Entre la espada y la pared
Capítulo 15. Incertidumbres


Cuando la luz de la mañana se filtró por las cortinas, Jubal empezó a despertarse. El cálido cuerpo de Isobel aún estaba acurrucado contra el suyo. Anoche, después de tantos días de tensión, se quedaron dormidos enseguida, abrazados. Era maravilloso para él pensar que, aun estando dormidos habían seguido necesitando la proximidad del otro, tanto como para permanecer juntos el resto de la noche.

Y qué bien había descansado. Sin pesadillas, sin interrupciones. Con Isobel entre sus brazos no necesitaba más.

Con mucho cuidado, giró la cabeza para mirarla. La contempló, dormida con la cara apoyada en su pecho, serena y hermosa. La herida de su frente ya estaba casi curada, pero le quedaría una leve cicatriz. Su corazón empezó a latir tan fuerte por ella que se temió que la despertaría. En ese estado no habría superado el polígrafo, desde luego... Le era cada vez más difícil ignorar lo que posiblemente había allí. Y eso lo asustó, porque no debería estar, y porque no estaba nada seguro de qué esperar por parte de Isobel.

Respiró despacio y profundamente para calmar sus pulsaciones. Cuando ya lo estaba consiguiendo, ella empezó a despertarse.

Con un roce suave, Jubal le acarició el brazo. Isobel abrió aquellos fascinantes ojos suyos.

—Ey —dijo Jubal con voz queda, porque no se atrevió a decir la dulzura que le había acudido a los labios.

—Ey —contestó somnolienta Isobel.

La sensación que principalmente invadía a Isobel en aquel momento era de algo que se parecía demasiado a la felicidad. Había dormido profundamente, mejor incluso que la noche anterior, y ahora se despertaba cálidamente arropada por los brazos de Jubal. Se permitió solazarse en ello unos segundos más. Él la estaba mirando detenidamente con sus ojos verde avellana, sonriendo con suavidad. Dentro de ella surgió un repentino brote de vibrante afecto que hizo temblar su pecho por dentro. Luchó por reprimirlo, molesta consigo misma: le parecía estúpido tener esa clase de sentimientos solamente porque Jubal la estuviera mirando. Su pensamiento racional no era capaz de percatarse de que la expresión de él era sinceramente embelesada.

Jubal deslizó la mano con delicadeza por su brazo, arriba y abajo, por el dorso de su mano, por sus dedos, invocando leves pero extremadamente agradables estremecimientos en Isobel. Al principio, no pudo evitar reaccionar poniéndole la mano en la mejilla con ternura, llenándole a Jubal el estómago de mariposas. Irremediablemente cautivado, se acercó y le acarició los labios con pequeños besos. Isobel se inquietó aún más ante el modo en que todo aquello intensificaba lo que sentía por él.

Como estaba convencida de que aquello iba en un sólo sentido, no podía permitirse caer más hondamente en ello. Enseguida profundizó el beso, recurriendo por reflejo a convertirlo en algo ardiente para no exponer más su corazón.

Cogido un poco por sorpresa Jubal suspiró en su boca. Eso la encendió por completo. Él intentó frenarla pero no sirvió de nada. Isobel continuó besándolo ansiosamente. Al final Jubal tuvo que responder. Se giró entrelazando las piernas con las de ella.

Y de pronto Isobel, tuvo la sensación de que otra vez se estaba aprovechando de Jubal. Detuvo el beso apartando la cara, dejándolo desconcertado.

—¿Está todo bien? —preguntó él, confuso y sin aliento.

Isobel se sintió fatal. Y se habría sentido peor si hubiera llegado a ver en los ojos de Jubal la inseguridad que le había provocado su rechazo. Se esforzó por darle una respuesta.

—Quería decirte que... anoche estuviste increíble —murmuró, eludiendo la cuestión.

