Segundo pequeño universo y, como se ve en el título, es un two shots. Estoy segura de que la persona que pidió esta pareja esperaba algo más de picante. Sorry, amiga, te ha tocado feelfic, ya sabías con quien te metías.

Pareja: Daphne Greengrass y Ginny Weasley

Prompt: El olor frío y punzante de la primera helada


A Ginny le encantaba el otoño. Le gustaba ver las colinas alrededor de la casa de sus padres cambiando de color, de verde a marrones, amarillos y rojizos. Le encantaba el sonido de la leña de nuevo en la chimenea. Pero sobre todo le resultaba terriblemente reconfortante el olor frío y punzante de la primera helada, esa sensación en su nariz crujiente y burbujeante le parecía energizante.

Quizá por eso esa mañana, cuando pisó el césped del circuito de entrenamiento y crujió ligeramente bajo sus botas, se sentía especialmente eufórica y con humor para aguantar al alumno nuevo de turno.

Tras una dura lesión, se había retirado del quidditch con apenas 27 años. No había sido fácil, había tardado casi un año en volver a subirse a una escoba. Y no solo por motivos físicos.

Una de las cosas que le había ayudado a salir adelante fue darle forma a ese proyecto y, como otras cosas en su vida, la idea había sido de su mejor amiga y cuñada.

Un día, Hermione se sentó junto a ella bajo un árbol del jardín de sus padres. Se había aislado del bullicio familiar cuando sus hermanos habían propuesto un partido de Quidditch, molesta por no poder unirse a ellos.

— Me gustaría probar algún día —murmuró Hermione, siguiendo con los ojos una atrevida maniobra en picado de su cuñada Angelina.

Ginny se giró a mirarla, sorprendida. Hermione jamás había manifestado interés por el quidditch.

— ¿Y eso? —preguntó.

— No sé volar —admitió—, y a veces siento que eso me hace menos bruja.

— ¿Cómo que no?

— ¿Cuándo me has visto tú a mí sobre una escoba, sola?

Su cuñada lo meditó un momento. Era cierto, en su escapada para ir al Departamento de Misterios habían usado thestrals, nada que ver con volar en escoba, y sabía por su hermano que cuando se quemó la sala de los menesteres Hermione iba con él en la escoba.

— ¿Me enseñarías?

— ¿Quién, yo? —exclamó sorprendida, señalándose el pecho con el dedo.

— Claro. Tú eres la mejor voladora que conozco, Gin. Y confío en ti.

— ¿Y Ron? ¿O Harry? —insistió, girándose de nuevo a mirar a los chicos que jugaban al quidditch.

— Tu hermano y yo discutiríamos a cada paso. Aún está enfadado conmigo por sacarle pegas cuando se sacó el carnet de conducir muggle. Y Harry... —observó a su amigo tambalearse sobre la escoba, empujado por el hombro por su compañero, que jugaba en el equipo rival— anda muy ocupado. E insisto, vuelas mejor que ellos dos.

— Me halagas, Hermione, pero mi pierna...

— A tu pierna y a tu cabeza les sentará bien moverse. Piénsalo, ¿sabes cuánta gente necesita ayuda para aprender a volar? ¿O quitarse un miedo? Y sé de buena tinta que algunos departamentos en el ministerio van a empezar a pedir a sus empleados licencia de vuelo.

— ¿Como la de coche muggle? —se interesó, frunciendo el ceño, interesada.

— Algo así. Van a pedir habilidades de vuelo concretas. Nada que tú no puedas enseñar. Piénsalo —le repitió.

Dos años largos después, Ginevra Weasley dirigía el campo de entrenamiento de vuelo sobre escoba más importante del sur del país. Y le encantaba su trabajo. Y en días buenos como aquel de otoño, le gustaba incluso cuando sus alumnos eran estirados e impertinentes.

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Daphne estaba frustrada. Y eso nunca era bueno. Sus compañeras de piso estaban hasta el sombrero de su mal humor y sus portazos. Y decidieron cogerla por banda, que ya valía de humos.

— Toma —le dijo su hermana, pasándole un folleto sobre la mesa.

— ¿Qué es esto? —preguntó, tomando el papel con la punta de los dedos como si fuera el envoltorio de algo apestoso.

