—El mayor Sholto no puede recibirlo por el momento.

El soldado miró serio a John, no parecía agradarle su presencia.

—¿Le dijo que es importante?

—Fue claro, no puede recibirlo.

Bueno, ese fue otro intento fallido de hablar con James, igual que en los últimos once días, doce con ese. No le había contestado las llamadas, tampoco los mensajes, fue a buscarlo a su departamento en dos ocasiones, pero no lo encontró. John no podía hacerse tiempo para buscarlo como quería, ya que pedir salir temprano en un hospital bastante concurrido no era algo sencillo. Además, para su mala suerte, Sarah le había pedido, como un favor, que la cubriera justo en su día libre, así que esa había sido una semana bastante complicada para él.

John suspiró, la noche marcaba casi las nueve con cuarenta, así que solo le quedaba sacrificarse, es decir, ir al departamento de James y esperarlo hasta la hora que llegase. No tenía idea de cuánto tiempo le tomaría, por lo que sería un movimiento a ciegas.

Convencer al hombre de seguridad no había sido fácil, lo conocía, pero arriesgaba su trabajo si lo dejaba entrar sin autorización. Una mentira blanca lo ayudó, "mañana viajo y no quiero irme sin despedirme, por favor, él es mi mejor amigo, ¿entiendes? Necesito despedirme". Se podía decir que eso lo había aprendido de Sherlock, el detective podía actuar como los mejores si era necesario sacar información con eso.

Lo esperó sentado en el pequeño parque de la residencial. Dos jóvenes en patineta fueron sus acompañantes por un rato, luego se encontró solo, tiritando un poco por el frío de la noche. Miró su reloj, once con treinta minutos y James no llegaba. Maldición, se estaba arrepintiendo de verdad, ¿qué tal si no volvería hasta la media noche o incluso más? ¿Seguiría esperando como un idiota?

Pues, sí. Se quedó esperando como idiota casi hasta las doce de la noche que fue cuando vio la camioneta de James ingresando a la residencial. Él se levantó y avanzó rápidamente con su maleta en la mano para ser visto. La camioneta se detuvo a un par de metros lejos de él y la ventana bajó mostrando a James totalmente extrañado.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí adentro? —preguntó.

John se acercó.

—He intentado hablar contigo.

—Por Dios, John. —se quejó James. —Es porque claramente no quiero hablar contigo. Por favor, ve a casa.

La camioneta avanzó, pero John se aferró de la puerta del vehículo, haciendo que James frenara de inmediato.

—¡Espera!

El rostro de James no se mostraba demasiado paciente.

—Hablemos ahora, solo esta vez y te prometo no insistir más.

James suspiró, realmente le había costado mucho mantenerse alejado, por lo que hablar con John sería como caer en el juego otra vez. Su decisión ya estaba tomada y no quería dar vuelta atrás.

—John…

—Dejemos las cosas en claro entre nosotros y si no me quieres volver a ver después de eso, no te buscaré otra vez.

Unos minutos después, John bajaba de la camioneta junto con James dentro del estacionamiento, subían al ascensor hasta el piso trece en incómodo silencio y finalmente ingresaban al departamento.

Era algo doloroso para John recibir un trato tan frío, estaba acostumbrado a sonrisas cálidas, risitas divertidas y el placer de sentir el cariño de la otra persona.

—No te quites el saco. —pidió James cuando John se ponía cómodo al ingresar. —Esto no puede durar mucho, tengo trabajo mañana. Siéntate.

A pesar de que esas palabras podrían hacer sentir incomodidad a cualquiera, la voz de James no lo permitía, tal vez porque John sabía reconocer su tristeza fácilmente.

—De acuerdo. —John se sentó en el sofá y dejó su maleta al lado de sus pies.

James se sentó frente a él, tampoco se había quitado la chaqueta.

—Escucha, —se adelantó el más alto, —antes que todo, debes saber que lamento todo lo que dije.

—No te preocupes, lo sé.

—Fue demasiado duro para ti y de verdad lo siento.

—Lo sé. —reafirmó John. —Entiendo que lo hayas dicho y tuviste toda la razón.

John vio el gesto incómodo de James cuando este volteó el rostro al escuchar la respuesta. Era claro que no le creía, estaba convencido de que él seguía sumido en los recuerdos de Sherlock por voluntad propia sin querer cambiar su situación y seguir con su vida.

Bueno, tenía que admitir que eso era bastante cierto.

—John, yo tomé mi decisión. Es mejor que nos alejemos y te encargues de ti mismo, no puedes depender emocionalmente de otra persona.

—Pero dijiste que yo no tendría que estar solo.

—Ahora creo que realmente deberías estarlo.

—James, eres mi amigo, eres el único a quien tengo y no quiero perderte.

—Tienes amigos a quienes dejaste atrás.

John guardó silencio por un momento entendiendo el significado detrás de esas palabras.

—Ya no quieres ser mi amigo, ¿verdad? —preguntó John.

James respondió con una pequeña y triste risa burlona.

—No quieres serlo. —repitió. —¿Por qué no podemos ser am-…?

—Porque no puedo. —interrumpió James. —No quiero ser tu amigo, quiero ser más que eso para ti.

Si bien John estaba viendo la manera de llegar a ese punto en la conversación, se dio cuenta que todavía le daba cierto temor hacerlo.

—Lo siento, John, lo intenté. Estos dos años jamás pretendí que tú yo tuviéramos algo, porque soy completamente consciente que, después de lo de Sherlock, todavía es muy pronto.

John desvió la mirada al escuchar eso.

—Fue mi culpa haberte besado esa vez cuando estábamos en el lago, ese fue mi único error, pero lo de esa noche fue algo que tú iniciaste. ¿Qué crees que iba a hacer yo? Estoy enamorado de ti, ¿cómo carajos no iba a caer?

