Disclaimer: Yu-Gi-Oh! GX no es mío, de otra forma, es casi 100% seguro que al menos la mitad de este fic habría pasado en el canon de una u otra manera.


Capítulo 6

El vínculo de la Sangre


El domingo tres de noviembre, dos días después de qué Camula hubiera comenzado a revisar las pertenencias del anciano Kagemaru, la señora Tome y su sobrina finalmente llegaron a la residencia Karnstein. Por supuesto, Camula había intervenido para asegurar que el traslado se hiciera lo más pronto posible, haciendo uso del dinero para acelerar las gestiones necesarias. Además, pagó una «multa» equivalente a tres veces la colegiatura anual para que el prestigioso colegio Joran, lugar que normalmente recibía a los hijos de los más ricos de la ciudad, aceptara Seiko justo a la mitad del curso.

Sus motivos para esto último eran varios, pero dos de ellos se destacaban:

Primero, aunque sus planes seguían siendo construir una vida lejos de los mortales, sabía que sus crías necesitaban estabilidad. Enviar allí a Seiko era una forma de comprobar si ese colegio era el adecuado para educar a sus niños. En especial ahora que la corte familiar estaba presionando para que Taku fuera inscrito en el jardín de niños lo más pronto posible. Y Joran era el único colegio privado en la ciudad que manejaba todos los grados de educación obligatorios en Japón, desde guardería y preescolar, hasta preparatoria. Camula pensó que el niño se sentiría más seguro en un sitio donde también estudiaba una cara conocida, incluso si él no desarrolló un apego casi inmediato a la adolescente, como sí lo hizo su hermana menor.

Segundo, tenía planes para convertir a Seiko y a la señora Tome en sus primeros Ghouls. Pagar una educación de prestigio a la niña era fundamental si de verdad quería asegurar un control como el que el Clan tuvo en los asuntos mortales durante la edad media. Colocar a sus sirvientes en un buen estatus de la sociedad mortal era la mejor manera de hacerlo. Mucho más efectiva que simplemente sobornar para que las cosas se hicieran como quería. También era más lento, pero dicho método le aseguraba tener un sirviente completamente leal y que haría lo conveniente para sus amos por «voluntad propia». Esto era un seguro por sí alguien indebido decidía indagar en sus acciones.

Ese primer día, sin embargo, tuvo que jugar el papel que se esperaba de ella: una joven madre abnegada que necesitaba de toda la ayuda posible para cuidar de sus hijos. Una vez la noche cayera y no hubiera miradas indiscretas, Camula tendría la ocasión de poner en marcha su plan con el primer trago de Sangre, que aseguraría el primer paso a formar el vínculo de Maestra-Sirviente con la mujer y su sobrina.

Más allá de la dominación de la mente, lo que de verdad aseguraba la lealtad de un sirviente era la Sangre. Esta, al ser ingerida por un mortal, creaba un vínculo que solo podría ser roto o transferido a alguien más por el Amo. La Vitae, como se llamaba a la Sangre en los días antiguos, de un vampiro era como una poderosa droga. Una vez que la primera dosis fuera dada, el mortal haría cualquier cosa por conseguirla, cediendo incluso su propio libre albedrío.

—No obstante, debes ser cuidadosa —le había explicado su Madre cuando la instruía en los caminos del vampirismo en sus primeras noches—. Alimentarlos regularmente asegurará que su lealtad se mantenga inquebrantable y, en determinados casos, puede darles algunos de nuestros dones. Un Ghoul mantenido adecuadamente puede servirte por siglos sin apenas envejecer, e incluso adquirir algo de nuestra fuerza a fin de servirnos mejor. No obstante, debes pensar muy bien en qué es lo que necesitas antes de hacer esto. No todos los mortales sirven para todos los propósitos. Y algunos son tan fuertes, que muy a pesar de que la Sangre los fuerce a servirte, pueden llegar a desarrollar verdadero odio hacia ti y no dudaran en traicionarte si alguna vez se les da la ocasión.

