~°~°~ Capítulo XXIII: La Anafrodisia ~°~°~
—Eres increíble...
—Aiacos, tengo mucho trabajo
—Mira que encontrar a los que le dieron la golpiza a tu novio, y encarcelarlos por tráfico de armas... Uff... eso me recuerda de no meterme contigo.
—No es nada del otro mundo.
—No, claro, iniciar con la desarticulación de uno de los grupos más grandes de traficantes no es para estar impresionado. ¿Tendrán ellos alguna conexión con el francotirador? —dijo Aiacos refiriéndose al responsable intelectual de la agresión contra Kanon. A pesar que tanto Saga como Radamanthys estaban vetados de ese caso, ello no quería decir que estuvieran tranquilos y no hicieran sus propias investigaciones.
—¿Tienes algún asunto laboral que tratar o solo quieres quedarte parloteando? —cuestionó Radamanthys, quien intentaba concentrarse en los documentos que tenía en su escritorio, mientras su amigo y colega buscaba plática recostado en el mueble.
—Vamos amigo, estás muy estresado.
—Estarías igual si cumplieras con tu trabajo —refunfuñó nuevamente, perdiendo la paciencia mientras escuchaba las risotadas de su amigo.
—Lo cumplo, pero también me doy mi tiempo. La vez pasada fui con Violeta a un centro de aguas termales. Fue increíble, me renovó el alma, fue una experiencia inigualable. Y no digamos el sexo, fue...
—¡Aiacos! No quiero saber de... tus cosas —interrumpió furioso masajeándose las sienes. Y no sin razón alguna; luego de abrirse a nuevas experiencias, ahora sentía que estaba en un celibato. No quería llevar la cuenta de los meses que llevaba sin sexo. Once largos meses.
—Está bien, no te sulfures. Ya te dije, necesitas descansar —diciendo eso, extendió dos boletos frente a él. –Todo pagado, fecha límite, sin excusas.
Aunque renegó que se le impusiera una semana de vacaciones, la idea no le parecía nada mal. Los recurrentes viajes hacia su país natal para dirigir las acciones del viñedo, las reuniones virtuales con su contador, además del cargado trabajo como abogado, era bastante peso para un joven que apenas estaba por cumplir 26 años.
Además, nunca había ido a esos famosos balnearios. Disfrutar de esa experiencia, junto con Kanon, podría ayudar a que el griego recupere su deseo sexual.
Entre semana pudo acompañar a Kanon a la universidad, al jardín botánico, a recorrer las ruinas de la acrópolis de Atenas. Llevaba mucho tiempo de no recordar porqué había elegido ir a Grecia, por qué decidió quedarse. El fin de semana partieron rumbo a las afueras de Atenas, disfrutando de la frescura que las últimas pinceladas de invierno del norte les mandaban a aquellas tierras mediterráneas.
Al llegar al lujoso hotel, Radamanthys se molestó al encontrar que la habitación contaba con una cama tamaño King decorada con pétalos de rosas, como si fuese para una pareja recién casada.
—Déjalo, está bien así —dijo Kanon con ánimo de calmarlo.
—¿Seguro? —Preguntó, extrañado.
—Si, de hecho, me gusta —admitió tirándose de lleno a la mullida cama, haciendo que los pétalos se desordenaran.
Le extendió la mano, llamándolo sin palabras. Radamanthys suspiró, debía seguir los consejos de sus amigos, de su pareja. Relajarse y disfrutar. Se quitó los zapatos, y se tiró al lado de Kanon, comprobando la suavidad de la cama y lo complicado que era mantenerse en una posición firme. Las risotadas no se hicieron esperar cuando el griego lo atacó con una guerra de cosquillas.
"Infantil"
Recorrieron un pequeño sendero entre las montañas, se hundieron en las aguas termales con minerales hasta que sus dedos quedaron deshidratados por el tiempo que pasaron sumergidos.
—Mira, parecen pasitas —dijo Kanon enseñándole sus dedos arrugados.
"Infantil. Ocurrente."
Se dejaron llevar por la comodidad de los diferentes tipos de masajes que les proporcionaba a todo su cuerpo. Radamanthys sentía que estaba revitalizado, además, debía admitir que sus mejillas dolían de reír tanto. Se lo habían dicho, que necesitaba relajarse, todos se lo decían, pero creyó que a Kanon también le hacía falta aquello. Sentía un buen augurio.
Entrada la noche, regresaron a la habitación con sus batas post masaje. Kanon se estiró con vehemencia, de forma gatuna, exhalando un sonoro suspiro. Aquel movimiento, hizo que se viera una buena parte de sus muslos.
Radamanthys tragó fuerte al quedar hipnotizado por aquella piel trigueña. Durante todo el día, se había enfocado en la compañía de Kanon, en sus expresiones faciales y en lo largo de su cabello. Ahora, estando solos, podía apreciar otras partes del griego. Salió de su estupor cuando sintió que una fuerza lo jalaba para el interior del cuarto. La puerta se cerró y fue dirigido hacia la cama.
"Infantil. Ocurrente. Sensual."
