La Nueva Emperatriz

Capítulo 33

—¿Estás aquí otra vez, Yuki?

El pequeño niño giró la cabeza al escuchar aquella voz a sus espaldas, observando como aquella niña de pelo chocolate y ojos del mismo color, se acercaba a él y tomaba asiento bajo el pequeño árbol de la pradera en la que acostumbraban a jugar cuando era primavera.

—Así es. Estoy esperando a que mi hermano regrese.

—Pero ya han pasado más de seis meses desde que se fue. Mamá dice que no es saludable para ti esperar aquí todos los días cuando estamos tan cerca del invierno.

A pesar de recordar muy bien la fuerte neumonía que tuvo la última vez que se quedó a la intemperie en aquella época del año, el niño permaneció en silencio frunciendo ligeramente el ceño.

Su hermano le había dicho que solo iba a resolver algunos asuntos en el país vecino y que luego volvería con él, pero había pasado tanto tiempo que ya comenzaba a dudar de ello.

Para colmo, su padre apenas iba a visitarlo, y cuando sí lo hacía, lo único que recibía de él eran gritos y miradas llenas de desprecio. Si no fuera porque el señor y la señora Clow lo cuidaban y alimentaban por petición de su hermano, seguro ya se habría muerto de hambre a esas alturas.

—Sabes Yuki, creo que en vez de sentarte aquí a esperar a que tu hermano regrese, deberías usar tu tiempo para aprender muchas cosas nuevas. Mira que mi papá es un hombre inteligente, fuerte y muy amable, y yo y mi mamá lo queremos mucho. Seguro que si tú te haces como él, hasta logres que tu papá también te quiera.

—En realidad no me importa si mi papá me quiere o no. Yo… en realidad —Llevó la mirada hasta la niña a su lado, y al encontrarse con sus grandes ojos curiosos, se sonrojó al instante mientras desviaba la mirada—, es alguien más quien yo deseo que me quiera.

—¡Ruby! ¡Yukito! Vengan aquí. La cena ya está lista.

—Ven Yuki. Cuéntame quien es esa persona mientras cenamos. Seguro mis padres también quieren escucharlo —propuso la niña mientras lo halaba del brazo, y si bien él intentó explicarle porque no podía hablar de eso frente a sus padres, fue inútil intentar resistirse a que ella lo llevara a rastras en dirección a su casa.

La niña sonreía totalmente ajena al significado de sus palabras, mientras él suspiraba resignado sabiendo que tal y cómo su hermano le había dicho antes, Ruby aún era muy pequeña para entender sus sentimientos.

Él tenía casi la misma edad que ella, pero sus pensamientos eran mucho más adelantados. Era lo que pasaba cuando fingías cubrirte los oídos todo el tiempo pero en realidad escuchabas las conversaciones que los adultos mantenían.

Miró al cielo pensando en que aunque ya fuera otoño, el cielo se veía hermoso teñido de aquel brillante naranja, y deseando que Ruby algún día pudiera entender sus sinceras e infantiles palabras, la siguió hasta su casa mientras su corazón se aceleraba cada que la veía sonreír.


Lluvia, truenos, una impenitente tormenta.

Yukito se quedó sentado en uno de los costados del barco, lejos de las personas que intentaban guarecerse del fuerte torrencial.

En ese momento no sentía frío, hambre ni mucho menos tristeza. Algo en él se había marchitado. Solo quedaba en él un frágil cascarón que sostenía su vida.

Sintió que alguien le tocaba la cabeza y le retiraba la capa que lo cubría, pero ni siquiera elevó la mirada en su dirección.

—Así que el legendario niño que provocó una guerra perpetua entre dos países es real. Aunque debo confesar que te imaginaba fuerte y arrogante como tu padre Fei-Wang. —El comentario del hombre de pelo y barba encanecida le hizo apretar los dientes.

Era el capitán del barco. Lo sabía porque él era a quien los soldados del palacio Nihon lo habían entregado para que lo llevara a Liones, dónde lo recogería un tal Clow Reed.

Al escuchar el nombre del fallecido padre de Ruby de labios de aquel soldado, pensó que era algún tipo de clave de parte de su hermano para que supiera que se trataba de él en realidad. Pero no había llegado nadie a recogerlo, a pesar de haber pasado muchas horas, nadie venía por él.

Cuando ya no tenía fuerzas para seguir esperando y se dio cuenta de que en ese país también lo despreciaban por su color de cabello, entendió que aquello solo era una idea que su mente había creado para mantener esperanza de que Eriol en realidad no se había olvidado de él, y lo había dejado a su suerte con ese maldito sujeto. Pero todo era mentira. Su hermano también lo había abandonado. Su hermano tampoco lo quería en realidad.

—Ese hombre no es mi padre. Solo es un monstruo sin corazón.

