CAPÍTULO 8
Punto de vista de Jaime
La Calle del Acero apenas había sufrido cambios, Jaime notó lucía más abarrotada, como si los herreros siempre tuvieran trabajo. Caminó con su primo Daven hasta un edificio más grande que los demás, con puertas hechas de ébano y arciano, en palabras del Caballero León era el hogar del mejor herrero de Desembarco del Rey.
—Ser Daven —anunció el herrero mientras hacía una reverencia —. Asumo que viene a recoger el encargo.
—En efecto, maestro Mott. Os presento a mi primo, Ser Jaime Lannister, miembro de la Guardia de la Noche.
—Un placer conoceros, Ser Jaime. Espero que os guste el regalo que vuestro noble primo encargó para vos —respondió con su acento de las ciudades libres.
Jaime pensó que el casco en forma de león se veía magnífico, de un negro tan puro que daba la impresión de estar hecho de hielo. Recibió los halagos del hombre de Qohor quién afirmó que de ahora en adelante infringiría terror ante los niños salvajes. Lo cierto era que Jaime ya empezaba a ser conocido entre los salvajes, aunque ninguno de ellos sabía que él era un león.
«De seguro a Mance le gustaría, podría componer una canción en honor al casco o darle más emoción a Las lluvias de Castamere».
—Y bien primo, ¿quieres ir a una taberna? —le preguntó Ser Daven.
—Nada pierdo, ¿verdad? —respondió Ser Jaime.
«A lo mejor el alcohol me da el valor de hablarle a Cersei».
Bebieron buena cerveza, propia de las Tierras de la Corona. Aunque Jaime ya se había acostumbrado a la comida del Muro estaba feliz de estar en el Sur, del lugar que alguna vez fue su hogar. Incluso taberneras rubias como aquello que los atendió eran raras, mucho más si tenían niños con ella.
«Los niños en el Agasajo eran escasos» —pensó Jaime. «El pequeño niño de pelo negro crecería y tendría decenas de amigos en las calles de Desembarco del Rey, mientras que los de Villa Topo o Villa Sombría tendrían suerte de un amigo. Quizá la idea de Lord Arryn y la Araña le dieran un poco de vida al Agasajo, una prosperidad por la que Jaime Lannister podría ser recordado».
Esa misma noche se celebró una modesta fiesta en la Fortaleza Roja en honor a los hermanos negros. Baile y comida abundante, como a las que asintió Jaime antes de vestir el negro. A sus ojos, Cersei se veía radiante, sintiendo envidia del rey mientras bailaba con ella, pensando como él ahora se acostaba con ella.
La reina bailó con algunos nobles antes de dirigirle una mirada a Jaime. Incluso bailó con su primo Daven. Cuando finalmente le tocó el turno a Jaime, una mezcla de odio y amor se expresó en su voz.
—Ser Jaime.
—Majestad, ¿me concede esta pieza?
—Solo si prometéis nunca más volver.
«Jaime ignoró la respuesta de su hermana».
—Si tan solo fuéramos Targaryens —dijo Jaime.
—Si tan solo no hubieras tomado el negro —respondió ella con tristeza.
—Si me lo pides dejaría el negro.
—No os lo pediré, es tarde querido hermano.
Cuando el baile terminó, le pidió a Ser Daven que los escoltara para ver al príncipe bebé. Cersei quería que su hermano lo viera, el niño era un puñal en su corazón, una prueba de que la reina ya no era propiedad de su hermano dorado. Nadie en el salón lo vio sospechoso, después de todo solo eran un par de hombres célibes junto a una pariente.
El pequeño Joffrey estaba en una cuna, custodiado por nodrizas. Un pequeño mechón de cabello rubio cubría la cabeza del niño, tan rubio como todos los hijos de la Roca, incluyendo al más joven de los niños Frey de Genna Lannister. La sangre de Lann el Astuto corría con fuerza, incapaz de ceder ante el ciervo u otro ser.
Nota del autor
Queridos lectores, espero les esté gustando esta historia. Joffrey aún es rubio en esta historia, creo que la razón es evidente, a veces el Efecto Mariposa no es tan devastador, incapaz de contradecir las profecías de las brujas del bosque.