Camula sabía muy bien esto último, y había elegido a esas dos precisamente teniendo en consideración sus necesidades y las de sus crías, además de tener en cuenta sus personalidades. La señora Tome, más que nada, anhelaba tener hijos, algo que no podía. Ella no traicionaría a las crías que cuidaría como a sus propios hijos. Seiko, por otro lado, estaría eternamente agradecida con ella por pagar la educación con la que soñaba, pero a la que con su economía actual nunca podría permitirse.

Respecto a las necesidades de su familia, en primer lugar, era fundamental tener una niñera confiable que hiciera su trabajo de manera impecable. La señora Tome tenía un historial intachable para los estándares de los mortales, pero eso no servía para cuidar a sus crías, quienes algún día iban a recibir la Sangre. Convertirla en Ghoul era crucial para asegurar esto. Una vez que sus crías crecieran, incluso podría conservarla como ama de llaves de su futuro hogar.

Respecto a Seiko, como se dijo antes, su plan era darle una carrera prestigiosa en la que pudiera ser de más utilidad a largo plazo. Esto, sin embargo, podría ser un problema más tarde. Las universidades de verdad prestigiosas estaban lejos de la ciudad Domino, y la ingesta de sangre debía ser constante a fin de mantener fuerte el vínculo entre el amo y sus sirvientes, al menos durante los primeros años. Una vez que la Sangre estuviera por completo adecuada a su sistema, el vínculo sería irreversible y las dosis pasarían a ser una simple manera de controlar que tan joven o viejo debía aparentar ser el Ghoul, todo a fin de mantener el disfraz ante los mortales.

«Tienes tres años para encontrar la manera de hacer que funcione», se recordó Camula. Además, era el mundo moderno. Había tecnología que se usaba para almacenar sangre y conservarla fresca. Por supuesto, los mortales lo hacían con una intención diferente a la de Camula, pero la tecnología existía y podía aprovecharse.

Tras mostrar a la señora Tome y a Seiko sus habitaciones, las cuales estaban en el mismo pasillo de la segunda planta que las de sus hijos, se dirigieron al cuarto de Judai.

—Mi pequeño Juu necesita los cuidados típicos de un bebé recién nacido —explicó Camula—. Y por ahora, hasta que la corte decrete lo contrario, la mayoría de estos le serán suministrados por nuestra enfermera, la señorita Akira.

La mujer aludida tenía a Judai en sus brazos cuando entraron, ya que lo estaba arrullando para que se durmiera después de su comida de la tarde.

—Juu, por fortuna, goza de excelente estado salud —continuó Camula—. Su abuela y su padre hicieron un trabajo notable antes de morir.

El rostro de la señora Tome se llenó de preocupación.

—¿Se ha confirmado ya la muerte del señor Yuki?

Camula asintió. No necesitaba fingir la consternación. Había visto como fue la vida de Raiko Yuki a través de los registros que Kagemaru Oshita guardaba en esa misma casa. Había sido un buen hombre, para ser un humano. Lamentaba sinceramente que Juu no fuera a conocerlo.

—Ayer por la tarde recibí la confirmación. Encontraron su cuerpo en el río. Todo parece indicar que fue un ajuste de cuentas por deudas de juego.

Mentiras ridículas de oficiales corruptos que no querían hacer su trabajo. Buena, ella tenía los medios para vengar a la familia Yuki. Era lo menor que podía hacer por esas personas, gracias a quienes tenía ahora a su pequeño príncipe Juu.

—¡Oh, lo siento mucho! —dijo la señora Tome con sinceridad, mientras veía al bebé con un gesto consternado. No importaba si Juu no la entendía, quería transmitir toda su simpatía al niño.

Camula le sonrió a la mujer. Había hecho una excelente elección. Tome cuidaría de su pequeña cría con su vida misma de ser necesario.

—Sin embargo, son Takuma y Mizuchi quienes me preocupan más por ahora —agregó Camula—. Es necesario cuidar muy bien su alimentación. La enfermera también supervisará eso, pero nos corresponde a nosotros asegurarnos de que sigan la dieta de manera correcta.

»Al igual que Juu, recibirán continuo tratamiento médico por parte de un hospital privado. He contratado a los mejores pediatras, nutriólogos e incluso un psicólogo para ocuparse de los mayores.

—Comprensible.