—Sí… tampoco es como si me imaginara al príncipe sintiendo cariño paternal.

Vio cómo el anciano se sentaba a su lado en la cubierta del barco a pesar de que llovía a cántaros, pero ni aún así llevó la mirada en su dirección.

—Los Fehér eran un antiguo pueblo de nómadas que vivían en las montañas del norte, caracterizados porque sus habitantes tenían el pelo blanco, grisáceo en el caso de los más jóvenes —explicó el anciano mientras miraba al cielo nocturno desprovisto de estrellas—. Fueron exterminados por los Nihones hace cuarenta y cinco años, y la última sobreviviente fue la princesa Suu, quién fue tomada como prisionera y concubina del emperador Kazuhiko. Irónicamente, este terminó profundamente enamorado de la princesa del pueblo que exterminó, por lo que a su muerte consintió y malcrió al hijo que ella concibió con él; eso terminó dando como resultado ese hombre vil y egoísta al que llamas monstruo. Supongo que el exceso de amor también daña a las personas.

—¿Por qué me cuenta todo eso?

—Porque un hombre debe conocer su origen para saber a dónde va. Y tú, niño, parece que no tienes un lugar a donde ir.

Lo sintió ponerse de pie, y sólo entonces notó que sus ojos eran del mismo color de los de él: una extraña aleación entre verde y avellana que cambiaba de color según la emoción. Parecía que él también era un Fehér, que él tampoco tenía un lugar al cual volver.

—Puedes quedarte en mi barco si eso quieres. No creo que sobrevivas ni dos días con el trabajo que hay que hacer aquí, pero supongo que es mejor que morir de frío o ser asesinado en tierra firme por los hombres del emperador de Nihon.

—¿Por qué intentas ayudarme? No tengo dinero, y cómo dijiste, soy tan débil que ni siquiera puedo pagarte con trabajo.

El anciano detuvo sus pasos al escuchar por primera vez desde que lo recogió en Nihon hacía tres días, la voz del niño que apenas se daba cuenta ya era un adolescente, y al ver la necesidad de sus ojos por recibir un rayo de esperanza, le dijo exactamente lo que él deseaba oír:

—Rechazados de la sociedad y personas que no tienen a dónde regresar, eso son los tripulantes de este barco. Recibir a otro desdichado no va a matarme, y más si es un Fehér como yo.

Yukito sintió un extraño cosquilleo en el pecho al escuchar esas palabras, y siguiendo al hombre que se apresuró a resguardarse bajo la cubierta junto a todos los demás, decidió que de ese momento en adelante siempre lo seguiría.


Aunque intentó por todos los medios no desplomarse debido al bamboleo del barco, todas las frutas que contenía su caja terminaron derramándose en el suelo y haciéndose pedazos.

Era la tercera vez que le ocurría esa semana. Si seguía arruinando la mercancía, terminaría trabajando en ese barco todos los días de su vida sin ver un solo céntimo.

—Es un inútil. No sé por qué el capitán lo dejó quedarse.

—Sí. Solo nos estorba. Debió dejarlo varado en Liones.

Como cada día desde que estaba allí, escuchó a los demás hombres del barco murmurar en su contra, pero aún así, recorrió la poca mercancía que se había salvado, y la otra la guardó como pudo en su bolsa para comerla más tarde.

Al menos ahora comía mejor que cuando su padre había decidido entrenarlo a diario.

Desde que vivían juntos, no lo dejaba ver a Ruby, y cuando iba a verla a escondidas, le daba tan tremenda golpiza que quedaba inconsciente durante horas. Eso lo hizo inmune al dolor y también al rechazo. De hecho, lo que se le hacía extraño era sentirse contento o que alguien lo felicitara.

Por eso quería tanto al capitán. Era la única persona que parecía apreciarlo genuinamente.

Sintió a alguien quitarle la caja de las manos al notar que aún con solo la mitad de la carga se quedaba rezagado, y al ver al chico de pelo platinado que cargaba tres cajas con el mismo peso que la suya con excesiva facilidad, se quedó mirándolo fijamente hasta que se perdió en las escaleras.

Según había escuchado, Yue había sido el guardián del príncipe de Nihon desde los ocho años, pero fue expulsado del palacio tras el secuestro del niño a su cargo. Como si eso fuera poco, su cabello era mucho más claro que el de él, así que estaba seguro de que se trataba de un Fehér también.

Se llenó de valor ante el pensamiento de hacerse amigo de alguien que era igual que él, y lo siguió a través de los pasillos hasta que se encontraron a solas en el almacén de carga.

Yue no hablaba mucho, así que esa vez tomaría la iniciativa en hablar con él.

—Muchas gracias por ayudarme hoy también. Lamento ponerte más trabajo del que ya tienes. Supongo que toda esa fortaleza la adquiriste trabajando en palacio. Espero que con el tiempo pueda ayudarte también.

