Disclaimer: Yu-Gi-Oh! GX no es mío, de otra forma, es casi 100% seguro que al menos la mitad de este fic habría pasado en el canon de una u otra manera.
Capítulo 4
Un espíritu llamado Yubel
Durante miles de años, los seres humanos habían estado en contacto con lo sobrenatural. Solo en fechas recientes, con el avance de su ciencia, comenzaron a despreciar tales cosas. Creían que únicamente su fría lógica basada en números, observaciones y mediciones era aceptable. Al menos la mayoría de ellos lo hacía.
El clan de los vampiros, por otro lado, desarrolló su propio conocimiento basado en saberes arcanos, místicos y un entendimiento del mundo sobrenatural. Como seres que en un sentido estricto estaban muertos, pero aun así caminaban por la tierra, provistos de conciencia y raciocinio, su raza aprendió a controlar esos poderes en lugar de negarlos.
Por un tiempo, los humanos hicieron lo mismo. En tiempos remotos, las curanderas, sabias mujeres que aprendían el saber ancestral para sanar con hierbas y otros métodos «mágicos», fueron respetadas. Hasta que llegó la religión y las condenó a morir colgadas o quemadas en la hoguera por miedo y supersticiones.
En esos días de antaño, cuando la era conocida y los espíritus vagaban libremente por el mundo, todos los seres respetaban las fechas en que confluyen ciertos símbolos. Una de esas fechas sucedía al comenzar la estación fría y oscura. Porque, en el pasado, el mundo reconocía solo dos estaciones: la de la Luz, en que los días eran largos y la tierra se sembraba; y la de la oscuridad, cuando los días se hacían cortos, y las personas se refugiaban con su cosecha y su ganado para pasar la temporada en que la tierra parecía morir.
No es coincidencia que, alrededor del mundo, culturas tan diferentes reconsideran las fechas que ahora se marcaban al final de octubre y comienzo de noviembre en el mundo se hicieran festejos a la muerte. Samhain, Todos los Santos, Halloween. Diferentes nombres para una misma festividad en el calendario occidental.
La fecha, creyeras o no en lo sobrenatural, estaba cargado de un significado profundo. Junto con otras celebraciones, como la Víspera de Mayo –llamada Noche de Walpurgis en las tierras de donde Camula era originaria–, o el llamado Día de la Candelaria, era una noche en la que la línea entre lo natural y lo sobrenatural desaparecía.
En la vieja Europa, sobre todo al norte, se pensaba que los muertos vagaban por la tierra durante Samhain. Camula no estaba segura si los muertos caminaban esa noche como fantasmas, lo que sí que podía asegurar es que, cuando esa noche se acercaba, los seres como ella se hacían más perceptivos.
Ese año, tan ocupada como estuvo la segunda mitad de octubre para garantizar la seguridad de sus crías, Camula pudo dejar pasar dicho momento si Mizuchi no hubiera venido a ella con una petición peculiar: necesitaba una «tabla parlante».
Camula había vivido entre Europa y Norteamérica las últimas décadas del siglo XIX y el comienzo del siglo XX. Los años de apogeo de la moda espiritista. Sus «amigos» humanos la habían invitado a un sin número de sesiones en las que pretendían evocar a los espíritus de los muertos para que hablaran o se manifestaran ante los vivos. Conoció en persona a las fraudulentas hermanas Fox, «tomó» el té con madame Blavatsky, e incluso asistió a innumerables tertulias nocturnas en casa de Aleister Crowley, el Invokador, antes de su desaparición misteriosa en Boca do Inferno, Portugal.
Así pues, conocía muy bien lo que eran las «tablas parlantes». Instrumentos con los que los humanos pretendían dar voz a los espíritus del más allá, y que a su vez estaba basada en un antiguo método árabe de adivinación. Incluso en la actualidad, dichas tablas podían comprarse en cualquier juguetería. Al menos en occidente era así.
—¿Qué tan importante es conseguir una? —cuestionó a Mizu.
La niña se mordió el labio inferior, mientras inclinaba la cabeza. Tras haber vivido ya casi dos semanas con Mizu, Camula había aprendido que cuando hacía eso era porque estaba hablando con Yubel.
—Yubel dice que puede usar una para comunicarse. —Se detuvo a escuchar un poco más—. En dos días, cuando Velo Entre de los Mundos desaparezca por completo.
