Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.
Winston, le pasó el libro a la rival de su padre: Atenea, quien lo tomó, y miró el título del siguiente capítulo. —El siguiente capítulo, es el #11 y se titula... —Sus ojos se abrieron. — "Huyendo de la trampa".
Pasamos dos días en el tren desde Amtrak, dirigiéndonos hacia el oeste a través de las colinas, sobre ríos, pasando ondas de granos color ámbar.
No fuimos atacados ni una vez, pero no me relajé. Sentí que estábamos viajando dentro de una vitrina, siendo observados por algo desde arriba y quizás desde abajo. Ese algo estaba esperando la oportunidad adecuada.
Los dioses hicieron una mueca, pero nadie dijo nada.
El resto del día lo pasé alternativamente paseándome por el tren (porque me costaba mucho quedarme quieta) o mirando por las ventanas.
Una vez, divisé una familia de centauros galopando a través de un campo de trigo, los arcos listos, y cazaban el almuerzo. El pequeño chico centauro, que tenía el tamaño de un poni de segundo grado, captó mi mirada y saludó. Miré a los otros pasajeros, pero nadie más lo había notado. Los pasajeros adultos todos tenían sus rostros enterrados en portátiles o revistas.
— ¿Qué es un portátil? —preguntó Apolo.
—Es una máquina que usan los humanos, para muchas tareas —dijo Clarisse. —Bien sea para escribir, para realizar alguna operación matemática... pueden incluso dibujar o también, pueden comunicarse entre ellos, en algo muy similar a los Mensajes Iris.
En otra ocasión, hacia el atardecer, vi algo grande moviéndose a través de los bosques. Podría haber jurado que era un león, excepto que los leones salvajes no viven en América, y esta cosa era del tamaño de un Hummer. Su pelaje dorado brillaba con la luz del atardecer. Luego saltó entre los árboles y desapareció.
— ¡Un león de Nemea! —dijo Artemisa sonriente y feliz, con los ojos brillándole de emoción. —Han pasado casi seis siglos, desde la última vez que cacé uno.
Nuestro dinero de recompensa por devolver a Gladiola solo había sido suficiente para comprar los tickets hasta Denver. No pudimos conseguir plazas en los coches camas, así que dormimos en nuestros asientos. Mi cuello se puso rígido. Traté de no babear durmiendo ya que Clarisse estaba sentada junto a mí.
No pudieron evitar reírse, mientras que ambas se sonrojaban, y Afrodita decía algo sobre "cuidar a la persona amada".
Cuando encontré oportunidades para dormir, soñaba con mi padre (el rubio y de veintidós o algo así); enfrentándose a distintos enemigos, y usando ataques con su tridente. Por ejemplo: su ataque Anfitrite, en el cual lanzaba una serie de veloces estocadas, atacando a las piernas, hombros, pecho y cabeza de su enemigo.
Su ataque Quíone Tiro Deméter, salta en el aire y posteriormente, usando su tridente comienza a lanzar una ráfaga de ataques sobre su enemigo.
—Claramente, está soñando con el Poseidón del otro universo —dijo el dios de los mares, cuando todo el Consejo Olímpico lo miró fijamente, pues él no era de los que les ponía nombres a los ataques. —Aun así, parece interesante. —Se puso de pie. — ¡Anfitrite! —Y empezó a lanzar una serie de veloces estocadas. Que, aunque Poseidón era un gran rey marino, y uno de los dioses más poderosos, a causa de las ropas de pescador, lo hacían verse ridículo.
—Voy a empezar a llamarte Papá Poseidón, y a él, Papá Neptuno —declaró Penélope sonriente. Entonces, miró a Winston, para que siguiera leyendo y su padre dejara de hacer el ridículo. —Hermano, por favor.
Entonces, mi sueño se vio interrumpido. Fue como si alguien se robara la señal de un canal de televisión y cambiaran a otro.
Me vi ante un gran pozo y una voz surgió desde el fondo. —Ayúdame. Ayúdame a ascender, pequeña —dijo una voz antigua y maligna. —Tráeme el casco. Tráeme el rayo. Los dioses no son de fiar. Reinarás en la nueva era, junto a mi sirviente.
—No es el tío Hades —dijo Atenea palideciendo. —Él siempre aparece en su forma... física y sentado en un trono.
