¡Buenas, mis queridos lectores! ¿Cómo han estado? Otros nuevos dos meses han pasado, y ya no tengo cara, verdad? Jajaja, perdonen. Ya no buscaré defenderme ni excusarme, solo espero que disfruten del capítulo a pesar de mi tardanza /llora.
Agradezco con el alma a las páginas Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma y Templo Higurashi por compartir las actualizaciones de esta historia :'3
También recuerden seguirme, si lo desean, en mi página de Facebook Iseul para más curiosidades y contenido uwu
Nos vemos en las N/A al final ;)
Desafío
Kagome's POV
Me cuesta definir cómo ha sido mi vida en estos últimos meses. Para empezar, podría hablar de una mezcla entre paz y tranquilidad, con mañanas, tardes y noches llenas de momentos dulces, íntimos y alegres, siguiendo el consejo que el monje Miroku y Sango nos dieron siempre que nos fuera posible. Además, Inuyasha y yo pudimos formar parte de todo lo que fue el nacimiento de sus hermosas gemelas; fue increíblemente gratificante verlos formar su propia familia, que la esperaban de tres, pero pasó a ser de cuatro en un parpadeo. Me sentí muy contenta por ellos y, desde el fondo de mi corazón, anhelaba que siempre pudieran ser así de felices. Estaba eternamente agradecida con ambos, por todo lo que habían hecho y seguían haciendo por nosotros. Los dos fueron un pilar fundamental en nuestra vida, y me costaba imaginar qué habría sido de todo esto sin ellos.
Tengo que admitir que parte de mi buen humor también se debía a que había depositado mis esperanzas en aquello que deseábamos encontrar, y sabía que todos habíamos puesto nuestras energías en eso.
Pero ahí estaba el problema, la parte mala: el tiempo… que se iba, día a día, como si fuera un líquido que se escurría entre mis dedos sin poder detenerlo. Como era de esperarse, con el embarazo de Sango cada vez más avanzado, los viajes de Miroku se vieron más limitados, al igual que su disponibilidad en general para cualquier cosa. Ya con sus bebés recién nacidas, no tenían muchas oportunidades para continuar buscando y… sí, por supuesto que lo entendía; jamás pretendí que hicieran más de lo que podían hacer, pero… me costaba mucho tener control sobre la desesperación que se me instalaba en la garganta y no me dejaba respirar cuando me detenía a pensar en que los meses pasaban y seguíamos estancados en el mismo lugar.
Claro que Inuyasha y yo también hacíamos nuestro trabajo de investigación por cuenta propia; cuando terminaba mis deberes de sacerdotisa, corría a leer cientos de pergaminos anteriormente recolectados por nuestros amigos para poder dar con algo, lo que sea, aunque sin éxito.
No pude evitar decaer… no pude evitar verle el lado amargo a cada cosa que hacía. Si hacíamos el amor con Inuyasha, al terminar, me torturaba imaginando que llegaría un día en que sería la última vez que intimaríamos así, y que jamás podría volver a sentirlo de nuevo. Si teníamos una cena cálida y ligeramente romántica en la que nos riéramos de mil cosas diferentes, no podía dormir más tarde, pensando en lo vacía que me iba a sentir cada noche si ya no podía compartir instantes como esos nunca más. Si acunaba a una de las gemelas en mis brazos mientras le cantaba una canción, no podía evitar preguntarme si alguna vez llegaría a vivir lo mismo… si realmente iba a poder tener hijos con el hombre que amaba, formar una familia con él.
O si la maldición me terminaría arrebatando ese sueño también.
Con todos estos planteos soplándome en la nuca, mantener una sonrisa sincera sobre mi rostro se hacía cada vez más difícil. Quería que Inuyasha me viera feliz, que no tuviera que volver a sentirse mal por no verme sonreír. Quería que su corazón estuviera calmado y que no se preocupara por nada, pero no sabía cuánto más iba a ser capaz de soportar.
