5. Hereje
«He visto el final, y lo he oído nombrar. La Noche de las Penas, la Verdadera Desolación. La Tormenta Eterna.»
Recogido el 1 de Nanes, año 1172, 15 segundos antes de la muerte. El sujeto era un joven ojos oscuros de origen desconocido.
Lexa no esperaba que Anya Griffin fuera tan hermosa. Era una belleza regia, madura, como la que podría encontrarse en el retrato de una erudita histórica. Lexa advirtió que ingenuamente había esperado que Anya fuera una solterona fea, como las severas matronas que habían sido sus instructoras hacía años. ¿Cómo si no podía una imaginarse a una hereje que tenía más de treinta años y seguía soltera?
Anya no era así. Era alta y esbelta, con la piel clara, finas cejas negras y denso pelo de color ónice. Lo llevaba alzado en parte, recogido en torno a un pequeño adorno dorado en forma de pergamino con dos pinzas para sujetarlo. El resto caía tras su cuello en pequeños y tensos rizos. Incluso rizado y combado como era, le llegaba hasta los hombros: suelto, sería tan largo como el de Lexa y le llegaría hasta la mitad de la espalda. Tenía un rostro anguloso e inteligente, ojos violeta claro. Escuchaba a un hombre vestido con una túnica blanca y naranja fuerte, los colores reales kharbranthianos. La brillante Griffin era varios dedos más alta que el hombre: al parecer, la reputación de altura de los alezi no era ninguna exageración. Anya miró a Lexa, reparó en su presencia, y luego regresó a su conversación.
¡Padre Tormenta! Esta mujer era la hermana de un rey. Reservada, estatuaria, inmaculadamente vestida de azul y plata. Como el vestido de Lexa, el de Anya estaba abotonado por los lados y tenía un cuello alto, aunque Anya tenía mucho más pecho que Lexa. Las faldas eran sueltas bajo la cintura y caían generosamente al suelo. Sus mangas eran largas y majestuosas, y la izquierda estaba abotonada para ocultar su mano segura. En su mano libre había una joya: dos anillos y un brazalete conectados por varias cadenas, sosteniendo un grupo triangular de gemas que cubría el dorso de su mano. Un moldeador de almas: la palabra se usaba tanto para la persona que realizaba el proceso como para el fabrial que lo hacía posible. Lexa entró en la sala, tratando de ver mejor las grandes y brillantes gemas. Su corazón empezó a latir con más fuerza. El moldeador de almas parecía idéntica a la que sus hermanos y ella habían encontrado en el bolsillo interior del chaleco de su padre. Anya y el hombre de la túnica echaron a andar en dirección a Lexa, sin dejar de hablar. ¿Cómo reaccionaría Anya, ahora que su pupila había llegado por fin? ¿Se enfadaría por su tardanza?
Lexa no podía ser acusada de eso, pero la gente a menudo espera cosas irracionales de sus inferiores. Como la gran caverna exterior, este pasillo estaba tallado en la roca, pero estaba ricamente adornado, con labrados candelabros hechos con gemas de luz tormentosa. La mayoría eran granates de color violeta profundo, que se contaban entre las piedras menos valiosas. Incluso así, la cantidad de ellos que colgaban brillando con luz violeta hacía que la lámpara valiera una pequeña fortuna. Sin embargo, más que eso, Lexa se sintió impresionada por la simetría del diseño y la belleza del patrón de cristales que colgaban a los lados. Mientras Anya se acercaba, Lexa pudo oír parte de lo que estaba diciendo.
—¿... cuenta de que esta acción podría provocar una reacción desfavorable por parte de los devotarios? —decía la mujer, hablando en alezi. Era muy parecido al veden nativo de Lexa, y le habían enseñado a hablarlo bien durante su infancia.
—Sí, brillante —dijo el hombre de la túnica. Era mayor, con un hilillo de barba blanca, y tenía ojos grises claros. Su rostro franco y amable parecía muy preocupado, y llevaba un sombrero cilíndrico y breve a juego con el naranja y blanco de su rica túnica. ¿Era quizás algún tipo de mayordomo real?
No. Esas gemas de sus dedos, la forma en que se movía, la manera en que los otros asistentes ojos claros se referían a él...
«¡Padre Tormenta! —pensó Lexa—. ¡Tiene que ser el rey en persona!» No el hermano de Anya, Finn, sino el rey de Kharbranth. Gustus.
