Mil millones de perdones y mil gracias a todos aquellos que no os habéis rendido conmigo T_T lamento actualizar tan poco pero espero que os guste!!!
Los personajes son de Rumiko Takahashi por supuestisimo.
Cuando Miroku alcanzó la tarta, en el centro de la sala principal del casino, la multitud calló por un solo momento. Las copas a rebosar de champán se alzaron, de un modo incluso solemne. Alejarse de la que parecía que iba a ser su chica -al menos durante un tiempo, quiso añadir una parte de él- tenía un horrible efecto en su ser. Se alentó a sí mismo, diciéndose que su repentino malestar no tenía una sola causa. Era ese cansancio que le perseguía últimamente. Esa sensación de que llevaba mil años recorriendo las mismas sendas y sonriendo sin tener ganas al mismo tipo de gente. Se sentía un peregrino itinerante que ya no sabía hacia dónde debía ir.
Genial, este es el mejor momento. Es justo la preparación adecuada para ser el alma de la fiesta en menos de diez segundos, se riñó usando un amargo tono sarcástico que no se atrevería a emplear con nadie más. Levantó la mirada, amplío su sonrisa (lo cuál provocó algunos suspiros no muy lejanos) y con un gesto teatral producto de haber sentido la presión de impresionar a quiénes le rodeaban desde niño, sopló las velas de la tarta.
El estallido de aplausos reventó la sala y por un instante, temió sinceramente por sus oídos. Las copas tintineaban en los brindis, algunos (más alegres que la mayoría) habían entonado de nuevo una canción para el cumpleañero y, como era habitual en sus celebraciones, una bandada de chicas con poca ropa le rodearon, ofreciéndole adulaciones, una ridícula banda dorada y un sable para cortar la tarta. Esa última idea había sido de una de sus asistentas, Kagura. Y ahora que se veía con el arma en la mano, opinaba sinceramente que se había tratado de una broma. O de algún tipo de provocación. Pocas cosas deseaba tanto como empuñar la espada, abrirse paso entre la multitud y huir bien lejos.
Con un grácil ademán (porque por supuesto, el hijo del señor Shinsetsu había practicado esgrima para convertirse en un caballero de cabeza a los pies) cortó un trozo perfecto y lo posó en un plato que alguna delicada mano femenina había sostenido ante él. Seguidamente, clavó la espada en la tarta, causando alguna que otra carcajada. Años atrás, le habría importado, pensó. Pero ahora, una parte un poco más desengañada de él, sabía que iban tan borrachos que podría haber clavado la espada en una de las asistentas y la reacción habría sido la misma.
Giró en redondo y regresó adónde quería estar.
Sango lo recibió con ojos abiertos y brillantes. Inuyasha se cruzó de brazos, farfullando algo parecido a "así que eso es lo que cuesta un trozo de pastel" y Miroku le dio un codazo amistoso.
- Venga hombre, lo dices como si la idea de empuñar una espada y tener permiso para cortar cosas no te pareciera atractiva...
Inuyasha se encogió de hombros y esbozó lo más parecido a una sonrisa que Sango le hubiera visto nunca en el rostro. Kagome lo aferró del brazo y con un mohín le dijo lo mucho que quería ella probar la tarta. El chico se sonrojó notablemente e hizo un ademán de estar molesto por "haberse convertido en la sirvienta mal pagada de alguien más" pero no tardó un segundo en hacer lo que la pelinegra le había pedido. Miroku y Sango los dejaron atrás, abriéndose camino en la multitud.
Sango se había aferrado al brazo que él le había ofrecido antes de empezar a andar. La culpa empezaba a pesarle. Le pesaba tanto que sentía que el bolso, que contenía la perla de Shikon, era una bola de metal que arrastraba, sin poderse librar de ella. Temía que el peso fuera tal que la tela cediera y la perla se estrellase contra el suelo, provocando un ruido tan atronador como la tristeza que comenzaba a llenarla.
Mientras él soplaba las velas y cortaba la tarta, ella había quedado absorta por esos pensamientos. Otra voz en su cabeza, muy parecida a la de Kaede, la intentaba tranquilizar. Porque todo lo ocurrido había cumplido al final con su propósito: él nunca sabría que Sango había sido quién se llevase la perla de Shikon. Su teoría se había visto reforzada por una manada de fans hambrientas, que habían rodeado al cumpleañero instantes antes y no le habían dejado una sola brizna de espacio personal. Todas sus manos se habían posado en un momento u otro cerca de ese bolsillo, ya vacío. Y no solo serían ellas, se aseguró. En ese mismo instante ya estaban rozando decenas de asistentes a la fiesta; algunos incluso les saludaban con gestos amigables, palmaditas en la espalda, abrazos... el caos jugaba a su favor.
