Hacía días que me apetecía escribir sobre estas dos. El canon no las hace especialmente simpáticas, pero a fuerza de ver fanarts de ellas dos era imposible no quererlas un poco. Y que me gustan a mí las dinámicas de hermanas.
Pareja: Lavender Brown y Parvatti Patil.
Prompt: Encontrar fotografías antiguas que habías olvidado
Prendió el fuego en la vieja cocina de gas y colocó encima la tetera. Con un suspiro, se movió por la familiar cocina, buscando el tarro del té blanco de Daarjeling, el favorito de su padre. Su madre era más tradicional y preparaba su propia receta de masala chai; según la tradición de su familia, no compartiría ese conocimiento con ellas hasta que se casaran.
No se sentó en la cocina. Aprovechando que no había nadie que la reprendiera por ello, se llevó la taza con ella a su antigua habitación, la que había compartido con su hermana siempre. Había dejado ese cuarto para el final. Era extraño y doloroso pensar en vaciar los armarios y cajones, en los que se acumulaban los detalles de su infancia juntas, y hacerlo sin la compañía de Parvati, la otra mitad del pequeño universo de esa época.
Abrió el armario y comenzó a sacar cajas del altillo, dejándolas en una de las camas gemelas. Había cinco cajas de distintas formas y tamaños sobre la colcha carmesí cuando dio tres pasos hasta la cómoda en la que había dejado la taza para dar un sorbo de té.
Allí, mientras volvía a dejar la taza, la vio: había una caja sobre el armario, disimulada detrás de la cenefa de madera que decoraba la parte de arriba del viejo mueble. Sorprendida, tomó la varita y la hizo bajar, extrañada de que su madre hubiera colocado algo fuera del armario, expuesto al polvo.
En cuanto abrió la caja supo que no era su madre la que la había colocado allí. Estaba llena de fotos y cartas y lo primero que sintió al verlas fue que estaba invadiendo la intimidad de su hermana.
Fue un sentimiento extraño para ella, acostumbrada a no tener secretos con Parvati. Con manos un poco temblorosas, sacó un atado de cartas, sujetas por una descolorida cinta de color rosa. Conocía esa cinta, la había visto montones de veces sujetando una cabellera rubia.
Deshizo la lazada y, curiosa, comprobó que la remitente de todas las cartas era la mejor amiga de su hermana. Eso no sería sorprendente si no fuera porque estaban decoradas con corazoncitos e incluso en uno de los sobres había impreso la marca de unos labios pintados de rosa.
Con las cejas arqueadas, prestó atención a las fotos. Allí estaban las dos, o Lavender a solas. No había fotos con otros amigos, o con su familia, Parvati solo tenía fotos con Lavender. Desde primer curso hasta su octavo año. En las más recientes, el rostro de la rubia estaba atravesado de cicatrices, pero aún así la mirada de su hermana en la mayoría de las fotos era de adoración.
Se detuvo en una en concreto en la que Lavender miraba a la cámara sin sonreír, apenas lo hacía en las fotos de su octavo año, mientras su hermana le besaba en la mejilla. En la imagen mágica, tras recibir el beso, Lavender se giraba y se lo devolvía, pero en los labios. Y su hermana brillaba de felicidad.
Volvió a dejar todo en la caja y se tumbó en la cama, con todas aquellas imágenes dando vueltas en la cabeza. Tras la guerra, Parvati se había distanciado de la familia. De hecho sus padres prácticamente la habían repudiado, pero ella, que había estado parte del curso en el hospital, había sido dejada al margen de la discusión.
También su relación se había resentido un poco. Hasta ese momento, pensaba que el problema de sus padres con su hermana era que ella había decidido vivir con Lavender, que había sido contagiada de licantropía durante la batalla. No lo apoyaba, pero entendía que su familia era terriblemente tradicional y el rechazo a los mordidos era muy habitual, así que había tratado de servir de mediadora entre Parvati y sus padres, perjudicando su relación con su hermana.
¿Habría más motivos para la ruptura familiar? ¿Sabrían sus padres que su hija tenía una relación con su mejor amiga? La homofobia era algo profundamente arraigado en algunas partes de la India mágica, pero el mundo mágico inglés era mucho más abierto. Pero, sobre todo, la cuestión que le hizo morderse el labio hasta sacarse sangre fue: ¿por qué su hermana no había confiado en ella? No se trataba de algo como no confesarle que se había saltado una clase por miedo a que le soltara una reprimenda de hermana responsable, sino de no hablarle de un amor que, a tenor de lo que había en la caja, duraba años.
