Bueno primera esta historia no es mi fanfic a solo me dieron permiso de traducirla su creador Greed720 (Aplausos) espero que la disfruten por favor si les gusta seguir al creador de esta historia.

También si serian amables en decirme, si hay alguna parte en la traducción que sientan que no concuerde, por favor sean amables en decirme para corregirlo.


(Con Percy)

Al abrir los ojos, Percy Jackson se sobresaltó, con el corazón acelerado y la respiración agitada.

"¡¿Qué?!" Percy jadeó con fuerza, con el corazón todavía retumbando en su pecho, mientras sus ojos verde mar recorrían la habitación, observando rápidamente su entorno desconocido, conmocionado.

Se encontró en una habitación desconocida y de aspecto cutre, con el papel pintado descascarillado y un escritorio, un armario y una cómoda vieja y maltrechos, que parecían haber sido arrojados a un contenedor hace años.

Se golpeó el pecho con una mano, Percy miro rápidamente su amplio y musculoso pecho, tratando de inspeccionar la horrible herida que se había hecho, o al menos en su mente, solo minutos antes.

No había nada alli, ni dolor, ni sangre, ni herida, y de hecho, Percy sintio que su respiración se agudizaba ligeramente, su pecho no era ni de lejos tan ancho y definido como lo recordaba. En su lugar, era estrecho y, se atreve a decir, ligeramente escuálido.

Sus ojos se abrieron de par en par, Percy casi se cayó de la cama mientras se deshacía de las raídas sábanas, y se dio la vuelta e intentó ponerse de pie, solo para que sus rodillas golpearan dolorosamente el suelo mientras perdía casi inmediatamente el equilibrio y se desplomaba sobre las manos y las rodillas.

"¿Qué está pasando?" Murmuró Percy, solo para sentir que se congelaba al escuchar su propia voz. Era ligeramente más alta de lo que recordaba, y parecía estar a punto de romperse.

Definitivamente, eso no estaba bien.

Después de todo, lo último que recordaba era que tenía diecisiete años y estaba en camino de convertirse en un hombre.

Desde luego, no estaba todavía en la pubertad, ni tenía una complexión tan delgada. No, en cambio, tenía una complexión de guerrero, una que había construido y desarrollado a través de años de práctica y entrenamiento.

Apretando sus pequeñas manos, especialmente sin cicatrices, en puños, Percy se esforzó por levantarse y ponerse de pie.

Necesitaba saber qué estaba pasando.

¿Estaba en los Campos del Castigo y despertarse vivo en una habitación de mierda en plena pubertad era una especie de extraña penitencia por sus crímenes en la vida?

No, eso no tenía sentido.

Su infancia era una mierda, pero revivirla no era un castigo tan horrible. Además, mientras miraba la habitación y observaba los carteles de las paredes, la ropa esparcida por el suelo y la pequeña pila de cómics sobre el escritorio, podía decir con seguridad que nada de aquello le resultaba familiar.

Lo que, por supuesto, le llevó a preguntarse qué, en nombre de todo lo divino, estaba ocurriendo.

Al ponerse de pie, con los pies un poco arrugados en la raída alfombra de la habitación, Percy comenzó a repasar rápidamente lo que grababa antes de despertarse en esta habitación desconocida y de aspecto sorprendentemente mundano.

Había estado luchando en una batalla, una poderosa batalla, en medio de Manhattan, Nueva York.

Eso lo registró claramente.

Llevaba puesta su armadura de combate, fabricada por el herrero personal de su padre, en un volcán submarino en el fondo del mar. Una armadura magnífica e intrincada, hecha de adamantina.

Además de su armadura, también había estado blandiendo su arma más reciente, su tridente. Un botín de una de sus mayores y más duras batallas.

Se había vestido para la guerra.

Eso lo grabó Percy con claridad. Incluso ahora podría recordar el miedo que había sentido antes de esa última batalla, y cómo se había arremolinado en su interior junto con su emoción, su anticipación y su orgullo. Era el campeón de su padre, su hijo más poderoso, y por ello había sido nombrado uno de los principales generales del ejército.

Había sido una gran responsabilidad, pero la había asumido con orgullo y honor, y esperaba estar a la altura, ya que, por lo que recordaba de la batalla posterior, había dado buena cuenta de sí mismo.