Tampoco es que fuera mentira, pero funcionó: logró distraerlo. Jubal sonrió complacido. Y a continuación su sonrisa se volvió pícara e irresistible.

—Tú tampoco te quedaste corta... —aseguró a la vez que la estrechaba sensualmente contra él y le acariciaba el muslo.

Un intenso rubor ardió en las mejillas de Isobel, mezcla de timidez, pero también de halago y deseo. Le ayudó a sacudirse sus miedos. Las reacciones de Jubal le habían demostrado a menudo que no había pasado con ella la noche sólo por abnegación. Ahora estaba segura de que la deseaba y de que Jubal había obtenido genuino placer de ella.

Tampoco debería ser siempre la única que lo provocara a él, pero lo cierto era que Isobel le debía a Jubal aún mucho más de lo que ella le había dado. Tal vez era eso en lo que debería centrarse...

Aquello en lo que estaban envueltos no podía durar mucho más, por muchas razones. Aunque Isobel ya no podía retirar lo que había declarado la noche anterior, y aunque sólo pensar en separarse de Jubal le estrujara dolorosamente el corazón, no podía ignorar que trabajaban juntos, ni lo reciente que estaba lo de Rina, ni que prolongarlo para ella sería emocionalmente una insensatez.

Así que Isobel tenía que aplicarse y devolver cuanto antes los favores recibidos. No es que fuera a ser un sacrificio, precisamente. Además, estaba suspendida temporalmente de su puesto, así que no tenía que ir a trabajar. Tenía toda la mañana si quería.

Acercó la cara al cuello de Jubal y empezó a besarlo bajo la oreja, mientras le acariciaba el pecho. Y comenzó a descender. Cuando su boca alcanzó la parte superior del pectoral de Jubal, él ya tenía la respiración pesada y las manos recorriendo el cuerpo de Isobel con contenida avidez. Ella continuó besando su piel con ardor, y deslizó juguetonamente las yemas de sus dedos por encima de uno de los pequeños pezones de Jubal. Anoche le había parecido que eso era algo que se podía explotar... El gruñido que Jubal intentó reprimir sin éxito fue suficiente confirmación. De algún modo entusiasmada, Isobel pellizcó suavemente mientras dirigía su boca al otro pezón.

Él le acarició la cabeza con una mano mientras recorría su espalda con la otra. Cuando ella empezó a utilizar su lengua, Jubal no pudo evitar jadear y estremecerse. Le resultaba especialmente excitante que Isobel buscara provocarlo de aquella manera. Incluso le estaba haciendo olvidar lo descorazonador que había sido que ella no hubiera aceptado del todo sus gestos afectuosos. Su cuerpo empezó a buscar mayor contacto.

Isobel lo iba notando ponerse cada vez más firme contra ella, y eso le hizo decidir sin ninguna duda cuál sería su próximo destino. Pero era tan delicioso lograr tan buenos resultados de aquel modo que lo prolongó un rato más. Hasta que consiguió hacerlo gemir.

Ansiosa, bajó la mano por su pecho, su vientre, hasta su entrepierna y combinó lo que hacía con la boca en sus pezones con tocarlo allí, despacio pero incitante e intensamente.

Y ése fue su "error". Porque entonces Jubal de repente se incorporó, la cogió en peso y haciéndolos girar a los dos la tumbó de espaldas sobre la cama. Isobel dejó escapar una exclamación sobresaltada.

Presa de un hambre desenfrenada, la boca de Jubal empezó a bajar rápidamente por el torso de Isobel dejando un reguero de besos candentes, sin dejar lugar a dudas de a dónde se dirigía. Jubal se sentía algo sorprendido consigo mismo. Para ser algo con lo que jamás se había atrevido a fantasear, lo deseaba de un modo demasiado incontrolable. O tal vez era precisamente por eso...

