11. VENI, VIDI, VINCI

—¿No dirá en serio lo de ese programa de batallas?

—Sí, totalmente.

—Sólo hace tres semanas y media que tiene su escuadra.

—Ya se lo be dicho. Hemos simulado con el ordenador los resultados probables. Y esto es lo que el ordenador estima que puede hacer Lexa.

—Queremos enseñarle, no provocarle una depresión nerviosa.

—El ordenador la conoce mejor que nosotros.

—El ordenador no es famoso por su compasión.

—Si quería ser compasivo, debería haber ido a. un monasterio.

—¿Pretende decir que esto no es un monasterio?

—Además, es lo mejor para Lexa. La estamos llevando a su potencial máximo.

—Creía que le íbamos a dar dos años como comandante. Normalmente, les asignamos una batalla cada dos semanas, comenzando a partir de los tres meses. Esto es un poco exagerado.

—¿Disponemos de dos años?

—Lo sé. Pero tengo una imagen de Lexa de aquí a un año: totalmente inservible, agotada, porque se le hizo ir más lejos de lo que ella o cualquier ser humano podía soportar.

—Le dijimos al ordenador que nuestra máxima prioridad era conseguir que el sujeto continuara siendo útil después del programa de adiestramiento.

—Bien, mientras sea útil...

—Escuche, coronel Gustus, fue usted el que me hizo preparar esto. A pesar de mis protestas. No lo olvide.

—Lo sé, tiene razón, no debería cargar sobre usted el peso de mi conciencia. Pero mis ansias de sacrificar niños pequeños para salvar a la humanidad están enflaqueciendo. El Polemarch se ha entrevistado con el Hegemon. Parece que los servicios de inteligencia rusos están preocupados, porque algunos ciudadanos que emiten por las redes están ya haciendo cálculos de cómo debería utilizar América la F.I. para destruir el Pacto de Varsovia, una vez destruidos los insectores.

—Me parece prematuro.

—No parece una locura. La libertad de expresión es una cosa, pero poner en peligro la Liga por rivalidades nacionalistas... Y por gente como ésa, gente corta de visión, suicida, estamos empujando a Lexa al borde de su resistencia.

—Creo que subestima a Lexa.

—Pero me temo que también subestimo la estupidez del resto de la humanidad. ¿Estamos absolutamente seguros de que debemos ganar esta guerra?

—Señor, esas palabras suenan a traición.

—Era humor negro.

—No es divertido. Cuando se trata de los insectores, nada...

—Nada es divertido, lo sé.

Lexa estaba tendida en su cama con los ojos fijos en el techo. Desde que era comandante no dormía más de cinco horas diarias. Pero las luces se apagaban a las 22.00 horas, y no se encendían de nuevo hasta las 06.00. Sin embargo, algunas veces trabajaba en su consola, forzando la vista para ver la imagen mortecina de la pantalla. Aunque, normalmente, fijaba los ojos en el invisible techo y pensaba. O los profesores habían sido magnánimos con ella, o era mejor comandante de lo que pensaba. De su pequeño grupo de veteranos desastrados, sin ningún prestigio en sus anteriores escuadras, estaban surgiendo jefes capacitados. Tanto era así, que en vez de los cuatro batallones habituales había formado cinco, todos con un jefe de batallón y un segundo; todos los veteranos tenían una posición. Había hecho que la escuadra practicara maniobras con batallones de ocho hombres y con medios batallones de cuatro hombres, y de esta forma, con sólo una orden, podía asignar a su escuadra hasta diez maniobras distintas y hacer que se ejecutaran instantáneamente. Nunca se había fragmentado una escuadra de esa manera, pero tampoco formaba parte de los planes de Lexa hacer cosas que se hubieran hecho anteriormente. La mayoría de las escuadras practicaban maniobras masivas, estrategias prefabricadas. Lexa no tenía ninguna. En cambio, enseñaba a sus jefes de batallón a utilizar con eficacia sus pequeñas unidades con objetivos limitados. Sin apoyo, solos, bajo su propia iniciativa. Tras la primera semana, escenificó simulacros de guerra, ejercicios violentos que dejaban a todos agotados. Pero al cabo de menos de un mes de entrenamiento, sabía que su escuadra podía ser, en potencia, el mejor grupo de combate que había participado en el juego. ¿Hasta qué punto estaba todo previsto por los profesores? ¿Sabían que le habían dado chicos grises pero excelentes? ¿Le habían dado treinta reclutas, muchos de ellos menores de edad, porque sabían que los más pequeños aprendían a mayor velocidad, pensaban a mayor velocidad? ¿O se podría conseguir lo mismo con cualquier grupo mandado por una comandante que supiera lo que quería que hiciera su escuadra, y que supiera enseñarles a hacerlo?

Le preocupaba la cuestión, porque no estaba segura de si estaba confundiendo o cumpliendo sus expectativas. De lo único que sí se hallaba segura era de que estaba impaciente por entrar en batalla. La mayoría de las escuadras necesitaban tres meses porque tenían que memorizar docenas de formaciones complejas. «Nosotros ya estamos preparados. Enviadnos a la batalla.»

La puerta se abrió en la oscuridad. Lexa escuchó. Unos pasos arrastrando los pies. La puerta se cerró. Rodó de su litera y se arrastró en la oscuridad los dos metros que le separaban de la puerta. Había un trozo de papel. No podía leerlo, por supuesto, pero sabía lo que era. Batalla.

«¡Cuánta amabilidad! Yo deseo y ellos conceden.»

Lexa ya estaba vestida con su traje refulgente de la escuadra Dragón cuando se encendieron las luces. Inmediatamente, bajó por el corredor corriendo, y a las 06.01 horas ya estaba en la puerta del cuartel de su escuadra.

—Tenemos una batalla con la escuadra Conejo a las 07.00. Vamos a hacer ejercicios de precalentamiento en gravedad normal para prepararnos. Desvestíos e id al gimnasio. Llevad vuestros trajes refulgentes e iremos a la sala de batalla desde allí.

—¿Y qué pasa con el desayuno?

—No quiero que nadie devuelva en la sala de batalla.

—¿Podemos al menos echar una meada antes?

—No más de un decalitro.

Se rieron. Los que no dormían desnudos se desvistieron; todos liaron sus trajes refulgentes y siguieron a Lexa trotando por los corredores hasta el gimnasio. Les hizo recorrer la pista de obstáculos dos veces, luego les hizo pasar uno a uno por la cama elástica, la colchoneta y el potro. «No os agotéis, basta que os despertéis.» No necesitaba preocuparse por el agotamiento. Estaban en buena forma, ligeros y ágiles, y sobre todo excitados por la batalla que iba a tener lugar. Unos cuantos comenzaron espontáneamente a pugnar entre sí; el gimnasio, antes aburrido, se convirtió repentinamente en algo divertido, y todo por la batalla que iba a tener lugar. Su confianza era la suprema confianza de los que nunca han entrado en combate y creen que están preparados. «Bueno. ¿Y por qué no habrían de pensarlo? Lo están. Y yo también.»