No solo había parecido un dios de la guerra, sino que también había luchado como tal al abatir un enemigo tras otro, utilizando tanto su tridente como sus propios y formidables poderes sobre el agua para diezmar a todo lo que se le pusiera por delante.

O al menos lo había hecho, hasta que terminó enfrentándose a los líderes semidioses del ejército contrario, y en una batalla de cuatro contra uno había sido finalmente abatido por una daga maldita que se había clavado en su espalda a través de una grieta recién formada en su armadura.

Llevándose la mano a la cabeza, y revolviendo su salvaje y oscuro cabello, Percy siguió mirando alrededor de la habitación, antes de espiar finalmente lo que estaba buscando al lado del armario. Un espejo, uno cubierto por una prenda naranja chillona que le resultó vagamente familiar.

Se acerca a ella con torpeza, con el equilibrio todavía un poco vacilante al tratar de acostumbrarse a su cuerpo más ligero, más corto y más débil. Percy agarro la prenda ofensiva y la arrojo fuera del espejo, sus ojos se aturdieron al ver su propio reflejo.

Era un niño, otra vez.

Llevando una mano a su cara, afortunadamente de piel clara, Percy inspeccionó rápidamente su apariencia.

Parecía tener unos trece o catorce años. Su complexión era alta y delgada, muy lejos de la complexión poderosa y de hombros anchos que recordaba.

Sin embargo, su piel seguía siendo del mismo color oliva que recordaba, y su nariz recta. Sus ojos también conservaban la misma forma almendrada con la que había nacido, aunque el iris de sus ojos era un tono más claro que los ojos verdes marinos, más oscuros, con los que había nacido.

Sin embargo, en general, su aspecto era bastante similar al que grababa, solamente que era cuatro o cinco años más joven y mucho más pequeño, tanto en altura como en musculatura.

Frunciendo él ceño, una mirada que en su antiguo cuerpo hubiera sido aterradora, pero que en su forma actual lo hacía parecer simplemente petulante, Percy continúa inspeccionándose. Sus ojos se dirigieron a su pantalón de pijama de color tartán ya la holgada camisa gris que llevaba encima, ambos cómodos y bien usados, pero al mismo tiempo, como todo lo demás, desconocidos.

Tirando de la camisa holgada, e ignorando el arrepentido olor acre de la misma, Percy se concentró en su estrecho pecho y en la ausencia de las cicatrices o heridas que recordaba haber tenido. Al darse cuenta de la vuelta y revisar torpemente su espalda, Percy tampoco pudo ver la herida de la daga que lo había matado.

En cambio, tenía un conjunto diferente de cicatrices, incluyendo una en la cadera que no recordaba haber recibido y una extraña marca de pinchazo en la muñeca que casi se había desvanecido.

Volviendo a fruncir él ceño, Percy se volvió a mirar completamente su reflejo, antes de congelarse, y sus ojos se abrieron de par en par cuando finalmente vio el collar que llevaba al cuello.

Era un tipo de collar que reconocio. Uno que tenia cuentas de diferentes colores. Cada una de las cuentas tenía un símbolo diferente en la parte delantera.

Entrecerrando los ojos, Percy cogió las dos cuentas del collar y las comprobó.

Una de ellas tenía el símbolo de un vellocino dorado, mientras que la otra tenía el símbolo de un tridente verde.

El simbolismo de estas cuentas, además de lo obvio que era el tridente de Poseidón y el vellocino de oro, no lo sabía del todo. Lo que sí sabía, sin embargo, era que los semidioses griegos del Campamento Media Sangre llevaban este tipo de collares, y que los símbolos que llevaban, ninguno de los cuales reconocía por su memoria de los collares anteriores que había visto, simbolizaban algo grande que ocurría el verano en que se daban.

Había visto suficiente para saberlo. Aunque por lo general esos collares habían estado alrededor del cuello de semidioses muertos, o habían estado entre el botín que el ejército había tomado. Nunca antes había presumido de ver uno alrededor de su cuello.

Alejandose del espejo, Percy se dirigio al lugar donde habia arrojado el trapo naranja. Sus manos casi temblaban, mientras lo aplanaba sobre la cama, solo para que su corazón se hundiera al ver las palabras que aparecían en la parte delantera de la camiseta en grandes letras oscuras "Campamento Mestizo".

"Bueno, mierda". Murmuró Percy para sí mismo, su estómago se hundió un poco mientras hablaba de similar lo que, en nombre del Tártaro, estaba sucediendo.