Hasta que la espera llegó a su fin, y el monje Miroku atravesó la puerta de nuestra cabaña dándonos la noticia de que lo habían encontrado; la forma para retener a los demonios de la encrucijada estaba en nuestras manos.
Se trataba de un hechizo que se activaba con unos pergaminos que Miroku había aprendido a manejar. Las instrucciones eran claras; debíamos realizar un pentáculo, dibujarlo sobre la tierra y rodearlo de los pergaminos para que se activara una trampa alrededor de este. Si invocábamos a un demonio dentro del pentáculo, no tendría forma de salir. Esta era nuestra oportunidad, nuestro avance más real.
Una noche, a un año desde que Inuyasha realizó el pacto, allí estábamos; Miroku, él y yo, en la profundidad del bosque, en el cruce de los cuatro caminos… listos para invocarlos una vez más.
—¿Quién de ustedes me va a vender su alma esta noche?
Lo mejor que nos podía pasar era que aparezca la misma demonio con la que Inuyasha hizo el intercambio. Por esa razón, habíamos concluido que usaríamos su sangre para la invocación, pero éramos conscientes de que era complicado y que necesitábamos suerte para que eso ocurriera. En su lugar, se hizo presente una mujer de larga cabellera rubia y complexión delgada. Su vestido negro, ceñido a su esbelta figura, se extendía hasta tapar sus pies. Portaba una expresión risueña y burlona a partes iguales, y hasta parecía tener cierto… carisma. Aunque poco me importaba, la verdad. Lo único que quería era que hable.
—¿Nadie? —insistió desafiante, al ver que ninguno de nosotros había soltado palabra. Honestamente, no sabía qué decir, o cómo empezar; el ambiente era horriblemente tenso y mi cabeza se detenía en mil cosas a la vez. Estaba frente a las circunstancias que tanto había anhelado, por las que tanto había esperado, por lo que era normal sentirme presionada. Temía que algo fuese a salir mal, así que me asediaron los nervios.
—No es para eso que te invocamos. —contestó el monje Miroku, finalmente. Tras oír eso, la sonrisa maquiavélica de la demonio se esfumó de repente, como si la diversión se hubiese acabado.
—Bueno, entonces no debieron invocarme. —protestó—. No tengo tiempo para perderlo con ustedes.
Su respuesta malhumorada y con aires de grandeza me generó aún más resentimiento hacia esos seres repulsivos. Lo único que demostraban siempre era lo mucho que les gustaba jugar con la vida de las personas. Di un paso hacia adelante y decidí que no quería dar más vueltas, porque los que no teníamos tiempo para perder con ella éramos nosotros.
—Queremos anular un pacto y vas a decirnos cómo hacerlo. —sentencié con seriedad, y con toda la determinación posible, pero mayor fue mi malestar cuando vi que sus labios volvieron a curvarse, pícaros, para mofarse de mí.
—Debes estar bromeando. —me miró fijo al cruzar sus brazos, como si realmente esperara que le dijera que sí, que era una maldita broma. Yo también le clavé la mirada, buscando que mi silencio reconfirme mis intenciones—. No seas ridícula. Los pactos no pueden anularse. —dirigió sus orbes negros hacia Inuyasha y volvió a sonreír—. Él supo las condiciones antes de aceptarlo.
Dejó claro con ese gesto con vibras amenazantes que ella estaba al tanto del pacto. Supongo que creyó que nos sentiríamos intimidados, pero, al contrario, seguí firme.
—No me importa. Tienes que anularlo.
De pronto, sentí una mano apoyarse con gentileza sobre mi hombro.
—Kagome… —era Inuyasha. Rápidamente, supuse que una parte de él quería detenerme, aunque no supiera cómo hacerlo. Su voz se escuchaba nerviosa, y estaba segura que era su reacción a la actitud de esa mujer, y al oírme exigir anular el trato. Eran palabras mayores, sabía que sentía miedo por lo que eso podía significar, pero no podía prestarle atención a eso ahora.
