Disclaimer: Yu-Gi-Oh! GX no es mío, de otra forma, es casi un 100% seguro que al menos la mitad de este fic habría pasado en el canon de una u otra manera.
Capítulo 2
El incidente del callejón
El Instinto de un vampiro era muy poderoso. A pesar de que había algo aparentemente sobrenatural en el bebé que Camula sostenía en sus brazos, un algo que despertaba su necesidad de protegerlo, sus Instintos Vampíricos se impusieron al recordarle que debía actuar rápido para resolver todo ese desastre.
Eran más de las diez de la noche, estaba en medio de un callejón que había sido escenario de un crimen y un suceso inexplicable, con un bebé de menos de seis meses en sus brazos y dos niños de la calle claramente traumatizados. Si no estuviera en uno de los peores barrios de la ciudad, a Camula le sorprendería que la policía o alguien más no estuviera cercando el callejón en ese preciso momento.
Por fortuna o desgracia, según se viera, la gente de esa zona de Domino estaba tan acostumbrada al crimen, que simplemente no les importaba.
O tal vez había otra razón.
Analizando la escena, Camula se dio cuenta de que la anciana había sido víctima del sujeto estrellado contra la pared. Siendo esa una noche muy fría, la gente debía de estar refugiada en sus departamentos, con las ventanas y las puertas firmemente cerradas, lo que hacía poco probable que alguien hubiera escuchado algo. Aunque, en realidad, dada la fama de ese barrio, los vecinos no necesitaban la excusa del frío para encerrarse y no salir hasta la siguiente mañana, hubieran escuchado o no la conmoción en el callejón.
Se preguntó si la anciana había gritado. Las puñaladas fueron perpetradas en el estómago, pero la herida de su garganta tenía toda la pinta de haber sido hecha en un ataque por la espalda. Quizá el ladronzuelo –porque eso tenía que ser– la tomó por sorpresa desde atrás, cortó su garganta y luego la empujó contra el muro, para posteriormente apuñalarla en el estómago de forma repetida. Por supuesto, eso no explicaba por qué una anciana como ella habría estado en ese lugar, en ese barrio en específico.
Camula se preguntó si la anciana había llevado al bebé en sus brazos al momento de ser atacada. No, decidió. La ropa del bebé y la manta que lo envolvía estaría empapada de sangre de haber sido ese el caso. Sin embargo, el bebé estaba limpio: ni una sola gota de sangre lo había salpicado.
Tampoco había una razón lógica que pudiera explicar cómo el atacante terminó casi incrustado en la pared al otro lado del callejón, a una distancia de más o menos tres metros y medio. Lo que hubiera causado eso, tendría que haber tenido la fuerza de un camión.
El sentido común dictaba que debía llamar a la policía. Sin embargo, ¿qué iba a decirles? Los únicos testigos reales de lo que pasó allí eran esos tres niños, e incluso los dos que sí podían hablar al respecto, seguramente contarían una historia tan descabellada que… ¿Y si uno de esos niños lo hubiera hecho? Camula decidió que, antes de hacer nada, primero tenía que aclarar ese punto.
Camula se forzó a sí misma a dejar de pensar como lo haría un mortal. Parafraseando a ese detective de ficción de los humanos: tras descartar toda posibilidad lógica, lo que queda, por más inverosímil que sea, debe ser la verdad.
La vampira centró su atención de nuevo en los dos niños. El mayor de inmediato se puso delante de su hermana. Parecía ser que su desconfianza hacia ella había regresado.
Camula hizo lo posible por suavizar la expresión de su rostro.
—Está bien, no voy a hacerles daño —aseguró.
El bebé en sus brazos se agitó un poco, así que Camula lo acomodó asegurándose de que no sintiera frío. Los dos ojos castaños del bebé se posaron en ella, al tiempo que le sonreía de esa forma enternecedora que solo puede lograr un niño inocente.
Una vez que se aseguró que el bebé estaba bien, Camula regresó su atención a los dos niños mayores.
—Nada más quiero saber qué pasó aquí —dijo.
La niña, Mizuchi, salió de detrás de su hermano y, muy a pesar de los intentos del mayor por mantenerla «protegida», volvió a acercarse a Camula.
—Está bien, Taku, ella no va a hacernos daño —insistió Mizuchi.