Camula asintió. Sí, en dos días más, era 31 de octubre, Samhain. Le parecía curioso que Yubel quisiera una tabla parlante de todas las cosas, sin embargo, tenía sentido. El hecho de que fuera un juguete nacido para estafar personas durante la moda espiritista, no significaba que dichos objetos no fueran útiles.
Los humanos depositaron su fe en esas cosas. Y era la fe, la voluntad de creer en algo, lo que confería poder, no si la deidad o el objeto en el que depositas dicha fe existe o funciona, para el caso de las tablas parlantes.
Aleister, el único humano de todos cuantos conoció en esos tiempos que en verdad estaba convencido de todo cuando hacía, siempre fue muy insistente al decir que era la voluntad lo que movía a la magia y no al revés.
En realidad, Camula siempre tuvo la impresión de que Aleister sabía mucho más de lo que decía. Era un hombre obsesionado en perseguir sus metas esotéricas más que ningún otro. Al grado de que casi se mata en Egipto buscando las pistas para resucitar lo que él llamaba El Juego de los Dioses.
Camula recordaba que volvió de ese viaje envuelto en un febril entusiasmo. Luego de eso, balbuceaba sobre cómo el mundo no estaba listo, pero eso cambiaría pronto. También, fue allí en donde escribió su Libro de la Ley –la base de Thelema, filosofía que hasta la actualidad seguía siendo discutida por sus seguidores alrededor del mundo–; y dio las últimas pinceladas a las pinturas que más tarde iban a adornar su Tarot de Thoth.
Viendo a Mizu y a Taku, Camula encontraba algunas similitudes entre ellos y su viejo amigo, quizá el único mortal a quien de verdad consideraba digno de ser llamado así. Esto era especialmente cierto en Taku, cuyos ojos profundos a veces le recordaban a los de Aleister, cuando la miraba desde detrás de sus gafas con un gesto pensativo, como si ella fuera un gran misterio.
«Lo era», se encontró pensando.
No obstante, Camula no quería perderse en sus recuerdos sobre él. Su desaparición la había afectado más de lo que le gustaba admitir. En especial por las circunstancias inusuales en las que se dio.
Él fue el único que, tras haber desaparecido de su vida para mantener sus secretos, consiguió dar con ella. Lo último que supo de él, fue un escueto telegrama entregado a ella en octubre de 1930. Para entonces, hacía ya un mes que Aleister había visitado Boca do Inferno, de donde nunca regresó.
El telegrama decía:
Conozco tu secreto. Hablemos. Iré a verte en cuanto vuelva de Lisboa.
Camula regresó su atención a Mizuchi. La niña estaba esperando su respuesta. La vampira podía ver el temor en sus ojos, el temor de que ella no quisiera escucharla.
—Dime, Mizu, ¿Yubel necesita una tabla parlante en específico? No son fáciles de encontrar en Japón, así que tenemos poco tiempo si queremos encontrarla antes de que pase Samhain.
Los ojos de Mizuchi brillaron con entusiasmo.
—Yubel dice que podemos fabricarla.
Camula asintió. Sí, eso se hacía a menudo en las viejas sesiones del siglo XIX. ¿Por qué comprar una Ouija cuando se obtenían los mismos resultados con papel y un vaso de vidrio?
—¿Debe ser en japonés o le vale el alfabeto latino?
—Yubel no tiene barrera idiomática.
Camula enarcó una ceja ante esa afirmación. Incluso los vampiros debían aprender nuevos idiomas para comunicarse con otros. Aunque, si este espíritu era algo que estaba más allá de lo terrenal, quizá tuviera sentido que no tuviera tales barreras. ¿Quién le decía que Mizuchi no estaba simplemente escuchando una especie de eco psíquico que su mente descifraba como japonés?
—Muy bien, Mizu, la conseguiré. Si tú o Yubel necesitan algo más, solo tienes que llamarme de la forma en que te mostré.
Camula acertó cuando tuvo la idea de que, tal vez, Mizu y Taku podrían aprender algunos de los «trucos» que los vampiros podían hacer de manera instintiva. Uno de ellos era usar la disciplina de la mente para enviar lo que podría ser considerado como una «llamada de emergencia psíquica». De esa manera, ella podría acudir a ellos cuando estuvieran en problemas.
