Día VI: Fantasía

Sí, lo era, era una fantasía como de esas que ella había soñado por meses. Sus labios se juntarían con los de ella y por fin podría probar el sabor de estos luego de una larga espera. Shizune sintió que lloraría de emoción cuando la nariz de él rozó la de ella, la unión era inminente y su corazón dejaría de latir si no ocurría, si alguien se entrometía justo en esos momentos o la tierra se abriera de la nada. Ella jamás pidió nada para sí misma, solo ese beso y podría morir como una mujer feliz: habría pasado su vida sin pena ni gloria hasta ese momento de romance. Su jefe siempre había sido gentil con ella, incluso ahora que sus manos estaban posadas delicadamente sobre sus mejillas sonrojadas para acariciarla a la espera de aquel beso.

Él besó su mejilla izquierda, luego la derecha y aclaró la garganta para hablar finalmente.

—Nada de lo que dices es cierto, Shizune —dijo él, haciendo que el hechizo se rompiera y Shizune abrió los ojos con un pedazo de ella muerto en su interior. Kakashi volvió a subir su mascara hasta el tabique de su nariz—. Puedes irte con el Raikage, si quieres, nadie te lo impedirá. Serías una pieza más del fortalecimiento de la alianza, además, la paga era generosa. Sin embargo, sería una lástima para Yoshino y Kabuto, incluso para Shikamaru —reconoció risueño y sus pupilas dejaron de estar posados sobre ella y se sonrieron al mirar al sendero que conducía a la cena—. Mira, ya vienen por nosotros.

Kakashi se levantó y empezó a caminar tranquilamente de vuelta a la fiesta.

—Shizune —la llamó unos metros más allá—. ¿Vienes?

—En un momento —le dijo con una sonrisa frágil, la cual se derrumbó apenas él se volteó y siguió a Chōza de vuelta a la mesa.

Nunca esperó que un matrimonio, al que habían ido con la misma flor a juego cual pareja, la habría hecho tan miserable. Aunque ella era la que había sido una tonta por haberse dejado llevar por las palabras que el Raikage había dicho sin pensar, por aquella mirada cómplice de Ayame y por las fantasías de niña de Ino; por su puesto que la rubia veía amor en todas partes si ella y sus compañeros de equipo contraían matrimonio tan seguido. Aquella aldea no había visto tantas uniones desde sus inicios, y por supuesto pensar que ella sería parte de ese amor febril era una tontería. Si Tsunade hubiese estado ahí seguramente se habría reído.

Se secó los dos lagrimones cargados de sal que osaron salírsele de los ojos acongojados y decidió olvidarse de todo. Kakashi solo había dicho que no era tan inútil como ella pensaba, eso debía ser bueno. Solo se enfocaría en eso.

Caminó de vuelta a la mesa y se sentó en silencio, su plato y el de su jefe aún estaban inmaculados.

—Bien —dijo él cuando cruzaron miradas—. Con Shizune debemos irnos.

La morena no pudo contener su sorpresa.

—Pero aun no han comido ningún bocado —se quejó Chōza.

—Y seguro está delicioso —reflexionó él—, pero Shikamaru nos dejó a Shizune y a mí un montón de trabajo atrasado que, si bien no es de cuidado, de todas formas, es importante. No se sentía bien regañarlo, después de todo estaba por casarse. Su mente estaba por las nubes.

Shizune asintió risueña, aunque sabía que ella se había encargado de que terminara todo antes de su gran día.

—Suena a Shikamaru —dijo Chōji, causando una risa cómplice entre los comensales luego de un silencio incómodo.

—Ese chico nunca cambió —opinó Yoshino—. Deberías ser más estricta con él, señorita Shizune.

—Lo soy —respondió la morena casi ahogándose en su propia vergüenza. Un chico con una bandeja repleta de copas rebosantes de la refinería de la Arena pasó a su lado y tomó una para sí. Como había reflexionado antes, ella no sería capaz de sobrevivir a ese día sobria.

—Lo es —secundó su jefe con una voz particularmente aguda y juguetona.

Ella bebió de la copa y asintió.

—Bueno, es hora.

