Ron entra en crisis

Harry pasa varios días aturdido. No ha vuelto a hablar con Malfoy, aunque siguen saludándose y sonriéndose al cruzarse por los pasillos o si sus miradas se encuentran durante las comidas en el Gran Comedor. Ron le ha hecho contarle varias veces su conversación acerca de Lucius Malfoy, pero ya no parece tan receloso. Al menos, no todo el tiempo.

—¿Estás seguro de que no es un paripé, Harry? —pregunta en susurros una de las tardes, mientras están estudiando en la biblioteca. O fingiendo que estudian, porque Malfoy está sentado unas cuantas mesas más allá y de vez en cuando dirige miradas fugaces a Harry—. Quiero decir, la vez anterior lo de la imperius fue una excusa, estoy seguro.

—No importa lo que dice, sino lo que hace —dice Hermione, respondiendo en su lugar, sin levantar la vista de la redacción que está escribiendo. Y sin dejar de escribir, algo que Harry es incapaz de comprender cómo es capaz de hacer—. No es lo mismo quitarse de en medio con una excusa, que enfrentarte a tus viejos ideales y acciones de manera activa. Y, entregarse y admitir su propia responsabilidad y lidiar con las consecuencias es, desde luego, algo más que una excusa.

—¿Quieres decir que podemos confiar en Malfoy porque su padre ha delatado a algunos antiguos mortífagos, desvelado posibles escondites y colaborado para atrapar a Peter Pettigrew? —pregunta Ron. Harry, que está sonriendo a Malfoy cuando su amigo menciona al antiguo amigo de Sirius, se anima aún más. Gracias a esa captura, Sirius ha podido abandonar su escondite y está en proceso de limpiar su nombre. Ha tenido que entregarse, pero al menos ya no está en Azkaban, sino en una celda limpia y sin dementores del Ministerio, y le permiten escribirse cartas con Harry para que este no se preocupe, asegurándole que en unos pocos días todo se habrá solucionado.

—Básicamente, sí —responde Hermione, impertérrita—. Pero sobre todo porque su padre está dispuesto a asumir su propia responsabilidad en los actos en los que él mismo ha tomado parte y tiene la voluntad de contribuir a solucionarlos en la medida de lo posible. Eso es… valiente.

—Además, sabe lo que es el fascismo —dice Harry, sin recordar si ese detalle lo ha contado ya o no. Se decanta porque no, a juzgar por la expresión de interés de Hermione, que levanta la vista de la redacción, y de desconcierto de Ron—. Dijo algo sobre la nostalgia propia del fascismo muggle al referirse a los exmortífagos que la liaron en el mundial.

—Entonces, da igual que Malfoy fuese uno de ellos si ahora dice que se arrepiente y ayuda a delatar a todos los que estaban allí —gruñe Ron, en un tono lo suficientemente alto como para que madame Pince los chiste desde su escritorio, pero no tanto como para que Malfoy lo haya escuchado desde su mesa. Hermione y Harry intercambian una mirada pensativa antes de asentir, aunque Harry no está seguro de que dé igual. Sólo que… al menos hay un cambio palpable. Ron, en minoría, se rinde con un suspiro—. En fin… ¿qué es eso del fascismo?

—Por estas cosas creo que no está bien que los magos crezcan sin saber nada del mundo muggle —suspira Hermione, exasperada—. Cuando Grindelwald se hizo con el poder, en varios países europeos los muggles instalaron dictaduras donde asesinaron a montones de personas por no ser… bueno, por no ser como ellos.

—Como los mortífagos —señala Ron.

—Como los mortífagos —asiente Hermione—. ¿En serio Malfoy utilizó esa expresión, Harry? ¿Fascismo, concretamente?

—Sí, estoy seguro. —Harry titubea unos segundos, porque hay otra cosa que no les ha contado a sus amigos. Probablemente la frase que más ha analizado en la intimidad de los doseles de su cama en el dormitorio, obsesionado por saber si la recuerda bien, si la ha interpretado correctamente o si esconde un críptico mensaje que Harry es incapaz de comprender—. Además, dijo que, si mi invitación de ir al baile sigue en pie, a lo mejor la acepta. Bueno, algo así. En realidad, no mencionó la palabra baile en ningún momento.

—Espera, ¡¿qué?! —Esta vez, lo que llega a la mesa para castigar a Ron es la propia madame Pince, que los mira, irritada y cabreada, y señala la puerta perentoriamente. Cuando salen, con Ron rojo de la vergüenza, Harry intercambia una última mirada con Malfoy, que entrecierra los ojos, pensativo, antes de despedirse de él con un asentimiento de cabeza y una sonrisa de labios apretados a la que Harry está comenzando a acostumbrarse.

Cuando cae una primera nevada temprana, que no cuaja en el suelo, pero sí deja los tejados del castillo blancos, Harry empieza a sentirse nervioso por la perspectiva de ir a un baile. Y de ir con Malfoy, precisamente, aunque este no ha vuelto a mencionar la posibilidad de hacerlo ni le ha confirmado nada. De hecho, no han vuelto a hablar, aunque sus escuetos saludos al menos ya son verbales y, en las asignaturas que coinciden, mantienen breves conversaciones corteses acerca de los deberes o los horarios. Sin embargo, nada parecido a sus charlas en la lechucería o en el pasillo tras el artículo de El profeta.