¿Por qué se sentía entonces como si Miroku la estuviera llevando hasta los pies de la horca?
Era a causa de esa estúpida idea, ¿verdad? Esa fantasía que robar la perla de Shikon había destrozado. Ese absurdo pensamiento que argumentaba, de manera irreverentemente ilógica, que al quitarle la reliquia familiar que tanto quería, se había robado a sí misma la posibilidad de que lo que había entre ellos fuera real.
¡Qué absurdez! Quiso gritar.
No existía tal posibilidad. Nunca había existido y eso era lo que debía recordar de verdad. Si fuera lista, si hubiera sido tan solo un poco lista (y la voz de Kaede volvía a teñir esas oraciones) se habría olvidado de tanto beso y toqueteo y habría recordado lo que la había impulsado tanto al inicio de esa noche. Ella era solo una más. Un nombre más en su lista, si es que se molestaba en recordar un detalle tan ínfimo como el nombre. Miroku había roto innumerables corazones, era bien sabido. De hecho, era gran parte de lo que era, válgase la redundancia. Un rompecorazones con mucho dinero que nunca había conocido, ni de cerca, lo que se siente con el estómago vacío. El destello de una sonrisa seductora la reafirmó y las piernas dejaron de temblarle.
Después de lo que pareció una eternidad plagada de conocidos, socios, admiradores y algún que otro esporádico, la pareja alcanzó la puerta que les llevaría a los jardines. Fuera, había algunas otras parejas, que se decían cosas en susurros y reían de bromas que nadie más entendía. Sin embargo, era otro universo ajeno.
Algunos farolillos arrojaban luces tenues al jardín. Si afinaba el oído incluso podía disfrutar del canto de algunos insectos, bien escondidos entre las cañas del estanque. Su sonrojo aumentó al notar los azulados ojos de Miroku sobre su piel. Él la miraba de un modo tan especial... lucho por recordar el torrente de rabia que la había impulsado hasta la puerta esa misma noche. Todo eso de que no era la único ni lo llegaría a ser. Sin embargo, en aquel momento, la fresca brisa del jardín se había llevado todas esas palabras horribles. Él la observaba, como si fuera la única persona sobre la tierra.
¿Qué le pasaba con esa chica? Se preguntaba Miroku. En realidad, no sabía si quería saberlo. Le acechaba la extraña sensación de que si buscaba una explicación, si investigab un poco... aquel hermoso espejismo se desvanecería y la poca felicidad que sentía se escurriría entre sus dedos como arena. Una voz conocida le instaba a dejar atrás aquella ensoñación. La intuición de Inuyasha no fallaba, nunca. Era una especie de maldición. Su amigo le había advertido al inicio de la noche, mientras él aún oía a sus asistentes comentar cuál era la americana que más se adecuaba a la ocasión. Inuyasha le había dicho, con esa seriedad que reservaba para las cosas importantes en la mirada: "No te la juegues esta vez. Sé lo que quieres hacer, sé lo que sientes que tienes hacer. Te conozco. Pero por tus ancestros, hazme caso solo hoy y no te la juegues..."
A Miroku le había sorprendido. Sus escarceos amorosos nunca habían sido objeto de interés para su amigo. Sin embargo, él solo le había pedido algo más de tiempo y eso se lo podía conceder. En cuanto las chicas aparecieron, el rostro de Inuyasha se había teñido de rojo y Miroku se había preguntado si en realidad no era una cuestión de no estropearle la jugada a él... Se alegraba de que por fin hubiera dejado de pensar en su ex y esa chica, Kagome, parecía muy dulce... pero no entendía qué error podía cometer él esa noche como para arruinar los planes de su amigo.
Y encima había estado a punto de fallar. Kagome les había interrumpido en el momento justo. Unos minutos más y... en fin, debía calmarse y aquel recuerdo no ayudaba en absoluto.
Rodeó la cintura de Sango con suavidad y ella se dejo llevar. Era imposible no dejar que esos brazos fuertes y seguro la llevasen. A cada paso sentía arder la culpa que le recomía pero... ¿qué opciones tenía en realidad? Bien, podría darle la perla de Shikon y admitir que todo había sido una sucia estrategia para timarle y dejarle pasmado y con cara de pardillo la noche de su cumpleaños. No era un plan perfecto pero... Sango quiso gritar con todas sus fuerzas. El daño ya estaba hecho y era irreparable. Cada palabra que dijese era un paso más hacia un adiós y como más lo pensaba menos podía soportarlo.