—No te compares conmigo. Tú solo eres el hijo de un demonio. Deberías agradecer no estar muerto a estas alturas.

Yukito retrocedió al notar cómo el muchacho se giraba y lo miraba con gran indignación, y entonces lo comprendió: no llevaba sus cargas porque quisiera ayudarlo. Si él hacía su trabajo de manera más eficiente, el capital al fin lo echaría y no tendría que verlo a diario.

—¿Por qué? ¿Por qué todos me desprecian por ser hijo de ese hombre? Yo no pedí nacer con estos ojos y este cabello. Yo no secuestré al príncipe de Nihon ni maté a nadie. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué tú también me desprecias?

—Tal vez no hiciste nada de eso, pero lo harás. —Yue se giró hacía él y lo empujó con tal fuerza contra el muro que le sacó un quejido—. No puede salir nada bueno de una persona que tiene la sangre de él. Así que si no quieres este destino, tal vez deberías echarte al mar un día de estos.

Yue se apartó de él y siguió su camino mientras Yukito lloraba.

No tenía la culpa. Estaba seguro de que jamás en la vida sería un hombre como él.


—¿Qué demonios haces siguiéndome?

—No te sigo. Solo cumplo con un encargo. Casualmente mi cliente también vive en esta dirección, así que no te confundas.

Yukito continuó caminando detrás del frío sujeto, mientras avanzaba a través de la estrecha calzada, alumbrados por las lámparas dispersadas a lo largo del camino.

Hacía un par de años que al capitán se le había ocurrido la fantástica idea de cubrir su cabeza con una especie de sombrero para que nadie le reconociera, y desde entonces, en vez de limitarse a subir y bajar los productos del barco, podía venderlos directamente a los clientes y cobrar el precio en plata a cada uno de ellos.

Había descubierto que tenía un don para tratar con las personas, de hecho, el capitán le había comentado que tenían más clientes desde que él hacía las entregas. Eso lo hacía muy feliz. No solo había encontrado algo en lo que era bueno, si no que podía agradecer de alguna manera al amable hombre que lo había recibido en el barco hacía casi diez años.

Todo había mejorado… excepto su relación con ese tipejo que cada vez se ponía más arisco con él.

Al menos desde hacía varios meses ni siquiera dormía en el barco.

Según había escuchado a los demás cuchichear, el ermitaño Yue se había casado y hasta estaba esperando un hijo en ese momento. Aunque por supuesto eso no era más que una gran mentira. Ninguna mujer se enamoraría de un tipo como él.

—No deberías confiar tanto en ese viejo. Él solo busca sus propios intereses—. Las palabras de Yue justo en el momento en que iban a separarse lo hicieron llevar su rostro en su dirección y entonces se dio cuenta de que él tocaba la puerta de una casa en esos instantes.

Se quedó de pie en su sitio tal vez solo por curiosidad, y lo que vio después… juraba que deseaba jamás haberse enterado de ello.

—No deberías hacer eso, Ruby. ¿Acaso se te olvida que estás embarazada?

—Vamos, un simple abrazo no le hará nada a nuestro hijo. Tienes que relajarte de una vez, Yue.

—¿R-ruby?

La alta mujer que en ese momento había salido por la puerta y prácticamente se había lanzado a los brazos de Yue llevó su mirada hacía él, y al observar esos inconfundibles ojos que reconocería en cualquier parte, fue él el que recibió toda la efusividad de su abrazo, junto a la confirmación de que sí, aquel enorme bulto que ahora tenía por vientre era real.

—¡Yukito! ¿Cómo has estado? ¡Has crecido bastante!

—¿Lo conoces?

—Por supuesto, Yue. Yukito fue mi mejor amigo de la infancia. Somos prácticamente hermanos. De hecho cuando era un bebé yo y él…

—¡No tienes que contarle eso!

Las mejillas de Yukito se colorearon al escucharla intentar contarle a Yue que se había alimentado del seno de la señora Yuuko cuando era un bebé, y ella le pellizcó los cachetes como solía hacer cuando eran niños.

Aquello se sintió tan familiar y anhelado que algo que creía extinto en su pecho comenzó a arder.

Parecía que era cierto ese pensamiento que tuvo cuando era niño. Jamás podría enamorarse de ninguna otra mujer.


—¿Eso pasó?

—No se ría. Aún no puedo creer que tenga tan mala suerte —Un hipido salió de la garganta de Yukito a consecuencia de todo el alcohol que acababa de consumir—. De tantas mujeres en el mundo… ¿por qué tenía que ser Ruby? Ese maldito de Yue. No puedo creer que hasta vaya a tener un hijo con ella.

