Última parte de este three shots. Y la más larga. No tengo mucho más que decir, solo que amo esta dinámica de crea tu propia familia cuando la biológica no lo hace bien. Una aclaración, porque me lo preguntaréis en un par de párrafos: leí hace poco a alguien diciendo que, en su historia, Pansy no era el nombre real sino un apodo cariñoso y me gustó mucho la idea, por eso aquí vamos a ver a su padre llamándola de otra manera. Esta historia engancha en el día siguiente al encuentro entre Ginny y Tonks en el OS anterior.

Pareja: Pansy Parkinson, Ginny Weasley ... y Hermione Granger.

Prompt: El sabor abrio del vodka detrás de la garganta.


Vacaciones de Pascua 1999

El sonido del portazo reverberó en toda la casa. Pansy subió las escaleras ruidosamente, golpeando la barandilla con la mano a cada paso. Llevaba diez escalones cuando la puerta del estudio de su padre se abrió. Morgan Parkinson caminó a largas zancadas hasta su hija y la alcanzó en las escaleras, sujetándola del brazo para girarla hacia él.

— ¡No te atrevas a dejarme con la palabra en la boca, Viola Parkinson!

Ella se soltó el brazo con brusquedad y siguió subiendo las escaleras.

— ¡Viola! —volvió a gritar su padre.

— ¡No voy a hacerlo!

— Esta vez no es una elección. El acuerdo está cerrado.

Su hija le miró, con los ojos enrojecidos y los dedos de la mano derecha crispados en el ornamento con forma de piña que había al final de la barandilla.

— Dame una buena razón para hacerlo, padre. Una muy buena, porque pretendes que me case con un hombre que me dobla la edad y ya ha enterrado a dos esposas.

— Es mi voluntad.

— Me ha quedado claro.

Y se dio media vuelta para encerrarse en su dormitorio, golpeando otra puerta de paso.

Pansy se dejó caer sobre la cama, la cara contra la almohada ahogando sus gritos de frustración. Entre berrido y berrido, escuchó un ruidito. Y luego otro. Se giró hacia la ventana, con el ceño fruncido, pensando si sería lluvia, pero lo que se encontró fue una pequeña lechuza gris que conocía muy bien, golpeando el pico contra el cristal. Tomó su varita de la mesilla y abrió la ventana.

El ave entró volando hasta ella y se dejó acariciar, con los ojos cerrados, mientras le desataba el mensaje de la pata.

"¿En dos horas en casa de los gemelos?"

Sonrió un poco y se incorporó para acercarse al escritorio y tomar una pluma.

"Diles que llegaré por flu. XX"

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Ginny se paseaba por el salón del apartamento de sus hermanos. Era la niña mimada de Fred y George, así que no había ningún problema en usar su casa para encontrarse con Pansy mientras ellos trabajaban.

Estaba nerviosa. Estaba asustada por lo que había hecho. Y sobre todo estaba asustada por la reacción de Pansy.

Detuvo su paseo cuando escuchó el sonido del flu y la observó mientras salía de la chimenea con un salto ágil y elegante. Parecía mentira que acabara de viajar entre cenizas, estaba impecable, como siempre. Su pelo negro relucía, perfectamente peinado y su vestido de punto verde abrazaba su silueta. Iba maquillada de esa manera que siempre le daba la impresión de que no había artificios, pero su piel lucía lisa y suave, sus pestañas eran larguísimas y sus labios de un color rojo oscuro que le volvía loca.

— Hola, amor —le dijo, acercándose a besarla.

Pero ella se movió ligeramente, evitando el beso, que acabó en su mejilla. Pansy le miró, parpadeando sorprendida.

— ¿Qué pasa, Gin?

— Tenemos que hablar.

Pansy arqueó ligeramente las cejas, pero se sentó en el sillón frente a ella.

— Bien, hablemos.

— Me acosté con otra, ayer —soltó a bocajarro Ginny, sin poder mirarla a la cara, las manos apretadas una contra la otra.

— ¿Y me lo cuentas por? —preguntó Pansy con voz tensa, poniéndose de pie de nuevo.

— ¿Porque fue por tu culpa?

— ¿Mi culpa? —levantó la voz Pansy— ¿Te follaste a otra y es culpa mía?

Ginny se puso de pie también y la encaró.

—Sí. Porque me emborraché y estaba enfadada y ni tan siquiera sé si tengo que sentirme mal por esto, porque no sé si estamos juntas.

— ¿Acostarte con otra solo está mal si hemos roto? —le preguntó con voz llena de furia y los ojos verdes llenos de lágrimas de indignación, golpeándole el pecho con el índice— No entiendo nada, Gin. ¿Cuándo hemos roto?

— ¡Cuando me dijiste que te vas a casar con otra persona! —le respondió, golpeando su dedo con un manotazo para apartarla

— ¡Te dije que ese es el plan de mi padre! —le gritó de vuelta.

— Discúlpame por pensar que vas a obedecer a tu padre como haces siempre —contestó de vuelta, dejándose caer en el sofá de nuevo.

— No me jodas, Ginny, que no estamos hablando de comprar un vestido o hacer un viaje. Los sangrepura no se divorcian.

— Yo también soy sangrepura, sé cómo va.

— ¿Entonces cómo has podido pensar que iba a decir que sí?

— ¡Porque no me dijiste que ibas a decir que no! Parecías preocupada y yo... —se le rompió la voz.

Pansy respiro hondo y soltó el aire despacio. Se dejó caer de rodillas delante de Ginny, que se tapaba la cara con las manos.

— Mi padre ha dado su palabra. No hay opciones agradables, Gin, pero desde luego no me voy a rendir sin luchar. Porque no voy a encadenarme a un desconocido para que mi padre se llene los bolsillos con algún negocio. Y porque tú —le tomó la cara entre las manos y borró las huellas de las lágrimas de sus pulgares— me importas mucho más de lo que pareces creer.

— ¿De verdad? —le preguntó Ginny con un hilo de voz.

— Por supuesto —se inclinó y a besó con suavidad—. ¿Quieres hablar de esa persona? ¿Es algo significativo? ¿Toda esta reacción es por eso? ¿Te sientes mal por no haberlo hablado conmigo antes?

Ginny abrió mucho los ojos y negó con la cabeza. Habían hablado de esa posibilidad otras veces, de que otras personas pudieran atraerles y qué harían en ese caso. Y tenían un acuerdo claro sobre hablarlo con la otra antes de dar un paso como tener sexo. Era la primera vez que pasaba y lo había hecho todo mal.

— Fue el alcohol. Ella... —se detuvo para acariciar el suave rostro de Pansy y sonreír por primera vez— ella me animó a venir a hablar contigo.

Tomó una de las manos de Pansy y tiró de ella hasta sentarla a su lado en el sofá. Sentadas muy juntas, apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus dedos apretadamente.

— ¿Qué vamos a hacer? —planteó.

Pansy sonrió, el plural era agradable, saber que no estaría sola en las decisiones que tomara sería agradable.