—Lo siento, James, no quise…

—Esa noche me di cuenta de una cosa. Ya no puedo seguir esperando. Ni a ti, ni a nadie.

¿Qué significaba eso? ¿Definitivamente quería alejarse de él? Caer en cuenta de eso hizo que John sintiera una repentina sensación de total abandono.

—Ya no quiero esperar a ver si algo funciona o no, ya no quiero hacer eso, estoy harto. Lo siento, John, pero esta vez seré egoísta. No pienso ser tu segunda opción, no otra vez.

—No, James, tú no eres…

—Sé que no te estoy dejando solo, tienes amigos que te darían el apoyo que necesitas si se los permitieras.

—¡Pero ellos no son tú! —respondió ligeramente alterado el rubio —Ellos… ellos no me comprenden como tú lo haces.

James sonrió por un momento. John sintió que su respuesta no había sido la más acertada.

—Siempre evité hablar de Sherlock para que no te sintieras incómodo, algo que tus amigos sí hacen. Por eso prefieres estar conmigo, porque yo no te traigo esos recuerdos.

Mierda, ¿cómo negar algo tan obvio como eso? James lo había dejado sin palabras para defenderse.

—Realmente espero que puedas superar la muerte de Sherlock.

James se levantó y caminó hacia su habitación a paso lento.

—No quiero ser grosero contigo, pero es mejor que te vayas, John. —dijo sin verlo.

Entonces, eso sería todo. Lo que pudo convertirse en algo más que una simple amistad, había terminado en una decisión que a ambos hacía daño. Así nada más, sin una segunda oportunidad.

/ / /

Luego de regresar a las instalaciones ya vestido como un guerrillero común, Sherlock se escabulló siguiendo las instrucciones previas que le habían explicado los infiltrados de Mycroft. Debía encontrar al hombre que se encargaría de la decapitación de los rehenes esa noche, matarlo y tomar su lugar.

Una vez hecho eso, se colocó las sucias ropas del hombre y tapó su rostro solo mostrando sus ojos, "evita que te miren a los ojos por mucho tiempo", le habían advertido, ya que los suyos no eran exactamente muy comunes para un guerrillero.

Así lo hizo, él ahora estaba con una espada de ancha hoja, filosa y ligera, hecha especialmente para aquel terrible propósito. Los infiltrados estaban en el grupo, ellos apoyarían en el ataque para luego escapar con Irene Adler (si es que lograban sacarla con vida) y el teléfono con la tan valiosa información.

Una camioneta con tres guerrilleros llegó, uno manejando, el otro de copiloto y un tercero atrás con los dos prisioneros a ejecutar. Irene fue la primera de ellos en descender, fue llevada unos metros delante de la camioneta y la obligaron a arrodillarse. Ella sería la primera de las dos víctimas de esa noche.

El hombre que iba al lado del piloto descendió de la camioneta un momento después con una cámara en la mano. Sherlock observó los movimientos de cada persona a su alrededor, en silencio y esperando su turno para acercase a Irene.

Ella dijo algo en aquel idioma, algo que Sherlock no entendió, pero pudo darse cuenta de que había hecho una petición. El guerrillero contestó e Irene sacó su teléfono, sus manos temblaban ligeramente mientras tecleaba rápido con los pulgares.

El guerrillero con la cámara finalmente empezó a grabar. Sherlock seguía observando la situación, estaban esperando a que Irene entregara el teléfono. Cuando ella terminó y finalmente lo hizo, uno de los infiltrados se acercó disimuladamente al guerrillero que recibió el aparato. Sherlock entonces se acercó a Irene y alzó la espada tomándola firmemente con ambas manos, justo sobre el cuello.

La vio cerrar los ojos y una lágrima resbalar por su mejilla, estaba vestida de negro, completamente envuelta por la tela dejando solo su fino rostro a la vista.

Ella siempre fue astuta, pero su inteligencia no fue suficiente y solo la protegió por dos años. Si esa ejecución no ocurría, tal vez Sherlock hubiera tardado un poco más en ubicarla. Sin embargo, eso ahora no importaba, el detective debía poner a salvo la información de ese teléfono y, sobre todo, salvarle la vida a Irene como un acto de agradecimiento.

El teléfono de Sherlock sonó, un sonido corto de dos segundos que se escuchó muy extraño viniendo del teléfono de un supuesto guerrillero. Era una sola nota en guitarra eléctrica. Eso hizo que Irene se extrañara y, por consecuente, volteara a ver a su supuesto verdugo.

Ella reconoció esos ojos inmediatamente y entonces supo que estaría a salvo. Lo había dudado antes, pero ahora podía estar segura de que salvar a John Watson, le había asegurado su salvación a ella. Sherlock le debía algo valioso y por eso no la dejaría morir.

—Cuando diga corre, corres.

/ / /

—No. No es así. —John se detuvo frente a la puerta del departamento, reflexionando sobre lo que James había dicho. —Te equivocas. No solo por eso es que me gusta estar contigo.

James ya había ingresado a su habitación cuando escuchó hablar a John, pero no salió, solo se quedó parado en silencio.

John pensó en buscarlo para hablarle de frente, pero se dio cuenta que era más sencillo si no lo veía, así que le hablaba desde ahí.

—Cuando dije que ellos no me comprenden como tú lo haces, me refería a algo mucho más profundo de lo que crees. Tú me comprendes de una manera en la que ellos nunca lo harán, porque… —suspiró, ese momento se sentía como jugarse la vida en una apuesta que muy seguramente saldría perdiendo, —porque solo tú has podido hacer que me sienta cómodo conmigo mismo. Solo contigo he podido dejar de sentirme miserable al menos por un momento.

John cerró los ojos y se obligó a sí mismo a concentrarse en lo que sentía, en lugar de pensar automáticamente en lo que eso significaría sus palabras para ese Sherlock dentro de su mente.

