La Nueva Emperatriz

Capítulo 34

—Maldito. ¡Entonces si eras tú!

Yukito llevó la mirada hacía Shaoran al escucharlo gruñir aquello totalmente rabioso, y se colocó de cuclillas delante de él para situarse a su nivel.

Al menos algo debía agradecerle a la insolente de Meiling. Tenerlo allí atado le facilitaba mucho las cosas.

—Siento haberte mentido hace un rato, Shaoran. No podía permitir que me descubrieras tan fácilmente. Si te sirve de consuelo, realmente me dolió recibir esa herida para salvar las apariencias. Pero no te preocupes por mí, ya estoy bien.

Su gentil sonrisa que antes le había parecido tan reparadora y sincera, ahora se antojaba tan llena de hipocresía y burla que le amargaba el estómago. Cinco años… cinco años fingiendo simpatía, viviendo entre ellos, ¿con qué objetivo? ¿Tomar el trono? ¿Vengar a su madre?

—Termina esto de una buena vez, Yukito. Ellos… ellos no tienen la culpa de todo esto.

—Te equivocas, tienen toda la culpa. —Al ponerse de pie y sostener la mirada de Eriol una vez más, su expresión se volvió fría, casi indolente. Era obvio que el que estuviera allí aún a pesar de haberle amenazado con matar a su hijo confirmaba todas sus sospechas sobre cuáles eran sus verdaderas prioridades—. El derecho al trono de Nihon, el tiempo y la atención de mi hermano. Veintitrés años de mi vida en los que tuve que sobrevivir a duras penas sufriendo el rechazo de todos a mi alrededor… Todo eso ocurrió porque preferiste esta familia a tu hermano pequeño que si te necesitaba.

—Eso no es cierto. Intenté encontrarte.

—¡Mentira! ¡Te alegraste cuando te dijeron que estaba muerto! ¡Te sentiste feliz de haberte desecho de un estorbo!

Lo mucho que se había deformado su rostro, el tono tan alto y airado que había adoptado su siempre calmada voz, hasta la forma en la que los mechones de cabello grisáceo caían sobre su frente empapada con el sudor de todo lo que había tenido que afrontar para llegar hasta la torre. Ya no era Yukito, ya no era su hermano. El odio en su cuerpo había tomado el control de cada extremidad, y en ese momento no sentía ni pensaba en absolutamente nada que no fuera acabar con cada uno de ellos.

Yukito por su parte sentía tanto cansancio y dolor que ni siquiera sabía cómo podía estar de pie en esos momentos. Tal vez solo había aprendido a obligar a su cuerpo a exceder sus propios límites. Tal vez después de tanto esfuerzo, estaba exprimiendo las energías de su cuerpo para dar su última batalla.

No le importaba morir. Ya no le quedaba absolutamente nada. Había vuelto al mismo estado de soledad y rechazo general del principio, y por un demonio que no volvería a ser ese niño miserable olvidado por todos.

—Nunca te consideré un estorbo —sollozó Eriol incapaz de contener más las lágrimas que amenazaban con ahogarlo—. Por mucho tiempo fuiste la razón de mi existencia, la persona por la que soportaba todos los maltratos de Fei-Wang, para el beneficio de quien cumplía todas sus órdenes. Maté a muchas personas para que sobreviviéramos, Yukito. ¿Tienes una mínima idea de todos los que han muerto porque puse a la disposición de Seishiro cada maldito yacimiento del antídoto para el narciso de otoño con tal de que te dejara abandonar los zorros carmesíes? Hice todo eso porque quería que tuvieras la vida que nunca tuviste, porque deseaba reparar el daño que te habían hecho las personas a tu alrededor. Y tú… ¿haces esto? ¿Cómo demonios haces todo esto? Cada día desde que secuestraste a Kaho he pensado que podías cambiar, que podías darte cuenta del error que estabas cometiendo. Hice todo lo que pude… resistí el impulso de matarte tantas veces… Ya no sé quién eres, no sé quién es la persona que estoy viendo, y comienzo a pensar… comienzo a pensar que debimos dejarte en la carretera ese día.

—Por fin dices la verdad. Por fin sale algo más que mentira de tu boca. —Yukito desenvainó su espada y reduciendo la distancia que lo separaba de Eriol, colocó la punta de la misma en su pecho mientras luchaba porque su voz no se partiera al escuchar esas palabras que siempre temió escuchar desde niño, de la única persona que no lo había rechazado a pesar de todo lo que había hecho—. Bien, te mostraré piedad porque fuiste tú quien me enseñó a ser un perfecto mentiroso y te mataré primero. Así no tendrás que ver cómo tu amada familia muere.

Eriol cerró los ojos mientras veía a Yukito sujetar con fuerza el mango de su espada para perforarle el corazón y acabar con él de una buena vez, abriéndolos abruptamente al escuchar la voz de Shaoran, quien sostenía su espada contra la garganta de Yukito que parecía aturdido con el hecho de que hubiera podido liberarse.

Eriol buscó con la mirada una explicación para ello, y al ver a Sakura apenas consciente, sosteniéndose de la silla ahora vacía, con las ataduras que habían condenado a Shaoran a la inactividad en sus manos, mientras ella misma parecía haberse liberado cuando la silla en la que se encontraba se rompió debido a la fuerza con la que Meiling la lanzó al suelo, comprendió que durante todo ese tiempo ella se había mantenido quieta con el objetivo de aprovechar cualquier oportunidad para liberar al castaño, que por la expresión que tenía, parecía estar a nada de rebanar el cuello de Yukito.

—Te juro que voy a hacerte pagar por todos tus crímenes este día, Yukito. Todo lo que hiciste, te prometo que no se te perdonará ninguno de tus pecados.

—¿Quién? ¿Tú? ¿El emperador inútil que fue más fácil de engañar que todos los demás?

