Capítulo 8
Lo depositó con dificultad sobre la cama, todavía parecía inconsciente, le quitó el calzado con algo de torpeza y se quedó unos minutos observándole, respirando agitada por el esfuerzo. Agachada al lado del catre, acercó la mano despacio para comprobar su respiración y fue memorizando el contorno del rostro desde la frente a la barbilla, en complicidad con la escasa luz que se filtraba por el opaco vidrio de la ventanita.
Se había llevado un gran susto cuando lo vio desvanecerse, y había corrido a su lado para darle algún tipo de atención, habitual para los clientes que sucumbían por la borrachera. Le abrió el cuello dpor la cintura e la camisa, pero cuando comenzaba a soltarle el moño de la corbata, vio que abría los ojos y le ayudó a ponerse en pie, pero seguía aún débil y mareado. Le afirmó por la cintura para sacarlo de la atmosfera viciada del salón, y sin tener mucha idea de qué debía hacer, se encaminó hacia la buhardilla.
A pesar del ruido que llegaba al pequeño cuarto, ella solo era consciente de la pausada respiración del médico, atenta como se encontraba a su reacción, para dejarle en claro el motivo de que fuera a parar precisamente a ese cuarto.
Mientras en su mente se agitaba un remolino de explicaciones, la anaranjada cabeza del perro a quien no escuchó llegar, comenzó a frotarse contra ella. Trueno no era el único perro del burdel, pero era el más viejo de los tres que habían recogido para brindarles protección. Había llegado en brazos del tío Hannes, el mismo día en que se desatara una tormenta eléctrica de antología, adjudicándose desde entonces el nombre.
Pero como tenía adeptos, también debía soportar los malos tratos de miss Corin, que en más de una ocasión intentara deshacerse del guardián, alegando razones tan mezquinas como el gasto en alimentación, para reemplazarlo por uno o dos caniches a quien mimar. Ya que, habiendo postergado la maternidad de acuerdo con sus planes, terminó convirtiéndose en un deseo incumplido porque la prematura menopausia no había sido un factor considerado en sus cálculos.
- ¿Echas de menos a Hannes, verdad abuelo? – le dijo acariciando sus orejas – espero vuelva pronto a visitarnos. Seguro se acuerda de ti, y también te extraña.
El perro se apegó más a las piernas de la chica y emitió un sonido lastimero, por respuesta. Así era el viejo Trueno, siempre en búsqueda de una caricia.
-No ladres… lo puedes asustar y te oirán en el salón – dijo acariciándole el lomo, pero entonces notó una herida reciente en una de sus patas delanteras - ¿anduviste en una pelea?
Justo en ese momento, Eren pareció escucharla y se movió en la cama, abriendo los ojos. Bajo la escasa luminosidad podía ver una sombra con ojos que le observaba, acompañada de un bulto peludo y amenazador.
- ¿Te sientes mejor? –
- ¿Me trajiste sola hasta aquí?
-Soy muy fuerte…
-Me siento fatal, esto es muy vergonzoso de verdad, lo lamento – se había empezado a sentar, tocándose la corbata suelta y quiso hacer muchas preguntas, pero en lugar de eso percibió el agradable aroma a flores – ¿ese aroma es de jazmín?
-Hay una enredadera con capullos que crecen justo a la altura de este cuarto. ¿Sabes qué fue lo que ocurrió?, si sólo bebiste una copa de vino, no podías estar ebrio… - había metido la pata, ahora él sabría que ella lo observaba, y continuó hablando rápido aprovechando que él parecía aun no estar procesando sus dichos - pero antes de tu caída te llevaste la mano al pecho, y tu rostro mostraba mucho dolor…
-No estoy seguro… - seguía sentado en el camastro y agachado con la mano sobre su cabeza, sin mostrar el menor apuro por marcharse – recuerdo el dolor en el pecho. Estuve fumando, pero sólo bebí una copa.
Continuó hilando los sucesos de la noche, sacando conclusiones que no dijo y Mikasa comenzaba a impacientarse.
-En media hora se cierra la casa y todos los clientes deben estar afuera. Te puedo acompañar a la salida.
-Sí, está bien – Le ayudó a encontrar los zapatos y el sombrero, le vio arreglarse el chaquetón y comprobar los puños de la camisa. En ese momento, antes que ella llegara a la puerta se volteó a verlo, apreciando su altura y apariencia por primera vez en esa noche.
- ¿Entonces, le ocurren a menudo esos desmayos?
-No, y no me trates con tanta formalidad, sólo dime Eren.
-Está bien, sólo Eren. Me llamo Mikasa, Midori es mi apodo de crupier.
-Mikasa…. Nunca antes conocí a una chica con ese nombre… me gusta Mikasa – dijo pensando en voz alta, haciéndola sonrojar.
Dejándose llevar por la atracción, se acercó hasta ella que permanecía fija en su lugar, hasta sentir el contacto suave de los dedos masculinos en su mejilla. Se miraron a los ojos unos segundos, permaneciendo absortos en lo que ese pequeño gesto podía llegar a significar.