—El universo tiene caminos bastante curiosos, muchacho. Mírame a mí, bebiendo con el nieto del hombre que asesinó a mis padres. —El anciano tomó un largo sorbo de su botella de sake dejándola caer más tarde sobre la mesa—. Si me permites un consejo, deberías olvidarte de ella. Hay más mujeres que estrellas en el firmamento. No vale la pena sufrir por una sola.

—Pero ninguna es como Ruby. Ella… estoy seguro de que siempre voy a amarla.

Yukito pensó en que Yue incluso se negaba a reconocer que estaba casado con ella ante los demás trabajadores del barco, le reclamaba cada que ella le abrazaba e incluso se negaba a expresarle su amor con palabras.

Estaba seguro de que un hombre como él no podía hacerla feliz. Todo sería muy diferente si fuera él el hombre al que quisiera.

Juraba que viviría cada día solo por verla esbozar esa sonrisa. Que trabajaría de sol a sol solo para hacerla feliz.

—¡Capitán! Vinieron a buscar a Yue. Parece que su esposa está a punto de dar a luz.

—Maldita sea. ¿Por qué justo ahora?

Yukito observó cómo el anciano se ponía de pie de un salto para seguir al muchacho que acababa de informarle aquello, y de inmediato él también se puso de pie y los siguió a ambos.

Conociendo a Yue, seguro diría que dado que no era él quien iba a parir, no tenía por qué estar presente en el alumbramiento.

Necesitaba estar con ella. Tal vez ella no lo amara, pero no dejaría que sufriera solo por no haber elegido bien.

Casi sin aliento y habiendo dejado la borrachera en algún lugar del camino, los tres se adentraron en la pequeña casa llena en esos momentos de rostros felices.

Yukito reconoció a la madre de Nakuru, quien los recibió con la misma gentil sonrisa que siempre tenían cada que lo recibían en su casa, y tan pronto Nakuru escuchó que habían ido a verla, les dio órdenes a ellos para que los dejara pasar a la habitación.

Yukito escuchó claramente como su corazón se fragmentaba al ver a Yue abrazando a la agotada mujer mientras cargaba el niño, y besaba la cabeza de su esposa agradecido por el maravilloso regalo que acababa de darle.

Fue la primera vez que vio a Yue mostrándole cariño a alguien, que lo vio mostrar alguna emoción ajena al absoluto fastidio. Tal vez el capitán tenía razón y debía dejarla partir. Tal vez lo mejor era que al fin se olvidara de ella.


Caminó hacia el despacho del capitán mientras lanzaba con su mano derecha la bolsa con el monto de la venta del día.

Su último cliente, el dueño de una taberna, había sido un hueso duro de roer, pero al final había conseguido que pagara el precio total de la mercancía. Por eso, a pesar de ser pasado la medianoche y no haber descansado nada, se sentía muy contento.

Había descubierto que trabajar reducía sus penas; que mantener la cabeza ocupada era muy útil para huir de los pensamientos pesimistas.

—Yukito arruinó un nuevo cargamento de vegetales. No sé porque aún sigue en este barco.

La voz de Yue quejándose de su desempeño otra vez, le amargó el día, pero aún así, tomó la perilla de la puerta dispuesto a entrar y brindarle la buena nueva de su éxito a su capitán, y restregárselo al gruñón tipo.

Era su culpa por seguir insistiendo en hacer que llevara las cargas. El capitán sí comprendía que había cosas para las que no se hallaba físicamente preparado, y por eso le había dado la oportunidad de relacionarse estrechamente con otras personas y convencerlas era algo que sí era su fuerte. Por eso era tan buen capitán. Por eso él lo veía como su propio padre.

—Tienes que calmarte, Yue. Acaso no conoces el término: inversión a futuro.

—Si habla de su supuesta idea de venderlo a uno de los enemigos de Fei-Wang, dudo mucho que alguien le de algo por él.

Yukito contuvo el aliento justo antes de girar la perilla, y permaneció allí paralizado mientras el capitán decía:

—Me temo que en eso también te equivocas. Esta es una lista de posibles compradores y sus ofertas.

—¿Quieren dar tanto por él?

—Te lo dije. Un muchacho escuálido y con ganas de morir no sería divertido de torturar, pero un hombre con una razón para vivir… verlo suplicar sería muy divertido. Toda una atracción. Nos haremos ricos de esta manera, y podremos dejar de vender estos estúpidos víveres, ¿no te gustaría, hijo?

«¿Hijo?»

—Supongo que un viejo zorro como tú no deja sus viejos hábitos. Es decir, vendiste a tu único hijo al emperador de Nihon como esclavo, ¿por qué no habrías de hacer lo mismo con un pobre chico desdichado?