Yukito tomó el filo de la espada de Shaoran con su mano sin importar que comenzara a destilar sangre en abundancia, hasta el punto de casi cortársela en dos partes, y aprovechando la confusión de Shaoran quien aflojó su agarre al notar como se hacía daño a sí mismo a propósito, le clavó la daga con la que su secuaz había matado a Meiling en el costado derecho, haciendo que uno de los zorros a sus espaldas lo tomara de los hombros y derribándolo en el suelo, comenzara a golpearlo al darse cuenta de que su superior ya no se hallaba en peligro.

Eriol intentó ayudarlo para evitar que ese sujeto lo matara, pero negando con la cabeza, Yukito le hizo percatarse de que el zorro restante sujetaba a Sakura en esos momentos.

Si daba solo un paso en falso uno de los dos tendría que morir.

—Tengo que darte un poco de crédito, Shaoran. Casi lo descubriste cuando buscábamos el cuerpo de Touya —continuó Yukito mientras ataba su mano lastimada con un trozo de su propia ropa—. El problema es que eres muy sentimental, y siempre cedes cuando te dicen lo que quieres oír. ¡Solo bastó mostrarme un poco afligido y decir unas cuantas palabras que reflejaran pesar para convencerte de que realmente apreciaba a ese bastardo! Eres tan iluso. Tal vez deberías morir primero.

El sonido de un par de flechas surcando el aire casi consecutivamente, llamaron la atención de Yukito y Eriol quienes sólo entonces se percataron de que el zorro que mantenía cautiva a Sakura la había soltado para sostener en su lugar un arco que había usado para matar al hombre que en esos momentos golpeaba sin piedad al castaño, y de paso perforar el hombro de Yukito, solo porque se movió lo suficientemente rápido para que no lo matara.

El bandido descubrió su rostro, dejando ver aquellas femeninas facciones que hicieron que Yukito apretara los dientes mientras veía con rabia a Eriol quien se acercaba a Sakura para examinar sus heridas, confirmándole así que ambos trabajaban juntos.

Por supuesto. Por eso lucía tan tranquilo a pesar de saber que no podía matarlo. Tal vez él no podía hacerle daño porque también era un sentimental empedernido, pero la feroz chica de ojos azules y cabello dorado que lo apuntaba con su arma no tendría ningún problema en hacerlo.

—¿Realmente creíste que tus inútiles hombres serían capaces de retenerme, Yukito? Estuve entre ustedes por un año completo. Sé bien cómo acabar con un par de alimañas de su calibre.

—Con que Freya: la princesa secreta del reino de Celes. Definitivamente no paras de sorprenderme. —Yukito retiró la saeta de su brazo sin siquiera reparar en la cantidad de sangre que comenzó a brotar de esa herida, y sonrió a la airada chica que parecía medir con su arco la manera más certera de acabar con su vida de un solo tiro—. Supongo que el sacrificio de Fye no fue en vano después de todo. Es el niño más valiente que he matado.

—¿Qué dijiste? ¡¿Tú lo asesinaste?! —rugió Freya colérica, haciendo que el hombre frente a ella ensanchara su sonrisa.

—Que conste que los funcionarios de tu padre me pagaron para matarte a ti, pero él siguió fingiendo ser tú aún mientras agonizaba. —Yukito lanzó la daga con la que había atacado a Shaoran en dirección a Freya, con tan mala puntería que apenas pudo hacerle un pequeño corte en la mejilla—. Dar su propia vida para proteger a su hermana… estoy seguro de que hubiera sido un gran rey si no hubiera muerto tan joven.

—¡Maldito! ¡Voy a acabar con tu miserable existencia!

Freya sacó de sus costados un par de cuchillos con los que juraba cortarle la garganta y luego cercenar cada extremidad de su cuerpo, quedándose paralizada mientras le faltaba el aire y sus brazos y piernas se congelaban.

Shaoran, quien a pesar de que nadie lo atacaba ya, también permanecía tirado en el suelo sufría de una situación similar, y Eriol… en algún momento era Sakura y no él quien intentaba ayudarlo, pues se había desplomado antes que cualquiera de los últimos dos, quien para ese momento llevaban sus manos a su cuello intentando hallar la manera de recuperar el aliento.

—¿Crees que me arriesgaría a enfrentarme a todos ustedes solo, sin tener un as bajo la manga?

Sakura descubrió el brazo izquierdo de Eriol al sospechar lo que había ocurrido, y al ver aquel sarpullido verdoso extendiéndose a una velocidad inusual por su piel, comprobó lo que ya temía.

—El narciso de otoño. Pero, ¿cómo? No hay forma de que alguno lo ingiera sin mostrar síntomas hasta ahora.

—Eso es porque no lo ingirieron, pequeña Sakura. Esta es mi propia versión. Está mezclado con henna negra, y suelo utilizarlo para recubrir mis armas. Eso permite que actúe más rápido y que un simple corte sea suficiente para infectar a un adulto. Morirán en solo un par de horas. Aunque no voy a darles la oportunidad de conseguir el antídoto y sobrevivir como la maldita Ieran y Akiho. Yo no soy tan estúpido.

Sakura descubrió el pecho de Eriol, y se dio cuenta de que si bien no lo había matado, la espada de Yukito si había conseguido perforar un poco de su diafragma.

El hombre de ojos azules parecía estar a punto de perder el conocimiento por la falta de aire en sus pulmones, y Freya y Shaoran no lucían en mejor condición.

Yukito caminó hacia Shaoran y tomó la espada que él luchaba por sostener, y luego volvió su andar hacía Sakura, quien retrocedía de puro terror al saberse totalmente desamparada.

—"Asesinada con la espada del hombre que amó", es casi justicia poética. —Se mofó Yukito mientras arrastraba la espada del castaño hasta Sakura, colocándose de cuclillas delante de ella al notar que se había dejado caer al suelo al sospechar que si seguía allí de pie en el borde de la azotea de la torre, sus piernas, que no dejaban de temblar descontroladamente, la harían caer desde allí.

La ropa de Yukito para ese momento era totalmente carmesí, manchada con la sangre que provenía de sus propias heridas. Él tomó un mechón de pelo del rostro de Sakura y luego acarició su mejilla como si intentara concederle la oportunidad de suplicar por su vida.

