Sobre el interés de Leopold
Los golpes en la puerta interrumpieron un sueño breve y agitado. Hacía algunos días que David no dormía bien, preocupado con algo o alguien, aunque no sabía exactamente de qué se trataba. Pensaba en Emma, no podía ser otra persona. Su mujer estaba allí, echada a su lado, soñando el sueño de los justos, y él pensó que por la mañana cuando le preguntara qué tal había dormido, tendría que mentir de nuevo. No le gustaba eso, pero qué iba a decirle si ni sabía la razón de toda esa preocupación. Escuchó la puerta, algo golpeando en el vidrio. Se levantó, vio a Mary despertar asustada con el ruido y le hizo una señal con el dedo, pidiéndole silencio. Era muy tarde para visitas, sin embargo una persona, la única en la que podía pensar en ese momento, podría haber aparecido. No era quién había pensado.
Esperaba ver a Emma por cualquier razón, sin embargo al abrir la puerta, frente a él, Ingrid alzó la mirada, esa que le recordaba a sus padres y el asombro fue inevitable.
‒ ¡¿Ingrid?!‒ miraba a la hermana con una completa falta de entendimiento.
Ella hizo un gesto con las manos, pidiendo calma, que no dijera nada mientras ella no dijera por qué estaba allí parada.
‒ Perdóname por aparecer a esta hora, querido hermano‒ sin invitación alguna ni recelo de no ser bienvenida, entró con la maleta. Soltó el equipaje en el suelo y miró alrededor, y después lo abrazó ‒ No pude avisarte a tiempo‒ lo miró a la cara después del torpe abrazo que a él no le dio tiempo de devolver.
‒ ¿Qué haces aquí, Ingrid?‒ David cerró la puerta de la buhardilla y volvió andando hasta la hermana, cruzando los brazos. Ella era la última persona que esperaba ver, pero comenzaba a entender, finalmente, sus preocupaciones. Podía haber estado presintiendo la vuelta de la hermana todo ese tiempo.
‒ Antes de explicar lo que ha pasado, me gustaría saber cómo estás. ¿Todo bien contigo? ¿Mary?
‒ Estamos bien, Ingrid, muy bien de hecho‒ aún le extrañaba la presencia de la hermana ‒ No esperaba que regresaras.
‒ ¿Emma no te contó nada sobre la llamada que le hice?
‒ Sí, sí, ella me habló sobre la llamada‒ él señaló hacia el sofá para que se sentara ‒ No fue una buena idea decirle que volverías.
‒ Peor sería llegar a casa como he llegado aquí hoy, sin avisar. Por eso necesitamos conversar, David. Emma no quiere verme ni pintada de oro, por más arrepentida que esté por lo que le he hecho pasar‒ dijo ella tras sentarse.
David sacudía la cabeza.
‒ ¿Qué ha pasado para regresar de repente?
‒ He perdido mi empleo en East Bay, y con el poco dinero que tenía para mantenerme no logré nada mejor en los últimos tres meses. En la firma donde trabajaba, la mitad de las secretarias, incluida yo, fue dimitida. No sé qué ha pasado, David, pretendía enviar un dinero para Emma, pero era complicado hasta para mí, ¿entiendes, verdad?
Ella lograba ser mansa, encantadora, tenía aquellos ojos azules claros y el rostro de un ángel. Podía engañar a cualquier persona ingenua, a quien no la conociera o nunca hubiera escuchado hablar de ella. David nunca dejó de sentir pena de la hermana por desear cosas que no eran para ella. Sabía lo que ella iba a pedir, hospedaje por un tiempo indeterminado, pero ¿cómo le diría a Emma que la madre había vuelto? Ciertamente la propia Ingrid tenía la respuesta a esa pregunta.
‒ Creo en ti, Ingrid‒ David se sentía incómodo ‒ Lo siento mucho. Solo dime una cosa, ¿por qué mentiste cuando me llamaste y me dijiste que estabas bien en Esast Bay?
Ingrid era una buena actriz, y de la misma forma en que lograba sonreír y mirar con dulzura al hermano, podía cambiar en dos segundos. Puso cara de llanto, se encogió y hablaba como si eso fuera a aumentar su culpa.