Isobel quería recuperar la iniciativa, tenía toda la intención, pero fue incapaz de actuar cuando él, besando la cara interna de sus muslos, empezó a provocarla con alcanzar su objetivo sin llegar a hacerlo realmente. La anticipación casi la hizo suplicar. No le hizo falta al final. Con una voracidad que nadie había aplicado nunca sobre Isobel, del modo más abrasador, Jubal la devoró entre sus piernas.

De todas formas, se tomó su tiempo, saboreándola con labios y lengua, disfrutando cada una de sus reacciones, y acumulando meticuloso una tensión tal en ella, que Isobel, mordiéndose los labios y aferrada a su cabeza, creyó que la haría estallar. Llegó un momento en que, entre sus gemidos que llenaban la habitación absolutamente descontrolados, Isobel no pudo evitar decir su nombre. Al oírla, una oleada llamas envolvió a Jubal, y se le escapó un fuerte gruñido de puro deseo. Aquella grave vibración provocó una sensación tan intensa en Isobel, que la hizo temblar violentamente. Él captó la idea de inmediato y comenzó a aplicarlo rítmicamente junto con todo lo demás que estaba haciendo.

Fue lo que finalmente la lanzó a las alturas del éxtasis.

Estuvo allá arriba mucho más tiempo de lo normal porque Jubal lo prolongó cuanto pudo. Isobel descendió mucho más lentamente de lo que había subido.

Oh, cielos. Había estado espectacular. Su cuerpo aún se estremecía. ¿Siempre iba a ser así con él? Esto podría causar adicción... Sin embargo, mientras iba recuperando el aliento, Isobel se dio cuenta de que Jubal había frustrado sus planes y la había hecho quedar en deuda otra vez. Maldita sea. A ese paso no iba a terminar nunca en devolverla.

¿Tan malo sería eso? Tenerlo junto a ella todas las noches...

Isobel apartó con firmeza aquel pensamiento porque sencillamente sería una insensatez anhelar lo que pensaba estaba fuera de su alcance.

Cuando Jubal regresó a su lado y la besó, lucía una sonrisa traviesa que mostraba lo muy satisfecho consigo mismo que se sentía. Era irritante e irresistible a la vez. Le dieron a Isobel unas ganas terribles de castigarlo de la manera más deliciosa que le fuera posible.

Lo tenía atrapado en una mirada predadora que Jubal estaba encontrando imposiblemente atrayente cuando el móvil de Isobel sonó desde la mesilla de noche.

Por un momento, estuvo tentada de ignorarlo incluso aunque el tono del timbre le indicaba que era algo de trabajo. Estoy suspendida, ¿no? Pues hala. Pero miró de reojo y, al ver que se trataba de Maggie, tuvo que cambiar de opinión.

Se incorporó y cogió la llamada.

Jubal se sintió francamente contrariado con la interrupción. Todavía había muchas cosas que quería hacer con Isobel. Hizo un mohín de protesta e intentó quitarle el móvil, pero ella lo esquivó.

—Maggie. Dime. ¿Estáis todos bien?

El fastidio de Jubal quedó repentinamente sustituido por inquietud cuando la oyó contestar así. Se incorporó de golpe él también.

—Ah, OK —respondió Isobel a lo que le decía Maggie.

Eso, y que los hombros de ella se relajaron sensiblemente, le quitaron bastante el susto a Jubal. La abrazó desde atrás y se dedicó a posar besos dulces en el cuello y el hombro de Isobel mientras disfrutaba de lo bien que olía...

Además de distraerla a ella gravemente, aquello hizo que Jubal se perdiera cómo su expresión poco a poco se volvía irritada por lo que le contaba Maggie.

Cuando colgó, y se giró para mirarlo, Jubal la atrajo hacia sí casi de inmediato, y siguió besando su cuello más fogosamente ahora. Al principio Isobel no pudo evitar ceder y lo abrazó también, pegándose a él y mordiéndose el labio. Deseaba saborear su piel, hacerlo gemir como la noche pasada. Además, le sabía mal dejarlo así de ansioso después de lo bien que la había tratado hacía apenas unos minutos. Pero... Maldita sea, no podía quedarse de brazos cruzados ante lo que Maggie le acababa de decir.