Lexa realizó apresuradamente una reverencia adecuada, que Anya advirtió.
—Los fervorosos tienen mucho poder aquí, majestad —dijo Anya con voz suave.
—Y yo también —repuso el rey—. No tienes que preocuparte por mí.
—Muy bien —contestó—. Tus términos son factibles. Guíame hasta el lugar y veré qué se puede hacer. Si me disculpas mientras caminamos, no obstante, tengo alguien a quien debo atender.
Anya hizo un breve gesto hacia Lexa, indicándole que se uniera a ellos.
—Por supuesto, brillante —dijo el rey. Parecía confiar en Anya.
Kharbranth era un reino muy pequeño (solo una ciudad), mientras que Alezkar era uno de los más poderosos del mundo. Una princesa alezi bien podía superar a un rey kharbranthiano en términos de realeza, por mucho que dijera el protocolo.
Lexa se apresuró a alcanzar a Anya, que caminaba un poco por detrás del rey mientras este empezaba a hablar con sus ayudantes.
—Brillante —dijo—. Soy Lexa Wood, a quien pediste que viniera a verte. Lamento profundamente no haber podido encontrarme contigo en Dumadari.
—La culpa no fue tuya —dijo Anya con un gesto—. No esperaba que llegaras a tiempo. Sin embargo, no estaba segura de dónde iría después de Dumadari cuanto te envié esa nota.
Anya no estaba enfadada: eso era buena señal. Lexa notó como parte de su ansiedad remitía.
—Me impresiona tu tenacidad, chiquilla —continuó Anya—. Sinceramente, no esperaba que me siguieras hasta tan lejos. Después de Kharbranth iba a cesar de dejarte notas, ya que suponía que habrías renunciado a seguirme. La mayoría lo hace después de las primeras paradas.
¿La mayoría? ¿Entonces esto era una especie de prueba? ¿Y Lexa la había superado?
—Sí, en efecto —continuó musitando Anya—. Tal vez acceda a que me hagas una petición para ser mi pupila.
Lexa casi tropezó por la sorpresa. ¿Petición? ¿No lo había hecho ya?
—Brillante —dijo Lexa—. Creía que..., bueno, tu cart...
Anya la miró.
—Te di permiso para reunirte conmigo, joven Wood. No prometí aceptarte. La formación y el cuidado de una pupila son una distracción para la que tengo poca tolerancia o tiempo en este momento. Pero has viajado desde muy lejos. Sopesaré tu petición, aunque debes comprender que mis requerimientos son estrictos.
Lexa cubrió una mueca.
—No hay ningún berrinche —advirtió Anya—. Eso es buena señal.
—¿Berrinche, brillante? ¿En una mujer ojos claros?
—Te sorprendería —repuso Anya secamente—. Pero la actitud sola no te ganará el puesto. Dime, ¿cómo es tu educación?
—Extensiva en algunas áreas —respondió Lexa. Entones añadió, vacilante—: Y enormemente deficitaria en otras.
—Muy bien —dijo Anya. Ante ellas, el rey parecía tener prisa, pero era tan viejo que incluso un paso urgente seguía siendo lento—. Entonces haremos una evaluación. Responde con sinceridad y no exageres, ya que descubriré pronto tus mentiras. Tampoco finjas falsa modestia. No tengo paciencia para tonterías.
—Sí, brillante.
—Empezaremos por la música. ¿Cómo juzgarías tu destreza?
—Tengo buen oído, brillante —dijo Lexa con toda sinceridad—. Soy mejor con la voz, aunque he sido formada con la cítara y las flautas. No sería la mejor que has oído, pero tampoco la peor. Me sé de memoria la mayoría de las baladas históricas.
—Dime el estribillo de «Cadenciosa Adrene».
—¿Aquí?
—No estoy acostumbrada a repetirme, niña.
Lexa se ruborizó, pero empezó a cantar. No fue su mejor actuación, pero su tono era puro y no tropezó con ninguna de las palabras.
—Bien —dijo Anya mientras Lexa hacía una pausa para respirar—. ¿Idiomas?
Lexa vaciló un instante, desviando su atención del frenético intento por recordar el siguiente verso. ¿Idiomas?