Mizuchi asintió y se retiró para volver a jugar con la muñeca que Camula había comprado para ella.
La vampira iba a atesorar por siempre el recuerdo del brillo asombrado y las pequeñas lágrimas de felicidad de su preciosa niña.
Y a la vez, sentía rabia. ¿Su supuesta familia los había despreciado tanto que ni siquiera consideraron alguna vez darles lo que todo niño debe tener? Un juguete, en el mundo actual, en el que a los pequeños se les permitía ser niños, y no eran tratados como pequeños adultos o mano de obra para la granja familiar, ¿un juguete se les hizo demasiado?
Camula decidió tragarse su furia de momento. Tenía a los mejores investigadores que podía contratar trabajando en el caso de la familia Saiou. Si bien le gustaría ir a drenarlos de sangre, por ahora se conformaría con hacer las cosas del modo en que los mortales lo hacían. Sería sospechoso si los Saiou aparecían todos muertos, especialmente ahora que ella pretendía adoptar a Taku y Mizu.
Al final, Camula optó por contratar a un artesano para que hiciera la tabla parlante. No era algo tan complicado en realidad. Solo debía contener el alfabeto latino, los números del cero al nueve y las simples palabras «sí» y «no». No se molestó en incluir nada más, incluso cuando en la actualidad los humanos hablaban de tener que abrir y despedir la sesión de forma correcta.
El llamado «oráculo» sería una pieza de cuarzo. Los locos de la New Age habían acertado en que el cuarzo tiene propiedades espirituales muy poderosas, al igual que muchos otros cristales. Por supuesto, ellos solamente querían estafar personas, así que realmente no se tomaban la molestia de aprender las maneras para conseguir que funcionaran de manera correcta.
Siguiendo las instrucciones de Yubel, dejó la tabla parlante en la habitación de Juu, sobre una mesita de roble. Eran casi las cuatro de la tarde cuando hizo esto. No estaba segura de si era buena idea que su «sesión» sucediera tan cerca de Judai, pero, si consideraba que el espíritu parecía ser una suerte de guardián para el bebé, tenía mucho sentido que fuera más fuerte cerca de él.
Durante casi todo ese último día de octubre, Camula iba notando una presencia que se hacía cada vez más fuerte. Estaba claro que conforme el día pasaba y la noche estaba cada vez más cerca, el Velo entre los mundos se iba haciendo cada vez más tenue.
A eso de las cinco, con el sol ya prácticamente desaparecido, la enfermera se asustó al jurar que había visto una sombra de una «persona» muy alta que se inclinaba sobre la cuna del bebé. Esto lo hizo de reojo, mientras salía de la habitación tras darle de comer.
—¿Una sombra? —preguntó Camula pretendiendo no entender de qué hablaba.
—Sí, eso mismo. Se lo juro. Cuando me giré a ver no había nada, pero Judai, ¡señor bendito!, estaba riendo como si alguien jugara con él.
Camula sintió ganas de deshacerse de ella allí mismo. En su miedo prefirió salir huyendo de la habitación en lugar de ir a comprobar a Juu. No obstante, necesitaba cumplir al pie de las letras las indicaciones de los servicios sociales y de la agencia de adopción, así que por el momento lo dejó pasar.
Cuando la vampira llegó a la habitación de Juu para confirmar por sí misma, su pequeño niño estaba dormido plácidamente.
—Yubel —llamó Camula—, tal vez debas considerar no asustar a la enfermera.
El inequívoco sonido de algo deslizándose atrajo la atención de Camula hacia la mesa sobre la que descansaban la tabla parlante. Sintió ganas de reír cuando vio que el oráculo se había desplazado hacia el «no».
—Muy bien —dijo Camula—. Al menos procura no asustarla hasta la muerte.
Camula dio media vuelta y salió de la habitación. Yubel podía mover objetos ahora. No era tan sorprendente considerando lo que le hizo a aquel hombre en el callejón.
Las horas restantes hasta la medianoche fueron más lentas de lo que Camula admitiría alguna vez. Para ser una vampira de quinientos años, se estaba poniendo tan ansiosa como una colegiala que espera la llamada de su primer novio. ¿Alguien podría culparla? Hasta ahora, salvo por lo que Mizu le había dicho, este espíritu que estaba tan cerca de su hijo era un completo misterio para ella. ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿Por qué estaba realmente allí? ¿Qué sabía sobre Juu y su situación peculiar?