—Sí, debemos irnos —dijo la morena.

—Sí, por supuesto —intervino Ino luego de estar sospechosamente silenciosa. Miraba a Shizune con una expresión que le recordaba vagamente a la que le había visto a Ayame—, Shikamaru debió dejar demasiado trabajo atrasado.

Shizune siguió a su jefe unos pasos más atrás, despidiéndose y disculpándose con los invitados que los seguían de cerca con preguntas, ya que no salían del tercer plato del banquete ofrecido por los Akimichi y ya debían irse. La morena se esforzó en sonreír y atender a cada uno de ellos con la misma preocupación, aunque solo respondía con monosílabos y mentiras de trabajo. Se despidió del Kazekage y su hermano con una reverencia rápida, y por fin pudo salir por la puerta con la copa vacía en su mano, un Nara fue a quitarle la copa robada luego de unos instantes, alegando que no era un regalo.

—Bueno, señor Hokage… —le dijo ella con las manos vacías y el corazón roto, lista para despedirse e irse a su casa heredada y llorar con Tonton lamiéndole las lágrimas.

Su jefe no tenía la misma idea.

—¿Dónde vas? Tenemos que ir a la oficina.

—No es cierto —resopló extrañada.

—Claro que sí —dijo él y empezó a caminar con las manos en los bolsillos hacia la Torre.

Shizune no tuvo más remedio que seguirlo. No había nada que esperara en la oficina que requiriera que fueran ambos a terminar el papeleo, si había algo ella podría terminarlo al día siguiente a primera hora, su jefe ni siquiera habría llegado y ella ya lo tendría listo. Y luego de pensarlo un poco, mejor empezaba a preparar su carta de renuncia luego de colosal bochorno en medio del jardín de Hidan. Empezaría a entrevistar a los candidatos que se presentaran tan rápido como la burocracia se lo permitiera. Había oído que una astrónoma había ido a dejar una solicitud para reemplazarla varias veces cuando ni siquiera había una vacante, no sería difícil convencerla que tome su puesto ahora que sería la asistente del Raikage.

Vio a Kakashi caminar frente a ella y lo supo, iban a trabajar en su carta de renuncia. Sintió que iría al matadero. Seguro la astrónoma sí le daría un beso.

A esas horas la Torre solo tenía un par de personas trabajando en el turno de noche, normalmente en las pajareras esperando algún mensaje inesperado de algún rincón perdido en el mapa. Su jefe subió las escaleras y abrió la puerta y la dejó entrar. El pasillo se veía lúgubre incluso cuando él encendió las luces. Shizune pensó que como última tarea, mandaría a remodelar el lugar ya que había demasiado espacio vacío y colores anticuados, haciéndolo un nicho perfecto para albergar los fantasmas de los Hokage muertos que vendrían a rememorar tiempos pasados.

Kakashi abrió la puerta de la oficina y esperó a que ella entrara para cerrar tras de él. La luz nunca se encendió y las siluetas dentro de la oficina solo existían por la luz de la ciudad que entraba por los ventanales. Los cuadros de los anteriores Hokage pusieron sus ojos inanimados sobre ella apenas entró a la oficina y la siguieron sin piedad en medio del silencio del lugar. Era como si fueran los jueces y su cabeza estaba en juego. Estaba dispuesta a arrodillarse para aceptar con humildad el veredicto e irse desterrada junto a Kabuto.

—¿Todo está bien, señor Hokage? —le preguntó temerosa—. Shikamaru no dejó trabajo pendiente.

El cuadro de Tsunade la miró largamente con desaprobación.

—No pretendas que llamarme así no te produce nada —replicó él con una voz ronca. Quizás lo más áspero que le había oído alguna vez.

Su corazón se detuvo y tuvo miedo de mirarlo. Deseó tener una copa en su mano, así que caminó al estante que tenía cerca y sacó un libro de anotaciones tan antiguo como la aldea, había pensado en tirarlo, pero su nostalgia era más grande. Detrás del libro, había oculta una botella de licor que Tsunade había guardado ahí en caso de emergencia. Esto era precisamente una emergencia. Quitó la tapa con la poca cordura que le quedaba y bebió de la boquilla hasta que quedó sin aliento. La fantasía había vuelto y su corazón no daba tregua, ya que bombeaba sangre tan fuerte que era capaz de sentirlo en sus orejas.