— ¿Por qué solo llevarle mi voz, en lugar de presentarme físicamente, en mi trono? —Hades estuvo de acuerdo, con su sobrina. —Además: El robo del símbolo de la reina del drama y el mío, ocurrió muchos meses antes, de que la princesa supiera de la existencia de nuestro mundo, y de la existencia del Cabeza de Algas, que tiene por padre. —Todos asintieron. Poseidón miró con enfado a su hermano.
Finalmente, Poseidón y Zeus, se dieron cuenta de la posible identidad del sujeto. Ambos palidecieron. —No. No puede ser él.
Pero yo me esforcé, nuevamente tomé el control del sueño, mientras que lo escuchaba insultarme, y lo iluminé todo, pero él, se "desconectó", del enlace del sueño, causando que yo me despertara lentamente. Sentí una presencia a mi derecha, y vi a quien debía de ser su sirviente. Mis ojos se abrieron, al ver quién era.
No. No podía ser él. No podía estarnos traicionando.
— ¿Quién fue? —preguntó Artemisa, mirando a Penny. — ¿Quién robó los Símbolos de Poder? —Pero Penélope solo le enseñó una sonrisa, y señaló el libro. La diosa de la caza miró enfadada a su futura esposa, y se cruzó de brazos.
Grover siguió roncando y gimiendo y despertándome. Una vez se dio la vuelta y su pie falso cayó, Clarisse y yo tuvimos que colocarlo de nuevo antes de que los otros pasajeros lo notaran.
—Así que. —me preguntó Clarisse, una vez que hubimos reajustado las zapatillas de Grover. — ¿Quién quiere tu ayuda?
— ¿Qué quieres decir? —le pregunté extrañada.
—Cuando estabas dormida hace rato, murmuraste, 'No te ayudaré' ¿Con quién soñabas? —me preguntó ella. Gruñí, y le conté ambos sueños. —Bueno... me alegra mucho, que tu padre te esté otorgando algunas de tus técnicas. Pero... el otro sueño... No suena como Hades. Él hubiera aparecido, en su forma física normal. Ya sabes: como un humano, de cabello negro largo, ojos negros, y.… toga negra.
—Entiendo —aseguré. —Ya he visto a mi padre, en carne y hueso, incluso antes de venir al Campamento. Conocí a Lady Anfitrite y.… bueno: tenemos al Sr. D, en el Campamento, para verlo todos los días —ella se río. —No creo que fuera él. No creo que fuera el tío Hades.
—Eres muy inteligente, sobrina —dijo Hades sonriente. Penny le devolvió la sonrisa y asintió. —Y debo de agradecerte, por no querer echarme la culpa, como si suelen hacerlo algunas deidades por aquí sentadas, cuyos nombres, no quiero pronunciar.
La rubia enseñó una sonrisa, ignorando el ambiente pesado, que acababa de tener lugar. —Tío, ya nos hemos conocido en mi época. Y eres el hombre más justo, que he podido conocer. Tienes un trabajo muy pesado, pero lo asumes sin casi quejarte y lo realizas, de forma muy eficiente. Creo personalmente, que eres el mejor tío del mundo. —El dios pelinegro, con lágrimas en los ojos, se levantó de su trono y se acercó a Penélope, quien también se levantó de donde estaba, y se dieron un abrazo, el cual acabó, cuando una masa de agua, atrapó a Penélope y la alejó de su tío. —Oh vamos, ¿es en serio Papá?
—Mi hija no comerá ninguna granada, Hades —gruñó Poseidón. Ni el rey del inframundo, ni la hija del rey de los mares, dijeron nada.
—Supongo... —ambas nos asustamos, cuando vimos despertar a Grover. —Si él quería decir: 'Ayúdame a levantar el inframundo'. Si él quería guerra con los Olímpicos. ¿Pero por qué pedirte que le lleves el Rayo Maestro si ya lo tiene?
—La persona de mi sueño, no era el tío Hades —aseguré nuevamente. —Creo que... aparecería como un humano, en lugar de un... abismo. Además, ¿para qué quiere el Rayo Maestro, si él ha perdido el Casco de Invisibilidad?
Hacia el final de nuestro Segundo día en el tren, el 13 de junio, ocho días antes del solsticio de verano, pasamos a través de las colinas doradas y sobre el río Mississippi en San Luis. Clarisse y yo, vimos el Arco de Gateway, que para mí lucía como el asa de una gran bolsa de compras pegada a la ciudad.
Atenea y sus hijos presentes, bufaron enfadados, por una comparación tan mundana; ante una creación arquitectónica, de tal calibre.