Ella no lo hizo. Parecía más preocupada por las dos personas que luchaban por arrastrarse en su dirección y defenderla, y aquella que ya yacía inconsciente a solo unos metros de ellos.

Yukito sonrió mientras alzaba la espada sobre su cabeza dispuesto a clavarla en su corazón ante la mirada desesperada de Shaoran, quien para entonces no podía siquiera gritar, y entonces, se detuvo justo a centímetros de ella mientras llevaba la mano a su propio estómago, donde las manos de la castaña sostenían con todas sus fuerzas el mango de la daga que él había lanzado a Freya, la misma que contenía el peligroso veneno.

—No dejaré que dañes a nadie más. Yo no… yo no dejaré que sigas haciéndole daño a las personas que quiero —murmuró Sakura entre lágrimas mientras sus manos se llenaban de la sangre del hombre, quien parecía perplejo de que la más débil del grupo le diera el golpe final.

Aquello provocó un cosquilleo en su pecho. Sin él mismo entender por qué, comenzó a reír ante la ironía del momento. Él, que siempre se consideró el más débil, había sido derrotado por alguien mucho más débil que él.

—Entiendo. Es muy loable tu sacrificio. Eres muy valiente, solo que… debiste apuntar a la garganta.

Usando sus últimas fuerzas, Yukito sostuvo el mango de su espada dispuesto a cortarle la cabeza, pero un torrencial de flechas se incrustaron en su espalda, haciendo que tuviera que soltar el arma y a duras penas volviera su mirada en la dirección en la que se encontraban sus atacantes.

Tomoyo, Kurogane, Kaito y Touya, los dos últimos con sus arcos en la mano, se hallaban en la azotea con los rostros totalmente descompuestos ante la escena que contemplaban, y Sakura aprovechó que él se había distraído para arrastrarse en dirección a ellos.

Vio a Touya desenvainar su espada e intentar correr hacía él pensando que trataría de alcanzarla y hacerla su rehén, y entonces comprendió que a pesar de sus esfuerzos aquel sería su final.

—Por cierto, hermano. Sé que me escuchas así que te lo diré. No te dejé vivir ese día porque me importaras. Solo deseaba vengarme de ti de la manera más dolorosa posible, y creo que lo logré. Espero que sus miserables vidas sigan estando llenas de sufrimiento y angustia. Eso es lo que significa ser parte de la realeza después de todo.

Tras decir aquellas últimas palabras, Yukito se arrojó de la torre antes de que Touya llegara con él, y sintió un regocijo enorme al saber que al fin iba a morir.

Tal vez en el fondo siempre había querido poner fin a su vida, pero era demasiado cobarde para hacerlo por sí mismo.

Era un buen final para alguien que no debió haber nacido siquiera. El olvido, la soledad y el desprecio, eso era lo único que aquel mundo siempre había tenido para él.


A pesar de haber pasado un mes completo desde lo ocurrido, el aire en Liones seguía sintiéndose tan viciado como el primer día.

No solo era la noticia de que un solo hombre había conseguido poner en peligro la vida de la familia real de los tres países más poderosos de la zona, sino que uno de los principales instigadores de tal desastre, Seishiro, había podido escaparse de la impenitente espada de Ierán Wang, y podía estar en cualquier parte de ese continente.

Casi se sentía como si hubieran fracasado, como si apenas le hubieran cortado la cola a la serpiente.

La vida en aquellos reinos gradualmente volvería a la normalidad, pero ese miedo… ese temor al desastre que había resultado de tantos sucesos desafortunados ocurridos casi al mismo tiempo, tardaría mucho más en desaparecer.

Eriol levantó la vista al reconocer el lugar al que lo trasladaban, y descendió del carruaje dispuesto a afrontar su propio destino.

Según se había enterado, el padre de Touya, Fujitaka Kinomoto, había desarrollado un potente antídoto capaz de inhibir el efecto del narciso de otoño, y afortunadamente, la mezcla que Yukito había usado contra ellos. Por eso todos habían sobrevivido aquel día a pesar de lo cerca que estuvo aquella toxina de acabar con su existencia, aunque no podía decir que conservar aún su vida lo alegraba en absoluto.

Había muchas formas de morir sin estar realmente muerto, y la agonía que castigaba su alma al saberse culpable de la muerte de la mitad de su familia y haber puesto en peligro mortal al resto, era una de las formas más crueles de morir en vida.

Caminó hacia la orilla del risco y se giró para mirar a Touya, quien en esos momentos desenvainaba su espada para llevar a cabo la ejecución.

Morir en el lugar donde su hermano estuvo a punto de acabar con la esperanza de tres reinos era lo mejor, lo ideal era morir por la mano de la persona a quien más daño le hizo desde que llegó a Liones.

No intentó cerrar los ojos al ver al trigueño agitar su espada en el aire dispuesto a cortarlo en dos, por lo que fue mayor su desconcierto cuando en vez de terminar con su vida, Touya cortó las cuerdas que mantenían aprisionadas sus muñecas para luego envainar su espada.

No entendía nada. El veredicto de su juicio había sido claro. Debía morir. Debía morir por haber traicionado a su patria y su familia.

—Yo Touya Amamiya, antiguo general del ejército Liones y actual emperador de la nación de Nihon, —empezó a leer uno de los soldados de un rollo con el emblema de dicho país, mientras el trigueño seguía de pie en su lugar con expresión seria—, en común acuerdo con el emperador de Liones, Xiao-Lang Li y la recién nombrada reina de Celes, Freya D Flourite, declaro que por su colaboración en el ajusticiamiento de Yukito Amamiya, hijo del príncipe destituido, Fei-Wang Amamiya, y el rescate de la actual reina de Celes y la conservación de la vida de la actual general del ejército Liones, Ierán Wang, se revoca la sentencia de muerte dictada en contra de Eriol Li, y en cambio, se le condena a vivir en el exilio por los siguientes siete años, la edad exacta en la que dicho emperador fue arrancado de sus raíces por instigación de él mismo. Esta orden se hace efectiva de manera inmediata, por lo que si se le ve en territorio de cualquiera de los tres países durante ese tiempo, se ordenará su ejecución inmediata sin ningún tipo de penitencia adicional. Estos soldados lo llevarán a su nueva residencia en Keir, país limítrofe con Liones, y cuidarán de su bienestar hasta que se complete por completo su sentencia. Este decreto está firmado y sellado por los tres monarcas, por lo que su orden real es inquebrantable.

