Disclaimer: Yu-Gi-Oh! GX no es mío, de otra forma, es casi 100% seguro que al menos la mitad de este fic habría pasado en el canon de una u otra manera.


Capítulo 5

Historia de una familia


Camula tenía mucho en que pensar con respecto a que haría a continuación. Estaba claro que lo primero era encontrar a este Daitokuji antes de que su enemigo desconocido se le adelantara. A pesar de que la firma de abogados que contrató ya tenía mucho trabajo con todas las gestiones de la adopción, además de encontrar a la familia Saiou, Camula decidió que un trabajo más no les vendría mal. Después de todo, en los pocos años que tenía trabajando con ellos, habían demostrado ser increíblemente útiles. En especial ese joven y entusiasta abogado Tachibana.

Apenas los relojes de la casa marcaron las siete de la mañana del primero de noviembre, Camula llamó a su abogado-sirviente Tachibana. El hombre ya se había acostumbrado a que su cliente –cada vez le costaba más llamarla así y su mente constantemente se desviaba a la palabra «Maestra»–, la señorita Karnstein, tenía sus formas de saber cosas. Por tal motivo, no le extrañó mucho cuando le indicó que debía buscar a un tal Daitokuji, quien seguramente vivía en las cercanías del callejón en el que había encontrado a los niños en esa noche fatal.

Dado el tono de urgencia de esta petición, el hombre se dirigió a su despacho sin siquiera molestarse en desayunar e hizo las gestiones necesarias para que esto se cumpliera. La señorita Karnstein estaba segura de que dicho hombre, Daitokuji, tenía información sobre el porqué la señora Yuki había ido a esa zona de la ciudad esa noche, aun cuando así estaba arriesgando a su nieto recién nacido, y quería hablar personalmente con él al respecto. Si el testimonio del tal Daitokuji lo involucraba o no en el asesinato de la anciana, decidirían que hacer más tarde (no obstante, la señorita Karnstein estaba segura de que no era el caso). Eso sí, mientras fuera posible, nada de involucrar a la policía; si se diera el caso de que esto fuera inevitable, debía hacerse lo necesario, fabricando las pruebas de ser necesario, para que su cliente no se viera involucrada. Era una precaución necesaria dada la fuente desconocida que había pasado la información sobre ese hombre a su cliente.

Hecho eso, Camula decidió que era un buen momento para revisar el resto de la casa.

Si bien le gustaba vivir en enormes y viejas mansiones, normalmente no solía acondicionar todo el lugar para hacerlo habitable. No veía la necesidad cuando era solo ella, a veces un mayordomo y otras veces una mucama, quienes llegaban a habitar esos sitios. Pero, sabiendo la relación del difunto Kagemaru Oshita con la familia mortal de Juu, además de ese llamado «antiguo reino», ahora quería saber por qué el hijo legítimo de ese hombre se deshizo de la casa como quien se deshace de un secreto sucio. Y las respuestas tenían que estar allí, en alguna de las muchas habitaciones, o quizá en el desván o el sótano, que no habían sido tocadas por sus contratistas a la hora de hacer habitable el lugar.

Encontró lo que esperaba: muebles apolillados ocultos bajo capas y capas de polvo. Por un momento, pensó en dejar eso para más tarde. Una vez que la señora Tome y su sobrina, Seiko, se mudaran a la casa, ella podría ocuparse de revisarlo todo sabiendo que alguien estaba cuidando de sus niños. No obstante, con ese enemigo desconocido todavía allá afuera, el tiempo apremiaba.

En la segunda planta encontró un viejo despacho. Esa habitación estaba en mejor estado que el resto, y claramente fue uno de los últimos sitios en los que el anciano Kagemaru pasó una buena cantidad de tiempo antes de enfermar y tener que dejar la casa, seis meses antes de que Camula la adquiriera.