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Junio 2002

— Dile a tu novio que pare, me está poniendo de los nervios.

Harry se limitó a mirar a Draco. La "mirada Snape", la llamaba su madre. Muchas veces ya no funcionaba con su compañero, eran demasiados años juntos, pero esa vez fue suficiente para que detuviera el temblequeo de su pierna bajo la mesa.

— ¿Por qué estás tan nerviosa? —interrogó Draco, capaz de estarse quieto pero no callado—. Eres la mejor de la clase, hasta Harry lo dice.

Pansy apretó los labios y dejó caer la pluma sobre la mesa con gesto exageradamente fastidiado. Draco Malfoy era una de las mejores cosas que le había pasado en la vida, al menos en sus últimos y caóticos años de vida. Pero aún disfrutaba haciéndole creer que era un grano en su perfecto trasero.

Había sido un escándalo que llegó a la prensa: la heredera de los Parkinson se fuga de casa y deja a su padre colgado con un contrato de matrimonio.

El plan había sido simple en un principio: hacer sus maletas y marcharse. Los gemelos, eternos cómplices y protectores, se habían avenido a ayudar dándole cobijo y protección. Pero una vez hecho eso, venía la siguiente cuestión: ¿de qué iba a vivir?

Ahí fue cuando los contactos de los Weasley empezaron a moverse. Pansy nunca se había planteado que su familia política, considerada muy humilde y poco apegada a las costumbres con las que ella había crecido, se volcaría en ayudarla. De hecho le había pillado por sorpresa el cálido recibimiento en la primera comida familiar.

Cuando conoció a Andromeda Tonks, la corriente de simpatía fue instantánea, conexión entre Slytherin se dijo. Sentadas en el patio de La Madriguera, hablaron sobre sus experiencias en la escuela y sobre sus respectivas situaciones familiares. Andrómeda SABÍA lo que era crecer en una familia como la suya y podía entender mejor que cualquiera de los Weasley lo que era enfrentarse a un padre que era peor que autoritario. Y no era la única renegada de su familia.

Los siguientes Black a los que conoció fue a los dos hermanos. Diferentes como el día y la noche, ambos habían desafiado a su familia y hecho sus vidas creando una nueva familia a su alrededor. Redescubrió maravillada a su antiguo profesor de Defensa, en una casa pequeña pero llena de libros. Y fue Remus Lupin quien hizo la pregunta clave:

— ¿Qué soñabas con ser cuando eras pequeña?

Respondió sin dudar.

— Pocionista.

Hasta que a los dieciséis su padre le dijo que su futuro era ser la esposa de alguien, no tener una carrera, ella siempre había querido ser pocionista. Para casi todos sus compañeros, la asignatura era algo que había que aprobar para sacar el curso; a ella le fascinaba. El verano posterior a su primer año en Hogwarts había leído todos los libros que había en su casa sobre el tema. Por eso cuando su antiguo profesor le dijo que iba a presentarle al mejor maestro pocionista del país, casi se desmaya de la emoción. Porque no era una cuestión de futuro próximo, ese hombre que había escrito libros que se sabía de memoria, estaba sentado tomando el té en el pequeño salón de la casa de los Lupin.

Lo reconoció nada más verlo, porque había estudiado con su hijo, había competido con él por ser el mejor de su promoción en esa asignatura y en más de una ocasión había envidiado el evidente talento que el callado Ravenclaw tenía. Y el parecido físico era notable, aunque Severus Snape era más alto y de espalda más ancha cuando se puso de pie para estrechar su mano aquella tarde de julio.

— Es... es un placer conocerle, señor. Yo —Miró la mano pálida que aún estrechaba la suya— admiro su trabajo.

— Tienes una fan, Severus —comentó una voz divertida sentada al lado—. Hola, soy Regulus Black —le extendió la mano también—, el que le ayuda a hacer grandes descubrimientos y a escribir esos libros tan soporíferos.

Se escuchó una carcajada desde el sofá que había contra la pared y entonces los vio: dos chicos de su edad, Harry Snape y un muchacho que recordaba haber visto en el grupo de Beauxbatons que estuvo en Hogwarts durante el Torneo de los tres magos. Era muy guapo y muy rubio y fue imposible no sonreír cuando le saludó con la mano con gesto alegre mientras ella se sentaba a tomar el té con algunas de las mejores mentes del mundo mágico inglés.

Realmente nunca supo quién de todos los que estaban en ese salón ese día había sido el responsable, pero apenas quince días después estaba pasando una improvisada prueba de nivel en los laboratorios de la universidad mágica de Oxford, en la que enseñaban e investigaban Snape y Black. Y por la satisfacción en el rostro del profesor Black al terminar, supo que había estado a la altura, aunque hacía más de un año que no daba una clase de pociones. Lo que aún no sabía era que esos dos hombres la patrocinarían apenas un mes después para que un generoso benefactor pagara sus estudios.

Había estudiado en tres años la carrera de pociones en la escuela que presumía de ser la más exigente del mundo, una carrera que por lo general se tardaba al menos cuatro años en superar. Y, como había dicho Draco, había sido siempre la mejor, superando incluso a Harry Snape. Lo mejor de esos tres años: su amistad con esa pareja y el modo maravilloso en el que había ganado una familia entre los Snape, los Black y los Weasley. Lo único malo: la capacidad de Draco para irritarle. Ginny tenía la teoría de que la realidad era que Harry estaba tan acostumbrado a él que la mitad de las veces no le escuchaba y por eso la tomaba con ella.

Ginny. Ginevra Weasley había sido su roca durante los últimos cuatro años. Había celebrado cada uno de sus triunfos con alegría y había trabajado a su vez duramente para mantenerlas a las dos. La beca de los Malfoy cubría sus estudios, pero no le daba de comer ni ponía un techo sobre sus cabezas. Cada vez que Ginny se subía a una escoba y se enfrentaba a otro partido lo hacía con la idea de que, aunque le doliese todo el cuerpo, o tuviese que jugar bajo el frío o la lluvia, todo lo que hacía era por ellas y por el hogar que habían formado.

Esa tarde, la víspera de su último examen de la carrera, con un pie ya puesto en el mundo adulto y el otro todavía en el mundo estudiantil, lo que le estaba poniendo de los nervios no era solamente Draco y su temblor espasmódico de pierna. Era que no podía fallarle a Ginny, ni a ninguno de los que habían apostado por ella.

— ¿Por qué estás tú aquí viéndonos estudiar a nosotros en lugar de estar ocupándote de tu trabajo? —le preguntó con voz ronca, mirándole con un intento de seriedad.

— Me necesitáis cerca cuando hay exámenes, Pans —le dijo con una sonrisa brillante—, soy vuestro amuleto y de paso el que consigue que no os de un ataque de tanto stress.

— Tú me estresas, Draco —masculló ella, recogiendo su pluma y volviendo a sus libros.

— En el fondo me adoras, reina —contestó petulante, levantándose del sillón en el que estaba más tirado que sentado.