‒ No quería que te sintieras decepcionado conmigo, hermanito. Llevo años intentando superar los trastornos que os he causado, en especial a Emma. Quería volver para acá con regalos para ella, volver con la certeza de que podría, finalmente, terminar de criar a mi hija con toda la comodidad que ella merece.
‒ En lugar de eso, mentiste, Ingrid. Puedo creer que estés arrepentida de tus desapariciones, solo no entiendo por qué mentirle a ella y a mí todas las veces. A ella no le gustas, tiene una pésima impresión y siempre que hablamos y tocamos tu nombre, ella sufre, lo veo. Si quieres cambiar volviendo a Mary Way Village ahora, no creo que lo consigas tan fácilmente. Si depende de Emma, regresas a East Bay.
Mary estaba en el pasillo desde que David se había levantado de la cama. Había escuchado que hablaba con la hermana y tenía una pésima sensación imaginando las caras que la cuñada debía estar poniendo mientras conversaba con su marido. Sabía muy bien quién era Ingrid, la cuñada egoísta que tenía y que había avergonzado a la familia incontables veces, desde la época en que salía con David como novios. Cuando entró en la familia Swan, Mary Margaret se convirtió en víctima junto al marido. Con el paso de los años, vio a Emma sufrir con las ausencias de la madre y antes de que Ingrid decidiera marcharse del pueblo, ella sugirió criar a la muchacha como si fuera su hija y de David. Aunque el marido tenía el mismo deseo, Ingrid hizo lo posible para que la madre, una mujer ya enferma, pensara que su hijo más joven y su nuera querían cuidar de Emma como un sustituto del hijo que no conseguían tener. Mary se ofendió mucho al saber lo que la cuñada había hecho, pero ni por esas dejó de preocuparse por la sobrina en momento alguno. Saber que aquella mujer había decidido de un día al otro regresar a Mary Way Village no tenía sentido y estaba asustada.
Apareció en la sala soterradamente, con los brazos cruzados igual que el marido. Rodeó el sofá y se detuvo cerca de Ingrid, queriendo mirarla bien a la cara e intentar desenmascararla frente a David.
Ingrid alzó la mirada hacia la cuñada y sonrió cínicamente.
‒ ¡Mary Margaret!‒ se levantó para abrazarla, solo que Mary ni siquiera se movió.
‒ ¿Cómo estás, Ingrid?‒ preguntó Mary, seria
‒ Bien, dentro de lo que cabe‒ Ingrid supo que no sería fácil convencer a Mary con toda aquella simpatía ‒ Ahora mismo estaba hablando con mi hermano sobre Emma.
‒ Lo sé, estaba escuchando. Estoy de acuerdo con mi marido, él tiene razón cuando dice que tendrás mucho trabajo si quieres establecerte de nuevo en esta ciudad.
‒ Tengo completa noción de eso, Mary, por eso he venido primero a hablar con vosotros‒ movía, inquieta, las manos ‒ Necesito un lugar para quedarme hasta poder hablar con Emma.
Mary y David se miraron.
‒ ¿Y cuánto tiempo pretendes estar, Ingrid?‒ cuestionó David
‒ Algunos días, no muchos‒ miró a los dos
David respiró hondo, pensó un momento y dijo
‒ No puedo mantenerte aquí por mucho tiempo, es mi casa y la de mi esposa. Si Emma te ve, no podré hacer mucho.
‒ Lo sé, claro que conozco el riesgo que corro hasta que me encuentre con ella. Supe que Archie la ha empleado en el Hotel. Iré personalmente a agradecérselo‒ se apartó el pelo detrás de la oreja.
‒ No deberías agradecerle solo a él. Muchas personas han ayudado a Emma mientras tú no dabas noticias durante todo este tiempo‒ Mary estuvo a punto de saltarle al cuello, pero David la cogió del brazo antes de que lo hiciera.
Ingrid se apartó, buscando la maleta.
‒ Siento mucho haberle causado tanto mal a Emma.
‒ No lo parece‒ replicó Mary Margaret
‒ Cálmate, Mary‒ David la agarró con las dos manos esa vez.
