El baile
Uno al lado del otro, Malfoy y Harry ven a los tres campeones del torneo abrir el baile. Delacour está elegante y arrebatadoramente guapa; atrae la atención de todos los que miran cuando entra, del brazo de Roger Davies, uno de los chicos más atractivos de los cursos superiores de Hogwarts que también la mira, ensimismado, como si no pudiese creerse la suerte que tiene. Chang sonríe a Harry y lo saluda, un poco nerviosa, al entrar con Diggory, que está pletórico y agradece los aplausos de todos sus compañeros, a los cuales se unen Malfoy y Harry. Los vítores se callan cuando Krum entra, ahora con Ron a un lado y Hermione al otro. Recordando las palabras de Zabini, Harry se vuelve hacia los profesores, pero Dumbledore sólo sonríe beatíficamente, como si un baile fuese la cosa que más feliz le hace del mundo, y Snape no ha cambiado la expresión adusta que utiliza en cualquiera de sus clases.
La música empieza a sonar a un gesto del director y las parejas abren el baile, pero Harry sólo tiene ojos para sus amigos, que están sonrojados y un poco avergonzados por toda la atención que atraen. Krum, en cambio, que parece más acostumbrado a lidiar con ello, sonríe con tranquilidad al ofrecer la mano a Hermione y guiarla en un grácil giro cuando esta acepta. Da unos pocos pasos antes de, en una de las vueltas, separarse de ella y ofrecer la mano a Ron, que la acepta con mucha menos seguridad que Hermione. Hay un momento de confusión en el que ambos quieren llevar el paso, pero Ron claudica al instante y se deja mecer al son de la música hasta que Krum le planta delante de Hermione, dejándolos que bailen los siguientes compases.
—Pues se apañan mejor de lo que cabría esperar —dice Malfoy, a su lado. Harry intercambia una mirada sonriente con él y asiente, nervioso al ver que otras parejas, incluidas algunas de profesores, comienzan a unirse al baile con diferentes grados de entusiasmo—. Ahora nos toca a nosotros. Vamos, Potter. —Harry, súbitamente nervioso, se coloca delante de él y ambos sufren el mismo momento de confusión que Ron y Krum hasta que Harry apoya la mano derecha en el hombro de Malfoy, dejando que este lo sujete por la cintura, dispuesto a probar a dejarse llevar.
—Creo que debería avisarte de que nunca he bailado —confiesa antes de que Malfoy empiece a moverse, pensando que es mejor admitirlo a tiempo que quedar en evidencia más tarde. Sobre todo teniendo en cuenta que ese más tarde está separado del momento actual por apenas unos segundos—. Bueno, Neville nos ha enseñado a Ron y a mí algunos pasos en el dormitorio, porque él sí ha estado aprendiendo a bailar, pero…
—¿Longbottom te enseñado a bailar? —pregunta Malfoy, entrecerrando los ojos.
—Un poco nada más. —Para no fastidiarla más, omite que no ha conseguido muchos progresos y que los pocos intentos le han hecho sentirse sumamente incómodo.
—Los Gryffindor nunca dejaréis de sorprenderme. Sólo déjate llevar, Potter —suspira Malfoy de forma afectada y, aunque Harry supone que es una broma, no se atreve a reírse, demasiado concentrado en buscar sus pies. Malfoy le sujeta la barbilla, alzándosela con los dedos—. La mirada fija en mis ojos, Potter, olvídate de tus pies o esto se convertirá en una estampida de bisontes.
Es más fácil de lo que parece. Malfoy tira de él con suavidad y, con leves presiones de la mano que tiene en la cintura de Harry, es capaz de indicarle los movimientos que planea hacer. Sí, lo pisa varias veces, pero Malfoy tiene la gentileza de sonreír levemente cada vez que ocurre, animándole a no detenerse, y Harry pronto se siente cómodo haciendo algo cuya perspectiva unas semanas antes lo había aterrorizado y que se siente absolutamente diferente de las escasas prácticas en el dormitorio con Neville y Ron.
—¿Se puede hablar mientras bailas? —pregunta Harry, no muy seguro de no estar rompiendo alguna norma de protocolo, cuando comienza la tercera canción y está razonablemente convencido de que es capaz de mantener el ritmo sin pensar en él ni pisotear los elegantes zapatos de Malfoy. Mientras giran, pasan al lado de Hermione, Krum y Ron, que bailan ahora juntos en una extraña mezcla en la que los tres se cogen de la mano y ríen a carcajadas, claramente disfrutando.
—Hay quien diría que es la esencia misma del baile, Potter —contesta Malfoy afablemente—. Pero intuyo que no quieres alabar mis extraordinarias dotes para expresar emociones mediante la danza, porque ahora que no llevas gafas, tus ojos son incapaces de ocultar nada.
—Tienes razón —admite Harry, azorado—. En lo de que no pretendía alabar tus dotes de baile. Que son excelentes, por cierto —se apresura a añadir, abochornado, pero Malfoy se ríe entre dientes.
—A lo mejor me arrepiento de esto, pero… pregunta, anda.
—¿Cómo… cómo sabes lo que es el fascismo muggle? —pregunta Harry, aliviado de poder satisfacer su curiosidad por fin.
—Vale, esa sí que no me la esperaba —confiesa Malfoy, que parpadea sorprendido unos instantes antes de volver a reírse. Harry parpadea, tratando de no perderse en los labios del chico, porque de pronto es consciente de lo cerca que están, de que no puede mirarle a los ojos y a la sonrisa al mismo tiempo, y que las pocas veces que lo ha visto sonreír así de sinceramente, él no era el destinatario de dicha sonrisa. Es tan diferente del Malfoy que ha conocido durante todo este tiempo que parece otra persona, aunque Harry sospecha que ahora sí está viendo al verdadero Malfoy que se escondía tras el desagradable chico rubio con el que tantas peleas ha tenido.