Había caído en la batalla, valientemente si él mismo lo decía. La lucha había sido dura, pero había matado a dos de los semidioses contra los que había luchado allí, en el Salón del Trono del mismísimo Olimpo, y había herido mortalmente a un tercero, pero aun así había sido derrotado. Podia admitirlo de buen grado. Le habían clavado una daga en la espalda, con tanta precisión y fuerza que le habían seccionado la columna vertebral y le habían triturado un buen número de órganos al entrar y salir de él.

Después, cayó al suelo de mármol y su sangre se derramó por el suelo a su alrededor.

Un destino adecuadamente violento, para la vida violenta en la que había nacido.

Sin embargo, mientras yacía de espaldas, incapaz de sentir la inmensa fuerza que una vez había alimentado sus miembros, e incapaz de reunir siquiera la voluntad de intentar utilizar sus poderes, había contemplado el cielo que se oscurecía.

El Olimpo, sorprendentemente, no tenía un techo bellamente pintado, sino que estaba abierto al cielo, y qué noche había sido. Desde el lugar en el que estaba tumbado, había podido ver los remolinos de galaxias enteras, y los millones, si no miles de millones de estrellas que iluminaban el cielo.

A pesar de toda la violencia que le había traído hasta aquí y que le había llevado a la muerte, también había sido una muerte pacífica y sin sobresaltos. De hecho, lo único que le había molestado, por lo que recordaba, había sido el llanto del que le había matado resonando en sus oídos, junto con el débil gorgoteo del que había herido de muerte.

Esos sonidos le habían molestado, y no solo porque perturbaron sus últimos momentos. Si no porque le habían hecho pensar en lo inútil que era todo. Había sido criado y educado para la batalla, todo su propósito en la vida era derrocar a los dioses y llevar el honor y el orgullo al nombre de su padre.

Eso era todo, nada de lo que había hecho había sido por sí mismo. En cambio, había sido, por su padre, un hombre al que solamente había visto una o dos veces en su vida, y del que podía decir honestamente que no le gustaba especialmente, y mucho menos lo quería o lo respetaba.

Sinceramente, en ese momento, mientras la semidiosa victoriosa que lo había matado se lamentaba por sus compañeros caídos, no pudo evitar darse cuenta de que no había nadie que se lamentara por él, y que no había nadie que lo echara realmente de menos. Su padre solo pensaba en él como un útil activo, que podía ser dejado dejando embarazada a otra mujer, y haciéndola desaparecer después de que él fuera lo suficientemente mayor como para no necesitarla, para que no "manchara a su progenie con su debilidad.. .". El tipo era un idiota.

Sus únicos amigos en ese momento habían sido monstruos, dioses traidores y otros semidioses, semidioses que, según sabía, habían dado la espalda a su propia especie y familia. Habían sido amigos, pero no le cabía duda de que la mayoría de ellos le habrían apuñalado por la espalda en el momento en que lo habrían necesitado, y creían que podrían salirse con la suya.

Al final, había muerto por nada, y sin nada.

Parpadeando una sola lágrima al pensar en ello, Percy volvió en sí, incluso mientras seguía mirando solemnemente la camisa del Campamento Mestizo.

¿Qué estaba haciendo aquí, en este cuerpo más joven y en este lugar desconocido?

¿Era esto una especie de infierno, algo que le mostraría cómo podrían haber sido las cosas si hubiera tenido un padre mejor, y hubiera tenido amigos y familia, en lugar de poder y prestigio?

Pasando una mano suavemente por el aire, Percy sintió que docenas de gotas de agua se posaban en sus manos como si fuera rocío ante el simple movimiento.

Levantando la mano, Percy miro con tristeza su mano, mientras las gotas de agua recogidas comenzaban a subir por sus dedos y se reunían alrededor de cada una de sus yemas.

Al ver esto, Percy sonrió por un momento, antes de que, sin pensarlo dos veces, se diera la vuelta y lanzara la mano hacia el espejo.

Casi al mismo tiempo, el sonido de un cristal rompiéndose llenó la habitación cuando el espejo se rompió. Cuatro, pulgadas de largo, picos de hielo sobresalían ciertamente de la tabla trasera del espejo, incluso mientras los fragmentos del espejo continuaban deslizándose de la superficie rota y cayendo al suelo en una lluvia de vidrio tintineante.