—¡No pueden hacer esto! ¡Lo que hice merece la muerte!

—La merece, es verdad —declaró Touya mientras se daba la vuelta, acercándose al carruaje en el que él mismo había llegado como si tuviera la intención de marcharse—, pero alguien es tan ingenuo que sigue creyendo que una persona como tú tiene corazón

—¿Quién? ¿Shaoran? ¿Freya? ¿Tú?

—Ninguno de los tres. De hecho… —Extendió la mano hacia la puerta del carruaje, y ayudó a bajar del mismo a la persona que con solo verla, provocó que Eriol cayera de rodillas en el suelo.

La pelirroja mujer sonreía mientras cargaba un pequeño niño en sus brazos y caminaba hacía él. Eriol temblaba de incredulidad. No podía ser…. eso que estaba viendo no…

—P-pero Yukito dijo… —balbuceó Eriol entre lágrimas mientras analizaba la apariencia de esos dos seres que se acercaban a donde él estaba.

Esos ojos, ese color de piel, esa tenue sonrisa. Él realmente creyó… Él realmente creyó que él…

—Te dije que tenía un plan, pero tú caíste en la desesperación y le creíste más a él.

Touya sonrió al ver los ojos de Eriol atiborrarse de lágrimas mientras su esposa, su hermosa esposa, se arrodillaba a su lado y con lágrimas en los ojos le mostraba a su hijo, a su diminuto bebé.

—También necesitarán quien los ayude en sus quehaceres, así que les asignamos un par de sirvientes. Yamazaki y Chiharu ya los están esperando en su nueva casa, seguro su pequeño hijo será un buen compañero de juegos para el tuyo.

Eriol permaneció en silencio mientras veía el rostro del pequeño de cabello negro y ojos azules, y miraba los dedos de su esposa que se hallaban intactos. Su rostro tampoco parecía el de alguien que había recibido una cruel tortura durante los últimos dos años, y su pequeño… su altura y complexión física eran la de cualquier niño normal.

No entendía nada. Se sentía igual o más confundido que al principio.

Su esposa, entendiendo cuales eran sus pensamientos, le extendió un objeto de lana de color azul mientras sollozaba, y al verlo, Eriol lloró amargamente al darse cuenta de que Yukito lo había conservado todo aquel tiempo. Que aquello que le había dicho antes de morir era mentira, un recurso desesperado para que no recordara al hombre en el que se había convertido.

—Es mi culpa. Ese maldito Seishiro se aprovechó de todo el dolor que sentía y lo usó para que hiciera lo que él deseaba. Mi hermano jamás fue ese tipo de persona, mi hermano… mi hermano no debió morir así.

Ninguno de los presentes había visto a Eriol llorar con tanta amargura, y su esposa y hasta el mismo Touya terminó contagiado por todo el dolor que reflejaban sus palabras. Llorar por un familiar fallecido, sin importar lo que hubiera hecho, era lo más natural. Lo que hacían los verdaderos seres humanos.

—Yo tampoco creo que alguien pueda fingir tan diestramente algo que nunca ha sido. Que pueda simular sentir afecto cuando jamás ha sentido amor, y esa gentileza de Yuki… La forma en la que nos trató a mi y al niño mientras estuvimos en ese lugar… Es cierto que estábamos encerrados, pero él siempre se aseguró de que no nos faltara nada, que ninguno de esos hombres nos hicieran daño. Creo que él también deseaba ser una buena persona, pero la voz en su cabeza repitiéndole lo mismo que siempre le decía ese hombre, pudo más que la voz de su corazón.

—Si tan solo lo hubiera encontrado antes de que conociera a ese sujeto, Kaho. Si no me hubiera rendido a la primera oportunidad.

—Jamás sabremos cuál habría sido el resultado, Eriol. —La tristeza del hombre de mirada añil consiguió conmover a Touya en lo más profundo del corazón.

Él también vivió la agonía de estar solo en un lugar donde era despreciado, y estaba seguro de que si no hubiera encontrado a Hien entonces, su destino hubiera sido igual o peor que el de Yukito. No sé trataba de que uno fuera mejor o peor que el otro, solo algunos habían tenido una mejor fortuna.

—Sé que es doloroso y que pasará tiempo antes de que puedas perdonarte por lo que pasó, pero por ahora tienes a tu hijo, a una criatura que necesita de tu completa atención y cariño. Demuestra con él cuán diferentes habrían sido las cosas para tu hermano. Conviértelo en el hombre que hubieras deseado que él fuera.

Touya extendió su mano hacia él, y al verlo tomarla en cambio para permitir que le ayudara a levantarse, lo abrazó con fuerza mientras le agradecía que hubiera soportado solo toda aquella situación.

Eriol no sentía que se mereciera el perdón ni mucho menos su agradecimiento. Deseaba morir tal y cómo lo había hecho su hermano, pero su esposa y su hijo no se merecían quedarse solos después de todo lo que habían pasado.

—Visita mi palacio dentro de siete años, Eriol. Aunque Shaoran tenga a Kaito, yo aún no he elegido a mi consejero.

—Seguro encontrarás otro hombre mejor para ello que yo. Cuida bien de mi sobrina y enséñale cosas buenas a ese niño.

—¿Niño? ¿De qué niño hablas?

Eriol tomó la mano de su esposa y avanzó lentamente hacia el carruaje sin dar una respuesta a su duda. Había vivido lo suficiente con Tomoyo para notar el más mínimo cambio en su cuerpo, y seguro con el tiempo Touya aprendería a verla de manera similar.

