Al abrir los ojos, al aparecer la luz, León, Luis y Ashley se encontraron con una habitación de piedras amarillas, bien iluminada para lo rústica que era, no demasiado pequeña pero jamás demasiado grande. Sólo había una puerta, gruesa y de hierro.

Salazar entró en una pequeña salita, muy cómoda esta, todavía sujetándose la mano herida, y se fue a sentar de un salto en una sillita aterciopelada, y a meter la mano en una cubeta de hielo que le pusieron allí al lado. Detrás, reposaba Krauser. Salazar se acercó a una bocina dorada, afinó su voz, se limpió las lágrimas y fingió una rudeza impropia.

—Oh, parece que han caído en mi trampa... ay, carajo, cómo duele...

León, Luis y Ashley escucharon a través de otra bocina en una punta del cuarto.

—Bien...bien —jadeó mucho y luego continuó—. Ahora se enfrentarán a una serie de juegos diseñados por mí. Déjenme decirles que para poder salir de aquí vivos deben cruzar cada una de las salas, cada uno con un juego especial, jeje... Carajo, no deja de doler...

—Niño, ya déjate de juegos —dijo León de mala gana.

—¡No soy un niño! —gritó pisando con rabia y agitando el puño apretado—. ¡Mierda, se volvió a abrir! —exclamó, soltando sollozos de miedo. Luego de un rato, pareció recuperar la compostura—. Ah... No caeré en sus tácticas americanas, señor Kennedy. ¡Prepárense para enfrentar a los juegos de ingenio macabro del Gran Salazar!

La puerta frente a ellos se abrió con un pitido pesado.

—¿Qué hacemos? —preguntó Ashley.

—¡Crucen la maldita puerta! —gritó desaforado Salazar—. Ay, me duele...

—Creo que lo mejor será jugar —dijo Serra.

—¿Estás hablando enserio? —dijo Ashley a la defensiva.

—Si el niño quiere jugar, juguemos —dijo León.

Les compartió una mirada preocupada, pero optó por confiar en sus adultos criterios.

—No puede ser tan malo como parece... —terminó comentando Ashley tras un suspiro.

Cruzaron por un largo pasillo de piedra.

Juego Número 1

La primera sala era amplia y cuadrada. Contenía en su centro un tablero de ajedrez con dimensiones humanas: Cada pieza era del tamaño de una persona. Los fuegos en las cuatro esquinas dibujaban sombras tintineantes entre los peones y los alfiles y daban un aire solemne a los caballos, convergiendo todas en el centro del campo, el corazón de la batalla en blanco y negro.

—¿Qué clase de prueba es esta? —preguntó Ashley.

—Bienvenidos —dijo la voz desde la bocina—. Esta se llama: El Ajedrez Humano.

Ramón Salazar, desde su pequeña cabina alta desde la que tenía visión amplia pero no total del evento, hablaba con gran orgullo de su espléndido truco.

—Las reglas de este ajedrez son las mismas a las de un ajedrez normal, solo que en este caso ustedes deberán tomar el lugar de tres piezas claves. Solo podrán moverse como esa pieza dictamina. Para poder pasar, deberán ganar al equipo contrario.

León, Serra y Ashley creían oír la voz desde el desaparecido techo oscuro. Luego, se miraron entre ellos y empezaron a determinar quién sería qué pieza: Yo, por supuesto, seré la reina, dijo Ashley. Porque haces lo que te da la gana, ¿verdad?, dijo Serra. Creo que será mejor que tú y yo tomemos un alfil y un caballo, dijo León.

Salazar escuchaba su conversación y se llenaba su pequeño corazón de un júbilo macabro, mientras pensaba para sus adentros: Planeen cuanto quieran, su pequeño equipo quedará destruido muy pronto. En una partida normal, es natural que se enfrenten uno contra uno, pero aquí, deberán coordinar siempre sus movimientos. Uno podría pensar que tres personas que se enfrentan a una tendrían una victoria casi asegurada, pero en realidad será su camino a la derrota total. Tres cabezas no piensan mejor que una. La tensión constante y las opiniones opuestas provocarán la inevitable fricción del grupo. Un líder emergerá a cambio de ensombrecer a los otros. Y, cuando se cometa el primer error, adiós a la coordinación. Cada uno hará lo que mejor le parezca, incluso podrían llegar a traicionarse entre ellos, ¡sí! La emoción de ver los sueños rotos hace que tiemble, sí, sí, sí. Por si fuera poco, he agregado una modalidad extra, y es que una de las piezas contiene un pequeño artefacto explosivo que detonará si la pieza es comida. Ja, sí, ja, imaginar su desconcierto ante los miembros amputados, sí, sí, sí, me llena de determinación... ¡Qué comience el juego!

