10. DRAGÓN

—¿Ahora?

—Supongo que sí.

—Tiene que ser una orden,, coronel Gustus. Los ejércitos no se mueven porque un comandante diga «Supongo que es el momento de atacar».

—No soy un comandante. Soy un profesor de niños.

—Coronel, señor, admito que iba a por usted, admito que fui un incordio, pero funcionó, todo funcionó exactamente como usted quería. En las últimas semanas Lexa incluso está, está...

—Alegre.

—Contenta. Lo está haciendo bien. Su mente es sagaz, su juego es excelente. A pesar de su corta edad, nunca hemos tenido una muchacha mejor preparada para el mando. Normalmente lo logran a los once, pero ella, con nueve y medio, está ya en la cumbre.

—Bueno, sí. Durante unos minutos, incluso se me ocurrió pensar qué clase de persona hay que ser para curar algunas heridas de una niña destrozada con el único objeto de poder arrojarla de nuevo a la batalla. Un pequeño dilema moral privado. Por favor, olvídelo. Estaba cansado.

—Salvar al mundo. ¿Lo recuerda?

—Hágala venir,

—Estamos haciendo lo que se debe hacer, coronel Gustus.

—Venga, Titus, se está muriendo de ganas por ver cómo se desenvuelve con todos esos juegos trucados que le hice desarrollar.

—Es una forma un poco rastrera de...

—Así que soy un tipo rastrero. Venga, mayor. Los dos somos la escoria de la Tierra. Yo también me estoy muriendo de ganas por ver cómo se desenvuelve. Al fin y al cabo, nuestras vidas dependen de que lo haga realmente bien. ¿Vale?

—¿Me imagino que no va a empezar a emplear la jerga de los muchachos?

—Hágalo venir., mayor. Volcaré los listados en sus ficheros y le devolveré su sistema de seguridad. Lo que le estamos haciendo no es del todo malo. Recupera de nuevo su intimidad.

—Aislamiento, quiere usted decir.

—La soledad del poder. Dígale que venga.

—Sí, señor, estaré de vuelta con ella en quince minutos.

—Adiós. ... Si señor, siseño, zizeñor. Espero que te hayas divertido, espero que te lo hayas pasado bien, bien, siendo feliz, Lexa. Puede que sea la última vez en tu vida. Bienvenida, muchachita. Tu querido tío Gustus tiene planes para ti...

Lexa sabía lo que ocurría desde el momento en que le hicieron ir. Todos esperaban su pronto ascenso a comandante. Quizá no tan pronto, pero no había encabezado las clasificaciones casi ininterrumpidamente durante tres años. No había nadie ni remotamente cerca de ella, y sus prácticas nocturnas se habían convertido en las de más prestigio de la escuela. Algunos se preguntaban por qué habían esperado tanto tiempo los profesores. Se preguntaba qué escuadra le asignarían. Tres comandantes estaban a punto de graduarse, incluida Echo, pero no había ninguna esperanza de que le asignaran la escuadra Fénix; nadie había conseguido ser comandante de la misma escuadra en la que estaba cuando fue ascendido. Titus le llevó primero a sus nuevas dependencias. Eso lo hacía definitivo; sólo los comandantes tenían habitaciones privadas. Luego hizo que le tomaran las medidas para que le hicieran nuevos uniformes y un nuevo traje refulgente. Miró el emblema para descubrir el nombre de su escuadra. Dragón, decía el emblema. No había ninguna escuadra Dragón.

—No he oído hablar nunca de ninguna escuadra Dragón —dijo Lexa.

—Porque en los últimos cuatro años no ha habido ninguna escuadra Dragón. Dejamos de usar el nombre porque pesaba una superstición sobre ella. Ninguna escuadra Dragón llegó jamás a ganar un tercio de sus juegos de la historia de la Escuela de Batalla. Se convirtió en un chiste.

—Entonces, ¿por qué la resucitan ahora?

—Tenemos muchos uniformes de sobra.

Gustus se sentó en la mesa; parecía más gordo y más preocupado que la última vez que Lexa lo vio. Entregó a Lexa su gancho, la pequeña caja que utilizaban los comandantes durante las prácticas para ir de un sitio a otro de la sala de batalla. En las sesiones de prácticas nocturnas, Lexa deseó muchas veces tener un gancho, en vez de tener que rebotar en las paredes para ir adonde quería. Ahora que había conseguido maniobrar con destreza sin necesidad de gancho, se lo daban.

—Sólo funciona —señaló Titus— durante las sesiones prácticas programadas regularmente.