Le aliviaba dejarla en buenas manos, saber que el emperador y emperatriz que tendrían Nihon a partir de entonces harían de ese país un reino maravilloso. Solo esperaba que su sobrino también pudiera recobrar el juicio y elegir lo que era mejor para él.


Abrió los ojos con lentitud al sentir los rayos de luz colándose a través de las cortinas de satín rojo que cubrían el par de ventanas de aquella habitación.

Hacía menos de dos horas que había logrado conciliar el sueño, por lo que sentía los párpados cargados y el cuerpo dolorido; pero aunque su deseo era permanecer perdido entre las sábanas de su cama, no ese día, sino todos los que le quedaran de existencia, entendía bien que aún siendo el emperador de esa nación, no podía darse el lujo de ignorar el que ya hubiera amanecido; sobre todo porque aquel tres de abril era el día de su boda.

Esa noche, como todas las anteriores, lejos de ser plácidas y reparadoras, se habían convertido en ciclos interminables de insomnio, dónde los pensamientos y recuerdos se agolpaban con violencia en su cabeza, hasta que el cansancio lo vencía y terminaba quedándose dormido casi a la hora del amanecer.

Esa era la razón de sus marcadas ojeras y su falta de energía, lo cual, aunado a su ausencia de apetito, explicaba bien todos los kilos que había perdido últimamente, y que había hecho desatarse el rumor de que el emperador estaba enfermo.

Miró a un lado de su aposento y observó el traje ceremonial preparado para él, y que habían tenido que ajustar decenas de veces porque cada vez estaba más delgado.

Nunca le había interesado llevar ropa vistosa, de hecho hubiera deseado algo mucho más sencillo para aquella celebración que hacía por mera formalidad, pero siendo como era el traje de bodas del gobernante supremo de aquella nación, era inevitable que sus sirvientes eligieran el atuendo más imponente que encontraran.

Se incorporó lentamente para tomar asiento en el inmenso lecho que ocupaba casi la mitad de aquella colosal habitación, y al sentir un ligero tirón en su abdomen, miró su torso desnudo y marcadamente más escuálido que antes, y pasando sus dedos por la cicatriz que se encontraba en su costado derecho, y que había tardado más de lo normal en sanar, pensó en que aunque casi no le dolía físicamente a menos que hiciera algún movimiento brusco, emocionalmente, recordar la razón de su existencia llenaba su alma de un dolor tan intenso que le quitaba las ganas de vivir.

Su mente estaba convencida de que su decisión había sido la correcta, pero su corazón le gritaba con ahínco que pasaría el resto de sus días arrepintiéndose de ello.

Estaba seguro de eso, no creía ser capaz de olvidar aquel sentimiento… pero esperaba que con los años poco a poco pudiera solventar aquel vacío que sentía en su corazón, y que todo quedara como un dulce recuerdo de algo que no pudo ser.

—Solo espero que Tomoyo y Touya hayan tenido compasión de mí, y me hayan elegido una esposa más o menos decente —susurró mientras pensaba en la negativa de la pareja ante su insistencia para que eligieran ellos dos a su prometida.

Lo habían debatido miles de veces, hasta que por fin, ya sea por cansancio o por comprensión a lo difícil que era para él tomar una decisión de ese calibre en su estado emocional, decidieron llevar a cabo su deseo.

—Al menos deberías sacar tiempo para conocerla antes de tomar una última decisión —insistían una y otra vez.

—No es necesario. Confío en su buen juicio. —Eran las palabras que había usado para alejarse lo más que pudiera de aquella situación.

A pesar de que si confiaba en ellos, no era la principal razón por la que se negaba a conocer a la esposa que le habían elegido.

Estaba seguro de que no podría juzgarla con imparcialidad, que sólo se la pasaría comparándola con ella. No importaba lo perfecta que fuera, no la consideraría lo suficientemente hermosa, ni inteligente, ni dulce, ni compasiva. Nadie se comparaba con ella, nadie la sacaría de su corazón.

Sabía que era una cobardía de su parte no querer enfrentar su realidad, pero estaba seguro de que si le daban la oportunidad de dudar y elegir por sí mismo, mandaría todo al demonio e iría a buscar a su dulce flor.

Por eso había decidido no tener que ver con nada de aquello, no quería tener ocasión para negarse.

Por mucho dolor que le causaba aquella separación forzosa, sólo deseaba que ella hiciera una vida tranquila, sin protocolos, reglas, obligaciones o peligros. Quería que despertara cada día al lado de un hombre que la amara y con quién pudiera formar una familia feliz.

¿Qué si acaso él no la amaba? ¿Qué si no deseaba tener una familia con ella? ¡No hacía otra cosa aparte de aquello!

No podía cerrar los ojos sin ver su delicada figura y sus hermosos ojos verdes en sus pensamientos. Sus manos, sus labios, su cuerpo… todo le reclamaba su presencia, su calidez, su dulzura. La amaba con locura, con desasosiego, con delirio. ¡No sabía cómo diablos iba a poder desposar a otra mujer aquella noche si no podía dejar de desearla! Seguramente fantasearía con ella; tal vez hasta terminaría diciendo su nombre...

Pero aquel amor era lo único que podía ofrecerle, junto a él estaría condenada a formar parte de una monarquía en la que siempre estaría rodeada de intrigas, enemigos y confabulaciones. Eso no era lo que ella se merecía, a su entender, aquello no era suficiente. Por eso se obligó a dejarla ir, por eso ni siquiera se atrevió a ver su cara por última vez.

—Sakura —susurró mientras apretaba sus puños y cerraba sus ojos para contener las lágrimas que sentía a punto de florecer en sus ojos.

Con la escasa determinación que pudo reunir después de aquella dolorosa retrospectiva, se dirigió con parsimonia al cuarto de baño y procuró prepararse para su boda.

A partir de entonces se esforzaría por vivir sin ella, si es que a aquello se le podía llamar vivir.

Terminó su baño y se dignó a vestirse, sintiéndose de alguna forma un poco más tranquilo.

Aquello era lo mejor. Ni siquiera habían podido atrapar a Seishiro y los zorros restantes, así que en cualquier momento su vida podía volver a correr peligro.