Se acercó a Harry y le dijo algo al oído que hizo que el estoico rostro de Snape se sonrojara. Luego se acercó a ella y la besó en la coronilla.

— Lo vas a bordar, Pansy —le susurró al oído, abrazándola desde atrás—. Y en unos años vosotros dos competiréis en fama con mi suegro, recuerda lo que te digo.

Ella no pudo evitar sonreír y girarse un poco para besarle en la mejilla.

— Gracias. Y ahora vete a trabajar, hay otros genios ahí fuera esperando que los millones de tu familia se gasten en ellos y no en tu guardarropa.

Draco soltó una carcajada, parecida a la que le había oído por primera vez años atrás en el salón de los Lupin, la abrazó un poco más y salió de la sala de estudio de Harry, dejándolos solos, pero llevándose también un poco de luz con él.

— Tiene razón, no tienes que estar preocupada, lo sabes, ¿no? —le dijo la suave voz del que se había convertido en su mejor amigo en esos tres años de estudios.

Volvió a dejar la pluma y se echó un poco hacia atrás en la silla, pasando la mirada por los anaqueles llenos de libros sobre el escritorio. Su escritorio, el que Lily había insistido en instalar para ella en el estudio de Harry cuando empezaron a estudiar juntos. Otra mujer increíble que había llegado a su vida para ser familia. La admiraba, siempre llena de energía, luchando por su propia carrera de sanadora en el machista mundo que era San Mungo.

— ¿Te das cuenta de cómo ha cambiado todo en estos tres años. Parece que ha pasado un mundo desde que hice las maletas y me fui de casa de mi padre.

Escuchó la silla de Harry arrastrarse y sus pasos firmes hasta sentarse en la orilla de su escritorio.

— Nunca te he dicho lo valiente que fue lo que hiciste.

— No tenía alternativa.

Su amigo se colocó el largo cabello tras las orejas y le miró con sus brillantes ojos verdes sombreados de espesas pestañas oscuras.

— Podías haber cedido a lo que tu padre quería de ti, Pansy. Narcissa lo hizo.

El nombre de la madre de Draco le pilló por sorpresa. Otra mujer increíble.

— Ella y mi madre tenían algo en el colegio. No era como lo tuyo con Ginny, era algo muy nuevo cuando Narcissa supo que tenía que casarse con Lucius. Y lo hizo. Ellas pasaron años sin verse después de aquello. Mi madre me contó que fue muy difícil para ella renunciar a su primer amor.

— Pero ellas son amigas ahora —intervino, sorprendida por la historia, había coincidido varias veces con los Malfoy en casa de los Snape y siempre había visto a las dos mujeres interactuar como si fueran grandes amigas.

Harry sonrió de un modo que le hizo sospechar que se estaba perdiendo algo, pero cambió de tema.

— A lo que iba, tienes talento y un empuje increíble, todos sabemos que vas a llegar lejos. Incluso mi padre lo ha dicho un par de veces.

Se sintió cálida por dentro con esta última afirmación. A pesar de los años de cercanía a su familia y amigos, Severus Snape seguía siendo un hombre frío y adusto, temido y a ratos un poco odiado por sus alumnos por su inflexibilidad y su fino olfato para sacar pegas a las mejores pociones.

— No habría llegado hasta aquí sin ti, Harry.

Su amigo sonrió, una sonrisa un poco más amplia de lo normal en él, y se bajó del escritorio para besarle la mejilla antes antes de volver a sentarse en su escritorio y ponerse de nuevo a estudiar.

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Ginny se miró de nuevo en el espejo del probador, indecisa.

— ¿Estás segura? no sé si este es mi color, la verdad.

Su amiga suspiró y dejó el libro que tenía entre las manos para prestarle atención con gesto resignado.

— Los tres últimos han sido perfectos. Y azules. Del mismo tono. Por dios, Gin, elige uno.

— Es la fiesta de Pansy. Necesito...

— Necesitas estar ahí y disfrutarlo con ella. Dudo mucho que un vestido nuevo cambie la celebración en algo.

— ¿Por qué has aceptado entonces venir conmigo de compras? —le preguntó, mirándose de nuevo en el espejo.

— Porque entre los exámenes y tus viajes hace un mes largo que no te veo, Ginny.

Los ojos castaños de su amiga le miraron a través del espejo.

— ¿Estás bien? pareces cansada.

— Ha sido un trimestre duro.

— Te sentará bien una noche de fiesta. ¿Cuánto hace que no sales?

Hermione no le contestó, se limitó a mirarla. Y Ginny se golpeó mentalmente.

— Lo siento, Herms.

— No pasa nada. La vida sigue.

Su amiga se giró y la abrazó brevemente.

— Me llevo este. Y tu y yo vamos a ir a merendar.

— Tengo...

— Ni te molestes o llamaré a Pansy y te atará a una silla y te atiborrará de chocolate. Y sabes que lo hará —le amenazó mientras se quitaba el vestido.

Volvió a suspirar y guardó el libro en el bolso mientras la miraba vestirse. Ellas dos se habían convertido en el núcleo de su grupo de amigos. En la escuela, Harry y ella habían sido muy amigos, unidos por su amor al conocimiento. Los dos Ravenclaw se habían relacionado poco, así que apenas había cruzado tres palabras con Pansy o Ginny, tampoco con Ron en sus años de escuela. Pero la llegada de Pansy a la facultad la había unido a Harry y a partir de ahí se había creado un grupo variopinto con el que se habían divertido muchísimo los últimos tres años.

Ella se consideraba a sí misma una rata de biblioteca. Una persona poco atractiva que tenía la suerte de tener amigos y amigas que la querían mucho, pero no esperaba encontrarse con un chico que le prestara atención. John estudiaba con Ron en la academia de aurores. Era guapo, era agradable, y hablaba con ella de libros a todas horas. Se enamoró. Y fue correspondida, durante más de un año había sido muy feliz, hasta que de repente, todo terminó. John dejó de llamar, dejó de contestar a sus cartas, dejó de hablar con Ron.

Fue Draco el que lo averiguó. Los demás siempre se reían de él porque no estudiaba y le sobraba el tiempo para trazar los planes más locos, así que no dijo nada cuando supo que Ron y el otro chico habían tenido más que palabras en el entrenamiento y aún así no le había sacado nada.

Lo siguió. Draco sabía a quién pedirle un favor y, desde que su madre se había reconciliado con su familia, su tío Regulus se había convertido en su pariente preferido. Y James Potter venía en el paquete. Su prima le había hablado de las hazañas de los Merodeadores y de los objetos que usaban para moverse por Hogwarts. Solo necesitó una tarde con ellos y hablarles de lo que estaba sufriendo su amiga para que James se implicara ayudándole a crear un plan y prestándole su capa invisible.

Al final el resultado era simple y previsible: John había estado saliendo con tres chicas. Cuando una de ellas lo descubrió y amenazó con contárselo a las otras dos, él rompió con todas. Vamos, un cerdo y un cobarde. Y Draco odiaba a ese tipo de gente, sobre todo si hacía daño a su amiga.