—Oigan, chicos —les llama Ashley. León y Serra se giran para ver a la muchacha al final del cuarto, empujando la puerta—. Miren —abriéndola—. La puerta no está cerrada.

—¡¿Qué?! —se escandaliza Salazar dando un brinco. León y Serra se alegraron y caminaron hacia la salida, cruzándola sin problemas. Qué bien, va diciendo León—. ¡No! —grita Salazar, pero ya nadie lo escucha—. ¿Cómo, por qué, en qué fallé?

—Eso te pasa por usar trucos tan estúpidos —dice Krauser con una ligera sonrisa, cómodamente sentado en el sofá rojo detrás de Salazar.

Acertijo Número 2

Aparentemente, las salas se juego se conectaban por un estrecho pasillo que servía como una especie de tiempo libre. No esperaron demasiado. La siguiente sala era espaciosa, pero no tanto como la anterior. Esta vez, había un solo objeto en ella, una Estatua de una Diosa de las Aguas, cincelada finamente en mármol y con una pequeña joya brillante en la frente.

—Bienvenidos al segundo juego —dice la voz desde la bocina—. Esta vez, un reto de ingenio. Responder la pregunta imposible. Acercaos a la Estatua de la Diosa y ella os dará un acertijo. Si responden correctamente, podrán pasar. Pero... ¿Hace falta decir que, si no lo responden correctamente, habrá un castigo? ¡A jugar!

—Todavía no entiendo, primero dice que son juegos, luego acertijos, luego retos y ahora juegos de nuevo ¿no se ha decidido o qué? —se pregunta Ashley algo confundida.

—Creo que es una cuestión de gustos —dice Serra caminando hacia la Estatua y presionando el interruptor oculto en la placa de presión en su base.

—¡Espera, hay que pensar más antes de hacer algo! —exclama Ashley.

—¿Para qué? Solo hay que escuchar el acertijo, no hay más misterio —le dice.

—Estoy de acuerdo, no hay que perder el tiempo —dice León.

—¿Por qué nadie me hace caso? ¡Yo debería estar al mando!

—Responded sinceramente... —la voz que salió de la Estatua fue la de una mujer joven y hermosa, casi angelical—. ¿Cuál es el punto en el Infinito en el que se encuentran el Cielo, el Mar y la Tierra?

—Oh, qué maravilloso —dijo Ashley, contemplando—, esa estatua habla.

—Bien, todo tuyo, mi lady —le da paso Serra. Ashley se extraña.

—Será mejor que no tardes mucho, podría haber un límite de tiempo —dice León.

—¿Qué? ¿Quieren que yo lo responda? —se siente incluso ofendida, aunque más visiblemente intimidada—. ¡Ustedes son los que me están rescatando, deben hacerlo ustedes! ¡Se los ordeno! —pero ellos no responden—. ¿Están bromeando?

—Ashley, no es tan complicado —dice Serra.

Ella se giró hacia la Estatua. ¿Cuál es el punto en el infinito en el que se encuentran el Cielo, el Mar y la Tierra? ¿Es una pregunta capciosa o qué? Yo me dedico a otras cosas, responder tonterías no es lo mío, soy una diplomática, una modelo, un ícono para las juventudes, con un demonio, si tuviera mi teléfono. Esperen, eso es, si pienso que es una pregunta de un periodista tal vez pueda, ay no, eso no va a funcionar... En eso sintió las manos de Luis en sus hombros descubiertos.

—¡Eh!

—Todavía no lo has entendido, ¿verdad? En realidad, se trata de un truco muy simple.

—¿Si eres tan listo por qué no lo respondes tú? —se vuelve molesta.

—Haré algo mejor —le responde, contento—. Te explicaré el secreto de esta habitación.

—... —Ashley le miró con desconfianza—. Bien, ¿de qué se trata?

—Verás, la estatua solo dijo: Responded sinceramente. ¿No es cierto?

—¡Claro! —chasqueó Ashley los dedos—. Entonces debo responder que no sé la respuesta. La Estatua reconocerá mi sinceridad.

—Lo dudo mucho —negó con el dedo.

—Ay, no entiendo por qué... —dijo de mala gana.

—Entonces escucha la segunda parte de mi explicación —le para Serra—. Dime, Ashley, ¿Cuál es el punto en el que coinciden lo increíble y lo exacto?

—¿Otro acertijo, y se supone que eso debe ayudarnos? —dice casi de mala gana.

—Lo importante es determinar el tipo de pregunta.

—Recuerda lo que dijo Salazar —habló León—. ¿Cómo se llamaba este reto?

La pregunta imposible... —dijo Ashley—. ¡Pero entonces ¿no se puede responder?!