A las 06.40 les mandó vestirse. Habló a los jefes de batallón y a sus segundos mientras se vestían.

—La escuadra Conejo está formada por veteranos, pero Finn Collins fue nombrado comandante hace sólo cinco meses, y nunca he combatido contra ellos estando él de comandante. Era un soldado muy competente, y Conejo ha ocupado buenos puestos en la clasificación a lo largo de los años. Pero espero encontrarme con formaciones, y por eso no estoy preocupada.

A las 06.50 les hizo tenderse en las colchonetas y relajarse. Luego, a las 06.56, les ordenó levantarse, y trotaron por el corredor hacia la sala de batalla. De vez en cuando, Lexa daba un salto y tocaba el techo. Todos los chicos saltaban para tocar el mismo punto del techo. La banda de colores conducía a la izquierda; la escuadra Conejo ya había pasado hacia la derecha. Y a las 06.58 llegaron a su puerta de la sala de batalla. Los batallones se alinearon en cinco columnas. A y E estaban listos para agarrarse a los asideros laterales y tirarse hacia los lados. B y D estaban alineados en disposición de agarrar los dos asideros paralelos del techo y tirarse hacia arriba a la gravedad cero. El batallón C estaba listo para dar un manotazo en el alféizar del umbral de la puerta y tirarse hacia abajo. Arriba, abajo, izquierda, derecha; Lexa estaba delante, entre las columnas para no cerrarles el paso, y les reorientaba.

—¿En qué dirección está la puerta del enemigo?

—Abajo —dijeron todos riendo. Y en ese momento arriba pasó a ser norte y abajo pasó a ser sur, e izquierda y derecha pasaron a ser este y oeste.

La pared gris que había delante de ellos desapareció, y la sala de batalla quedó a la vista. No era un juego en la oscuridad, pero tampoco a plena luz; las luces estaban a media potencia, como en el crepúsculo. A lo lejos, en la luz mortecina, podía verse la puerta del enemigo, vertiendo ya sus trajes refulgentes. Lexa conoció un momento de placer. Todos habían aprendido de Roan las consecuencias del mal uso de Lexa Wood. Todos se arrojaban por la puerta inmediatamente, y por lo tanto no había tiempo más que para pronunciar la formación que utilizarían. Los comandantes no tenían tiempo de pensar. Bueno, Lexa se tomaría el tiempo necesario y confiaría en la habilidad de sus soldados en el combate, con las piernas congeladas para seguir intactos si salían tarde por la puerta. Lexa se hizo una idea de la forma de la sala de batalla. La familiar reja abierta de la mayoría de los primeros juegos, como las barras de monos del parque, con siete u ocho estrellas esparcidas por la reja. Habían las necesarias y en posiciones suficientemente avanzadas como para que mereciera la pena ir a por ellas.

—Desplegaos hacia las estrellas más próximas —dijo Lexa—. C intenta deslizarte por la pared. Si funciona, A y E le seguirán. Si no, ya decidiré desde aquí. Estaré con D. ¡Moveos!

Todos los soldados sabían lo que estaba pasando, pero las decisiones tácticas dependían exclusivamente de los jefes de batallón. Incluso con las instrucciones de Lexa, pasaron por la puerta con sólo diez segundos de retraso. La escuadra Conejo ya estaba haciendo sofisticados movimientos de baile allá abajo, en su extremo de la sala. En todas las demás escuadras con las que Lexa había combatido, ahora mismo habría estado ocupada asegurándose de que ella y su batallón estaban en el lugar que les correspondía en la formación. Ahora en cambio, ella y todos sus hombres pensaban sólo en la forma de deslizarse más allá de la formación, de controlar las estrellas y las esquinas de la sala, y luego romper la formación del enemigo en pedazos insignificantes, que no sabrían lo que estaban haciendo. En menos de cuatro semanas juntos, su forma de luchar parecía la única forma inteligente, la única forma posible. Lexa casi se sorprendió de que la escuadra Conejo no supiera ya que estaban irremisiblemente anticuados. El batallón C se deslizó por la pared, bordeándola con las rodillas dobladas frente al enemigo. Ontari Tom, la jefa del batallón C, parecía haber ordenado a sus hombres que se irradiaran las piernas. Era una idea bastante buena con esa luz mortecina, ya que las partes congeladas de los trajes refulgentes se oscurecían. Les hacía menos visibles. Lexa le felicitaría por eso. La escuadra Conejo consiguió rechazar el ataque del batallón C, pero para entonces Ontari Tom y sus chicos ya los habían fraccionado, congelando a una docena de conejos antes de replegarse al resguardo de una estrella. Pero era una estrella situada detrás de la formación Conejo, lo que significaba que ahora iba a ser una presa fácil. Luna Tzu, comúnmente llamada Hot Soup (sopa caliente), era la jefa del batallón D. Se deslizó rápidamente por el labio de la estrella hasta donde estaba arrodillada Lexa.

—¿Qué tal si nos arrojamos desde la pared norte y nos hincamos de rodillas en sus narices?

—Hazlo —dijo Lexa—. Elevaré C al sur para cogerlos por detrás. —Entonces gritó—: ¡A y E, despacio a las paredes!

Se deslizó por la estrella con los pies por delante, enganchó los pies en el borde, y dio una voltereta hasta la pared superior, y luego rebotó dirigiéndose a la estrella del batallón E. En un instante estaba conduciéndoles hacia abajo, contra la pared sur. Rebotaron casi al unísono y aparecieron detrás de las dos estrellas que defendían los soldados de Finn Collins. Fue como cortar un pastel. La escuadra Conejo estaba acabada, sólo quedaba hacer una pequeña limpieza. Lexa dividió sus batallones en medios batallones, para registrar las esquinas en busca de soldados enemigos que estuvieran total o parcialmente dañados. En tres minutos, sus jefes de batallón informaron que la sala estaba limpia. Sólo uno de los chicos de Lexa estaba completamente congelado (uno del batallón C, el que había soportado lo más riguroso del asalto), y sólo cinco estaban inutilizados. La mayoría estaban dañados, pero eran disparos en las piernas y muchos de ellos habían sido autoinfligidos. En total, había ido mucho mejor de lo que Lexa esperaba. Lexa hizo que cuatro jefes de batallón rindieran honores en la puerta (cuatro cascos en las cuatro esquinas), y que Ontari Tom pasara por ella. La mayoría de los comandantes elegían a cualquiera que quedara vivo para cruzar la puerta; Lexa podía haber elegido prácticamente a cualquiera. Una buena batalla. Las luces brillaron con su máxima potencia, y por la puerta de los profesores, situados en el extremo sur de la sala de batalla, entró el mayor Titus en persona. Con solemnidad, ofreció a Lexa el garfio que se entregaba ritualmente al vencedor del juego. Lexa lo utilizó para descongelar primero los trajes refulgentes de su escuadra, y la hizo formar en batallones antes de descongelar al enemigo. Una imagen militar, vigorosa, eso es lo que quería mostrar cuando Collins y la escuadra Conejo recuperaran el control de sus cuerpos. «Podrán maldecirnos y contar mentiras sobre nosotros, pero no podrán olvidar que les destrozamos, y digan lo que digan, los demás soldados y los demás comandantes lo verán en sus ojos; en esos ojos de Conejo, nos verán en formación ordenada, victoriosos y casi intactos tras nuestra primera batalla. La escuadra Dragón muy pronto va a dejar de ser un nombre gris.»