—Hijo…

—¡No me llames hijo! Ahora que soy padre… estoy seguro de que tú no mereces ese título —rugió Yue completamente indignado—. Ya te lo dije una vez, y lo repetiré de nuevo. Perdiste el derecho a llamarme hijo cuando consideraste más valioso el pago por un niño de una raza extinta, a la vida del hijo que tú procreaste. Lo único que quiero de ti es el pago por mi trabajo de cada día, ni un céntimo más ni un céntimo menos. Esa es la relación que tú elegiste.

Yue abandonó el despacho mientras el capitán se quedaba en su asiento meditando en sus palabras. Tal vez su hijo tenía razón y no merecía su perdón. Pero eso no impediría que le diera una mejor vida a su nieto.

—Si vienes a decirme cuánto me desprecias, te cuento que eso ya me quedó más que claro. Aún así, me temo que cuando muera, este barco seguirá siendo tuyo y de mi único nieto.

—Perfecto. Será un placer darle a su hijo ese mensaje.

El anciano levantó la mirada hacia la persona que estaba delante de él, pero antes de que pudiera decir nada, el abrecartas sobre su escritorio terminó incrustado en su garganta, mientras las gotas de sangre caían sobre el papel con los nombres de los posibles compradores.

Yukito se dio cuenta muy tarde de lo que había hecho, y tomando el papel de sobre aquella alargada mesa, salió huyendo del barco dispuesto a hablar con la única persona que podía socorrerlo.

Tocó la puerta, pero nadie abrió. Rodeó la casa y se acercó a la ventana de la habitación en la que Ruby solía descansar, y se quedó helado al ver a las dos personas que tumbadas en la cama con el cuerpo desnudo se embriagaban en su amor.

Los gemidos y jadeos de Ruby resonaban en su cabeza mientras se alejaba de la casa, y sólo entonces comprendió que estaba totalmente solo, que nunca jamás nadie lo querría de verdad.


—Yukito, ¿qué haces aquí? Yue dijo que te mataría si volvías al barco. Debes irte enseguida.

Aunque Ruby intentó abrir la puerta para que se marchara, Yukito le cerró el paso mientras la tomaba de la mano.

Ya le había parecido muy raro que su pequeño hijo abandonara la habitación que le habían adecuado en el barco y pareciera tan asustado mientras la llevaba hasta el despacho que ahora era de su esposo, pero ver los ojos de Yukito que en esos momentos eran de un verde oliva con destellos avellana, y darse cuenta de lo mucho que había cambiado en aquellos cinco años, le provocó un tremendo escalofrío.

Ya no era más el chico gentil que había conocido. No solo era esa marca carmesí que ahora llevaba en el brazo, aquella era la expresión y las manos sigilosas de un asesino.

—Yukito, ¡¿qué haces?!

A pesar del temor que mostraba la pregunta de Ruby, él continuó olfateando su cuello mientras la acorralaba de espaldas contra el escritorio.

Se había acostumbrado tanto al olor de la sangre y los cuerpos sin vida de sus enemigos, que había olvidado cómo se sentía tener un contacto humano real.

Durante su tiempo lejos de ella, después de haber asesinado a todos los hombres de la lista de compradores, y haberse hecho de la suficiente fama para que el jefe de los zorros lo reclutara en su grupo de asesinos, había intentado descubrir si era capaz de sentir aquello por otra mujer, si había una forma humanamente posible de olvidarla; pero solo Ruby despertaba en él sus más bajos instintos, aquellas ganas locas de perderse en su delgado cuerpo.

Le daba tanta rabia pensar que Yue era quien la tocaba. Solo tenía unos segundos con ella en aquel cuarto, y ya sentía enloquecer de deseo con solo mirarla.

—Yukito… Sé que me extrañaste mucho, pero esto ya es inapropiado. Si Yue entra de repente, entonces…

—Eso es lo que deseo. Quiero que vea cómo tomo de vuelta aquello que me robó.

Las manos de Yukito se colaron hasta sus pantorrillas, y ascendiendo desde allí con sus dedos mientras levantaba la falda de su vestido, comenzó a acariciar los muslos de Ruby mientras usaba sus propias piernas para separar las de ella, y obligarla a permanecer recostada sobre la mesa.

Seishiro tenía razón. Las personas correctas y altruistas jamás obtenían lo que deseaban.

Sus pensamientos, sus deseos… había pasado mucho tiempo ocultándolos, conteniéndolos, ¿y para qué?

Si algo había aprendido durante toda su vida, era que las personas jamás lo aceptarían como quien intentaba ser, sino como aquella en la que estaba destinado a convertirse.

Había procurado desesperadamente ser como los demás, ser una persona gentil, pero tanto reprimirse, tanto ser lo que creía los otros querían que fuera, le habían impedido reconocer que nunca sería como los demás, y eso no era necesariamente malo.

Él jamás encajaría, jamás sería un ciudadano común con una familia normal, por qué su corazón… hacía mucho tiempo se había quedado sin uno.

—Lo mataré luego de tomarte frente a sus ojos, y te llevaré conmigo. Tenerte a mi lado es lo único que quiero y querré en la vida.