Para ser tan pequeña, Mizuchi se expresaba con una claridad y una soltura que no era la adecuada a su edad. Camula no había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había convivido con un niño de esa edad por más de dos segundos, aun así, tenía la impresión de que incluso su vocabulario no correspondía a su edad, ni siquiera en los tiempos modernos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó el niño. Tenía una voz profunda y rica, demasiado para un niño de su edad aparente.
A cada segundo que pasaba, Camula sentía más curiosidad por esos niños y qué podrían estar haciendo allí. ¿Conocían a la anciana asesinada? Era algo muy improbable. Si tuviera que inclinarse hacia alguna explicación en particular, Camula diría que esos niños solo habían tenido la mala suerte de estar en el lugar y momentos equivocados.
—Yubel me lo dijo —respondió la pequeña Mizuchi a la pregunta de su hermano—. Ella está aquí para recoger a Juu. —Volvió a dirigirse a Camula—: ¿Verdad que sí?
Camula no supo qué responder, en cambio, el niño asintió lentamente.
Por un momento, Camula tuvo la impresión de que, para Taku, las palabras de su hermana eran una verdad absoluta, casi como si hubiera un entendimiento entre ellos que iba más allá del mundo natural. Ella lo intuía por ciertos detalles que para los mortales habrían pasado por completo desapercibidos. La forma en la que parecían transmitirse mensajes entre ellos sin palabras, de tal manera que en el aire se generaba una suerte de electricidad estática, solo reconocible para los versados en las artes de los poderes mentales.
No obstante, aun con ese entendimiento de que Mizuchi decía la verdad, el niño todavía veía a Camula con el ceño fruncido en clara actitud defensiva.
La curiosidad de la vampira se incrementó con respecto a estos niños. ¿Eran conscientes de su uso de una comunicación no verbal mediante pensamientos no era algo precisamente normal para los humanos? ¿Quién era Yubel? ¿Por qué le había dicho a Mizuchi que ella estaba allí para recoger a «Juu»?
—¿Quién es «Juu»? —preguntó Camula, intuyendo ya a quién se refería Mizuchi.
Para confirmar las sospechas de Camula, Mizuchi alzó su mano, señalando al bebé en sus brazos con su pequeño dedo índice.
—Él es Juu —dijo—. En realidad, Yubel dice que su nombre es Judai, pero me agrada más Juu.
¿Yubel dice? ¿Estaba allí esa persona, Yubel? Camula concentró todos sus sentidos para buscar la presencia de alguien que pudiera estar oculto en el callejón. Como una orgullosa miembro del Clan de la Noche, Camula sabía que había muchos seres con la capacidad de ocultarse a simple vista, incluso de alguien como ella. No obstante, las únicas presencias allí eran la de esos dos niños, ella misma y el bebé en sus brazos. No había el más leve indicio de que allí estuviera esa persona, o ente, a quien Mizuchi llamaba «Yubel».
Sin embargo, al concentrar toda su atención en sentir todas las presencias en ese callejón, Camula sí que notó algo que la desconcertó, ya que, a su vez, explicaba por qué tener a Juu entre sus brazos le traía consuelo como nada lo había hecho en cuatrocientos años. No lo había notado antes debido a la conmoción de encontrarse con una escena como esa, y su posterior intento de explicar qué había pasado allí con exactitud. La presencia de Judai no era humana. Al menos no del todo. En lo más profundo de él latía esa pulsación especial que solo había sentido en un grupo muy específico de almas: las almas de su propio Clan.
Camula fue consciente de que se había quedado absorta en sus pensamientos cuando sintió la pequeña mano de Mizuchi jalando su pantalón para devolverla a la realidad.
—¿Estás bien? —preguntó la niña con un gesto confuso y un pequeño deje de miedo en el fondo.
—Sí, estoy bien —respondió Camula.
Ajustó su agarre sobre Judai una vez más. El niño bostezó, parpadeó un par de veces y luego se acomodó contra el pecho de Camula, quedándose dormido.
Camula sintió ganas de arrullar, pero se contuvo de momento. Ya tendría tiempo de embelesarse con el bebé cuando se lo llevará a casa.
(En ese momento, abrumada por todo lo que ocurría, ni siquiera tuvo tiempo para considerar la posibilidad de que el niño podría tener otros familiares que iban a reclamar su custodia.)
Meciendo al bebé suavemente, Camula centró su atención en Mizuchi y le habló con voz suave:
—Dime, pequeña, ¿quién es Yubel?
