No diría que estaba exactamente nervioso, pero sabía que su visita significaría traer a la mesa temas de las cuales él todavía prefería callar. Eso era lo que realmente le preocupaba: no controlarse y decir algo que no debería o simplemente sentirse tan incómodo que sería capaz de ahí sin dar explicaciones.
James le dijo algo muy importante esa mañana, "recuerda que ella perdió a dos amigos cuando decidirte irte. Unas sinceras disculpas sería lo mejor que podrías hacer". Por lo que John, tomando ese consejo con mucha seriedad, estuvo todo el camino pensando en las palabras correctas para ofrecer una explicación que abarcara todo lo que él pensó y sintió en esos dos años de ausencia.
Cuando llegó a Baker Street, aquella explicación no estaba lista, pero sabía que, por más que se preparara hasta con años de anticipación, no había manera de remediar el hecho de que la había abandonado.
Cuando bajó del taxi, él estaba a un par de cuadras de su antiguo hogar, su intención era caminar un poco. Observó a su alrededor y sintió todo tan familiar, era como por fin volver a casa. Cruzó la calle plantando la mirada en el 221B, las ventanas arriba, la cafetería al costado, la estrecha puerta azul. Cuando llegó a la acera, se sacó el guante y metió su mano al pantalón para sacar la llave, aquella que se quedó mirando por un largo rato, cuando la había sacado de su cajón esa mañana.
Subió las escaleras y metió la llave, tal y cual lo había hecho tantas veces. Si en algún momento pensó en tocar (después de todo él ya no vivía allí), simplemente lo ignoró. Entró, cerró la puerta detrás de él y observó el oscuro pasillo. Caminó a paso lento y ese olor de la cocina de la Sra. Hudson llegó a él haciendo que su corazón empezara a latir rápidamente.
La puerta de su antigua arrendadora estaba cerrada, quizás no lo había escuchado entrar. Continuó, pero tras unos pasos, se detuvo. Respiró hondo, ¿qué le diría? ¿Qué es lo que ella le diría a él? ¿Podría ser perdonado luego de haberla abandonado por dos años?
Sus ojos miraron hacia el segundo piso y la sensación que sintió al ver la escalera lo conmovió. Los recuerdos vinieron a él llenándolo de nostalgia, tantas veces que había subido viendo a Sherlock delante de él, con sus rizos moviéndose ligeramente con sus pasos, las ondas en su saco, el ligero rastro de perfume que dejaba detrás. Todas las veces que resbaló por los escalones porque tenía a Sherlock devorándolo a besos o aquellas en las que inevitablemente cayeron por el mismo motivo.
John apretó los labios y parpadeó sintiendo que sus ojos amenazaban con derramar lágrimas. Ver esa escalera simplemente había provocado que sintiera una enorme necesidad de sentir a Sherlock rodeándolo con sus brazos. Pero fue la puerta de la Sra. Hudson lo que le sacó de sus pensamientos cuando se abrió.
Ella había salido un poco curiosa y temerosa por el sonido de la puerta y, al verlo, realmente no pareció sorprendida, de hecho, se veía desconcertada. Lo quedó mirando en silencio como si no lo reconociera, como si verlo ahí ya lo había considerado como algo imposible después de tanto tiempo.
John hubiera preferido sonreír y saludarla con un abrazo, pero todos esos sentimientos que los recuerdos removieron dentro de su corazón, todavía lo asaltaban. Levantó la mano y susurró un hola y la anciana simplemente hizo un ademán con sus manos para invitarlo a pasar. John avanzó, no sin antes darle una mirada más a la escalera.
Todo seguía igual, cada cosa en el mismo lugar, los mismos manteles, los mismos adornos. John no se sintió incómodo, algo de lo cual había estado temiendo durante el camino. ¿Eso quería decir que había mejorado un poco?