‒ Entiendo la rabia que me tienes, cuñada, solo me gustaría que fueras un poco benevolente como siempre me pareciste e intentes entender mi arrepentimiento.
Mary miró, incrédula, al marido, se quedó callada, pero su mente era un torbellino, siendo obligada a aceptar la descarada disculpa de Ingrid. Le dio la espalda y regresó al dormitorio. No dudaba de que David iba a aceptar hospedar a la hermana sin escuchar ninguna explicación que ella diera y no conseguiría impedir eso. Se quedó esperando a que David regresara al cuarto para decirle algo muy importante. Apareció un tiempo después de acomodar a la hermana en el cuarto desocupado.
‒ No sé de quién siento más pena, si de Emma o de ti‒ dijo ella rompiendo el silencio sombrío
‒ Ha prometido que no se quedará mucho tiempo, querida‒ dijo él tirando de la manta sobre sus cuerpos.
‒ Se quedará hasta que Emma la acepte de nuevo en la casa. ¿Crees de verdad que tu sobrina va a creer de nuevo en ese "arrepentimiento" que dice sentir?
‒ Emma es una buena chica, va a conversar con Ingrid y las dos van a entenderse‒ sentenció David.
‒ No, David, tu sobrina ya no es una chica y mucho menos va a aceptar que la madre ha regresado. Es debido a esa ingenuidad tuya que siento pena por ti, David. Solo espero que tu hermana se rinda pronto de recomenzar esa vida que está planeando tener con Emma. Recuerda bien lo que digo, David, será mejor para las dos que estén bien alejadas la una de la otra.
Mary se giró hacia un lado y se cubrió hasta el cuello con la manta, estiró la mano para apagar la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Su tono de voz era de mucho enfado, dejó a David confuso sobre lo que acababa de hacer, aceptando a Ingrid como huésped durante unos días en su casa. Prefería no ser tan ingenuo como la esposa decía, así no tendría tanta necesidad de proteger a Ingrid o a su sobrina, pero eso era algo muy cruel, de hombre insensible, y eso él nunca había sido. Pasó una hora más sin dormir, y cuando se durmió tuvo un sueño con la época en que era un niño y era Ingrid quien lo protegía a él.
Habían comenzado a hacer el amor bien entrada la madrugada, como un columpio que se movía por efecto de un cuerpo agitado. Emma echaba hacia atrás su pelo, sus ojos se mantenían cerrados, permitiendo envolverse en la humedad exagerada que ella misma provocaba en la piel caliente del muslo de Regina. Hubo un momento en que quiso mirar aquello y vio su gozo como leche derramada en la parte alta de la pierna de la mujer. No sabía de dónde habían salido tantos humores, o como diría la sra. Mills en sus relatos, ambrosía femenina que provenía del sexo, y por eso fue más fácil tener otro orgasmo y casi implorar para que Regina probara con su boca, lo que ciertamente la llevaría a otro gozo aún más lento e intenso. La idea la excitaba tanto como ver los pechos de la escritora balanceándose cuando ella cambiaba de lugar y se quedaba arriba. Fue así cómo Emma descubrió que ellos cabían exactamente en la palma de sus manos.
Regina dejó una marca en su cuello, le dijo algunas obscenidades al oído y abusó un poco más de la malicia sabrosa de la joven. Intercambiaban besos y mordiscos en los labios sin la prisa del sexo que acababan de tener, llegando a un final romántico de una escena no planeada entre ellas.
‒ Dime que me amas y que te quedarás por siempre conmigo‒ pidió Emma, agarrando las manos de Regina entre las suyas, aún en su regazo, jadeante y ligeramente cansada del maratón sexual.
‒ Te amo y vamos a estar juntas para siempre, para siempre jamás, mi amor‒ Regina se estiró buscando la boca de su amada y le robó un beso.
‒ Ah, mi amor, siento que podría morir así, haciendo el amor por el resto de los días. Vamos a alimentarnos de nosotras mismas y nunca más separarnos‒ Emma deliraba con los ojos cerrados, entrando en una modorra irresistible.