—Después de todo sí tienes algo ahí abajo.

Escuchó comentar a una persona que ahora se hallaba dentro de la habitación que minutos antes había dejado completamente vacía, y al ver a su cuñado apoyado contra la puerta de dos hojas que permitía la entrada a sus aposentos, con su eterna sonrisa socarrona dibujada en el rostro, lanzó un hondo suspiro mientras seguía caminando a través de la habitación, sin preocuparse en ocultar su cuerpo desnudo de su vista.

Unos meses antes aquel comentario hubiera desatado una pelea entre ellos, pero en esos momentos no tenía energías ni siquiera para discutir.

—Qué bueno que ya hayas aclarado tu duda, Touya. ¿Podría saber cuál es la razón de tu inesperada visita?

—Vinimos a asegurarnos de que no te habías escapado por la ventana. Aunque veo que contrario a eso, has dejado tu apariencia de mendigo a medio morir para volver a ser mi apuesto hermano.

Escuchar aquella segunda voz saliendo de detrás de su traje ceremonial, hizo que saltara en su lugar mientras corría a ponerse un juban, notando entonces como Tomoyo lo veía con curiosidad mientras se unía a su esposo en la burla.

Debió imaginarse que ella estaba con él. Desde el día en que habían regresado de Celes no había un lugar al que uno se moviera que no fuera el otro.

—Bueno pues si esa era la razón de sus desvelos pueden estar tranquilos, ya que como ven, estoy preparándome para mi boda.

—Con respecto a eso, mocoso, queríamos informarte que hemos decidido que la novia lleve el rostro cubierto hasta que se hallen a solas en su cuarto. Ni tú ni ningún sirviente tiene permitido ver su cara hasta que termine la ceremonia.

—¿Y eso ahora? —preguntó con un deje de curiosidad mientras se colocaba el traje ceremonial de color rojo, y sentía a su hermana acercarse para ayudarlo a ponerse el obi que completaba el atuendo. Vieja costumbre de sirvienta de la que aún no se había desprendido aún siendo ahora la emperatriz de la nación más rica y poderosa de todo el continente.

—Es que estuvimos pensando en que sería lo mejor mantener en secreto la identidad de tu esposa hasta ver cuál será tu reacción al conocerla. Así, si te arrepientes en la noche de bodas de esta locura, sólo tendríamos que cambiarla y presentar a la nueva como si fuera la que hoy se casó contigo.

—¡Ouch! —Se quejó al sentir a Tomoyo apretar la pieza de tela con demasiada fuerza, dejándole muy claro que seguía molesta porque hubiera enviado a Sakura a Nihon tan pronto se recuperó de sus heridas—. ¿Acaso planeaban hacerme algún mal chiste y ahora se dan cuenta de que es demasiado cruel? ¿Qué clase de desquiciada han elegido para mí para que ahora se arrepientan?

—Elegimos a la mejor candidata, de eso puedes estar seguro. El que nos preocupa es el novio, quien es un mocoso obstinado e impulsivo que quiere morirse de hambre —arremetió Touya mientras le enfrentaba la mirada, haciendo que Shaoran entornara los ojos al darse cuenta de que esos dos estaban confabulados para hacerle claudicar.

—En ese caso pueden hallar sosiego en sus almas, dado que no tengo intenciones de cambiar de esposa. —Tomó el cepillo que descansaba en una mesa alta cerca de su cama, y él mismo ordenó su cabello para colocarse el tocado dorado en forma de luna que completaba su ajuar—. Esta será mi primera y última boda. Conoceré su identidad cuando estemos a solas si eso es lo que ya han decidido. Sea quien sea, la aceptaré.

—Ese es nuestro más ferviente deseo, su excelencia. Qué tenga una agradable ceremonia y una placentera noche de bodas —concluyó Tomoyo haciendo una leve reverencia ante Shaoran para luego perderse junto a Touya tras la puerta.

—Esto me da muy mala espina —masculló Shaoran mientras se daba una última mirada en el espejo, y se disponía a marcharse hasta el lugar pautado para la ceremonia.

Conocía muy bien a esos dos y estaba seguro de que algo siniestro se traían entre manos.


Shaoran asomó la vista a través de su palanquín al acercarse al templo en el que se celebraría la ceremonia de bodas, y sonrió levemente al ver a Touya, Tomoyo, Freya, Kurogane, Nakuru y su esposo e hijo, esperándolos de pie en la puerta del santuario para asegurarse de que ningún intruso se colara en la celebración.

Lucían tan llenos de alborozo mientras discutían de quien sabe que cosa, que le hizo extrañar ver a su tío en aquella confortadora imagen familiar, aunque sabía que siendo ahora uno de los mayores criminales del continente, estar allí junto a ellos pondría en peligro no solo su vida y la de su recién reunida familia, sino la de ellos mismos.

Deslizó la mirada hacia la persona que iba a su lado en el medio de transporte, y tomó la mano de su madre quien si bien se hallaba tan silenciosa como siempre, parecía intentar ocultar las lágrimas que afloraban en sus ojos al saber que a Hien le hubiera encantado estar presente en un día tan importante para su hijo.

Convencerla de que viviera en el palacio y tomara su lugar como reina madre había sido toda una lucha, pero el hecho de tenerla ahí a su lado acariciando su rostro con profunda devoción mientras le deseaba una vida llena de felicidad, le daba las fuerzas para aceptar su destino y caminar hacía la vida que había elegido.

Descendió del medio de transporte ayudando a su madre a hacer lo mismo, recibiendo una inclinación en señal de respeto de todos los presentes, viendo entonces como la novia, quien bajó de su propio palanquín, era recibida por incontables pétalos de cerezo que volaban por doquier supuestamente como regalo de buena voluntad del reino de Nihon, aunque parecía más bien algún tipo de castigo dirigido hacía él para que recordara a la persona que estaba dejando atrás al elegirla a ella.

Aquello agitó su alma, le hizo sentir el impulso de dar un paso hacía atrás, pero no lo hizo.