Con el dorso de la mano se limpió la comisura de sus labios.

—¿Qué-uhm… va a hacer al respecto…, señor Hokage? —resolvió ella luego de unos instantes y por fin tuvo las agallas de mirarlo.

Él no respondió, pero se quitó la corbata sin quitarle los ojos de encima. La chaqueta estaba tirada en el suelo y la flor blanca que tenía en el bolsillo estaba enterrada en la tela, Shizune se ahogó en un sonrojo y sintió la necesidad de seguir bebiendo de la boquilla sin creer lo que estaba por pasar. No podría aguantar una nueva desilusión por parte de él. Sin embargo, cuando ella besó la botella, él la quitó gentilmente con un movimiento de su mano, para luego tomarla y dejarla sobre el escritorio detrás de ella.

—Quiero que lo recuerdes todo —susurró su jefe en su oreja, la máscara seguía sobre su rostro, pero igualmente sintió su aliento cálido sobre su piel.

Shizune jadeó con los ojos cerrados cuando la nariz de él bajó hacia su cuello y se embriagó con el perfume que aún traía impregnado sobre la piel. De pronto la ropa que llevaba puesta estaba muy pesada y sintió que le faltó el aire. Kakashi apenas la había tocado y sintió que el calor ya estaba sofocándola sin control.

—Siéntate sobre el escritorio —ordenó él.

Los pulmones de la morena se contrajeron, asintió y, muda, retrocedió dos pasos hasta que sus manos y muslos sintieron el borde de la madera del escritorio. Shizune tomó asiento sobre él mientras que algunos papeles cayeron de una pila a su lado por la vibración que causó su peso sobre el mueble. Ella sabía perfectamente cuáles eran, pero poco le importaban las solicitudes de residencia de algunos habitantes de la Nube ni nada relacionado con Terumi Mei, en esa oficina solo había lugar para ella y su jefe. Shizune lo miro y supo que estaba cansada de aquella máscara, por lo que decidió que era tiempo de desnudar el rostro de su jefe, y tiró de la tela hacia abajo con ambas manos. Cuando estuvo abajo, se le acercó hasta que la punta de su nariz rosó la de él, lo miró a los ojos como si estuviera esperando alguna resistencia o negativa, pero luego de unos segundos decidió que sí era digna de probar los labios del Hokage. Sintió que su jefe gruñía cada vez que ella profundizaba su beso como si estuviera luchando consigo mismo, quiso abrazarlo solo tenerlo más cerca de ella y sentir que no había nada que los separara. Ella nunca había pedido nada para sí misma, solo a él.

Kakashi empezó a aflojarse la ropa, empezando por el cinturón del pantalón y ella se acomodó sobre sus codos para esperarlo, sintiendo cómo la ropa interior se le humedecía terriblemente. Era una espera insoportable, por lo que llevó su cabeza hacia atrás y sus ojos se encontraron con los risueños de Harashima, el primer cuadro del primer Hokage y por lo tanto el más honorable. Parecía estar contento con que ocurría en la honorable oficina que había usado el mismísimo abuelo de Tsunade. De pronto, sintió que el cinturón caía al suelo y la cremallera del pantalón cedía, ella ahogó un suspiró cuando las manos de su jefe acariciaron sus muslos debajo de su vestido y suspiraba al igual que ella al llevar a rozar su entrepierna con sus dedos. Cerró los ojos tratando de concentrarse en sus caricias y no en los ojos del muerto sobre ellos. Su vestido se abrió y con él se cubrieron los documentos de las tiernas misiones que los pequeños genin completarían la semana entrante, como si hubiesen tenido la precaución de cubrir sus ojos de forma retórica.

—Señor Hokage —pidió ella.

—Señorita Shizune —respondió él con un gemido quejumbroso mientras describía con sus manos la figura menuda, pero bastante curvilínea en las caderas de su asistente—. No sabes cuánto esperaba este momento.