Finn Collins se dirigió a Lexa en cuanto quedó descongelado. Era un chico de doce años, que parecía haber llegado a ser comandante en su último año en la escuela. Por eso no era tan gallito como los que lo lograban a los once. «No olvidaré esto cuando sea derrotada —pensó Lexa—. Conservar la dignidad y mostrar respeto donde es debido, para que la derrota no sea una deshonra. Y espero que no tenga que hacerlo con frecuencia.»

Titus mandó retirarse a la escuadra Dragón en último lugar, después de que la escuadra Conejo se hubo dispersado por la misma puerta por la que habían entrado los chicos de Lexa. Lexa condujo a su escuadra por la puerta del enemigo. La luz que surgía por el borde inferior de la puerta les recordaba qué dirección era abajo cuando volvían a la gravedad normal. Todos aterrizaron de pie con suavidad, corriendo. Formaron en el corredor.

—Son las 07.15 —dijo Lexa—, lo que significa que tenéis quince minutos para desayunar antes de que os vea a todos en la sala de batalla para la práctica matinal.

Les podía oír decir en voz baja:

—Venga, hemos ganado, vamos a celebrarlo.

—Está bien —respondió Lexa—, podéis hacerlo. Y vuestro comandante os da permiso para que os tiréis la comida durante el desayuno.

Se rieron, vitorearon, y entonces les mandó retirarse e ir al trote al cuartel. En la salida retuvo a los jefes de batallón y les dijo que no era necesario que vinieran a la práctica hasta las 07.45, y que la práctica del día concluiría temprano para que los chicos se pudieran duchar. Media hora para desayunar, y sin ducharse después de una batalla; seguía siendo poca cosa, pero era algo comparado con quince minutos. A Lexa le gustó que el anuncio de los quince minutos adicionales procediera de los jefes de batallón. «Dejemos que los chicos aprendan que la indulgencia procede de sus jefes de batallón, y la severidad de su comandante; atará con más fuerza los pequeños nudos de este tejido.»

Lexa no desayunó. No tenía hambre. En vez de hacerlo se fue al cuarto de baño y se duchó, y puso su traje refulgente en la lavadora para que estuviera listo cuando se hubiera secado. Se lavó dos veces y dejó que el agua corriera por su cuerpo. Sería reciclada. «Que todos beban hoy un poco de mi sudor. —Le habían dado una escuadra inexperta, y había ganado, y no por los pelos. Había ganado con sólo seis congelados o inutilizados—. Veremos durante cuánto tiempo siguen los demás comandantes utilizando sus formaciones, ahora que han visto lo que puede hacer una estrategia flexible.»

Estaba flotando en medio de la sala de batalla cuando comenzaron a llegar sus soldados. Naturalmente, ninguno le habló. Sabían que hablaría cuando estuviera preparada, y no antes. Cuando todos estuvieron allí, Lexa se engarfió cerca de ellos y les miró uno por uno.

—Una primera batalla excelente —dijo, lo que fue suficiente excusa para un viva y un intento de entonar un canto de Dragón, Dragón, que cortó rápidamente—. La escuadra Dragón lo hizo bien contra los Conejos. Pero el enemigo no va a ser siempre así de malo. Si nos hubiéramos enfrentado a una escuadra buena, batallón C, tu aproximación fue tan lenta que te habrían cogido por los flancos antes de que llegaras a una buena posición. Te deberías haber dividido formando un ángulo en dos direcciones, y así no podrían cogerte por los flancos. A y B, vuestra puntería fue lamentable. Los marcadores muestran que vuestra media es de sólo una diana por cada dos soldados. Esto significa que la mayoría de las dianas se consiguieron atacando a soldados rodeados. Esto no puede seguir así; un enemigo competente rompería en pedazos la fuerza de asalto, a menos que esté cubierta mucho mejor por los soldados alejados. Quiero que todos los batallones practiquen su puntería de lejos con blancos móviles y estáticos. Medios batallones harán de blanco por turnos. ¡Moveos!

—¿Vamos a tener estrellas? —preguntó Hot Soup—. Para apoyarnos al apuntar.

—No quiero que os acostumbréis a tener donde apoyar los brazos. Si os tiemblan los brazos, congelaos los codos. ¡Moveos!

Los jefes de batallón organizaron rápidamente a su gente, y Lexa iba de un grupo a otro para dar consejos y ayudar a los soldados que tenían más problemas. Para entonces, los soldados ya sabían que Lexa podía ser brutal en la forma de hablar a los grupos, pero cuando trabajaba con un individuo siempre era paciente, explicaba las cosas las veces que fuera necesario, daba consejos sosegadamente, escuchaba preguntas, problemas y explicaciones. Pero nunca se reía cuando intentaban bromear con ella, y pronto dejaron de intentarlo. Era comandante en todo momento. Nunca necesitó recordárselo; simplemente, lo era. Trabajaron todo el día con el sabor de la victoria en la boca, y dieron nuevos vítores cuando se suspendió el trabajo media hora antes del almuerzo. Lexa retuvo a los jefes de batallón hasta la hora normal del almuerzo, para hablar de las tácticas que habían utilizado y evaluar el trabajo de sus soldados individualmente. Luego se fue a su habitación y se puso metódicamente el uniforme regular. Entraría en el comedor de comandantes con un retraso de unos diez minutos. La demora exacta que quería. Como ésta era su primera victoria, nunca había visto el interior del comedor de comandantes y no tenía ninguna idea de lo que se suponía que debía hacer un comandante nuevo, pero sí sabía que hoy quería entrar la última, cuando los resultados de las batallas de la mañana ya hubieran sido publicados. Hoy Dragón ya no sería un nombre gris. No había excesiva agitación cuando entró. Pero cuando algunos advirtieron lo pequeña que era, y vieron los dragones en las mangas de su uniforme, la miraron sin disimulo, y para cuando cogió su comida y se sentó a una mesa, la habitación estaba en silencio. Lexa empezó a comer, lentamente y con cuidado, fingiendo no notar que era el centro de atención. Las conversaciones y el ruido aumentaron de nuevo gradualmente, y Lexa se pudo relajar lo suficiente para echar una mirada en torno suyo. Una pared completa de la sala era un marcador. A los soldados se les mantenía al corriente de la clasificación global de una escuadra durante los dos últimos años; aquí, sin embargo, sólo se daban las clasificaciones de los comandantes. Una comandante nueva no podía heredar una buena posición de su predecesor; se le situaba en la lista en función de lo que había hecho. Lexa tenía la mejor puntuación. Un resultado ganados-perdidos perfecto, por supuesto, pero en las demás clasificaciones iba muy por delante. Media de soldados inutilizados, media de enemigos inutilizados, media de tiempo transcurrido antes de la victoria; estaba en la primera posición en todas las clasificaciones. Cuando estaba a punto de terminar de comer, alguien se acercó por detrás y le tocó el hombro.