A Hermione no se lo contaron, pero dos aurores veteranos podrían haber movido el rumor de que John era un cerdo poco confiable, información especialmente interesante para sus compañeras y profesoras en la academia. No acabó su formación.

La habían cuidado, claro. Sus amigos se habían volcado con ella, pero no habían podido evitar que se retrajera y se centrara en sus estudios de sanadora, por eso hacía meses que no salía con ellos de fiesta.

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La merienda se convirtió en una reunión improvisada. Con los exámenes terminados, todos tenían ganas de juntarse. Charlaban distendidos sentados a una mesa con sobras de tarta y vasos de batido vacíos. Ron, con su uniforme de auror recién estrenado. Harry y Draco, cogidos de la mano, el moreno como siempre poco hablador, el rubio charlando sin parar sobre los planes que tenían para el verano. Pansy, recibiendo felicitaciones sobre su premio por ser la primera de la promoción y contestando a preguntas sobre sus planes de trabajo a corto plazo. Ginny y Hannah sentadas en un extremo de la mesa hablando con Neville de su trabajo en Hogwarts.

Hermione estaba callada, distraída, mirando a unos y a otros mientras las conversaciones se cruzaban. No se había dado cuenta de que cierto torbellino rubio se había levantado de su sitio habitual pegado a su novio, hasta que se sentó junto a ella.

— ¿Qué pasa por tu hermosa cabecita? —le oyó preguntar, en ese tono suave que solía usar con ella.

— Nada en especial. Disfruto de esto.

— ¿De la tarta? —preguntó señalando el trozo de tarta de chocolate que apenas había tocado.

— De estar todos juntos.

Draco sonrió y repasó a los asistentes con la mirada antes de volver a hablarle bajo.

— Creo que he pillado a Ron mirándote un par de veces.

— No es a mí —le contestó ella igual de bajo— Es a Neville.

— ¿Tú crees? Eso sería genial, porque también he visto a su hermana mirarte. De hecho ya ha pasado otras veces.

Hermione lo miró espantada. Draco le sonrió y le puso una mano en el brazo para calmarla.

— También Pansy te observa, ya lo hacia antes de...

No hacía falta que dijera el nombre de su ex, ambos sabían que las cosas se medían con antes y después de él.

— Draco, eso no... yo no, ellas no...

— ¿Por qué no?

Sonrojada, miró a las dos chicas. Pansy hablaba con Harry, se había sentado en el hueco que había dejado Draco y parecían tener una de sus conversaciones profundas sobre pociones. Ginny charlaba animadamente con su hermano y Theo. Ni siquiera había notado que el otro Slytherin se había unido a ellos e hizo una nota mental para preguntarle qué tal su trabajo en el ministerio.

— Son... ellas.

Draco le sonrió y apretó un poquito más la mano sobre su brazo.

— Y porque son ellas sabes cómo funcionan.

No era un secreto entre los amigos que ellas tenían una relación abierta.

— Pero eso solo es sexo, Draco.

— ¿Y qué tiene de malo?

Ella apretó los labios y meneó la cabeza negativamente, zanjando el tema.

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Pansy siempre decía que Draco era la persona más insistente que conocía. Acostumbrado a salirse con la suya, cuando creía que tenía razón podía llegar a ser insoportable, aunque fuera encantador.

Cuando llegó la noche de la fiesta que Ginny le había organizado a Pansy para celebrar su título, Hermione estaba decidida a evitar al rubio. Las últimas dos semanas Draco había intentado convencerla repetidamente de que se lanzara a una noche loca con Ginny y Pansy.

La fiesta estaba muy animada. Había ruido, risas y baile. Y alcohol. Hermione también estaba animada. También reía, hablaba a gritos y bailaba como los demás. Y también bebía.

Era ya una hora poco decente cuando Draco la arrastró a la barra y pidió unos chupitos de vodka de sauce.

— ¿Lo pasas bien, preciosa?

— ¿Por qué siempre me dices esas cosas? —preguntó, balanceándose un poco.

— ¿Qué cosas? —respondió poniendo carita inocente.

— Preciosa, bonita, hermosa...

Draco se encogió de hombros y tomó uno de los chupitos.

— Porque lo eres. Y parece que necesitas que te lo recuerden a menudo.

Ella le miró estrechando los ojos mientras él se vaciaba el chupito en la garganta con un gesto brusco.

— ¿Y a Harry como lo llamas?

El rubio sonrió de lado, tendiéndole el otro chupito.

— Depende de si estoy hablando o gimiendo —le respondió, guiñándole uno de sus grandes ojos grises.

Hermione soltó una carcajada y se sonrojó. Draco sonrió más amplio y le dio un golpecito en la mano para que se bebiera el chupito.

Se lo bebió, con los ojos fuertemente cerrados. E hizo una mueca de desagrado mientras contenía la tos.

— Míralas, Hermione — le susurró, colocándose tras ella para hacerla girarse hacia la pista de baile.

Ginny y Pansy bailaban. O más bien eran el espectáculo central de la pista.

— Desmelénate, bella. Esta noche es para eso, para hacer el loco antes de hacernos adultos.

Hermione las miró un largo minuto. Bajo el parpadeo de las luces de colores, la imagen de la pareja bailando, riendo y hablándose al oído era... hipnótica. De repente, las miradas de las dos mujeres se cruzaron con las suyas y sintió algo que su mente analítica no pudo discernir. Pansy le hizo una seña con la mano, invitándola a unirse a ellas.

Se giró hacia la barra y respiró hondo dos veces. Tomó otro de los chupitos, abrió la boca y lo inclinó hasta sentir el sabor agrio del vodka en la parte posterior de la garganta. Dejó el vaso con fuerza en la barra y caminó hasta la pista para unirse a ellas.

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Abrió los ojos despacio y lo primero que sintió fue desilusión. Su cerebro borracho se había dormido convencido de que se iba a despertar abrazada entre dos amigas desnudas. Y no, estaba sola y vestida, lo único que estaba presente de sus expectativas era la resaca.

— Buenos días —le saludó la voz de Ginny desde la puerta.

Giró la cabeza despacio para encontrarse a su amiga en bata, con una taza de té en la mano.

— He recordado que cuando te encuentras mal prefieres té en lugar de café —le dijo entrando hasta dejar la taza sobre la mesilla del cuarto de invitados.

— Gracias —contestó con voz pastosa.

Ginny metió las manos en los bolsillos de la bata y la miró preocupada.

— Anoche bebiste muchísimo.

Hermione no contestó. Se incorporó despacio, evitando mover demasiado la cabeza, y se sentó al borde de la cama. Tomó la taza y bebió despacio, sin mirar a su amiga.

— ¿Hermione? —insistió con suavidad.

— Era una fiesta, ¿quién no bebió demasiado?

— No había tenido que acostarte nunca, y hemos salido de fiesta muchas noches.

— Supongo que hay una primera vez para todo —murmuró.

Su amiga suspiró y se sentó junto a ella, apartándole el pelo de la cara.

— Cuando intentaba quitarte los zapatos, me besaste.