Como Lexa ya tenía planeado realizar prácticas adicionales, eso significaba que el gancho sólo sería útil una parte del tiempo. Eso explicaba también por qué muchos comandantes no realizaban prácticas adicionales. Dependían de los garfios y estos no les servían de nada durante el tiempo adicional. Si creían que el garfio era su autoridad, su poder sobre los otros chicos, entonces había aún menos posibilidades de que trabajaran sin él. «Es una ventaja que tendré sobre algunos enemigos», pensó Lexa.

El discurso de bienvenida de Gustus se mostraba aburrido y excesivamente ensayado. Sólo al final parecía empezar a mostrar interés en sus propias palabras.

—Estamos haciendo algo inusual con la escuadra Dragón. Espero que no te importe. Hemos ensamblado una escuadra nueva, adelantando el equivalente a un curso completo de reclutas y postergando la graduación de unos cuantos estudiantes del último curso. Creo que estarás contenta con la calidad de tus soldados. Espero que lo estés, porque te prohibimos que traslades a ninguno.

—¿No hay intercambios? —preguntó Lexa. Los comandantes apuntalaban así sus puntos flacos, haciendo intercambios.

—Ninguno. Has estado dirigiendo tus sesiones de prácticas adicionales durante tres años. Tienes seguidores. Muchos soldados excelentes presionarían a sus comandantes para que les cambiaran a tu escuadra. Te hemos dado una escuadra que, con el tiempo, puede ser competitiva. No tenemos ninguna intención de permitir que ejerzas un dominio desmesurado.

—¿Y qué pasa si tengo un soldado con el que no me llevo bien?

—Llévate bien.

Gustus cerró los ojos. Titus se levantó y la entrevista concluyó. A Dragón se le asignaron los colores gris, naranja, gris; Lexa se puso su traje refulgente y después siguió las bandas de luz hasta llegar al cuartel que alojaba a su escuadra. Ya estaban allí, arremolinándose en los alrededores de la entrada. Lexa tomó el mando inmediatamente.

—Las literas se asignarán por antigüedad. Los veteranos al fondo, los nuevos delante.

Era al revés de la norma habitual, y Lexa lo sabía. También sabía que no quería ser como muchos comandantes, que ni siquiera veían a los chicos más jóvenes porque siempre estaban al fondo. Mientras se ordenaban según sus fechas de llegada, Lexa iba y venía por el pasillo. Casi treinta soldados eran nuevos, recién llegados de los grupos de lanzamiento, sin ninguna experiencia en batallas. Algunos eran incluso menores de edad; los que estaban más cerca de la puerta eran patéticamente pequeños. Lexa se acordó de que ésa debía haber sido la impresión que causó a Roan Azgeda cuando llegó por primera vez. Aún así, Roan sólo había tenido que soportar a un soldado menor de edad. Ni uno solo de los veteranos pertenecía al grupo de prácticas de élite de Lexa. Ninguno había sido jefe de batallón. En realidad, ninguno era mayor que Lexa, lo que significaba que ni siquiera los veteranos tenían más de dieciocho meses de experiencia. Algunos ni siquiera le eran familiares, tan pobre era la impresión que causaban. Naturalmente, ellos sí reconocieron a Lexa, pues era la soldado más célebre de la escuela. Y algunos, Lexa pudo verlo, le guardaban rencor. «Al menos me han hecho un favor; ninguno de mis soldados es mayor que yo.»

Una vez que cada soldado tuvo una litera, Lexa les ordenó que se pusieran sus trajes refulgentes y fueran a hacer prácticas.

—Estamos en la lista de las mañanas, derechos a las prácticas después del desayuno. Oficialmente tenéis una hora libre entre el desayuno y la práctica. Veremos qué pasa una vez que descubra qué tal sois.

Al cabo de tres minutos, aunque muchos no estaban todavía vestidos, les ordenó salir de la habitación.

—¡Pero estoy desnudo! —dijo un chico.

—Vístete más rápido la próxima vez. A los tres minutos de la primera llamada, corriendo por la puerta; ésta es la norma de esta semana. La semana próxima la norma es dos minutos. ¡Moveos!

Pronto correría por el resto de la escuela el chiste de que la escuadra Dragón era tan patosa que tenía que hacer prácticas de vestirse. Cinco de los chicos estaban totalmente desnudos, y corrían por los corredores acarreando sus trajes refulgentes; pocos estaban totalmente vestidos. Llamaban mucho la atención cuando pasaban por las puertas abiertas de algún aula. Ninguno volvería a retrasarse si lo podía evitar. En los corredores que conducían a la sala de batalla, Lexa les hizo correr de un lado a otro, rápido, para que sudaran un poco, mientras los desnudos se vestían. Luego les condujo a la puerta superior, la que daba al centro de la sala de batalla, exactamente igual que las puertas de los juegos de verdad. Después les hizo dar un salto y utilizar los asideros del techo para arrojarse al interior de la sala.