—Yo solo quiero que entiendas que… —apretó los labios sintiéndose nervioso. —Tal vez no te ame de la misma manera en la que siempre amaré a Sherlock, pero, te lo juro James y estoy siendo complemente honesto contigo, siento sentimientos por ti que no se podrían tener en una amistad.

James seguía en silencio, sin moverse, con los ojos clavados en la pared. Las palabras de John dolían, no por no ser reconfortantes, sino porque le daban esperanzas.

—S-Sherlock está… —abrió los ojos y raspó la garganta. Se obligó a decirlo, por más que todavía doliera, por más que todavía se le quebrara la voz cuando lo haga, debía decirlo. —Está muerto. —suspiró. —Y tienes toda la razón con decir que no puedo hacer nada al respecto, más que seguir adelante con mi vida. Por eso estoy aquí, porque lo he decidido, lo haré y la única persona que quiero a mi lado eres tú.

John esperó una respuesta, pero un largo silencio se hizo presente otra vez en el departamento, uno que él supo interpretar como una respuesta clara y obvia: Vete.

¿Podría insistir un poco más? ¿Sería correcto seguir hablando y obligarlo a que lo escuche?

No, James Sholto ya no quería arriesgarse con un corazón tan inestable y roto como el suyo.

—Está bien. —dijo rendido John. —Pero antes me gustaría que sepas esto. —Alzó la mirada tratando de darle palabras a lo que sus sentimientos le mostraban. —Solo he conocido a dos personas que han logrado cautivarme tanto, que he llegado a desear, en algún momento, pasar mi vida a su lado. Sherlock… —y como si lo que estuviera a punto de decir fuera lo más sincero que había dicho en años, su corazón se aceleró al sentirse conmovido de lo mucho que realmente significaba James para él. —Y tú. Así que, si quieres intentarlo, prometo que guardaré el amor que siento por Sherlock, atesoraré sus recuerdos y todo lo que aprendí de él, en el lugar más puro de mi corazón y dejaré que mis sentimientos crezcan por ti. No los detendré, no los reprimiré, porque ciertamente, James, yo tampoco te quiero como un amigo.

Entonces, sin decir más, salió del departamento sin mirar atrás. Lo que pasaría mañana o cuando fuera, dependería enteramente de James Sholto.

¿Exageró? ¿Dijo todas esas cosas solo para que lo perdonara? ¿Podía sentir sinceras cada palabra que pronunció? John sintió su conciencia tranquila cuando pudo entender que todo lo dicho, había sido su corazón hablando sin censura.

Cuando la puerta se cerró, James sintió su corazón acelerarse y su mente gritarle que fuera detrás de John. Pero cuando estaba a punto de moverse para salir corriendo, la otra parte de sí mismo se lo prohibía. No podía ser la última opción de nadie, no podía conformarse con un "te quiero, pero quizás aprenda a amarte". ¿Por qué mierda tendría que aceptar eso, cuando simplemente podía alejarse de ese dolor y encontrar el amor en otra persona que sí esté dispuesta a amarlo tal y como él lo hacía?

—Sherlock ya no está.

Susurró al darse cuenta que, a diferencia de años atrás, John no vivía con la esperanza de volver con Sherlock. No había un quizás, solo estaba él ante el corazón de John Watson.

No lo pensó más, sus pies se movieron tan rápido que llegó al pasillo en menos de cuatro segundos. En ese momento, vio las puertas del ascensor empezar a cerrarse delante de John. Ambos lograron cruzar miradas.

—¡John!

El rubio presionó rápidamente el botón de abrir, casi al mismo tiempo que escuchó la voz de James llamándolo al otro lado.

—¡James! —contestó él.

Las puertas finalmente se abrieron, justo cuando el más alto estuvo a punto de emprender carrera abajo por las puertas de emergencia.

Salió del ascensor y James se acercó a él. ¿Lo había perdonado?

John no obtuvo una respuesta con palabras, simplemente recibió un beso y entonces James ya se lo había dicho absolutamente todo. Este lo rodeó con sus brazos y lo abrazó con fuerza, como queriendo cerciorarse de que realmente estuviera ahí con él.

—No te vayas, John.

Susurró en un suspiro que enterneció el corazón del rubio. Se miraron, se sonrieron y finalmente volvieron a departamento sabiendo que esa noche sería especial para los dos.

/ /

El rostro de Sherlock siempre fue perfecto para Irene Adler. Ojos hermosos, pómulos prominentes, labios en forma de corazón. El flechazo que había sentido por él hace años había sido solo por el físico en un principio, porque, demonios, ¿quién no quería tirarse al malditamente guapo y rebelde Sherlock Holmes de esa época? Sin embargo, el amor llegó a ella cuando descubrió la brillantez debajo de ese cuerpo perfecto, el intelecto, esa atractiva inteligencia. Irene no pudo evitar quedar cautivada a pesar de haber sido casi exclusivamente para las chicas toda su vida.

Por eso, limpiar las heridas en ese mismo rostro significaba algo más que importante para ella. Sherlock ahora no solo era un amor inolvidable, era el hombre a quien le debía la vida.

—Déjalo, me atenderán cuando lleguemos. —Sherlock apartó con gentileza las manos de Irene.

—¿Es una regla? —respondió ella con una sonrisa. —¿Solo John Watson puede curar tus heridas?

—No estás curando mis heridas, las estás limpiando con la tela de tu hiyab, la cual está sucia, por lo que podrías provocarme una infección.

Eso se sintió algo despectivo, debía admitirlo. Algo muy típico de Sherlock Holmes.

—Bueno. —ella sonrió, cosas peores le habían dicho en su vida. —Entonces solo disfrutaré de tu compañía.