—Sé hablar tu nativo alezi, obviamente —dijo—. Tengo un conocimiento pasable del thaylen leído y hablo bien azish. Puedo hacerme entender en selay, pero no lo sé leer.
Anya no hizo ningún tipo de comentario. Lexa empezó a ponerse nerviosa.
—¿Escritura? —preguntó.
—Conozco todos los glifos mayores, menores y temáticos, y los sé pintar caligráficamente.
—También lo saben la mayoría de los niños.
—Los glifos protectores que yo pinto son considerados impresionantes por aquellos que me conocen.
—¿Glifos protectores? —dijo Anya—. Si necesito a alguien para escribir un tratado en su poni de peluche o hable de un guijarro interesante que haya descubierto, te mandaré llamar. ¿No hay nada que puedas ofrecerme que tenga verdadera habilidad?
Lexa se ruborizó.
—Con el debido respeto, brillante, tienes una carta mía, y fue lo bastante persuasiva para concederme esta audiencia.
—Un argumento válido —dijo Anya, asintiendo—. Has tardado bastante en mencionarlo. ¿Cómo es tu formación en la lógica y las artes relacionadas?
—Soy diestra en matemáticas básicas —dijo Lexa, todavía molesta—, y a menudo he ayudado a mi padre con cuentas menores. He leído las obras completas de Tormas, Nashan, Niali el Justo y, naturalmente, Nohadon.
—¿Placini?
¿Quién?
—No.
—¿Gabrathin, Yustara, Manaline, Syasikk, Shauka-hija-Hasweth?
Lexa se estremeció y sacudió de nuevo la cabeza. Ese último nombre era obviamente shin. ¿Tenía el pueblo sin maestros lógicos siquiera? ¿De verdad esperaba Anya que sus pupilas hubieran estudiado semejantes textos oscuros?
—Ya veo —dijo Anya—. Bien, ¿qué hay de historia?
Historia. Lexa se encogió aún más.
—Yo..., es una de las áreas en las que soy más deficiente, brillante. Mi padre nunca pudo encontrar un tutor adecuado para mí. Leí los libros de historia que poseía...
—¿Cuáles eran?
—Todo el grupo de los Temas de Barlesha Lhan, principalmente.
Anya agitó una mano, despectiva.
—Apenas merecen la pena el tiempo invertido en escribirlos. Una recopilación popular de hechos históricos en el mejor de los casos.
—Pido disculpas, brillante.
—Es un agujero embarazoso. La historia es la más importante de las subartes literarias. Cabría esperar que tu padres se hubieran preocupado especialmente de esta área, si esperaban enviarte a estudiar con una historiadora como yo.
—Mis circunstancias son poco usuales, brillante.
—La ignorancia rara vez es poco usual, joven Wood. Cuanto más vivo, más comprendo que es el estado natural de la mente humana. Hay muchos que lucharán por defender su santidad y luego esperan que sus esfuerzos te impresionen.
Lexa volvió a ruborizarse. Era consciente de que tenía algunas deficiencias, pero Anya tenía expectativas irracionales. No dijo nada y siguió andando junto a la alta mujer. ¿Cuánto medía este pasillo, por cierto? Estaba tan apurada que ni siquiera miró las pinturas ante las que iban pasando. Doblaron una esquina, internándose más en la montaña.
—Bien, pasemos entonces a la ciencia —dijo Anya, con tono insatisfecho—. ¿Qué puedes decir de ese tema?
—En las ciencias tengo los fundamentos razonables que podrían esperarse de una joven de mi edad —contestó Lexa, más envarada de lo que le habría gustado.
—¿Y eso qué significa?
—Puedo hablar con habilidad de geografía, geología, física y química. He hecho estudios concretos de biología y botánica, y pude obtenerlos con un razonable nivel de independencia en las posesiones de mi padre. Pero si esperas que resuelva sin pestañear el Acertijo de Fabrisan, sospecho que te sentirás decepcionada.
—¿No tengo derecho a hacer exigencias razonables a mis estudiantes potenciales, joven Wood?
—¿Razonables? ¡Tus exigencias son tan razonables como las que hacen los Diez Heraldos el Día de Pruebas! Con el debido respeto, brillante, pareces querer que tus pupilos potenciales sean ya maestros eruditos. Puede que pueda encontrarte un par de fervorosos de ochenta años en la ciudad que tal vez encajen con tus requerimientos. Podrían solicitar el puesto, aunque tal vez tengan problemas para oír lo bastante bien para responder a tus preguntas.