Clarisse empezó a reír. — ¿Sabes que los hijos de Atenea, se morirían, por ver el Arco?
— ¿Por qué tenemos que hablar de la rubia grosera? —gruñí enfadada. Entonces, tuve una idea. — ¡Hey!
Ella me miró. — ¿Qué?
— ¿Y si vamos, nos subimos y tomamos unas fotos, y se las enseñamos a la rubia? —le pregunté sonriente. Una sonrisa idéntica, apareció en los labios de mi bella amiga, quien me besó en la mejilla. Agarramos nuestras maletas y comencé a zarandear a la cabra. —Despierta Grover, vamos a hacer turismo cultural.
Nos metimos en la estación del centro de Amtrak. El intercomunicador nos dijo que tendríamos una parada temporal de tres horas antes de partir hacia Denver. Grover se encogió de hombros. —Mientras haya un bar sin monstruos. El Arco estaba como a una milla de la estación del tren. A final del día las colas para entrar no eran tan largas. Hicimos nuestro camino hacia el museo subterráneo, mirando vagones cubiertos y otra basura del siglo XVIII. No era tan interesante, y Grover continuó pasándome caramelos de goma, así que estaba bien.
Seguí mirando alrededor, a las otras personas en la línea. Empuñaba mi tridente con fuerza. — ¿Hueles algo? —Le murmuré a Grover.
Él sacó su nariz de los caramelos de goma lo suficiente para oler. —Subterráneo. —dijo con disgusto. —El aire del metro siempre huele a monstruos. Probablemente no significa nada.
—Sátiro —dijo Dionisio. —Si hueles monstruos, entonces es que hay monstruos. No bajes la guardia, tan fácilmente. Ya los atacaron las Benévolas y la tía M.
Al escuchar eso, vi a Clarisse preparar su lanza, yo hice lo mismo con mi tridente, pero no lo desenfundamos. No lo haríamos, si es que no veíamos peligro real. Tenía la sensación de que no deberíamos estar ahí.
Casi me habían dominado los nervios cuando vi el pequeño ascensor por el que íbamos a subir al tope del Arco, y supe que estaba en problemas. Odio los espacios confinados. Me vuelven loca.
—Al mar, no le gusta ser contenido —dijo Poseidón. Todos sus hijos asintieron.
Nos metimos con esta señora gorda y su perro, un chihuahua con un collar de imitación de diamantes. Me supuse que el perro era un chihuahua lazarillo. Porque ninguno de los guardias dijo nada.
Poseidón se dio cuenta de quien era la mujer, y miró intensamente, primero a su hermano mayor (Hades) y después, a su hermano menor (Zeus), ambos sudaban a mares, y rogaban para que su sobrina no fuera a ser herida, por el par de monstruos que enviaron, a buscar sus armas.
Empezamos a subir, dentro del Arco. Nunca había estado en un ascensor que fuera en línea curva, y mi estómago no estaba muy feliz por eso.
— ¿No tienen padres, pequeños? —nos preguntó la señora gorda. Ella tenía los ojos pequeños y puntiagudos, dientes manchados de café; un sombrero de mezclilla, y un vestido de tela vaquera que sobresalía mucho, ella lucía como un dirigible de vaquero.
—Están abajo. —le dijo Clarisse. —Tienen miedo a las alturas.
—Oh, pobres dulzuras. —El chihuahua gruñó. La mujer dijo. "Ahora, Ahora, Hijito. Compórtate. —El perro tenía ojos brillantes como su dueña, inteligentes y viciosos.
En la cima del arco, la plataforma de observación me recordó a una lata de estaño con moqueta. Las filas de pequeñas ventanas daban a la ciudad en un lado y al río en la otra. La vista estaba bien, pero si hay algo que me guste menos que un espacio confinado, es un espacio confinado de seiscientos pies en el aire. Estaba lista para irme bastante rápido. Por suerte para mí el guardia del parque anunció que la plataforma de observación se cerraría en unos minutos. Dirigí a Grover y Clarisse hacia la salida, llevándolos dentro del elevador, y estaba a punto de meterme cuando me di cuenta que ya había otros dos turistas adentro. No había espacio para mí.
—Bien hecho, cariño —dijo Poseidón. —Pero no me calma, el que te quedes allí arriba, con semejante compañía.
—Quédense a pelear —dijo Ares.
El guardia del parque dijo —En el próximo, señorita.
—Saldremos. —dijo Clarisse. —Esperaremos contigo.
