Marzo 1812

Elizabeth iba mirando distraída por la ventana mientras pensaba en su hermana Jane. Los últimos meses había notado por las cartas que le enviaba que su hermana estaba cada vez más triste y deprimida. Si no fuera por la letra que conocía tan bien, cualquiera diría que no era Jane. El día de ayer, cuando después de dos meses se vieron por primera vez, se sorprendió al verla tan delgada y demacrada. Su tía igual le aseguró que de a poco estaba mejorando y que estaba segura que con más tiempo algún día Jane iba a estar mejor.

Lamentablemente no pudo quedarse más días en casa de su tío Gardiner ya que Mary la estaba esperando. A diferencia de antaño, Lizzy sentía que Jane le estaba ocultando algo. Por su tía sabía todo lo que había pasado con el Sr. Bingley y la arpía de su hermana. Lo que más le dolía es que el muy canalla había jugado con los sentimientos de su hermana. No entendía porque le había propuesto matrimonio si al otro día había desaparecido.

En mitad de sus tristes reflexiones, el coche paró en la entrada de una bonita casa con jardín donde una joven feliz pareja los esperaba en la puerta.

Elizabeth bajó del carruaje y en pocos segundos estaba abrazando a su hermana, y posteriormente saludando cordialmente al Sr. Collins. Unos minutos más tarde, mientras tomaba un refresco con unos sándwiches tuvo tiempo de prestarle atención a Mary y al Sr. Collins. Lo primero que gratamente observó fue la gran devoción con que el Sr. Collins trataba a su hermana. Era obvio que el caballero estaba genuinamente enamorado de su hermana y para él, Mary era sinónimo de perfección femenina. Si bien su cuñado nunca iba a ser un hombre brillante, era un buen hombre que amaba a su hermana y la trataba con respeto. Por otro lado, veía claramente que Mary estaba muy feliz con su situación, mucho más feliz de lo que era en Longbourn. Había asumido su rol de esposa de párroco con seriedad y placer. Dedicaba mucho tiempo a las tareas de la iglesia y obras de caridad del pueblo. Era respetada y querida por la comunidad ya que se preocupaba de que todos los inquilinos de Rosings y alrededores tuvieran un plato de comida en la mesa y ropa adecuada en el invierno. También tenía una muy buena relación con Lady Catherine, y en particular con su hija Anne De Bourgh, a quién visitaba al menos dos veces por semana.

Después de una media hora de amena conversación, Mary llevó a Lizzy a la que sería su habitación por las próximas semanas para que desempacara y descansara.

A la mañana siguiente, llegó una invitación de Lady Catherine para que fueran a tomar el té esa misma tarde. El Sr. Collins contestó muy contento la invitación ya que interpretaba que era un gran gesto de bienvenida de su patrona para con su cuñada. Mary no quiso contradecirlo diciéndole que esa invitación la enviaba Lady Catherine todas las semanas.

Antes de almorzar, Elizabeth salió a dar un pequeño paseo por los alrededores de la casa parroquial. Había varios senderos muy bien mantenidos que probablemente en un mes o dos iban a estar repletos de flores. La mansión de Rosings era una de las más grandes y elegantes que había visto, y ese mismo día iba a conocerla por dentro. Estaba muy intrigada por conocer a Lady Catherine, y sobretodo a Anne de Bough ya que según su cuñado era una de las principales joyas del Reino y según su hermana era una joven de veinticinco años muy tímida y enferma.

A la hora señalada, el trío llego a Rosings donde Lady Catherine desde su 'trono' los recibió con su cortesía característica. La primera impresión de Lizzy de la Gran Dama fue que era una mujer muy anticuada, que le gustaba escuchar su voz y mandar. A pesar de los años, seguía siendo una mujer muy activa e involucrada con todo lo que pasaba en su hacienda y los alrededores. Por el contrario, su hija era una joven muy tímida que hablaba muy suave y trataba de no llamar la atención. Nunca había visto tal contrataste físico y de carácter entre madre e hija.

Durante la hora que duró la visita, Lady Catherine expresó su opinión en varios temas relacionados a la familia Bennet, entre ellos que si bien Mary era una excelente esposa y el Sr. Collins había elegido muy bien, no entendía como su madre había permitido que una hija menor se casara antes que las dos mayores. Tampoco entendía como su madre había podido criarlas sin ayuda de una niñera e institutriz. Si ella hubiese conocido a la Sra. Bennet le habría enseñado la forma correcta de educar a sus hijas…

Por último, Lady Catherine, les dio la feliz noticia de que sus sobrinos iban a llegar al día siguiente, y que seguramente ese año se iba a dar el gran acontecimiento que todos deseaban. El Sr. Collins y Mary expresaron su alegría por la noticia, y Elizabeth simplemente guardó silencio. La noticia de ver nuevamente al Sr. Darcy no era de su agrado. Con un poco de suerte se verían solo en la iglesia y las pocas veces que fuera invitada a Rosings.

Antes de irse, y en los pocos minutos que pudieron conversar con Anne, Mary le prometió que, en dos días, aprovechando que Lady Catherine se reunía con su administrador, volvería solo con Elizabeth a visitarla.