Se levantó con un suspiro. Dejó la caja sobre la cómoda, junto a la taza de té ya frío, y siguió con lo suyo, arrastrando los pies.
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— ¿Vatty? —llamó Lavender al entrar en su casa un par de noches después.
— En el dormitorio —le contestó la voz de su novia.
Colgó la capa, se quitó los zapatos, y caminó en calcetines por el viejo suelo de madera, soltándose la apretada trenza que usaba para trabajar. Se encontró con Parvati, vestida todavía con el uniforme de San Mungo, con la mirada fija en una caja que sostenía sobre sus rodillas.
Se dejó caer en desde los pies de la cama para besarla y apoyar la mejilla en la suya, tratando de entender que tenía aquella caja cerrada para ser tan interesante. Esperó un minuto, sin cambios en la postura de su chica, y acabó por incorporarse hasta sentarse junto a ella y abrazarla por los hombros.
— ¿Qué ocurre? —le preguntó, con un atisbo de su antigua impaciencia y curiosidad.
— Padma me ha mandado esto.
Lavender contuvo una mueca al escuchar el nombre de su cuñada.
— ¿Qué es?
Parvatti puso las manos a los lados de la tapa y la levantó despacio. Dentro, montones de fotos de ellas dos y un paquete de cartas atadas con una de sus viejas cintas del pelo.
— Ya podía buscarla —masculló, tomando un par de fotos al azar— Oh.
Tenía en la mano una foto tomada durante su terrible séptimo año, una tarde en la que eran las únicas en la Sala de los Menesteres. Ese curso había marcado la diferencia para ellas, la repentina necesidad de madurar y asumir la responsabilidad de ayudar a los más jóvenes, de sobrevivir en definitiva. La otra foto era de su octavo año y se apresuró a devolverla a la caja, disgustada como siempre con su aspecto.
— No recordaba esta —le dijo, con voz que trataba de ser alegre, porque tampoco le resultaba fácil ver su antiguo aspecto.
En la pequeña instantánea mágica ella estaba dormida, con la cabeza apoyada en el regazo de Parvati, que había hecho la foto con los brazos extendidos. El rostro color canela de su novia tenía una pequeña sonrisa cariñosa mientras acariciaba su pelo rubio.
— Quisiste acompañarme en mi guardia, aunque habías salido de la enfermería ese mismo día.
— Los Carrow —murmuraron las dos a la vez.
— Llevábamos juntas ¿cuanto? ¿cuatro meses?
— Sí. Desde Halloween.
— Pronto hará tres años —musitó Lavender—. ¿Qué ha dicho Padma?
— Nada.
— ¿Nada?
Parvatti le tendió la nota, arrugada porque la había metido de cualquier manera en su bolsillo.
"Como te dije, estoy vaciando la casa para venderla. He encontrado esto y supongo que querrás conservarlo. Padma"
— Tienes que hablar con tu hermana, cariño —le dijo, apretando un poco su abrazo después de dejar la nota en la caja.
Parvatti suspiró y se frotó los ojos, apoyando la cabeza en su hombro.
— Abrió la caja, así que ya lo sabe…
— Vatty —le interrumpió con vivacidad, al escuchar la derrota en su voz—, tienes que hablar con ella. Si tuviera algún prejuicio, no habría hecho esto. —Señaló la caja— Padma no es tu madre.
La sintió encogerse contra ella, al recordar las duras y desagradables palabras que había recibido de sus padres. Todo había comenzado con ella, durante las vacaciones de Pascua de su octavo año, diciéndoles a sus padres que cuando acabara sus estudios compartiría piso con Lavender. Aunque se lo esperaba, eso no hizo que le doliera menos la reacción contra la licantropía. Eso fue seguramente lo que hizo que perdiera los nervios y lo soltara: "Padres, no voy a dejar sola a Lavender con esto, porque la quiero, estoy enamorada de ella."
— Aprovecha esto, recupera a tu hermana, cariño. La extrañas. Hasta yo extraño discutir con ella —confesó con una sonrisa, ella y Padama habían pasado sus años de escuela compitiendo por la atención de Parvati.