Hubo un silencio. Hermione tenía la sensación de que un agujero acababa de abrirse a sus pies y quería meterse en él y no salir más.

— Lo siento.

La mano fuerte y pecosa de su amiga apareció en su campo de visión, para tomarle la barbilla y hacerle girar la cabeza para mirarla.

— El beso no es el problema, cielo.

— ¿No?

— Para nada. Me preocupa más que tanto alcohol fuera para dejar salir ese beso.

— Yo...

— Quizá es mejor desayunar y hablar de esto con el cuerpo más templado, ¿no? —indicó la voz de Pansy desde la puerta.

Hermione se giró a mirar a la otra chica y se encontró con una imagen que no había visto nunca: Pansy en bata, descalza, con el pelo aún mojado de la ducha y sin una gota de maquillaje.

— Seguramente. ¿Quieres desayunar, Hermione? —preguntó levantándose y tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.

La aludida miró largamente la mano antes de tomarla y dejarse levantar.

Se sentó en una de las sillas alrededor de la mesa de la cocina, con Ginny enfrente, mientras Pansy dejaba sobre la mesa un plato con tostadas y la cafetera. Dejó que le sirvieran en el plato una tostada y le acercaran la mermelada y la mantequilla antes de hablar.

— Siento si anoche me comporté de una manera impropia...

— No hiciste nada malo, Hermione —le interrumpió la voz bien modulada de Pansy—. ¿Lo pasaste bien?

Frunció el ceño mientras trataba de recordar para contestar con sinceridad a la pregunta.

— Sí. Fue muy divertido.

— Pues eso es lo importante. ¿Quieres hablar de lo del beso? y antes de responder, te aviso de que voy a coger a Draco del cuello si tiene algo que ver.

La miró con las cejas levantadas, sorprendida.

— ¿Draco?

— Estabas bebiendo con él antes de venirte a bailar con nosotras. Y lo conozco, sé que lleva días con algo en la cabeza.

Se puso muy roja y sintió que el té se le removía en el estómago mientras miraba la madera de la mesa.

— ¿Qué te dijo? —le preguntó con suavidad Ginny.

No era capaz de abrir la boca. Descubrió espantada como una gota caía en la mesa y luego otra y luego otra más. Se pasó la mano agitada por los ojos para retirarse las lágrimas, pero no hubo manera, salían más y más.

— Oh, cariño —Pansy se levantó para tenderle una servilleta y abrazarla.

Ginny se levantó también y fue a buscar un vaso de agua. Lo dejó en la mesa y se acuclilló a su lado, intentando buscar sus ojos.

— Llora lo que necesites. No queríamos hacerte sentir mal.

— Yo no... vosotras no... Draco me dijo...

— Ya sabía yo que estaba detrás de esto —masculló Pansy entre dientes.

Hermione movió la cabeza negativamente, frustrada. Se secó la cara y tomó el vaso de agua. Dio cuatro largos sorbos y respiró hondo dos veces.

— Me convenció de que me mirabais y de que una noche con vosotras era lo que necesitaba.

— Maldito francés... — Pansy se apartó y volvió a su silla.

Ginny suspiró y se levantó también. Miró a su novia, que bebía café a sorbitos mientras con los dedos de la mano libre golpeaba la madera, y movió la silla para colocarse junto a Hermione.

— Draco tiene demasiado tiempo libre, pero no se puede negar que es observador.

Su amiga volvió a secarse los ojos y se giró para mirarle.

— Nosotras... —Ginny volvió a mirar a Pansy y percibió un pequeño asentimiento antes de seguir hablando— hemos hablado mucho sobre esto. Ya sabes que ha habido otras personas...

— ...y fue solo sexo —continuó Pansy—, sin trascendencia, cada una por su lado. Pero te conocimos. Y poco a poco las dos nos dimos cuenta de que pensábamos en ti a menudo. Nunca había pasado, pensar en la misma persona.

— Yo no...

— No es nada que tú hayas hecho. Eres tú, Hermione, y no es algo malo. Nosotras lo hablamos, mucho, pero entonces llegó John.

— Pansy se puso celosa —rio Ginny—. Yo pensaba que no vería nunca eso. Cuando todo terminó, temí que fuera a buscarlo.

— Quería maldecirlo hasta que suplicara perdón, lo reconozco.

— ¿Entonces Draco tenía razón?

— Sí y no. Nunca hemos pensado en ti para una noche loca, nos importas mucho más que para un revolcón.

Hermione las miró a las dos alternativamente, tratando de entender.

— Creo que necesito café para entender esto.

Las dos se miraron, pero se mantuvieron en silencio, dejando que Hermione tomara su café y untara una tostada.

— ¿Por eso anoche no pasó nada?

— No pasó nada porque no estabas en condiciones de tomar decisiones.

— Y aún así habríamos tenido esta conversación en algún momento.

— ¿Qué me estáis proponiendo?

— ¿Realmente te habrías acostado con nosotras anoche? ¿Por una noche loca?

Volvió a mirarlas a las dos. Dejó la taza sobre la mesa y juntó las manos, entrelazando los dedos sobre la mesa.

— Vosotras... por dios, ¿sabéis lo atrayentes que sois? Una vez que Draco plantó la idea, no podía dejar de miraros y pensar que no podía ser que vosotras os fijaseis en mí.

Pansy se echó hacia delante, con un mohín de enfado.

— ¿Tengo que ir a por ese tío y freírle las pelotas? ¿Quién te ha dicho que no eres atractiva? porque lo eres, cielo. Tanto como para habernos hecho caer a las dos por ti. ¿Quieres una noche loca? te daremos una que no olvides jamás.

— Pero eso no es lo que queréis.

— No queremos SOLO eso. El sexo es fantástico y obviamente nos gusta mucho la idea de tenerlo contigo.

— La realidad es que nosotras queremos muchas cosas, Hermione, pero la última palabra la tienes tú, y si sexo es lo que quieres, eso te ofreceremos, siempre y cuando las tres sepamos que eso no va a alterar nuestra amistad. Nunca nos hemos acostado con nadie que sea realmente un amigo muy cercano.

— ¿Y lo que queréis no supone también arriesgar nuestra amistad? —preguntó, aferrada a la taza de café.

— ¿La verdad? claro que es un riesgo, también lo es estar teniendo esta conversación. Pero merece la pena, tú mereces la pena.

— ¿Puedo pensarlo? es mucha información que procesar.

— Por supuesto. ¿Más café? —preguntó Ginny, poniéndose de pie con la cafetera vacía en la mano.

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Como mujer de ciencia, porque la carrera de sanadora para ella estaba muy cercana a la de medicina muggle, se tomó un tiempo para la reflexión, para estudiar los pros y los contras. Pero claro, las cuestiones de sentimientos son muy difíciles de manejar con racionalidad, así que al cabo de diez días estaba casi más confundida que cuando empezó.

Estaba sentada con un café en la sala de descanso de San Mungo, cuando se abrió la puerta y una agradable voz le saludó.

