Capítulo 6

Abandonaron el lugar, menos alegres de lo esperado, debido a sus expectativas. Incluso se podría decir que del grupo de amigos que viajaban al interior del carruaje, tres de ellos seguían en los salones de la mansión. Del resto, estaba el incapaz de fijar su mente en pensamiento alguno y Armin que, habiendo sido el motivo o la excusa para irse de copas, reflexionaba acerca de la vida licenciosa y una moral corrupta, culposo ante su falta de carácter por hacerse parte de la juerga.

-Eres un maldito entrometido, yeaaager, no tenías que acercarte, yo tenía la situación perfectamente controlada – alegaba Jean, presionando el brazo de Marco que, dominado todavía por la turbación, fingía no sentir dolor porque no se quejó ni una sola vez de los maltratos del rubio.

-Aunque no tuvieras tu debut, te fue bien con los naipes, y estoy seguro que te divertiste, ¿no es verdad, amigo? – Pero Armin no ponía atención a Connie, sabiendo que cuando estaba en estado etílico no paraba de hablar, de hecho, nadie lo hacía.

-Vas muy callado – dijo a Eren – tomaste poco y aun así esa chica te dio una paliza con los naipes.

-Sí, pero me fue mejor que a Jean.

-No entiendo cómo consiguió ganarte, eras muy bueno en el juego.

-Quería verla jugar. Tiene una técnica perfecta… y también es linda.

Aunque Armin ya lo había sorprendido mirándola más de la cuenta, no iba a indagar en ese punto con él. Conocía mejor que nadie su situación y los compromisos que lo amarraban desde su nacimiento.

-Es curioso que el ayuntamiento permita este casino clandestino en este barrio. Es un sector patrimonial.

-La mansión está bien mantenida, si pasas durante el día es otra casa más.

- ¿Ya habías estado aquí?

-Me llamaron por una emergencia.

- ¿Y ya conocías a la chica del black-Jack? - interrumpió Jean que había estado atento a la conversación.

-No. Nunca la había visto. Se llama Midori – Recibir de esa manera la información que él no había podido conseguir le sonó como una burla. El alcohol que habían consumido les nublaba el entendimiento, exacerbando el estado de ánimo.

-Pero no puedes pagar por ella – le dijo de inmediato, arrepintiéndose en seguida de sus palabras - Quiero decir que…

-Ya se lo que quieres decir. Creo que ella dejó ese punto, muy claro – le respondió Eren.

Armin solía ser el mediador entre ellos, pero no veía caso en esta disputa, ya que era sólo por una chica que trabajaba en un lugar al que no volverían a venir. Aun así, al ver la reacción de Eren que solía ser de carácter impetuoso, se le escapó un llamado a la cordura del joven médico.

-Amigo, no te puedes enamorar de ella – le susurró.

- ¿Quién eres?, ¿mi padre?

La mañana del domingo, apenas vieron que Madam abandonaba la casona, atisbando desde la ventana, corrieron por la puerta de servicio. Caminaban apuradas por lo que rápidamente entraron en calor, pese a la baja temperatura reinante de finales de otoño. Sasha no dejaba de bostezar, pero debía mantener firme las paredes de la vejiga que amenazaban con dejar salir la orina.

-Aún es temprano para que pase un carruaje. Tendremos que caminar- dijo Mikasa sin aminorar la marcha - Apúrate, que aún nos quedan al menos treinta minutos de camino – le impacientaba que su amiga se fuera quedando atrás.

-No puedo caminar más rápido, ya me hago pipi.

-Podrás hacer en casa de Hannes.

-No creo poder aguantar tanto, Mikasa.

Y justo en ese momento, la providencia pareció apiadarse de las chicas porque el carruaje del repartidor del correo se acercaba por la callejuela desierta, y en cuanto divisó a las chicas, a quienes ubicaba por los recados que hacían a la tía, se ofreció gustoso a llevarlas. Se acomodaron al lado del amable conductor protegidas por el todo, pero sobretodo, aliviadas de sentarse después de la larga caminata.

-No es que tuviera muchas alternativas, ya que mi padre y antes mi abuelo fueron empleados del correo. Yo me levantaba a las cinco de la mañana, desde los ocho años para ayudarlo a separar las cartas, y después lo acompañaba a entregarlas – el señor Sullivan siempre conservaba una mueca agradable en su rostro y era sin duda, una las personas más educadas que conocían.