—¿Me puedo sentar?

Lexa no necesitó girar la cabeza para saber que era Wells Jaha.

—Hola, Wells —dijo Lexa—. Siéntate.

—Pedos de oro —dijo Wells con tono jovial—. Estamos intentando decidir si esa puntuación es un milagro o un error.

—Una costumbre —dijo Lexa.

—Una victoria no representa una costumbre —dijo Wells—. No seas gallita. Cuando eres nueva te ponen contra comandantes débiles.

—Finn Collins no es precisamente el último de la lista.

Era verdad. Collins estaba por el medio.

—No lo hace mal —dijo Wells—, si se tiene en cuenta que acaba de empezar. Es una joven promesa. Tú no eres una promesa. Tú eres una amenaza.

—¿Una amenaza de qué? ¿Te van a dar de comer menos si gano? Creí que me habías dicho que todo esto era un juego estúpido y que nada tenía importancia.

A Wells no le gustó que le echaran en cara sus propias palabras, no en estas circunstancias.

—Tú fuiste quien me incitó a seguir jugando con ellos. Pero contigo voy en serio, Lexa. A mí no me vencerás.

—Probablemente no —dijo Lexa.

—Yo te enseñé —dijo Wells.

—Todo lo que sé —dijo Lexa—. Ahora sólo juego de oído.

—Felicidades —dijo Wells.

—Es bueno saber que tengo un amigo aquí.

Pero Lexa no estaba segura de que Wells fuera ya su amigo. Tampoco lo estaba Wells. Tras unas pocas frases vacías, Wells volvió a su mesa.

Lexa miró en torno suyo cuando acabó de comer. Seguían algunas pequeñas conversaciones. Lexa reconoció a Roan, que ahora era uno de los comandantes más antiguos. Rose el Narizotas se había graduado. Echo estaba con un grupo en una esquina lejana, y no le miró ni una vez. Como la mayoría, la miraban de soslayo de vez en cuando, incluidos los que estaban hablando con Echo. Lexa estaba casi segura de que le rehuía la mirada deliberadamente. «Este es el problema de empezar ganando —pensó Lexa—. Pierdes a los amigos. Dales unas semanas para que se acostumbren. Para cuando tenga la próxima batalla, las cosas se habrán calmado.»

Finn Collins no dejó de ir a felicitar a Lexa antes de que concluyera la hora del almuerzo. Era, de nuevo, un gesto cortés, y, a diferencia de Wells, Collins no parecía receloso.

—Acabo de caer en desgracia —dijo con franqueza—. No me creerán cuando les diga que hiciste cosas que nadie había visto hacer. Así que espero que vapulees al mocoso de la próxima escuadra con la que te enfrentes. Como un favor personal.

—Será un favor personal —dijo Lexa—. Y gracias por hablar conmigo.

—Creo que te están tratando muy mal. Normalmente, cuando los comandantes ingresan en el comedor por primera vez, se les vitorea. Pero, normalmente, un comandante nuevo tiene unas cuantas derrotas en su haber antes de aparecer por aquí. Sólo hace un mes que llegué. Si alguien se merece un aplauso, ésa eres tú. Pero así es la vida. Haz que muerdan el polvo.

—Lo intentaré.

Finn Collins se marchó, y Lexa lo añadió mentalmente a su lista particular de personas calificadas como seres humanos.

Esa noche, Lexa durmió como no lo había hecho desde hacía bastante tiempo. De hecho, durmió tan bien que no se despertó hasta que se encendieron las luces. Se levantó de buen humor, fue a la ducha al trote y no advirtió el trozo de papel que había en el suelo hasta que volvió y comenzó a ponerse el uniforme. Sólo vio el papel porque lo movió el aire que levantó al sacudir el uniforme para ponérselo. Cogió el papel y lo leyó.

ECHO ARKANIAN, ESCUADRA FÉNIX, 07.00

Era su antigua escuadra, la que había dejado apenas hacia cuatro semanas, y conocía sus formaciones de arriba abajo. En parte debido a la influencia de Lexa, era la escuadra más flexible, y respondía con relativa rapidez a las nuevas situaciones. La escuadra Fénix podía ser la que mejor capacitada estaba para enfrentarse al ataque fluido y flexible de Lexa. Los profesores estaban empeñados en hacerle la vida más interesante. A las 07.00 decía el papel, y ya eran las 06.30. Algunos de sus chicos podían estar yendo a desayunar. Lexa echó a un lado su uniforme, cogió su traje refulgente y en un momento se plantó en la puerta de entrada del cuartel de su escuadra.

—Señores, espero que ayer aprendierais algo, porque hoy vamos a hacerlo otra vez.

Tardaron un momento en comprender que se refería a una batalla, no a una práctica.

—Tiene que ser una equivocación —dijeron—. Nadie ha tenido nunca dos batallas seguidas.

Alargó la nota a John Murphy, el jefe del batallón A, que gritó inmediatamente «trajes refulgentes», y comenzaron a cambiarse de ropa.

—¿Por qué no nos avisaste antes? —preguntó Hot Soup.

Hot hacía a Lexa preguntas que ningún otro se atrevía a preguntar.

—Creí que necesitabais ducharos —dijo Lexa—. Ayer, la escuadra Conejo declaró que ganarnos porque el hedor les puso fuera de combate.

Los soldados que la oyeron se rieron.

—No viste el papel hasta que volviste de las duchas, ¿no?

Lexa buscó la procedencia de la voz. Era Aden, con su traje refulgente puesto, mirando de forma insolente. «Es el momento de devolver viejas humillaciones, ¿no es así, Aden?»

—Claro —dijo Lexa con desprecio—, no estoy tan cerca del suelo como tú. Más risas.

Aden enrojeció de ira.

—Está claro que no podemos contar con el viejo estilo de hacer las cosas —dijo Lexa—. Por lo tanto, será mejor que contéis con batallas en cualquier momento. Y con frecuencia. No voy a fingir que me gusta que nos presionen así, pero hay una cosa que me gusta: que tengo una escuadra capaz de dominar la situación.

Después de eso, si les hubiera pedido que le siguieran a la Luna sin trajes espaciales, lo habrían hecho.