—Aun si yo pudiera, no lo haría. No tienen derecho a molestarme con sus estupideces. —reclamó, bastante molesta. Acto seguido, volvió a hacer contacto visual con él—. Si ya aceptaste el intercambio, sé un hombre y afróntalo.
Ya había sido suficiente diálogo. La furia que se desataba dentro de mí a pasos agigantados corría por mi torrente sanguíneo, y podía jurar que la sentía extenderse físicamente por todo mi cuerpo. Por inercia, sin un control real sobre ellos, mis brazos levantaron y apuntaron mi arco y flechas hacia ella, teniendo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no disparar de inmediato, incluso después de que ella soltara, así sin más, una risa incrédula que, poco a poco, comenzaba a cegarme.
—Oh, esto se puso extraño. —dejó de reírse y nos observó a todos con insolencia—. Les aconsejo que dejen de insistir con esto si no quieren peores consecuencias. —luego de su nueva y obvia amenaza, hizo un ademán para retirarse. Su absoluta confianza en sus poderes se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos cuando se dio cuenta de que seguía allí, justo enfrente de nosotros. Sus facciones, antes repletas de seguridad y socarronería, se desencajaron para dar lugar a unas que mostraban a un ser indefenso y acorralado en su máximo esplendor. Al fin era nuestra y no tenía cómo escapar. Quise saltar de la alegría al ver que el pentáculo sí había funcionado, pero mantuve mi expresión de piedra, aunque me costara. Sabía que Inuyasha y Miroku también estaban sorprendidos y lo habrían festejado de ser posible, pero, al igual que yo, no perdieron su papel.
—¿Qué… mierda? —musitó completamente alterada, desconcertada, como si aún no pudiera creerlo. Miraba hacia todos lados con desesperación, presa de algo que desconocía y contra lo cual no tenía idea de cómo pelear.
—Las consecuencias las sufrirás tú si no hablas. —reaccioné al fin, y volví a apuntarla con mi arco. A este punto, ya no temía nada; llegaría hasta las últimas consecuencias si era necesario.
—¡E-espera un momento! ¿¡Qué es esto!? ¡Déjenme ir! —chillaba mientras forcejeaba contra el aire. Posiblemente, intentaba desaparecer, pero no podía. Me era curioso ver cómo ya no quedaba rastro de esa demonio altanera, sustituida por una mujer asustada, enfurecida y hecha un manojo de nervios. Estaba dispuesta a usar todo eso a mi favor.
—¿Cómo se libera a alguien de un pacto? Responde.
—¡Ya te dije que eso no se puede hacer! No se hizo nunca y mucho menos lo harían con ustedes. —vociferó y se puso a la defensiva, repitiendo lo que ya había dicho, pero yo seguía creyendo que me estaba mintiendo. Se lo iba a preguntar mil veces hasta que dijera la verdad, y si no hablaba...
—Responde.
—¿Eres sorda? ¡Te dije que no se puede!
No pensé mucho más y disparé. No sabía a ciencia cierta lo que causarían mis flechas contra estos seres, pero esperaba que, al menos, le hicieran daño. Mi sorpresa fue grata al escucharla gritar de dolor cuando mi ataque la penetró. De un segundo a otro, se vio envuelta en un haz de luz rosado que brillaba sobre ella como si estuviera electrocutándola. No le quedó otra que dejarse caer sobre sus rodillas mientras la veía intentando aguantar y batallar contra el sufrimiento que le estaba causando mi poder espiritual. El entrenamiento con la anciana Kaede estaba dando sus frutos y, en ese instante, supe quién mandaba en esa situación—. Responde.
—¡MALDITA! —bramó entre dientes, sin poder abrir sus ojos—. No vas… a conseguir nada… —intentó pronunciar entre inhalaciones y exhalaciones erráticas.
—No me hagas preguntar de nuevo.
Llevó su mano hacia su pecho mientras intentaba calmarse. Se tomó su tiempo para responder.
—Para sellar un pacto... se crea un contrato… —hizo una pausa para respirar, luego me miró con desdén—. No puedes simplemente romper un contrato.
¿Un contrato?