—¿Querer? Dirás qué eres un maldito lunático obsesionado con ella. ¡Cómo mierda puedes decir que la quieres si la haces llorar de esa manera!

La voz de Yue ingresando al despacho le provocó desde repudio, frustración, hasta una profunda alegría. Terminaría lo que inició más tarde. Ahora lo que más quería era matar al único obstáculo que le impedía tener a Ruby.

Sus compañeros de los zorros carmesíes no tardaron en salir de su escondite y acorralar y golpear al entonces capitán, y tomando la mano de Ruby para llevarla a la barca que ya los esperaba y que los llevaría a su escondite, sintió como su pierna empezaba a escosar mientras un objeto punzante lo atravesaba justo en el momento en el que la ayudaría a lanzarse hacia la pequeña embarcación.

Ardió de rabia al verla intentar regresar con Yue y ayudarlo, y tomándola del cabello le golpeó la cabeza contra un costado del barco.

No midió su fuerza, de hecho, ni siquiera sabía que era tan fuerte ahora.

Ruby se desmayó al instante y terminó cayendo al agua mientras su cabeza sangraba.

Él entró en pánico al entender que con su pierna lacerada no podría rescatarla, y ordenó a todos los hombres que dejaran de golpear a Yue y la sacaran del mar, pero ninguno lo consiguió a tiempo.

Perderla lo hizo reconsiderar su vida, el objetivo que perseguía siendo parte de los zorros. Reencontrarse con su hermano era el empujón que necesitaba para intentar reivindicarse y huir de sus errores, y casi lo consiguió. Pero uno nunca puede huir de su pasado, y el suyo lo encontró cuando la vio entrar en el campamento con el cabello más largo, una identidad completamente diferente y ni un solo recuerdo de su vida anterior.


Llevó la mano a su mejilla al sentir como le escosaba después de la bofetada que le había dado Nakuru cuando intentó desnudarla en su noche de bodas.

Ella se disculpó de inmediato, argumentando que había sido solo un reflejo de lo mucho que le aterraba volver a vivir algo como lo que tuvo que soportar mientras estaba en la casa de las gardenias, y si bien él le había dicho que lo entendía, en verdad se preguntaba si ella había recuperado sus recuerdos y temía que la matara si llegaba a descubrirlo.

—¿Sólo otra vez?

Yukito entornó los ojos al escuchar la voz de Seishiro, y volvió su mirada al hombre de ojos negros que ahora se hallaba con él en la azotea de aquella torre.

Había ido allí en busca de su hermano, pero se había quedado escondido en la cima de la alta edificación al notar que ellos mantenían una celebración en el jardín.

Tomoyo danzaba frente a todos, Kaho y Touya tocaban música y los demás bebían y reían a la luz de una fogata. Una celebración muy pequeña, pero llena de un amor y alegría que apenas se daba cuenta le enfermaba ver.

—Sabía que no dejarías ir tan fácil a un desertor. ¿Ya viniste a matarme, Seishiro? —dijo al fin dirigiéndose a su antiguo jefe.

—Eso de verdad me hiere, Yukito. Tienes un concepto realmente malo de mí a pesar de todos nuestros años de buena amistad.

El hombre de pelo café se sentó al lado del de cabello gris, notando como este fruncía el ceño mientras se preguntaba que celebrarían las personas de abajo.

La boda no se había realizado en ese lugar, y dudaba mucho que hubieran trasladado la celebración allí después de que ellos se hubieran marchado. La corona de flores que Hien llevaba en la cabeza le daba una pista. Era veinticinco de diciembre, el día de su cumpleaños y también el de…

—El emperador también cumple años hoy, y por eso le hicieron esta fiesta en su honor. Pero claro, no lo sabías porque no te invitaron.

—Estoy recién casado, Seishiro. Seguro pensaron que preferiría pasar tiempo con mi esposa.

—¿Hablas de la mujer que te dejará en cuánto recupere sus recuerdos? Yo también me sorprendí mucho cuando me dijeron que estaba viva. Seguro correrá hacia su antiguo esposo debido a que decidiste volverte bueno y no matarlo.

La ironía en las palabras de Seishiro hicieron que la ira bullera en su pecho, pero no intentó atacarlo porque sabía que debían haber más asesinos como él escondidos por ahí.

Una de las reglas de los zorros carmesíes era que nunca se debía actuar solo, y tal vez había sido lo que le había llamado la atención de ese grupo en primer lugar.

—Hay otra cosa que me inquieta igualmente, Yukito —continuó Seishiro no contento con haber echado sal a su herida—. Según tengo entendido, tu hermano, su esposa, su cuñada y sus sobrinos viven en esta torre. Hasta Touya que no es su familiar vive aquí, pero tú no. ¿O me equivoco? Si de verdad tu hermano te quisiera cerca, ¿no te habría pedido que vivieras en la torre como todos los demás?