— La mejor solución para tu problema —le contestó Pansy, apoyada en el frigorífico, aparentemente más interesada en sus uñas que en la conversación

— Yo no tengo ningún problema —negó, meneando la melena rubia y volviendo a deslizar el folleto hacia su hermana.

Pansy se contoneó hasta la mesa, tomó el tríptico de manos de Astoria y se lo volvió a poner a Daphne en la mano con un poco más de violencia de la necesaria.

— Tienes un problema porque andas dando portazos y malas contestaciones. Es una instructora de vuelo, ve.

Los ojos azulísimos de la mayor de las Greengrass pasaron de su hermana a su mejor amiga y de vuelta. Astoria le miraba preocupada, Pansy con su mejor mueca intimidante. Apretó los labios y tomó el papel, sabiéndose acorralada.

— ¿Quién es esta gente? —preguntó al aire, sin despegar los ojos de las fotografías y el texto descriptivo.

No vio como su hermana miraba a Pansy para que guardara silencio, provocar a Daphne en ese momento no serviría de nada.

— Es gente de confianza.

"Gente de confianza", masculló entre dientes al entrar al anillo de césped que era la pieza central de las instalaciones. Sobre ella, volando en rápidos círculos, una melena pelirroja inconfundible. Hizo ademán de darse la vuelta y marcharse, pensando ya en los reproches que les haría a sus dos compañeras de piso.

Pero no llegó a dar tres pasos, Ginevra le aterrizó apenas a un metro.

— Buenos días, Greengrass —le saludó con una sonrisa, mientras se recogía el pelo en una coleta alta.

— Buenos días, Weasley —la saludó, con la nariz apuntando hacia el cielo, un gesto que Ginny recordaba muy bien de la escuela.

— ¿Preparada para tu primera clase?

Era la frase que usaba siempre para los nuevos alumnos. Podía parecer trillada, pero la reacción a ella le daba información. Y así fue, los hombros tensos de Daphne, el hecho de que ni tan siquiera le mirara al contestar, ese maldito tono de estar por encima del mundo. Pero ella ya venía advertida de lo que se iba a encontrar.

— No creo que esto vaya a funcionar —respondió, y dio dos pasos para marcharse.

— Tienes que pasar el examen de vuelo básico del ministerio dentro de dos semanas, Greeny —le contestó Ginny con calma, pero cerrando las puertas con su varita—, y según Astoria no te has subido a una escoba desde la clase de vuelo de primer curso.

Daphne odiaba a muerte el apodo. Y Weasley lo sabía, porque era la que se lo había puesto. Y odiaba también la cercanía entre esa Gryffindor y su hermana.

— ¿Por qué no vuelas?

Esa era la segunda pregunta siempre. Aprovechó a lanzársela mientras Daphne maquinaba una respuesta desagradable a su provocación. Su nueva alumna se limitó a mirarle con los labios apretados.

— Es una pregunta sencilla, G...

— No me llames así.

— Respóndeme entonces.

Daphne masculló una respuesta que no entendió, con la mirada perdida en el césped del circuito.

— Discúlpame, pero no te he entendido.

— Me dan miedo las alturas —le contestó retadora, observando sus gestos, esperando una risa.

Pero no la hubo. En primer lugar, porque Ginny ya lo sabía, y en segundo lugar porque jamás se reía de los miedos de un alumno.

— Muy bien. Empecemos —respondió la pelirroja echando a andar hacia un lado del gran anillo.

La siguió. Sin pensar. Porque Ginevra Weasley derrochaba confianza en sí misma y en su trabajo. Y porque había tratado de desaparecerse y no había podido.

La pelirroja abrió una puerta y levantó su varita para dar las luces. Daphne se quedó allí en la entrada, sorprendida, mientras su anfitriona se acercaba a la larga pared llena de escobas. La observó colgar su propia escoba en un soporte vacío antes de que se girara hacia ella y le hablara, con amabilidad pero a la vez con un tono firme que supuso era su tono de instructora.

— Hoy no vamos a salir a volar. —Hizo una pequeña pausa al ver un destello de sorpresa y de alivio en los ojos azules— No serviría de nada que yo te obligara a subirte a una escoba y dar vueltas, que es lo que la mayoría esperáis el primer día porque es como lo hacen en Hogwarts e incluso muchos padres. Así se le coge manía a volar.

— ¿Entonces?