Al diablo con esto. Pensó Percy, con su mente dando vueltas de repente, a la mierda con todo esto. No tenía tiempo para estas tonterías ñoñas. Era un general, un dios del campo de batalla, un asesino de dioses literal. No se permitiría sentirse triste y patético, esos sentimientos estaban por debajo de él.

"Percy, ¿qué fue ese sonido, rompiste algo?" Una voz desconocida gritó de repente, sacando a Percy de su ensueño.

Girando bruscamente la cabeza en dirección al ruido, Percy acababa de empezar a comprender lo que estaba ocurriendo y que no estaba solo, cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe y entró una mujer de mediana edad, bonita pero de aspecto apresurado, con el pelo castaño alborotado y lineas de expresion en la cara.

Un ceño familiar se desarrollará rápidamente por su cara mientras miraba la habitación desordenada con desaprobación, antes de trabajar en su forma sin camisa, el espejo roto y los cuatro picos de hielo que sobresalían de los restos de los espejos.

"Percy..." La mujer suspiró, su mano ya se movía hacia arriba para frotar sus sienes. "¿cuántas veces te dijo que no juegues con tus poderes en el apartamento?"

"Ermm..." Percy comenzó, con el ceño fruncido, cuando empezó a tener una idea de quién podría ser esta mujer.

"No, no me importan tus excusas. Creo que puedo resolverlo yo mismo". La mujer continuó, apartando ahora la mano de su cara mientras le daba a él, un antiguo general del ejército de los Titanes, una mirada severa. "Mira, Percy, sé que eres un niño que está creciendo y que tu cuerpo está experimentando cambios. También sé que puedes estar descubriendo que las chicas también existen..."

Percy abrió la boca para corregirla en ese punto, o para protestar, no estaba seguro de qué.

Pero antes de que pudiera hacerlo, ella seguiría adelante. "Mira, normalmente no me importa lo que hagas en la intimidad de tu habitación. Puedes flexionar delante de un espejo si eso es lo que quieres hacer en tu tiempo libre. Pero tengo un problema con que tires agua y rompes cosas".

"Mira..." Percy intentó decir.

"No, mire así, está en problemas jovencito y le digo aquí y ahora que no le voy a comprar otro espejo para su habitación. Si quieres uno, entonces puedes comprarlo con tu previsto. No hay excusas". La mujer continuó, pasando por delante de él mientras empezaba a coger piezas de ropa del suelo. "Ahora puedes limpiar ese vaso, y de paso sacar las papeleras. En realidad, probablemente puedas limpiar toda esta habitación mientras estás en ello, puede que seas un adolescente, pero este es mi apartamento y no quiero que parezca una pocilga."

"Pero..." Percy habló de decir una palabra.

"Nada de peros, cuanto antes empieces antes acabarás". La mujer respondió con un chasquido.

Mirando su cara, y reconociendo algunos de sus rasgos, el arrepentido presentimiento de Percy se consolidó rápidamente como un hecho.

"Ahora date prisa". La mujer continuó, terminando de recoger el resto de la ropa sucia del suelo. "Tus amigas Thalia y Annabeth vendrán dentro de una hora, así que tienes ese tiempo para limpiar tu habitación y sacar los cubos de basura, oh y es un largo viaje hasta Maine y hace frío allí en esta época del año, así que empaca algunas cosas calientes y algo de comida también mientras estás en ello."

"Ermm, de acuerdo..." Percy respondió en seguro. Era el venedor de una docena de campos de batalla, y se habia enfrentado a dioses furiosos y habia sobrevivido. Discutir con esta mujer, incluso si ella era posiblemente su madre, no debería estar sacudiéndolo tanto como lo estaba haciendo.

"Tienes toda la razón". Su madre resopló, con el ceño ligeramente fruncido mientras miraba de nuevo los fragmentos del espejo roto. "Ahora mueve el culo, esta habitación no se va a limpiar sola y yo desde luego no lo haré".

"Claro..." Percy respondió vagamente, con un fantasma de sonrisa en los labios. "Lo que tú digas, mamá..."

La mujer se volvió a mirarlo en ese momento, sus ojos azules brillantes se clavaron de repente en él. Era intenso. Era como si de alguna manera estuviera mirando más allá de su carne mortal y en su lugar su alma inmortal.

Por un momento le hizo cambiar de opinión, y le hizo pensar que acababa de decir algo muy, muy estúpido.