La maltratada camioneta militar había salido de la zona enemiga hace casi una hora, Sherlock e Irene estaban en el platón del vehículo, la cual estaba cubierto para la seguridad de ellos y los dos infiltrados que participaron en el ataque. Como había dicho Mycroft, luego de que escaparon de la base militar, fueron recogidos para desaparecer del lugar rápidamente.

Sherlock suspiró cansado y adolorido, se acomodó en el duro asiento hasta encontrar una posición cómoda para su espalda, pero, al parecer, Irene interpretó eso como una invitación para acomodarse abrazándolo de manera cariñosa. El rizado la miró algo incómodo por eso, pero prefirió no decir nada, al final, Irene estaba agradecida tanto como él con ella.

—Ya estamos a salvo, ¿verdad? —preguntó Irene.

—En teoría sí, pero podríamos ser interceptados en el camino, no lo sabemos.

Irene sonrió divertida.

—Me das mucha calma, Sherlock, gracias.

—Solo contesto tu pregunta.

Ella alzó su rostro para mirarlo, él lucía muy serio y tenso. Lo observó por un periodo de tiempo tan largo, que el detective bajó su mirada alzando una ceja al sentirse incómodo por ello. Entonces, sin dudarlo, Irene decide acercarse lentamente hasta besarlo.

No se sorprendió del todo al sentir que los labios del rizado se quedaron quietos sin corresponderla, pero sabía que esa sería su única oportunidad para darse el gusto de probar aquellos provocativos labios, así que continuó.

—Gracias, Sr. Holmes. —susurró ella separándose para nuevamente mirarlo a los ojos.

Era curioso ver que Sherlock no la apartara, pero más aún cuando se dejaba acariciar mientras la miraba con el rostro serio y el ceño fruncido. ¿Esa íntima cercanía acaso no le afectaba? Irene no estaba segura, pero a ella sí, por lo que lo volvió a besar.

No era que deseaba estar con ella, pero debía admitir que sentía que su cuerpo respondía naturalmente a las estimulaciones. Tal vez por eso sus labios finalmente correspondieron el beso para luego, casi inmediatamente, sentir una ligera corriente eléctrica cuando sintió la mano de ella acariciar su pierna, subiendo lentamente, muy cerca de su miembro.

Había pasado tanto tiempo desde que no sentía esos deseos, que su mente se bloqueó por un momento. El beso de Irene era intenso y las caricias allí abajo le estaban ganando la batalla. Sin embargo, era ella quien ponía más empeño a la situación, Sherlock solo correspondía el beso mientras se dejaba tocar solo porque realmente lo estaba disfrutando.

Con manos expertas, Irene sobaba encima de la tela, apretando los contornos con suavidad y sobando toda la longitud que poco a poco crecía. Sherlock respiraba más rápido y sus besos se hacían más necesitados. Ella tenía tanto para ofrecerle, tanto que podía hacer por él si tan solo se lo pidiera de verdad.

Pero fue cuando un gemido escapó de Sherlock, que todo se detuvo. El detective tomó la mano de Irene y la apartó de inmediato.

—Basta. —dijo él claramente agitado.

Se alejó un poco de ella sintiéndose incómodo. Ese desliz nunca debió haber pasado.

Ella sonrió sin apartar la vista de esos hermosos labios.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que lo hiciste?

—¿Eso importa? —Sherlock la miró serio. —Te salvé la vida, ya estamos a mano.

—Ahora yo te debo la vida.

—Es un favor que no pienso cobrar. Mantén tu excitación reservada para tus clientes.

Una pequeña risa contenida de uno de los infiltrados se escuchó, ellos estaban sentados uno frente al otro justo en la entrada, con armas en mano y atentos a cualquier acercamiento enemigo en el camino. Pero, claro, la situación entre Sherlock e Irene los había distraído por un momento.

En lugar de sentirse ofendida, Irene simplemente sonrió luciendo divertida y orgullosa. Aquellos tipos podían pensar lo que quieran de ella, pero nada cambiaría el hecho de que hasta las personas más poderosas e influyentes del mundo se habían arrodillado ante ella, solo para suplicarle placer.

/ / /

Los besos y las caricias de James se sentían diferentes, su cuerpo encima de él no encajaba igual, pasar sus manos por su cuerpo no era lo mismo que tocar el de Sherlock. John realmente lo intentaba, pero no podía dejar de comparar, no podía dejar de analizar todo como si fuera un robot que no disfruta, sino que solo observa las reacciones de la otra persona para saber si estaba haciendo lo correcto.

Por supuesto que estaba excitado, estaba dentro de James, disfrutando de sus movimientos, recibiendo sus besos entre gemidos. Había llegado al nivel necesario para cumplir con las demandas de su amante, pero sentía que, si no encontraba algo que lo lleve más arriba, no podría encontrar su camino hacia el orgasmo.

Quizás era el estrés y la tensión de la última semana, pensó. Vamos, tenía a un hombre jodidamente atractivo sobre él claramente disfrutando de su masculinidad, haciendo movimientos maravillosos y sintiéndose jodidamente bien, pero ¿qué más necesitaba? ¿Qué era eso que le daría el empujón hacia su climax?

—¡Ah! John…

James dejó de moverse, cerró los ojos con fuerza y se inclinó sobre John mientras que su cuerpo sentía los estragos de su propio orgasmo, al mismo tiempo que su esencia se derramaba varias veces sobre el abdomen de su amante. El rubio entonces lo tomó de la cintura y empezó a impulsarse para embestirlo y así ayudar a que su placer sea lo más prolongado posible.

—¡Ah! …Te amo, John… —susurró.

John subió sus manos acariciando la espalda de James y finalmente lo besó. Despacio, con cariño, esperando a que el cuerpo del más alto se calme y se sienta cómodo. Sus respiraciones se sincronizaron lentamente hasta escucharse como uno solo. El cómodo silencio de la noche los envolvía en la habitación.