—¿A dónde quieres llegar, Seishiro?

—A ningún lado. Yo solo decía —El alto hombre se encogió de hombros y volvió su mirada al grupo que parecía totalmente ajeno a lo cerca que estaban del peligro—. Puede que tu hermano haya estado contigo los últimos cinco años, pero no olvides que te dejó a tu suerte por veintitrés. ¿Crees que dudará en hacerlo de nuevo? Porque a mi me parece que te abandonará en cuanto tenga que elegir entre tú y ellos.

Aquella definitivamente fue la gota que derramó el vaso de su paciencia justo por que lo que Seishiro decía era totalmente cierto. Tal vez estaban juntos de nuevo, pero era obvio que lo más importante para su hermano no era él sino la familia que había conseguido.

Nakuru, Eriol… estaba cansado de tener que dudar de los sentimientos de los demás. De vivir con miedo a quedarse solo de nuevo.

Estaba harto de ello… y tal vez lo mejor era tomar medidas antes de que aquello ocurriera.

—Seishiro… ¿Qué te parece ser rey de Celes?

—Rey de… ¡Hombre, tu si que me conoces! —declaró Seishiro alborozado mientras se ponía de pie siguiendo a Yukito, quien ya se dirigía a la puerta que lo llevaría a las escaleras—. Siempre he querido matar uno de esos. Dime cual es el plan.

—¿Para qué ensuciarte las manos si puedes hacer que se maten entre ellos? Nihon, Liones y Celes. ¿No sería interesante que fueran un solo país?

—Me gusta como piensas, niño. Serás un gran emperador.

—¿Emperador?

Era la primera vez que lo pensaba. Jamás había creído que gobernar estuviera en sus genes, ni mucho menos que las personas le obedecerían debido a su apariencia. Ahora le agradaba la idea.

El juego comenzaba a partir de ese momento, y juraba, aún muriera en el intento, que les haría sentir a cada uno de ellos lo que era que te arrebataran todo lo que era importante para ti.


Entró a la habitación abruptamente sin poder creer que al fin la hubieran encontrado.

A veces los hombres de Seishiro eran tan inútiles. ¿Cómo era posible que tardaran tanto en encontrar a una sola mujer?

Se abalanzó hacia ella y le dispensó un abrazo al verla sentada sobre la cama de aquella posada con el cuerpo vendado, y maldijo a quienes había enviado a perseguirlas, por dejarla tan malherida.

Se suponía que solo les darían un susto lo suficientemente fuerte para que Shaoran se convenciera de que el emperador de Nihon quería hacerle daño a Sakura.

Así cuando todos fueran asesinados en la boda de Tomoyo en Celes, a nadie le cabría duda de que había sido orden de Masaki.

Todo estaba cuidadosamente elaborado. No había ninguna falla.

¡Maldita fuera la hora en la que esa mocosa se dio cuenta de lo que planeaban y consiguió escapar. Eso había complicado todo. Ahora tendría que adelantar sus planes.

—Yukito, ¿estás bien?

—Eso debería preguntarte yo a ti. Jamás te había visto tan lastimada —comentó con dulzura mientras besaba el dorso de su mano.

—Solo me caí del caballo. No te preocupes, ya estoy bien. Sabes que no pueden acabar conmigo tan fácilmente.

Tal afirmación le hizo sentir un duro en el estómago, al mismo tiempo que se percataba de que aquella era la primera vez que no le decía Yuki desde que se casaron.

Tampoco se explicaba cómo había llegado allí con esas heridas si su caballo supuestamente se había perdido en el bosque.

—Sabes Yukito… Me pasó algo muy raro ese día.

La vio levantarse de la cama y caminar hacia donde estaba su ropa, comenzando a vestirse pieza por pieza mientras le daba la espalda.

—¿Ah sí? ¿De qué se trata?

—Conocí a un hombre. Es obvio que no es de por aquí. Usa el cabello largo como los Nihones, pero el suyo parece blanco, creo que platino es la palabra más correcta para describirlo, y sus ojos… sus ojos grises… no sé por qué, pero cuando me miró sentí escalofríos.

—¿Y hablaste con él?

—¿Hablar? El sujeto se me fue encima en cuanto me vio. —Yukito frunció el ceño ante la imagen que abordó su cabeza ante tal afirmación—. Me sorprendió tanto que no pude evitar que me abrazara, y lo más extraño de todo es que me llamó Ruby mientras lloraba. Si lo hubieras visto entenderías por qué me sorprendí tanto. Esos tipos que son como él no lloran con facilidad, y menos por una desconocida. De hecho… cuando me trajo aquí… me besó.

—¿Y qué hiciste tú?