—Como he dicho, Takuma y Mizuchi llevan una dieta especial que debe ser vigilada y ajustada periódicamente según las recomendaciones médicas. También, debe ser especialmente cuidadosa de que no se sobrepasen a la hora de comer. Sus estómagos son muy sensibles, en especial el de Takuma, ya que casi todo lo que podía comer se lo daba a su hermana. A causa de esto, tienden a comer muy rápido y en grandes cantidades, un hábito que desgasta mucho más sus ya sensibles estómagos.

»Debido a esto mismo, no se sorprenda si encuentra restos de pan u otros alimentos en sus bolsillos, escondidos dentro de sus mangas y los pliegues de la ropa, o incluso ocultos en su habitación. Para ellos, se ha vuelto una acción inconsciente: almacenan la comida por si no tienen otra pronto, incluso cuando ya saben que eso no será más el caso.

Tras esas explicaciones, pasó a mostrarles las partes de la casa que estaban permitidas. Les explicó que originalmente no había tenido la intención que alguien más que ella fuera a vivir allí, por eso no se había molestado en acondicionar todas las habitaciones. Ahora que eso había cambiado, en las pocas semanas desde que los niños habían llegado, se había arreglado una sala de juegos, una de estudios para cuando la necesitaran y se estaba trabajando en renovar la biblioteca.

También les mostró la cocina, el comedor, la sala de estar y los jardines (los cuales incluían un invernadero y una terraza).

—Estoy en proceso de revisar todo lo que los dueños anteriores dejaron atrás —siguió explicándoles mientras volvían a la cocina—. Una vez que termine eso, los decoradores vendrán a acondicionar el resto de las habitaciones.

—Son demasiadas —dijo Seiko sorprendida—. No creo que las necesitemos todas.

Camula le sonrió de manera enigmática. Claro que iban a necesitarlas. Todas las pistas dejadas por Kagemaru Oshita parecían indicar que, si los caballeros de su joven príncipe estaban allá afuera, debían tener un rango de edad similar al suyo (cosa que Yubel confirmó con un simple «sí» en la tabla parlante). Cuando los encontrara, sin importar las circunstancias, tendría que llevarlos allí. Los mortales no eran confiables para mantenerlos a salvo del Enemigo. La familia Yuki había estado preparada mediante el uso de la magia y no fue suficiente.

—Es cierto —mintió Camula—. Sin embargo, con tres niños pequeños que correrán y saltarán por toda la casa, prefiero que esas habitaciones se encuentren limpias y ordenadas a que vayan a tener un accidente.

Seiko asintió y se disculpó por ser entrometida. Camula no le tomó importancia a eso. Así eran los mortales jóvenes. La Sangre se ocuparía de arreglar eso.

Llegó el momento de ir a ver a Takuma y Mizuchi, quienes estaban descansando en la terraza del jardín, donde les gustaba sentarse a contemplar las nubes.

Mizuchi estaba encantada de que su niñera y su «hermana mayor» por fin estuvieran en casa. Durante toda la tarde, estuvo presentando a Seiko con cada una de las muñecas que Camula le había obsequiado. Todo esto ante la atenta mirada de Takuma, quien permaneció en una esquina de la sala de juegos observando a su hermana como si esperara que en cualquier momento fuera a recibir un desaire por parte de Seiko y tendría que intervenir para consolarla.

—Takuma es muy sobre protector —comentó la señora Tome al ver esto.

—Es natural. Se vio forzado a tomar el papel de un padre a una edad tan joven. Un niño no debería ser así de maduro.

Por supuesto, Camula sabía que esto no era del todo cierto. Ahora a los niños se les permitía ser eso: niños. Durante miles de años no fue así. Apenas tenían la fuerza y la coordinación para usar herramientas, eran enviados a trabajar. Cuando la misma Camula fue una niña humana, más de quinientos años atrás, no le fue permitido ser una niña. Como alguien de la nobleza, su deber había sido aprender a ser una buena dama de la alta sociedad, destinada a ser utilizada por su padre como moneda de cambio en algún matrimonio arreglado.