Ginny sonrió, al darse cuenta de que su nueva alumna había relajado los hombros.

— ¿Qué sabes de escobas mágicas, Greengrass?

— ¿Que vuelan? —respondió con desgana.

La instructora le hizo una seña para que se acercara hasta ella.

— Al igual que las varitas, las escobas se construyen con maderas especiales por su resistencia, su ligereza y su magia. No vale la misma con la que está hecha tu mesa de la cocina, por ejemplo. Y al igual que con las varitas, cada núcleo mágico reacciona diferente a las distintas maderas. Hoy vamos a buscar tu escoba, la que le hable a tu magia.

Daphne le miró con las cejas rubias alzadas de incredulidad.

— Una de las razones por las que la gente adulta tiene problemas para volar en escoba —siguió explicando Ginny, caminando a lo largo de la hilera de brillantes escobas— es porque no confía en el instrumento. ¿Tú confías en tu varita?

— Por supuesto —respondió, apretándola en su mano.

— Pues lo primero que necesitas es confiar en tu escoba. Igual que la varita de otro en tu mano no funcionaría bien, para alguien que no se siente agusto volando, la escoba equivocada es un mal comienzo, creéme.

Sorprendentemente, Daphne asintió. Y dio dos pasos adelante cuando Ginny se acercó a la primera escoba de la hilera.

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— ¿Cómo van las cosas con mi hermana?

A Ginny no le sorprendió la pregunta. De hecho la esperaba desde que se habían sentado a cenar. Astoria era el único motivo por el que había aceptado el trabajo. Su amistad, después de un breve romance en su último año de escuela, era realmente importante para ella. Junto a Hermione, la consideraba su amiga más cercana, por eso había cedido, porque realmente su relación con Daphne era diametralmente opuesta. La estirada Slytherin y ella solo tenían en común a su amiga y ese era, a sus ojos el problema: Daphne desaprobaba la relación que habían tenido. Seguramente le odiaba porque desconocía el motivo real por el que su relación había terminado: Astoria estaba enamorada de otra persona y Ginny había permitido que su amiga dejara creer a su hermana que había sido abandonada para no darle esa explicación.

— Lentas. Las tres primeras clases suelen ser así —La tranquilizó, viendo que su amiga ponía cara de preocupación.

— ¿Crees que lo conseguirá?

— Estoy segura.

Astoria tomó su copa de agua y la miró, con los inteligentes ojos claros en dos rendijas.

— En el fondo estás disfrutando de esto, ¿verdad?

Ginevra no pudo evitar una carcajada, que hizo sonreír a su amiga.

— No puedo negar que ver a tu hermana perder un poco la compostura es divertido. Pero estoy siendo muy profesional, palabra —aseguró, levantando la palma de la mano como si hiciera un juramento.

— Mmmm.

— ¡Oye!

— Te conozco, Weasley —le increpó Astoria, imitando el tono pomposo de su hermana—. Y no puedes evitar provocarla. Igual te gusta un poquito.

— No es cierto —Se defendió, fingiendo un estremecimiento de desagrado.

— Mmmm —contestó su amiga de nuevo, con un brillo travieso en su mirada, comenzando a cenar.

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Era la cuarta clase. Daphne entró a las instalaciones con paso más firme que los días anteriores. al final de su última clase había conseguido elevarse sobre el suelo unos cinco metros sin que se le saliera el corazón por la boca. Quizá, sólo quizá, las clases estuvieran funcionando.

— Buenos días, Greengrass —le saludó Ginny llena de energía—. ¿Preparada para un poco más de altura?

Asintió, aunque sentía el estómago un poco tenso. Las dos tomaron las escobas y salieron al césped. El sol todavía era tímido y la hierba crujía ligeramente bajo sus pies.

— Vamos a trabajar en espejo —le explicó Ginny, subiéndose a su escoba y flotando con naturalidad a un metro del suelo—. Vas a tener que hacer lo que yo haga.

— Pero...

La instructora le miró con firmeza, haciéndole una seña para que le imitara y flotara también. A regañadientes, se subió a la escoba y dio una patada suave para elevarse hasta igualar altura.

— Vamos a subir lentamente —le explicó con voz tranquila. Tú concéntrate en la punta de tu escoba y en mi voz. ¿Lista?