Ya la voz de Yukito apenas podía disimular su enojo, pero ella seguía relatando todo con completa calma.

—Lo empujé, por supuesto y grité. Los hombres de alrededor me defendieron y se lo llevaron pensando que quería aprovecharse de mí, pero yo… no sé por qué, pero tengo la sensación de que ya lo había visto en algún lugar. ¿Y si lo conocí antes de perder la memoria y en realidad me llamaba Ruby?

—Aun si así fuera. ¿Para qué quieres saberlo? ¿Acaso no estás conforme con tu vida de ahora?

Yukito la tomó del brazo y ella le sostuvo la mirada mientras se soltaba abruptamente.

—Sabes bien por qué quiero saberlo. Sabes bien por qué deseó recuperar la memoria. —Nakuru abrió su juban hasta la altura de su ombligo y le enseñó las marcas que bordeaban toda su cintura y que parecían líneas blancas dispersadas por su piel—. Esto solo le pasa a las mujeres que han estado embarazadas alguna vez, Yukito. Esto… me dice que yo tuve un hijo en algún momento de mi vida. ¿Y si mi hijo está por ahí en alguna parte sin su madre, y si yo en realidad…?

—¿Tienes un esposo esperándote en casa? ¿Y si ese sujeto es tu esposo?¡¿Eso es lo que estás pensando, Nakuru?!

Las manos de él la sujetaron por los hombros, pero esta vez la fuerza que aplicaba en ellos y el tono agresivo de su voz dejaba ver lo profundamente airado que se encontraba.

—¡Suéltame Yukito! Me estás lastimando.

—No, no voy a soltarte. ¿Sabes por qué no voy a soltarte? Porque eres mía. Nakuru o Ruby siempre has sido mía. Eres mía y no dejaré que ese bastardo ni ese mocoso te tengan de nuevo. No, ya te perdí dos veces… y prefiero echarte al mar una vez más, antes que devolverte con ellos.

Antes de que siquiera pudiera reaccionar, sintió como Nakuru lo atacaba, haciéndole una profunda cortadura con un pedazo de vidrio. Parecía de una lámpara. Parecía haberla tenido oculta entre su vendaje todo aquel tiempo mientras lo esperaba.

—¿Estás bien, Ruby?

Aquella segunda voz lo hizo llevar su mirada a la ventana, y al ver a Yue entrar a través de ella y abrazarla a su pecho mientras esta lloraba, comprendió que Seishiro tenía razón. Debió haberlo matado. debió acabar con él cuando aún podía.

—Tú… me mentiste. Sí hablaste con este bastardo.

—¡Sí, lo hice, y no quise creerle! Me dijo tantas cosas horribles de ti… no podía creer que te hubieras atrevido a tanto. Eres un demonio, Yukito. Las cosas que han pasado en el reino, la muerte de Touya, el que perdiera la memoria… Todo lo hiciste tú. Tú… tú eres culpable de todo esto.

—Tranquila, ya no te preocupes, Ruby —susurró Yue mientras volvía a abrazarla y enjugaba sus lagrimas—. No voy a dejarlo salir de aquí. Te juro que esta vez sí voy a matarlo.

—¿Estás seguro de eso?

Como si hubieran salido de entre las sombras el cuarto se llenó de hombres con la marca carmesí en el brazo tan pronto escucharon a Yukito hablar. Eran veinte, no, treinta. Cada uno más armado que el anterior.

—¿Crees que dejo a MI MUJER sin vigilancia? Mátenlo a él, encuentren al niño y a ella atenla hasta que regrese. Veremos si se niega a estar conmigo a costa de la vida del niño.

—¡Eres un monstruo, Yukito! Tu… tú no tienes corazón.

Yukito detuvo sus pasos al escucharla gritar aquello, y una tétrica carcajada llena de amargura brotó desde su pecho.

—Tal vez tengas razón… pero no lo necesito —soltó finalmente antes de cerrar la puerta a sus espaldas, resuelto a buscar a Shaoran y acabar con él de una vez por todas.

No dejaría que nadie más se metiera en sus planes. No dejaría que nadie más le quitara lo que era de él.


Y hasta aquí la restrospectiva de nuestro villano.

Ahora sí, ¿A quien odian más? ¿A Eriol, Meiling o Yukito? Seishiro también se vale. Ese también es muy malo.

Es mi caso yo amo-odio a Yukito. Tal vez es porque es uno de mis pequeños, y si creo que la vida no fue justa con él y que las personas que se encontró en el camino no lo ayudaron.

Cosas de escritora.

En fin, ya solo nos queda el próximo capítulo para terminar. No puedo creerlo ;(.

No quiero que esta aventura termine, pero debemos cerrar el ciclo.

En fin, espero esten presentes para el gran final.

Mil gracias por seguirme apoyando. Les envío un abrazo de oso. Nos leemos muy pronto.