—Reuníos en la pared opuesta —dijo—. Como si fuerais a por la puerta del enemigo.

Descubrían su preparación a medida que saltaban, de cuatro en cuatro, por la puerta. Casi ninguno sabía cómo establecer una línea directa hacia el objetivo, y cuando llegaban a la pared opuesta, muy pocos nuevos tenían alguna idea de cómo agarrarse o incluso controlar los rebotes. El último en salir fue un chico pequeño, obviamente menor de edad. No había ninguna posibilidad de que consiguiera llegar al asidero del techo.

—Puedes utilizar un asidero lateral, si quieres —dijo Lexa.

—¡Utilízalo tú! —dijo el chico. Remontó el vuelo de un salto, tocó el asidero del techo con la punta de un dedo y salió disparado por la puerta sin ningún tipo de control, girando en tres direcciones a la vez. Lexa intentó decidir si le gustaba el pequeño por su negativa a aceptar concesiones o si le molestaba por su actitud insubordinada.

Finalmente, consiguieron reunirse a lo largo de la pared. Lexa advirtió que todos sin excepción se habían alineado con las cabezas en la misma dirección en que habían estado en el corredor. Por eso, Lexa se agarró deliberadamente a lo que ellos consideraban el suelo y se colgó de él boca abajo.

—¿Por qué estáis boca abajo, soldados? —inquirió.

Algunos comenzaron a darse la vuelta.

—¡Atención!

Se quedaron quietos.

—¡He dicho que por que estáis boca abajo!

Nadie respondió. No sabían qué quería.

—¡Dije que por qué todos y cada uno de vosotros tenéis los pies en el aire y la cabeza contra el suelo!

Finalmente, habló uno de ellos.

—Señora, ésta es la dirección en que estábamos al salir por la puerta.

—¡Bien, y qué importancia tiene eso! ¡Qué importancia tiene que hubiera gravedad en el corredor! ¿Vamos a luchar en el corredor? ¿Hay gravedad aquí?

—No, señora; no, señora.

—A partir de ahora, olvidaos de la gravedad antes de cruzar esa puerta. La vieja gravedad ha desaparecido, se ha difuminado. ¿Me entendéis? Cualquiera que sea vuestra gravedad cuando llegáis a la puerta, recordad esto: la puerta del enemigo está abajo. Vuestros pies apuntan hacia la puerta del enemigo. Arriba es hacia vuestra puerta. El norte está en esa dirección, el sur está en esa dirección, el este está en esa dirección y el oeste está... ¿en qué dirección?

La señalaron.

—Es lo que suponía. El único proceso que habéis asimilado es el proceso de eliminación, y la única razón de que lo hayáis asimilado es porque lo podéis hacer en el lavabo. ¡Qué clase de circo es éste! ¿A eso llamáis vosotros una formación? ¿A eso llamáis vosotros volar? ¡Venga, a lanzarse y a formar en el techo todo el mundo! ¡Ahora mismo! ¡Moveos!

Tal como Lexa esperaba, unos cuantos se lanzaron instintivamente, no hacia la pared donde estaba la puerta, sino hacia la pared que Lexa había llamado norte, la dirección que era arriba cuando estaban en el corredor. Por supuesto, pronto se dieron cuenta de su error, pero demasiado tarde; para cambiar su curso tenían que esperar a rebotar en la pared norte.

Mientras tanto, Lexa los estaba agrupando mentalmente en aprendices lentos y aprendices rápidos. El más pequeño, el último en salir por la puerta, fue el primero en llegar a la pared correcta, y se agarró con maña. Estuvieron acertados en promocionarle. Lo haría bien. Era también gallito y rebelde, y probablemente estaba resentido porque era uno de los que Lexa había enviado desnudos por los corredores.

—¡Tú! —dijo Lexa, señalando al pequeño—. ¿Qué dirección es abajo?

—Hacia la puerta del enemigo.

La respuesta fue rápida. También fue arisca, como diciendo, «VALE, VALE, ya puedes pasar a otra cosa».

—¿Tu nombre, pequeño?

—El nombre de este soldado es Aden, señora.

—¿Te lo pusieron por el tamaño o por el cerebro? —Los otros chicos comenzaron a reírse—. Bien, Aden, es correcto lo que dices. Ahora, escuchadme, porque esto es importante. Nadie va a pasar por esa puerta sin una gran probabilidad de que le acierten. En los viejos tiempos, se disponía de diez, de veinte segundos, antes de que hubiera que empezar a moverse. Ahora, si no os habéis desplegado para cuando sale el enemigo, estáis congelados. Ahora bien, ¿qué pasa cuando te congelan?

—No te puedes mover —dijo uno de los chicos.

—Eso es lo que significa la palabra congelado —dijo Lexa—. ¿Pero qué le pasa a uno?

