Disclaimer: De la tránsfoba. Mucho más romántico mi baile que el suyo, que hasta en esto se le olía la ranciedad xD.
"Este fic participa en la actividad multifandom del foro Alas Negras, Palabras Negras."
Imagen de portada: Margot's Drawings.
Prompts sorteados: Castillo [lugar], Baile [escénica], Sospechar [verbo]
Condición del mes: Temática o personajes LGBTIQA+.
Notas: Esta es una idea de hace tiempo. En un evento, me tocó la petición de Seremoon, que pidió un Drarry donde "Harry invita a Draco al baile de navidad, donde aceptan que están enamorados desde que se conocieron. Sería un enamoramiento "tipo Ginny" y por eso se comportaban de esa forma". En su momento, lo resolví de otra manera, y aboceté lo que ha acabado siendo esta historia, pero el límite de 1000 palabras hacía imposible cualquier desarrollo entre ambos personajes (ya con 17000 hay que conceder varios saltos bruscos). Así que aparté la historia... hasta que me tocaron estos prompts y dije: anda, si esto cuadra perfectamente. Y partiendo de la misma idea, escribí esta de cero, conservando sólo la broma de los Weasley y el hecho de que se conocieron en Madame Malkin y me he quitado una espinita que tenía pendiente gracias al reto.
El brebaje
—No me parece buena idea —dice Harry lentamente, negando con la cabeza. Los argumentos de los gemelos son bastante potentes, tiene que admitirlo, y se siente tentado a aceptar su oferta, pero la intuición le indica que no es la idea brillante que le están intentando vender. Además, no es la primera vez que ve las consecuencias de uno de los productos de broma de los hermanos Weasley, y le consta que no siempre son agradables, aunque nunca hayan sido irreversibles. Fred y George parecen comprender que es una negativa firme, porque centran sus esfuerzos en vender sus servicios a Ron.
—¡Claro que lo es! —Ron duda varios segundos. Craso error, porque eso permite a Fred desplegar un par de argumentos más—. Estamos seguros de que no tiene efectos secundarios, pero necesitamos probarlo en alguien que pueda contarnos detalladamente qué siente para perfeccionarlo.
—Y, como tú eres nuestro hermanito, te lo dejamos gratis.
—Dentro de unos días, la gente estará peleándose por conseguirlo y entonces te costará unos buenos galeones —presume Fred.
—Aunque seas nuestro hermano —apostilla George con una sonrisa maliciosa.
—No lo sé… —Ron menea la cabeza, tratando de alejar las dudas que le incitan a aceptar.
—Oh… venga, sois los únicos que no habéis encontrado pareja todavía —insiste George.
—No estamos obligados a llevar pareja —responde Ron inmediatamente. Fred y George esbozan una enorme sonrisa, detectando al instante la forma en la que su hermano pequeño trata de desviar la conversación mediante una excusa que no termina de creerse del todo.
—Pero queréis, y eso es lo que importa —afirma Fred, triunfal. El rostro de Ron, atormentado por la duda y el ansia de encajar con todos los demás, cede durante unos instantes.
—Y no sois capaces de pedírselo a nadie —dice George, a modo de remate. Sin embargo, no funciona exactamente como esperaba, porque eso ensombrece la expresión de Ron, haciéndole volver a negar con la cabeza.
—Y hasta Ginny llevará a alguien —asegura Fred, un tanto desesperado porque su hermano acepte a hacerles de sujeto experimental.
—¿Qué? —Ron frunce el entrecejo y Harry ladea la cabeza, curioso y contento todavía porque la atención se haya desviado de él a su amigo, aunque no sabe si el enfado de Ron se debe a que Ginny, que no debería poder asistir al baile por estar en tercero sí ha encontrado alguien mayor que ella que la lleve, a que hay alguien interesado en ella, pues siempre ha tendido a ser un poco sobreprotector, o a que su hermana que no tiene edad para ir por sí misma al baile haya sido capaz de conseguir la pareja que él no.
—A Neville —explica Fred, como si fuese obvio.
—Querrás decir que Neville la lleva a ella, Ginny no tiene edad para ir por su cuenta al baile —corrige Ron, irritado.
—Me parece más bien que ha sido ella quien se lo ha pedido a él, así que…
—Y ni siquiera ha necesitado probar nuestro brebaje para encontrar la pareja ideal —añade George, adoptando la voz de un vendedor que trata de alabar las propiedades de su producto—. Algo que tú tendrás que utilizar si no quieres ir con Harry como en una mala novela de romance gay. Así, al menos tendrás la oportunidad de preguntar a alguien en lugar de quedarte con la duda para siempre.
—Eso es lo que tú te crees —masculla Ron, que todavía está digiriendo la información acerca de su hermana y ha bajado la guardia—. Sí que se lo hemos pedido a gente, para que os enteréis.