Allí encontró varios archiveros con documentos de la Corporación Kaiba. Camula sabía que Konosuke Oshita, el hombre que le vendió esa casa y único hijo reconocido de Kagemaru, en la actualidad era el vicepresidente de estrategias empresariales de Corporación Kaiba y uno de los hombres de confianza de Gozaburo, si es que alguien como Gozaburo Kaiba realmente confiaba en otros. Sin embargo, ninguno de esos documentos contaba con su firma, siendo una prueba de que tan importante era la familia Oshita en la historia de esa compañía, siempre a la sombra de los Kaiba.

Según algunos de esos documentos, Kagemaru Oshita fue el principal inversor en la compañía y uno de los principales socios para la expansión que había tenido desde que Gozaburo se hiciera cargo. Además de los documentos que daban fe de todo esto, allí había una buena cantidad de pruebas de algunos de los negocios más turbios en los que Gozaburo se había involucrado a lo largo de los años. Esto incluía el financiar a grupos terroristas y antisistema por todo el mundo. Gozaburo no debía saber que tales pruebas existían, o habría mandado a quemar esa casa hasta sus mismos cimientos.

Camula guardó todo eso por si le era de utilidad más adelante. Poner a un hombre como Gozaburo en sus manos, ya fuese mediante el simple chantaje como hacían los humanos en la actualidad, o incluso mediante la esclavitud a través de la Sangre, podría ser muy beneficioso para ella y sus hijos. Antes de que la raza vampírica cayera, muchos de los nobles humanos habían sido meras marionetas controladas por ellos. Quizá era una vieja costumbre que valía la pena recuperar.

La vampira continuó revisando los archivos en busca de más cosas interesantes o que pudieran serle útiles. Fue así que encontró el título de propiedad de una isla en Okinawa. La carpeta que lo contenía además guardaba varias fotografías del lugar, la mayoría de una vieja mansión similar a esa de Domino, pero ubicada en la isla. También contenía fotografías de un yacimiento arqueológico en unas ruinas fechadas, al parecer, en cinco mil años de antigüedad. Llamaba la atención que esas ruinas se parecían más a algo que se podría encontrar en la Europa medieval que en las islas del Pacífico durante el paleolítico.

Aunque, lo que más despertó la curiosidad de Camula, fue una fotografía aérea que permitía ver toda la isla. Ciertamente, parecía ser un lugar interesante, con un volcán, playas y varios riachuelos de agua dulce. A Camula le pareció curiosa una formación rocosa que aparentaba ser una especie de escudo natural en caso de que el volcán entrara en erupción. Según el título de propiedad, allí estaban las ruinas de una antigua aldea que fue parte del reino Ryukyu. Ella podía ver que dicho sitio era el mejor lugar en toda la isla para construir algo. No por nada Kagemaru, antes de morir, había estado planeando construir un enorme complejo en dicho punto, según dejaban ver ciertos documentos dentro de la misma carpeta, aunque no especificaba cuál sería su función.

Bueno, Camula podría encontrar un buen uso para ese sitio, si conseguía convencer a Konosuke Oshita de venderle dicha isla. No debía ser mucho problema gracias a sus habilidades mentales y a su fortuna ilimitada.

Camula guardó los documentos sobre la isla de vuelta en la carpeta y los dejó en una pequeña pila que contenía lo que, hasta el momento, le parecía más interesante de todo lo que contenía lo que fue el despacho personal de Kagemaru.

No parecía que hubiera más documentos legales de interés. Facturas, copias de contratos, cosas relacionadas con Corporación Kaiba… Entonces dio con algo más: varias chequeras viejas en las que se registraban pagos y donaciones a expediciones arqueológicas de todo el mundo, la gran mayoría a Egipto.

Estás últimas resultaron más interesantes para ella, incluso que las pruebas de que Corporación Kaiba estaba involucrada en al menos una decena de matanzas en Medio Oriente y África.