"Qué raro". Su madre respondió, con la voz un poco más suave mientras seguía mirándole por encima de su pila de ropa. "Tu voz es ligeramente diferente y tu aspecto también es ligeramente diferente..."

Percy sintió que una inyección repentina de ansiedad le atravesaba el pecho. ¿Qué estaba pasando?

De repente, su rostro se convirtió en una leve sonrisa. "La pubertad te está pateando el culo, ¿verdad? Te juro que cada día estás más cambiado". Luego dejamos escapar una ligera risa ante eso. "Estoy seguro de que muy pronto estarás luchando contra las chicas con un palo. Dicho esto..., supongo que no hace falta que te dé la charla, después de todo soy demasiado joven para ser abuela..."

"¡Q-qué no! ¡No necesito ningún tipo de charla!"Gritó Percy instintivamente, levantando las manos para intentar alejarla de él, y su voz, por desgracia, eligió ese preciso momento para quebrarse ligeramente.

Riéndose en respuesta, su madre se limitó a darle una palmadita en la mejilla con cariño y luego se dio la vuelta y salió por la puerta. "Nunca cambies, Percy. Ahora date prisa, no puedes quedarte en la cama todo el día, tienes trabajos que hacer, una habitación que limpiar, ¡y luego te llevaré a Maine con tus novias!"

"¡No tengo ninguna novia!" Percy llamó débilmente después de ella.

¿Cómo estaba sucediendo esto? Era un asesino sufrido por la guerra, uno que infundía terror en los corazones de cualquier semidiós lo suficientemente tonto como para enfrentarse a él. Ni siquiera los hijos de los Tres Grandes, Zeus, Poseidón y Hades, hubieran sido capaces de enfrentarse a él en combate singular. Ni siquiera su elegido podría haberlo vencido solo. No, se había necesitado al elegido ya otros tres, y aun así solamente uno de ellos había salido vivo de la lucha.

No debería ponerse nervioso porque su madre, una mujer de la que solamente tenía un vago recuerdo, una mujer que su padre había "desaparecido" cuando él únicamente tenía tres años. No debería ponerse así de nervioso, ni emocionarse tanto por algo tan trivial como esto.

Apretando las manos en un puño ante ese pensamiento, Percy trato de ignorar la oleada de calor que sintió inundar su frío cuerpo cuando escucho a su madre tararear a través de la puerta abierta de su habitación.

Dejando escapar un suspiro, Percy se dio por vencido y sonrió ligeramente.

Toda esta situación era una locura.

should estar muerto ahora mismo, y ya sea en el Elíseo si su padre ganaba y le importaba un bledo, o más probablemente en los Campos del Castigo si perdía, o si se sintió especialmente vengativo por haber fracasado Percy en la destrucción de los Tronos del Olimpo y haber hecho que lo mataran a el.

Pero obviamente ese no era el caso. En cambio, estaba en una especie de mundo opuesto y retorcido en el que era un semidiós y un miembro del Campamento Media Sangre.

Más que eso, también podría recordar los nombres de las chicas que aparentemente vendrían, Annabeth Chase y Thalia Grace. A una de ellas la habia matado, mientras que la otra era la que lo habia matado a el.

No debería haber ninguna manera concebible de que cualquiera de ellos pudiera ser descrito como sus amigos, novia o de otra manera.

No, lo único que se le ocurrió ahora que había tenido algo de tiempo para pensar en las cosas, era que había algunas travesuras divinas en este momento.

Este mundo en el que se podía ser real, sólo que tenía un destino alternativo, o un futuro alternativo al que él vivía, y teniendo en cuenta que sabía por experiencia que el destino era inexorable ya la vez una completa perra, no podía evitar pensar que aquellas tres escarpadas ancianas tienen algo que ver con esto.

Apretando los dientes ante ese pensamiento, y ante la idea de ser manipulado por unas viejas arpías. Percy no podía decidir si se alegraba de estar vivo y sano, y de tener potencialmente otra oportunidad en la vida. O si tuviera que estar enojado por tener que hacer las cosas de nuevo, y que le robaran su descanso eterno en el último momento.

"¿No oigo que se está limpiando?" La voz de Sally Jackson flotó de repente a través de la puerta abierta.

"¡Muy bien, estoy en ello!" Percy respondió instintivamente, con el ceño fruncido mientras miraba la pocilga de la habitación.

No estaba seguro de lo que esperaba de su situación actual, pero lo que sí sabía era que al menos intentaría disfrutarla mientras pudiera.