—¿Sí? —Fred y George hablan a la vez, súbitamente interesados. Sus sonrisas se ensanchan tanto como los ojos de Harry, que los pone en blanco por lo bocazas que es Ron.
Agacha la cabeza sobre su ensayo de Pociones, que tiene que entregar al día siguiente y que Ron ni siquiera ha comenzado, confiando en que Hermione lo ayudará en el último momento. Aunque Harry lo duda, su amiga lleva unos días, tantos como ellos, supone, un tanto extraña. La noticia de que todos los alumnos de cuarto a séptimo podrán asistir al baile de Navidad que se habrá en Hogwarts durante las vacaciones escolares y podrán llevar una pareja, ha desatado en la sala común de Gryffindor una histeria colectiva para tratar de conseguir una persona con la que tener una cita esa noche, incluso aunque todo parezca indicar que va a resultar un plan terrible.
En realidad, no es cosa de Gryffindor: la fiebre ha atacado a todo el mundo en el castillo y repentinamente todo el alumnado está obsesionado con encontrar una pareja con la que asistir al susodicho baile y se están formando las parejas que hasta Harry habría podido suponer, pero también las más estrambóticas que se le puedan ocurrir a cualquiera. Tanto es el fervor, que ha opacado incluso la noticia de que la investigación del Ministerio acerca del falso profesor de Defensa contra las Artes Oscuras que suplantaba al auror Moody e introdujo el nombre de Harry en el cáliz de fuego, al parecer, está desmantelando una red de antiguos mortífagos que conspiraban para tratar de hacer regresar a Lord Voldemort. Claro que, en opinión de Harry, podrían haber empezado a sospechar de él en el mismo momento en que se puso a enseñar maldiciones imperdonables en sus clases.
Escuchando a medias cómo Ron les cuenta a sus hermanos, tartamudeando, su infame intento de invitar al baile a Fleur Delacour, la participante de Beauxbatons en el Torneo de los tres magos y la más bochornosa aún petición de Harry a Cho Chang, que va a ir al baile con el representante de Hogwarts, Cedric Diggory, Harry continúa raspando pacientemente el pergamino con la punta de la pluma, maldiciendo a Snape y los eternos ensayos que les ordena realizar sobre cualquier poción o ingrediente a los que, encima, ahora se añaden los de Defensa contra las Artes Oscuras, ya que Dumbledore no parece capaz de encontrar un sustituto adecuado para el falso profesor Moody y el real que sigue recuperándose de su secuestro en San Mungo.
Aunque, por otro lado, agradece esa… normalidad. Por una vez, no es el centro de atención, quitando el instante en el que el cáliz escupió un cuarto trozo de papel con su nombre escrito que él, desde luego, no había introducido. Y ahora, gracias a la oportuna intervención de Dumbledore y el Ministerio, Harry puede disfrutar, si se puede denominar así, de la misma avergonzada tarea que el resto de sus compañeros: encontrar una pareja con la que asistir al baile para no pasar por el aún más avergonzado disfrute de tener que hacerlo en solitario. Y, objetivamente, es una opción mucho mejor que enfrentarse a una enorme dragona cabreada porque alguien quiere robarle sus preciados huevos mientras todo el colegio se burla o lo abuchea por tratar de usurpar el puesto de Diggory y acaparar el protagonismo, aunque a veces presuma sarcásticamente de que preferiría la dragona.
—¡Listo! —Completamente ajeno a la conversación de los hermanos Weasley, Harry pone el punto final en el ensayo, repasándolo rápidamente mientras extiende la mano encima de la mesa, tanteando en busca de la bolsa de golosinas que Ron y él utilizan para premiarse a sí mismos cada vez que terminan una tarea escolar. No va a necesitar pedirle a Hermione que le ayude a corregirlo, piensa mientras mastica, lo que ha hecho es suficiente para que Snape le ponga un aprobado incluso a él—. ¡Miedda!
La píldora ácida, que ha cogido sin mirar, le abrasa la boca. Es una golosina que conviene comer como un caramelo, chupándola despacio para que vaya liberando su potente acidez de forma gradual, pero al masticarla la ha roto y ahora es demasiado fuerte como para tolerarla sin dolor. Escupe los pedazos de la píldora, que humean débilmente y le queman también la piel de la mano y, ciego por la sensación de dolor y quemazón de la boca, Harry busca a su alrededor, seguro de que debe haber una botella o un vaso de agua cerca con el que aliviar la acidez. A su lado, las voces alarmadas de los gemelos y de Ron le llegan amortiguadas.
—¡Harry, espera! —grita Ron, lo suficientemente alto cómo para que Harry, que ha conseguido encontrar la botella y llevársela a los labios, bebiendo ansiosamente el líquido fresco y aromático, lo oiga.