Cuando llamó la atención de Lady Karnstein y esta empezó a «cortejarla», Camula nunca imaginó el mundo que se abriría para ella: el mundo del vampirismo. Uno en el que podías ser lo que desearás, mientras fueras útil a tu clan. Ella quería recuperar eso para sus crías, darles la libertad de ser ellos mismos, algo que una sociedad mortal no les había permitido hasta ahora.

—Tienen tanta suerte de que usted los haya encontrado —dijo la señora Tome—. El sistema no habría sido amable con ellos y necesitan toda la ayuda y la comprensión necesaria.

—Sí. Pensar que solo me los dejaron porque el Orfanato de la ciudad de Domino no se da abasto. —Camula fingió un suspiró—. Tal vez deba hacer una visita allí más tarde y llevar algo de felicidad a esos pobres niños.

—Es usted una santa, señorita Karnstein.

En realidad, Camula deseaba buscar entre esos niños cualquier indicio de la presencia de algún otro de los Caballeros de su joven príncipe. Si el Enemigo había dado con los Yuki, ¿qué garantías tenía de que no había sido igual con alguno de los otros? Era algo que valía la pena revisar.

La noche finalmente cayó. Camula fue a asegurarse de que Juu durmiera tranquilamente. Mientras, la señora Tome y su sobrina hicieron lo posible para acostar a los otros dos niños.

Mizuchi no quería irse a la cama. No entendía que su «hermana mayor» necesitaba descansar para comenzar sus clases en su nuevo colegio al día siguiente. Por fin había alguien que quería jugar con ella, y no quería que terminara el día. No es que Camula no lo hiciera, pero la niña, en esa madurez poco usual en ella a sus dos años, entendía que su madre estaba haciendo el trabajo necesario para que pudieran quedarse con ella, a salvo. O tal vez, pensó Camula, Yubel se lo había explicado.

Eran más de las diez de la noche cuando Mizuchi finalmente se quedó dormida. La señora Tome y Seiko se dirigieron a sus habitaciones y Camula fue a su despacho, el que alguna vez fue del anciano Kagemaru, a ordenar los documentos que debía presentar al día siguiente en el colegio Joran para finalizar el proceso de inscripción de Seiko.

Aunque, en realidad, estaba esperando el momento idóneo para ejecutar la siguiente parte de su plan.

Pasada la medianoche, cuando sus dos nuevas inquilinas de la residencia Karnstein dormían profundamente, se deslizó con cuidado en sus habitaciones. Primero en la de Seiko, y más tarde en la de la señora Tome.

La niña de tan solo quince años no tenía defensa mental alguna. Un simple susurro en su oído la hizo abrir los ojos sin despertarse del todo, sumida en un trance similar al sonambulismo.

—Por aquí, querida —habló Camula en voz baja, mientras se sentaba en una butaca en la orilla de la habitación.

Seiko caminó hacia ella, mientras Camula cortaba la piel y las venas de su propio antebrazo derecho con un abrecartas. La joven Seiko se arrodilló en el suelo alfombrado, y cuando Camula le ofreció su antebrazo, no dudó en tomarlo con ambas manos y pegar sus labios a la herida abierta.

Camula observó con interés el cambio en Seiko. Era joven, así que su mente todavía no estaba del todo formada, lo cual le permitió moldearla según su voluntad. Sería una buena estudiante, perfecta en todo lo relacionado con el colegio a fin de ser útil a su Maestra. También, sería una guardaespaldas y compañera de juegos idónea para Mizu, Taku y Juu; así como para las otras crías que su Maestra traería con el tiempo. Moriría de ser necesario para que sus pequeños Amos estuvieran a salvo.

Camula acarició el caballo de su sirvienta, mientras esta bebía sorbo tras sorbo de Vitae.

—Suficiente —le ordenó y la joven paró de inmediato. Apartó el rostro de la herida que de inmediato comenzó a cicatrizar, relamiéndose los labios para no desperdiciar ni una gota de la preciosa Sangre que su Maestra fue tan amable de compartir con ella.