Echo no era Finn Collins; tenía formaciones más flexibles y respondía con mayor rapidez a los ataques vertiginosos, improvisados, impredecibles, de Lexa. En consecuencia, al final de la batalla Lexa tenía tres chicos congelados y nueve inutilizados. Echo no fue demasiado exquisita al inclinarse ante ella al final de la batalla. La rabia de sus ojos parecía decir: ¿Era tu amiga y me humillas de esta forma?

Lexa fingió no advertir su furia. Pensó que tras unas cuantas batallas más se daría cuenta de que le había infligido más bajas que las que ningún otro comandante le infligiría en el futuro. Y seguía aprendiendo de ella. En las prácticas de hoy enseñaría a sus jefes de batallón a contrarrestar los trucos que Echo les había jugado. Pronto serían amigos otra vez. Esperaba.

Al final de la semana, la escuadra Dragón había librado siete batallas en siete días. El resultado era siete victorias y cero derrotas. Lexa no había vuelto a tener tantas bajas como en la batalla con la escuadra Fénix, y en dos batallas no tuvo ni un solo soldado congelado o inutilizado. Nadie creía ya que era la primera de la clasificación por chiripa. Había vencido a las escuadras más importantes por un margen inaudito. Los otros comandantes ya no podían ignorarle. Algunos se sentaban con ella durante las comidas, intentando enterarse, por la misma Lexa, de cómo había derrotado a sus oponentes más recientes. Lo decía abiertamente, segura de que muy pocos sabrían adiestrar a sus soldados y a sus jefes de batallón para que remedaran lo que podían hacer los suyos. Y mientras Lexa hablaba con algunos comandantes, grupos mucho más numerosos se reunían alrededor de los oponentes que Lexa había derrotado, intentando descubrir la forma de vencer a Lexa. También había muchos, demasiados, que la odiaban. La odiaban por ser joven, por ser excelente, por haber hecho que sus victorias parecieran ínfimas y débiles en comparación con las de Lexa. Lexa lo vio primero en sus rostros cuando se cruzaba con ellos en los corredores; luego comenzó a darse cuenta de que algunos se levantaban en grupo y se iban a otra mesa si se sentaba cerca de ellos en el comedor de los comandantes; y entonces empezaron a aparecer codos que, accidentalmente, le daban empellones en la sala de juegos, pies que se enredaban en los suyos cuando entraba o salía del gimnasio, escupitajos y bolas de papel mojado llegaban por detrás mientras trotaba por los corredores. No le podían ganar en la sala de batalla, y lo sabían; por eso la atacarían donde no había peligro, donde no era una gigante sino sólo una chiquilla. Lexa los despreciaba; pero secretamente, tan secretamente que ni siquiera ella misma lo sabía, les tenía miedo. Eran precisamente esos pequeños tormentos lo que Bellamy había utilizado siempre, y Lexa comenzó a sentirse demasiado en casa. Sin embargo, esas molestias eran insignificantes, y Lexa se convenció a sí misma de aceptarlas como otra forma de alabanza. Las otras escuadras ya estaban empezando a imitar a Lexa. Ahora, la mayoría de los soldados atacaban con las rodillas dobladas; ahora, las formaciones se estaban rompiendo, y había más comandantes que mandaban a los batallones deslizarse por las paredes. Nadie se había fijado todavía en la organización de cinco batallones de Lexa y esto le concedía la pequeña ventaja de que cuando habían contabilizado los movimientos de cuatro unidades, no estaban pendientes de una quinta. Lexa estaba enseñándoles todo lo que sabía sobre tácticas en gravedad cero. Pero, ¿dónde lograría Lexa aprender cosas nuevas?

Comenzó a utilizar la sala de vídeos, repleta de vídeos de propaganda sobre Becca Pramheda y otros grandes comandantes de las fuerzas de la humanidad de la Primera y Segunda Invasión. Lexa interrumpía las prácticas generales una hora antes y permitía a los jefes de batallón que dirigieran las prácticas en su ausencia. Normalmente, escenificaban escaramuzas entre batallones. Lexa se quedaba lo suficiente para comprobar que las cosas iban bien, y luego se iba a ver las viejas batallas. La mayoría de los vídeos era una pérdida de tiempo. Música heroica, primeros planos de comandantes y de soldados condecorados, instantáneas confusas de marines invadiendo las instalaciones de los insectores. Pero también encontraba algunas secuencias interesantes: naves, como puntos de luz, maniobrando en la oscuridad del espacio, o, todavía mejor, las luces de las pantallas de seguimiento de las naves mostrando la batalla completa. Era difícil apreciar en los vídeos las tres dimensiones, y muchas veces las escenas estaban cortadas y resultaban incoherentes. Pero Lexa comenzó a ver lo bien que utilizaban los insectores trayectorias de vuelo aparentemente aleatorias para crear confusión, lo bien que utilizaban señuelos y falsas retiradas para atraer a trampas a las naves de la F.I. Algunas batallas estaban cortadas en muchas escenas, que estaban dispersas en diversos vídeos; viéndolas en secuencia, Lexa pudo reconstruir batallas completas. Comenzó a ver cosas que los comentadores oficiales no mencionaban. Siempre intentaban despertar el orgullo por las hazañas humanas y la aversión por los insectores, pero Lexa comenzó a preguntarse cómo fue posible que venciera la humanidad. Las naves humanas eran torpes; las flotas respondían a las nuevas circunstancias con una lentitud insoportable, mientras que la flota insectora parecía desenvolverse en perfecta unidad y respondía inmediatamente a cada situación nueva. Naturalmente, en la Primera Invasión las naves humanas eran completamente inadecuadas para el combate rápido, pero también lo eran las naves insectoras; sólo en la Segunda Invasión tuvieron naves y armas vertiginosas y mortíferas. Lexa aprendió estrategia de los insectores, y no de los humanos. Sentía vergüenza y miedo de aprender de ellos, puesto que eran los enemigos más terribles, repugnantes, criminales y asquerosos. Pero también eran muy buenos en lo que hacían. Hasta cierto punto. Daba la sensación de que siempre seguían una sola estrategia básica: concentrar el mayor número de naves en el punto clave del conflicto. No hacían nunca nada sorprendente, nada que pusiera al descubierto la genialidad o la estupidez de un oficial subordinado. La disciplina era aparentemente muy férrea. Y había algo raro. Se hablaba mucho de Becca Pramheda, pero en los vídeos se veía poco de la verdadera batalla. Algunas escenas del principio de la batalla, la diminuta fuerza de Pramheda, que parecía patética en comparación con el vasto poder de la principal flota insectora. Los insectores ya habían destrozado la mayor parte de la flota humana en el escudo del cometa, aniquilado las primeras naves espaciales y puesto en ridículo las tentativas humanas de alta estrategia; esa película era exhibida frecuentemente, para despertar una y otra vez agonía y terror ante la victoria de los insectores. Entonces salía la flota dirigiéndose hacia la pequeña fuerza de Becca Pramheda cerca de Saturno, la desigualdad desesperanzadora, y entonces...