John sonrió, mientras la Sra. Hudson continuaba en silencio. Se sentó cuando ella lo invitó a hacerlo, luego se quitó el saco mirando a su alrededor solo por el gusto de sentirlos familiares. Recordaba esto, recordaba aquello. Que bien se sentía volver a ver esa casa.
La anciana volvió a la mesa colocando en ella una taza en su respectivo plato, pero no fue tan amable como solía ser. John solo la miró todavía sonriendo, tal vez para disimular la tensión que se estaba provocando en el ambiente. Pero ella volvió con un plato con galletas y lo colocó de la misma manera, casi tirándolo en la mesa, lo mismo con la jarra de porcelana que traía la leche para el té.
John frunció el ceño sintiéndose incómodo.
—Oh, tú no lo tomas con eso, ¿verdad? —dijo la Sra. Hudson.
El rubio se tomó un momento antes de responder. Debía admitir que no sabía exactamente cómo reaccionar.
—No. —respondió.
—Uno olvida cosas como esas.
—Sí.
—Uno olvida muchas pequeñas cosas, al parecer.
John no era estúpido, él sabía perfectamente porqué la anciana tiraba los platos sobre la mesa mientras permanecía seria y fría con él, a pesar de volver a verlo después de dos años.
John había "olvidado" hacer una visita.
—Uhum.
El rubio desvió la mirada por un momento, pero sentía la de la Sra. Hudson sobre él. Tenía que decir algo, se lo debía. Entrelazó sus manos sobre la mesa y la miró nuevamente para empezar.
Pero, maldita sea, nada salía de sus labios. Simplemente no era fácil hacerlo. Rascó su frente solo como un reflejo de su estrés.
—Mire, yo…
—No soy tu madre. —interrumpió la anciana. —No tengo derecho a esperar eso.
—No. —dijo dándole la razón.
—¡Pero solo una llamada, John!
El rubio bajó la mirada, los ojos de la anciana lucían tan dolidos.
—Solo una llamada telefónica habría bastado.
—Lo sé. —John se sentía avergonzado.
—¡Después de todo lo que hemos pasado!
—Sí. —finalmente la miró, enfrentó la situación.
Asintió con la cabeza durante un momento dándole absolutamente toda la razón. Se encogió en hombros y puso una expresión de "no tengo excusas y lo sé muy bien".
—Lo lamento.
Fue lo único que pudo decir, porque no encontraba otra más adecuada para responder. La había jodido, había tirado por la borda la amistad que tenía con una persona no solo importante para él, sino también para Sherlock. Ella los había visto en tantas situaciones, los había apoyado, protegido e incluso alimentado. Abandonarla había sido un acto de cobardes.
La Sra. Hudson se sentó.
—Mira, sé lo difícil que ha sido para ti después de… después…
John se obligó a mantenerse sereno, la anciana solo quería ser amable con él.
—Lo dejé pasar, Sra. Hudson, simplemente lo dejé pasar. —trató de explicarse lo más simple posible. —Y, de alguna manera, se hizo cada vez más difícil tomar el teléfono.
Bajó la mirada por un momento, ordenando su mente, sus sentimientos y tratando de convertirlos en palabras fáciles de comprender, pero por más que lo intentara, era difícil de lograrlo.
—¿Entiende a lo que me refiero? —la miró nuevamente.
John identificó la tristeza en el rostro de la Sra. Hudson, el dolor de verse sola por dos años y el abandono de quien consideró casi su hijo. Pero entonces, ella lo mira de regreso con comprensión, con un perdón que solo una madre podría ofrecer. John le sonríe y ella le toma la mano mostrándose comprensiva.
—Lamento todo lo que pasó, querido.
—Lo encontrado en el teléfono está calificado como Top Secret, ¿cómo podemos confiar en la palabra de una persona que extorsionó al gobierno británico con dicha información? —preguntó Lady Smallwood.