Ron, en cambio, empieza a estar desesperado. Una vez ha asimilado, con más seguridad de la que Harry siente, que este probablemente va a ir al baile de Navidad acompañado, la necesidad de buscar pareja se ha vuelto una prioridad para él. Una prioridad que se traduce en mirar a las chicas con las que se cruza con la cara de alguien que se dirige al patíbulo, sin preguntar a nadie en absoluto. La llegada de las túnicas de gala que les ha enviado Molly no ha ayudado en absoluto, pues el contraste entre el elegante modelo que la madre de su amigo ha elegido para Harry y el anticuado y avejentado aspecto de la túnica de segunda mano de Ron es abismal. Quizá por eso, aunque Ron suele ser reticente a aceptar regalos de Harry, ha accedido a mirar catálogos de túnicas de gala para pedir un modelo más moderno por lechuza, deseando porque su madre no se entere del cambio y se ofenda.

Cuando la nueva túnica llega, a apenas unos pocos días del comienzo de las vacaciones escolares, Harry sigue sin haber concretado ningún detalle con Malfoy y cada vez se siente menos seguro de haber comprendido bien las palabras del otro chico. Mientras, Ron tiene una túnica con la que considera aceptable ir a un baile de Navidad, pero nadie con quien ir y la presión social empieza a hacerse insoportable.

—Hay más gente que va a ir sin pareja —está diciendo Hermione, mientras Harry mira el fuego. Sostiene en las manos una carta de Sirius, que le informa de la fecha de su puesta en libertad, antes de fin de año, libre por fin de todos los cargos—. Quizás deberías unirte a ellos, pasarás un buen rato. Además, Harry y yo estaremos por allí, no es como si no pudiéramos pasar tiempo juntos y bailar. Por dios, es un baile, no un compromiso matrimonial.

—Ni siquiera has querido decirnos con quién vas a ir tú y pretendes consolarme diciendo que pasarás tiempo conmigo en el baile —gruñe Ron, aunque su expresión se suaviza acto seguido. Ya hacía varias semanas que no molestaba a Hermione con ese tema, y es probable que no haya querido ser tan brusco al abordarlo de nuevo.

—Bueno… —Hermione coge aire y Harry y Ron, curiosos, prestan atención—. No os riais, ¿vale? Voy a ir… —Baja la voz y mira a su alrededor—. Con… bueno, con Viktor Krum.

—Espera, ¡¿qué?! —La sorpresa de Ron se ve interrumpida por la llegada de los gemelos a la sala común, que van rodeados de varios chavales que los siguen con entusiasmo. Hermione, que un momento antes estaba sonrojada, se pone en pie al momento, con el ceño fruncido por la sospecha de imaginar qué están haciendo.

—Esto no puede seguir así. Si ningún prefecto va a hacer nada… —Levantando la voz hacia Fred y George, llama su atención—. Eso no está bien.

—¡Oh, vamos, Hermione! —protesta Fred—. No hace daño a nadie, como mucho sólo los pone en vergüenza. Ahí tienes a Harry, sobrevivió para contarlo, ¿no?

—Siguió sin ser cómodo ni agradable —gruñe Harry, poniéndose de parte de su amiga. Incluso aunque el hecho de tomar el brebaje haya dado lugar a la concatenación de sucesos que ha dado y que parece acabará con él y Malfoy en un baile si este no se arrepiente antes, sigue sin parecerle correcto.

—Ni ético. Podéis darme a mí los frascos de brebaje que tengáis y me ocuparé de hacerlos desaparecer convenientemente, o podéis explicárselo a McGonagall, lo que prefiráis —dice Hermione, seria, con la autoridad que no parece querer ostentar ningún prefecto de la casa. Fred y George intercambian una mirada de entendimiento entre ellos y sonríen, así que Harry interviene una vez más:

—Os recuerdo que el año pasado la avisó de lo de mi Saeta de Fuego. Y yo soy su mejor amigo.

—¡Mierda! —exclaman los dos gemelos a la vez. Reticentes, intercambian una última mirada de resignación y sacan tres frascos cada uno del bolsillo de la túnica y se los tienden a Hermione con el rostro desolado.

—Que sepas que nos vas a hacer perder un buen montón de galeones, la gente estaba dispuesta a pujar pequeñas fortunas por conseguir uno de estos antes de las vacaciones —dice George, enfadado, pero Hermione recoge los frascos y les da la espalda, sin dignarse a contestar. Los gemelos, fastidiados, vuelven con los chicos con los que han entrado y Harry puede ver las miradas de odio de algunos de ellos al enterarse de que su último recurso para conseguir pareja acaba de esfumarse.

—¿Qué vas a hacer con eso, Hermione? —pregunta Harry, curioso.

—Supongo que hacerlo desaparecer. No podemos correr el riesgo de que McGonagall lo encuentre o se les caerá el pelo a los dos. Y mientras esté dentro del castillo, la probabilidad de que alguien lo utilice o se lo entregue, serán enormes.

—Tienes un corazón de oro. —Hermione sonríe, agradeciendo el elogio. Harry sabe que, aunque los gemelos ahora estén enfadados por el burdo chantaje de la chica, acabarán agradeciendo que al menos los haya encubierto.

—Ron, ¿qué haces? —Ron, que desde que Hermione les ha dicho con quién va al baile ha estado inmerso en sus pensamientos, sin intervenir en la improvisada redada de Hermione y murmurando para sí mismo cosas ininteligibles, de pronto ha movido la mano, arrebatando uno de los frascos de brebaje a Hermione y llevándoselo a los labios para apurarlo de un trago—. ¡Ron, no puedes hacer eso!

—¿Cómo te encuentras? —pregunta Harry, más preocupado por su amigo que por algo que ya no se puede revertir. Este parpadea lentamente y acaba encogiéndose de hombros con pragmatismo.

—Parece que el efecto sigue sin ser inmediato.