—¿Por qué no? —pregunté rápidamente, pasmada aún porque por fin había mencionado algo nuevo—. ¿Dónde está ese contrato? ¿Quién lo posee? —insistí con impaciencia, porque los segundos pasaban y esa mujer había vuelto a quedarse callada. No sabía si estaba haciéndolo por gusto o por venganza, pero su silencio estaba desesperándome a niveles inaguantables—. ¡CONTESTA! —grité y volví a dispararle otra flecha, para volver a verla retorcerse y que sepa que no estaba jugando—. ¿¡Quién!?
Estaba al tanto de que, por momentos, Miroku e Inuyasha se volteaban a verme, y más aún después de lo último que había hecho; podía sentir sus orbes fijos sobre mí, escudriñándome con extrañeza. Sabía que estaba mostrando una faceta de mí que no estaban acostumbrados a ver… que me veían en un rol que no había llegado a asumir nunca. No estaba segura de si sentían miedo por mí, decepción o… si estaban desconociéndome, y aunque era algo que me afligía, no podía echarme hacia atrás. Si tenía que sobrepasar hasta el límite más impensado para salvar a Inuyasha, estaba preparada. El resto, lo resolvería más adelante.
—¡YO NO! —volvió a chillar intensamente al borde de las lágrimas, totalmente encolerizada, mientras intentaba aferrarse al suelo—. ¡No tuve nada que ver en ese pacto! —apretó los párpados y negó con la cabeza, una y otra vez.
—Entonces trae a quien lo hizo… ¡Trae a la demonio que lo realizó! —exigí, a la vez que seguía manteniendo el arco en dirección a ella, pero sin intenciones de volver a atacarla. Podía ver que estaba torturándola y aun así no me daba más información; eso estaba empezando a exasperarme. La lógica me dictaba que, si ella no lo poseía porque no tenía nada que ver con el pacto, entonces quien lo había hecho era la única que podía deshacerlo; romper o anular el contrato… ¿sería posible si la enfrentaba?
—¿Kurotama? Esa infeliz…—expresó irritada. Supuse que era el nombre de esa demonio—. No puedo… traerla.
—¿Por qué no?
—No tengo ese poder. Créeme que lo haría si pudiera. Es un demonio por cada invocación, no es un maldito pase libre. —explicó mientras me atravesaba con la mirada.
Y allí estaba, en punto cero, una vez más, con piedras en el camino que no veía manera de quitar. Una parte de mí quería creerle que no se podía, que no hablaba más porque realmente no sabía más, pero aceptarlo significaba darme por vencida, significaba haber perdido otro medio año, significaba caer en la realidad en la que, nuevamente, no había avanzado nada. Volvía a perder las esperanzas, y la angustia en mi corazón volvía a presionarme el pecho hasta dejarme sin aire. Comencé a sentir esa molestia en mi nariz que anticipaba mis ganas de llorar, de dejarme caer y desmoronarme… pero algo en mi interior no me lo permitió.
—Son… unas inútiles… —susurré abatida, cansada, harta. Bajé el arco y me alejé de la mujer por unos instantes. Con un par de pasos, Inuyasha se aproximó a mí y me tomó suavemente de los hombros. Seguramente, vio cómo estaba perdiendo los estribos y buscaba tranquilizarme.
—Kagome, ya vámonos. No dirá nada más. —me pidió, y yo sabía que él quería huir de allí. Podía verlo en sus mares dorados, no se sentía bien, y no le agradaba verme así. Deseaba cumplirle el deseo y simplemente regresar a casa, abrazarme a él y descansar, pero mis ganas de llegar hasta el fondo de todo eran más latentes.
—Aún no, Inuyasha. —le respondí serena, pero con firmeza. Lo dejé allí y volví a acercarme a la demonio, que ya se encontraba un poco más calmada; el dolor ya había disminuido un poco, aparentemente.
—¿Cómo la invoco a ella específicamente? —si ella no iba a ser de ayuda, no veía mejor idea que usarla para alcanzar a quien sí.