- Ven, este es sin duda el mejor sitio... -murmuró él. Por un instante, Sango temió haberse perdido una explicación importante pero Miroku parecía también distraído. Anduvieron por el jardín, alejándose cada vez más de las parejas dispersas. En un punto, entraron a lo que parecía un laberinto de cuidados setos. La luz era aún más delicada y Sango quedó prendida de como las facciones de Miroku se suavizaban. Por primera vez en toda la noche, sus hombros caían relajados y su sonrisa parecía sincera, sin ninguna segunda intención. - Solo quería que pudiésemos hablar en un lugar tranquilo, sin cientos de interrupciones ni felicitaciones absurdas.
De nuevo, esa fragilidad en su voz. Esa vulnerabilidad que le hacía parecer tan atractivo. ¿¡Qué problema tenía!? ¿Por qué le parecía atractivo eso? ¿Era porque le hacía sentir especial en algún sentido? ¿Como si él le estuviera confiando una faceta íntima que nadie más podía ver?
Miroku se quito la americana y cerró los ojos un instante, para disfrutar de la brisa nocturna sobre la piel. Ansiaba una vida mucho más sencilla. Ojalá ser un simple itinerante que viaja de aldea en aldea, viviendo el día como si pudiera ser el último sin importar las consecuencias de sus actos... extendió la cara prenda en el suelo y con un gesto, invitó a Sango a acompañarle. Sango se acomodó el vestido, echando de menos de nuevo su maravillosamente cómodo traje. Como deseaba que todo fuera más fácil. Ojalá todo aquello fuera solo lo que debía ser, una cita...
Las luciérnagas flotaban como dormidas en el ambiente y la voz de Miroku la arrollaba con suavidad. Le explicó algunos de sus cumpleaños anteriores, una catástrofe relacionada con una estatua de hielo y un termostato... Le gustaba cómo él la hacía sentir cuando compartía aquellos pedacitos de su vida con ella. Nunca antes se había sentido así. Y nunca más, se repitió amarga.
El silencio se asentó entre ellos pero no fue incómodo. Los grillos lo llenaron con timidez, como si no quisieran molestar a la pareja. A su alrededor, se perdían las risas de otros amantes y el frote de las telas contra la vegetación llegaba como un recordatorio de lo que tendrían que estar haciendo. No obstante, no debía jugársela, se recordó Miroku. A eso se refería Inuyasha, ¿no? Esa no era la noche, por mucho que él lo deseara. Pero... a lo mejor...
Sango lo miraba con tristeza. Él parecía absorto en una especie de debate interno. Ella esbozó una sonrisa y la mueca se le congeló en el rostro. En su oído derecho, un pitido urgente. ¿Una alarma? ¿¡Kagome!? Los músculos se le tensaron y quedó congelada. Espero a recibir un mensaje, una pista de qué debía hacer. No llegó cómo lo esperaba.
-¡Deténgala!¡No puede dejar que huya! -la atronadora voz de Naraku rompió la tranquilidad de la noche y al instante, Miroku frunció el ceño.
- Pero... ¿qué está...?
Sango le tomó el rostro entre las manos. Clavó sus ojos avellana en sus azuladas orbes y por un momento casi pudo oír como finalmente se rompía su corazón en mil pedazos.
- Lo siento mucho, mucho. De verdad.
Con un gesto tan veloz que parecía imposible, Sango apretó puntos muy precisos de los hombros de Miroku y éste sintió como su cuerpo se tornaba como de piedra. Se le doblaron las rodillas y la morena lo sostuvo hasta llegar al suelo. Tendido en el césped, sin poder dejar de mirar a la mujer que hasta hacia unos instantes parecía hecha para él. Sango se disculpó una vez más y dejo un dulce beso en su mejilla, envuelto en cálidas lágrimas.
La morena se levantó, echó una mirada a su alrededor y empezó a correr. No quiso mirar atrás una última vez. No quiso ver aquellos acongojados ojos azules que habían comprendido por fin el por qué de todo.
:
En fin, mil disculpas una vez más y ojalá pudiera prometer que no volverá a pasar pero... espero actualizar pronto, de verdad!!!
Todos los comentarios son bien recibidos!!!