Bueno, ya que James había terminado, ahora era su turno.

Pensó en que tal vez una nueva posición lo animaría, así que empujó gentilmente a James y lo guio hasta que estuviera sobre sus brazos y piernas. A John siempre le gustó tener así a Sherlock, podría intentarlo.

Antes de empezar, se tomó el tiempo de observar la espalda de su amante, la cual estaba hermosamente formada por una vida con dieta saludable y ejercicios, luego bajó un poco más su mirada hasta ver ese trasero igual de bien logrado. De verdad le gustaba lo que tenía frente a él, pero no se comparaba con el cuerpo de Sherlock, con sus músculos solo lo suficientemente marcados, lo pálido de su piel y la manera en la que doblaba su espalda cuando lo acariciaba.

John trajo a su mente la imagen del rizado bajo su cuerpo, de cómo su piel se erizaba cuando respiraba en su espalda, de sus desesperadas manos empujándolo de la cintura para animarlo a embestir más fuerte y de la tensión de sus músculos cuando era asaltado por su orgasmo mientras seguía embistiéndolo.

John cerró los ojos, tomó a James de la cintura y empujó con cuidado, despacio, siempre con los recuerdos en su mente. No pasó mucho cuando sintió que había encontrado lo que buscaba, el empujón que necesitaba para sentir que realmente llegaría al climax.

Sherlock en su mente escondiendo el rostro en la almohada, apretando las sábanas con sus manos, sus rizos húmedos y desordenados, su pecho sobre el colchón, sus caderas elevadas.

James pudo sentir el cambio, John de pronto se puso más brusco, embestía con fuerza sin importar qué tan fuerte se sintiera para él. Se podría decir que lo tomó por sorpresa, James prefería un ritmo más lento y suave, pero no se atrevería a detenerlo siendo esa la primera vez que lo conocía en ese aspecto.

Así que cerró los ojos y apretó los dientes, resistió las certeras embestidas una y otra vez, el sonido de sus cuerpos sonando fuertemente en medio del silencio. James sintió su cuerpo estremecerse, luego de su orgasmo, él estaba muy sensible. John entonces empezó maldecir, apretó su agarre y finalmente se inclinó sobre él mientras daba las últimas embestidas. James lo sintió venirse dentro varias veces.

Fue maravilloso, sentir a John de esa manera resultó ser simplemente hermoso para él.

John salió con cuidado para dejarse caer deslizándose pesadamente sobre la cama. Se tomó un momento para respirar y calmarse mientras James se acomodaba a su lado.

—¿Estás bien, John?

John volteó y lo miró.

No, no me preguntes eso, solo dime que respire, así como Sherlock siempre lo decía.

—Sí. —sonrió entre jadeos.

James sonrió y empezó a acomodarse para quedar boca arriba. Entonces, sin poder evitarlo, hizo un gesto de dolor cuando su trasero presionó sobre el colchón.

—¿Te duele? —preguntó John claramente alarmado.

—Creo que te emocionaste al final. —respondió con una sonrisa. —Pero estaré bien.

—Lo siento, no creí…

—Tranquilo. Fue increíble. —James sonrió mirándolo con ojos enamorados.

¿Debería sentir ese momento como algo romántico? Si quería ser sincero, había tenido mejores encuentros y sí, todos ellos con Sherlock. Pero disimuló con una sonrisa, pensar eso en ese momento no era muy agradable de su parte.

—Dame un momento, voy a… —dijo John.

James asintió y John se levantó de la cama para caminar al baño y tirar el preservativo a la basura. Además, aprovecharía para tomar lo que necesite para la limpieza respectiva. Sin pensarlo, cerró la puerta al ingresar, algo que le pareció realmente estúpido, acababa de hacer el amor con él, ¿por qué tendría que cerrar la puerta?

Mierda, sentía que estaba haciendo todo como un virgen inexperto. Como si no supiera cómo actuar, pensar o qué decir. Se miró al espejo y lo que vio no era precisamente un rostro satisfecho. ¿Así sería su vida sexual a partir de ahora? ¿Tendría que recurrir a sus recuerdos para poder alcanzar un orgasmo? ¿Acaso nunca podría hacerle el amor a James Sholto, solo viéndolo a él y no imaginando a Sherlock debajo suyo?

Si había algo que debía hacer en momentos así era calmarse, tal y como lo aprendió de las sesiones con su terapeuta. Sacudió la cabeza apartando esas dudas de su mente y reflexionó. No podía juzgar lo que le esperaba en el futuro, ese era su primer encuentro, todavía tenía confusión en su mente y el recuerdo de la muerte de Sherlock haciéndole daño, era apenas el primer paso. Solo necesitaba tiempo y paciencia para ver su mejoraría.

Cerró los ojos y respiró pausado.

Botó el preservativo, tomó el papel, se limpió rápidamente y finalmente regresó a la habitación. El deber de un amante, como solía decirle a Sherlock, es limpiar el cuerpo de su pareja con el mismo amor con que lo había acariciado.

—¿Por qué demonios cerraste la puerta? —preguntó James con una sonrisa divertida.

—¿Sabes? Me pregunté exactamente lo mismo. —sonrió. —Ahora ven aquí.

James se acercó a él y lo besó con ternura, John correspondió gustoso y se dejó envolver por esa hermosa sensación de ser amado nuevamente.

/ / /

—Por cierto. —dijo Sherlock luego de acercar su mano a Irene para exigirle la devolución del teléfono.

Era verdad que había caído ante la seducción de Adler, pero también logró darse cuenta del engaño de la misma. Acariciarlo allí abajo para desarmarlo fue la mejor manera que tuvo ella para recuperar su teléfono. La mujer levantó una ceja fingiendo no entender lo que Sherlock quería, pero la mirada del detective era tan seria y demandante, que no tuvo otra alternativa que devolverlo.

