Al día siguiente de que Candy estuviera en la Villa con Terry, la joven estuvo dedicada a las actividades que llevaba a cabo en el colegio de verano, la cuales iban desde la literatura, música, modales y bordado; actividades propias para convertirse en una dama.

Cuando por fin acabaron las clases, se dirigió con cuidado a la salida del colegio, para encontrarse nuevamente con Terry en su villa. Caminaba tratando de pasar desapercibida para los demás. Pero de repente, escuchó que alguien la llamaba.

-¡Candy, Candy! ¿Adónde vas? - le gritaba una joven.

Se detuvo de golpe al oír su nombre. Pudo ver como Patty junto con Annie se acercaban de prisa hacia ella.

-Patty... bueno... yo - meditó antes de contestar.

-Te hemos estado buscando. Pensamos que podrías ir con nosotras. Haremos un pequeño picnic - le dijo Annie.

Candy se quedó pensando en qué excusa podría decirles, ya que no quería confesarles que se reuniría con el joven inglés para sus clases de música.

-Bueno... yo... - decía sin poder contestar - Esperen, ¿irán en parejas a ese picnic? - preguntó, con una sonrisa de complicidad.

-¿En parejas? Bueno... no es así - respondió Patty, acomodándose las gafas y un poco apenada.

-Así es, en parejas. Me refiero a Annie y Archie, Stear y tú, Patty - le dijo, guiñándole un ojo.

-¿Qué cosas dices Candy? - contestó Patty, sonrojada.

-Bueno, creo lo mejor será que esta vez, vayan ustedes solas, ya que creo que si las acompaño probablemente haría un mal tercio para alguna. Deben aprovechar esta ocasión. Por mi parte, creo que seguiré conociendo el bosque y los alrededores. Este lugar es increíble, hay muchos árboles que puedo subir con libertad, lo cual no puedo hacer en el colegio en Londres, donde si las monjas me descubren me ponen algún castigo. Así que hoy yo paso. Es mejor que vayan ustedes cuatro y la pasen muy bien - les dijo sin parar de hablar, alentándolas y empujándolas suavemente por la espalda para que caminaran en dirección en donde suponía se encontrarían con Stear y Archie.

-Pero Candy, ¿No tienes miedo de ir tú sola? Algo malo puede pasarte - le preguntó Annie, preocupada.

-Vamos Annie, tú sabes que no tengo miedo a esas cosas. No perdamos más tiempo de la tarde libre, después de clases tan aburridas ¡Adiós, salúdenme a los chicos! - se despidió, encaminándose hacia el bosque.

Las dos jovencitas se quedaron viéndose una a otra, mientras Candy se perdía entra la hierba y los árboles.

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Se apresuró para llegar a la villa de Terry, ya que como le había prometido, sería puntual. Conocía bien el camino, así que no tardó en llegar. Cuando estaba frente a la puerta principal suspiró. Sintió el ritmo de su corazón acelerarse al saber que estaría pronto junto al joven.

Calma Candy, sólo serán clases de música. Recuerda a lo que has venido se dijo, mientras tocaba la puerta, la cual estaba ligeramente abierta.

-Terry, soy yo, Candy ¿Puedo pasar? - habló en voz alta para que pudiera escucharla.

Esperó un momento y al ver que el joven no contestaba, abrió un poco más la puerta y entró al edificio. Se encaminó por el pasillo y trató de recordar el camino hacia la habitación de música.

Suponía que tal vez Terry podía estar ahí. Pero, justo antes de llegar al lugar, vio un cuerpo tirado en el suelo.

Quedó paralizada por la impresión y el miedo. Al observarlo unos segundos, se dio cuenta de que se trataba de Terry.

-¡Terry! - gritó, antes de correr hacia él - ¡Terry, por Dios! ¡¿Qué ha pasado?! - decía con voz fuerte y confusa, mientras se arrodillaba, tomándolo por la nuca.

Candy, comenzó a temblar al darse cuenta de que Terry se encontraba inconsciente y su camisa estaba manchada de un color obscuro, que podía ser sangre. Desesperada sin saber que hacer, empezó a tratar de moverlo para que reaccionara.

-¡Terry! ¡Terry! ¡¿Qué te ha pasado?¡Por favor despierta! ¡Dime que estás bien! - le rogaba, tratando de hacerlo reaccionar.

El corazón de Candy empezó a latir a toda prisa y comenzó a transpirar a causa del miedo y sólo podía pensar que necesitaba pedir ayuda.