Fue Aden, en absoluto intimidado, quien respondió inteligentemente:

—Sigues avanzando en la dirección en que ibas. A la velocidad con que ibas cuando te iluminaron.

—Es cierto. ¡Vosotros cinco, los del final, moveos

Sobresaltados, los chicos se miraron. Lexa los irradió a todos.

—¡Los cinco siguientes, moveos!

Se movieron. Lexa los irradió también, pero continuaron moviéndose, dirigiéndose hacia las paredes. Los cinco primeros, sin embargo, estaban a la deriva en las cercanías del grupo principal.

— Mirad a esos pseudosoldados —dijo Lexa—. Su comandante les ordenó moverse y ahora, miradles. No sólo están congelados, están congelados precisamente aquí, donde pueden ser un estorbo. Mientras los otros, al moverse cuando así se les ordenó, están congelados allá abajo, taponando las líneas del enemigo, bloqueando la visión del enemigo. Me imagino que al menos cinco de vosotros habréis entendido lo que quiero decir. Y sin duda Aden es uno de ellos. ¿No es así, Aden?

No respondió al principio. Lexa le miró hasta que dijo:

—Así es, señora.

—Entonces ¿qué es lo esencial?

—Cuando se te ordena moverte, muévete rápido, para que, si te congela, rebotes de un lado a otro en vez de quedarte quieto obstaculizando las operaciones de tu escuadra.

—Excelente. Al menos tengo un soldado capaz de comprender las cosas.

Lexa podía ver crecer el resentimiento en la forma en que los otros soldados balanceaban los cuerpos y se intercambiaban miradas, en la forma en que evitaban mirar a Aden. «¿Por qué hago esto? ¿Qué tiene que ver esto con ser una buena comandante, convertir a un chico en el blanco de todos los demás? ¿Simplemente porque me lo hicieron a mí tengo que hacérselo a él?» Lexa quiso rectificar su mofa del chico, quiso decir a los demás que el pequeño necesitaba su ayuda y su amistad más que nadie. Pero no lo podía hacer. No el primer día. El primer día, incluso sus errores tenían que parecer parte de un plan brillante.

Lexa se enganchó más cerca de la pared y tiró de uno de los chicos apartándolo de los demás.

—Mantén el cuerpo derecho —dijo Lexa.

Hizo girar al chico en el aire con sus pies apuntando hacia los demás. Cuando el chico estaba todavía girando, Lexa lo irradió. Los demás se rieron.

—¿A qué parte de su cuerpo podrías disparar? —preguntó Lexa a un chico que estaba justo debajo de los pies del soldado congelado.

—Los pies es casi lo único que puedo acertar.

Lexa se volvió hacia el chico que tenía al lado.

—¿Y tú?

—Puedo ver su cuerpo.

—¿Y tú?

Un chico que estaba un poco más abajo respondió:

—Todo.

—Los pies no son muy grandes. No es una gran protección.

Lexa empujó hacia afuera al soldado congelado. Luego dobló las piernas por debajo, como si se estuviera poniendo de rodillas en el aire e irradió sus piernas. Inmediatamente, las perneras de su traje se volvieron rígidas, manteniéndose en esa posición. Lexa dio una voltereta en el aire para ponerse de rodillas por encima de los demás chicos.

—¿Qué veis? —preguntó.

—Mucho menos —respondieron.

Lexa empotró su pistola entre las piernas.

—Veo bastante —dijo, y procedió a irradiar a los chicos que estaban debajo de él—. ¡Detenedme! —gritó—. ¡Intentad iluminarme!

Al final lo consiguieron, pero no hasta que hubo irradiado a un tercio del grupo. Presionó con el dedo pulgar su gancho y se desheló a sí misma y a los demás soldados congelados.

—Ahora —dijo—, ¿cuál es la dirección de la puerta del enemigo?

—¡Abajo!

—¿Y cuál es nuestra posición de ataque?

Algunos comenzaron a responder con palabras, pero Aden respondió tirándose a la pared con las piernas dobladas por debajo, recto hacia la pared opuesta, irradiando entre las piernas todo el camino. Por la mente de Lexa cruzó el deseo de dispararle, de castigarle; luego recapacitó, rechazó ese impulso tan poco generoso. ¿Por qué habría de enfadarme con ese pequeño?

—¿Es Aden el único que sabe hacerlo? —gritó Lexa.

Inmediatamente, toda la escuadra tomó impulso para dirigirse a la pared opuesta, poniéndose de rodillas en el aire, disparando entre las piernas, gritando con toda la fuerza que le permitían sus pulmones. «Puede que llegue un día —pensó Lexa— en que ésta sea precisamente la estrategia que necesite: cuarenta chicos chillando en un ataque desconcertante.»