—Yubel es el fantasma que cuida de Juu —respondió la niña como si fuera lo más obvio del mundo. Camula notó que la mirada de Mizuchi se dirigió hacia donde estaba el hombre estrellado contra el muro.
—¿Yubel hizo eso? —preguntó.
Mizuchi se mordió el labio. Su hermano, Taku, avanzó hacia ella, una vez más mostrándose protector.
—¿Estamos en problemas? —preguntó Mizuchi en voz baja, apenas perceptible.
Camula la miró, analizando cada uno de sus gestos. La manera en la que dirigió su mirada al suelo, el leve estremecimiento en sus hombros que no necesariamente se debía al frío, y la manera en la que sus labios temblaron como si fuera a llorar en cualquier momento pero haciendo lo posible por contenerse. La niña estaba anticipando un castigo.
—¿Por qué lo estarían? —preguntó.
Taku volvió a pararse entre Camula y su hermana. La vampira podía ver el miedo reflejado en cada uno de sus movimientos. Estaba tenso y movía los ojos de un lado a otro, buscando como escapar. Temía a un posible castigo tanto como su hermana pequeña. Posiblemente a un castigo físico.
Por algún motivo, ese mero pensamiento hizo estallar la rabia dentro de Camula. El pequeño Judai pareció sentir esto, a pesar de que por fuera Camula se mantuvo en calma. Se retorció en sus brazos e hipó varias veces, aunque esta vez no lloró. Quizá ya no tenía la fuerza para hacerlo.
Camula tuvo que recurrir a todo su autocontrol para mantener la calma. Podía entender que la gente de los departamentos que rodeaban el callejón no se compadeciera de una mujer que gritaba, acostumbrados como vivían a la violencia. Pero, si cualquiera de ellos había escuchado el llanto de Judai y ni siquiera tuvo la decencia de llamar a la policía, entonces ella…
Taku retrocedió, haciendo lo posible por mantener a su hermana detrás de él, casi como si fuera un escudo humano. El niño parecía estar más que acostumbrado a hacer eso. Claramente, también tenía un sexto sentido para detectar emociones fuertes, incluso en seres que eran capaces de ocultarlas con la maestría de la que hacían gala los vampiros.
—No estoy enfadada con ustedes —les aseguró Camula, mientras mecía a Judai para que volviera a dormir.
—Está bien, Taku —insistió Mizuchi—. Yubel no dejaría que ella cargara a Juu fuera una mala persona.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó el niño. Al instante pareció arrepentirse, ya que el pesar se dibujó en su rostro.
—Lo sé —dijo Mizuchi con firmeza.
—Te lo prometo, Taku —dijo Camula—. Solo quiero saber qué pasó para poder ayudarlos.
El niño volvió a observarla con esos profundos ojos púrpuras que parecían ver a través de su alma. Camula le dejó ver parte de ella, teniendo cuidado de no revelar del todo que no era un ser humano. Sus instintos gritaban que debía ganarse la confianza de estos niños, sacarlos de allí y ponerlos a salvo.
—Takuma —dijo de pronto el niño—. Mi nombre es Takuma. Solo Mizuchi puede llamarme Taku.
Camula asintió con la cabeza lentamente.
—Muy bien, Takuma entonces.
El niño asintió con su cabeza en entendimiento. Fue un movimiento firme, casi solemne.
—¿Me contarán qué pasó aquí?
—El hombre malo quería hacerle daño a Juu —respondió Mizuchi.
Fue fácil saber qué se refería al sujeto estrellado contra el muro. Camula apenas si pudo contener la rabia tras escuchar que el bebé –el único otro miembro con vida del Clan, además de ella– había sido el objetivo, y no la anciana.
—Ella es la abuela de Juu —prosiguió Mizuchi, ignorando el estallido de furia por parte de Camula. No así Judai, quien volvió a removerse entre sus brazos y su pecho. La tensión de Takuma también se hizo más notoria—. Trató de esconder a Juu en el basurero, pero el hombre malo la atrapó.
¿En el basurero? Camula se dirigió hacia allí. Era uno de los típicos contenedores de basura metálicos de gran tamaño que había en muchos callejones de las ciudades modernas. Dentro, encontró una pañalera con el cierre abierto. Al tocar la bolsa, Camula al instante sintió los rastros de magia. La pañalera tenía varios sigilos de protección bordados en el forro interior. Podía decir que la anciana pretendía dejar al bebé en la bolsa oculto gracias a la magia. Si ese era el caso, la situación se tornaba más preocupante a cada momento.