Entonces un disparo desde el pequeño crucero de Becca Pramheda, una nave enemiga explotando. Eso era lo único que se podía ver. Muchas películas mostraban marines abriéndose camino por las naves de los insectores. Muchos cuerpos de insectores tendidos por todas partes en el interior. Pero ninguna película de la muerte de insectores en lucha cuerpo a cuerpo, a menos que estuviera tomada de la Primera Invasión. A Lexa le frustraba que la victoria de Becca Pramheda estuviera censurada de forma tan obvia. Los estudiantes de la Escuela de Batalla tenían mucho que aprender de Becca Pramheda, y todo lo relativo a su victoria estaba oculto a la vista. La pasión por el secreto no era una gran ayuda para los chicos que tenían que aprender a hacer otra vez lo que había hecho Becca Pramheda. Naturalmente, en cuanto se corrió la voz de que Lexa Wood estaba viendo los vídeos de guerra una y otra vez, la sala de vídeos comenzó a atraer muchedumbres. Casi todos eran comandantes, que miraban los mismos vídeos que miraba Lexa, que fingían que sabían por qué los estaba mirando y qué conclusiones sacaba. Lexa nunca explicó nada. Incluso cuando mostró siete escenas de la misma batalla, pero de diferentes vídeos, sólo un chico le preguntó, sin mucha confianza:

—¿Son de la misma batalla?

Lexa se limitó a encogerse de hombros, como si no tuviera importancia.

Fue durante la última hora de prácticas del séptimo día, apenas unas horas después de que la escuadra de Lexa hubiera ganado su séptima batalla, cuando el mayor Titus en persona entró en la sala de vídeos. Alargó una nota a uno de los comandantes que estaban sentados, y luego se dirigió a Lexa.

—El coronel Gustus desea verte en su oficina inmediatamente.

Lexa se levantó y siguió a Titus por los corredores. Titus palmeaba las cerraduras que impedían a los estudiantes entrar a los alojamientos de los oficiales; por fin llegaron donde Gustus había echado raíces en una silla giratoria empernada al suelo de acero. La tripa se desparramaba por los brazos del sillón, incluso cuando se sentaba derecho. Lexa intentó recordar. Gustus no le había parecido especialmente gordo la primera vez que le conoció, hacía sólo cuatro años. El tiempo y la tensión no estaban siendo muy amables con el director de la Escuela de Batalla.

—Siete días desde tu primera batalla, Lexa —dijo Gustus.

Lexa no respondió.

—Y has ganado siete batallas, una por día.

Lexa asintió con la cabeza.

—Tus puntuaciones son también extraordinariamente altas.

Lexa parpadeó.

—¿A qué atribuyes tu notable éxito, comandante?

—Me dio una escuadra capaz de llevar a cabo todas mis ideas.

—¿Y cuáles son esas ideas?

—Definimos nuestra orientación de forma que la puerta del enemigo esté abajo y utilizamos las pantorrillas como escudo. Evitamos las formaciones y mantenemos la movilidad. Tener cinco batallones de ocho en vez de cuatro de diez es una ayuda. Además, nuestros enemigos no han tenido tiempo de responder con eficacia a nuestras nuevas técnicas, así que les seguimos derrotando con los mismos trucos. No durará mucho tiempo.

—¿De modo que no esperas seguir venciendo?

—No con los mismos trucos.

Gustus asintió con la cabeza.

—Siéntate, Lexa.

Lexa y Titus se sentaron. Gustus miró a Titus y Titus habló a continuación.

—¿En qué condiciones se encuentra tu escuadra, luchando con tanta frecuencia?

—Ahora todos son veteranos.

—Pero, ¿qué tal está? ¿Están cansados?

—Si lo están, no lo admitirán.

—¿Están todavía alerta?

—Son ustedes los que tienen los juegos informáticos que juegan con las mentes de las personas. Díganmelo ustedes.

—Nosotros sabemos lo que sabemos. Queremos saber lo que tú sabes.

—Son soldados muy buenos, mayor Titus, Estoy segura que tienen límites, pero todavía no hemos llegado a ellos. Algunos de los más nuevos tienen problemas porque nunca llegaron a dominar algunas técnicas básicas, pero están trabajando duro y mejorando. Qué quiere que diga, ¿que necesitan un descanso? Claro que necesitan descansar. Necesitan un par de semanas de descanso. Sus estudios van de mal en peor, ninguno de nosotros lo está haciendo bien en las clases. Pero eso ya lo saben ustedes, y aparentemente no les importa, así que, ¿por qué me habría de importar a mí?

Gustus y Titus se miraron.

—Lexa, ¿por qué estudias los vídeos de las guerras insectoras?

—Para aprender estrategia, naturalmente.

—Esos vídeos fueron hechos con objetivos propagandísticos. Todas nuestras estrategias han sido suprimidas.

—Lo sé.

Gustus y Titus se miraron de nuevo. Gustus tabaleó en la mesa.

—Ya no juegas al Juego de Fantasía —le dijo.

Lexa no respondió.

—Dime por qué no juegas.

—Porque gané.

—Nunca se gana todo en ese juego. Siempre hay más.

—Lo gané todo.

—Lexa, queremos ayudarte a ser lo más feliz posible, pero si tú...

—Ustedes quieren hacer de mí la mejor soldado posible. Vayan abajo y miren las clasificaciones. Miren las clasificaciones de todos los tiempos. Hasta ahora están haciendo conmigo un trabajo excelente. Felicidades. Ahora bien, ¿cuándo me van a enfrentar a una escuadra buena?

Los labios inexpresivos de Gustus esbozaron una sonrisa, y una carcajada contenida le hizo temblar un poco.

Titus alargó una nota a Lexa.

—Ahora —dijo.

ROAN AZGEDA, ESCUADRA SALAMANDRA, 12.00

—Es dentro de diez minutos —dijo Lexa—. Mi escuadra se está duchando tras la práctica.

Gustus sonrió.

—Entonces, será mejor que te des prisa, chica.

Llegó al cuartel de su escuadra en cinco minutos. La mayoría se habían duchado y se estaban vistiendo; algunos ya se habían ido a la sala de juegos o a la sala de vídeos a esperar la hora del almuerzo. Mandó a tres chicos más jóvenes que llamaran a todos y ordenó a los demás que se pusieran el traje de batalla con la mayor celeridad.

—Esta va a ser dura, y además llegaremos tarde—dijo Lexa—. Hace unos veinte minutos que dieron la nota a Roan, y para cuando lleguemos a la puerta llevarán ahí dentro unos cinco minutos como mínimo.

Los chicos estaban indignados, y se quejaban en voz alta en la jerga que normalmente evitaban utilizar en presencia del comandante. «¿Pero qué pasa? ¿Están chiflados?»

—Olvidaos del porqué, nos preocuparemos de eso esta noche. ¿Estáis cansados?

John Murphy respondió:

—Nos hemos dejado la piel en las prácticas de hoy. Por no mencionar la paliza que hemos dado a la escuadra Hurón esta mañana.

