Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.
—El capítulo 12, se titula: Un dios nos compra hamburguesas —informó Winston Churchill, mientras que Poseidón tragaba saliva, porque al parecer, todos creían que sería él.
La mañana siguiente, 14 de junio, siete días antes del solsticio, nuestro tren pasó por Denver. No habíamos comido desde esa noche en el vagón del restaurante, en algún lugar de Kansas. No habíamos tomado una ducha desde la Colina Mestiza, pero estoy segura que eso era obvio. Odiaba mi olor, y Clarisse también se veía mortificada, por esto mismo.
—Asqueroso —dijo Afrodita, frunciendo el ceño. —Espero y lograran encontrar, alguna ducha.
Unos minutos después, estábamos sentados en un puesto de comida. A nuestro alrededor se encontraban familias comiendo hamburguesas y bebiendo malteadas o soda.
Finalmente, la camarera se acercó. Ella levantó la ceja con escepticismo. — ¿Y entonces?
Clarisse la miró con enfado. —Queremos ordenar la cena.
Nos miró con escepticismo, pero mi amiga y yo, notamos como la mujer tembló ligeramente, ante la mirada de mi amazona. — ¿Y ustedes niños tienen con qué pagar? —El labio inferior de Grover tembló. Tenía miedo de que empezará a comerse el linóleo, o empezara a balar. Clarisse, por otra parte, estaba lista para desmayarse del hambre.
Estaba intentando de inventar una historia triste para la camarera cuando un estruendo sacudió todo el edificio, una motocicleta del tamaño de un elefante bebé se parqueo en la acera.
—Ares, ¿Qué demonios? —preguntaron Poseidón y Zeus, interrogantes.
El dios solo negó con la cabeza, confundido.
Todas las conversaciones en el local pararon. El faro de la motocicleta estaba rojo. El tanque de gas tenia llamas pintadas, y una funda de balas para escopetas clavados en ambos lados, completados con una escopeta. El asiento de cuero, pero el cuero parecía... bueno, piel humana caucásica. El hombre de la moto hubiese hecho un gran trabajo como luchador para Mamá.
Ares sonrió orgulloso, de la descripción que le dio la chica.
Estaba vestido con una camisa y pantalones negros y un trapo de cuero negro, con un cuchillo de caza atado a su muslo. Llevaba tonos rojos envolventes, y tenía la más cruel, la cara más brutal que había visto, buen mozo quizás, pero a la vez perverso; con un corte de pelo graso color negro y con las mejillas marcadas de tantas peleas.
Todas las personas se levantaron, como si estuvieran hipnotizados, pero el motorista levantó la mano despectivamente y todos tomaron asiento. Todos volvieron a iniciar sus conversaciones. La camarera parpadeó como si alguien le hubiese dado al botón de reinicio para que su cerebro trabajara de nuevo. Ella volvió a preguntar, — ¿Y ustedes niños tienen con qué pagar?
El motorista dijo, —Yo invito. —Dijo deslizándose en nuestra mesa, la cual era muy pequeña para él, lo que llevó a Annabeth a quedar pegada contra la ventana. El miró hacia la camarera, quien lo miraba, y le dijo, — ¿Sigues aquí? —Señaló hacia ella, lo que hizo que se ruborizara. Se giró como si la hubiesen movido, y después se marchó hacia la cocina. El motorista me miro. No pude ver sus ojos entre las sombras, pero malos sentimientos hirvieron en mí. Enfado, resentimiento, amargura. Quería pegarle a una pared. Quería poder pelear con alguien. ¿Quién se creía este tipo?
Me dijo con una sonrisa torcida, mientras me miraba de arriba abajo, fijándose en mis pechos, más tiempo del que debería. — ¿Entonces tú eres el chico del viejo Alga Marina, ¿verdad?
Con un movimiento de su tridente, Ares acabó bañado, por las aguas del ártico. El mensaje de Poseidón, era claro, no hacían falta palabras.
Sentí a Clarisse saltar en su silla, la miré y la encontré muy asustada del sujeto ante nosotros. La abracé. —El hijo del Cabeza de Aire. Mi suegro. Y espero, que dejes de hacer lo que sea que estés haciendo, para asustar a mi futura esposa, idiota.
Ares nos mostró una sonrisa, y el ambiente se relajó. —Tienes un buen par de ovarios, niña. Creo que podrías comenzar, a caerme bien. Escuchen niñas, Sátiro: Me he tenido que ir corriendo, de un lugar, dónde había estado teniendo una cita, y me he dejado mi escudo. Si me ayudan, les daré un transporte directo, hasta los Ángeles.
—No estamos interesadas, —le dije. —Ya tenemos una misión.
— ¡Yo también estoy en la misión, no he hagas a un lado! —se quejó Grover.
—Eres la mejor, cariño —dijo Clarisse sonriente, abrazando y besando a su novia; e ignorando a Grover.
Los ojos llenos de furia de Ares me hicieron ver cosas que no quería ver... sangre, humo y los cadáveres en el campo de batalla. —Se todo sobre la misión, mocosa. Cuando ese artefacto fue recién robado, Zeus mandó a sus mejores para que los buscaran: Apolo, Atenea, Artemisa, y yo, naturalmente. Si yo no pude olfatear un arma tan poderosa... —se lamió los labios, como si todo pensamiento sobre el rayo lo enfadara. —Bueno, si yo no pude encontrarlo, tú no tienes esperanza. Sin embargo, estoy tratando de darte el beneficio de la duda. Tu padre y yo vamos camino de regreso. Después de todo, yo fui el que le comentó mis sospechas sobre el viejo Aliento de Cadáver.
— ¿Le dijiste tú, que fue el tío abuelo Hades, Papá? —preguntó Clarisse sorprendida. — ¿Con qué pruebas? —En eso, llegaron muchas hamburguesas, papas fritas y malteadas, cosa que nos hizo mirarnos a Clarisse y a mí, empezando a comer de inmediato.
—Claro. Inculpar a alguien para empezar una guerra. —Nos dijo tranquilo, y como si el asunto, no fuera con él. —El truco más viejo del libro. Lo reconocí inmediatamente. En cierto modo, tienen que agradecerme por su pequeña misión. —Me miró directamente, y resistí el querer empuñar el tridente. Luego, miró a Clarisse. — ¿No llevas ya, mucho tiempo deseando demostrar, que puedes hacerlo, según tú, igual de bien que cualquiera de tus hermanos? —Él sonrió. —El parque acuático está a una milla al oeste de Delancy. No puedes perdértelo. Busca el túnel del amor.
— ¿Qué interrumpió tu cita? —preguntó Clarisse. — ¿Algo te asusto?
Ares mostró sus dientes, pero había visto su mirada amenazadora antes, en Clarisse. Había algo falso sobre eso, era como si estuviera nervioso. —Considérate con suerte por haberme conocido, mocosa, y no a algunos de los otros Olímpicos. Ellos no perdonan las groserías, así como yo. Nos encontraremos aquí cuando terminen. Pero no me desilusionen.
Después de eso me tuve que haber desmayado, o caído en un trance, porque cuando abrí los ojos Ares ya se había ido. Pude haber pensado que la conversación fue un sueño, pero las expresiones de Clarisse y Grover me demostraron lo contrario.
—Usó la niebla, para retirarse —informó Atenea, a los demás.
Zeus tomó el libro. —El próximo capítulo se llama: "La trampa del amor y de Cebra, hasta las Vegas"