Cuando todos estuvieron en el otro lado, Lexa les gritó que le atacaran, todos a la vez.

«Sí —pensó Lexa—. No está mal. Me han dado una escuadra inexperta, sin veteranos sobresalientes, pero al menos no es un montón de tontos. Puedo sacar algo.»

Cuando estuvieron de nuevo reunidos, riendo alborozados, Lexa comenzó el trabajo de verdad. Les hizo congelar las piernas en la posición de rodillas.

—Ahora, ¿para qué sirven las piernas en el combate?

—Para nada —dijeron algunos chicos.

—Aden no está de acuerdo —dijo Lexa.

—Es la mejor forma de tomar impulso en las paredes.

—Correcto —dijo Lexa.

Los demás chicos comenzaron a quejarse de que tomar impulso en las paredes era movimiento, no combate.

—No hay combate sin movimiento —dijo Lexa.

Se quedaron en silencio y odiaron a Aden un poco más.

—Ahora bien, con las piernas congeladas de esa manera, ¿podéis tomar impulso en las paredes?

Ninguno se atrevió a responder, por temor a equivocarse.

—¿Aden? —preguntó Lexa.

—Nunca lo he intentado, pero quizá poniéndote enfrente de la pared y doblándote a la altura de la cintura.

—Sí, pero no. Mírame. Tengo la espalda contra la pared, mis piernas están congeladas. Como estoy de rodillas, mis pies están contra la pared. Normalmente, cuando tomas impulso tienes que empujar hacia abajo y al hacerlo despliegas el cuerpo por detrás como una judía verde.

Risas.

—Pero con las piernas congeladas, hago más o menos la misma fuerza pero empujando hacia abajo desde la cadera y los muslos, sólo que ahora empujo los hombros y los pies hacia abajo, proyecto la cadera y cuando la tensión del cuerpo se afloja, nada se extiende detrás de mí. Mirad esto.

Lexa forzó las caderas hacia adelante, y eso la proyectó de la pared; en un momento reajustó su posición y se quedó de rodillas, las piernas hacia abajo, precipitándose hacia la pared opuesta. Aterrizó con las rodillas, se tiró de espaldas contra la pared y, haciendo el salto de la carpa, salió despedida en otra dirección.

—¡Disparadme! —gritó.

Entonces se puso a girar en el aire mientras tomaba un curso aproximadamente paralelo a los chicos que estaban en la pared opuesta. Como estaba girando, no podían alcanzarle con un haz continuo. Descongeló su traje y se enganchó de vuelta hacia ellos.

—Esto es en lo que vamos a trabajar durante la primera media hora de hoy. Fortalecer algunos músculos que no sabíais que teníais. Aprender a utilizar las piernas como un escudo y a controlar los movimientos necesarios para girar así. Girar de cerca no sirve de nada, pero de lejos no te pueden herir si estás girando; a esa distancia, el haz tiene que dar en el mismo punto durante un instante, y si estás girando eso es imposible. Ahora, congelaos y comenzad.

—¿No va a asignar pistas? —le preguntó un chico.

—No, no voy a asignar pistas. Quiero que tropecéis unos contra otros y aprendáis a salir del apuro, excepto cuando estemos practicando formaciones, y en ese caso normalmente haré que choquéis entre vosotros a propósito. ¡Ahora moveos!

Cuando dijo moveos, se movieron.

Lexa fue la última en salir después de la práctica, pues se había quedado a ayudar a algunos de los más lentos a mejorar su técnica. Habían tenido buenos profesores, pero los soldados sin experiencia, recién llegados de los grupos de reclutas, eran completamente inútiles cuando se presentaba la necesidad de hacer dos o tres cosas a la vez. No era difícil hacer el salto de la carpa con las piernas congeladas, no tenían problemas para maniobrar en el aire, pero lanzarse en una dirección, disparar en otra, girar dos veces sobre sí mismos, rebotar contra una pared haciendo el salto de la carpa, y salir disparando, orientados en la dirección correcta, todo eso estaba muy por encima de sus posibilidades. Ejercicios, ejercicios, ejercicios, era lo único que Lexa podía hacer con ellos durante algún tiempo. Las estrategias y las formaciones estaban bien, pero no servían para nada si la escuadra no sabía desenvolverse en la batalla. Tenía que conseguir que esta escuadra estuviera lista ya. Era comandante antes de tiempo, y los profesores estaban cambiando las normas, prohibiéndole hacer intercambios, dándole veteranos de poca altura. No tenía ninguna garantía de que le fueran a conceder los tres meses habituales para organizar su escuadra antes de enviarla a la batalla. Al menos, por las tardes dispondría de Monty y Raven para ayudarla a entrenar a sus nuevos chicos. Estaba todavía en el corredor que llevaba fuera de la sala de batalla cuando se encontró frente a frente con el pequeño Aden. Parecía enfadado. Lexa no quería tener problemas precisamente ahora.

