable e indescriptible, como si su cuerpo se enfrentará a millones de cuchillos calientes, cortando trozos de carne por todos lados, sus nervios se contraía al mismo tiempo y sus huesos se quebrantaban a la vez, pero su cuerpo seguía intacto. Gritando, maquinando una salida del dolor, quería que parara. Esperando que Vega no sintiese lo mismo.

—Basta —dijo una voz entrando en la torre.

Amycus se detuvo, Severus Snape mantenía su varita en alto, sin apuntar a nadie en particular.

—Tenemos un problema, el niño...

Olive dejo de escuchar, solo podía mirara a su profesor, su padre. El le regresó la mirada solo un instante, Olive no necesito más para entender, un pensamiento se clavo al fondo de su mente, donde Snape le decía que se había acabado, que se apartará y todo estaría bien. Trago saliva pero asintió disimuladamente. Pero solo le importaba que su bebé estuviese bien. Se incorporó con dificultad, alejándose totalmente de los mortifagos y del director. Necesitaba un descanso, largarse del lugar, esconderse como le había prometido Dumbledore, sin embargo no tenía a dónde correr. Frente a los mortifagos era una traidora por defender a Dumbledore, y nadie de la Orden sabría lo que Olive trato de impedir es noche. Y cuando Snape lanzo la maldición asesina sintió un gran alivio, al fin y al cabo logro su cometido. Pero no había sido por la misión, desde hacía tiempo lo único que le había importado era el alma de Draco, que no se rompiera ni manchara, lo salvo ¿No? Aunque no hubo nadie quien la salvará a ella.

Al borde de la muralla en la Torre de Astronomía, tratando de recuperar el aliento, el cadáver de Dumbledore volando por los aires, Amycus Carrow apuntando a su pecho nuevamente:

—Para la pequeña traidora —dijo antes de dibujar una sonrisa, chispas azules salieron despedidas para su sorpresa, de la varita de Draco, atinando justo a su corazón, empujándola hacía atrás. Olive no sabía que maleficio era, había dolor como hacía unos momentos, sus pies resbalaron antes de que sus dedos pudieran aferrarse a la muralla, no veía nada, no escuchaba nada. Había sido privada de sus sentidos y lo único que podías distinguir era su cuerpo rompiendo el aire al caer. Lentamente, una eternidad, oscuridad cernida sobre ella y seguía cayendo. Los huesos de su espalda se quebraban mientras agonizaba, sus pulmones perdían aire, quemaban. La sangre emanaba de sus oídos mientras lloraba internamente por el dolor, un dolor que esperaba pudiese calmar el Ángel de la muerte.

Sola, eso era. Así se sentiría eternamente...