—Juu comenzó a llorar cuando el hombre malo atacó a su abuela —dijo Mizuchi—. Creo… Creo que se dio cuenta cuando ella… Cuando ella… se fue.
Camula lo entendió. Todavía no sabía cómo era posible que el alma de un vampiro estuviera dentro de un niño claramente humano, pero, si esa parte de él identificó a la anciana como una especie de Madre de Sangre, él habría sentido el momento exacto en la que su vida dejó de existir. La misma Camula había experimentado eso quinientos años atrás. Para ella, fue una experiencia abrumadora, casi tanto como lo fue morir para Renacer en la Sangre. Porque, en cierta forma, al matar a su Madre, los humanos asesinaron también una parte de su alma. Si para ella fue de esa manera, para un niño tan pequeño como Judai debió ser un dolor casi insoportable.
Ahora podía entender por qué la desesperación en su llanto. Y también, por qué la aceptó de inmediato: supervivencia. Se aferró al alma vampírica más cercana que encontró para poder sobrevivir.
—¿Dijiste que Yubel cuida de Judai? —preguntó Camula a Mizuchi.
—Sí. Pero, Yubel es un fantasma, así que no podía tocar al hombre malo. Por eso pidió nuestra ayuda.
Camula miró a los dos niños una vez más, analizándolos.
Takuma le devolvió la mirada, todavía con temor en sus ojos. Mizuchi estaba temblando levemente.
—Lo sentimos —dijo Mizuchi en voz baja.
—¿Por qué?
—Yubel dijo que solo iba a dejar inconsciente al hombre malo.
—Aunque hubiera querido hacer esto, no tenía la fuerza… todavía —agregó Takuma. Parecía que él mismo estaba desconcertado por el hecho de saber eso. Camula entendía el sentimiento. Cuando recién había sido Engendrada, la desconcertaba mucho la manera en como su mente y sus instintos rara vez se equivocaban a la hora de adivinar qué podía estar pensando tal o cual persona.
—Me asusté —musitó Mizuchi—. Juu estaba llorando mucho y el hombre malo venía hacia nosotros para hacernos daño también… —La niña hipó un par de veces—. Yo…. Yo no quería que… esto.
Takuma abrazó a su hermana. La niña se refugió contra su pecho, llorando desconsolada.
Camula podía completar el resto de la imagen por sí misma. Los niños tenían cierto grado de lo que los mortales de hoy conocían como «poderes psíquicos». Tenía mucho sentido si lo veía todo desde esa perspectiva.
Este ser, Yubel, fuera o no un fantasma, tenía el raciocinio suficiente como para decidir que quería proteger al bebé y era lo suficientemente observador como para notar los poderes de los niños. Algo poco usual en un fantasma. Los fantasmas por lo general no pasaban de ser meros ecos de alguien que ya no estaba allí, un último estallido de los mortales para aferrarse a un mundo que debían dejar atrás.
Otra razón para no creer que este Yubel era un fantasma era que también debía de tener la suficiente fuerza como para convertirse en un canalizador de los poderes de esos niños. En su miedo, los niños habrían tomado cualquier oportunidad para escapar del «hombre malo», así que aceptaron ayudar a Yubel a deshacerse de su atacante.
Lo que no estaba del todo claro era si Yubel les había mentido al decirles que solamente quería dejar inconsciente al hombre, o si el poder de los niños era mucho más del que el ser calculó. Podía inclinarse más a lo segundo. Algo le decía que Mizuchi era muy buena en la lectura de las auras. Incluso con su inexperiencia, la niña debía de ser capaz de detectar si debía o no confiar en alguien o en algo. Y, hasta ahora, la impresión que le daba a Camula era que confiaba en Yubel.
En todo caso, el resultado de esa alianza momentánea fue ese: una explosión psíquica que arrojó al atacante contra el muro con tal fuerza que le causó la muerte.
—Muy bien, escúchenme —dijo Camula con la voz más tranquila que pudo—. Yo también tengo poderes especiales como ustedes, y los usaré para sacarlos de esto a salvo. Primero, vamos a llamar a la policía.
Camula notó como Takuma se tensaba, al tiempo que Mizuchi soltaba un sollozo angustioso.