—Lo siento, no puedes. —negó de inmediato, para mi terrible asombro—. Te hartarás de invocarla, aparecerá cuando ella lo desee…
Tenía que ser una estúpida broma.
—No puedo perder más tiempo… —me quejé, ofuscada por la frustración, mientras negaba con la cabeza—. Dile que aparezca… ¡Comunícate con ella, haz algo! —volví a alborotarme y mi mente a perderse en toda clase de pensamientos negativos; que jamás podría salvarlo, que moriría y lo perdería para siempre si ahora mismo no lograba algo, lo que sea. Creía imposible que no existiera una forma, pero cada una de sus respuestas me abofeteaban y me lanzaban a un mar de incertidumbre en el que me hundía y no era capaz de tolerar.
—¡No puedo hacer nada! —exclamó, agitada y fatigada. Tomó aire con dificultad e insistió—. No pienso… intervenir.
La paciencia había abandonado mi cuerpo, mi templanza escaseaba y mis manos no dejaban de temblar. De a poco, notaba que mi visión se volvía más y más borrosa, como si la ceguera provocada por la ira que explotaba dentro mío fuese también física. Ella ya había anunciado que no haría ni diría nada más… ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Simplemente dejarla ir?
No…
Tomé mi arco y flechas otra vez y volví a apuntar.
—Te mataré, no dudes en que lo haré. —si esto no la hacía hablar, ya nada más funcionaría. Mis orbes temblequeaban al sentir algunas de mis lágrimas reunirse en mis cuencas.
—Hazlo. Mátame si quieres. —me desafió, pero con desánimo, con desasosiego, como si ella también se hubiese rendido—. Si intervengo… me espera algo peor que la muerte, te lo aseguro. Haz lo que quieras.
¿Qué podía ser peor que la muerte para un ser como ella? ¿A qué le temía tanto? No estaba en condiciones de sacar conclusión alguna en ese momento, ni de pensar más allá, pero sabía que era importante, y que me daba la pauta de que faltaba mucho más por descubrir. Quizás no con ella, pero sí con otras, con la misma Kurotama o quien sabe qué más.
La parte más racional de mí no contemplaba matarla. La vi allí, indefensa, dispuesta a morir en mis manos. No sentí pena, la detestaba, pero… ¿en qué me iba a convertir si le quitaba la «vida» o lo que sea que eso significara para ella? Simplemente, no podía, ya no me sentía capaz. Así que… tomé aire, respiré hondo y tragué con fuerza. Bajé mi arco, me di la vuelta y caminé en dirección a los demás.
—Vámonos.
No llegamos a alejarnos mucho hasta que la oímos refunfuñar otra vez. Nos detuvimos.
—¡Espera! ¿Vas a dejarme aquí? —cuestionó, enardecida.
—No tengo por qué liberarte. No nos ayudaste, yo tampoco lo haré. —me limité a contestar con voz plana, sin siquiera voltearme a verla.
—¡Tú me metiste aquí! —gritó, colérica. Sabía que quería llamar mi atención, pero no lo iba a lograr—. ¡Ni siquiera te atreves a matarme! ¡COBARDE!
En algún punto, me sentí mejor de no animarme a hacerlo; quedarse atrapada allí parecía molestarle todavía más que arrebatarle la existencia.
—Otro demonio o criatura del bosque vendrá por ti y se hará cargo. Ya no será mi problema. —y deseaba que así fuera; que muriera, pero no a través de mí.
Creí escuchar más quejidos desesperados, unos cuantos insultos y movimientos que seguramente hacía dentro de la trampa, entrando en una desesperación cada vez más palpable al verse completamente abandonada a su suerte.
—No te queda más que rendirte, ¿sabes? No importa cuánto intentes, no hay forma de liberarlo de algo en lo que él mismo se metió. —soltó con todo el odio y la rabia que la estaban consumiendo.
