Los personajes de Ranma ½ no me pertenecen, de ser así muchos secundarios serían retomados.

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Fantasy Fictions Estudio

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Presenta:

Una historia de Aoi Fhrey


Estamos tan acostumbrados a solo ver un lado de la luna, que nos olvidamos con facilidad de su otra mitad.

Randall S.


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Hacia tiempos mejores

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Prólogo:

Bajo la máscara de un tonto.

Soun Tendo abrió los ojos con una opresión en el pecho por culpa de un sueño doloroso. Su mente tenía formas muy «creativas» para torturarlo, los peores sueños que tuvo nunca estuvieron llenos de sangre y dolor, esas memorias oscuras solo lo fortalecían, en cambio, sus pesadillas eran momentos cotidianos, tranquilos, cálidos y completamente normales.

Su castigo nocturno en esa ocasión fue el sueño de un tranquilo viaje en familia para contemplar los cerezos en flor. Sus niñas corrían y jugaban iluminadas por los cálidos rayos de un sol matutino, Kasumi, Nabiki y Akane usaban sencillos vestidos blancos, mientras discutían sobre quién debería usar un sombrero de paja. En un árbol cercano, Soun jugaba a alimentar a su esposa con pequeñas galletas con queso. Se suponía que cada galleta tenía un ingrediente diferente, pero él hacía trampa y siempre le daba en la boca una galleta con queso. Kimiko siempre se hacía un lindo puchero y él la calmaba con un beso.

Todo era pacifica dicha hasta el momento en que él se movía para preparar un nuevo bocadillo y al girarse el lugar estaba vacío.

Soun sostenía una galleta en la mano y miraba estúpidamente un parque completamente vacío.

Al incorporarse para llamar a su familia a gritos, solo un extraño eco le respondía.

—¡Kasumi!

—¡Nabiki!

—¡Akane!

Corriendo en pánico por el sitio Soun gritaba un nombre más:

—¡Kimiko!

El aterrador silencio se rompía por el sonido de una risa. Una estúpida risa bribona y cínica. Cuando Soun se movía para descubrir al dueño únicamente podía ver la espalda de una persona alejándose a toda prisa con la canasta de comida. El miedo del hombre de bigote se transformaba en ira al reconocer al ladrón. Escuchar esa risa estúpida, reconocer el sucio pañuelo sobre su cabeza y mirar el gastado uniforme de entrenamiento lo delató la identidad del ladrón en un momento.

—¡Genma!

Y era por esa ardiente furia que Soun Tendo se despertaba.

El choque para separar la realidad de los sueños siempre ocasionaba que el patriarca Tendo terminase llorando.

Lágrimas calientes y llenas de impotencia escurrían por su cara. Era el único momento del día en que su escudo tenía una grieta. Con el paso de los años sus hijas ocasionalmente lo escucharon llorar en su habitación y siempre creyeron que fue a causa del dolor. Soun nunca quiso romper ese error.

Era más útil el aparentar ser una persona rota y triste.

Que explicar que sus lágrimas eran por una enorme rabia.

Con algunas respiraciones, Soun recuperó el control de sus emociones. Con calma fue a bañarse y una vez limpio se miró en el espejo. El reflejo le mostró que su máscara estaba en su lugar. Una persona cobarde y melancólica. Así es como debía ser.

«Solo un poco más»—se repitió mentalmente para reforzar su enfoque.

El desayuno fue un asunto tranquilo sin las discusiones de los niños o la horrible forma de comer de Genma. La locura más reciente había llevado al hijo de Saotome a China para desafiar al grupo de locos en turno. Soun sabía que este grupo de fenómenos estaba en una categoría diferente a todos los anteriores. La experiencia tendría a los niños lo suficientemente vulnerables como para dejar de lado sus orgullos y poder empujar una boda real.

—Es una mañana agradable— comenta Nodoka mientras come su porción de arroz con modales impecables.