—Probablemente sí haya una respuesta correcta —dice Serra—. Pero lo importante es entonces lo que dijiste antes…

—¿Y qué dije? —interrogó Ashley, confundida.

—Esto no es un acertijo —dijo León—, es solo un tonto juego.

—Entonces… ¿a qué jugamos?

—Una prueba de paciencia —respondió.

—¿Eh? —se extrañó Ashley, todavía más confusa.

—Realmente —prosiguió Serra, caminando alrededor de la estatua—, es una estatua muy sencilla, solo reproduce una grabación, así que ¿con qué mecanismo esta estatua vieja que apenas puede reproducir una pregunta grabada podría determinar si lo que decimos es correcto o no, y todavía más, si es sincero o no?

—Ciertamente, sería un mecanismo demasiado complejo para lo que hemos visto.

—Es ese caso... —dice Serra con una sonrisa confiada.

—Realmente es el mismo Salazar el que determina si nuestra respuesta es correcta o no —concluye León—. Podríamos decir lo que sea: él no dejará que pasemos.

—Pero entonces yo tenía razón, la respuesta es que no hay respuesta.

—La hay, pero no servirá de nada conocerla —continua León.

—Entonces no hay que responder nada —dice Ashley—. ¡Yo tenía razón!

—Tú tenías razón por estar equivocada, nada más —le contesta Serra.

—Te odio.

Salazar observaba con rabia. Malditos, ¿cómo lo descubrieron tan fácilmente? ¿Acaso lo hice tan evidente? Bueno, si mi intención era castigarlos a como dé lugar, realmente no hubiera dado pistas, de hecho, no sería... ¡No! Yo soy un genio, todo esto tiene sentido, sí, malditos bastardos, ¡Debo castigarlos, aunque no lo merezcan porque no merecerlo puede ser también el motivo del castigo! Cada vez iba perdiendo más la compostura. Se dirigió a apretar el botón que liberaba el gas letal, pero Krauser ya había apretado el botón para abrir la puerta.

—Solo admite que perdiste, idiota.

—¡Maldito!

—Miren, se abrió la puerta —dijo Ashley.

—Quién lo diría, quizás Salazar tiene algo de dignidad —dijo Serra.

Los tres se dirigieron a la salida y atravesaron el pasillo.

—Oye... —susurró Ashley—. ¿Y cuál era la respuesta? —le preguntó a León.

—Ya qué importa —le respondió. Ashley se quedó en blanco.

—¡Bien, no entendí nada, pero vamos al siguiente Acertijo! —exclama Ashley corriendo.

Desafío Número 3

Finalmente, una última sala. En esta ocasión, estaba construida de gruesas piedras cobrizas. Del techo colgaban cadenas robustas que sujetaban una gran estructura enrejada en medio, consistente en dos capas de fierros puntiagudos. Gárgolas de ojos brillantes y antorchas en llamas eran la decoración adecuada.

—¿Y esto? —dice Ashley deteniéndose en seco.

—¡Finalmente, el desafío final! —grita la bocina de Salazar—. Uno de ustedes tendrá que entrar en la Jaula del Descuartizamiento y enfrentarse al desafío que os imponga.

—¿Jaula del Descuartizamiento? —dice Serra—. Uy, ¿No te has esforzado verdad?

—Escuchen, chicos —dice Ashley, visiblemente preocupada—. Esta vez sí parece serio.

—¿De veras? —pregunta León, ciertamente interesado—. Podría ser interesante.

—León, esto no es un ajedrez inútil o un acertijo mental, esto es un juego de muerte.

—De muerte, eh. Suena bien. En ese caso yo entraré —determina.

—¡Pero, León...!

—Déjalo entrar, chica —dice Luis—. Se nota que León ha estado aburrido todo este tiempo, tiene que liberar la tensión.

—¿No escuchaste lo que dije? ¡Es peligro de muerte!

—Toda esta noche ha sido peligro de muerte, Ashley. León ha arriesgado su vida para venir hasta aquí, para salvarte. Tengo entendido que le pagan por eso.

—Así es —dice León—. A veces pienso que no lo suficiente.

—¡¿Por qué actúan tan despreocupadamente?! —recrimina Ashley.

—De todas formas, si hay alguien de nosotros que puede asumir ese riesgo, ese es León. A fin de cuentas… es su trabajo.

La puerta de la reja se abrió gracias a un seguro eléctrico manejado a distancia. León pasó al espacio entre las dos rejas, y una vez se cerró la puerta tras de él, la que estaba adelante se abrió y pudo entrar a la arena de combate.

—¡León, no te vayas a morir! —gritó Ashley.

León solo levantó el dedo pulgar sin voltearse.

El ambiente comenzaba a enrarecerse, el aliento de las gárgolas se calentaba y la luz general iba diluyéndose.