Camula la examinó con una expresión de deleite y complacencia en el rostro. La chica estaba despierta ahora, y la miraba como si fuera una diosa que había bajado del mismísimo cielo para bendecirla con sus dones. Sus sentidos debían ser más agudos que los del humano promedio ahora, y ciertamente su rostro había adquirido un semblante que la hacía parecer mucho más madura y hermosa de lo que era, deshaciéndose de los pequeños problemas de acné tan típicos a esa edad.

—Es hora de ir a descansar, querida. Recuerda que debes dar una impresión impecable mañana en tu nuevo colegio.

Seiko asintió e hizo una reverencia profunda ante su Maestra. Camula sonrió con complacencia al ver la sumisión total de sus gestos y movimientos. Sería una sirvienta obediente y muy útil para sus planes.

—Así lo haré, Lady Karnstein —dijo con una voz melodiosa que sin duda había sido mejorada por la Sangre. Y esos eran solamente los efectos que esta tenía en un simple Ghoul. Si Seiko demostraba su valía, tal vez en algún punto podría considerar permitirle convertirse (como se decía ahora en la ficción de los mortales) en un miembro en todo derecho del clan como recompensa.

«No en mi Hija en la Sangre, sino como una dama de compañía adecuada», decidió.

—Buenas noches, querida —se despidió Camula mientras se deslizaba por el suelo sin hacer ruido en dirección a la puerta.

—Buenas noches, Lady Karnstein, espero que tenga una excelente velada.

«Oh, lo está siendo», pensó Camula.

Una vez que terminara de asegurar la lealtad de la señora Tome, iría a cazar una buena comida. Ya le estaba haciendo falta beber un buen trago directo de la fuente.

Se deslizó con la misma facilidad en la habitación de la señora Tome. Al ser una mujer madura, además de acostumbrada a tener que lidiar con niños pequeños y la disciplina que esto conllevaba, fue un poco más complicado ponerla en el mismo trance. Nada que fuera un reto grande, dados sus quinientos años de experiencia, pero sí le llevó más que un simple susurro, a diferencia de a Seiko.

Una vez más, observó fascinada como la Sangre cambiaba el cuerpo de su segundo Ghoul. Se deshizo de las peores arrugas que la edad y el estrés que suponía ser una niñera habían dejado en sus facciones, volvió a tintar algunas de sus canas a su natural color negro, y devolvió a su piel y su busto algo de la firmeza que la edad les había arrebatado.

Su mente cambió de una forma similar a la de Seiko. Sería una niñera adecuada que cuidaría a las crías de su Maestra con su vida misma, e iba a asistirle en todo lo necesario para asegurarse de que estas crecieran fuertes, sanas y con los conocimientos necesarios para ser dignos miembros de la familia Karnstein y del clan de los vampiros. Además, se aseguró de que su lealtad fuera especialmente fuerte hacia Juu, al grado de que en su mente Judai estaba en el mismo rango que su Maestra. Todo joven príncipe necesitaba de una nana adecuada, y la señora Tome cumpliría esa función.

Una vez le ordenó a su nueva sirvienta volver a dormir, Camula salió de la habitación cerrando la puerta con suavidad detrás de ella.

Se detuvo en seco cuando vio la frágil figura de Taku observándola desde el otro lado del pasillo. No había miedo en esos dos orbes de color púrpura, sino algo de curiosidad mezclada con extrañeza, como si estuviera ante un gran misterio al que necesitaba dar una explicación.

—Es muy tarde, querido, deberías estar en la cama. ¿No puedes dormir? —le preguntó con voz amable—. ¿Quieres un vaso de agua o que te acompañe al baño?

Taku negó con su cabeza, sin apartar la mirada de Camula.

—Ellas… —comenzó, pero luego pareció querer reformular sus palabras. Sacudió la cabeza y retomó lo que quería decir antes—. La señora Tome y la señorita Seiko… Ellas, ¿ahora son cómo tú?

La pregunta tomó por sorpresa a Camula. Fue solo su experiencia de quinientos años manteniendo una cara de póquer cuando la situación lo requería lo único que le permitió mantener su expresión calmada ante el cuestionamiento de su hijo mayor.

—¿Son cómo yo? —preguntó tranquilamente.

—Sí, ¿ahora también beberán sangre como tú?