—Lo es— concuerda Soun mientras bebe su té y por un instante su mente sobrepone otra imagen a lo que sus ojos ven. Una tibia mañana y un desayuno tranquilo, sus dos hijas comiendo con buen humor. El rojizo cabello de Kasumi brilla pulcramente aunque está atado con su moño blanco, por su parte los ojos azules de Nabiki analizan con ferocidad las columnas de números en la sección financiera del periódico. Es un viejo dolor que ya solo es un eco muerto de lo que pudo ser. Soun se enfoca y los cabellos y ojos de sus niñas regresan a los tonos adecuados. Parte de la herencia que una mujer mucho más grande que Nodoka les dejó a sus hijas.

«No más distracciones»—piensa Soun firmeza.

—Los arreglos para el "vestido especial" de Akane se completarán hoy. Iré a comprobar que todo esté listo.

Nodoka comprende la nada sutil indirecta del hombre sobre el asunto y responde de igual forma.

—La ropa de Ranma ya está disponible— dice Nodoka con una mirada ligeramente soñadora y agrega—: la traeré hoy mismo para que esté a juego. Aunque me gustaría poder ver el diseño que usará Akane.

—Yo también desearía darle una mirada, pero ese privilegio le corresponde a Ranma. En todo caso mi niña estará radiante.

—Estoy de acuerdo—remata Nodoka.

Kasumi pasa por alto cualquier intento de sutileza y dice cándidamente:

—Será una ceremonia inolvidable— intervino Kasumi.

Soun Tendo no dice nada, pero estaba de acuerdo con el último comentario. De manera que asiente sonriéndole a su hija mayor.

«Solo un poco más y todos recibiremos nuestra recompensa»— pensó el hombre sombríamente.

Tras el desayuno, todos los residentes del hogar Tendo se dispersan de la mesa.

Por su parte, Soun dejó su hogar sin prisas y en solitario. Su cuidadosa máscara no se limitaba únicamente a su persona, sino a su reputación en el vecindario, además de algunos saludos cordiales nadie dio una segunda mirada hacia su persona.

Su viaje lo encaminó hacia el área del metro donde cambió su ropa característica en los baños de la estación a un atuendo de cocinero. El conjunto de camisa blanca y un discreto pantalón negro cubierto por un mandil del mismo tono le dieron el aspecto de un genérico cocinero como tantos otros que se ganaban la vida en los comercios de la capital. Soun complementó su disfraz cambiando su postura y forma de caminar. Los movimientos nerviosos, pasos rápidos insinuaban a un empleado lleno de problemas laborales y mucha prisa.

Tiempo después, el anónimo cocinero con peinado de trenza se deslizó sin problemas por las estaciones del metro y calles estrechas fuera de los distritos especiales en la capital.

El maestro de la rama de combate Tendo se adentró sin detenerse en una zona que mostraba una vida de miseria y dolor ajena a las calles de Nerima. El hedor de comida casi parecía una niebla visible mientras el hombre se internaba en un laberinto de casitas sucias y deterioradas. Ocasionalmente, se escuchaba un grito de furia o un gemido de dolor desde el interior de aquellas moradas, pero los residentes de aquella zona parecían indiferentes o sordos al dolor ajeno.

El hombre del bigote no tenía la inmunidad de los pobladores y se detuvo en su brusca caminata ante el sonido de varios gritos femeninos que insinuaban horrores brutales, pero apretando la mandíbula y los puños se obligó a seguir avanzando.

Su recorrido lo condujo hasta el extremo de aquel poblado sin nombre, a una casita tan vieja y anónima como muchas otras. Con un golpe preciso, Soun hundió la precaria cerradura del lugar y abrió la puerta del lugar con brusquedad. Un grupo de hombres apenas iluminados por el resplandor de algunas lámparas de aceite, lo miraron sorprendidos un instante. Luego, siguiendo sus instintos sacaron varias armas cortantes del interior de sus ropas.