-¡!Estoy agotada! La voz de Sasha les hizo reaccionar de manera tardía, cuando la chica ya se había quitado los zapatos de tacón y el sonido del hasta entonces vacío catre, llenó la habitación.
-¡!Lo siento! – dijo entonces – no sabía que estabas ocupada.
-No… no estoy ocupada, el señor ya se iba… Lo acompaño a la salida, ya regreso.
-Permiso, buenas noches – dijo un Eren evidentemente incomodidad ante la situación, y Sasha supo que ya le conocía.
-¡Es usted!, el matasanos – dijo riendo – se equivocó de habitación. Mimi está en el otro pasillo - se rio de su propio chiste - es sólo una broma – pero no se quedaron para escucharla explicarse.
Los siete días que siguieron a este encuentro, Eren había acudido religiosamente al casino, utilizando la técnica que tan buen resultado le había dado. Esperaba hasta que la chica se instalaba en la mesa del black-jack y jugaba contra ella, hasta que la cortina del lugar bajaba a las dos de la madrugada. Sólo entonces tenían una oportunidad para conversar.
Hasta que una noche, en que Mikasa se había puesto algo más de rubor en las mejillas, había cepillado su bonita melena negra con mayor dedicación, usaba un corsé algo más sugerente que captó de inmediato la atención del público masculino, tuvo su primera señal de alarma. Cuando al cabo de una hora de girar la ruleta, comprobó que él ya no vendría, se molestó muchísimo por haberse permitido que la presencia de ese sujeto le afectara, pero estaba aún más enfadada y mortificada porque reconocía que ahora tenía poder sobre ella.
Cuando se encerró dos horas más tarde en el cuarto, Trueno yacía acostado a un costado de la cama, ella lo abrazó y le acarició las otrora peludas orejas, ralas por la edad y le apretó con cariño, pasando su mano por la cicatriz. Se volvió a repetir que era una tonta y se durmió con tristeza en el pecho, reconociendo ese sentimiento como un paralizante para su propósito y del que alguna vez había jurado no esclavizarse jamás.
Sin embargo, soñó con un joven sujeto que con su atractiva mirada le observada mientras ella iba explicándose, con la certeza de que era comprendida – Tía Agatha es la dueña de todo esto, heredó este caserón cuando falleció su dueño. Ella se hizo cargo de nosotras cuando quedamos huérfanas, es nuestra única familia.
A esa misma hora en la sala de urgencias, el médico residente lidiaba con un paciente de esos difíciles, de los que solían llegar obligados para que él intentara salvarles la vida.
- ¡Quiero un doctor con experiencia, no este mocoso! – Los gritos del hombre cincuentón se escuchaban por todo el primer piso del área de ingreso.
-Tiene una fractura expuesta de tibia y peroné – dijo Eren – ¿qué le ocurrió?
-Atropello en la vía pública, cruce no señalizado y conductor distraído.
- ¿Usted lo ha traído? Voy a necesitar que llene los formularios, por favor.
- Tuvimos que levantarlo entre cuatro, vaya grandulón - lo miraba la oficial, divertida tras los lentes
-Si no se queda quieto, le dolerá más la curación. ¡Sujétenlo fuerte! – dijo Eren a los enfermeros en medio de los insultos que profería el sujeto mientras le entablillaba la pierna, después de prácticamente amordazarlo para que se calmara – Debe permanecer inmovilizado, el reposo se extenderá por más de siete días, si no fuera tan idiota no habría tenido que amarrarlo – le dijo desafiante antes de dejarlo en el cuarto de procedimientos.
- Hay que avisar a sus familiares, permanecerá internado una semana. No entiendo cómo pudo no verlo el del carruaje, si es un gorila – dijo a la sargento – si no lo hubiera traído enseguida, habría muerto en la vía pública.
Se lavó y se cambió la ropa manchada, mirando con disgusto sus ojos enrojecidos que intentaba disimular lavando el rostro continuamente bajo el chorro de agua helada. Le habían asignado una semana de noche, en reemplazo del titular que había caído contagiado producto de la nueva peste que asolaba a la población. Como todo lo que pasaba últimamente en su vida, había sido una emergencia inexcusable, por lo que sólo había dormido unas cuatro horas desde la noche anterior.
Cuando la semana se hubo convertido en dos, su padre orgulloso le felicitó por su gran trabajo, pero entonces recordó que en sus conversaciones con Armin, había reconocido que la resignación definitivamente no era lo suyo. Sin embargo, los últimos años se había decantado por seguir obedientemente los caminos trazados por su padre, porque alguien tenía que hacerlo.
Solitario en la oficina, extrajo del bolsillo del delantal la carta de black Jack que no quiso jugar. La puso sobre la mesa de su escritorio, era un as de corazones donde se leía Mikasa, escrito con tinta negra. Desde el bolsillo del pantalón extrajo una moneda y la puso en el pulgar, se sonrió siguiéndola con la mirada cuando la hubo lanzado al aire para atraparla con maestría, diciendo - "¡Cara, si me extraña!".