—Hola, Aden.

—Hola, Lexa.

Pausa.

—Señora—dijo Lexa suavemente.

—Sé lo que está haciendo, Lexa, señora, y se lo advierto.

—¿Me adviertes?

—Puedo ser el mejor hombre que ha tenido, pero no juegue conmigo.

—¿O que?

—O seré el peor hombre que ha tenido. Lo uno o lo otro.

—¿Y qué quieres, besitos y amor? —Lexa se estaba irritando.

Aden parecía despreocupado.

—Quiero un batallón.

Lexa se volvió hacia él y se quedó mirándole de arriba abajo, a los ojos.

—¿Por qué habrías de tener un batallón?

—Porque sabría que hacer con él.

—Saber qué hacer con un batallón es fácil —dijo Lexa—. Conseguir que lo hagan es lo difícil. ¿Por qué habría de querer un soldado seguir a un renacuajo como tú?

—A usted solían llamarle así. Lo he oído. He oído que Roan Azgeda sigue haciéndolo.

—Te he hecho una pregunta, soldado.

—Me ganaré su respeto, si usted no me lo impide.

Lexa esbozó una sonrisa.

—Te estoy ayudando.

—Y un cuerno —dijo Aden.

—Nadie se habría fijado en ti, excepto para sentir lástima por el pequeño. Pero hoy me he asegurado de que todos se fijaran en ti. Estarán pendientes de todos los movimientos que hagas. Ahora lo único que tienes que hacer para ganarte tu respeto es ser perfecto.

—Así que ni siquiera tengo la oportunidad de aprender antes de ser juzgado.

—Pobre chico. Nadie le trata con justicia.

Lexa empujó suavemente a Aden contra la pared.

—Te diré cómo obtener un batallón. Demuéstrame que sabes lo que haces siendo soldado. Demuéstrame que hay alguien que está deseando seguirte al campo de batalla. Entonces tendrás tu batallón. Pero hasta entonces, ni hablar.

Aden sonrió.

—Es justo. Si es verdad que actúa así, seré jefe de batallón en un mes.

Lexa se agachó y lo agarró por la pechera del uniforme y lo empujó contra la pared.

—Aden, cuando digo que actúo de una forma determinada, es que actúo de esa forma.

Aden se sonrió. Lexa le soltó y se alejó. Cuando llegó a su habitación se tendió en la cama y tembló.

«¿Qué estoy haciendo? Mi primera sesión práctica, y ya estoy intimidando a la gente como lo hacía Roan. Y Bellamy. Empujando a la gente. Eligiendo a algunos pobres chicos pequeños para que los demás tengan alguien a quien odiar. Todo lo que odiaba de un comandante, y lo estoy haciendo.

»¿Es ley de la naturaleza humana que te conviertas inevitablemente en lo que era tu primer comandante? Si es así, ya puedo renunciar ahora mismo.»

Pensó una y otra vez en las cosas que había hecho y dicho en su primera práctica con su nueva escuadra. ¿Por qué no pudo hablar como lo hacía siempre en el grupo de prácticas nocturnas? Allí no había más autoridad que la maestría. Nunca tuvo que dar órdenes, sólo hacer sugerencias. Pero eso no funcionaría, no, con una escuadra. El grupo de prácticas informales no tenía que aprender a hacer cosas en conjunto. No tenía que desarrollar un sentimiento de grupo; nunca tuvieron que aprender a mantenerse unidos y confiar los unos en los otros durante una batalla. No tenían que responder instantáneamente a las órdenes. Y también podía irse al otro extremo. Podía ser tan laxo e incompetente como Rose el Narizotas, si quería. Podía cometer errores estúpidos, hiciera lo que hiciera. Tenía que conseguir disciplina, y eso significaba exigir, y conseguir, una obediencia decidida, rápida. Tenía que tener una escuadra bien entrenada, y eso significaba hacer ejercicios con los soldados una y otra vez, incluso después de que creyeran que habían dominado una técnica, hasta que fuera algo tan natural en ellos que ya no tuvieran que pensárselo. Pero, ¿qué le pasaba con Aden? ¿Por qué había ido a por el más pequeño, el más débil, y posiblemente el más inteligente? ¿Por qué había hecho a Aden lo que los comandantes que ella despreciaba le habían hecho a ella?