Daphne asintió, sólo un poquito, y centró su mirada en la punta de su escoba. Subieron, despacio, con Ginny hablándole continuamente, dándole ánimos y distrayéndola. Hasta que una ráfaga de viento zarandeó ambas escobas, haciendo que la rubia despegara la vista de la escoba y fuera de repente consciente de que estaba a más de diez metros de altura.

— Mírame, Greengrass. ¡Mírame! —le dijo con fuerza, en un tono diferente al que solía usar, consiguiendo que los ojos azules se movieran hacia ella, asustados— Tu escoba está conectada a ti, no te dejará caer, tú la controlas. Sujétala con firmeza, así, muy bien, esa es la postura. Y ahora respira conmigo. Va, aire fuera —exhaló—aire dentro—inhaló.

Tras una segunda ráfaga, movió su escoba para ponerla a su lado.

— Lo estás haciendo muy bien, Daphne. ¿Quieres descender? ¿O quieres mirar el paisaje y disfrutar de tu logro?

Hasta que Weasley se lo dijo, Daphne no se dio cuenta de lo increíbles que eran las vistas. Sintió que el corazón le latía muy fuerte y necesitaba de nuevo respirar hondo y exhalar despacio.

— Eres una bruja poderosa —le dijo con suavidad, poniéndole la mano en el brazo para confortarla—. El miedo es un sentimiento humano y normal, lo que estamos haciendo es tratar de buscar otros sentimientos más positivos para cuando tengas que subirte a una escoba. Y, sabiendo que te gusta el arte, creo que la belleza de este paisaje puede ayudarte.

Tenía razón. El campo de entrenamiento estaba rodeado de bosques y tierras de cultivo, un paisaje lleno de rojos, marrones y dorados, iluminado por el sol de un modo que le recordaba a alguno de los cuadros que había visto en los museos muggles. Era una imagen increíblemente bella, que no vería de ninguna manera si no se subía a una escoba.

Se quedaron allí unos minutos más en silencio, con Ginny todavía sujetando su brazo, hasta que el viento empezó a soplar con más fuerza.

— ¿Podemos bajar? —pidió, un poco asustada, pero mucho más confiada de lo que esperaba.

— Por supuesto. Inclina ligeramente la escoba hacia delante, como hicimos ayer.

Daphne le hizo caso. Ginny fue a soltar la mano para moverse a colocarse de frente a ella de nuevo, pero la rubia negó con la cabeza.

— No me sueltes, por favor.

— Por supuesto —le respondió con suavidad—. Lo haremos juntas.

Aterrizaron con suavidad unos minutos después. En que sus pies tocaron el suelo, Daphne se liberó con cuidado y caminó un par de pasos, con la escoba en una mano y la otra cubriéndole la cara. Ginny le dio tiempo y espacio, sabedora de que eran muchas emociones que gestionar. Esperó de pie, a un par de pasos.

— Gracias —la escuchó por fin hablar, sin girarse hacia ella, entre cuidadosas respiraciones para calmar su corazón acelerado.

— Tú has hecho lo importante, yo solo he sido tu acompañante. Ha sido un gran avance, deberías estar orgullosa.

Por fin, la muchacha se giró hacia ella y la miró.

— ¿Mañana a la misma hora?

— Si vienes antes el paisaje es aún mejor —le contestó mientras se quitaba los guantes.

— ¿Antes? —preguntó, levantando las finas cejas.

— Al amanecer.

— ¿Vas a madrugar por mí?

— Siempre estoy aquí a esa hora, es mi momento favorito del día.

Daphne parpadeó dos veces, con el rostro en blanco, y finalmente asintió.

— Nos vemos mañana entonces.

Y dando media vuelta, se dirigió al almacén para dejar la escoba en su sitio.

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El sol apenas apuntaba cuando Daphne llegó a su décima clase. Respiró hondo al entrar en el recinto, disfrutando de esa sensación de frescor en el aire, el olor a césped húmedo por la breve escarcha de la noche. Le había cogido el gusto a esa hora temprana, a los olores y los colores del amanecer. Como siempre, daba igual lo que madrugara, Weasley ya estaba dando vueltas a veinte metros de altura, con el pelo suelto al viento y una gran sonrisa en la cara.

No esperó a que bajara, fue directa a por su escoba. Y por primera vez, voló sola. Se elevó con calma, pero sujetando la escoba con firmeza. Ginny la vio llegar y se paró en el aire, recogiéndose el pelo, todavía sonriente.