— ¿Así que era cierto? Harry me dijo que estabas considerando aceptar unas prácticas pagadas para el verano, pero tenía la esperanza de que al final dirías que no y descansarías un poco.

Levantó los ojos y se encontró con una sonriente pelirroja que se servía un café. Lily Evans era un ejemplo para ella en muchas cosas, entre otras el haberse negado a tomar el apellido de su marido y mantenerse al margen de su reconocida carrera de pocionista para labrarse su propio nombre.

— Necesito el dinero. La consulta de mis padres no pasa un buen momento.

— Vaya, lo siento —le contestó la medimaga, sentándose frente a ella.

Otra cosa que le hacía sentirse cercana a ella, era que tenían un origen similar, había pocos nacidos de muggles en la carrera de sanación, no sabía porqué. Y mujeres apenas dos o tres.

— ¿Ya se han ido Harry y Draco de viaje? —se interesó al cabo de un par de sorbos de café.

— Sí. Por fin, Draco me estaba volviendo loca ya.

Hermione levantó las cejas divertida.

— ¿Lo tiene metido en casa a todas horas?

Lily le miró un poco sorprendida mientras dejaba la taza en una mesita cercana.

— ¿No lo sabes? suponía que los chicos os lo habrían contado.

— ¿El qué?

— Estos últimos meses hemos estado viviendo los seis en nuestra casa.

Las cejas castañas se levantaron aún más.

— A la vuelta del viaje, Harry empezará a trabajar y se mudarán juntos.

— ¿Y los Malfoy están buscando una casa? ¿se mudan a Inglaterra para estar más cerca de su hijo?

— Sí. Pero no por Draco, sino por Severus y por mí.

— No entiendo —contestó frunciendo el ceño.

La sanadora sonrió y recuperó la taza para dar otro largo sorbo.

— Vamos, Hermione, deja salir tu gran inteligencia. Blanco y en botella, leche.

No pudo evitar devolverle la sonrisa por el juego de palabras muggle.

— ¿Ustedes cuatro...?

— ¿Tenemos una relación? sí.

Se echó hacia atrás en el sillón, sorprendida. Sabía que las dos familias se llevaban bien, los había visto interactuar tanto en su graduación en Hogwarts como en la graduación de Harry en la facultad. Pero, ¿una relación sentimental?

— Veo en tu cara que te está explotando la cabeza —le dijo la pelirroja, risueña.

— Me ha pillado por sorpresa. Draco y Harry nunca han dicho nada. E imagino que lo saben.

— Por supuesto. Ellos son en parte la causa.

— ¿De la relación o del secreto?

— Un poco de ambas. Narcissa y yo tuvimos una relación en la escuela, estaba empezando cuando su padre la comprometió con Lucius.

— Como a Pansy —murmuró Hermione.

— Sí. Pero lo nuestro era muy nuevo como para que Cissa hiciera lo que hizo Pansy. Se fue a Francia y se casó. Reconozco que lo llevé muy mal.

— Pero usted también se casó.

— Severus consiguió reconciliarme con el amor. Teníamos una relación intensa y... explosiva. Me costó mucho tiempo reconocerme a mí misma que me había vuelto a enamorar y mi mejor amigo se había convertido en mi novio.

Lily se detuvo para tomar más café y analizar el rostro de Hermione en busca de algún síntoma de rechazo.

— Severus conoció a Lucius cuando le entrevistó para su beca. Mi marido es poco comunicativo, le cuesta hablar de sentimientos, tardó meses en reconocerme que le había atraído. El año siguiente, cuando Severus acompañó a Regulus a su propia entrevista para la beca, le dije que se tomara su tiempo en Francia para ver qué había allí. Yo no sabía que era el marido de Narcissa, nunca me dijo el nombre de su prometido y lo cierto es que nunca he sido fan de leer las notas de sociedad de El Profeta.

— ¿Y su esposo lo sabía?

— Lo supo cuando fue a cenar a su casa durante ese viaje a Francia. Puedes imaginarte que eso volvió todo más confuso. La atracción era mutua, pero aquello no fructificó. Mi marido es muy leal y consideró que dar ese paso complicaba mucho nuestra vida de pareja.

— ¿Entonces ustedes tenían una relación abierta?

— Desde el principio. El último año en Hogwarts fue muy loco. Y divertido —contestó con una sonrisa pilla que le hacía parecer una adolescente.

— ¿Y en qué momento... ya sabe, todo se arregló? —no pudo evitar preguntar, curiosa.

— En uno de sus viajes a Inglaterra, Lucius llevó a Draco a visitar Oxford. Tenía seis años, pero ya entonces cuando se le metía algo en la cabeza era insufrible, y entonces Draco quería ser astrónomo, así que su padre le llevó a mirar por los telescopios de los estudiosos. Comieron con algunos de los profesores y allí Lucius se encontró con Severus, que por casualidad ese día había estado trabajando en su despacho y se había llevado a Harry con él.

— Y Draco se encaprichó con Harry. —Dedujo Hermione— Le pega muchísimo.

— Imagínate, mi hijo, que entonces era ya un mini Severus, siendo acosado por un Draco hiperactivo hasta arriba de azúcar. Aún no sé cómo me convencieron para quedar a cenar todos.

— ¿Y desde entonces viene?

— Acabó surgiendo. Una vez que se pasó la incomodidad inicial, sobre todo entre Narcissa y yo, vimos que separar a los niños iba a ser complicado y empezamos a vernos a menudo. Poco a poco surgieron cosas. Y con el paso del tiempo lo hemos hecho funcionar. Mientras los chicos estuvieron en el colegio, ellos venían a pasar temporadas a casa. Pero cuando Harry y Draco acabaron la escuela, tuvimos que replantearnos, porque pensamos que sería incómodo para ellos dos. Lucius compró una casa, en Wiltshire, y hemos podido vernos bastante.

— Y ahora por fin van a poder estar los cuatro juntos. Es... fascinante.

— No te voy a decir que ha sido fácil. Lucius y yo chocamos mucho al principio y durante bastante tiempo cuando estábamos juntos en realidad éramos nosotras dos y ellos dos. Pero merece la pena, Hermione, muchísimo.

En ese momento Hermione se dio cuenta de que toda aquella conversación no era aleatoria.

— ¿Le pidió Pansy que hablara conmigo? —preguntó, sabedora de lo estrecha que era la relación de la pocionista con los Snape.

— No, fue Harry. Pensó que escuchar mi experiencia te ayudaría. ¿Quieres mi opinión?

— Supongo que sí.

— Las relaciones múltiples son difíciles. Requieren más esfuerzo y paciencia, pero también las cosas que compensan se multiplican.

— ¿Y si no funciona? las perdería a ellas, a toda la pandilla en realidad.

— ¿Y si funciona? ya partís de una amistad fuerte y de conoceros muy bien. Tampoco tienes que irte mañana a vivir con ellas, pero Hermione, lo que se siente cuando despiertas por la mañana abrazada por todas partes creo que es inigualable.