Kagemaru parecía estar especialmente interesado en el misterio que representaban unas extrañas losas de piedra que se podían encontrar en todas las civilizaciones, desde Egipto, Mesopotamia y la antigua China, hasta los Mayas, Incas y Aztecas. Todas esas piedras contenían representaciones de monstruos y diversos seres mitológicos.

Por segunda vez en menos de veinticuatro horas, Camula se encontró pensando en Aleister Crowley. Ella había visto algunas de esas piedras en el sótano de la casa familiar de los Crowley en Londres. El padre de Aleister las había adquirido en algún punto de la década de los 1860, y él creció examinándolas constantemente y tratando de descifrar sus misterios. O al menos eso era lo que siempre contaba a quienes invitaba a ver las piedras. En todo caso, esas fueron las primeras pistas que Aleister tuvo de lo que llegó a llamar El Juego de los Dioses.

El que Kagemaru Oshita pareciera estar tan interesado en esas piedras como lo estuvo su viejo amigo, le hizo preguntarse si no habría relación entre lo que estaba pasando allí y el llamado Juego de los Dioses.

Dejó las chequeras sobre la pila de documentos importantes y continuó con su búsqueda. Encontró muchas fotografías, cajas y cajas, de esas losas de piedra, algunas claramente con más de un siglo de antigüedad. ¿La familia Oshita había estado tras la pista de estas desde siempre o, por el contrario, Kagemaru había adquirido esas fotografías cuando él se interesó por dicho misterio? Una pregunta que tal vez jamás tendría respuesta.

La última cosa que llamó su atención allí fue una fotografía de unos estudiantes, dos chicas y un chico. Habría sido imposible pasarla por alto, ya que estaba en una pila de papeles sobre el escritorio. Esto parecía indicar que fue dejada allí, quizá, la última vez que el anciano hizo uso de esa oficina.

La fotografía era relativamente reciente, quizá de no más de cinco años de antigüedad, así que debió ser parte de la última correspondencia recibida por el anciano Kagemaru antes de que su salud decayera. En la parte de atrás, encontró una nota:

«Querido tío, aquí está la fotografía que nos tomamos en los jardines de Todai y que prometí enviarte en mi última carta.

Nunca dejaré de agradecerte lo suficiente por presentarme a Yoshino. Ya le he pedido matrimonio y nos casaremos en cuanto nos hayamos graduado. Misae (sí, la nieta de tu difunto amigo Kenta Manjoume) aceptó ser nuestra madrina. Es la mejor amiga de Yoshino desde que tienen uso de razón, así que no iba a aceptar un no por respuesta.

Yoshino quiere una boda al estilo occidental, aunque la señora Chieko no está muy contenta con eso. Sé que para ustedes son muy importantes las tradiciones, pero, de verdad, me haría feliz que nos acompañaras. Yoshino dice que, ya que aceptamos la tradición de su familia de que el novio tome el apellido de su familia, lo menos que pueden hacer es aceptar que celebre la boda con la que ella siempre ha soñado.

En todo caso, has sido como un padre para mí desde que los míos murieron, y no puedo pensar en nadie más con quien me gustaría compartir nuestra felicidad».

Camula se sentó en un viejo sofá que había en el despacho a contemplar la fotografía de aquellos jóvenes tan alegres. También leyó la nota en su reverso una y otra vez, atando los cabos sobre todo lo que sabía en su cabeza.

Estas familias fundadoras, al parecer, habían sido muy unidas. Siendo el caso, no era extraño que hubiera constantes matrimonios entre sus jóvenes. Todas las pistas apuntaban a que una de esas chicas en la fotografía era la madre de Juu. No era complicado darse cuenta cuál era ella, dado el cabello de ese color tan peculiar de castaño en dos tonos, claro en las raises y más oscuro en las puntas. Además de su nombre: Yoshino Yuki.

El joven que envió la fotografía al viejo Kagemaru debía ser el desaparecido padre de su pequeño, Raiko Yuki, quizá Oshita de soltero. Camula no estaba segura de esto último, tal vez Kagemaru era su tío por parte de madre. En todo caso, por la forma amorosa en que abrazaba a Yoshino en la fotografía, estaba claro lo enamorado que estaba de la madre de Juu.