— Buenos días —le saludó cuando ya estaba cerca—. Me alegra verte aquí arriba.

Daphne parpadeó un par de veces, irguiéndose un poco en la escoba al enderezarla cuando se puso a su altura. Desde que quedaban para ver el amanecer juntas, el trato con su instructora había cambiado. Ella estaba más relajada y Ginny era más amistosa, podía reconocer a la chica que recordaba de la escuela, la que vacilaba a sus amigos y reía a carcajadas. Pero cada vez que la veía hacer ese gesto, ese de sujetarse la melena rojiza en lo alto en un puño para hacerse una coleta alta, sentía algo hormigueante.

— Si no tienes que bajar a buscarme ganamos unos minutos —le respondió, con la garganta un poco seca cuando la pelirroja se colocó a su lado y puso su mano sobre su antebrazo, como cada día.

— Es un buen planteamiento. ¿Cómo se ha sentido hacerlo?

— Bien —contestó, un poco avergonzada al darse cuenta de que un hormigueo se centraba en ese momento en su brazo izquierdo, donde hacía contacto la mano pecosa.

Volaron en silencio hasta el lugar favorito de Ginny para ver el amanecer sobre el río cercano. Daphne, aficionada realmente a la belleza del paisaje, había llevado esta vez con ella una máquina fotográfica, dispuesta a captar el brillo dorado del sol sobre el agua.

— Voy a necesitar soltar las manos de la escoba para manejar la cámara —le dijo, sin mirarla.

— Muy bien. Sujeta con fuerza la escoba entre tus piernas, yo la sujetaré con la mano para que no cambie de dirección.

Daphne asintió, soltando despacio la mano derecha de la escoba para sacar la cámara del bolso que llevaba cruzado sobre el pecho. Inmediatamente, Ginny pegó aún más su escoba y sujetó con mano firme el palo de la de su alumna, dándole una sonrisa de aliento para que soltara la otra mano.

— Tú puedes, Daph —le susurró.

Tomando aire con fuerza, soltó la otra mano y la usó para sujetar la cámara y empezar a disparar con la derecha. Ginny no dijo nada, no miró el conocido paisaje, la miró a ella, a su gesto de concentración, que no tenía nada que ver con esa mueca de estirada que solía ser su marca. A esa bruja sangrepura a la que jamás habría imaginado usando algo tan muggle.

Con gestos cuidadosos, recogió la cámara, colocó las manos de nuevo sobre la escoba y soltó aire. Solo cuando se sintió a salvo de nuevo, asumiendo despacio que era capaz de sentirse segura a esa altura, se giró a mirar a Ginny. Y sonrió, de un modo que dejó perpleja a su instructora, que soltó su escoba despacio.

— Creo que ya estás preparada para pasar tu examen —le dijo, separando sus escobas y volviendo al tono profesional—. ¿Quieres descender ya?

La miró, sin entender el cambio, pero asintió. Descendieron en silencio, sin que Ginny volviera a poner la mano en su antebrazo como solía hacer.

— Entonces, ¿ya está? —preguntó, un poco mosqueada, al aterrizar.

— Estás perfectamente preparada para aprobar el examen del ministerio —insistió la pelirroja, quitándose los guantes—. Seguramente lo estabas hace un par de clases ya, pero lo de hoy lo deja claro.

Esta vez fue Ginny la que dio por finalizada la conversación, echándose la escoba al hombro mientras caminaba hacia el almacén. Sin entender, Daphne la siguió, llevando la suya con gesto más elegante.

— Me ocuparé entonces de hacerte una transferencia —comentó mientras colocaba la escoba en su soporte, intentando alargar el momento.

— Perfecto. El examen te irá bien, no te preocupes —la tranquilizó, malinterpretando su ceño fruncido.

No estaba preocupada, al menos no por el examen. Estaba desconcertada, porque de repente la cercanía que habían generado los últimos días había desaparecido. Y eso le hacía más consciente de que le gustaba la Ginevra Weasley que acababa de ver desaparecer.

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Astoria le estaba esperando a la salida del examen.

— ¿Cómo ha ido? —le preguntó en cuanto estuvo a su altura, ansiosa.

— He aprobado.

Su hermana se abrazó a su cuello, con un gritito de alegría.