—Para no ser una prostituta, te comportas como una. —dijo Sherlock tomando el teléfono y devolviéndolo a la relativa seguridad de su cintura. Después de todo, la ropa que llevaba puesta no tenía bolsillos.

—Si me sirve de defensa, esa no era mi intención al principio. No tenía idea de que traías mi teléfono ahí.

Sherlock miró su reloj ignorando la respuesta.

—Estimo que llegaremos en veinte minutos, tal vez un poco más.

Aunque sonara extraño, Irene daría lo que sea porque ese viaje durara toda la vida, pues el futuro que le esperaba era todavía muy incierto.

Una vez que fuera entregada al gobierno británico, no sabía lo que pasaría con su vida y todo lo que dejó atrás con ella. Tal vez no la matarían, no creía que Sherlock lo permitiera, pero ¿entonces qué? Las exigencias que una vez pidió no serían cumplidas, puesto que ella tendría que dar la contraseña de manera obligatoria. No podía chantajear más con esa información cuando ella, irónicamente, estaba más segura bajo la seguridad de Mycroft, quien (esperaba) la protegiera de varios políticos pertenecientes a su lista de clientes.

Pero entonces se dio cuenta de algo extraño, Sherlock no le había pedido la contraseña hasta ahora.

—Estarás bien. —dijo Sherlock.

Irene lo miró algo confundida, ¿le había leído la mente o qué demonios? Pero, así como se sorprendió, decidió dejarlo pasar. No debería sorprenderse, era Sherlock Holmes después de todo.

—Supongo que sí. —respondió ella acomodándose un poco más cerca del rizado.

Sherlock la miró y vio que su rostro ya no lucía seductor, ahora había desconcierto en ella.

—Sistema de protección de testigos en América. —dijo y vio los ojos de Irene abrirse con asombro. —Nuevo nombre, nueva identidad. Sobrevivirás, pero no la volverás a ver.

Sherlock ya lo sabía todo, Mycroft le había contado todos los detalles.

—¿Qué harán con ella? —preguntó Irene.

—Mycroft se encargará de que tenga una vida cómoda en un buen orfanato. Le conseguirán una familia adecuada.

Irene bajó la mirada recordando la última vez en que había visto a la pequeña.

—Siempre quise que ella creciera en un ambiente diferente al que le podía ofrecer.

—No es tu hija, ¿verdad?

Lo era, aunque nunca la hubiese llevado en su vientre. No necesitabas de eso para poder amar a un niño como si fuera de tu propia sangre.

—Una de mis chicas cometió el error de enamorarse de su cliente. Quiso obligarlo a quedarse con ella embarazándose, él no volvió en meses y cuando regresó, ya tenía ocho meses. Ordenó que la mataran a ella y su bebé.

Sherlock suspiró y desvió su mirada al frente, el camino estaba ligeramente más claro que hace unos minutos. Ya estaba amaneciendo.

—Pude haberla desaparecido para evitarme problemas, él creía que la bebé había muerto. Pero no pude, así que la oculté durante cinco años.

—Jim Moriarty lo sabía. —comentó Sherlock.

—De alguna manera lo supo. Por eso no pude negarme a participar de su juego.

—Las exigencias que pedías en la carta parecían exageradas, pero cuando la bebé fue hallada, Mycroft consideró tu situación.

—Ella no existe, no registramos su nacimiento. Será fácil ocultarla, ¿verdad?

—Todo lo que tenías no existe ahora. —la miró. —Ella estará bien.

Irene sonrió y miró a Sherlock con admiración y cariño

—Jim estaba tan equivocado con ustedes.

Sherlock bajó la mirada de inmediato, el significado de esas palabras lo afectó rápidamente.

—No del todo. No teníamos una relación perfecta.

—Ninguna relación es perfecta, Sherlock.

—A pesar de que sé que John mintió para ayudarme, estoy seguro de que hubo un momento en el que él se preguntó si quería seguir conmigo. Hace años le hice prometerme que, si en algún momento se sentía así, me lo dijera. Creo que nunca tuvimos el nivel de confianza que creí que teníamos. —gruñó con frustración. —¿Por qué nada es lo que parece? ¿Por qué resulta tan difícil llevar una relación? ¿No es suficiente con amarnos?

Irene sonrió, se lo había dicho a John esa vez y lo volvía a pensar ahora, había valido la pena ayudar a que ese par de estúpidos se reconciliaran años atrás.

—¿Por qué nunca le dijiste a John sobre mis mensajes?

Sherlock frunció el ceño, pero solo necesitó unos segundos para entender que Irene se había reunido con John en algún momento y él nunca se había enterado.

—¿Cuándo te reuniste con John?

—Luego de hablar con Mycorft, me di cuenta que no solo necesitaba de él para salir de esto. Así que quise ayudar a John, porque tú estabas muy ocupado en tu papel de detective genio.

Sherlock desvió la mirada sintiéndose un poco incómodo por el término, había entendido el sarcasmo entre líneas. Irene entonces recostó su cuerpo con el de Sherlock e inclinó su cabeza teniendo el hombro del rizado como soporte.

—Deja de asumir cosas por John, no creas que puedes pensar como él. En una relación de dos personas, ambos tienen que dar lo mejor de sí y recibir lo mismo a cambio. Y no es un secreto para nadie que todos esos años fuiste tú el que recibía más, Sherlock.

Sherlock la miró de inmediato.

—Siempre lo he protegido, nunca dejé de decirle que lo amaba y nuestra vida sexual nunca se volvió aburrida.

Irene suspiró, Sherlock necesitaba un poco de cátedra sobre el tema.