—Se hizo una rápida investigación luego de mi reunión con la Srta. Adler, antes de los incidentes en Sherrinford y se demostró que las conexiones con los involucrados fueron logradas exclusivamente a través de sus servicios. Por lo tanto, la información que obtuvo de ellos fue almacenada estrictamente en su teléfono, el cual fue utilizado como medio único de chantaje. —explicó Mycroft.
Tres miembros del parlamento británico que encabezaron la investigación sobre la red de negocios de Moriarty, Lady Elizabeth Smallwood, Sir Edwin y Mycroft Holmes, habían pasado la última hora debatiendo en una sala privada sobre el futuro de Irene Adler. Sherlock también estaba presente, ya que fue pieza clave en dicha investigación, pero lo que opinara no sería muy influyente en realidad.
—Investigación que no fue, precisamente, hecha de la manera correcta, Sr. Holmes. —dijo Sir Edwin. —Como jefe de los Servicios Secretos de Inteligencia, no fui informado en el momento oportuno cuando ordenó una investigación improvisada.
—Se necesitaba una confirmación. —respondió Mycroft. —La información que Irene Adler aseguraba tener requería de acción inmediata.
—La misma confirmación que necesitaríamos para estar completamente seguros de que no es necesario una condena a muerte. —intervino Lady Smallwood. —El chantaje con este tipo de información puede calificarse como traición a la patria.
Mycroft se movió incómodo sobre sus pies, esa era una razón bastante fuerte como para defenderla.
—Una investigación adicional tomaría dos meses como mínimo y sería un gasto inútil de nuestros fondos. Las propiedades, registros y todo tipo de conexión que alguna vez tuvo han sido desaparecidos del dominio público.
El mayor de los hermanos Holmes estaba haciendo lo mejor que podía para salvar la vida de Irene, más que todo porque Sherlock se lo había pedido. Sin embargo, no siempre podía tomar las decisiones con total y completa libertad, necesitaba la aprobación de otras personas.
—Con todo respeto, Sr. Holmes. —el rostro de Sir Edwin no demostraba buenas noticias para Mycroft. —Fuimos tres los que encabezamos una investigación que falló, no precisamente a causa de la intervención de Lady Smallwood o la mía. ¿Cómo podemos confiar en su juicio esta vez?
Sherlock miró disimuladamente a su hermano, ese había sido un jaque mate para el ego de Mycroft. En una situación diferente, estaría disfrutando de ver ese espectáculo, pero tenía una deuda qué pagar. No era sentimentalismo, solo quería cumplir con su promesa, se sentía mínimamente justo después de que fuese la vida del hombre que amaba la que se había salvado.
—Porque la niña sería una buena garantía.
La voz de Sherlock captó la atención de todos de inmediatamente.
—¿La niña? —preguntó Sir Edwin.
—La niña encontrada en la mansión de la Srta. Adler no es hija biológica de ella. No hay registro de su nacimiento, por lo tanto, no existe, ¿por qué sería esa niña una garantía, Sr. Holmes? —preguntó Smallwood.
Mycroft miró serio a su hermano, no estaba de acuerdo con esa idea.
Se lo había dicho minutos antes de ingresar a la reunión, "todo es por amor". Entregar a la niña a Irene Adler para que inicie una nueva vida en América como se le había prometido temporalmente, haría que sea una garantía para ellos. Si Irene volvía a involucrarse con gente influyente como antes, tomarían a la niña y simplemente la desaparecerían.
Además, si había otras copias de la información encontrada en su teléfono, algo del cual Sherlock dudaba completamente, Irene tendría que confesarlo si quería a la niña devuelta con ella, porque amaba a esa pequeña como si fuese su hija. Eso lo pudieron comprobar cuando la volvió a ver luego de ser detenida al llegar a Londres.
—Porque es lo único que tiene. —respondió Sherlock. —Si se la entregan, ella hará una vida lejos de cualquier interés político.
—Primero, eso no es ninguna garantía. —intervino Sir Edwin. —Segundo, la niña será enviada al mejor orfanato del país, como parte del innecesario trato temporal que se hizo con Irene Adler.