- ¿Qué van a hacer a la calle de los oficios?, ¿Y tan temprano?, ¿Algún encargo de su tía?

-Si – dijo Mikasa rápido, al mismo tiempo en que Sasha la contradecía. La miró molesta y se encontró con unos ojos asustados.

-Lo que sucede es que queremos darle una sorpresa… pronto será su cumpleaños y … a ella le gustan mucho los bolsos…

-Es una sorpresa señor Sullivan, no le podemos decir más – dijo cortante como siempre Mikasa.

-Oh! Las sorpresas y los cumpleaños siempre deberían ir juntos… cuando estuvo de cumpleaños la señora Sullivan… - siguió risueño mientras apretaba las riendas, sin dar importancia a lo sucedido, feliz de tener una audiencia a quien contar sus inagotables recuerdos.

Luego de tres divertidas historias, que ellas escucharon con atención, el viaje se vio interrumpido cuando el cartero inesperadamente detuvo al caballo. Se ocultaron detrás de sus capas de viaje, nerviosas y expectantes, en espera de lo que podría suceder al haberse frenado justo frente a la imponente presencia de un policía militar.

- Buenos días, señor Sullivan – el hombre de rostro serio y mirada penetrante escrutaba el carruaje, enfundado en una gruesa capa de paño verde. Sintieron sus ojos sobre ellas, pero ninguna se atrevió a levantar el rostro.

- ¡Capitán Ackerman! Es un buen día cuando está de turno, ya decía yo que sería una jornada tranquila. Se lo dije esta misma mañana a mi querida esposa.

- Que tenga un buen día – dijo casi enseguida el otro, para alivio de las chicas.

-Muchas gracias Capitán, siempre le digo a la señora Sullivan que hemos tenido demasiada suerte en contar con su ilustre presencia en las calles, de lo contrario no sé qué sería de personas trabajadoras y honradas como nosotros – pero el brillante corcel del uniformado ya daba vuelta a la esquina - Si alguna vez tienen un problema, no duden en hablar con el capitán Ackerman, es el único que hace su trabajo en la oficina de la comandancia. En una ocasión, con la señora Sullivan le confiamos a un matrimonio conocido, nuestro pequeño terreno en Orvud para que alimentaran a las vacas y a los perros, debido a que ellos no tenían donde quedarse.

El buen hombre iniciaba entusiasmado una de sus mejores historias, aquella de cómo el capitán Ackerman le había ayudado a librarse de unos estafadores que estuvieron cerca de quedarse con su sitio y venderlo. Creyó estar viviendo una pesadilla, hasta que el uniformado los pusiera de patitas en la calle. Bajo su gestión, en menos de un mes, habían recuperado el terreno, los animales y el dinero que les adeudaban.

Llegando a la calle de los artesanos descendieron con prisa del carruaje, para encaminarse sonrientes al número 356 de la angosta callejuela.

Golpearon a la puerta con el corazón lleno de alegría, esperando verla en cualquier momento abrirse para ver la sorprendida cara de Hannes. Habían acordado que no le harían reproches por partir sin despedirse, en cambio le dirían cuánto lo querían y cuánto lo extrañaban, pero sobre todo la gran falta que les hacía.

Cuando hubieron pasado más de diez minutos, desde que esperaban fuera, comenzaron a entender que él no se encontraba. Sin embargo, permanecieron treinta minutos más insistiendo, aunque nadie salió a abrirles la puerta. Entonces Sasha apremiada por la necesidad de orinar, se vio obligada a pedir permiso para usar el baño en una pequeña tienda de abarrotes, donde averiguó que no habían visto a Hannes en las últimas semanas. La dependienta les dijo que solía visitar a su única hija en la ciudad portuaria de Berstein.

Regresaron abatidas a una silenciosa mansión, con la autoritaria tía encerrada en su despacho. Las cifras del negocio ya no eran tan abultadas como en años anteriores y eso la tenía de pésimo humor, sacando cuentas y revisando las finanzas, con el discreto cartel colgado en la puerta, idéntico al que utilizaban las chicas para evitar interrupciones durante sus encuentros sexuales con los clientes.

Ese cartel significaba que debían andar por la casa en puntillas, jugar a ser invisibles o permanecer encerradas en su buhardilla. Desde pequeñas, les impuso una orden al respecto, que sólo podían desobedecer en caso de evacuación por incendio. Sin embargo, a medianoche cuando Sasha buscó un bocado de pan, estuvo segura de escuchar dentro, la voz del infame chofer.