Sólo un momento después, para decepción de Jubal, de ambos en realidad, Isobel se separó.

—Tengo que ir al 26 Fed —dijo con un suspiro.

Se sintió tentada de prometerle que se lo compensaría, con creces, más tarde pero no tenía claro que debiera seguir prolongando aquel devaneo entre ellos. Cuanto más durara, más le costaría dejarlo marchar cuando él se cansara de hacer con ella "terapia sexual". Así que no dijo nada.

—¿Qué ocurre? ¿Está todo bien? —preguntó él, preocupado de nuevo.

Isobel valoró si contarle lo que estaba pasando en el trabajo, pero Jubal seguía de baja y, de todos modos, a su nivel no podría hacer nada.

—No es nada grave, pero tengo ir a hablar con Reynolds.

Para Jubal fue obvio que la propia frase se contradecía a sí misma. La miró con una ceja levantada.

—Por favor, quédate cuanto quieras —ofreció Isobel eludiendo sus ojos y levantándose de la cama —. Voy a ducharme.

Jubal tuvo que suspirar profundamente para deshacerse de su desilusión.

—OK. Te prepararé mientras algo de desayunar —propuso animoso y fue a levantarse también.

Isobel lo detuvo.

—No, por favor. No te molestes —dijo inquieta por sentirse indebidamente enternecida por un lado, y más en deuda todavía con él, por otro.

—No me cuesta nad- —intentó insistir Jubal.

—He dicho que no —lo interrumpió Isobel, tajante, incapaz de manejar el tironeo que tenía dentro.

Jubal retrocedió. Era obvio que Isobel prefería mantener las distancias y eso le escoció más de lo que debería. Intentó esconder lo irritado que se sentía, pero su rostro se volvió serio, de todos modos.

—Perdona —suavizó Isobel el tono—. De verdad, no te molestes.

·~·~·

Para cuando Isobel salió duchada y vestida, Jubal también se había aseado, en el baño de invitados, y había preparado café. Le ofreció una taza. Ella abrió la boca para protestar.

—¿Ni siquiera café? —se adelantó Jubal, fastidiado.

Isobel cerró el pico y aceptó la taza.

—Gracias —murmuró con una media sonrisa que mejoró un poco el ánimo de él.

Una vez lista para salir, al dirigirse Isobel hacia la puerta, Jubal la alcanzó y la cogió por la cintura. Intentó besarla tiernamente, pero en el último instante, ella giró la cabeza y los labios de él terminaron en su mejilla. Sintiendo una fuerte punzada en el corazón, Jubal los retiró pero no se apartó del todo.

El pánico se había apoderado de Isobel. Si lo hubiera dejado besarla en ese momento, no habría podido ocultarle lo que sentía.

—¿Nos... nos vemos esta noche? —susurró Jubal en su oído, con cierta timidez.

Su cálido aliento en la oreja, la proximidad de su cuerpo, la hicieron estremecerse. Isobel casi le contestó suplicando que sí, pero entonces se detuvo en seco.

Quizás sería mejor dejar las cosas así. Si no volvían a encontrarse aquella noche, tal vez podría cortar por lo sano.

Y sin embargo, todavía tenía -deliciosas- cuentas que saldar con Jubal...

Desgraciadamente, ahora no tenía tiempo para decidirlo.

—Te lo diré a lo largo del día —respondió, impaciente consigo misma, pero que Jubal percibió como si fuera hacia él.

El dolor dentro del pecho de Jubal se hizo lacerante.

—Claro, como prefieras... —logró contestar con voz serena y la soltó.

A pesar de todo, a ella le costó separarse de él. Apurada por el tiempo como estaba, Isobel no llegó a ver antes de irse lo mucho que se habían ensombrecido los ojos de Jubal.

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