—La investigación hecha fue suficiente. —insistió Sherlock. —Ella solo almacenaba la información en su teléfono, ya que era un objeto fácil de transportar y de esconder. Ella podría estar en peligro en cualquier momento, necesitaba que su respaldo sea ligero y que siempre se mantenga bajo su dominio. Fue muy práctico e inteligente de su parte.
—¿Cómo está tan seguro de eso? Ella puede estar mintiendo y si lo hace, cuando obtenga su nueva vida, volverán los chantajes. —dijo Sir Edwin.
Lady Smallwood empezó a leer las carpetas, algo que Sherlock observó atento, quería ver en ella alguna pista de interés a lo que había dicho.
—Una condena de cadena perpetua es una opción viable en este caso. —dijo Mycroft.
—Pero innecesaria. —comentó Sherlock.
—Sr. Holmes. —llamó Lady Smallwood.
—¿Sí?
—¿Sí?
Tanto Sherlock como Mycroft respondieron al unísono. Smallwood levantó una ceja, pero miró a Sherlock directamente a los ojos para evitar más confusión.
—Debo advertirle que las decisiones de este caso serán tomadas exclusivamente por Sir Edwin, su hermano Mycroft y yo.
Mycroft miró a Sherlock como reprochándolo, el rizado prefirió ignorarlo.
—Sin embargo, su don de deducción es muy requerido por ser, en la gran mayoría de casos, acertada. —continuó ella. —Denos una explicación concreta del porqué está tan convencido de que no existen más copias de la información encontrada en ese teléfono.
Sherlock sonrió de lado, la mirada atenta de Sir Edwin y Lady Smallwood era todo lo que necesitaba ver para saber que podía convencerlos.
Fue encantador hablar con la Sra. Hudson, se sintió como de vuelta en casa durante esas horas. Aunque no todo fueron buenas noticias, saber de las dolencias de la anciana lo dejaron con un sabor a culpa. En su ausencia, ella mostró empeorar poco a poco en su estado de salud, algo que él fácilmente hubiera controlado si hubiese vigilado su estado, como lo había hecho todos los años que vivió ahí. Por eso John le prometió que la llamaría constantemente, no importase que vivan lejos uno del otro, él siempre sería su médico personal.
Cuando la visita estaba llegando a su fin, la Sra. Hudson supo que había algo en la mente de John, pero que este no se atrevía a decir. Ella simplemente sonrió amable y le tomó la mano, "puedes ver el departamento antes de irte", dijo ella recibiendo una sonrisa triste de su amigo.
Lo primero que vieron sus ojos al abrir la puerta fue la silla de Sherlock, pobremente iluminada por la escasa luz que se filtraba a través de las cortinas. Se quedó parado en silencio, recordando a Sherlock sentado ahí mientras estaba sumergido en su palacio mental y él se acercaba para regalarle un beso. Uno que el rizado jamás sabría que se lo había dado, pero que de todas maneras valía hacerlo.
La Sra. Hudson llegó detrás y encendió la luz sacándolo de sus pensamientos.
—No podía enfrentarme a dejarlo ir. —comentó la anciana para luego abrir las cortinas. El polvo se levantó con el movimiento de la tela. —A él nunca le gustó que limpiara. —dijo entre tos y tos.
—No. Lo sé.
Respondió John mientras observaba la cocina y recordaba lo poco que se había llevado de ahí, pues casi todas ellas habían sido utilizadas por Sherlock para algún extraño experimento. Cada mínima cosa de ese lugar le traía muchos recuerdos.
—Es tan agradable verte aquí. —la Sra. Hudson caminó hacia la otra ventana para abrir las cortinas. —Pero no me has dicho por qué hoy, ¿qué te hizo cambiar de opinión?
John entonces volteó y caminó unos pasos hacia la sala, al parecer, era el momento de mencionar a James.
—Bueno, tengo noticias.
La Sra. Hudson no pudo evitar alarmarse.