Esa pregunta la descolocó mucho más y casi consiguió derribar todas sus defensas. Había sido muy cuidadosa en no dejar que ellos supieran sobre eso, al menos no hasta que estuvieran listos para aceptar que su nueva madre era una vampira.

—Takuma, ¿por qué piensas que yo…?

—Te he visto.

Camula genuinamente se quedó sin palabras. ¿Había cometido un error? No, ni siquiera se había alimentado en Domino. Desde que los aceptara en su casa, prefería hacerlo en Kagoshima o alguna otra ciudad cercana. Entre más lejos de sus niños, mejor.

Otra cosa que llamó la atención de Camula fue la forma natural en que había dicho eso. Sin temor alguno, aceptando el que ella bebiera sangre como un hecho irrefutable, igual que lo eran el mismo día y la noche, o la existencia de la gravedad.

El niño caminó hacia ella, tranquilamente y sin duda alguna.

Camula lo miró acercarse, sin apartar sus ojos de los suyos. Su inusual color púrpura parecía brillar de manera sobrenatural al reflejar las tenues luces eléctricas del pasillo.

Taku se detuvo dos pasos por delante de ella, alzó las manos y Camula, entendiendo de forma instintiva lo que quería, se agachó frente a él. La calidez de las pequeñas manos del niño de cuatro años contrastaba con la frialdad de la piel de un vampiro. Camula no pudo reprimir un escalofrío agradable ante eso. Takuma posó entonces su frente contra la suya.

Un segundo después, las luces, los muros, pisos y techos de la mansión a su alrededor parecieron desvanecerse, como si se estuvieran desdibujando en el aire.

Pronto vio un salón con la elegancia de aquellos salones medievales en los que su familia, o varias familias del clan, se reunían para festejar las ocasiones especiales. Pero no era el pasado, era el futuro. Lo sabía, ya que en una esquina de aquella habitación pudo distinguir tanto a Taku como a Mizu. Estaban de pie, ambos con el aspecto hermoso y elegante de dos jóvenes en la flor de la vida. Vio a Seiko acercarse a ellos con una bandeja en su mano, sobre la cual llevaba dos copas para ellos. El contenido de esas copas era rojo y claramente no era vino tinto, sino el vino de todos los vinos.

Había más jóvenes y jovencitas, todos repartidos por el salón. Algunos claramente ya habían sido engendrados y otros más parecían estar esperando su turno. Todos ellos, sin embargo, compartían la felicidad de estar allí en una reunión familiar. Algunos se besaban en las mejillas, otros bromeaban entre sí o incluso bailaban. Aunque, todos ellos, sin excepción, pasaban a saludar a su Madre antes de ir al encuentro con sus hermanos y hermanas.

Y su madre no era otra que la misma Camula, quien los observaba complacida desde una elegante silla en uno de los extremos del salón.

A su derecha, la señora Tome permanecía de pie mientras miraba a los jóvenes con una expresión de orgullo y cariño que rivalizaba con la de la propia Camula. Era el orgullo de quien ve a sus hijos listos para salir al mundo y conquistarlo.

Del otro lado, a mano izquierda de la Camula del futuro, un hombre que aparentaba estar en sus treinta, de larga cabellera negra y anteojos, sonreía a los reunidos, saludando a quienes se acercaban a presentar sus respetos a su Madre con una ligera inclinación de cabeza.

Sin embargo, todas las risas, bromas y bailes se detuvieron cuando las puertas dobles del salón se abrieron. Dos jóvenes, uno de tupida cabellera castaña que se volvía anaranjada en las raíces, y otro de cabellera azul suave con mechones que parecían ir en todas direcciones, entraron al salón.

«¡Mi pequeño Juu!», quiso exclamar Camula ante la visión. Claro, ya no era pequeño. Su bebé había crecido hasta ser un joven delgado y grácil, aunque con una presencia que sin duda imponía con la majestuosidad de un verdadero rey. El elegante traje negro con bordados dorados que usaba resaltaba esa sensación.