Pero eso iba a enredar a todo el mundo y tomaría más tiempo, así que dije —No, está bien. Los veré abajo. —Grover y Clarisse lucían nerviosos, pero dejaron que la puerta del ascensor se deslizará y se cerrará. Su elevador desapareció por la rampa.
Ahora los únicos que quedaban en la plataforma de observación éramos yo, un niño pequeño con sus padres, el guardia del parque, y la señora gorda con su chihuahua.
Le sonreí incómodo a la señora gorda. Su lengua bífida oscilaba entre sus dientes.
— ¡¿Lengua bífida?! —riñó Poseidón enfadado, a sus hermanos.
¡Espera un minuto!
¿Lengua bífida?
—Sí, eso dice Sesos de Alga —se burló Artemisa, sonriéndole. Ante eso, Penny le sacó la lengua burlonamente, a la diosa de la caza. Entonces, la diosa dejó de mirarla, con esa mirada que le decía a la hija de Poseidón, que le caía bien, para mirar a su padre, ahora con un rostro de completa furia. — ¡Solo tiene trece años, y es mi esposa, ¿en qué estabas pensando?! —Zeus no sabía dónde meterse.
Antes de que pudiera decidir si en verdad había visto eso, su chihuahua saltó y empezó a ladrarme. —Ahora no. Ahora no Sonny. —dijo la señora. — ¿Parece este un buen momento? Tenemos todas estas buenas personas aquí.
— ¡Perrito! —dijo el niño pequeño. — ¡Mira, un perrito! —Solo entonces, reparé en la presencia de esas personas. Sus padres, reconociendo una amenaza potencial, (o quizás estaban viendo, por debajo de la niebla) tiraron de él.
Yo me posicioné, entre la familia, la mujer y el perro. Él chihuahua me mostró sus dientes, la espuma goteaba de sus labios negros. —Bueno, Hijo. —la señora gorda suspiró. —Si tu insistes.
Hielo comenzó a formarse en mi estómago. —Umm, ¿Acaba de llamar al chihuahua Hijo?
—Querido es Quimera. —Me corrigió la señora gorda. —No un es chihuahua. Es fácil equivocarse. —Ella enrolló sus mangas de mezclilla, revelando que la piel de sus brazos era escamosa y verde. Cuando sonrió, vi que sus dientes eran colmillos. Las pupilas de sus ojos eran rendijas, como las de los reptiles.
El chihuahua ladró más fuerte, y con cada ladrido, crecía. Primero al tamaño de un Dóberman, luego al de un león. El ladrido se convirtió en un rugido.
Ares miró burlonamente, al chico. Era imposible, que pudiera matar a Quimera, especialmente acompañado por Equidna.
El niño pequeño gritó. Sus padres tiraron de él hacia la salida. Directos hacia donde el guardia del parque estaba parado, quien se quedó allí, paralizado, mirando boquiabierto al monstruo.
Quimera era tan alto que su espalda rozaba el techo. Tenía la cabeza de un león con una melena cubierta de sangre, el cuerpo y las patas de una cabra gigante, y la cola de una serpiente, de diez metros de largo sobresaliendo mucho detrás de su dueño tras de él. El collar de perro aún colgaba de su cuello, y por el tamaño de la placa ahora era fácil de leer: «QUIMERA-RABIOSO, ALIENTO DE FUEGO- VENENOSO- SI LO ENCUENTRA POR FAVOR LLAME AL TÁRTARO (8278276) - EXT.954»
— ¡¿Cómo puedes prestarle atención a eso, cuando tienes a un monstruo a menos de un metro?! —preguntaron Clarisse y Artemisa, causando que Penny se encogiera un poco, por el miedo que le daban sus esposas.
Me di cuenta que ni siquiera había agarrado el tridente. Mis manos estaban entumecidas.
— ¡¿Te volviste loca?! —preguntó Poseidón asustado, por la seguridad de su hija. — ¡Empúñalo ahora mismo, ya tuviste esos sueños sobre cómo usarlo!
» Estaba a diez pies de la melena sangrante de la Quimera, y sabía que tan pronto me moviera, la criatura arremetería. La señora serpiente hizo un ruido silbante que debió haber sido una risa. —Siéntete honrada, Penélope Jackson, El señor Zeus rara vez me permite probar a un héroe con una de mis crías. ¡Porque soy la madre de los monstruos, la terrible Equidna!
—Al menos admite que es terrible —dijo Nico sonriente y burlón.