-¡Auxilio, por favor alguien que me ayude! - gritaba con desesperación, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

Entonces, empezó a escuchar aquella risa que ella conocía tan bien. La joven abrió grandemente los ojos en medio de su desesperación. Cuál fue su sorpresa, que, a pesar del estado del joven, comenzó a reír con grandes carcajadas.

-No creo que haya alguien que pueda ayudarte pecosa. Esta casa está vacía y no hay nadie aquí cerca - le dijo abriendo los ojos y mirándola con una cínica sonrisa.

Candy se puso de pie de inmediato, con el rostro lleno de confusión. Lo escrutó para ver si realmente estaba bien. El joven también se puso de pie, mientras seguía riendo por la situación.

-Iba a esperar que me hicieras reanimación de boca a boca, o que me declararas tu amor, pero no pude aguantar un momento más la risa - le dijo Terry, totalmente divertido con la escena.

Entonces Candy comprendió que le había jugado una broma.

-¡Terry, estabas fingiendo! ¡Te estabas burlando de mí! - le reclamó con el rostro enrojecido por el enojo que empezaba invadirla.

-Sólo ha sido una broma pecosa, no tienes por qué poner esa cara.

-¡Eres un sinvergüenza! - exclamó Candy, y acercándose a él, comenzó a darle algunos golpes en el pecho. - ¿Cómo has podido hacer eso? ¿Crees qué es divertido verte tirado en el piso cubierto de sangre?

-¡Vamos Candy, cálmate! ¿Por qué te pones así? Además, no es sangre, sólo es un poco de salsa que la señora Crods tenía en la alacena - se defendió, mientras reía y trataba de controlarla tomando sus muñecas para evitar que lo siguiera golpeando.

Candy se alejó de golpe. Lo observó directamente hacia los ojos con el rostro totalmente confundido y aún con un rubor que no sabía si se debía al enojo o a la preocupación que había sentido.

-Eres un ser insensible. Me voy - le dijo molesta y dándose la vuelta, se dirigió a la puerta para salir del lugar.

Entonces, Terry al ver que en verdad se marchaba, la alcanzó por el brazo.

-Espera Candy. No te vayas. Discúlpame si me excedí. Sólo quería hacerte una pequeña broma, no pensé que te molestarías tanto. - le dijo en tono amable y con una dulce voz.

Candy se detuvo y volteó a observarlo de nuevo. La joven, tenía los ojos cristalizados por las lágrimas. Terry, al mirar su semblante, la soltó. En ese momento se arrepintió de haberle jugado esa inocente broma.

-No sé si pueda perdonarte Terry, es una broma muy fuera de lugar. Sobre todo, sabiendo los ruidos que escuchamos ayer ¿Es por eso que has hecho esto verdad? - le preguntó, recordando el suceso de un día antes.

Terry no dijo nada, sólo trataba de contener la risa para no molestarla más. Sin embargo, era verdad, había aprovechado aquella situación para gastarle una pequeña broma, que ahora, se daba cuenta que se había salido de sus manos.

-Sin embargo, lo dejaré pasar y me quedaré, ya que realmente necesito las clases. Pero si vuelves asustarme así, no volveré nunca más - continuó diciendo la joven, con ceño fruncido.

Terry le sonrió.

-Está bien, entendido. Ahora espérame en la habitación de música, me iré a cambiar esta ropa - mencionó, mostrándole su atuendo.

La joven asintió y lo vio cruzar los pasillos. Después, se encaminó a cuarto de música. Al llegar, se dirigió al piano y se dio cuenta que Terry había puesto un banco más largo y grande que el que uso un día antes. Era elegante, con un cojín integrado, se veía bastante cómodo, así que sonriendo se sentó.

Abrió el piano y empezó a tocar una melodía que había aprendido en el colegio, sin embargo, lo hacía un poco insegura tratando de recordar las notas.

Estuvo un tiempo intentando poder llevar el ritmo y terminarla, pero al juzgar por las muecas que hacía, podría asegurarse que no lo lograba, y mucho menos que lo disfrutaba.

-Pensé que serías todo un desastre, pero al parecer no es tan terrible - escuchó una voz en la entrada de la habitación.

Era Terry, quien estaba en el umbral de la puerta. Candy dirigió su vista hacia él y se dio cuenta que el joven estaba listo. Se había cambiado de ropa y tenía un aspecto diferente.