—Nadie tiene dos batallas el mismo día —dijo Ontari Tom.

Lexa respondió en el mismo tono.

—Ni nadie ha derrotado jamás a la escuadra Dragón. ¿Va a ser esta vuestra gran oportunidad de perder? —La pregunta burlona de Lexa fue la respuesta a sus quejas. Primero ganar, después preguntar.

Estaban todos de vuelta en el dormitorio, y la mayoría vestidos.

—¡Moveos! —gritó Lexa, y corrieron en línea detrás de ella, algunos todavía vistiéndose cuando llegaron al corredor que daba a la sala de batalla.

Muchos estaban jadeando ya, una mala señal; estaban demasiado cansados para esta batalla. La puerta ya estaba abierta. No había ninguna estrella. Sólo vacío, espacio vacío en una sala con una iluminación deslumbrante. Ningún sitio donde esconderse, ni siquiera en la oscuridad.

—Tengo la corazonada de que ellos tampoco han salido todavía —dijo Ontari Tom.

Lexa se puso la mano en la boca para indicarles que guardaran silencio. Lógicamente, con la puerta abierta, el enemigo podía escuchar todo lo que dijeran. Lexa señaló con el dedo todo el perímetro de la puerta, para indicarles que la escuadra Salamandra estaba, sin ninguna duda, desplegada por la pared alrededor de la puerta, donde no podían ser vistos pero sí podían irradiar fácilmente a cualquiera que saliera. Lexa les hizo señas de que se retiraran de la puerta. Luego hizo adelantarse a algunos de los chicos más altos, incluida Ontari Tom, y les hizo arrodillarse, pero no sentados en cuclillas sobre los talones, sino totalmente erguidos de manera que sus cuerpos formaran una L. Les congeló. La escuadra la miraba en silencio. Seleccionó al chico más pequeño, Aden, le entregó la pistola de Tom e hizo que se arrodillara en las piernas congeladas de Tom. Entonces sacó las manos de Aden, cada una sosteniendo una pistola, por los sobacos de Tom. Ahora lo entendían, Tom sería un escudo, una astronave blindada, y Aden estaría escondido dentro. Desde luego, no era invulnerable, pero tendría tiempo. Lexa asignó dos chicos más para lanzar a Tom y a Aden por la puerta, pero les hizo señas de que esperaran. Avanzó entre la escuadra, asignando rápidamente grupos de cuatro: un escudo, un tirador y dos lanzadores. Cuando todos estuvieron congelados o armados o listos para lanzar, señaló a los lanzadores que levantaran sus cargas, las lanzaran por la puerta y que, a continuación, se lanzaran ellos.

—¡Moveos! —gritó Lexa.

Se pusieron en movimiento. Las parejas tirador-escudo salían por la puerta de dos en dos, de espaldas para que el escudo se interpusiera entre el tirador y el enemigo. El enemigo abrió fuego de inmediato, pero casi todos acertaron a los chicos congelados de delante. Mientras tanto, con dos pistolas para disparar y sus blancos alineados ordenadamente y extendidos en horizontal a lo largo de la pared, los Dragones lo tuvieron fácil. Era muy difícil fallar. Y a medida que los lanzadores saltaban también por la puerta, se agarraban a asideros situados en la misma pared que el enemigo disparándole desde un ángulo mortífero, de modo que los Salamandras no sabían si disparar a las parejas escudo-tirador que les estaban masacrando o a los lanzadores que les estaban disparando desde su mismo nivel. Para cuando Lexa salió por la puerta, la batalla había concluido. No había transcurrido ni un minuto desde que el primer Dragón atravesó la puerta hasta la suspensión del tiroteo. Dragón había tenido veinte congelados o inutilizados, y sólo doce chicos estaban intactos. Era su peor resultado, pero habían ganado.

Cuando salió el mayor Titus y entregó el garfio a Lexa, Lexa no pudo contener la rabia.

—Creía que me iban a enfrentar a una escuadra capaz de competir contra nosotros en una lucha limpia.

—Felicitaciones por la victoria, comandante.

—¡Aden! —gritó Lexa—. Si hubieras mandado la escuadra Salamandra, ¿qué habrías hecho?

Aden, inutilizado pero no totalmente congelado, gritó desde las proximidades de la puerta del enemigo, donde flotaba a la deriva:

—Mantener una configuración variable de movimientos enfrente de la puerta. No te mantengas inmóvil cuando el enemigo sabe exactamente dónde estás.

—Ya que hace trampas —dijo Lexa a Titus—, ¿por qué no adiestra a la otra escuadra a hacer trampas de una forma inteligente?

—Le sugiero que movilice su escuadra —dijo Titus.

Lexa pulsó los botones para descongelar a las dos escuadras a la vez.

—Escuadra Dragón, rompan filas —gritó inmediatamente. No harían ningún tipo de formación para aceptar la rendición de la otra escuadra. No había sido una pelea limpia, aunque habían vencido; la intención de los profesores era que perdieran, y sólo la ineptitud de Roan les había salvado. No había gloria en ese tipo de victorias.

Sólo cuando se estaba marchando de la sala de batalla Lexa se dio cuenta de que Roan no entendería que estaba enfadada con los profesores. El honor español. Roan sólo entendería que había sido derrotado, incluso cuando todo estaba a su favor; que Lexa había ordenado al chico más joven de su escuadra manifestar públicamente lo que Roan debería haber hecho para vencer; y que Lexa ni siquiera se había quedado para recibir la rendición honrosa de Roan. Si Roan no odiase ya a Lexa, indudablemente habría empezado a odiarla ahora; y odiándola como la odiaba, indudablemente esto haría que su ira fuera asesina.

«Roan ha sido la última persona que me ha golpeado —pensó Lexa—. Estoy segura de que no lo ha olvidado.»

Ni había olvidado el sangriento enfrentamiento en la sala de batalla, cuando los chicos mayores intentaron disolver la sesión práctica de Lexa. Ni tampoco lo habían olvidado muchos otros. Entonces estaban hambrientos de sangre; ahora Roan estaría sediento. Lexa le dio vueltas a la idea de volver a seguir un curso superior de defensa personal; pero ahora, con la probabilidad de tener no una batalla diaria sino dos el mismo día, Lexa sabía que no disponía de tiempo. «Tendré que confiar en mi suerte. Los profesores me han metido en esto, ellos me pueden sacar...»

