13 de mayo de 1893

El coche de punto se detuvo.

—Ya hemos llegado, caballero —dijo el cochero.

Una larga hilera de landos y clárens bordeaba toda la acera alrededor de la residencia Uchiha. Al parecer, su esposa daba una fiesta a la que asistían unas treinta o cuarenta personas. Sasuke había estado ausente cuatro días visitando a sus padres. ¿Es que ella celebraba ya su desaparición de la faz de la tierra?

El mayordomo, aunque consternado por su regreso, lo ocultó hábilmente bajo una capa de puntillosa solicitud. Milord debe de estar cansado. ¿Milord querría tomar un baño? ¿Afeitarse? ¿Qué le llevaran la cena a sus aposentos? Sasuke casi esperaba que le ofreciera una dosis de láudano, para que milord cayera rápidamente en un profundo sueño, de forma que la soirée de milady pudiera continuar sin obstáculos.

—¿Se esperan más invitados? —preguntó. Debía de ser así, si iba a haber un baile.

—No, señor —respondió Goodman ceremonioso—. Solo es una cena.

Sasuke consultó la hora. Las diez y media. A estas alturas los invitados estarían en el salón, tanto los hombres como las mujeres, preparándose para despedirse en la siguiente media hora, para poder seguir con la ronda de bailes y soirées dansantes.

Abrió la doble puerta del salón y lo primero que vio fue a su esposa, espléndida con un exceso de diamantes y plumas de avestruz. Junto a ella había un hombre excepcionalmente apuesto que, con el ceño fruncido, parecía estar reprendiéndola. Ella lo escuchaba con una expresión de exagerada paciencia.

Lentamente, de uno en uno y luego de dos en dos y de tres en tres, los invitados comprendieron quién era él, aunque ninguno lo conocía. El murmullo de las conversaciones se fue apagando, hasta que incluso ella tuvo que mirar hacia la puerta para ver qué era lo que había provocado el silencio.

Sus labios se tensaron al descubrir su presencia, pero no dejó pasar ni un segundo antes de que una sonrisa alegre y falsa apareciera en sus labios, y se acercó a él.

—Sasuke, ya estás de vuelta. Ven, te presentaré a algunos de mis amigos. Todos se mueren de ganas de conocerte.

Qué insolencia tan increíble. Qué desfachatez. Qué narices. Esperaba que a lord Sai le gustase llevar faldas. Sasuke cogió a su esposa por los codos, la acercó y la besó suavemente en la frente. Había oído decir que el suyo era el matrimonio más civilizado de toda la sociedad. Bien, para qué iba él a contradecir esa opinión.

—Por supuesto. Estaré encantado.

Siguiendo el ejemplo de Sakura, sus invitados lo recibieron amigablemente, aunque la mayoría no consiguieron actuar con su misma soltura. Ella le presentó al hombre apuesto de su tête-à-tête en último lugar y, para entonces, junto a él había una mujer alta y morena tan singularmente atractiva como él.

—Permitidme que os presente a lord Uchiha —dijo su esposa—. Sasuke, lord y lady Hyuga.

Así que este era lord Hyuga, el Caballero Ideal, según la señora Haruno, y antiguo amante de Sakura.

—Es un placer, milord —dijo lord Hyuga, con toda la untuosa inocencia de un hombre que nunca le hubiera puesto los cuernos a Sasuke.

Sasuke descubrió que casi se estaba divirtiendo. Apreciaba un poco de farsa.

—Lo mismo digo. ¿No será usted el mismo Neji Hyuga que firmaba aquel fascinante artículo sobre la captura de cometas por Júpiter?

Esto los desconcertó a todos, especialmente a lady Uchiha.

—¿También es usted un entusiasta de la astronomía, milord? —preguntó lady Hyuga, con tono indeciso.

—Sin ninguna duda, mi querida señora —respondió Sasuke con una sonrisa.

Su esposa miró incómoda a su antiguo amante.

Los invitados, ante el dilema de tener que elegir entre ser los primeros en observar y chismorrear sobre la aparición de los Uchiha juntos, en público, o asistir a un baile no tan diferente de algún otro al que habían acudido tres días antes, se olvidaron de marcharse.

Sasuke no los decepcionó. Era un anfitrión encantador, pero mejor todavía, era franco en grado sumo.

«¿Cuánto tiempo pensaba quedarse en Inglaterra?» Un año, por lo menos.

«¿Le gustaba su casa?» Su casa, que le gustaba sobremanera, estaba en la Quinta Avenida, en Manhattan. Pero la residencia de su esposa le parecía muy agradable.

«¿No tenía lady Uchiha un aspecto magnífico esta noche?» Magnífico era una palabra demasiado insípida. Conocía a lady Uchiha desde que era prácticamente una niña y su aspecto siempre había sido espectacular.

«¿Conocía ya a lord Sai» ¿Lord qué?

Después de la medianoche, y después de unos cuantos recordatorios intencionados de su esposa sobre sus siguientes compromisos, sus invitados se dispusieron por fin a marcharse. Lord y lady Hyuga fueron los últimos en irse.

Mientras lady Hyuga salía fuera, lord Hyuga se volvió, atrajo a Sakura hacia él y le susurró algo al oído, como si su esposo no estuviera a solo unos pasos de distancia.

Ella se echó a reír con una súbita carcajada de regocijo, y empujó, literalmente, a lord Hyuga a la calle.

—Déjame que lo adivine. ¿Te ha propuesto un ménage à trois? —preguntó Sasuke, sin darle importancia, mientras subían las escaleras uno al lado del otro.

—¿Neji? No. Desde que se casó, se ha convertido en un aburrido defensor del hogar y la familia. De hecho, antes de que tú llegaras, se ha pasado toda la noche argumentando muy fastidiosamente contra el divorcio. —También ella fingió de una manera encantadora—. Bien, si quieres saberlo, ha dicho: «Follatelo hasta dejarlo sin sentido».

—¿Y vas a seguir su sabio consejo?

—¿Respecto a olvidarme del divorcio o a follarte? —dijo riendo, con su inconfundible aureola de atractivo sexual—. En esta coyuntura no acepto los consejos de lord Hyuga ni de nadie lo bastante estúpido para pensar que debería seguir casada contigo. Francamente, esperaba algo mejor de él. Sai lo considera un amigo.

«Pobre Sai», pensó él.

—Bien —dijo ella mientras se disponían a irse cada uno por su lado—, ¿debo esperar tu visita esta noche?

—Es poco probable. No quiero descomponerme el estómago. Pero estate atenta los próximos días.

Ella puso los ojos en blanco.

—Se me hará muy larga la espera.

Le había dicho lo mismo antes, una vez, el último día de su efímera felicidad.

Entonces lo había dicho de verdad, con las mejillas arreboladas de placer y anticipación.

—A mí no —respondió él.

Ella suspiró, un cansado aleteo en el aire.

—Vete al infierno, Sasuke.