—Oh Dios… ¿Es serio?
John frunció el ceño no entendiendo la pregunta por unos segundos.
—¿Qué? No, no estoy enfermo. —aseguró. —Yo he, uh, bueno, yo… estoy empezando una nueva vida.
—¿Estás emigrando?
John cerró los ojos, ¿qué rayos estaba diciendo mal, que no se dejaba entender bien su mensaje?
—No. Uh, yo solo… —miró a un lado permitiéndose un momento antes de continuar. —He conocido a alguien.
—¡Oh! —la anciana sonrió maravillada y juntos sus manos. Se acercó a John notablemente feliz. —¡Oh, que hermoso!
—Sí. En realidad, nos conocimos cuando éramos jóvenes. Bueno, las cosas son diferentes ahora.
—¿Tan pronto después de Sherlock?
—Umm, bueno, sí.
La Sra. Hudson tenía una opinión al respecto, pero lo que pensara prefirió guardárselo, lo importante era que John estaba feliz.
—¿Cómo se llama? —preguntó ella con una gran sonrisa.
—James Sholto. Es un mayor del ejército.
—¡¿Un mayor del ejército?!
—Sí. —asintió sonriente.
La anciana no pudo evitar sorprenderse y divertirse un poco por ello también. John tenía gustos muy obvios.
—De verdad te gustan los hombres con actitud dominante, ¿verdad?
—¿Qué? —John levantó una ceja. —¿Dominantes? Sherlock no me dominaba.
Ella sonrió picarona.
—Vive y deja vivir. Ese es mi lema.
John realmente valoraba la amistad que tenía la Sra. Hudson, pero en ese momento sintió arrepentirse de haber ido. No tenía ni la más mínima intención de hablar sobre dominantes o lo que sea a lo que ella se refería. Ese tema era demasiado personal como para hablarlo tan libremente.
—Sra. Hudson, creo que ese tema no es…
—No es que fuesen los más silenciosos en la noche, yo siempre he respetado que dos personas se amen tanto.
—Sra. Hudson… —John se sintió extremadamente incómodo.
—Lo digo por experiencia, querido, yo también era así de joven.
—Oh, Dios… —susurró el rubio.
Luego de unos minutos más de charla, algunas risas y uno que otro comentario un poco fuera de lugar sobre su sexualidad y su nueva pareja, John finalmente salía del 221B con un peso menos sobre sus hombros. La Sra. Hudson había vuelto a su vida luego de dos años y sería la primera de su grupo de amigos a quienes visitaría poco a poco. Cuando recibió el cálido abrazo de la anciana antes de subir al taxi, supo que esa vez solo era un hasta luego, porque se prometió a él mismo que volvería a verla muy pronto.
Ya en el vehículo camino de regreso, miró la hora para saber cuánto tiempo tenía. En su mente había dos restaurantes como opciones para hacer una reservación, pero si quería asegurarse con alguno de ellos, debía llamar de inmediato. Su reunión con la Sra. Hudson había durado más de lo que pensó, así que, aprovechando que el viaje en taxi tomaría un tiempo, sacó su teléfono para hacer las llamadas.
Pero antes de hacerlo, un mensaje de James le hizo sonreír, ese hombre siempre pensaba en todo para que él se sintiera tranquilo.
¿Cómo va todo? No te llamaré para no ponerte nervioso, estoy seguro de que no fue fácil volver. Por cierto, no olvides mandarme la dirección del restaurante, estaré con hambre. Llámame cuando puedas.
—¿Qué te parece esta camisa? —preguntó Sherlock.
—Te recuerdo que es la tercera camisa que te has puesto. —respondió Mycroft.
—Siempre te vestiste con ropa formal, creí que me darías un buen consejo.
Luego lograr conseguirle una nueva vida a Irene Adler al lado de la bebé, Sherlock se sentía con buenos ánimos para esa noche. Pensaba muy positivo, como le diría John. Así que pidió un par de camisas más solo para estar seguro de verse bien, algo que fue aburrido para Mycroft, quien lo tuvo que soportar prácticamente todo el día dentro de su oficina.