Aden se desplomó pesadamente en su litera, totalmente agotado; la mitad de los chicos del cuartel ya estaban durmiendo, y todavía faltaban quince minutos para que se apagaran las luces. Con hastío, sacó de su casillero la consola y la conectó. Al día siguiente había un examen de geometría y Aden estaba muy mal preparado. Siempre le quedaba la posibilidad de razonar las cosas si tenía tiempo. Había leído a Euclides cuando tenía cinco años, pero el examen tenía un límite de tiempo, de modo que no habría ninguna posibilidad de razonar. Se lo tenía que saber. Y no se lo sabía. Y probablemente haría mal el examen. Pero hoy habían ganado dos veces, y por eso se sintió bien. Sin embargo, en cuanto conectó la consola, todas sus preocupaciones sobre la geometría se desvanecieron. Alrededor de la pantalla desfiló el mensaje:

VEN A VERME INMEDIATAMENTE - LEXA

Eran las 21.50, sólo diez minutos antes de que se apagaran las luces. ¿Cuánto tiempo haría que lo había enviado Lexa? Sin embargo, mejor que no la ignorase. Puede que hubiese otra batalla por la mañana, una idea que le hizo sentirse hastiado, y con independencia de lo que Lexa quisiera hablarle, no había tiempo. Así que Aden rodó de la litera y caminó como desinflado por el corredor hasta la habitación de Lexa. Llamó.

—Entra —dijo Lexa.

—Acabo de ver tu mensaje.

—Bien —dijo Lexa.

—Falta poco para que se apaguen las luces.

—Te ayudaré a encontrar el camino en la oscuridad.

—Simplemente, no sabía si tenías idea de la hora que era...

—Siempre sé la hora que es.

Aden suspiró para sus adentros. No fallaba. Todas sus conversaciones con Lexa acababan en discusiones. Aden la odiaba. Admitía la genialidad de Lexa y la admiraba por ello. ¿Por qué no veía Lexa algo bueno en él?

—¿Te acuerdas de hace cuatro semanas, Aden, cuando me dijiste que te hiciera jefe de batallón?

—Sí.

—Desde entonces he hecho cinco jefes de batallón y cinco asistentes. Y ninguno de ellos eres tú. —Lexa levantó las cejas—. ¿Me equivoco?

—No, señora.

—Bien, dime que tal lo has hecho en estas ocho batallas.

—Hoy ha sido la primera vez que me han inutilizado, pero el ordenador me ha contabilizado quince aciertos antes de que tuviera que parar. Nunca he obtenido menos de cinco aciertos en una batalla. También he cumplido todas las misiones que se me han encomendado.

—¿Por qué te hicieron soldado siendo tan joven, Aden?

—No más joven de lo que eras tú.

—Pero, ¿por qué?

—No lo sé.

—Sí lo sabes y yo también.

—He hecho conjeturas, pero sólo son conjeturas. Tú eres muy buena. Lo sabían. Te ascendieron...

—Dime por qué, Aden.

—Porque nos necesitan, he ahí el porqué. —Aden se sentó en el sucio y miró fijamente a los pies de Lexa—. Porque necesitan alguien que venza a los insectores. Eso es lo único que les importa.

—Es importante que sepas eso, Aden. Porque la mayoría de los chicos de esta escuela creen que el juego es importante en sí mismo y pero no lo es. Sólo es importante porque les ayuda a descubrir chicos que pueden llegar a ser verdaderos comandantes, en la guerra de verdad. Pero en lo referente al juego, lo están jodiendo. Eso es lo que están haciendo. Joder el juego.

—Es divertido. Creí que sólo lo hacían con nosotros.

—Un juego nueve semanas antes de lo normal. Y ahora dos juegos en el mismo día. Aden, no sé qué están haciendo los profesores, pero mi escuadra se está cansando, y yo también me estoy cansando, y a ellos no les importan en absoluto las reglas del juego. He sacado del ordenador las gráficas antiguas. Nadie ha destruido jamás tantos enemigos y mantenido tantos soldados ilesos en toda la historia del juego.

—Eres la mejor, Lexa.

Lexa movió la cabeza negativamente.

—Quizá. Pero no fue una casualidad que consiguiera los soldados que he conseguido. Reclutas, rechazados de otras escuadras, pero reúnelos y mi peor soldado podría ser jefe de batallón en otra escuadra. Han puesto las cosas a mí favor, pero ahora lo están poniendo todo en mi contra. Aden, quieren destrozarnos.

—A ti no pueden destrozarte.

—Te sorprenderías —Lexa respiró profundamente, repentinamente, como si sintiera un pinchazo de dolor, o tuviera que aspirar un viento que pasara; Aden la miró y se dio cuenta de que lo imposible estaba sucediendo. Lejos de hostigarle, Lexa Wood estaba confiando en él. No demasiado. Pero un poco. Lexa era humana y a Aden se le había permitido verlo.

—Quizá te sorprenderías tú —dijo Aden.

—La cantidad de ideas ingeniosas y nuevas que puedo tener al día tiene un límite. Algún día aparecerá alguien con algo que oponer contra mí en lo que no habré pensado antes, y no estaré preparada.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? Que pierdas un juego.

—Sí. Eso es lo peor que puede pasar. No puedo perder ningún juego. Porque si pierdo un...

No se explicó, y Aden no preguntó.

—Necesito que seas ingenioso, Aden. Necesito que pienses soluciones para problemas que todavía no hemos visto. Quiero que intentes cosas que nadie ha intentado porque sean absolutamente estúpidas.

—¿Por qué yo?

—Porque aunque hay soldados mejores que tú en la escuadra Dragón, no muchos, pero algunos, no hay nadie que piense mejor y más rápido que tú.

Aden no dijo nada. Los dos sabían que era cierto. Lexa le mostró su consola. Había doce nombres. Dos o tres de cada batallón.

—Elige cinco —dijo Lexa—. Uno de cada batallón. Formarán una escuadrilla especial, y tú les adiestrarás. Sólo durante las sesiones de práctica adicionales. Mantenme al corriente de lo que les haces hacer. No dediques demasiado tiempo a una sola cosa. La mayor parte del tiempo, tú y tu escuadrilla formaréis parte del conjunto de la escuadra, formaréis parte de vuestros batallones normales. Pero cuando te necesite. Cuando haya que hacer algo que sólo tú puedas hacer.

—Todos éstos son nuevos —dijo Aden—. Ni un veterano.

—Después de la última semana, Aden, todos nuestros soldados son veteranos. ¿No te das cuenta de que, en las clasificaciones de soldados individuales, nuestros cuarenta soldados están en las cincuenta primeras posiciones? Que hay que bajar diecisiete posiciones para encontrar a un soldado que no sea dragón.

—¿Y qué pasa si no se me ocurre nada?

—Entonces estaba equivocada con respecto a ti.

Aden esbozó una sonrisa.

—No estás equivocada.

Las luces se apagaron.

—¿Puedes encontrar el camino de vuelta, Aden?

—Es probable que no.

—Entonces quédate aquí. Si escuchas con cuidado, podrás oír al hada buena venir por la noche y dejar nuestra misión para mañana.

—No nos darán otra batalla para mañana, ¿verdad?

Lexa no respondió. Aden le oyó trepar a la cama. Se levantó del suelo e hizo lo mismo. Pensó en media docena de ideas antes de dormirse. Lexa estaría satisfecha; todas eran estúpidas.