Hermione se limitó a ponerse de pie, pensativa. Antes de salir de la habitación, Lily le habló por última vez

— ¿Quieres otro consejo? ser racional a veces no te lleva muy lejos. Este es un caso de química, pero no teórica.

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Le temblaba un poco el dedo cuando llamó al timbre. Había sido un arrebato, después de días de darle muchas vueltas a su conversación con la sanadora Evans.

Ese día al acabar su turno en el hospital, cuando ya llegaba al vestíbulo se cruzó con dos hombres envueltos en una conversación, uno rubio y otro moreno. De nuevo, como otras veces que los había visto, su mera presencia le intimidó, a pesar del parecido físico con sus amigos. Pero esta vez no pudo evitar mirarlos bajo otro prisma.

— Señorita Granger —la saludó Snape con su voz grave, tendiéndole la mano—. ¿Cómo van esas prácticas?

— Agotadoras, pero muy instructivas. Señor Malfoy —le tendió la mano al hombre que la examinaba en ese momento con sus penetrantes ojos azules.

— Un placer volver a verla, señorita Granger. Admiro su devoción a la profesión, trabajando en verano mientras sus amigos disfrutan de las vacaciones.

— Bueno, en este caso hay tanto de devoción como de necesidad, me temo —contestó, sintiendo la necesidad de ser sincera.

— Lily lo comentó hace unos días. Sabe que si hay algo que necesite, siempre puede recurrir a nosotros, ¿verdad?

Parpadeó un par de veces, sorprendida por la amabilidad en la voz del maestro pocionista.

— Se lo agradezco, profesor. ¿Tienen noticias de Harry y Draco?

Le divirtió ver al estirado aristócrata francés poner los ojos en blanco al escuchar el nombre de su hijo.

— Siguen su viaje por Estados Unidos. Me temo que necesitarán un baúl nuevo para todo lo que está comprando Draco —comentó con tono cansado.

Entonces ocurrió. A ambos les cambió ligeramente la cara por algo que vieron a sus espaldas y supo inmediatamente que Lily venía por el pasillo por el que ella había salido.

Se giró y comprobó que así era, Lily se dirigía hacia ellos con una sonrisa. Y al saludarlos hizo algo que le pilló desprevenida: los besó a ambos.

No pudo evitar mirar a su alrededor, pero descubrió que realmente no parecía haber llamado la atención de nadie.

— ¿Todo bien, Hermione? —le preguntó Lily.

— Sí, todo perfecto. Nos vemos mañana, sanadora. Señores —se despidió con un gracioso movimiento de cabeza y caminó con brío hacia la salida a la calle.

Caminó muy convencida hacia el barrio mágico, a paso ligero. De camino entró en una pastelería para comprar unos dulces que sabía que encantaban a Pansy y después en una licorería para llevarse algunas cervezas de las que solía beber Ginny. Y ahí estaba, tocando el timbre y con el estómago un poco revuelto.

— ¡Hermione! —Le abrió la puerta Ginny, en camiseta y pantalones cortos, con el pelo recogido en un moño informal en lo alto de la cabeza— Qué sorpresa. Pasa por favor.

Le franqueó la entrada con una sonrisa. Tomó la bolsa que Hermione le tendía y ojeó dentro.

— Cerveza y dulces. Pansy te va a adorar, estaba quejándose ahora mismo de su decisión de ponerse a dieta. Ven, —La tomó por el brazo con cariño— y ayúdame a convencerla de que no necesita dietas, sanadora.

— ¡Hermione! —le saludó Pansy al entrar en la cocina, con un gran abrazo— Llegas justo a tiempo para cenar.

— Nos ha traído cosas ricas, pero como quieres ponerte a dieta... —le dijo Ginny dejando la bolsa sobre la mesa con un tintineo de vidrio.

Los labios regordetes se fruncieron en un mohín encantador mientras se acercaba hasta la bolsa y miraba dentro.

— ¡Stefanos! Dime que son bruttiboni.

— Y baci di dama.

Pansy sonrió de ese modo tan Slytherin que le hacía saber que había un chiste subyacente. Pero no dijo nada, la vio sacar el paquete y abrirlo. Sacó una de las pequeñas galletas rellenas de chocolate y se acercó a ella. Se la acercó a la boca e instintivamente Hermione la abrió. Masticó lentamente, sin apartar los ojos de los verdes oscuro.

— ¿No sabes qué significa? —le susurró Pansy sin alejarse.

Negó con la cabeza. Y, sin abandonar su sonrisa, Pansy se acercó y la besó suavemente en los labios.

— Significa "Beso de mujer" —le explicó con los ojos chispeantes mientras se metía uno en la boca ella también.

Siguió masticando, esperando una incomodidad que no llegó mientras Ginny sacaba las cervezas de la bolsa y las enfriaba con un toque de varita.

— ¿Quieres una? —preguntó tendiéndole una de las botellas.

Negó con la cabeza.

—No más alcohol por una temporada, gracias.

Pansy se giró para abrir la nevera y sacar una botella de Perrier. Con dos movimientos de varita le estaba ofreciendo un vaso alto con cubitos y limón, exactamente el modo en el que tomaba el agua con gas. Se sintió confortada por el detalle.

— ¿Te quedas a cenar entonces?

— Si no es molestia.

Las dos le miraron con cara de "¿Es necesario decir que no lo es?". Y Ginny la empujó hasta una silla.

— ¿Qué tal el trabajo?

— Bien. Hoy al salir me he encontrado con Snape y Malfoy que venían a recoger a la sanadora Evans. Me han dicho que Draco se está volviendo loco comprando en su viaje.

— Pobre Harry. La decoración de su casa le va a sacar canas.

— Vosotras lo sabiais —afirmó, no preguntó.

— ¿Lo de su casa nueva? sí, pero Draco quería contarlo él cuando vuelvan de Estados Unidos.

— No, lo de la relación entre sus padres.

Hubo un pequeño silencio, que Pansy rompió después de robarle un sorbo de cerveza a Ginny.

— Hace muy poco. Harry comentó un día que su madre y Narcissa habían tenido una relación y un par de días después fui a la cocina a por agua y me encontré a Severus y Lucius besándose. Fue bastante shock, la verdad.

— Lily me contó, hace unos días, cuando coincidimos en la sala de descanso tomando café. Me dijo que Harry se lo había pedido.

— Nosotras no hemos tenido nada que ver —quiso aclarar Ginny— No pienses que queremos presionarte en ningún sentido.

— Lo sé. Pero es algo que Harry haría por vosotras.

Ginny asintió mientras se sentaba frente a ella a cenar.

— Mi hermano Bill también está teniendo algo con una pareja.

— No me habías dicho nada —le reprochó Pansy, depositando el cuenco de la ensalda en el centro de la mesa antes de sentarse también.

— He comido hoy con él y me lo ha contado.

— Los estudiosos de las costumbres sangrepura dicen que antes no era extraño encontrarse familias poli. Cuando el mundo mágico se abrió más al muggle, los prejuicios de las religiones muggle afectaron a estas dinámicas y con el paso del tiempo se hizo menos común y menos visible —les explicó Pansy mientras servía la ensalada.