Sentí el tirón en mi estómago, cerré los ojos un segundo, mientras sentía el agua. No solo el en rio, sino también el aire a mi alrededor. Aire que yo podía manipular, pues no es más que agua en su estado gaseoso; cuando escuché las palabras de Equidna, supe que debería de quedarme en silencio, pero atiné a preguntarle: — ¿Eso no es una especie de oso hormiguero?
—No la hagas enfadar, cariño —pidió Hera, a su hija adoptiva.
Aulló, y su rostro se contorsionó de furia. — ¡DETESTO QUE DIGAN ESO, ODIO AUSTRALIA! Mira que llamar a ese tonto animal, como yo. Por eso Penélope Jackson, mi hijo va a destruirte. Cariño, avanza hacía la Semidiosa.
—Si me dieran un Dracma, por cada monstruo juró destruir a Penny... —dijo Thalía sonriente.
Quimera saltó hacia mí. Pensé muy rápido, o quizás fue mi instinto, el que me llevó a correr hacía Quimera...
— ¡¿QUÉ TU HICISTE QUÉ?! —Gritaron Hera, Poseidón, Afrodita y otros, incrédulos y aterrorizados, por los actos de la rubia.
Me lancé al suelo, como si estuviera jugando Baseball, y quedé justamente, debajo de Quimera. — ¡Anfitrite Durmiente! —Declaré, mientras arrojaba estocadas, contra el estómago de Quimera, haciéndola gritar y acabó convertida en polvo, haciéndome toser, y parte del polvo me cayó en los ojos, pues no recordé que los monstruos se volvían polvo.
— ¿Por qué Anfitrite Durmiente?—preguntaron todos, volviendo sus cabezas, hacía padre e hija.
La Semidiosa, explicó. —El ataque Anfitrite, es lanzar estocadas de frente y estando de pie —explicó Penélope, enseñando como era el ataque.
—Pero si ella está acostada en el suelo... —comenzó Poseidón. Todos asintieron, se entendía bien. —Además: "Anfitrite acostada", no es que suene muy bien.
— ¡MOCOSA! —Rugió Equidna, lanzándose sobre mí.
Rodé hacía mi derecha, apoyando una rodilla en el suelo. Y lancé el ataque. Estuve a punto de usar los nombres de las diosas, tal y como Papá en el sueño, pero no creía que a ellas lo apreciaran mucho. Me distraje pensando en eso, y apenas y logré colocar mi tridente como una protección, logrando que no me arrancara la cabeza, y únicamente me dejara un corte menor, en la mejilla derecha. Comencé a esquivarla, mientras rodaba por el suelo, girando a su alrededor, y a acercarme, tanto como pude — ¡Poseidónio Sfyrí! (Martillo de Poseidón) —Los bordes del tridente, eran afilados, así que pude saltar sobre ella, y caer con el arma, como si fuera un martillo, literalmente abriéndole la cabeza a Equidna.
— ¡Tengo a la prima, más genial del mundo! —dijo Hércules apareciendo de la nada, asustando a los demás. No supieron cuándo, pero claramente reaccionó, ante la narración, sobre como destrozó su prima, a Equidna y Quimera.
—Sus estrategias son arriesgadas, pero le son muy útiles, y su estilo de combate... no lo sé —sencillamente, Atenea se quedó en blanco.
Salí corriendo, e ingresé en el ascensor, descendiendo y sin prestarle mayor atención, al maquinista del ascensor, al llegar abajo, Grover y Clarisse me abordaron. Les hablé sobre las muertes de Quimera y Equidna, cosa que les tranquilizó, especialmente a Clarisse, quien me miraba desde todos los ángulos, hasta confirmar, que estaba intacta.
—... Una adolescente. —Decía otro reportero —El Canal Cinco sabe que las cámaras de vigilancia muestran a una chica en el piso de observación, de algún modo descubrió que una mujer tenía un detonador, y se lanzó heroicamente sobre la terrorista, evitándolo. Difícil de creer, John, pero es lo que hemos escuchado. De nuevo, no hay muertes confirmadas...
De algún modo, logramos llegar de regreso a la estación de Amtrak sin ser detenidos. Abordamos el tren justo antes de que se fuera a Denver. El tren avanzaba hacia el oeste conforme caía la oscuridad, las luces de la policía todavía brillaban en el horizonte de St. Louis tras nosotros.
—El capítulo 12, se titula: Un dios nos compra hamburguesas —informó Winston Churchill, mientras que Poseidón tragaba saliva, porque al parecer, todos creían que sería él.