—Sherlock, solo no seas un genio todo el tiempo, deja que John incline la balanza para que su relación tenga equilibrio. Dale su lugar y, por favor, no lo subestimes. Solo piensa en tu relación como una máquina, tú eres el cerebro y John el corazón.

Sherlock la miró extrañado, eso, aunque suene raro, parecía tener bastante lógica.

—Eres malditamente buena, ¿lo sabías?

—Me lo han dicho. —sonrió.


Todavía le quedaban unas pocas horas para descansar, pero John no lograba conciliar el sueño. Se supone que debería sentirse tranquilo, tenía a James abrazándolo mientras dormía y sentía el calor de su cuerpo envolviéndolo. Por fin tenía la grata compañía de alguien que lo amaba, que era justamente lo que había anhelado tanto en el último año. Y sin embargo, él seguía sintiéndose solo.

Realmente había esperado que, en algún momento de la noche, luego de hacer el amor con James, sintiera una ligera esperanza de paz y tranquilidad. Pero la verdad era que seguía atascado en los mismos sentimientos, con la culpa pesando en sus hombros y sin poder pasar página.

Apostó todo y lo logró, no podía dar la vuelta ahora. Lo único que le quedaba era creer que lo superaría y que toda esa confusión de emociones era temporal. Tal vez por eso, al amanecer, luego de desayunar con James y juntos salir para dirigirse a sus respectivos trabajos, John decidió que era momento de regresar con aquellos que alguna vez le dieron apoyo.

Si estaba dispuesto a mejorar y seguir adelante con una nueva pareja a su lado, debía reconciliarse con su pasado, es decir, disculparse con sus amigos, quienes eran la única familia que le quedaba, ya que los Holmes definitivamente le habían dado la espalda. Además, ese Sherlock que lo observó toda la noche y ahora mismo caminaba a su lado, tenía que desaparecer en algún momento, solo debía ser completamente sincero con su terapeuta y estar decidido a cambiar.

No fue sencillo mantener el ánimo de esa promesa con el pasar de los días, hubo momentos en las que no quería ni pensar en ello y otras en las que opinaba que era lo mejor que podía hacer. Sus sesiones con la terapeuta seguían sintiéndose obligadas y tampoco había podido confesar lo de Sherlock, pero se mantenía firme con la idea de hacerlo. Tal vez se estaba demorando, pero estaba seguro de que eventualmente lo haría.

James le sonreía todo el tiempo, así se sintiera cansado al final del día y eso le provocaba a John mucha ternura. Aunque no se había vuelto a repetir lo de esa noche, solían reunirse en sus respectivos departamentos para charlar sobre sus días en el trabajo, pasar el tiempo juntos y besarse con frecuencia. Se podría decir que al menos algo había mejorado, porque tener a alguien a quien abrazar después de sus horas de trabajo, le habían quitado la necesidad hablar con Sherlock. Eso, por consecuencia, hacía que ignorarlo se hiciera mucho más sencillo ahora.

Como se había dicho a él mismo aquella noche, lo que necesitaba era tiempo y paciencia para que todo mejorara.

—¿Por qué no salimos a cenar mañana en la noche? —preguntó John.

—Suena bien. —sonrió James. —Pero no a este restaurant, ¿verdad? —señaló la caja de comida que tenía en su mano.

John negó inmediatamente con una divertida sonrisa.

—No, maldición, es la peor comida china que he probado.

El departamento de John había sido el elegido para cenar juntos esa noche y, por lo tanto, también se encargó de pedir la cena, pero había fallado estrepitosamente eligiendo el restaurant.

—¿Quieres que busque un lugar?

—No, déjame remediar esto. Te daré la dirección mañana.

—¿Tienes planes para mañana en la tarde? Es tu día libre. —James llevo un poco de arroz a su boca, tenía bastante destreza usando los palillos chinos.

De hecho, sí. Tenía planes que debía cumplir de una vez por todas o jamás lo haría.

—Sí, ¿sabes? Iré a ver a la Sra. Hudson. Ella nos… —bueno, seguía siendo un poco doloroso traer esos recuerdos a su mente. —Ella nos alquilaba el segundo piso en Baker Street.

James no pudo evitar sorprenderse, pero también sentirse feliz por ver a John dando un paso muy importante para reconciliarse con su pasado. Estiró su mano y tomó la de su pareja para mostrarle su apoyo.

—Estoy muy orgulloso de ti, John. Estoy seguro de que ella estará feliz de volver a verte.

—Sí, creo que sí. —John sonrió tímido.

Pero decirlo y hacerlo era completamente distinto. Al día siguiente, cuando estaba arreglado y listo para salir, John sintió dudar de su decisión por un momento. Se miraba al espejo y se preguntaba si realmente sería bien recibido, ¿qué tal si su ausencia resultó ser una ofensa mucho peor para ella, más de lo que imaginaba?

—Vamos, no seas un cobarde. —se dijo mirándose al espejo.

No podía aplazar más esa visita, no quería dar paso a la duda, ni al miedo de hablar sobre Sherlock, se supone que él debía enfrentarse a todo eso para seguir adelante.

Alzó ligeramente su rostro y asintió sin apartar sus ojos del espejo. Podía hacerlo, la Sra. Hudson merecía una explicación. Giró sobre sus talones y salió de su departamento sin mirar atrás.


—Haz estado ocupado, ¿verdad? Bastante ocupado como una abeja.

—Entre la red de Moriarty y la localización de Adler, fueron dos años difíciles.

La oficina de Mycroft no siempre recibía tantas personas a la vez, de hecho, casi nunca. Así que él, Sherlock y el barbero que mantenía al rizado echado en la silla, hacían que el lugar se viera inusualmente lleno.

—¿Estás seguro de que no hay más sorpresas para el futuro?

Mycroft sostenía unas carpetas en sus manos. En ella estaban los detalles de todo lo encontrado en el teléfono de Irene Adler y vaya que ella no había exagero sobre su contenido.