Pudo notar que se había lavado la cara y también, había mojado un poco su cabello, lo había acomodado hacia atrás. Recordó cuando lo vio de esa manera en el lago, el día que salvó a Eliza. En ese momento le pareció tan apuesto y varonil, que hasta olvidó el enojo que sentía por la broma que le había hecho.

-Veo que tenías salsa hasta en el cabello - le dijo Candy con una sonrisa burlona.

-Si. Tenía que ser convincente para aparentar totalmente mi papel ¿No lo crees? - le preguntó Terry, con una sonrisa traviesa.

- Ahora veo que de verdad tienes madera para actor, lástima que uses tu talento para trucos tan bajos - contestó la joven, fingiendo molestia y quitándole importancia a su pregunta.

El joven caminó hacia ella.

-Ahora sigue tocando. Quiero ver qué tal lo haces y qué es lo que podremos hacer por ti - terminó de decir al llegar a su lado.

Candy, quien se empezaba a sentir un poco sofocada por la cercanía de Terry y ahora sumado a verlo tan apuesto con su cabello mojado, trató de concentrarse y hacer lo que le pedía.

-Está bien, pero no te burles - le dijo, volteando su mirada hacia él, después, dirigió de nuevo su vista al teclado.

La joven, comenzó a tocar una melodía tranquila, un poco más alegre que la que canción de cuna que Terry había tocado en el colegio. Trataba de recordar cada nota, pero al no lograrlo del todo, se detenía para poder continuar, por lo que la melodía se pausaba.

Terry, la observaba sin perder detalle.

A pesar de que Candy, trataba de concentrarse, él pudo darse cuenta de que, estaba algo nerviosa y a la vez insegura, tal como se sentía regularmente en las clases en el colegio delante de las monjas.

Cuando por fin logro terminar la melodía, se quedó en silencio esperando que Terry dijera algo. Después de unos segundos al no escuchar que lo hacía, decidió voltear para preguntarle, pero en ese momento el joven se sentó a su lado, a una distancia prudente de ella, ya que en el banco, cabían perfectamente los dos.

-Pareces no disfrutar para nada cuando tocas el piano - mencionó Terry.

-¿Por qué lo dices? - preguntó, sabiendo que tenía razón.

-Sólo hay que ver cómo tratas de asesinar a cada una de las teclas ¿No te has dado cuenta? - respondió, comenzando a reír nuevamente.

-Vamos Terry, no seas así. No es como si haya aprendido toda la vida... como ustedes - le dijo, un poco apenada.

-Lo sé - contestó el joven, después de dejar de reír - ¿Sabes? La música es una bella expresión del alma tanto como el teatro o la poesía. Debes tratar de sentir aquello que interpretas - continuó hablando de manera apasionada, que Candy podía apreciar en su tono de voz - Esta canción de cuna es alegre, sin embargo, si la tocaras a algún bebé seguro lo harías llorar sin parar - le dijo, viéndola y sonriendo de nuevo.

-¡Terry no te burles! Dijiste que me ayudarías - expresó, con voz enfadada.

-Está bien - se excusó - Mira, lo primero que debes hacer es relajarte e imaginar que estás solo tú y el piano. Vamos, cierra los ojos y respira suavemente - le pidió. Ella lo miraba con un poco de desconfianza, pero al ver que no estaba bromeando hizo lo que le pedía.

Candy inhaló y exhaló varias veces, junto con Terry.

-Después, es necesario que tengas buena postura, la posición de tu espalda y de tus brazos. Los codos deben estar a esa altura - le dijo mostrándole él mismo la posición que debía tener y la distancia que debería estar del piano.

-Muy bien. Ahora, debes relajar también tus manos y cada uno de tus dedos. Están muy tensos.

-¿Cómo hago eso? - preguntó Candy.

-¿Puedo? - preguntó Terry, pidiendo a la joven con una señal que pusiera una de sus manos sobre la suya.

Las mejillas de Candy se tiñeron de un color rosado, al darse cuenta de lo que Terry le pedía . Se quedó observándolo un poco al ver como el joven extendía su mano hacia ella.

Los dos se vieron profundamente a los ojos. Entonces Candy lo supo, confiaba en Terry. Sabía que él estaba tratando de ayudarla, así que no lo dudó más e hizo lo que le pidió.

-Si... - contestó, extendiendo lentamente su mano hacia él.

Terry la tomó delicadamente. Sería una mentira, decir, que no sintió la electricidad atravesar todo su cuerpo, en el momento que pudo sentir la cálida piel de Candy. No deseaba aprovecharse de ella, era verdad, quería ayudarla.