Cierto, Camula podría haber hecho estas preguntas a través de Mizu, pero prefería mantener a la niña al margen de las cosas más escabrosas. Considerando lo que Yubel hizo en aquel callejón, estaba casi un cien por ciento segura de que las cosas que tenía que decirle no eran algo que una niña debía escuchar.
Si pudiera, Camula también dejaría a Juu fuera de eso. No obstante, Yubel fue muy enfático en que Judai debía quedarse en la habitación. Hasta ahora, el espíritu parecía no querer hacer más que proteger al niño, así que decidió aceptar su condición.
Mizu y Taku aceptaron por esa noche no salir de su propia habitación. Quince minutos antes de la medianoche, Camula se aseguró de que fuera así desde la puerta. Sus dos niños mayores fingían dormir. Negando levemente con la cabeza, cerró la puerta suavemente y cruzó el pasillo hacia la habitación de Juu.
Era una noche despejada en la que el brillo de la luna bañaba con su color plateado los muebles de la habitación del bebé. Contrario a lo usual en las películas de miedo, salvo porque era Samhain y se respiraba en el aire el «aroma» de los espíritus, no había realmente nada que pudiera indicar que esa noche era diferente a la anterior o la que vendría tras el siguiente día.
Camula cargó a Juu, quien dormía tranquilamente, y lo recostó contra su pecho. Su pequeña manita de inmediato se envolvió en los largos mechones verdes de la vampira. Se acercó a la mesa de roble y se sentó a esperar que diera la medianoche.
No se molestó en encender las luces. Dada su naturaleza, podía ver perfectamente en la habitación con la tenue luz que entraba por la ventana.
El reloj parecía moverse muy lentamente mientras Camula esperaba.
Cuando dieron las doce en punto de la noche, Judai se agitó un poco. Era casi como si el bebé pudiera sentir el cambio en el aire. La propia Camula lo sentía, prueba de ello eran sus ojos, los cuales brillaban en la oscuridad como si fueran los de un felino acechando a su presa. Por supuesto, no había ninguna presa allí.
Una pequeña ventisca recorrió la habitación, a pesar de que las ventanas y la puerta estaban firmemente cerradas. Camula arrulló a Judai, quien se agitó una vez más, pero no se despertó.
La silla frente a Camula se movió, como si alguien estuviera acomodándose para sentarse en ella.
Si se concentraba, la vampira casi podía ver la silueta de un ser muy alto. Si esto era lo que la enfermera había visto esa mañana, ahora entendía por qué estaba tan asustada. No era solo la silueta de algo que parecía una persona, sino de un ser con enormes alas que le daban el aspecto de la figura que la cultura popular le había otorgado a los demonios.
—¿Yubel? —preguntó Camula, incluso cuando ya conocía la respuesta.
El oráculo de la tabla parlante se movió indicando «sí».
A pesar de eso, Yubel no parecía haberse movido. De hecho, había «guardado» sus alas. La silla volvió a moverse y Yubel se «sentó» en ella.
—Así que, ¿por qué usar una tabla parlante? —preguntó Camula.
La respuesta de Yubel a través del oráculo fue muy esclarecedora: no tenía la fuerza, al menos no todavía, para hacer que su voz se escuchara. Mizuchi podía oírla debido a sus dotes naturales como médium.
Como humana, Camula había sido alguien mundana, en el sentido de que no tenía ninguna habilidad que la hiciera distinguirse de los otros mortales. Su Madre de Sangre la había escogido únicamente porque más por su fuerza y carácter que por algún don sobrenatural. Como tal, ella no podía establecer contacto con seres que no pertenecían al plano físico.
—¿Por qué querías hablar conmigo? —preguntó Camula—. ¿Es sobre Judai?
«Todo lo que hago es sobre Judai», respondió Yubel formando las palabras en la tabla.
—Supongo que eres el espíritu guardián de la familia Yuki. Vi los sigilos en la pañalera. No soy una experta en la magia, pero aprendí lo suficiente para reconocerlos. Además, los hechiceros de occidente, los verdaderos, solían usar esa clase de amuletos y, se sabe, evocaban espíritus familiares para protegerse a sí mismo y sus familias.