—¿Qué esperabas que dijese?
—Las preguntas de una en una, Potter. Y a su debido tiempo cada una —dice Malfoy, no obstante.
—De acuerdo. —Malfoy lo guía en un giro y le hace dar una vuelta sobre sí mismo. Harry aterriza torpemente, pero la mano segura del otro chico lo afianza al momento, haciendo una transición suave al siguiente paso de baile que disimula las escasas dotes de bailarín de Harry.
—Hay una chica mestiza en mi curso, Tracey Davis —explica Malfoy. Harry arruga la frente, prestando atención, pero él malinterpreta su gesto—. No me importa que lo sea, no nos importa a nadie, en realidad. Ya no, aunque al principio tampoco mucho, al final éramos críos que repetíamos discursos nefastos aprendidos en casa cuyo alcance no terminábamos de comprender. Y Tracey era real, porque estaba allí, en el dormitorio, con nosotros, mientras que las ideas estaban en casa, muy lejos. Un día, el curso pasado, mencionó a los fascistas y a los nazis y comparó a Quién-Tú-Sabes con ellos. Discutimos por eso varias veces, y luego me hizo llegar algunos libros durante el verano que luego yo le pasé a mi madre y ella a mi padre. Supongo que eso fue lo que lo cambió todo.
—Ya no lo llamas Señor Tenebroso —dice Harry, sorprendido.
—No. —Malfoy aprieta los labios en una fina línea, un gesto remanente de lo que Harry llama mentalmente el antiguo Malfoy, y no añade nada más; mientras, Harry trata de captar qué ideas ha escondido dentro de la negativa.
Las horas transcurren con rapidez y Harry se descubre disfrutando del ácido humor de Malfoy, del baile y de lo gratificante que es bailar con él a pesar de lo horrible que le parecía la idea inicialmente y de la fiesta en general. Las canciones iniciales, más clásicas, dan lugar a varias más marchosas, donde Harry descubre otra nueva faceta de Malfoy: ser capaz de mover el cuerpo y vibrar al ritmo de la música en bailes que no implican contacto físico y que él sólo puede corresponder con movimientos desmadejados, aunque divertidos.
No tiene tiempo de lamentar que ya no estén tocándose mutuamente mientras bailan, porque cuando deciden hacer una pausa, sudorosos y jadeantes, para acercarse a una de las mesas a por algo de beber, Malfoy sujeta la mano de Harry con naturalidad, guiándolo a través de la multitud de alumnos de los tres colegios. Se cruzan con Ron, Hermione y Krum, que parecen tan incapaces de dejar de sonreír como Harry mientras prueban unos las bebidas de los otros con entusiasmo, y con Parkinson, Greengrass, Nott, Zabini, Crabbe y Goyle, que bailan en un círculo donde se ambos integran unas cuantas canciones hasta que suena una balada más tranquila y lenta.
—Ven, Potter —le indica Malfoy, que parece haberse tomado en serio su papel de mentor en el baile, llevando las manos de Harry alrededor de su cintura y abrazándolo a su vez, mucho más íntimamente que antes. Están tan cerca que sus narices casi se rozan y Harry puede sentir el calor del cuerpo de Malfoy a través de la ropa. Unos metros más allá, Ron abraza a Hermione, que le da la espalda, y Krum a su vez abraza a Ron, apoyando la barbilla en su hombro de forma que puede rozar el cabello, ligeramente despeinado ya, de Hermione.
Los dos se mecen al son de la música, no muy pendientes del ritmo, sin apartar la mirada el uno del otro, perdiéndose en los ojos plateados y verdes hasta que Harry apoya la frente en la de Malfoy. El aliento dulce por el ponche que han bebido, cálido incluso en el calor del Gran Comedor, le roza las mejillas.
—¿Qué esperabas? —murmura Harry. No espera que Malfoy le haya oído, porque ha hablado en voz baja y la música está a mucho volumen, pero la forma en la que los dedos de este se crispan alrededor de su ropa, le indican que sí le ha escuchado.
—Si te lo digo ahora, conociéndote, te lanzarás a por la snitch como si no hubiese nada más en el mundo y mañana seremos la comidilla del colegio entero —responde Malfoy, estrechándolo más cerca de él, sin dejar de guiarlo para mecerlos en círculos.
Harry cierra los ojos, dejándose llevar por la música y por el olor del perfume de Draco, suave pero fragante. Los dedos de Malfoy no se relajan otra vez, pero tampoco aparta la frente y, hacia el final de la canción, la punta de su nariz roza la de Harry en varias ocasiones. Tras la canción lenta suena una mucho más marchosa que hace que todo el Gran Comedor, los que quedan, al menos, salten entusiasmados y celebren a gritos el que debe ser un éxito rotundo del grupo que la interpreta, pero ni Harry ni Malfoy dejan de bailar pegados, lentamente, ajenos a lo que ocurre alrededor de ellos hasta que el chico rubio, inspirando aire con fuerza, se aparta unos centímetros.
—¿Quieres que salgamos fuera del castillo un rato? —Harry habría sido capaz de seguir bailando durante horas, pero la perspectiva de escapar con Malfoy del agobiante calor del Gran Comedor es, de pronto, una idea muy atractiva.