—Siempre fuiste vanidoso, querido hermano. Incluso para esos lugares llenos de mal vestidos a los que solías frecuentar, ponías tu esfuerzo para siempre lucir bien.
Sherlock arreglaba su pantalón mientras se miraba al espejo, metía la camisa debajo de la prenda y giraba su cuerpo para comprobar que no tuviera ninguna arruga en la tela. Anthea, quien estaba detrás de él con carpetas en una mano y las dos camisas que se probó y un perfume en la otra, miró a Mycroft indicando alguna especie de pregunta.
Sherlock logró ver eso a través del espejo y no le tomó mucho entender que se trataba de John.
—¿Esa es la camisa elegida? —comentó Anthea.
—Yo diría que sí. —dijo Mycroft.
—¿Qué hay de John Watson? —soltó de repente Sherlock.
Mycroft y Anthea se miraron disimuladamente.
—Ninguna pregunta sobre John en el último año, ¿y ahora quieres saberlo?
—¿Lo has visto?
—Oh sí, nos reunimos todos los viernes para tomar una cerveza.
Sherlock lo miró con mala cara sin seguir el juego sarcástico de su hermano. Mycroft entonces hizo un ademán con la mano para que Anthea le entregara las carpetas a Sherlock, quien terminaba con los últimos botones de su saco.
—Como supones, no hemos estado en contacto con él para prepararlo.
Sherlock abrió la carpeta y lo primero que vio fue una foto reciente de John junto con un hombre, ambos caminando en la calle. El rizado frunció el ceño, él conocía ese rostro.
—¿James Sholto? ¿Él es el que sobrevivió al incidente de Sherrinford?
—No te lo dije en su momento porque solo me pediste información general para evitar perturbar tu mente.
—Bueno, eso fue antes. —contestó, continuó mirando la fotografía. —¿Están juntos?
—Es difícil decirlo, pero si pides mi opinión personal, es probable que sí.
Sherlock miró a su hermano en busca de más detalles.
—Comunicarle a John que el mayor James Sholto había sobrevivido a la caída ayudó a que su culpa se apaciguara un poco. Créeme, Sherlock, él no estaba llevando muy bien la situación.
El rizado volvió su vista a la carpeta y empezó a dar una rápida leía a los documentos. Mycroft continuó.
—Cuando supe que Sebastian Moran sabía que estabas vivo, me reuní con el Dr. Watson para explicarle porqué tendría que vivir recluido dentro de su departamento durante un tiempo indefinido. Sin embargo, él decidió pasar ese tiempo viviendo con el mayor James Sholto.
¿Viviendo con Sholto? Sherlock no pudo evitar sentirse increíblemente extrañado al escuchar eso, miró a Mycroft y lanzó la carpeta hacia el escritorio.
—Al ser el único sobreviviente, —continuó Mycroft, —le fue proporcionado una propiedad a las afueras de Londres con vigilancia personal hasta que la investigación terminara. John se sentía muy cómodo ahí.
—¿Lo de ellos es serio? —preguntó Sherlock casi sabiendo la respuesta.
—Sin duda lo será en un futuro, pero, por el momento, es claro que el Dr. Watson se está tomando su tiempo para ir lentamente.
Lo pensó un poco, John solo estaba buscando compañía, nunca fue un hombre solitario, así que su hermano estaba en lo correcto, James no era algo serio aún. Eso realmente sonaba bien para él, dos años habían sido mucho tiempo, pero no el suficiente como para que John lo deje ir del todo.
Sherlock sonrió de lado y estiró su mano hacia Anthea, quien le entregó la botella de perfume. Luego de eso, ella finalmente se retira en silencio de la oficina.
—James Sholto no es una amenaza. —dijo mientras sobaba elegantemente ambas mangas con sus muñecas, luego de rociarlas con el perfume.