— Vaya. No tenía ni idea. Pero tiene mucho sentido. ¿Cómo le está yendo a tu hermano?

— Bueno, creo que lo suyo de momento es un acuerdo más bien sexual, pero lo he visto un poco colgado por ellos.

— No pinta bien entonces.

Ginny movió la cabeza negativamente.

— Por lo poco que me ha contado, no es algo nuevo, deben llevar bastante tiempo con esta dinámica y es ahora cuando él se lo replantea. No sé, es una pareja que lleva mucho tiempo juntos, son mayores que él.

Siguieron cenando en silencio un par de minutos.

— Lily me dijo que me dejara llevar por la química —soltó Hermione por fin, dejando sus cubiertos antes de levantarse para ir a rellenar su vaso.

Las dos la siguieron con la mirada. Al volver a la mesa, antes de sentarse, se acercó a Ginny , le puso la mano en la nuca y con cuidado la besó, tal y como había hecho Pansy con ella antes. Y se sentó y siguió cenando.

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Junio 2003

Hermione despertó doblemente abrazada. Siempre que ocurría eso, recordaba las palabras de Lily y sonreía. Porque tenía razón, despertar así era genial, pero también porque no podía evitar imaginar a esos cuatro despertando juntos y visualizar a Severus Snape siendo abrazado por Lucius Malfoy.

Se movió despacio, intentando salir del doble nudo, pero enseguida los ojos castaños de Ginny se abrieron y la miraron somnolientos.

—Ey, apenas amanece.

Hermione la besó en la mejilla y trató de moverse hacia los pies de la cama.

— Es mi hora normal de levantarme y mi vejiga lo sabe.

— Qué terrenal es eso —se oyó mascullar a Pansy.

La imagen de la morena, desnuda, pero con los ojos cubiertos con un antifaz verde y plateado, le hizo sonreír hasta llegar al aseo. Salvadas las necesidades terrenales, se puso la bata y volvió al dormitorio. Se encontró a Ginny sentada con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, la pierna lesionada extendida y el ceño fruncido.

— ¿Te duele? —le preguntó, acercándose— ¿te traigo algo?

— Lo único que me duele es esa costumbre tuya de ponerte la bata al menor descuido —contestó con un puchero.

— Deberíamos poner una norma nueva: cuando estés en casa, prohibida la ropa —afirmó Pansy sin moverse, con voz pastosa por el sueño.

— No sé si sería muy aconsejable sentarse sin bragas en el sofá o en las sillas —contestó Hermione risueña, quitándose la bata para volver a trepar por el colchón hasta su hueco entre las dos.

— Podría aceptarte esa excepción. Pero hasta ahí —le susurró Ginny inclinándose a besarla mientras sujetaba uno de sus pechos en la mano.

Sus chicas no eran pesadas con los halagos, no se dedicaban a lisonjearla para subirle la autoestima. Eran mucho más de mostrar: en cuanto había oportunidad, le demostraban con sus gestos cuanto les gustaba cada pedacito de su cuerpo. Y sin duda la parte preferida de Ginny eran sus pechos.

— Si fuéramos las tres todo el día en cueros no tendríamos una conversación decente —murmuró sobre sus labios.

— Hablar a veces está sobrevalorado, cariño. Pero en este caso diré que esta postura no es cómoda y sí me duele un poco la pierna.

Hermione río un poco y se apartó hasta quedar sentada junto a ella. Entrelazo sus dedos y suspiró un poco mirando la prenda que estaba colgada frente a ella en la puerta del armario.

— Aún no puedo creer que se haya acabado —comentó con una mezcla de sentimientos mientras apoyaba la cabeza en el hombro pecoso.

— Sanadora Granger. Suena genial —le contestó Ginny con una gran sonrisa orgullosa.

— Capitana Weasley tampoco está nada mal.

— Te lo diré cuando esto cure —respondió con un mohín, acariciando la rodilla vendada.

— En tres días estará perfecto. Ya estaría curado si guardaras el reposo que...

— Anoche no te oí pedirle que parara por el bien de su rodilla —dijo Pansy mientras se estiraba como una gata.

— Quizá deberíamos restringir el sexo unos días —sugirió.

Pansy se incorporó hasta sentarse junto a ella y se levantó el antifaz hasta la frente para mirarla.

— Cielo, tú eres la primera que no aguanta unos días —rio.

Fue a decir que eso era porque las veía poco, pero de eso no podía quejarse porque era su elección. Dormía con ellas un par de noches a la semana, dependiendo de sus prácticas, que a veces incluían guardias. Y no siempre coincidía con Ginny.

El sexo... el sexo había sido estupendo desde el primer día. Había costado más creerse que tenían una relación y que la consideraban parte aunque no estuviera con ellas en el día a día.

Ayudó a que entrara en su mente su comportamiento fuera de casa. Cuando se reunían con los demás, cuando acudían a cualquier evento social, eran abiertamente cariñosas con ella. La tomaban de la mano, cogían de la cintura o besaban sin pudor. Al principio a ella le costaba devolver las muestras de amor en público, esperaba reacciones negativas a su alrededor. Pero de nuevo, como había observado aquel día en el vestíbulo de San Mungo, no había reacciones.

El colmo de la satisfacción había sido cuando le habían entregado las invitaciones para su graduación. La secretaria de la escuela de sanadores le había hecho llegar una nota muy amable preguntándole si, además de sus novias, sus padres acudirían también.

A Hermione le había sorprendido que el mundo mágico, que parecía muy atrasado en algunas cosas respecto al muggle, fuera muchísimo más abierto en lo relativo a la orientación, la identidad o las relaciones no monógamas. Estaba todo tan normalizado, que ni siquiera había etiquetas para definirlo.

El choque con lo muggle había llegado precisamente con sus padres. Las navidades anteriores habían sido tensas y complicadas, al punto de que solo sus novias iban a ir a su graduación.

Casi un año llevaban juntas. Y por fin sentía la necesidad de dar otro paso en su relacion.

— Ya que estamos todas despiertas y sin ganas aparentes de sexo, me gustaría deciros algo.

Las dos se enderezaron y la miraron, un poco asustadas por el tono formal.

— He estado pensando que... quizá es hora de salir de casa de mis padres. Ellos siguen sin entender lo nuestro y bueno, siento que ahora sin la presión de los estudios puedo centrarme en vosotras realmente.

— ¿Vas a mudarte?

— ¿Hay sitio en el vestidor para mi ropa?

Pansy se movió para colocarse a horcajadas sobre sus muslos, con los ojos brillantes de alegria.

— No necesitarás mucho espacio, acabamos de decidir que por casa vas a ir siempre desnuda, ¿no?

Hermione rio y le puso las manos a los lados del fino rostro para acercarla a sus labios. Compartieron un beso largo y apasionado. Al finalizar, Pansy apoyó la frente en la suya y dijo.

— Bienvenida a casa, Hermione.

Y la dejó moverse para que Ginny la besara también.