En el momento que la tocó, su corazón latió de felicidad. Era esa sensación que siempre lo invadía al estar a su lado. Con aquellas inocentes caricias pudo sentirla más cerca y percibió que confiaba en él, lo cual le alegró grandemente.

-Tus dedos están muy rígidos. Te daré un suave mansaje y tú, trata de hacerlo de vez en cuando, sobre todo antes de las clases de música.

Mientras le explicaba, la miraba a los ojos. Entonces ella le brindo una tierna sonrisa y él la correspondió.

-Si... Está bien - contestó la joven.

Después de eso, Terry, tomó uno por uno los dedos de Candy y con suavidad los masajeó, pero más que eso, fueron suaves caricias.

El corazón de la joven empezó a palpitar con mayor velocidad al sentir las yemas de Terry sobre sus dedos. Sus movimientos eran gentiles. Él, le daba pequeños círculos en sus nudillos.

Candy comenzó a sentir una sensación en su pecho y un gran calor se apoderó de ella.

"¿Qué es esto que siento? Es tan cálido..." se preguntó.

Mientras Terry seguía con el ejercicio, dirigío su vista hacia la otra mano de Candy, para después, darle un masaje también.

Por su parte, ella observaba el perfil del joven, su cabello; esos intensos ojos color océano, sus pobladas cejas.

Lo miró con más atención que nunca antes. Disfrutó ver esos gestos tan varoniles, y sin darse cuenta su mirada se dirigió a esa parte tan especial de su rostro, que ella se había negado a reconocer que le atraía tanto... sus labios...

Un rubor se apoderó no sólo de sus mejillas, sino que toda su cara comenzó a cobrar un color rojizo...

-Ya está - dijo él, sacándola de sus pensamientos. Después de decir aquello, se levantó de su lugar - Creo que también tendremos que marcarlos - continuó diciendo.

-¿Marcarlos? - preguntó, confundida.

-Sí, tus dedos. Te enseñaré como lo hacían mis maestros cuando era pequeño. Ya que aún sigues siendo un pequeña pecosa, también - le dijo divertido y sonriendo.

Candy hizo una mueca infantil. Terry continuó hablando.

-Lo que pasa, es que tocas el piano de manera incorrecta. Cada uno de los dedos tiene un orden para ejecutar la melodía en el teclado. Esto también brinda mayor agilidad al momento de interpretar la pieza, así no pararás hasta terminarla.

-Oh entiendo. Está bien - respondió Candy.

-Espera, iré por tinta y una pluma.

-Si... - contestó la joven. Y pudo ver como Terry se dirigió a un escritorio que estaba cerca de las estanterías de libros.

Buscó por un momento las cosas, después de unos segundos las encontró. Después regresó junto a ella y se sentó nuevamente a su lado. Entonces, le pidió con un gesto su mano y Candy la extendió enseguida.

El joven empezó a escribir los números del uno al cinco en cada uno de sus dedos e hizo lo mismo con la otra mano.

A pesar de que, aquello que Terry hacía en ese momento, era una acción un poco peculiar, y tal vez nada romántica, Candy se sentía protegida a su lado y la hacía sentir muy especial.

-Ya está. Ahora por atención - le pidió Terry, y comenzó a tocar la melodía que Candy estaba tocando antes, indicandole cómo debía usar sus dedos.

Candy se sorprendió que conociera la pieza, además de ver la agilidad con la que la tocaba. Pero, recordando que llevaba clases desde niño, supuso que sabía muchas más canciones de las que ella pensaba.

Después de varios ejercicios, la joven seguía el ritmo de Terry en su propio lado del piano y se dio cuenta de que, al parecer, no eran tan difícil como ella pensaba. Sin darse cuenta, comenzó a disfrutar lo que hacía, tal como Terry se lo había pedido.

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Al terminar la tarde y casi a la hora de la cena, Terry acompañó a Candy cerca de la entrada del colegio.

-Gracias por traerme, Terry - le dijo, cuando la bajó del caballo.

-No es nada - contestó con una encantadora sonrisa.

Después, se vieron a los ojos unos momentos, sin que ninguno lograra despedirse.

-Bueno, sólo quiero decirte que te advierto que, si mañana me vuelves a hacer una broma así, no volveré a las clases.

Terry comenzó a reír al recordar el suceso.