—Por favor, tienen que escucharme. Tenemos que avisar a las autoridades. De todas formas, en cuanto amanezca, alguien va a encontrar esto. Es más, dado el llanto angustioso de Juu, me sorprendería si la policía no está ya en camino. —La mentira se sintió amarga en su boca. Ninguna de las personas que vivían en ese barrio tenía la decencia de siquiera compadecerse del llanto de un bebé—. No necesitan decir nada. Yo utilizaré mi «magia» para arreglarlo todo.
—Pero —dijo Takuma con la voz temblorosa—. Si la policía viene, nos enviarán de regreso con el abuelo. Él volverá a hacerle daño a Mizuchi.
—Eso no va a pasar —les prometió Camula, al tiempo que hacía una nota mental para averiguar qué había pasado en la casa de los hermanos y hacer pagar al responsable.
Estos niños habían protegido a Judai. A pesar de ser solo dos niños desnutridos que escapaban de casa, habían tenido más decencia, valor y compasión como para ayudar a un pequeño que acababa de perder, quizá, a su único cuidador. Además, Judai era familia, un miembro del Clan. Si Takuma y Mizuchi lo habían protegido, eso los hacía parte de su familia.
—¿Lo prometes? —preguntó Mizuchi, asomando la cabeza fuera de los brazos protectores de su hermano.
—Lo prometo por el honor de la familia Karnstein.
Mizuchi asintió, y eso fue suficiente para convencer a Takuma.
Camula sabía que tendría que hacer uso de todos sus recursos, económicos, políticos y sobrenaturales, para arreglar las cosas a su favor. Si bien llevaba haciendo uso de ellos para esconderse a plena vista entre los mortales durante siglos, nunca había estado envuelta en una situación como esa. Aun así, confiaba en que podía arreglar todo ese escabroso asunto. Tenía los medios para hacerlo, en especial en una ciudad como Domino.
Convenció a los hermanos de esconderse de vuelta en su lecho improvisado, mientras ella iba en busca de un teléfono público.
Primero, llamó a su abogado-sirviente, el joven Tachibana, quien de inmediato se puso en marcha. Luego, llamó a la policía. Claro, el que hubiera llamado primero a su abogado, podía hacerla parecer sospechosa, pero era algo que podía barrer muy fácilmente: «Soy una extranjera que vive sola en este país desconocido, y me encuentro con algo así mientras decido salir a pasear para disfrutar el aire fresco de la noche. ¿Qué esperaban que hiciera? Consideré que pedir consejo legal de mi abogado antes de hacer cualquier otra cosa era lo adecuado».
Usó su Dominio para hacer que la historia calzara en las mentes de los agentes y los detectives, a pesar de los puntos flojos obvios. ¿Qué estaría haciendo una mujer como ella en ese barrio específico a esa hora, en una noche tan fría y húmeda como aquella? Por otro lado, la policía de Domino estaba muy bien entrenada en eso de «mirar hacia otro lado», siempre y cuando fuera rentable para ellos.
El inspector en jefe revisó el reporte de sus detectives y calificó la muerte del joven asesino como una simple «muerte misteriosa». Una más de tantas otras que ocurrían en la ciudad cada día.
Mientras tanto, el joven Tachibana empleó todos los recursos de su despacho para asegurarse de que los deseos de su cliente se cumplieran. Los dos niños testigos y el bebé nieto de la víctima de homicidio fueron puestos bajo la custodia temporal de Camula. Después de todo, eran tres niños traumatizados. El juez Hida debía entender que solo se sentían seguros con la joven extranjera, que fue la única allí con la humanidad para ayudarles tras lo que habían tenido que presenciar.
Durante el proceso, Camula se enteró de muchos datos interesantes sobre el pequeño Judai.
En primer lugar, su apellido era Yuki. Yoshino Yuki, su madre, había muerto durante el parto. Su padre, Raiko Yuki, llevaba dos meses desaparecido –su cuerpo fue encontrado en el fondo del río dos semanas luego de ese incidente en el callejón, y la versión oficial fue que murió por deudas con la Yakuza–. Todavía era un misterio por qué motivo su abuela, la señora Chieko Yuki, había tomado la decisión de ir a ese barrio tan peligroso durante la noche, llevando además a su nieto, siendo que era un bebé prácticamente recién nacido. Se especuló que acudió a pagar las deudas de su yerno, pero eso en realidad era solo una forma de las autoridades para lavarse las manos y no tener que investigar más.