Esas palabras se me clavaron como dagas en el corazón y en las sienes, provocándome un dolor agudo en el pecho. Apreté los párpados y un par de lágrimas aprovecharon para escapar, pero yo seguí sin voltearme, ni volví a hacer contacto visual con ella. Ya no quería verla más, así que simplemente caminé, y caminé…
Hasta que la densidad del bosque no me permitiera escuchar sus gritos.
El shock en el que me encontraba luego del enfrentamiento con esa mujer había sido lo único capaz de mantener las piezas de mi cordura unidas. Cuando éste empezó a disiparse, dio lugar y rienda suelta a los sentimientos que más a flor de piel estaban, antes adormilados y, ahora, alterando cada fibra de mi ser, provocándome un deseo de llorar poderoso, inaguantable e incontrolable, que me obligó a detener mi andar. Intenté resistirme con todas mis fuerzas, pero la sensación de ahogo no me dejaba agarrar lo mínimo de aire que necesitaba para respirar. Furiosa e impotente, tiré mi arco y flechas para que se estamparan contra el suelo, a la vez que anhelaba que éste mismo me tragara. De pronto, no me sentí capaz de sostener el propio peso de mi cuerpo, así que, inevitablemente, caí sobre mis rodillas.
—¿Kagome? —oí la voz de Miroku como si estuviera lejos de mí. Con mi vista periférica noté que los dos habían parado de caminar segundos después de que yo lo hiciera.
—¡Kagome! —escuché a Inuyasha llamándome con preocupación. Corrió hacia mí lo más rápido que pudo y tomó mi rostro entre sus manos para examinarme. Sus inquietas pupilas doradas parecían moverse a la velocidad de la luz—. ¿Estás bien? ¿Qué tienes?
—Inuyasha… —pronuncié con dificultad, y lo próximo que hice fue aferrarme con locura a su torso. Envuelta en la calidez con la que sus brazos me recibieron de inmediato, solo pude llorar.
Y los siguientes días no fueron más fáciles.
Mi objetivo principal era invocar a Aka Kurotama, la demonio de la encrucijada a la que Inuyasha le vendió su alma, por lo que mis temas de conversación, en alguna ocasión, terminaban en eso, incluso cuando Inuyasha me acompañaba a hacer mis labores de sacerdotisa. A veces, terminaba ofuscada por el coraje que sentía al recordar lo que había pasado unas noches antes.
—Ya cálmate, por favor… Debemos volver a casa. —insistía él, con intenciones de protegerme, o resguardarme.
—¿Que me calme? ¿Cómo puedes pedirme que me calme? —pero eso solo me crispaba más—. ¡Hemos estado todos en búsqueda de esto para sacarles información y no obtuvimos nada! —exclamé—. Ahora resulta que, si esa maldita no quiere aparecer, no lo hará. Sin ella, no podremos avanzar, y-
—Kagome. —me paró en seco, y por el tono de voz que había usado, supe que no iba a decirme algo bonito, precisamente—. ¿Qué planeas hacer con ella si aparece? ¿Matarla… como quisiste matar a esa demonio el otro día?
Lo sabía; sabía que había estado guardándoselo, que no le había gustado nada mi actitud. Estaba consciente de que estaba asustado por las ideas que yo pudiera tener. Lo cierto es que no sabía qué hacer con ella si aparecía, no era una respuesta que podía dar ya mismo. Solo sabía que era capaz de llegar hasta las últimas instancias para romper ese contrato, y si eso implicaba matarla, pues…
Pero no podía decírselo. No ahora, no serviría de nada.
—Voy a dejar algo claro. —inició—. Yo prometí que buscaríamos la forma, siempre y cuando tú no corras riesgo. Si matarla anula el pacto y tú mueres otra vez… —su labio inferior temblaba muy levemente, indicándome que estaba resistiéndose a llorar y que le costaba hablar. De un segundo a otro, lo percibí muy alterado y no pude evitar sentirme culpable—. No vamos a hacer eso. No la vamos a matar. Si aparece, intentaremos negociar, y si no se puede… pues hasta ahí habremos llegado. No quiero anular el pacto si eso implica perderte, ¿entendiste? —sentí una puntada en el corazón y cerré los ojos. Estaba en todo su derecho de pedirme eso y, sinceramente, no podía contradecirlo—. No pienso discutirlo y es mi última palabra.