-No te preocupes pecosa, no lo volveré a hacer. Bueno, no puedo prometerte que no te haré de nuevo alguna broma, pero no volveré a asustarte así.

-Mas te vale - le advirtió Candy, tratando de contener la risa que también quería escapar de ella.

-Si. Bueno... la verdad es que sólo quería saber qué tanto te preocupabas por mi - le confesó el joven, dejando de reír, pero conservando su clásica sonrisa.

-No te hagas el importante Terry - contestó ella, sonriéndole también.

Continuaron mirándose fijamente...

-Por cierto, antes de irme, quiero pedirte algo - continuó hablando Candy - ¿Podrías mostrarme de nuevo cómo debo hacer el masaje en mis manos?

A pesar de su sorpresa por la petición de la joven, Terry sonrió.

-Por supuesto que si - contestó sin dudar.

Se acercó a ella y sin pedir permiso, tomó delicadamente su mano, sin dejar de mirar sus ojos.

Era verdad que Candy, quería estar totalmente segura, de cómo hacer los ejercicios que Terry le había enseñado en las clases. Pero el verdadero motivo de su petición, era que quería sentirlo de nuevo, brindándole esas caricias que a ella la hacían sentir tan especial.

Mientras el joven tomaba la mano de Candy entre las suyas y le daba los suaves masajes, ella veía en silencio su apuesto rostro, y él, también la contemplaba.

Sin palabras, Candy le estaba confesando lo que empezaba a sentir por él y Terry con su corazón latiendo vertiginosamente al igual que el de ella, se acercó más a la joven y dejó una de sus manos para tomar la otra.

Esta vez, él posó sus bellos ojos azules en los labios de la joven, y ella, sintiendo su intensa mirada y el fuerte golpe de su corazón a punto de salir de su pecho, lo miró profundamente, como si le pidiera que por fin acabara con ese deseo que se formaba cada vez y con más fuerza dentro su corazón.

Terry se llenó de valor y comenzó a acercarse poco a poco al rostro de la joven. Entonces Candy cerró sus ojos.

Cuando su nariz casi rosaba con la de ella, unas voces lo detuvieron...

-¡Candy, Candy si estás por ahí, apúrate! ¡Las hermanas están por cerrar la puerta! - gritaba Annie, que estaba junto con Patty, al ver que las monjas se acercaban al portón de la escuela, creyendo que tal vez Candy se encontraba cerca, trepada en alguno de lo árboles.

Al escuchar las desesperadas voces de las jovencitas, Terry se alejó de su rostro y ella enrojeció de la vergüenza.

Los dos se quedaron en silencio por un momento, sin saber que decir.

-Creo que debo irme Terry o me dejarán afuera - le dijo con voz entrecortada.

-Si, ve, o dormirás en las ramas, chica Tarzán - respondió Terry, con su sonrisa de siempre.

Candy frunció el ceño, pero le sonrió enseguida.

-Adiós...

-Adiós - contestó, dulcemente el joven.

Entonces, ella comenzó a correr a la puerta para encontrase con sus amigas.

El corazón de la joven iba a toda velocidad, y no se debía solamente al intenso ejercicio para poder llegar a tiempo. Terry había estado a punto de besarla.

"Realmente le gusto también a Terry. Él iba a besarme de nuevo..." pensaba con gran emoción, y a la vez lamentándose porque el dulce momento había sido interrumpido.

Al llegar a la entrada de la escuela, dirigió su vista a donde había dejado al joven. Seguramente, aún estaba escondido entre los árboles. Le brindó una sonrisa como si él pudiera verla y después entró al colegio.

Terry la vio entrar y efectivamente pudo ver su tierna sonrisa. Se sintió el hombre más dichoso del plantea. Su bella pecosa le había permitido que se acercara más a él y si no hubiera sido por sus impertinentes amigas, la habría besado de nuevo.

En un beso que estaba seguro de que ella deseaba tanto como él. Ya no sería como en el festival de mayo. Ella no lo rechazaba.

Recordó entonces, el momento en el que los dos tocaban en el gran piano de cola, en la villa. Pudo sentir como su corazón se conectaba con el de la joven, como si fueran uno solo.

Y se sintió como hacía muchos años atrás, cuando vivía en la villa. Sus días volvían a ser felices como aquellos de su niñez. Pero ahora se debía a la jovencita más hermosa que él había conocido.

Se sentía un hombre afortunado. Era verdad, se había enamorado. Y pensaba que después de todo la vida no era tan cruel como él había pensado. Si, y todo se lo debía a ella.