A sus ojos el extraño cocinero no parecía peligroso ni armado.

Fuera de aquella casa abierta a la fuerza se añadieron rápidamente un nuevo coro de voces en agonía. Nadie escuchó las súplicas de piedad, nadie vio el grupo de rufianes severamente golpeados que salían a toda prisa del sitio y los rastros de sangre en el suelo fueron ignorados del mismo modo.

Dentro de la burla de vivienda el nuevo y único ocupante instaló una primitiva silla y encendió una de las lámparas derribadas en su «limpieza». Sin decir una sola palabra, espero con la puerta abierta.

La figura sombría de un cocinero iluminado por la luz ambarina de la lámpara le daba una apariencia similar a la calma de un depredador.

Con un poco de calma ganada por la golpiza a los rufianes, Soun trata de enfocarse en la razón de viajar a la podrida ciudad sin nombre. El pergamino blanco pronto estaría en sus manos y con eso su tan anhelada venganza. Sin quererlo, su mente vagó hacia el dueño anterior de aquella técnica prohibida.

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Happosai miraba divertido a la única persona que no se atrevió a atacarlo para tratar de recuperar el nuevo lote de sus «sedosos», un muchacho de piel morena y cabello negro con el suficiente instinto como para no dejarse engañar por su diminuta apariencia.

—¿Y tú, no me atacas?

—No señor, nunca podría tocarlo, mucho menos ganarle.

—Mocoso listo, por eso conservas tus huesos intactos.

El infame maestro del todo vale, estaba por irse cuando la voz del muchacho lo detuvo de nuevo.

—¿Si lo sigo, podré ser tan fuerte?

El anciano miró al descarado joven bajo una luz diferente.

—Pequeño imbécil— le dijo con desprecio—nadie está a mi nivel.

—Pero, puedo volverme más fuerte. No a su nivel, solo más fuerte. ¡Haré lo que sea!

Happosai miró de nuevo al chico y estrechó sus ojos como percibiendo algo más profundo. En su tiempo buscando estudiantes descubrió que su estilo de combate no se podía enseñar a cualquiera. Se necesitaban una tolerancia absurda para el dolor, una obstinación que únicamente almas casi rotas para soportar. El muchacho frente a él tenía el espíritu lleno de cicatrices y el potencial para asimilar su arte sin morir en el proceso. Podría ser el indicado y si moría sería por su propia debilidad. En un tono falsamente solemne, el diminuto anciano con ropas de ninja le dijo:

—Bajo mi tutela puedes hacerte más fuerte, pero deberás obedecer lo que te diga SIN cuestionarme.

—Lo haré—replicó el muchacho sin dudar.

En un raro momento de humanidad (o piedad) el anciano replicó:

—Piénsalo bien, ser fuerte no es lo mismo que ser amado, admirado o respetado. Si me sigues NO PODRÁS ESCAPAR. Te encontraré si lo intentas y te castigaré peor que a cualquier bestia. Mi arte es supremo, pero no esperes un suave dojo o un uniforme, ese no es mi estilo. Te mirarán con odio, con recelo y hasta con asco por las cosas que te ordenaré. Solo hay dos caminos para mis estudiantes: te fortaleces o mueres.

«O te conviertes en alguien más despreciable que yo y me superas»— pensó Happosai con cierto humor negro.

Con esa advertencia, el muchacho se mantuvo un tiempo en silencio, por momentos parecía mirar hacia el mar con una dolorosa tristeza, al final de aquello simplemente gritó:

—¡Lo haré!—replicó el joven con un brillo casi maniático en los ojos. Haré lo que ordene, seré lo que ordene. Si con eso me hago fuerte, no me detendré.

Happosai sacó una pequeña pipa ornamentada de sus ropas y comenzó a fumar.

—Muy bien, tienes la actitud correcta. Te acepto como mi estudiante. Tu primera tarea es salir del pueblo con mis tesoros intactos.