Entonces recordó que eso no había empezado con sus comandantes. Antes de que Rose y Roan le trataran con desprecio, le habían aislado cuando estaba en el grupo de lanzamiento. Y no había sido obra de Jasper. Había sido Gustus. Fueron los profesores los que lo habían hecho. Y no había sido un accidente. Lexa se daba cuenta ahora. Era una estrategia. Gustus la había separado deliberadamente de los demás chicos, le había impedido acercarse a ellos. Y ahora comenzaba a sospechar las razones que había detrás. No era para unificar al resto del grupo; de hecho, eso lo dividía. Gustus había aislado a Lexa para obligarla a luchar. Para obligarla a demostrar, no que era competente, sino que era mucho mejor que cualquier otra. Ésa era la única manera de ganarse el respeto y la amistad de los demás. La convirtió en una soldado mejor de lo que, de otra manera, habría sido. También la hizo solitaria, temerosa, airada, desconfiada. Y, tal vez, también esos rasgos la hacían ser mejor soldado.

«Eso es lo que te estoy haciendo, Aden. Te estoy haciendo daño para hacer de ti un soldado mejor en todos los sentidos. Para agudizar tu talento. Para intensificar tu esfuerzo. Para mantenerte desconcertado, para que nunca estés seguro de lo que va a pasar a continuación, para que siempre tengas que estar preparado para cualquier cosa, preparado para improvisar, decidido a ganar pase lo que pase. También te estoy haciendo desdichado. Por eso te trajeron conmigo, Aden. Para que pudieras ser igual que yo. Para que pudieras llegar a ser igual que el viejo.

»Y yo, ¿se supone que debo llegar a ser como Gustus? Gorda y agria e insensible, manipulando las vidas de los chicos para que se conviertan en perfectos generales y almirantes prefabricados, listos para conducir la flota en defensa de la patria. Tienes todos los placeres del titiritero. Hasta que te llega un soldado que puede hacer más que cualquier otro. No puedes consentirlo. Rompe la simetría. Tienes que ponerlo en línea, romperlo, aislarlo, machacarlo hasta que se pone en línea con los demás.

»Bien, Aden, lo que te he hecho este día, hecho está. Pero te observare, con más compasión de la que te imaginas, y cuando llegue el momento descubrirás que soy tu amiga, y tú el soldado que quieres ser.»

Lexa no fue a las clases esa tarde. Se tumbó en la litera y escribió sus impresiones sobre cada uno de los chicos de su escuadra, las cosas favorables que observaba en ellos, las cosas que había que trabajar más. En la práctica nocturna, hablaría con Monty y resolvería la forma de enseñar a grupos pequeños todo lo que necesitaban saber. Al menos, en eso no estaría sola. Pero cuando Lexa llegó a la sala de batalla esa noche, mientras la mayoría estaba todavía comiendo, encontró al mayor Titus esperándola.

—Ha habido un cambio de las normas, Lexa. A partir de ahora, sólo los miembros de la escuadra pueden trabajar juntos en una sala de batalla durante el tiempo libre. Y, por consiguiente, las salas de batalla sólo estarán disponibles siguiendo un programa establecido. Después de esta noche, tu siguiente turno es dentro de cuatro días.

—No hay nadie haciendo prácticas adicionales.

—Ahora sí, Lexa. Puesto que ahora mandas otra escuadra, no quieren que sus chicos hagan prácticas contigo. Es fácil entenderlo. Así que ellos dirigirán sus propias prácticas.

—Siempre he estado en una escuadra distinta a la de ellos. Y sin embargo me enviaban sus soldados para entrenarlos.

—Entonces no eras comandante.

—Me ha dado una escuadra absolutamente verde, mayor Titus, señor...

—Tienes unos cuantos veteranos.

—No son nada buenos.

—Nadie consigue llegar aquí sin ser brillante, Lexa. Haz que sean buenos.

—Necesitaba a Monty y Raven para...

—Ya es hora de que crezcas y hagas algunas cosas tú sola, Lexa. No necesitas que esos chicos te aguanten la mano. Ahora eres una comandante. Así que, por favor, compórtate como tal, Lexa.

Lexa rebasó a Titus y se dirigió a la sala de batalla.

—Ya que estas prácticas nocturnas están ahora programadas regularmente, ¿significa eso que puedo utilizar el gancho?

¿Se llegó a sonreír Titus? No. No era posible.

—Ya veremos —dijo.

Lexa se volvió de espaldas y se fue a la sala de batalla. Pronto llegó su escuadra, y nadie más; o bien Titus esperó por allí para interceptar a cualquiera que fuera al grupo de prácticas de Lexa, o había corrido por toda la escuela la noticia de que las tardes informales de Lexa habían terminado.