Aleister mismo había podido hacer eso. O eso es lo que decían sus seguidores en Thelema. A pesar de lo mucho que el hombre había agradado a Camula, nunca estuvo lo suficientemente cerca de él como para conocer todos sus secretos.
«No», respondió Yubel. Camula entrecerró los ojos. «La familia Yuki me es irrelevante. Solo protejo a Judai».
—¿Por qué a Juu? —Camula presentía que no iba a gustarle la respuesta a eso, aun así, necesitaba saber.
«Es mi amado».
—¡Es un bebé! —escupió Camula.
«Por ahora».
¿Qué se estaba creyendo este espíritu?
«No siempre ha sido así. Has sentido su alma. Es un alma vieja. Un alma fundida de la misma Oscuridad».
Camula apretó un poco su agarre. Incluso si todo eso era cierto, no cambiaba lo que Juu era.
«Él me juró amor eterno. Yo sacrifiqué todo por él. Nos pertenecemos el uno al otro. Por siempre».
—En ese caso, ¿por qué no salvaste a Chieko Yuki?
«Ella había cumplido su propósito. La familia Yuki ya no es relevante. Protegí el linaje hasta que el Rey volvió a encarnarse en su forma física».
Bueno, eso resolvía una duda. La razón por la que los Yuki sobrevivieron por siglos, incluso milenios, era debido a Yubel. El espíritu era lo suficientemente fuerte como para mantener el linaje de los Yuki a salvo de las enfermedades, hambrunas y guerras que asolaron a la humanidad hasta no hace mucho tiempo.
—¿Cómo sabías que iba a nacer?
«El Rey solo puede nacer en el linaje de la Oscuridad».
—Los Yuki descendían del Rey.
«Sí y no. El primero que fue llamado Rey nació mucho antes de que cualquier civilización humana se hubiera alzado. La línea Yuki solamente era una línea más de su linaje, pero no descendían de Judai. El Enemigo las destruyó a todas y maldijo a la que sobrevivió. Un Heredero en cada generación hasta que el Rey naciera una vez más».
Camula se estremeció. ¿El Enemigo? No sabía a qué enemigo se refería Yubel, pero el simple hecho de ver formarse la palabra en la tabla parlante fue suficiente para que un escalofrío le recorriera la espalda.
«Ahora que Judai ha regresado, la familia Yuki no existirá más».
Si Camula llevaba a cabo sus planes, era obvio que los Yuki desaparecerían con Judai. Los vampiros no podían procrear de la forma en que los humanos lo hacían.
—¿Sabes lo que pretendo?
«Sí. Es la razón por la que has sobrevivido. Antes de que el Enemigo llevara a cabo su ataque, Judai era como tú».
Camula no supo qué debía hacer ante esa revelación. Judai fue como ella. Judai fue un vampiro. ¿Era por eso que su alma se sentía así? ¿Quería acaso decir eso que, de algún modo, los suyos podrían volver?
—Su cuerpo es humano —susurró.
«Por ahora».
—Estabas allí cuando sucedió. ¿A caso tú…?
«No. Yo era humano. Me convertí en esto para protegerlo a él. Entonces, salvo por la Oscuridad que habitaba dentro de él, Judai también era humano. Lo fue hasta que él lo encontró. Fallé. Judai iba a morir y no podía hacer nada. Todo este poder no podía salvarlo. Pero él sí pudo».
—¿Él?
«Aquel al que ustedes llaman Rey de la Noche Eterna».
Camula cerró los ojos. No era un mito. Realmente había un Rey de la Noche Eterna. Por supuesto, Yubel podría estar mintiendo, pero… Había sentido el alma de Judai. Un alma que la llenó de esperanza cuando parecía que nunca más habría un clan de la noche.
—Mi pequeño Juu —susurró Camula mientras besaba la frente de su niño—. Nuestra esperanza.
Entonces, su mirada se ensombreció. Si el Rey lo había Engendrado en la Sangre, ¿cómo es que ahora era un bebé recién nacido? El alma de uno de los suyos atrapado en el frágil cuerpo de un mortal.
—¿Fue ese Enemigo? —preguntó Camula—. ¿Es ese Enemigo el responsable de que Juu…?