‒ Es una idea un tanto osada, pero confieso que me gusta‒ respondió Regina ‒ Y no voy a dejarte, ¿hum? Cualquier cosa estoy al final de la calle‒ susurró
Emma la miraba cerca de su rostro, rozando su nariz con la de ella, estaban manteniendo una conversación que nadie escucharía.
‒ No puedo visitarte en la casa del final de la calle, ¿lo olvidaste?
‒ Pero sabes dónde estoy cuando no estoy aquí
‒ Solo voy a sosegarme el día en que estés bien alejada de Daniel. Tengo miedo de él, no sé, una sensación de que, aunque siendo un enfermo inválido, puede hacerte daño.
‒ No estés pensando en eso, ¿ok? Nosotras dos tenemos cosas más importantes que hacer y planear‒ la mujer apartó hacia los lados los cabellos que Emma tenía en el rostro ‒ Nuestro viaje por Europa, ¿eh? Después podríamos ir a Oriente, ¿qué te parece? Países poco explorados, lugares donde nadie ha ido‒ ella intentó mudar la atención de Emma, recordando lo fácil que era encantar a la joven con ese tipo de conversación.
Emma respiró despacio, se movió del muslo de la mujer y tardó en responder.
‒ ¿Serías capaz de llevarme a todos esos lugares? ¿Y dónde viviríamos?
Regina escondió la satisfacción que sintió al haber cambiado de tema.
‒ Déjame ver, ¿en una cabaña en medio del bosque en cualquier ciudad de Canadá? Quién sabe en un barco y nuestra canción sería aquella de Enya: Sail Away, Sail Away… ¿O en un trailer? Queda a tu gusto‒ se permitió soñar, le sonrió a la joven, y a ella le había encantado.
‒ Todas esas ideas me encantan, pero la que más me gusta es la del barco. Cada día tener como porche un puerto diferente‒ Emma añadió – Hablando de barco, quiero enseñarte una cosa de la playa un día de estos‒ recordó
Regina frunció el ceño en una expresión curiosa.
‒ ¿De verdad? ¿Y qué es?
‒ Ya lo verás. Es algo que dejé allí hace mucho tiempo y las olas aún no se lo han llevado.
Swan se levantó del regazo de Regina y de la cama, tapándose con la sábana todo el cuerpo. Eso hizo que Regina se sentara de golpe asombrada.
‒ ¿A dónde vas?
La muchacha dejó resbalar la sábana por su cuerpo, caminando hacia el baño. Se detuvo cuando escuchó la pregunta de Regina y se quedó de espaldas a ella.
‒ Necesito un baño. Me has dejado tan mojada que notó que mi vagina sigue chorreando‒ dijo con la espontaneidad de la que hacía gala a veces, y siguió caminando hacia el baño ‒ ¿No vienes? ‒ dijo ya desde dentro de la ducha.
Regina estaba boquiabierta, miró hacia el suelo donde yacía la sábana abandonada. Vio el rastro de humedad en la tela y supo de lo que Emma estaba hablando. Se rió de su propia capacidad mientras seguía a Emma hasta la ducha.
Dos días más tarde en aquella misma semana, Daniel hizo una llamada al despacho del alcalde, pidiendo que quedaran en el restaurante del puerto a las ocho de la noche del día siguiente. Una semana había pasado de la llamada que Leopold White le había hecho, solicitando que Daniel y su esposa quedaran con él para conversar sobre una propuesta de negocio. Hacía exactos cuatro días que Daniel no veía a la esposa, ni siquiera sentía el perfume de ella por el pasillo por la mañana antes de desaparecer o encerrarse en el cuarto de invitados. Pero no era ese el problema que lo hacía pensar en las últimas horas. Pasó el resto de los días pensando en lo que le había pedido el alcalde, y por algún instinto no cuestionado, sintió perfectamente cuáles eran las intenciones de Leopold, a fin de cuentas el hombre había puesto mucho énfasis en que Regina estuviera con él. Todo encajaba, el sr. White era viudo, dueño de establecimientos esparcidos por Mary Way Village, aparentemente solitario en su vida privada, y además de eso, Daniel recordó la forma en que el hombre había mirado a su esposa el día de la reunión para discutir sobre la exposición de sus obras.