Y no se lo discutiría. A algunas cosas solo tenía que guardarlas para mí.
Pero con el paso de los meses, eso también se había vuelto casi imposible. De alguna forma, tuve que volver al monje Miroku mi cómplice. Cuando él hacía sus viajes junto a Inuyasha, le pedía que me deje preparados sus pergaminos para poder invocar a los demonios yo sola dentro del pentáculo, a escondidas. Tenía que ser así porque Inuyasha no siempre estaba dispuesto a acompañarme, ya que él no estaba muy a favor… y me prohibió hacerlo mientras él no estuviera. No tenía otra opción.
«Si intervengo… me espera algo peor que la muerte, te lo aseguro.»
Había pensado en esta frase una y otra vez. En mi mente, rebobinaba el momento para intentar memorizar su rostro, porque sabía que había notado un atisbo de miedo en sus oscuros orbes al decírmela. Pensé que, tal vez, era cosa mía, o algo que estaba haciéndome creer a mí misma, pero mientras más lo recordaba, más segura veía esa posibilidad. Con ideas fugaces, pude dilucidar que otra razón por la que no hablaba era por temor a algo o alguien que estuviera por encima de ella, algún jefe, algo que las mandara a hacer el trabajo sucio.
¿Podía ser la misma Kurotama? ¿O alguien más arriba de ella?
No tenía idea, y ansiaba averiguarlo, pero… ninguna quería hablar. Todas las demonios que llegué a invocar, ninguna se atrevió a mencionar una sola palabra respecto a la jerarquía que estaba segura que existía entre ellas; bueno, lo máximo que había logrado descubrir era que Aka Kurotama era una especie de mano derecha de este alguien, y nada más, lo que hacía más necesario y, al mismo tiempo, más difícil dar con su paradero.
Entonces, volví a entrar en pánico. Por poco, un nuevo año llegaba a su final, y yo seguía sin hallar la manera de salvar a Inuyasha. Quería buscar a Sesshōmaru para reclamarle y exigirle que nos ayude, o que me brinde algo más de información... pero hacerlo sola era tarea complicada. El anciano Myōga insistía en que el medio-hermano de Inuyasha no iba a poder responderme mis preguntas, que no sabía nada más, que no me arriesgara en un viaje para encontrarlo porque no serviría de nada.
Llegué a tal cansancio, que ya no tenía intenciones de negociar, no quería experimentar un nuevo «no», una imposibilidad distinta. Quería matarla con mis propias manos, rompiera el contrato o no, así fuera por venganza y nada más, por haberle hecho eso a la persona que más amo en el mundo. Pero nadie más que yo sabía de mis planes, y callarlo estaba rompiéndome por dentro.
Una noche decidí comentárselo a Sango aprovechando que estábamos solas. Aunque más bien, fue un pedido de auxilio.
«—Estás fallándole a la promesa que hiciste con Inuyasha y lo sabes.