—No tomes esto tan a la ligera, Sherlock. —advirtió Mycroft.
—No lo hago. —se echó un poco de perfume en cada lado de su cuello. —Soy consciente de que estará enojado conmigo por mentirle. —dejó la botella en el escritorio y se miró por última vez al espejo, arreglando pequeños detalles de su saco aquí y allá.
—Obviamente.
—Pero lo sorprenderé, estará encantado. —afirmó con entusiasmo, a pesar de la noticia, seguía de buen ánimo.
Sherlock podía imaginar el rostro asustado de John, luego su sonrisa, quizás un abrazo y después, muy probablemente, gritos de reproche.
—¿Realmente lo crees? —Mycroft sonrió divertido, cruzó los brazos como si estuviera viendo un espectáculo delante de él.
—Umm, puedo aparecer en Baker Street y, no lo sé, salir de un pastel.
—¿Baker Street? Él ya no vive ahí. —recibió la mirada extrañada de su hermano como respuesta. —¿Por qué lo estaría? Han pasado dos años. Tuvo que reconstruir su vida.
Debía admitir que enterarse de eso había sido muy sorpresivo, sin embargo, eso no cambiaba en nada la situación. Él se presentaría esa noche y recuperaría su relación otra vez.
—¿Qué vida? —preguntó. —Yo no estaba.
Mycroft rodó los ojos, ya hastiado de soportar el ego de su hermano menor durante todo el día.
—¿Sabes si estará en algún sitio esta noche? —preguntó Sherlock acercándose al mayor.
—¿Cómo podría saberlo?
—Tú siempre lo sabes.
Mycroft no pudo evitar sonreír orgulloso ante ese ligero halago de superioridad.
—Tiene una reserva para cenar en el Marylebone Road.
Sherlock no pudo evitar sorprenderse, ¿de verdad John reservó una cena en el restaurant de un hotel tan elegante? No era que al rizado le guste ir a comer a lugares exclusivamente sofisticados, él podría comer en una esquina en medio del ruidoso tráfico de Londres sin problemas si estaba acompañado de John, pero no le agradó darse cuenta que, durante su relación, cosas así no hayan sido muy frecuentes entre ellos.
—Agradable lugar. —continuó Mycroft. —Tienen algunas botellas de St. Emilion del año 2000. Aunque yo prefiero la del 2001.
¿Sería una cena especial para ellos o solo una simple cita de pareja? Maldita sea, de tan solo pensar en eso sentía los celos hacerse camino dentro de él.
—Creo que tal vez pasaré por ahí.
—¿Sabes? Es posible que no seas bienvenido.
Eso era cierto, pero también estaba la otra parte que pintaba mejor las cosas y con eso prefería quedarse.
—Claro que no. —dijo convencido Sherlock. —Ahora, ¿dónde está?
—¿Qué cosa?
—Tú sabes qué cosa.
Y como habiendo sido llamada con la mente (en realidad había estado esperando el momento para hacer su entrada, la conversación era muy privada como para que ella se sintiera cómoda estando ahí), Anthea apareció en la puerta con el ya conocido sobretodo de Sherlock.
Sherlock sonrió ante la gran eficiencia de la joven mujer, estiró su brazo y dejó que ella le colocase la prenda. Se sentía tan bien volver a vestir como el detective Sherlock Holmes.
—Bienvenido de nuevo, señor Holmes.
Sherlock suspiró satisfecho y estiró un poco más el cuello para mantenerlo levantado.
—Gracias. —vio su reflejo en el espejo por un momento y luego volteó viendo a su hermano directamente. —Hermano. —se despidió.
—Espera. —lo detuvo Mycroft. —Olvidas esto.
Sherlock sonrió al ver la llave del 221B, su antiguo hogar. Lo tomó y sin más, salió de la oficina listo para encontrarse con John. Sin más dudas, ni miedos, sin perder más tiempo. Esos dos difíciles años se acabarían esa misma noche.