Se adentró en el templo, siendo seguido de la doncella que por más que lo intentó no consiguió identificar aún teniéndola frente a frente mientras realizaban las inclinaciones.

Sabía que se trataba de una de las debutantes que habían estado en la torre, pues eso era lo que habían prometido a sus familias al enviarlas de regreso, pero ese atuendo, su oscuro velo carmesí… todo parecía haber sido diseñado especialmente para no dejarle ninguna pista que lo llevara a hacerse alguna suposición.

Todo pasó lentamente, o al menos eso sentía él. Había procurado mantener la calma durante todo el evento, y actuar como si estuviera complacido con aquella unión, pero en su interior no podía dejar de pensar en la identidad de la joven que llevaba del brazo, aquella que pasaría el resto de su vida junto a él a partir de ese día.

No lo podía negar. Esperaba con ansias el momento en el que pudiera descubrir el rostro de su intrigante prometida quien no había dicho ni una sola palabra durante toda la celebración.

Aquel asunto había captado por completo su curiosidad hasta el punto de que escasamente podía pensar en otra cosa, y cuando llegó el momento de entrar en sus aposentos, lo hizo con una velocidad tan pasmosa que la intrigante joven comenzó a temblar con violencia al encontrarse al fin a solas con él, y verlo cerrar la puerta tan abruptamente tras de sí.

Shaoran llevó sus ojos hacia ella y sólo entonces se dio cuenta de que acababa de cometer un error imperdonable.

Seguro que la manera tan brusca en la que la condujo a la habitación la había hecho pensar que no podía esperar para llevarla a la cama, lo cual naturalmente la había espantado. Vaya manera de comenzar su matrimonio.

—No tiene de qué preocuparse, señorita. En estos momentos estoy más interesado en saber su identidad que en desposarla —le dijo con un tono afable tratando de arreglar lo que entendía era un malentendido, pero la chica continuó impasible sin responder a sus esfuerzos por tranquilizarla—. ¿Puede por favor retirarse el velo? Sólo quiero saber quién es mi esposa.

Intentó nueva vez notando como esta vacilaba mientras apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo.

Shaoran suspiró cansado al darse cuenta de que lo había arruinado todo antes de siquiera empezar su convivencia, y abriendo el par de puertas para marcharse a su despacho y pensar las cosas con calma, le informó que dormiría en otro lugar para darle tiempo a que se instalara.

La mano de la chica sosteniendo sus ropas lo hizo detener su andar antes de atravesar la puerta, y al escucharla murmurar que quería que él le quitara el velo, sintió un escalofrío recorrerlo de pies a cabeza al reconocer aquella voz.

Se acercó a ella incrédulo, y tomando los bordes del velo para levantarlo, se quedó totalmente paralizado al ver el rostro que hasta ahora le había causado tanta curiosidad.

Perdió la noción del tiempo por unos segundos, y cuando logró salir de la profunda impresión que verla le había provocado, dio unos pasos hacia atrás mientras la miraba espantado.

Eso no podía ser cierto. De todas las personas en el planeta tierra… ¿Por qué demonios tenía que ser ella?

—Shaoran, yo…

—Sal de aquí en este instante. Quiero hablar con el emperador de Nihon. Esto… esto no…

—Mi hermano no tiene nada que ver con esto. Yo fui quien le pedí que me dejara verte al menos una vez más. Intentamos arreglar un encuentro antes de la boda, pero tú siempre te negabas a verme.

Shaoran llevó su mirada hacia ella una vez más, y sufrió un nuevo sobresalto al darse cuenta de que no estaba soñando.

Ahí estaba Sakura. Con su cabello dorado recogido en un elaborado moño, y el vestido ceremonial de la realeza de Liones.

Ver su rostro, aun con pequeñas marcas visibles de lo sucedido, revivió todo el dolor e impotencia que sintió mientras la veía en peligro sin poder hacer nada para salvarla.

Su insistencia en mantenerla a su lado era lo que la había obligado a vivir en aquel infierno que le había dejado todas aquellas cicatrices.

Era su culpa que ella estuviera así. Si no fuera por Touya, todos estarían muertos en ese momento. Ella estaba más segura en su reino. Estaba más segura viviendo con él.

—Eso que dices no es excusa para engañarme. Para hacerme quedar como un idiota frente a todos —reclamó con furia intentando que su indignación porque se hubieran confabulado para tenderle aquella treta, fuera mayor que sus ansias por tomarla entre sus brazos y pedirle perdón por no haberla cuidado lo suficiente—. ¿Qué dirán las naciones vecinas cuando vean que me casaron con la mujer que rechacé? Todos pensarán que soy un emperador inútil. Que solo soy una marioneta de todos los demás.

—¿Por eso estás así? ¿Por eso reniegas de nosotros? ¿En serio crees que solo eres un títere?

—¡¿Y no lo soy?! ¿No ha quedado más que claro después de todo lo que ha sucedido? Yo nunca goberné este país. Touya y mi tío lo hicieron. Yo solo era la persona que mostraban ante los demás, la persona que se llevaba el mérito por sus victorias. Aún ahora solo acepté seguir en el trono para liberar a Kaito, para que ni él ni su esposa se vean involucrados en ninguno de los peligros que implica llevar esa corona. No soy más que una burla de lo que es ser emperador.

—Justo eso demuestra que no eres un títere. Que eres perfectamente capaz de tomar tus propias decisiones. —Intentó evitar que ella posara sus manos en su rostro, pero sus ansias por sentir sus suaves manos en sus mejillas pudieron mucho más que él—. Eres un gobernante tan amable que tus sirvientes se sienten en la libertad de expresar su opinión. Eres tan altruista que has ofrecido tu seguridad a cambio de que tu familia, esas personas que tu amas, puedan vivir una vida tranquila mientras tú te enfrentas a las dificultades solo. Ese es el hombre gentil que me eligió como su emperatriz, el hombre valiente que yo quiero como mi esposo.