Su novia volvió a suspirar y tomó una de sus manos. Lavender tenía razón, por supuesto. Y ese paso, reconocer ante su hermana que tenía una relación y era feliz, le calentaba por dentro y le hacía plantearse cosas.
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La imagen que recibió a Padma cuando salió de la chimenea del pequeño piso de su hermana unos días después era infinitamente tierna: en el sofá del salón, Lavander estaba tendida con la cabeza en las piernas de Parvatti, tapada con una manta suave, mientras su hermana la hablaba bajito y le acariciaba los rubios rizos. Bajo los ojos azules destacaban unas ojeras oscuras que le hicieron preguntarse si su cuñada, que extraño era usar esa palabra en su mente todavía, estaría enferma.
— Hola —saludó sin elevar la voz demasiado para no romper la atmósfera de tranquilidad—, si es mal momento puedo venir otro día…
El tono preocupado hizo que su hermana reaccionara con una sonrisa. Se agachó un momento para decir algo en el oido de Lavender y besarle en la frente antes de levantarse y acercarse a Padma, sorprendiéndola con un abrazo apretado.
— Ven a la cocina —le dijo, tomándola del brazo.
— De verdad que…
La mesa puesta con el juego de té, el olor a su infusión favorita y la visión del bizcocho de naranja le dijeron que su hermana no había olvidado su cita, a pesar de lo que le ocurriera a Lavender.
— Hubo luna llena ayer —le explicó Parvatti mientras servía el té.
— Oh. No me di cuenta, ¿por qué no me lo dijiste cuando propuse vernos hoy?
Parvati le observó con intensidad por encima de la taza mientras daba el primer sorbo de té.
— Lavender no me dejó. Ella es así, no le gusta que tengamos consideraciones por su condición.
Padma miró un momento a su taza de té, disfrutando del intenso aroma, y luego preguntó, insegura.
— ¿Cómo es para ti? No puedo hacerme a la idea de lo duro que tiene que ser ver ese sufrimiento cada mes en la persona que… amas.
Su hermana reaccionó con una cálida sonrisa a la discreta aceptación de su hermana de su relación.
— Hay mucha gente trabajando para mejorar la vida de los licántropos desde la guerra, la poción que Lav toma ahora funciona mucho mejor que la que le daban en la escuela. Pero sí, sigue siendo duro, la transformación es una cosa indescriptible. Pero con el tratamiento puedo pasarla con ella sin riesgo, eso ha sido lo más difícil.
— ¿Dejarla sola? —comprendió Padma.
— Sí —asintió su anfitriona, cortando trozos de bizcocho—. ¿Estás enfadada? —le preguntó a bocajarro, mostrando por fin su preocupación mientras le ponía delante un platito.
— No creo que enfadada sea la palabra. Pero necesito entender por qué me has mantenido al margen de todo esto. Es tu vida, hermana, y me importa.
Parvati suspiró largamente y dio otro sorbo al té mientras buscaba las palabras.
— Casi os pierdo en la batalla, a las dos. Luego perdí a nuestros padres. No podía arriesgarme a que me repudiaras tú también, hermana. Era mejor poco que nada.
— Pero eso… eso es injusto para ti, para vosotras. Y para mí, Parvati ¿sabes lo que me ha dolido todo este tiempo verte alejarte? acabé culpando a nuestros padres y a Lavender, pero en realidad fue tu decisión. Eso sí que me enfada, que tengas tan poca fe en mí.
Los ojos oscuros de su hermana se pusieron brillantes y no pudo resistirlo, se puso de pie, rodeó la mesa y la levantó para abrazarla. Estuvieron así un rato, disfrutando por fin de la sensación de estar juntas de nuevo. Al separarse, Padma tomó su parte de la merienda y la movió en la mesa de manera que estuviera más cerca de su hermana. Y al volver a sentarse, le habló en el tono confidente que usaban de niñas, bajito.
— Dime, ¿es cierto que las licántropas son más apasionadas en la cama?
Su hermana no pudo evitar reír, secándose todavía los ojos con el dorso de una mano, y mirar hacia la puerta, en la que Lavender estaba envuelta en la manta, con una cálida sonrisa en el rostro cansado, y observarla marcharse antes de contestar.
— Ella siempre ha sido apasionada, créeme —contestó por fin antes de dar un mordisco a su propio trozo de bizcocho mientras sentía que todos los nervios que había acumulado como pesos dentro de su estómago desaparecían.
