Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Bailando en el cielo
(Recuerdo)
Kagome no sabía realmente qué había pasado a continuación, o por qué había pasado.
Tal vez era el agotamiento que sentía de tanto llorar y preocuparse. Tal vez era de contarle a Inuyasha la razón por la que no le gustaba quedarse atrapada en un espacio cerrado. Tal vez simplemente estaba terriblemente cansada. A pesar de lo que fuera, Kagome pronto descubrió que se le cerraban los párpados y que sentía que el cuerpo se le debilitaba.
—Inuyasha —susurró, queriendo caer desesperadamente en la tranquila inconsciencia del sueño. Pero no podía descansar sin más contra Inuyasha, o dejarle solo con sus pensamientos en el ascensor. Quién sabía lo que podría pasar si le dejaba solo, aunque fuera un momento.
—Shh, Kagome —susurró, su voz profunda un bajo retumbar en sus oídos—. Tú relájate, estoy aquí.
Era extraña la forma en la que lo decía. Como que, si no estuviera allí, Kagome estaría alterada o hecha un desastre… desconsolada, incluso. Lo dijo como una promesa, lo que era extraño teniendo en cuenta la tensión. Kagome frunció el ceño, la irritante sensación de que se estaba perdiendo algo asomándose en su interior.
—Duérmete.
Se resistió unos momentos más, intentando hacerse creer que podía permanecer despierta si podía concentrarse simplemente en algo real. Pero Inuyasha era real y su respiración era real, y el latido constante de su corazón era rítmico y tranquilizador. Kagome estuvo dormida antes de darse cuenta.
Los sueños y la realidad tendían a emborronarse en los momentos que más importaban. A veces los sueños son la clave de la realidad de alguien. El empujón hacia aquellos objetivos tan lejanos y aquel paraíso tropical por el que uno se esmera. Los sueños hacen que una persona vaya a por lo que verdaderamente quiere. La realidad a menudo es lo contrario.
A veces se desea estar dormido, olvidando todo lo que reparte el mundo real. Se aguardan los sueños. Y luego, hay veces en las que se piensa: ¿de verdad estoy despierto? Porque hay momentos en este mundo (preciados, monumentales) que pueden compensar cada segundo de realidad que hace que nos desviemos. Puede ser tan fácil como sonreírle a un desconocido u observar cómo da a luz a tu hijo el amor de tu vida. Hay cosas que simplemente no podemos explicar.
La exhalación de Kagome fue como liberar todo lo que la había mantenido despierta, y pronto su mente fue una pantalla en blanco, lista para reproducir lo que la imaginación había creado.
Los sueños pueden ser mejores que la realidad. La realidad puede ser mejor que los sueños.
Y luego había veces en las que los sueños y la realidad no son realmente distintos los unos de la otra.
El escritorio es sólido bajo sus manos, fríamente escurridizo mientras se incorpora rápidamente y mira a su alrededor. El escenario es familiar: paredes azules, y marcos negros y prestigiosos. Hay lienzos de la ciudad, edificios de los que estar orgullosos. Una empresa centrada en el diseño arquitectónico que se jacta de nada más que de su propia maestría.
—Kagome —dijo una voz de hombre, riéndose entre dientes—. Por favor, dime que estabas dormida.
Kagome recuerda esto. Lo recuerda todo con tanta claridad que es como si de verdad lo estuviera viviendo de nuevo. Este recuerdo… este recuerdo desgarrador que dejó hace tanto en el pasado.
Sabe qué decir a continuación:
—Tu mente te está jugando malas pasadas.
Su compañero de trabajo se ríe, negando con la cabeza y dejando que su largo pelo se salga de su estilo normalmente perfecto.
—Claramente es eso lo que está pasando.
Kagome hace una mueca, frotándose la mejilla donde había estado plantada sobre el escritorio.
—¿Necesitabas algo?
—Dos cosas —dijo su compañero de trabajo, metiéndose en su despacho y sonriéndole hermosamente—. ¿Pudiste ponerte en contacto con la vecina?
Frunciendo momentáneamente el ceño, Kagome miró alrededor de su escritorio antes de asentir.
—Sí y dice que lo hará. Tenemos que seguir hablando con ella… probablemente deberías fijar una reunión con ella. Sonaba un poco demasiado sospechosa para mi gusto.
—No queremos ningún testigo a la fuga —concordó, acercándose e inclinándose finalmente sobre su escritorio. Estaba tan cerca de ella que prácticamente podía sentir el calor irradiando de él. Su traje negro puro era realmente tan negro como ella creía. Ni un atisbo de gris—. ¿Y el informe?
Gimiendo internamente, Kagome cerró los ojos.
—Todavía no.
Él se rio, sonando demasiado contento, aunque fuera retrasada con su trabajo.
—Tienes aspecto de que te vendría bien un descanso.
—Me vendrían bien unas vacaciones —corrigió Kagome, sacando los expedientes que necesitaba. Maldita sea, ¿cómo podía haberse olvidado?
De repente, supo exactamente cómo se había olvidado. Él estaba inclinado hacia ella, su mano sobre su escritorio para evitar que sacara el papeleo necesario.
—Vamos a comer.
No lo hagas. No lo hagas, Higurashi, o te juro que…
—¿Invitas tú?
Su compañero de trabajo volvió a reírse, sonriendo como si ella fuese la parte más reluciente de su día.
—¿Estás tanteando el terreno?
Ojalá.
Siempre hay un momento en el que uno desea simplemente poder… cambiar. Alterar la realidad para haber ido a aquella clase o no haber asistido a aquella fiesta. Era un arrepentimiento que podría perseguirlo a uno durante el resto de su vida.
Kagome no lo aprendió hasta exactamente un mes más tarde.
En ese momento, pensó que su corazón estaba latiendo increíblemente rápido.
—Bien, entonces, vamos.
Él la miró entonces. Sus ojos estaban tan grandes y tan intensos, que Kagome se preguntó cuán fácil sería perderse en ellos. Entonces, en el momento en que sonrió, se volvió a distraer, sintiendo el calor de su mano mientras la ayudaba a levantarse de su silla y a salir del despacho. Cogieron su vehículo, un brillante deportivo que relució bajo el sol cuando le abrió la puerta.
—Después de usted, señorita.
Kagome hizo una leve reverencia, sonriendo en respuesta.
—Gracias, buen señor.
Ahí estaba aquella risa otra vez… tan impresionante.
No podía estar más contenta con el viento azotando su pelo y el sol bailando en el cielo vespertino. Kagome miró a su compañero de trabajo, impregnándose de él.
Hasta que el sol centelleó en aquella banda dorada brillante que portaba en el anular de su mano izquierda.
A veces los recuerdos pueden doler más que cualquier sueño o realidad.