—Shaoran… —murmuró ella nuevamente al verlo bajar la mirada para que no viera como sus ojos ámbar se habían cristalizado de pura impotencia—. Si te molesta lo que has hecho hasta ahora, solo hazlo de manera distinta la próxima vez. Todos tenemos derecho a equivocarnos. El ser emperador no te exime de ser humano.

—¿Equivocación? Lo mío no es una equivocación. Los puse en peligro a todos. Por mi culpa todos estuvieron a punto de morir.

—No te castigues por lo que estaba fuera de tu alcance, no te menosprecies por lo que no fue tu decisión. Hiciste lo mejor que pudiste en tus circunstancias. Te esforzaste por ser un gobernante justo aun cuando te enfrentabas a la mayor dificultad. Ser traicionado siempre duele, pero ser traicionado por quien menos te lo esperas es una calamidad. Shaoran… por favor… tienes que mirarme.

—¡No quiero oír ni una palabra más! —rugió él mientras se apartaba de ella abruptamente y le daba la espalda—. Pedí como esposa a quien sea que no fuera la princesa de Nihon, y no pienso retractarme. Dile a Touya que su experimento falló y que quiero que cambien a mi esposa. Nadie vio tu rostro hoy, así que puedes volver a tu patria sin problemas.

—¡Deja de tomar decisiones por mí! ¡Deja de intentar protegerme cuando no te lo he pedido! —Sintió como Sakura tiraba de su hombro con todas sus fuerzas para obligarlo a mirarla, y entonces ella también había cedido al llanto—. ¿Tienes idea de lo mucho que me duele que intentes alejarme cobardemente solo porque crees que es lo mejor para mí? No pienso aceptar eso, yo no voy a alejarme. Yo tengo derecho a decidir mi propio destino, y elijo permanecer junto al hombre que yo amo. No me pidas que solo me olvide de ti cuando ni siquiera sé que voy a hacer con todo este amor que siento.

Aquellas palabras hicieron que Shaoran también cediera a las lágrimas mientras colocaba su frente contra la de ella y sollozaba.

—Sé que estás asustado, yo también lo estoy. Me aterra que esas personas regresen e intenten lastimarte. Por eso quiero quedarme contigo, quiero estar a tu lado mientras estableces bien tu reino.

—Pero yo no quiero perderte, no quiero que sufras por mí otra vez, Sakura.

—No sufriré por ti, sino por mí. Por mi decisión. Yo elijo quererte. Yo elijo arriesgarme. Yo elijo compartir contigo cada momento feliz y cada tristeza. Yo elijo compartir tu miedo y temblar en ti. Disfrutaré cada faceta de nuestra vida juntos porque estaré contigo. No me alejes amor mío. Dime que me amas como el primer día, que nunca, ni siquiera dentro de mil años, podrás olvidarte de mí.

—No te olvidaré, no puedo hacerlo. Te amo, Sakura. Te amo más que a mi vida misma.

Shaoran abordó sus labios con hambre atrasada tan pronto sus labios consiguieron soltar aquello, y ella respondió con la misma añoranza que lo hacía él, mientras se fundían en un abrazo repleto de todos sus temores, todas sus dudas, todo su dolor.

Se miraron a los ojos y no supieron que hacer. Sus cuerpos, no había ni siquiera un espacio libre entre ellos, y aún así sentían esa extraña sensación de quererse aún más y más cerca.

Sakura deseaba besar su tristeza, hacerlo entender que él era exactamente lo que ella deseaba que fuera, y él… él deseaba borrar su pasado con su sonrisa, abrazar su futuro escribiéndolo en su cuerpo, sumergirse en la luz, la esperanza, la vida que solo ella le brindaba.

Los latidos de su corazones se confundieron y se hicieron uno mientras las prendas de ropa desaparecían de sus cuerpos, y esa noche, solo ellos dos, le dieron un nuevo significado a fundir sus almas, a regalarse la vida en cada caricia, prometerse amor en cada gemido.

Ese día no se tocaban por curiosidad, no lo hacían por pasión, querían sentirse vivos, querían hacer vivir al otro sustentado por su amor.

Los besos de Shaoran recorrieron el camino de aquella piel que ya conocía, mientras sus dedos… esos dedos ansiosos se aferraban al cuerpo de ella provocando que sus piel se erizara mientras volvía gritar.

El vientre de Sakura se dilató bajó las manos de él mientras sus cuerpos se fundían en una danza irracional, y toda aquella calidez y paz que solo experimentaban en el otro, los engulleron completamente mientras su fragancia, sus sonidos, su piel… todo en ellos se hacía parte del mismo ser, de tal manera que no había forma de determinar dónde comenzaba el uno y terminaba el otro.

Tal vez era cierto que Sakura estaría más segura viviendo en Nihon, que a partir de ese día viviría en peligro constante, pero estar a salvo pero alejados no era suficiente para ninguno de los dos. Necesitaban amarse, escucharse, animarse con sus palabras y volver a amarse otra vez. Porque no se trataba de vivir en un mundo totalmente perfecto, sin miedos o dificultades, sino de esforzarse porque los momentos compartidos se sintieran como tener su propio pedazo de paraíso, que la vida fuera mucho más liviana en los brazos de tu gran amor.


Y ahí está el final.

¿Sienten que faltó algo? ¿Les quedaron muchas preguntas por contestar?

Les cuento que nuestros protagonistas no quieren que termine esta historia y me obligaron a escribir un epílogo como capítulo adicional.

¿Qué les puedo decir? Ellos me aman y yo los amo, buscamos la mil y una manera de no decirnos adiós.

Confío en que ustedes tampoco quieran despedirse aún, y lean ese pequeño regalo que publicaré en cualquier momento de la próxima semana.

Mil gracias por tanto, por siempre estar ahí para mí, en silencio o a viva voz.

Les tengo un anuncio importante sobre esta historia que solo entenderán si leen el epílogo así que si quieren saber de que se trata espero me acompañen por allí

Enviándoles un gran abrazo y todo mi amor, nos leemos en la próxima, que si todo sale bien ya si será la última vez en esta historia XD.