La otra mujer aparentaba ser unos cuantos años mayor, así que era probable que estuviera de visita en el campus de Todai –la Universidad de Tokio– para ver a su amiga. Incluso, Camula pensó en la posibilidad que la foto hubiera sido tomada justo cuando le pidieron ser su madrina de bodas. Por su postura, Camula podía decir que era una mujer fuerte y educada.

—Misae Manjoume —susurró. Ahora tenía el nombre de otra persona a quien era de vital importancia encontrar antes que el enemigo. Eso sí es que todavía estaba con vida.

Camula se encontró deseando haberse involucrado con las familias fundadoras de la ciudad desde que había llegado. Si hubiera conocido a esos jóvenes, ¿podría haber cambiado sus destinos?

Sacudió la cabeza. No tenía caso torturarse con cosas que no podía cambiar. Lo que debía hacer era asegurarse de que Juu estuviera a salvo.

El inesperado hallazgo de una fotografía de los padres de Juu motivó a Camula a seguir revisando las pertenencias personales que la familia Oshita había dejado allí. A cada paso que daba, estaba más convencida de que todo lo que estaba ocurriendo era una especie de obra del destino.

Su Madre, desde ese hipotético más allá, le había dado fuerzas para mantenerse en pie a pesar de todas las adversidades y el dolor de los últimos quinientos años. La guio hasta esa ciudad tan lejana de todo lo que había conocido, pero cuya historia, hasta donde podía intuir, estaba estrechamente relacionada con su raza; o al menos con el príncipe de esta, quien había renacido ahora entre las mismas familias que la fundaron.

Viendo todo lo que estaba aprendiendo y lo que había pasado como un gran esquema, Camula se preguntó si en realidad fue coincidencia que Aleister fuera el único humano que se abrió camino en su corazón. Ahora, sesenta años después de la última vez que tuvo noticias de él, se encontraba en ese lugar pistas de alguien que parecía haber perseguido las mismas metas. Tampoco parecía ser coincidencia que dicho hombre hubiera muerto y dejado una casa entera llena de pistas adecuadas con las que ella iba reconstruyendo su historia y, a través de ella, las historias de esas familias que fundaron Domino, la historia de la familia Yuki.

«El destino es curioso», recordó que una vez le había dicho uno de los ancianos del clan, el último a quien vio con vida antes de quedarse sola. «Muchas veces, aquellos que se empeñan en evitarlo, terminan siendo los motores a través de quienes actúa».

¿Sería esto un caso así? Tanto se empeñó ese enemigo del que habló Yubel en cambiar su destino, que al final fue encajando las piezas para que Camula lo hiciera cumplir. Por qué, si estaba tan empeñado en destruir a Juu como Yubel dijo, con cada una de sus acciones lo único que hizo fue empujarlo a los brazos de Camula: una mujer desesperada quien, por primera vez en siglos, tenía esperanza. Y, más importante, una madre que lucharía con todos sus recursos para ver prosperar a sus hijos. El enemigo más formidable que se puede encontrar en cualquier mundo.

Camula sabía que la habitación que fue del anciano estaba en esa misma planta. Por algún motivo, el hombre jamás había querido hacer uso de la recámara principal, aun así, estaba perfectamente amueblada cuando Camula adquirió la mansión. Sin embargo, todo eso fue algo que atribuyó a las típicas excentricidades de hombres como Kagemaru Oshita. Ahora no estaba segura. Tenía el presentimiento de que, incluso las acciones más pequeñas o extrañas llevadas a cabo por ese hombre habían tenido una razón de ser.

Deseaba ir a examinar su habitación y ver si podía encontrar más detalles de la vida de los padres de Juu a través de la correspondencia que sostuvo con su sobrino. Aunque, de momento, tendría que esperar. Era la hora en que Juu despertaba para exigir su comida de la tarde y ella quería ser quien lo alimentara esta vez.