Una peculiaridad más sobre la familia del pequeño Judai de la que Camula tomó nota: los Yuki eran un clan matriarcal. Los matrimonios solo se aceptaban, con la condición de que el novio adoptara el apellido de la familia. Además, Judai era el primer varón nacido en la familia hasta dónde llegaban sus registros.
En una de sus reuniones con el inspector en jefe, este le confesó una cosa a Camula con cierta actitud despreocupada que la hizo sentir deseos de drenarlo de sangre allí mismo. Su actitud demostraba lo poco que le importaba todo eso.
—No soy alguien que crea en teorías de conspiración, señorita Karnstein, sin embargo, acá entre nos, comienzo a pensar que hay una, o algo parecido a una, en todo este asunto. —El hombre se permitió una sonrisa irónica—. Los Yuki solían ser muy importantes antes de la Segunda Guerra Mundial. Más que los Kaiba, incluso. Son de las diez familias fundadoras, pero hace mucho que habían pasado a segundo plano en la vida social de Domino.
Fingió acomodar los papeles de su escritorio.
—Tal vez solo es una gran coincidencia, no obstante, eso no hace que dejé de ser sospechoso. Supongo que alguien, o quizá alguna mafia oculta, a saber, quiere desaparecer a las familias fundadoras de la ciudad de Domino. Si…, lo que sea que haya salvado al pequeño, no hubiera interferido, ya solo quedarían tres que tachar de la lista: los Oshita, los Kaiba y los Manjoume. Qué curioso, ¿verdad?
—Bastante —respondió Camula.
Era mucho más que eso. Su Madre, desde el más allá, la había guiado hasta esa ciudad. Allí encontró a un bebé que tenía el alma de un vampiro, además de a dos niños con un poder psíquico que nunca había visto antes en los mortales. Y ahora se estaba enterando de esta «teoría de conspiración» sobre el intento de alguien o algo por acabar con las familias que fundaron la ciudad de Domino.
Camula había dejado de creer en las coincidencias hacía mucho tiempo. Algo la llevó allí, e iba a averiguar por qué.
El jefe de inspectores pareció dejar pasar por alto un detalle, quizá por considerarlo una mera coincidencia: la casa en la que ahora vivía Camula le había sido vendida por el último de los Oshita con vida. Según supo, fue construida sobre las ruinas de una más antigua que estaba allí desde comienzos del período Edo, más o menos por el tiempo en que los antepasados de los Oshita se vieron forzados a dejar su hogar en una de las islas del reino de Ryukyu. El hombre quería deshacerse de la casa a como diera lugar, y se la vendió con todo y muebles, a pesar de que allí había auténticas antigüedades que databan de al menos hacía trescientos años.
—Pueden venderlos por su cuenta o conservarlos, no me importa. —Esas fueron sus palabras exactas cuando le cuestionaron sobre esos muebles, considerando que vendió la casa con ellos a un precio demasiado bajo.
Camula no estaba segura de cómo se relacionaban esas familias fundadoras de Domino con el Clan de los Vampiros, o siquiera si eso era posible. Pero, no le cabían dudas de que al menos había un misterio muy grande allí que bien podría tener que ver con el pequeño Judai.
¿Su razón para pensarlo? Ese «fantasma» llamado Yubel no pareció interesado en proteger a la anciana Chieko Yuki. Su instinto le indicaba que lo único que ese ente quería proteger era a Judai.
Desde que había instalado a Judai en su nueva habitación en su casa, Camula se sentía observada cada vez que entraba allí. No necesitó hablar con Mizuchi para saber que era Yubel quien vigilaba cada uno de sus movimientos cuando estaba cerca de su hijo menor. Camula se encontraba pensando cada vez más en Judai, Takuma y Mizuchi como si fueran sus propias crías.
Había muchos misterios en esa ciudad. Misterios que, de uno u otro modo –a veces muy vagamente–, parecían tener que ver con la historia de la misma, la familia Yuki, y una conexión aún por descubrir con el Clan de la Noche. Y Camula estaba dispuesta a descifrarlos todos para proteger a su nueva familia.
«Cuando mis tres niños estén listos, recibirán la sangre», decidió. Hasta que llegara ese día, haría todo lo necesario para protegerlos y educarlos en los caminos del Clan de los Vampiros.