—Comprendo —replicó Anya—. ¿Y le hablas a tus padres con ese mismo despecho?
Lexa dio un respingo. El tiempo que había pasado con los marineros le había soltado demasiado la lengua. ¿Había venido hasta aquí solo para ofender a Anya? Pensó en sus hermanos, arruinados, manteniendo una tenue fachada en casa. ¿Tendría que regresar con ellos derrotada, tras haber echado a perder esta oportunidad?
—No les hablaba así, brillante. Ni debería hacerlo así contigo. Pido disculpas.
—Bien, al menos eres lo bastante sincera para admitir tus defectos. Con todo, sigo decepcionada. ¿Cómo es que tu madre considerara que estabas preparada para ser pupila?
—Mi madre falleció cuando yo era solo una niña, brillante.
—Y tu padre pronto volvió a casarse. Malise Gevelmar, creo.
Lexa se sorprendió ante su conocimiento. La casa Wood era antigua, pero solo de importancia y poder medios. El hecho de que Anya conociera el nombre de su madrastra decía mucho sobre ella.
—Mi madrastra falleció recientemente. No me envió a ser tu pupila. Yo misma tomé la iniciativa.
—Mis condolencias —dijo Anya—. Tal vez deberías estar con tu padre, cuidando sus posesiones y consolándolo, en vez de hacerme perder el tiempo.
Los hombres que caminaban ante ellas se internaron por otro pasillo lateral. Anya y Lexa los siguieron, entrando en un corredor más pequeño con una ornamentada alfombra roja y amarilla y espejos colgando de las paredes.
Lexa se volvió hacia Anya.
—Mi padre no me necesita. —Bueno, eso era cierto—. Pero yo sí te necesito enormemente, como ha demostrado esta misma entrevista. Si tanto te amarga la ignorancia, ¿puedes en buena consciencia dejar pasar la oportunidad de librarte de la mía?
—Lo he hecho antes, joven Wood. Eres la duodécima joven que ha pedido ser mi pupila este año.
«¿Doce? ¿En un año?» Y ella que había dado por hecho que las mujeres se apartaban de Anya por su antagonismo hacia los devotarios.
El grupo llegó al final del estrecho pasillo y dobló una esquina para encontrar, para sorpresa de Lexa, un lugar donde un gran trozo de roca había caído del techo. Una docena de ayudantes esperaban allí, algunos con aspecto ansioso. ¿Qué estaba sucediendo?
Gran parte de los escombros habían sido despejados, aunque el agujero en el techo aún asomaba ominosamente. No se veía el cielo: habían ido descendiendo progresivamente, y estaban probablemente muy bajo tierra. Una piedra enorme, más alta que un hombre, había caído en un portal a la derecha. No se podía pasar a la habitación contigua. A Lexa le pareció oír algo al otro lado. El rey se acercó a la piedra, hablando con voz tranquilizadora. Se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la anciana frente.
—Los peligros de vivir en una ciudad tallada directamente en la roca —dijo Anya, avanzando—. ¿Cuándo sucedió esto?
Al parecer, no había sido convocada a la ciudad específicamente para este propósito: el rey simplemente aprovechaba su presencia.
—Durante la reciente alta tormenta, brillante —dijo el rey. Sacudió la cabeza, haciendo que su fino y caído bigote blanco temblara—. Los arquitectos del palacio podrían abrir un hueco hasta la habitación, pero llevaría tiempo, y se espera que la siguiente tormenta tenga lugar dentro de unos pocos días. Además, cavar podría desplomar más parte de la techumbre.
—Creía que Kharbranth estaba protegida de las tormentas, majestad —dijo Lexa, haciendo que Anya le dirigiera una mirada de furia.
—La ciudad está protegida, joven —respondió el rey—. Pero la montaña de piedra que tenemos detrás sufre los embates de las tormentas. A veces hay avalanchas en esa parte, y eso puede hacer que toda la falda de la montaña tiemble. —Miró al techo—. Los desplomes son muy raros, y creíamos que esta zona era segura, pero...
—Pero es roca —dijo Anya—, y no puede decirse si una veta acecha justo debajo de la superficie. —Inspeccionó el monolito que había caído del techo—. Esto será difícil. Probablemente perderé una piedra focal muy valiosa.