—Me pregunto contra qué tipo de monstruo luchará —susurra Ashley.

—Yo me pregunto, ¿contra qué tipo de monstruo se enfrentará? —dice Luis.

—Oye, ¿es enserio?

—¡Presenciad! —exclamó la voz rebotadora de Salazar—. ¡Uno de los más grandes orgullos de la Familia Salazar! —desde un palco de piedra en lo alto, una figura de mantos secretos se lanzaba mostrándose—. ¡El Hunter!

—¡Dios santo, es un monstruo! —grita Ashley.

Efectivamente, lo era. Un ser al cual los ojos y la lengua habían sido mutilados. Cargaba en todo el cuerpo una serie de cintos metálicos, correas y un casco de grueso hierro y clavos de varias pulgadas que penetraban sus huesos y se afirmaban. Tenía las manos amputadas y en ellas, sujetas con fierros y estos atornillados a los antebrazos, dos enormes mecanismos que desplegaban largas y tetánicas garras.

—¡El Combate será a muerte! —exclama Salazar—. Nadie podrá salir hasta que haya un ganador.

—Le dije que sería peligroso... —Ashley muerde su pulgar.

León desenfundó su cuchillo de supervivencia con toda la paciencia del mundo. Hincó su figura y marcó su defensa, listo para cualquier reacción.

—¡León, por dios, corre! —Ashley se impulsa hacia adelante, desesperada, pero Luis le detiene y le tapa la boca. Al ver esa impertinencia, se libró con un ademán de fastidio. Pero Luis solo se llevó el índice al labio, solemne. La muchacha, extrañada, se volvió hacia el escenario, donde León seguía esperando y, aunque ya había iniciado el asunto, la criatura no atacó, sino que parecía desorientada, buscando como un sabueso mareado algo en el aire topándose solo con la nada y el silencio.

Salazar, exageradamente expectante, sentía la frustración en aumento.

—...No —susurró rechinando los dientes—. No... No puede haberlo descubierto ya, no, él no... —el puñito de Salazar temblaba de rabia—. ¡Maldición, atácalo ya, está frente a ti! —gritó a la bocina.

Su voz salió por el otro lado, y la bestia se giró hacia el techo, desconcertada, incluso asustada. León aprovechó rápidamente el momento y se disparó a sí mismo en un único destajazo mortal. El bulbo palpitante pegado en la espalda de la bestia fue cortado transversalmente, liberando un chorro fino y potente de sangre putrefacta. La bestia se retorció de algo que pareció ser dolor, y hacía unos sonidos que hubieran sido gritos si su boca no hubiera estado cocida. Cayó en seco, y ahora solo unos ocasionales espasmos sacudían el cuerpo. León pudo relajar los músculos. Los ojos dorados de Ashley estaban bien abiertos.

—...No... —Salazar se derrumbó—. Mi monstruo perfecto...

—¿Qué esperabas? —dice Krauser poniéndose de pie—. No puedes usar una horrible bestia estúpida como un arma cuando es solo el resultado de desafortunados experimentos fallidos. La única razón por la que los otros idiotas murieron es porque gritaban del espanto al ver la cara de esa cosa y esta los encontraba muy fácilmente. De todas formas, ¿qué pensabas lograr cociéndole los ojos, que sus otros sentidos se agudizarían? Dios, qué idiota que eres.

—¡Cállate! —grita Salazar—. ¡No sé por qué Saddler te envió si lo único que sabes hacer es quedarte allí rascándote y hablar basura! —Salazar se detuvo cuando sintió la punta del cuchillo en su cuello.

—Silencio, pequeñín —dijo terminantemente. Salazar perdió el débil control sobre sus esfínteres. Luego, Krauser bajó el cuchillo y lo guardó con una pequeña risa—. Bien, creo que ya va siendo hora de que haga mi aparición —y se dirigió hacia la puerta de salida.

Salazar quedó en silencio.

"De todas maneras" pensaba Krauser cruzando el pasillo iluminado. "Hay que ser observador y tener nervios de acero para darse cuenta de que la criatura es ciega y busca el sonido para atacar. De igual forma, hay que tener muy buen ojo para notar el bulbo en la espalda, y buena capacidad para liberar en un solo rápido movimiento una fuerza descomunal para cortarlo". Sonríe. "Después de todo, eres un Profesional, León".

—¿Continuamos? —preguntó León que ya estaba en la puerta.

Fueron con él.

—¿Cómo puede actuar así...? —intentó preguntar ya saben quién, pero ya saben quién la interrumpió,

—Te lo dije, chica. Podíamos dejarlo todo en sus manos —recordó, adelantándose.

—Claro… Porque es un Profesional.