Un leve empujón lo hizo rebotar en la cama sobre su espalda. Perplejo, observaba con la tenue y cálida luz amarillenta, cómo Kanon se acercaba felinamente hacia él, a manera de quedar sentado a horcajadas sobre la pelvis del inglés. El contacto no fue muy sutil, tomando en cuenta que la única prenda que portaban, aparte de la bata de algodón que se abría con facilidad, era la ropa interior de algodón.
Radamanthys se había fijado en el contacto entre sus pelvis, uno del cual no pudo ocultar su emoción. Aunque con el otro no sucedía lo mismo. Dirigió su atención al rostro del griego, notando una expresión de inseguridad. Muy diferente a como había iniciado todo.
Lo agarró de las manos, aquellas que estaban en su abdomen, y se incorporó un poco. Tuvo que sostenerlo de la espalda para no perder aquel íntimo contacto que tanto había ansiado.
—Tranquilo, ¿Qué pasa? —Preguntó una vez podía verlo mejor.
–Suena estúpido, pero... tengo miedo –admitió, apenas en un susurro, escondiendo su rostro en el cuello del inglés, aferrándose con los brazos, rodeándolo por encima de los hombros.
—No es estúpido —se le salió una pequeña risa.
"Infantil. Ocurrente. Sensual. Inocente."
–Es comprensible que tengas miedo –decía mientras peinaba sus largos cabellos, dando una agradable sensación en el cuero cabelludo. –Lo he pasado increíble contigo, con tu buena energía. Nada puede hacer que se estropee este momento... Nuestro momento.
—Pero... no sé qué hacer. No sé... cómo... —Intentaba explicarse. En ese momento, sintió que lo empujaban suavemente para separarlo y exponer su rostro.
—Tú me enseñaste mucho. Ahora es momento de que yo te enseñe a ti –dijo el inglés, con una mano en la barbilla de Kanon, depositando un suave y pausado beso en los labios. Aquella delicadeza le parecía una tortura, una que le exacerbaba los sentidos. Su cuerpo pedía saciar su necesidad biológica con urgencia, pero su mente le indicaba que debía ser paciente, un poco más, a controlar sus instintos bestiales y actuar con cordura.
Kanon accedió sin chistar, acomodándose en su regazo, atreviéndose a estrujar aquella blanca espalda con la yema de sus dedos, a sentir lo suave de la hebras doradas, a explorar y ser explorado con sus lenguas.
Era diferente.
Diferente a la hermosa rubia. ¿Por qué se le había hecho tan fácil llegar a ese punto tan íntimo con ella? Acaso, ¿la memoria de su cuerpo lo engañaba? ¿Había alguna razón para que su tacto no recordara al hombre que tenía enfrente? ¿Por qué le era tan difícil iniciar con él? Culpa, sentía una enorme culpa al no poder corresponder ante los buenos tratos del otro. Pero hoy era el momento para remediarlo.
Las posiciones cambiaron. Ahora el griego era la víctima del hambre del inglés. El tiempo era una nimiedad ante las sensaciones de bienestar que provocaba aquel beso, ese juego de movimientos musculares que activaban una serie de hormonas únicas.
No podían faltar las caricias. Aún con sus ojos cerrados, podía imaginar aquellos dedos magullando sus muslos, llegando a sus nalgas, aquellas que se contraían con los movimientos lentos y profundos de la cadera del hombre que tenía encima. El sexo ajeno, se sentía como un ariete dispuesto a derrumbar cualquier muro. Al ponerle atención a este punto, comenzó el aumento de su respiración, de su inseguridad. No podía defraudarlo otra vez, así que se mantuvo concentrado en las sensaciones de su boca.
Pero sus nalgas eran estrujadas, la respiración de Radamanthys era similar a la de un ansioso animal. Fue el jugueteo que uno de los dedos realizó en su entrada, lo que hizo reaccionar por instinto.
Un movimiento involuntario, cada acción tiene una reacción, y aunque Radamanthys no lo vio venir, con gran dolor sufrió las consecuencias de sus actos. Se tiró de espaldas a la cama, al lado del griego, retorciéndose de dolor.
—Rada, ¡lo siento, en serio, no quería lastimarte! —expresó con genuina angustia.
La víctima de un doloroso rodillazo en la entrepierna se limitó a mantener su posición fetal mientras apretaba con fuerza su mandíbula y respiraba con vehemencia.
Kanon se levantó con rapidez, buscando una toalla para colocar hielo —obtenido del recipiente que albergaba una botella de vino — y colocarlo en la ingle para aliviar el dolor.
Cuando se acercó para auxiliar en aquella incómoda situación, fue apartado con violencia.
—¡Lárgate! —gritó como no lo había hecho en mucho tiempo.
La reacción dejó a Kanon estático.
—¡Vete! ¡Si me tienes tanto miedo aléjate de mí! —sintió unas náuseas horribles. Las pudo controlar con su respiración, aunque el dolor no estaba cerca de cesar.
~°~°~ Continuará ~°~°~
* Anafrodisia: inapetencia sexual. Bajo o nulo nivel de interés sexual. Esto puede ocurrir por problemas físicos, o emocionales.
¿Se imaginan el dolor — físico y emocional — por el que pasa Radamanthys?
Lo siento pequeño inglés, pero la vida adulta no es lo que creíamos de niños T.T