—Yo... —empezó a decir el rey, secándose de nuevo la frente—. Si tan solo tuviéramos una hoja esquirlada...
Anya lo interrumpió con un gesto.
—No buscaba renovar nuestro trato, majestad. Acceder al Palaneo merece el coste. Manda traer a alguien trapos mojados. Que la mayoría de los criados se trasladen al otro extremo del pasillo. Tú mismo puedes esperar también allí.
—Me quedaré aquí —dijo el rey, lo que levantó objeciones entre sus asistentes, incluyendo un gigante que llevaba una coraza de cuero negro, probablemente su guardaespaldas. El rey lo mandó callar alzando una mano arrugada—. No me esconderé como un cobarde mientras mi nieta está atrapada.
No era extraño que estuviera tan nervioso. Anya no siguió discutiendo, y Lexa pudo ver en sus ojos que no era cosa suya si el rey arriesgaba la vida. Lo mismo al parecer se aplicaba a ella, pues Anya no le ordenó que se retirara. Varios criados se acercaron con trapos mojados y los repartieron. Anya rechazó el suyo. El rey y su guardaespaldas alzaron los rostros, cubriéndose la boca y la nariz. Lexa cogió el suyo. ¿Para qué servía? Un par de criados pasaron unos cuantos trapos más por un hueco entre la piedra y la pared a los que estaban atrapados dentro. Luego todos los sirvientes se retiraron al pasillo.
Anya hurgó y sondeó el peñasco.
—Joven Wood —dijo—, ¿qué método usarías para calibrar la masa de esta piedra?
Lexa parpadeó.
—Bueno, supongo que le preguntaría a su majestad. Sus arquitectos probablemente la han calculado.
Anya ladeó la cabeza.
—Una respuesta elegante. ¿Lo han hecho, majestad?
—Sí, brillante —respondió el rey—. Tiene más o menos quince mil kavals.
Anya miró a Lexa.
—Un punto a tu favor, joven Wood. Un erudito sabe cuándo no perder el tiempo redescubriendo información ya conocida. Es una lección que olvido a veces.
Lexa se sintió hincharse ante esas palabras. Ya tenía la impresión de que Anya no suministraba alabanzas a la ligera. ¿Significaba eso que todavía la estaba considerando como posible pupila?
Anya alzó su mano libre, el moldeador de almas brillando contra la piel. Lexa notó que los latidos de su corazón se aceleraban. Nunca había visto moldear almas en persona. Los fervorosos eran muy reclusivos en el uso de sus fabriales, y ni siquiera sabía que su padre tenía uno hasta que se lo encontraron encima. Naturalmente, el suyo ya no funcionaba. Era uno de los principales motivos por los que estaba aquí. Las gemas insertadas en el moldeador de almas de Anya eran enormes, las más grandes que Lexa había visto jamás, con un valor de muchas esferas cada una. Una era de cuarzo ahumado, una gema de puro cristal negro. La segunda era de diamante. La tercera era un rubí. Todas estaban talladas: una piedra tallada podía albergar más luz tormentosa. Tenían muchas brillantes facetas de forma ovalada. Anya cerró los ojos, presionando la mano contra la roca caída. Alzó la cabeza, inhalando lentamente. Las piedras del dorso de su mano empezaron a brillar más ferozmente, el cuarzo ahumado en concreto se hizo tan brillante que resultaba difícil mirarlo. Lexa contuvo la respiración. Lo único que se atrevió a hacer fue parpadear, confinando la escena a la memoria. Durante un largo momento, no sucedió nada. Y entonces, brevemente, Lexa oyó un sonido. Un tamborileo grave, como un grupo lejano de voces que tararearan juntas una única nota pura.
La mano de Anya se hundió en la roca.
La piedra desapareció.