—¡Escúchame! ¡Esto es más que una promesa! —exploté, llevándome la mano hacia donde latía mi corazón desenfrenado—. Ya no se trata solamente de la muerte de Inuyasha, sino de lo que pasa después… ¡Se va a ir al maldito infierno! ¡Morirá para sufrir por el resto de la existencia! ¡No puedo… no puedo permitir eso! Si tengo que morir para salvar el alma de Inuyasha, lo voy a hacer. Incluso si me odia luego, no me importa. Yo no iré al infierno, y tendrá que esperar a morir para reencontrarse conmigo… —expliqué con desesperación, con lágrimas amenazantes rodeando mis ojos—. Pero si él muere… si él muere y va al infierno no podremos reencontrarnos, jamás lo veré de nuevo, jamás descansará en paz, solo le espera sufrimiento. —hasta que finalmente cedí a mi llanto y lo dejé salir—. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes lo grave que es? ¡No es un maldito capricho! ¡No puedo dejar que haga eso solo para dejarme viva! Por eso necesito que me ayudes, necesito que estés de mi lado. —supliqué, con mis manos juntas. Levanté la mirada para ver el rostro de mi amiga y supe que mis palabras le habían llegado, también estaba llorando—. Miroku y tú, por favor… Tienen que ayudarme a matarla si con eso logro liberarlo. ¡No puedo dejar que vaya al infierno! Sango…
No podía más. Verdaderamente, no podía más. Ya no podía con todo sola, ya había llegado a mi límite. Necesitaba que alguien me respaldara, que comprendiera mis razones. No era posible que yo estuviera loca, o exagerando. Al juzgar por la expresión de Sango, elegí creer que había sido escuchada, por fin. Ella tomó aire, y desvió su vista hacia un costado por unos momentos, mientras más lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Está bien, Kagome… —asintió, finalmente, aunque sabía que le costaba. Era consciente de que no era fácil apoyar a una amiga en algo en lo que estaba arriesgando su vida, y lo valoré—. Yo… te entiendo. Estamos contigo. Cuenta con nosotros.»
Era todo lo que necesitaba escuchar.
Con mis cómplices al tanto, volví a embarcarme en una nueva invocación. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que la había llevado a cabo. Ya no sabía dónde más herirme para dar mi sangre y que Inuyasha no sospeche, o que fuera algo que pudiese maquillar con una mentira piadosa. Otra noche fría, en la inmensidad del bosque que tantas veces me había visto fracasar en cada intento, me encontraba en el cruce de los caminos, frente al pentáculo que ya me sabía de memoria. El viento se cansaba de acariciarme para luego enfurecerse contra mi figura y desordenarme mis hebras azabache, como si deseara advertirme que me alejara. Las copas de los árboles se mecían violentas y el ruido que generaban me provocaba escalofríos.
Creí que había hecho algo mal, porque ya había transcurrido más tiempo del que solía esperar para que apareciera uno de esos seres. Me di la vuelta, desesperanzada, con intenciones de regresar a mi hogar para probar suerte nuevamente en la noche siguiente. De todas formas, ya me esperaba resultados negativos, era lo usual. Pero escuché algo que me hizo regresar:
—Me dijeron que has estado buscándome, Kagome.
Ahcaray. Bueno... O.O como que pasaron muchas cosas, ¿no?
La decisión de hacer este capítulo narrado por Kagome fue algo que me tuvo muy insegura, pero no quise descartarlo porque ella era la protagonista en toda esta situación. Quise enfocarme en ella, y sentí que las cosas se entenderían mejor desde su punto de vista, en primera persona. Espero que no sea un fallo de mi parte jajaja, y que les haya gustado.
Como curiosidades, puedo decirles que Kagome no siempre invocó a las demonios sola; a veces, lo hacía con Inuyasha. Otras, con Miroku o Sango... también con el anciano Myōga, y que, además, él la guiaba y cuidaba, por si algo salía mal. Ahora, debe enfrentar a Aka Kurotama y, por si no sabían, este nombre fue ideado, pensado y creado por mi reina DAIKRA para la demonio que realizó el pacto con Inuyasha. Lo amé desde el segundo en que lo vi, y no dudé en por fin traerlo a un capítulo :') Muchas gracias, hermana, siempre.
¿Qué creen que ocurrirá entre ella y Kagome? Estaré esperando sus hermosas reviews :3 Muchísimas gracias, siempre, a todos los que comentan. Me hacen muy muy feliz y me motivan a seguir actualizando :')
Manu, ¡muchas gracias por tu review! Me alegro que te haya gustado el capítulo. Yo solo escribo Inukag, por lo que no haré otras parejas, al menos, no por ahora, pero gracias por tu sugerencia!
Mikichan, ¡muchísimas gracias por leerme! :3 Me pone contenta que te esté gustando esta historia, a pesar de lo triste. Te mando un saludo grande! :'D
Con amor, Iseul.