Tomó la fotografía de esos jóvenes tan felices e ignorantes de lo que el destino les aguardaba, y se dirigió a la habitación de su hijo menor.

La enfermera acababa de cambiarle el pañal y ahora estaba preparando la botella con la fórmula.

—Gracias, querida —dijo Camula acercándose a ella—. Pero se la daré yo misma.

La mujer asintió y le pasó la botella, para luego retirarse.

Camula cargó a Juu y fue a sentarse en la misma silla junto a la mesa en donde descansaba la tabla parlante. Antes de darle la fórmula, le mostró la fotografía.

—Mi pequeño Juu, todavía no sé si eres capaz de entenderme, pero aun así quería mostrarte esto. —Señaló a la joven mujer de cabello castaño en la fotografía—. Ella es tu mami. Es hermosa, ¿verdad? Heredaste su mismo color de cabello y, aunque en la imagen tiene los ojos cerrados, tengo el presentimiento de que tenía los mismos hermosos y cálidos orbes color chocolate que tú.

Judai tenía los ojos fijos en la fotografía. Estos parecían brillar con la curiosidad propia de los niños de esa edad. Sin embargo, no dio señales de entender lo que estaba pasando. Aun así, Camula señaló al hombre que abrazaba a la mujer de cabello castaño.

—Él es tu papi. Todavía no sé en dónde está. Si mi instinto no está errado, es posible que ya no esté con nosotros. En todo caso, estoy segura de que te amó mucho. El cariño con el que habla de tu madre no puede negarse. Y cuando dos personas se aman así, por supuesto que aman a sus hijos con la misma devoción y cariño.

Camula mantuvo la fotografía frente a Judai por unos minutos, luego la dejó sobre la mesa, tomó la mamila y comenzó a alimentar al bebé.

—Quizá ellos ya no están, pero yo sí. Nunca podré agradecerles lo suficiente por haber sido tus padres, por permitirme conocerte, mi príncipe. Incluso cuando ellos eran… humanos —terminó en su mente.

Juu comenzaba a quedarse dormido tras haber sido alimentado, cuando fue consciente de que Mizu estaba allí.

La niña había arrastrado un taburete y ahora estaba parada sobre este examinando de cerca la tabla parlante. Cuando notó que Camula la veía, le sonrió con una alegría tal que la vampira podía sentir como se le derretía el corazón.

—Yubel quiere decirte algo —dijo.

—Oh, ¿qué es?

—Dice que quiere decirlo por sí mismo.

Antes de que Camula pudiera preguntar cómo iba a hacer eso, Mizu tocó el oráculo de la tabla parlante con su dedo índice derecho. Al instante, la pieza de madera, metal y cristal comenzó a deslizarse por la tabla formando una palabra: «Gracias».

Camula sonrió.

—Gracias a ti por proteger a mi pequeño Juu —respondió.

Si bien Camula no terminaba de entender cómo funcionaba ese juramento de amor, al menos sabía una cosa: Yubel siempre estaría allí para proteger a Juu.

- GX -

A Camula le tomó dos días enteros revisar las pertenencias de Kagemaru. Así fue como fue descifrando gran parte de la historia del joven matrimonio que terminó trayendo al mundo a su pequeño Juu.

Raiko Oshita era un sobrino en segundo grado del anciano Kagemaru. Quedó bajo su cuidado a la edad de diez años, cuando sus padres murieron en un accidente aéreo. Kagemaru lo cuido, quizá más que a su propio hijo, a juzgar por la pequeña historia de celos que parecía haber entre Konosuke Oshita y el padre de Juu. ¿Estaría acaso el anciano preparándolo para ser el esposo de la heredera Yuki? Con esas familias tradicionalistas nunca se sabe.