Un estallido de denso humo negro explotó en el pasillo. Suficiente para cegar a Lexa: pareció el resultado de un centenar de incendios, y olió a madera quemada. Lexa se llevó rápidamente el trapo mojado a la cara y cayó de rodillas. Extrañamente, notó embotados los oídos, como si se hubiera precipitado de una gran altura. Tuvo que tragar saliva para aliviarlos. Cerró los ojos con fuerza cuando empezaron a lagrimear, y contuvo la respiración. Sus oídos se llenaron de un sonido absorbente. Pasó. Abrió los ojos y encontró al rey y su guardaespaldas acurrucados contra la pared de al lado. El humo seguía arremolinándose en el techo: el pasillo olía muy fuerte. Anya permanecía de pie, los ojos cerrados todavía, ajena al humo, aunque ahora la suciedad cubría su cara y sus ropas. También había dejado marcas en las paredes. Lexa había leído sobre esto, pero todavía estaba asombrada. Anya había transformado la piedra en humo, y como el humo era mucho menos denso que la piedra, el cambio había dispersado el humo con un estallido. Era cierto: Anya tenía un moldeador de almas que funcionaba. Y además era poderosa. Nueve de cada diez moldeadores de almas eran capaces de unas cuantas transformaciones limitadas: crear agua o grano a partir de la piedra; formar blandos edificios de roca de una sola habitación con el aire o la tela. Una animista superior, como Anya, podía efectuar cualquier transformación. Convertir literalmente cualquier sustancia en otra. Cómo debía molestar a los fervorosos que una reliquia tan sagrada y poderosa estuviera en manos de alguien que no pertenecía al fervor. ¡Y una hereje, nada menos!
Lexa se puso en pie tambaleante, dejando el trapo en su boca, respirando aire húmero pero libre de humo. Tragó saliva, sus oídos volvieron a embotarse cuando la presión de la sala volvió a la normalidad. Un momento después, el rey corrió a la habitación ahora accesible. Una niña pequeña, junto con varias ayas y otros sirvientes de palacio, estaba sentada en el otro lado, tosiendo. El rey la cogió en brazos. Era demasiado joven para tener una manga de recato. Anya abrió los ojos, parpadeando, como si estuviera momentáneamente confundida por su situación. Inspiró profundamente, y no tosió. De hecho, sonrió, como si le gustara el olor a humo.
Se volvió hacia Lexa y se concentró en ella.
—Sigues esperando una respuesta por mi parte. Me temo que no te gustará lo que diga.
—Pero no has terminado de ponerme a prueba todavía —dijo Lexa, obligándose a ser osada—. Sin duda no harás tu juicio hasta que lo hayas hecho.
—¿No he terminado? —preguntó Anya, frunciendo el ceño.
—No me has preguntado por todas las artes femeninas. No mencionaste la pintura y el dibujo.
—Nunca me han sido de mucha utilidad.
—Pero pertenecen a las artes —dijo Lexa, desesperada. ¡Era donde estaba mejor dotada!—. Muchos consideran que las artes visuales son las más refinadas de todas. He traído mi carpeta. Puedo mostrarte lo que sé hacer.
Anya frunció los labios.
—Las artes visuales son frívolas. He sopesado los hechos, niña, y no puedo aceptarte. Lo siento mucho.
El corazón de Lexa se estremeció.
—Majestad —le dijo Anya al rey—, me gustaría ir al Palaneo.
—¿Ahora? —preguntó el rey, acunando a la niña—. Pero vamos a celebrar una fiesta...
—Agradezco el ofrecimiento, pero tengo abundancia de todo menos tiempo.
—Naturalmente —dijo el rey—. Te llevaré personalmente. Gracias por lo que has hecho. Cuando oí que había solicitado la entrada... —continuó hablando con Anya, que lo siguió sin decir nada pasillo abajo, dejando a Lexa detrás.
Lexa se llevó la mochila al pecho, se quitó el paño de la boca. Seis meses de búsqueda, para esto. Agarró frustrada el trapo, apretujando el agua cenicienta entre sus dedos. Quería llorar. Eso era lo que probablemente habría hecho de haber sido la misma niña que fue hacía seis meses. Pero las cosas habían cambiado. Ella misma había cambiado. Si fracasaba, la casa Wood caería. Lexa sintió que su determinación se redoblaba, aunque no pudo impedir que unos cuantas lágrimas escaparan de las comisuras de sus ojos. No iba a rendirse hasta que Anya se viera obligada a cargarla de cadenas y hacer que las autoridades se la llevaran. Con paso sorprendentemente firme, echó a andar en la dirección que había seguido Anya. Seis meses antes, les había explicado a sus hermanos un plan desesperado. Aprendería con Anya Griffin, erudita, hereje. No por la educación. Ni por el prestigio. Sino para averiguar dónde guardaba su moldeador de almas.
Y entonces se lo robaría.