Aunque no sacara nada en serio al final, el pintor tendría él mismo una breve charla con Leopold, dejando clara su respuesta a la propuesta.
El alcalde ya lo esperaba en una mesa apartada de la entrada cuando Daniel llegó al restaurante. Leopold miraba el reloj de muñeca por debajo de la chaqueta de rayas grises, ansioso y seguro de que Regina acompañaría al marido, así que la primera pregunta que hizo a Daniel tras el formal saludo entre ambos fue sobre ella. Miraba en todas direcciones, antes de darse cuenta de que se había equivocado sobre la escritora.
‒ ¿Qué ha pasado con su esposa, sr. Colter?
Daniel se sentó en la silla que Leopold dispuso para él en la mesa, enfrente de él.
‒ Mi esposa tiene quehaceres más importantes, no puede venir, y sospecho que esta conversación será breve, sr. alcalde.
Leopold asumió una expresión intrigada.
‒ ¿Ya sabe acaso de que se trata esta cena?
‒ No he sido informado, aunque tenga una idea. Siento decepcionarlo, alcalde, Regina jamás vendría si le contara lo que se me ha pasado por la mente.
Un camarero se acercó, sirvió el vino a los dos en sus copas.
‒ ¿Desean pedir la carta?‒ preguntó
El alcalde alzó una de las manos, pidiendo que se retirara. Su semblante preocupado no asombró a Daniel.
‒ Sospecho que ha habido una equivocación, sr. Colter
‒ Estaría agradecido si me llamara solo por mi nombre, sin formalidades. No debo estar equivocado, todo lo contrario, quizás tenga razón en pensar que esta cena de negocios es una fachada para la real propuesta que voy a recibir‒ Daniel se mantenía serio, en su mejor estado de cordura.
‒ Exacto, tengo una propuesta que hacerle, de interés para mí y ciertamente para usted. Si ya sospecha de lo que es, podemos ir al grano.
Ambos asintieron.
‒ Por favor‒ dijo Daniel, agarrándose sus manos por debajo de la mesa. De repente había comenzado a temblar, perdiendo su pasividad.
‒ Claro‒ Leopold pasó los dedos por su perilla recién crecida en el mentón. Sus ojos se posaron en la inquietud que Daniel ya no conseguía mantener. Ignoró eso tras un momento, creyendo que era uno de los síntomas de la enfermedad que el pintor padecía ‒ Le doy un millón de dólares por su esposa. Para no asustarlo, creo que tengo una idea más cómoda para ambos. Le pago cien mil por una noche entera en compañía de Regina, y si ella está de acuerdo, viajaremos juntos, y entonces arreglaré todo lo necesario para el divorcio. Cuando los papeles estén listos, le entrego el resto del dinero en metálico, o como usted quiera, Daniel.
El insulto de la propuesta del alcalde hizo que la sangre se le subiera a la cabeza. Exactamente como había pensado, Leopold White quería a Regina. La mano de Daniel golpeó un cuchillo sobre la mesa independiente de sus comandos. Resopló irritado.
‒ Como me lo imaginaba. No entiendo por qué me siento tan ofendido con la propuesta.
‒ Siento mucho haber ofendido cualquier principio o convicción, Daniel‒ Leopold se echó hacia atrás en la silla.
En el límite de su control, Daniel contuvo la mano que había golpeado la mesa y también la inquietud de su cuerpo, pues se estaba sintiendo más débil.
‒ No entiendo de dónde le surgió una idea tan descabellada como esa. Jamás imaginé que alguien pudiera hacer una proposición por mi mujer. Estoy impresionado con su audacia en ofrecerme un millón de dólares, alcalde. Infelizmente para usted, no aceptaré ninguna cuantía por Regina. Déjeme decirle que mi esposa vale más que cualquier precio que hombres poco honestos como usted quiera ofrecer. Regina no está en venta y mucho menos aceptaría ser vendida como una prostituta de lujo. Le sugiero que le haga esa propuesta a otro hombre de personalidad débil y ego pequeño‒ se levantó y dejó la mesa, inexpresivo, y aunque lo evitó, llamó la atención de las pocas personas que cenaban en otras mesas.