Como sea, Kagemaru presentó a su sobrino con la joven heredera en el cumpleaños dieciocho de esta, acontecimiento que quedó consignado en fotografías y una invitación a dicha fiesta, además de una anotación en el diario personal del anciano.

Era fácil saber lo que pasó desde allí, ya que la joven aparecía constantemente en los álbumes familiares que encontró, y en estos Kagemaru había registrado de forma casi obsesiva el crecimiento de su sobrino, tanto en fotografía como en vídeo e incluso anotaciones en diarios. Y claro, la correspondencia que su sobrino le enviaba desde las escuelas en el extranjero a las que lo mandó a estudiar.

Yubel había dicho que los Oshita eran los «guardianes de la historia», siendo ese el caso, tenía sentido el que Kagemaru tuviera tal rigor al documentar la historia de quien posiblemente sería padre del Rey de la leyenda, incluso cuando murió antes haber podido constatar si ese destino iba a cumplirse o no. Aún no estaba del todo claro para ella si el anciano sabía de esas cosas, pero podía intuir que sí. Quizá en alguna de las habitaciones que le faltaban por revisar aprendería un poco más sobre esto. Y todavía estaba pendiente el asunto de la isla, cuya mansión también podría tener algunas pistas. El joven Tachibana ya había contactado a Konosuke Oshita al respecto, pero aún no recibía respuesta alguna.

Cualquiera que fuese el caso, estaba agradecida de que, cuando Judai creciera y quisiera saber sobre sus padres, tendría mucho material que darle.

Los diarios, las cartas, las fotografías, después de esa fiesta de cumpleaños, eran un registro innegable de cómo dos jóvenes fueron enamorándose de una manera que normalmente solo se ve en los cuentos de hadas. Si ese fue el plan de los ancianos desde el comienzo, fueron al menos lo suficientemente inteligentes como para dejar que se conocieran y tomarán sus propias decisiones sin obligarlos. Demasiados matrimonios fallaban en la actualidad por eso. (El pasado era punto y aparte: entonces no se tenían opciones.)

Viendo todo eso, se preguntó si esa fue la razón por la que Konosuke no había querido saber nada de las pertenencias familiares que quedaban allí. Quizá pensó que ella destruiría todo, o lo arrojaría a la basura. Los nuevos inquilinos de una casa normalmente no conservaban las pertenencias personales –menos las que eran tan íntimas como esas– de los dueños anteriores. Estaba segura, al menos, de que si ella no hubiera querido la casa como un simple lugar al cual poder llegar a dormir, se habría deshecho de todo eso.

En todo caso, tenía otra duda: ¿Raiko Yuki sabía que todo eso estaba allí? ¿Qué había sentido cuando se enteró de que la casa se había vendido? Lo más probable era que nunca llegó a saberlo. Konosuke quizá ni se molestó en avisarle. Y, dada esa rivalidad y celos, dudaba de que alguna vez hubiera tenido la intención de devolverle todo eso, siquiera para que tuviera algo con que recordar a su tío.

Lo que Camula sí sabía, era que en sus tres años viviendo allí, ni una sola vez había tenido noticias de este Raiko. No había escuchado de él hasta que terminó adoptando a su hijo.

La historia registrada, como es de esperarse, terminaba (al menos para Kagemaru) cuando el anciano enfermó y, posteriormente, fue enviado a un hospital donde pasaría sus últimos meses.

Camula no tenía manera de saber lo que había pasado con los Yuki desde ese momento hasta que su fatídico destino se cumplió…

No, sí que había una forma. Juu era el último Yuki. Debía haber un testamento. Familias como estas no dejaban nada al azar.

Por supuesto, solicitar que este se revisará podría hacer parecer que todo lo que quería era el dinero –si es que lo había– de esa familia, algo que podría afectar la adopción. No obstante, estaba en la ciudad de Domino. Allí, quien tenía dinero hacía las reglas.

Sí, definitivamente valía la pena comprobar si la familia Yuki tenía registros al menos la mitad de minuciosos que Kagemaru Oshita.