—Jim y Moran están muertos y los puntos más fuertes de su red fueron destruidos. Adler fue, de paso, la última pieza de todo, ¿no lo crees?

—Sí. —respondió Mycroft con una sonrisa. —Fue sorpresivo la facilidad con la que descifraste la contraseña.

—Ella dijo "American Jesus".

Mycroft lo quedó mirando en silencio esperando el contexto, ya que esa no era la contraseña.

—Es una estupidez sentimentalista. Una vez le reventé a patadas una máquina vieja donde escuchabas canciones si colocabas una moneda, la tenía en una esquina de su bar. La canción que elegí se cortaba a cada momento y yo estaba ebrio y drogado, así que, bueno…

—¿En serio? —Mycroft levantó una ceja, no sorprendido del todo.

—Dejé hecho un desastre esa esquina, así que ella se enojó y no me dejó entrar por varias noches. "You are fucking Sher-locked".

—Imagino que la canción que querías escuchar se llamaba "American Jesus". —comentó el mayor.

—Sí y ella me repetía "you are fucking sherlocked" al ritmo del coro.

Mycroft desvió la mirada y suspiró ante tan ridícula explicación.

—Bueno, valió la pena dejarte capturar.

—Supongo.

—Como sea. —Mycroft dejó las carpetas en el escritorio y volvió a sonreír. —Estás a salvo ahora.

Sherlock respondió con un simple "Umm" sin importancia, mientras que el barbero continuaba su trabajo silenciosamente. Mycroft rodó los ojos de inmediato, había esperado un respetuoso gracias por parte de su hermano.

—Un pequeño "gracias" no sería inoportuno. —regañó el mayor.

—¿Por qué?

—Por intervenir. Por si lo olvidaste, el trabajo de campo no es mi medio natural.

¿Intervenir? Sherlock tenía recuerdos completamente diferentes. Alzó la mano y el barbero se detuvo de inmediato. Necesitaba responder eso mirando directamente a su hermano, aunque, claro, los golpes que tuvo que soportar durante las torturas todavía hacían estragos en su cuerpo, así que se levantó a duras penas. Su barbilla todavía estaba cubierta con espuma de afeitar.

—¿"Por intervenir"? —dijo seriamente. —Dejaste que un grupo de guerrilleros me torturara por varios días.

—Te saqué de ahí.

—No, yo lo hice. ¿Por qué no interviniste antes?

—No podía arriesgarme a delatarme, ¿verdad? —se defendió Mycroft. —Habría arruinado todo.

Sherlock observó la actitud de su hermano, sabía perfectamente que había sido a propósito.

—Lo disfrutaste. —acusó.

—Tonterías. —contestó inmediatamente el mayor.

—Definitivamente lo disfrutaste.

A diferencia de Sherlock, Mycroft tenía otra manera de ver la situación. Él había hecho todo lo que estaba a su alcance para sacarlo de ahí, antes de que terminara muerto, pero siempre procurando no poner en peligro la misión.

—Escucha. —dijo inclinándose en el escritorio y mirando serio a Sherlock. —¿Tienes idea de cómo es, Sherlock, ir encubierto? ¿Entrando de contrabando en sus filas de esa manera? El ruido, ¡la gente!

Bueno, Sherlock podría seguir contradiciendo las palabras de Mycroft y entrar en una discusión, pero su cuerpo adolorido lo hizo reconsiderarlo, por lo que se volvió a echar para que el barbero continúe con su trabajo. Con suerte, las pastillas para el dolor recetadas especialmente para él lo ayudarían antes de que su afeitada haya terminado.

—No sabía que hablabas… ¿Lashkari? —comentó el detective.

—También conocido como urdu, es el idioma más hablado en Pakistán. Y no, no lo hacía. —respondió el mayor. —Pero el urdu es una lengua muy similar al hindi, la cual se habla en un país de personas muy influyentes con los que he tenido reuniones importantes. Solo me tomó un par de horas.

Se podría decir que eso era impresionante, pero Sherlock no lo diría, al contrario, resaltaría un detalle incómodo solo por la satisfacción de joder a su hermano.

—Umm. Eres más lento.

Mycroft entendió que ese comentario fue hecho para molestarlo, pero decidió no seguir el juego y usar el comentario a su favor.

—La mediana edad, hermano mío. —sonrió. —Nos llega a todos.

La puerta de la oficina se abre, Sherlock movió ligeramente su cabeza para ver si era la persona que estaba esperando. Sí, era Anthea y traía la ropa que él había pedido desde que puso un pie en Londres. Aunque siempre sería un fanático de las camisetas y zapatillas, ahora se sentía más cómodo usando ropa formal.

Ella alzó ligeramente la ropa recién comprada y la mostró para una rápida aprobación. Sherlock sonrió, con esa ropa se presentaría ante John esa misma noche.

Entendiendo la orden, Anthea sonríe en respuesta.

—Señor, Lady Smallwood estará en la sala dentro de treinta minutos. —le dijo ella a Mycroft.

Mycroft simplemente asintió agradeciendo la información. Anthea entonces colgó la ropa y luego desapareció tras la puerta.

—Bueno, todavía nos queda un último peldaño que subir, querido hermano.

—¿Lady Smallwood? ¿El parlamento?

—Solo debes saber que el parlamento no está dispuesto a ayudar a Irene Adler. No será sencillo convencerlos.

Sherlock no respondió, pero se quedó con esas palabras en su mente. Eso era lo último que le quedaba por hacer para finalmente volver a su vida, tenía que haber alguna manera de convencer al parlamento de que Irene Adler ya no sería más un peligro para los círculos del gobierno.

Bueno, Mycroft tenía razón, sería difícil, pero tampoco era imposible.

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Canciones mencionadas:

"American Jesus" de Bad Religion