Fue una buena práctica, adelantaron bastante, pero al final Lexa estaba cansada y sola. Faltaba media hora para irse a dormir. No podía ir al cuartel de su escuadra; hacía tiempo que había aprendido que una buena comandante se mantenía alejada, a menos que tuviera algún motivo para hacer una visita. Los chicos necesitaban tener una oportunidad de estar en paz, de descansar, sin que nadie les escuchara para favorecerles o despreciarles en función de lo que decían, hacían o pensaban. En consecuencia, se encaminó a la sala de juegos, donde había algunos chicos que aprovechaban la media hora que precedía al timbre final para establecer apuestas o superar las puntuaciones que habían conseguido en los juegos. Ninguno de éstos parecía interesante, pero de todos modos jugó a uno, un juego de animación diseñado para los reclutas. Aburrido, ignoraba los objetivos del juego y utilizaba la pequeña figura del jugador, un oso, para explorar el escenario animado que le rodeaba.

—Jugando de esa manera, nunca ganarás.

Lexa sonrió.

—Te he echado de menos en las prácticas, Monty.

—Estaba allí. Pero tenían a tu escuadra en un sitio inaccesible. Parece que ahora eres importante, ya no puedes jugar con los pequeños.

—Eres un codo más alto que yo.

—¡Codo! ¿Te ha dicho Dios que construyas un arca o algo así? ¿O te ha dado por lo arcaico?

—No arcaico, sólo arcano. Secreto, sutil, sinuoso. Ya te echo de menos, perro circuncidado.

—¿No lo sabes? Ahora somos enemigos. La próxima vez que me encuentre contigo en la batalla te azotaré el trasero.

Era burla, como siempre, pero ahora había demasiada verdad detrás. Ahora, cuando Lexa oyó a Monty hablar como si todo fuera una broma, le dolió perder a su amigo, y le dolió aún más preguntarse si a Monty le dolía realmente tan poco como aparentaba.

—Puedes intentarlo —dijo Lexa—. Te he enseñado todo lo que sabes. Pero no te he enseñado todo lo que sé.

—Siempre he sabido que te reservabas algo, Lexa.

Una pausa. El oso de Lexa estaba en apuros. Se subió a un árbol.

—No, Monty, no me reservaba nada.

—Lo sé —dijo Monty—. Yo tampoco.

—Salaam, Monty.

—¡Ay! No habrá.

—¿Qué es lo que no habrá?

—Paz. Eso es lo que significa salaam. Que la paz sea contigo.

Las palabras trajeron un eco de la memoria de Lexa. La voz de su madre leyendo para ella dulcemente, cuando era muy pequeña. «No creáis que he venido a traer la paz al mundo. No he venido a traer la paz, sino la espada.» Lexa se había hecho una imagen mental de su madre atravesando a Bellamy el Terrible de una estocada sangrienta, y las palabras habían permanecido en su mente junto con la imagen.

El oso murió en silencio. Fue una muerte ingeniosa, con música alegre. Monty ya se había marchado. Sintió como si le hubieran arrebatado una parte de ella, un puntal interior que sostenía su coraje y su confianza.

Con Monty, Lexa había llegado a sentir una unidad tan fuerte que le venía a los labios la palabra nosotros más fácilmente que yo, lo que hasta cierto punto era imposible con otros, incluso con Raven. Pero Monty había dejado algo. Lexa, tendida en la cama, dormitando, sintió los labios de Monty en la mejilla mientras murmuraba la palabra paz. El beso, la palabra, la paz estaban todavía con ella. «Soy sólo lo que recuerdo, y Monty es mi amigo en el recuerdo con tanta intensidad que no pueden arrancarlo. Como Octavia, el recuerdo más fuerte.»

Al día siguiente se cruzó con Monty en el corredor, y se saludaron, se dieron la mano, hablaron, pero lo dos sabían que ahora había una pared. A lo mejor se podía abrir una brecha en esa pared, en el futuro, pero por ahora la única conversación real entre ellos eran las raíces que ya habían crecido, fuertes y profundas, por debajo del muro, donde no las podían romper. Lo más terrible, sin embargo, era el temor de que nunca se abriera una brecha en la pared, de que Monty se alegrara de corazón por la separación y estuviera preparado para ser enemigo de Lexa. Puesto que ahora no podían estar juntos, debían estar infinitamente distantes, y lo que había sido seguro e inquebrantable era ahora frágil e insustancial. «Desde el momento en que no estamos juntos, Monty es un extraño, porque ahora tiene una vida que no forma parte de la mía, y eso significa que cuando le vea no nos conoceremos.»

Eso le llenó de tristeza, pero no lloró. Estaba acostumbrada. Cuando convirtieron a Octavia en una extraña, cuando la utilizaron como un instrumento para manipular a Lexa, supo que a partir de ese día no podrían infligirle heridas lo suficientemente profundas como para hacerla llorar otra vez. Lexa estaba segura de eso.

Y con esa ira, decidió que era suficientemente fuerte para derrotarlos. A los profesores, a sus enemigos.