Shizune abrió los ojos sorprendida y Harashima pareció asentir con la cabeza cuando un farol de la calle perdió poder y parpadeó un par de veces antes de volver a encenderse, el muerto sabía cuántas veces el actual Hokage le había pedido a su asistente en dejar de llamarlo por el cargo. Como se lo pedía a todos, la morena pensó que no era nada especial, pero seguramente el ser su asistente agravaba las ideas eróticas de su mente pervertida. Shizune agradeció no ceder su puesto a la maldita astrónoma que no tenía idea de cómo ser una asistente de Hokage.

Kakashi se arrodilló frente su escritorio y frente a su sexo húmedo, y empezó a lamer y besar los labios de la vulva mientras tomaba firmemente sus muslos con sus manos y acomodaba sus piernas sobre sus hombros. Ella se retorció cada vez que la punta de su lengua acariciaba su clítoris, de su garganta salieron sonidos que no sabía que sus cuerdas vocales podían emitir. Cerró sus ojos, no quería ver a nadie, ni a Harashima ni a su nieta, ni mucho menos a los ojos del cuadro del Hokage que le hacía el oral en esos momentos. Intentó callarse mordiéndose la lengua, algún cuidador podría oírla, alguien que intentaba adelantar trabajo atrasado o quizás algún cuervo de la pajarera del último piso. Eso definitivamente estaba fuera del protocolo Hokage y asistente. Y con ese último pensamiento, dio un último suspiro y sus interiores se retorcieron. Su cabeza descansó en la pila de documentos correspondientes a los asuntos con la Arena y esta se desplomó al suelo en un completo desastre. Ahí yacía todo el trabajo de Shikamaru.

—Nadie me había hecho esto, señor Hokage —reconoció cuando su respiración se normalizó un poco.

—Es una lástima, señorita Shizune —dijo él, limpiándose la comisura de sus labios con sus dedos para luego lamérselos—, porque sabes muy bien allá abajo.

Shizune soltó una carcajada incrédula y se tapó la boca para evitar mostrarle su sonrisa, quizás eso era lo más romántico que algún hombre le había dicho en toda su vida. Ella se acomodó sobre el escritorio y quedó sentada para mirarlo a los ojos, no estaba lista para dejar ir esa fantasía, por lo que empezó a desabotonarle la camisa que aún permanecía de alguna forma sobre su pecho. Por cada botón que cedía, ella depositaba un beso en su pecho desnudo. Sintió que su jefe relajaba sus músculos bajo sus caricias y de cuando en cuando su garganta emitía un sonido gutural al contener un gemido. Con sus manos deslizó la camisa por sus brazos hasta que esta cayó y ella comprobó la fibra que mantenían sus bíceps. Quiso morderlos de inmediato, dejar una marca en su piel para recordarse que ella estuvo ahí. Sin embargo, él se le adelantó y besó sus labios con tal intensidad que le dio a entender a la morena que ya no podía contenerse más.

Ella sonrió con los labios de él sobre los suyos y sus manos buscaron su miembro solo para comprobar que palpitaba tanto como ella. Lo guió hacia sí y esta vez ella tapó su boca con sus labios al momento que él gemía al sentir su humedad caliente. El jefe cerró sus manos en su cintura y pegó su frente con el cuello de su asistente a medida que entraba y salía de ella. El escritorio empezó a chillar, las pilas de documentos empezaron a caer al suelo y Shizune sujetó la botella de licor como único esfuerzo en mantener el orden en aquella oficina, ya que los papeles podían recogerse y volver a organizarse, pero no importaría lo que hiciera, el alcohol se llevaría la tinta y las firmas de los demás kages.

Él la besó mientras que ella lo rodeó fuertemente con las piernas, Kakashi soltó un gemido, ella cerró los brazos sobre sus hombros y volvió a besarlo. No faltaba tanto para que ambos se encontraran en las nubes. Él soltó un quejido y se vino, el sonido hizo que ella lo hiciera también.

Segundos después, el cuadro de Tobirama se cayó y el vidrio sobre él se rompió en mil pedazos.

Próximo capítulo: Libre