La cara del muchacho se volvió pálida por la orden.

—Pero… ¡Hasta los soldados están buscando esta bolsa! Si me encuentran con ella me matarán.

—Y ahí terminarán tus lecciones—replicó el diminuto anciano con crueldad—. Ahora, ¡Muévete!

—Sí, maestro.

—Bien, tienes la actitud correcta. ¿Cuál es tu nombre?

—Soun Taka… ¡Soun Tendo!

Con eso el pequeño anciano hizo un salto absurdamente alto y se colocó en lo alto de un edificio de tres niveles.

—¡Encontré al ladrón!— gritó Happosai con una burla de voz femenina. ¡Es ese chico Soun! ¡Vengan todos!

El joven maldijo su suerte, era el único en todo el pueblo con ese nombre. Si no lo mataban los guardias, su reputación estaría acabada. Con una mueca en el rostro que pretendía ser valiente, pero que mostraba un temor histérico, el joven levantó el saco que todas las mujeres querían de vuelta y se preparó para correr por su vida.

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—¡Ah, maestro tan puntual como siempre!

La voz ladina sacó a Soun de sus recuerdos. Sin mostrar su sorpresa, dijo.

—Mi ropa deberá ser quemada por la peste que se impregna en este lugar, Yuyo.

El hombrecito frente a Soun usaba túnicas de monje, pero la calva cabeza del sujeto estaba llena de extrañas úlceras y sus ojos negros ojos brillaban con la lerda furia de un perro guardián apenas sometido. Era tan monje como el mismo Soun era cocinero, pero era el acuerdo de ambos para sus reuniones.

—Lo lamento que su refinada nariz sea tan sensible a mi oficina, tal vez otro…

—Guarda tus burlas para otro, bestia—cortó el hombre de cabello con voz fría y agregó—: ¿Tienes lo que quiero?

—Oh, claro que lo tengo, maestro— replicó el falso monje sin inmutarse por la respuesta— naturalmente que espero el pago acordado.

Soun sacó un pergamino de entre sus ropas y dijo:

—El Umi sen kobushi, es todo lo que prometí.

Por su parte, el monje extrajo otro pergamino más elaborado, la tela era de un blanco puro y solo el cordón rojo con adornos en oro insinuaba un tesoro valioso.

—Y el camino sin retorno, puede lograr todo lo que promete. Aunque será complejo lograrlo. Ocultar la naturaleza de real de este hechizo es la parte más simple, el pergamino se ve lindo, pero las palabras que contiene no son menos sombrías para quién sepa ese lenguaje.

Sin más palabras, ambos intercambiaron rollos y como si un resorte lo impulsara, Soun dejó la sucia vivienda en silencio. No dio una sola mirada atrás.

En la penumbra del lugar, el extraño monje murmuró al vacío:

—El pergamino es solamente una parte para el hechizo, maestro. Se necesitan ingredientes raros que te llevará años reunir… ¿Maestro? Oh, qué lástima ya no puede escucharme. Una lástima para el pobre ingenuo.

El monje abrió su pergamino y tras un tiempo se permitió sonreír.

—La técnica es buena, gracias cocinero idiota. Hasta nunca.

Con apagó la lámpara y salió a toda carrera de aquella casa.

Soun se mantuvo en silencio por un largo tiempo, oculto tras la misma técnica que acababa de entregar. Ahora su "socio" se mantendría alejado voluntariamente de él. Sin nada más que lo retuviese en ese sitio se alejó, esta vez sin mirar realmente atrás.

Unas horas después y usando su atuendo de siempre, Soun Tendo fue hacia una limpia y agradable tienda de vestidos de novia. Con el pago completado y la promesa de entrega lista, solo era cuestión de esperar a su hija y la inminente boda por llegar.

—El vestido listo— dijo Soun de excelente humor— y mi regalo de bodas también.

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Continuará…