«Sí».
Camula cerró los ojos y su rostro se desfiguró en un rictus de dolor. ¿Y si este Enemigo había vuelto? Yubel hablaba de cómo había perseguido y exterminado a todos los linajes de la Oscuridad, quizá en un intento por destruir a Judai. Para evitar que el Rey volviera a nacer.
Recordó el comentario irónico del jefe de inspectores. «Si creyera en conspiraciones, pensaría que esta es una».
Alguien, o algo, estaba cazando una a una a las familias que fundaron la ciudad de Domino. El padre de Judai estaba desaparecido –su cadáver sería encontrado solo unos días después de esa noche–, y su abuela había muerto mientras estaba en el peor barrio de la ciudad a altas horas de la noche. ¿Estaba Chieko Yuki huyendo de alguien? ¿Podría ser esa su razón para estar allí?
La silueta de Yubel se hacía más tenue. La noche estaba pasando y el Velo entre los mundos se estaba cerrando de nuevo.
—¿Es este Enemigo quien ha cazado a las familias que fundaron esta ciudad?
«Sí».
Camula apretó su puño.
—Quieres que haga algo. No me dirías todo esto si no quisieras que lo hiciera.
«Perseguirá a los otros linajes».
¿Otros?
—Dijiste que todos habían sido…
«Para vencer al Enemigo de todo lo que está vivo, los reyes y los nobles de la antigüedad ofrecieron a sus hijos para que sirvieran al Rey Supremo de la Oscuridad y asistirlo en la guerra. Después de que el Enemigo hiriera de muerte a su padre, el príncipe viajaba a Shien para solicitar ayuda en nombre del viejo pacto. Fue entonces que el Enemigo nos encontró. El pacto no pudo honrarse, pero permanecerá siempre atado a su sangre hasta que este sea cumplido».
Camula no tuvo que preguntar. Era claro que este Enemigo haría todo para garantizar que no fuera así.
—¿Cómo puedo encontrarlos?
«El último hijo de la familia Oshita».
Camula movió la cabeza, negándolo.
—Fue él quien me vendió la casa. No creo que él…
«Kagemaru Oshita tuvo otro hijo. Uno no reconocido. Chieko Yuki iba a verlo cuando el Enemigo envió a su agente a buscarla. Su nombre es Daitokuji. Es él quien heredó la voluntad de su padre como el Guardián de la Historia del viejo reino. Es él quién conoce donde están los descendientes de los linajes perdidos».
Muy bien, tenía que encontrar a este hombre, Daitokuji.
—Si encuentro a esos linajes, ¿qué se supone que haga?
«El Rey de la Noche Eterna vio en Judai y aquellos prometidos a él para ser sus caballeros como el futuro para un Clan de la Noche más fuerte. A pesar de las distancias, todos ellos crecieron como una familia. Todos ellos juraron que sus almas no tendrían descanso hasta que el Enemigo fuera derrotado. Y Judai, una vez convertido en un vampiro, prometió que los encontraría a todos…»
El tiempo se había terminado, y con él Yubel perdió la fuerza para continuar hablando a través de la tabla parlante, salvo por simples «sí» y «no».
Camula le sonrió a Judai.
—Si entiendo bien, mi príncipe, lo que tú y nuestro rey querían era hacer fuerte a la familia Engendrando a esos caballeros que te juraron lealtad siendo un humano.
Por supuesto, Judai no podía responder a eso. A pesar de que ya había despertado y ahora estaba dedicándole una de sus sonrisas sin dientes.
Camula se preguntó si el pequeño era consciente de todo lo que pasaba a su alrededor. ¿Sería acaso que, a pesar de parecer solo un bebé, su mente era aguda como la de un anciano vampiro?
Judai apretó sus puños y arrugó la cara.
—Muy bien, un cambio de pañal, un poco de fórmula, y de nuevo a la cama.
Tal vez no era así. Si todas las historias sobre reencarnación eran ciertas, Judai tardaría un tiempo en recordar su vida pasada, si es que alguna vez lo hacía.
En todo caso, Camula por fin tenía un objetivo y un camino que seguir. Primero, encontrar a este Daitokuji. Segundo, asegurarse de que esos linajes perdidos de los caballeros de Judai se convirtieran en el futuro del clan.