En la visión, Judai miró a todos los allí reunidos con unos ojos cálidos del color del oro fundido. Una mirada de amor incondicional a todos los que le habían estado esperando, su familia. Y, cuando esa mirada se detuvo en la Camula de la visión, la Camula del presente no pudo hacer sino ponerse de pie entre ambos a fin de mirar directo a los ojos del Judai del futuro. Cuando vio esos ojos, sintió un amor y una adoración especial que hizo a su corazón latir con fuerza en su pecho. Su pequeño príncipe la amaba con la intensidad y el cariño especial que solo se pueden sentir hacia una madre.

El joven vampiro asintió levemente hacia ella, antes de regresar su atención al joven que lo acompañaba. Se inclinó levemente, ya que ese otro joven era más bajo que él por una cabeza, y susurró algo que le provocó un sonrojo a su acompañante. Entonces se rio, y a pesar de que la visión carecía de sonido, Camula casi podía oír la melodía de aquella risa, suave como una campanilla.

Se inclinó entonces un poco más para robar un beso de los labios de su acompañante.

Camula sintió que su corazón se detenía cuando un ser se formó detrás de los jóvenes vampiros. Era alto, de piel escamosa y con dos enormes alas de murciélago. Ella había visto la silueta de un ser similar varias noches atrás en la habitación de su bebé.

«Yubel», pensó.

El espíritu, no obstante, parecía completamente sólido en esa visión. Sus manos, una humana y otra con garras, se posaron suavemente sobre los hombros de los dos jóvenes vampiros, Judai y su joven amante. Judai dijo algo más, mientras le sonreía a Yubel y provocaba que un rubor intenso se extendiera por las mejillas de su amante de cabello azul. Yubel, en cambio, simplemente negó con la cabeza, como acostumbrado a las payasadas de su joven amante y protegido.

La visión se desvaneció de la misma forma en que apareció, como si fuera tinta, diluyéndose en un papel sumergido en el agua.

Camula abrió los ojos, encontrándose de nuevo en el pasillo de su casa de la ciudad Domino, todavía con Taku sosteniendo sus mejillas.

El niño de cuatro años se veía tan diferente a su versión adulta. Aquel joven adulto, a pesar de ser claramente un vampiro, tenía un rostro más relleno y sin las marcas dejadas por la desnutrición.

Cuando Taku la soltó, Camula se apresuró a tomar su mano derecha entre las suyas. Era tan pequeña y delgada que se sentía frágil, como si la más leve presión –aun sin la fuerza sobrenatural de un vampiro– pudiera romperla. Camula depositó un suave beso en el dorso de esa mano.

—Creo que un vaso de leche te caería bien —dijo—. ¿Te gustaría, Taku? Beber un poco de leche tibia mientras hablamos en la cocina.

El niño asintió lentamente.

Camula sintió la calidez expandiéndose por su pecho cuando el niño no la corrigió, como había hecho varias veces en las últimas semanas. Al igual que Mizu, ahora ella tenía permitido llamarlo «Taku».

—¿Puedo tener algo más? —preguntó con esa voz rica y profunda que no cuadraba del todo con su aspecto pequeño y frágil.

—¿Qué te gustaría?

—Una de esas galletas de chocolate que trajo la señorita Tome.

Camula le dio permiso para comer una de esas, quizá dos, mientras hablaban sobre esa visión y cómo había llegado a tenerla.

—¡Gracias, mamá!

Camula se detuvo en seco. Miró al niño frente a ella, quien también se detuvo al notar que no caminaba hacia la cocina como habían acordado. Se giró lentamente, con el temor de haber hecho algo mal.

Un instante después, Camula lo tenía abrazado contra su pecho.

—Gracias —susurró en su oído.

Se quedaron así un rato. La conversación, la leche y las galletas olvidadas de repente. Aun así, a Taku no le molestaba. A pesar de que el cuerpo de Camula, («De mamá», se corrigió) era frío, se sentía bien estar en sus brazos. Era como estar en los brazos protectores de su verdadera madre.

Mizu tenía razón. Podía enseñarle a Camula su don para ver hacia adelante, y esta no iba a odiarlo ni a usarlo para ganar dinero como el padre de su madre. No iba a odiarlo por ser hijo de un monstruo como ese «asqueroso gitano» (palabras de su abuelo) que se había atrevido a manchar el noble linaje de su familia.