— Sabía que lo conseguirías —le dijo mientras se separaba—. Ginny va a estar terriblemente orgullosa de ti.

Vio a su hermana retraerse en el momento que nombró a la pelirroja.

— ¿Qué pasa, Daph?

La rubia movió la cabeza negativamente, sin ganas de hablar de eso y cogiendo a su hermana del brazo para salir de allí.

— Hermana... cuéntame, por favor —le insistió sujetando fuerte su brazo mientras salían del Ministerio.

— No lo sé —admitió por fin.

— ¿El qué no sabes?

— Parecía que nos estábamos llevando bien.

Su hermana se detuvo en medio de la calle y tiró de su brazo para que se parara frente a ella.

— ¿Con Ginny?

Daphne asintió.

— ¿Cómo de bien?

Los ojos azules de Daphne le miraron de una manera que le sorprendió y le hizo llevarse la mano a la boca.

— ¿Te gusta? Daphne Greengrass, ¿te gusta Ginny? eso es...

— ¿Te molesta?

Astoria le abrazó de nuevo, estrechamente, y al separarse tenía una brillante sonrisa.

— ¿Mi mejor amiga y mi hermana? ¿Cómo va a molestarme?

— A mi me molestaría.

— Pero yo no soy tú, Daph —le contestó, aún sonriente, volviendo a sujetarle del brazo para seguir caminando.

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Daphne se llenó los pulmones de ese olor frío y punzante, dándose cuenta en ese momento de que lo había echado de menos. Diez días habían cambiado un montón de cosas, nunca más olería el otoño sin pensar en volar en escoba. Caminó sobre la hierba ligeramente escarchada, con su propia escoba en la mano, disfrutando una vez más de la visión de Ginny volando. En ese momento lamentó no haber llevado su cámara para inmortalizar esa imagen y llevársela consigo si lo que venía a hacer no salía bien.

Con seguridad, se subió a la nueva escoba, hecha para ella basada en lo que su instructora de vuelo le había enseñado sobre maderas y magia, y voló directamente hacia ella. Pudo ver, conforme se acercaba, el gesto de sorpresa de la pelirroja.

— Hola —le saludó.

— Hola.

— ¿Escoba nueva?

— Tenía que celebrar que he pasado el examen.

Vio perfectamente la sonrisa orgullosa en el rostro pecoso.

— Estaba segura.

Daphne tuvo que carraspear antes de hablar, con el corazón a tope, mientras la veia recogerse el pelo de nuevo.

— ¿Vuelas conmigo?

Ginny pareció sorprendida, pero asintió. Volaron hasta su lugar cercano al río y, con las escobas en paralelo, contemplaron el sol saliendo sobre el agua.

— ¿Por qué me trajiste aquí? —le preguntó con una suavidad inesperada.

La pelirroja apretó los rosados labios antes de hablar.

— Ya te lo dije, sé que te gusta el arte. Y estas vistas...

— Sí, son espectaculares. Pero también lo son sobre el circuito.

— Pensé que tú lo apreciarías.

— ¿El paisaje o compartirlo contigo?

Se giró a mirarla y Daphne de nuevo sonreía, como el día de las fotografías.

— Eres la hermana de mi amiga, Daphne —respondió por fin, negando con la cabeza con cansancio.

— ¿Ese es el problema?

— Me importa Astoria —insistió.

— Y a mí. Pero Ginny —le dijo, acercando sus escobas y colocando la mano sobre su antebrazo—, también me gusta pasar tiempo contigo. Y no creo que sean cosas excluyentes.

No dejó de mirarla, esperando una reacción. La vio soltar aire despacio.

— ¿No crees que somos muy diferentes? es posible que con los pies en la tierra no tengamos nada que contarnos.

Lo último que esperaba de Ginevra Weasley era inseguridad. Apretó un poco más la sujeción de su mano y habló, tratando de sonar segura.

— No lo sabremos si no probamos. Conozco un pequeño café que expone fotografías de paisajes preciosas.

Ginny le miró un rato, su rostro para nada neutro le mostró inseguridad y aprensión, pero también interés y un brillo de rebeldía.

— De acuerdo. Un café.

Y Daphne volvió a regalarle esa rara sonrisa abierta y brillante antes de inclinarse a veinte metros de altura para robarle un beso.