—Joded, cdeí que me modía —susurra con voz ronca y la boca adormecida tras apurar hasta la última gota. Tiene la lengua adolorida y la garganta abrasada, seca y sin saliva, pero al menos ya no arde. La cabeza le da vueltas durante unos segundos, en lo que recupera el aliento y, cuando se le aclara la vista, los tres hermanos Weasley están mirándolo atentamente. Los gemelos con una sonrisa enorme en los labios y Ron con expresión horrorizada. La sospecha se abre paso a través de su mente y el corazón se le detiene—. ¿Qué ocudde? —Ni siquiera puede pronunciar bien la letra erre. Ni la ese. Y probablemente un puñado más del abecedario, porque la píldora ha devastado su lengua y parte del paladar.
—¿Cómo te sientes, Harry? —preguntan Fred y George al mismo tiempo, inclinándose hacia él con sumo interés. Harry frunce el ceño, a punto de contestarles que un poco más de agua no le vendría mal, porque morirse no entra en sus planes, pero Ron habla primero.
—Eso era… —«Brebaje para encontrar a tu pareja ideal», comprende Harry, demasiado tarde. Asustado, abre los ojos de par en par y mira a los gemelos, que parecen encontrar todo muy divertido.
—¿Y bien? —George lo mira, ansioso, incitándolo a hablar.
—No noto nada —asegura Harry, hablando con dificultad.
—A veces tarda un poco en hacer efecto —dice Fred, pero Harry puede detectar en su voz la inseguridad de que no sabe bien qué esperar de su nuevo producto de broma—. En teoría, sólo toma el control para guiarte hasta la persona con la que quieres ir al baile y le invites.
—¿Y si dice que no? —pregunta Ron, interesado.
—En teoría, no pasa nada. —George se encoge de hombros—. Queríamos haber hecho que te guiarse a la siguiente persona de la lista, pero…
—¿Lidta? —balbucea Harry, horrorizado.
—Oh, sí, todo el mundo tiene una lista, aunque sea subconsciente —asegura Fred, entre carcajadas.
—Yo no tengo una lidta —dice Harry, pero la cara de culpabilidad de Ron le hace pensar que él sí la tiene.
—Pero si hacíamos eso, el efecto no acababa hasta que alguien te decía que sí —explica George.
—E imagina que la vigesimosexta persona de la lista fuese McGonagall. —Harry, todavía más horrorizado por las palabras de Fred, se mesa el cabello, tratando de no pensar en McGonagall como parte de una lista de posibles candidatas para invitar al baile de Navidad para que el brebaje no lo dirija hacia ella y arruine su vida social, escolar y personal en un instante.
—A lo mejor por eso no está funcionando —dice George, que observa a Harry con interés casi científico.
—¿Pod qué? —pregunta Harry, esperanzado por la posibilidad de que el producto experimental haya fallado.
—Porque no tienes una lista. ¿Nunca has pensado con quién querrías ir al baile? —pregunta Fred, con cara de escepticismo.
—Dupongo. —Está Cho Chang, por supuesto, pero Harry nunca se ha planteado que fuese parte de una lista. Simplemente fue la única persona que se le ocurrió cuando McGonagall les informó de que podrían llevar una pareja al baile y todo el mundo se volvió loco asumiendo que sería un fracaso no hacerlo. Se había fijado por primera vez en ella el año anterior, en uno de los partidos de quidditch y le había parecido bonita. De alguna manera, habían pasado de querer defenestrarse de la escoba mutuamente mientras perseguían la snitch a saludarse amigablemente al cruzarse por los pasillos, así que le había parecido totalmente lógico acercarse a ella a pedirle ir al baile juntos, dado que no conocía más chicas de otras casas ni tampoco tenía mucho trato con las de la suya propia aparte de Hermione.
—En fin, nuestro gozo en un pozo —suspira George.
—Yo diría más. Nuestro pozo en un gozo, hermanito —dice Fred, tratando de reír su propia broma, aunque con poco optimismo. Ambos se levantan y, palmeando la espalda de Harry con agradecimiento, se van a otra parte de la sala común, probablemente a intentar solventar el fallo de su brebaje.
—¿Seguro que te encuentras bien? —pregunta Ron, mirándolo con preocupación. Harry asiente con la cabeza, aliviado. La llegada de Hermione, que se indigna al enterarse de la existencia del brebaje de los gemelos, para luego compadecerse al saber por qué Harry habla de una forma tan extraña. Afortunadamente, la chica conoce un hechizo adecuado para sanar rápidamente la lengua de Harry y pronto el tema de conversación se desvía al ensayo de Pociones que Ron todavía no ha comenzado a escribir.
