Capítulo Veintiséis

La Mansión Malfoy

Harry se giró y miró a sus dos amigos, meras siluetas en la oscuridad. Hermione lo apuntaba a la cara con la varita, en vez de dirigirla contra los intrusos. Hubo un estallido, un destello de luz blanca, y el muchacho se dobló por la cintura, dolorido y cegado. Al llevarse las manos a la cara, notó que ésta se le hinchaba rápidamente, al mismo tiempo que unos pasos pesados lo rodeaban.

—¡Levántate, desgraciado!

Unas manos lo arrastraron con rudeza por el suelo y, antes de que pudiera defenderse, alguien le registró los bolsillos y le quitó la varita de endrino. Harry se tapaba la dolorida cara con las manos y la notaba irreconocible al tacto: tensa, hinchada y abultada como si hubiera sufrido alguna virulenta reacción alérgica. Los ojos se le habían reducido a dos rendijas por las que apenas lograba ver, y como las gafas se le habían caído cuando lo sacaron a empujones de la tienda, lo único que distinguía era las borrosas siluetas de cuatro o cinco personas que arrastraban también a la fuerza a Ron, Mildred, Once y Hermione.

—¡Suéltela! —gritó Ron. Y de inmediato se oyó el sonido de un puñetazo; Ron gruñó de dolor y Hermione chilló:

—¡No! ¡Déjenlo! ¡Déjenlo!

—A tu novio le va a pasar algo mucho peor si está en mi lista —le advirtió aquella voz bronca, horriblemente familiar—. Vaya muchacha tan deliciosa… Qué maravilla… Me encanta la piel tan suave… Estoy de suerte, dos más... Tres por el precio de uno

A Harry se le revolvió el estómago. Había reconocido la voz: era la de Fenrir Greyback, el hombre lobo al que permitían llevar la túnica de los mortífagos a cambio de sus feroces servicios.

—¡Registren la tienda! —ordenó otra voz.

Tiraron a Harry al suelo, boca abajo. El muchacho oyó un ruido sordo y dedujo que Ron había caído a su lado. Se oyeron pasos y golpes; los hombres registraban la tienda, revolviéndolo todo y volcando las

sillas.

—Y ahora, veamos a quién hemos pillado —se regodeó Greyback, y le dio la vuelta a Harry. Una varita mágica le iluminó la cara, y Greyback se carcajeó y bromeó—: Voy a necesitar cerveza de mantequilla para tragarme a éste… ¿Qué te ha pasado, patito feo? —Harry no contestó—. Te he hecho

una pregunta —espetó Greyback, y le dio un golpe en el estómago que le hizo doblarse de dolor.

—Me han picado unos insectos —masculló Harry.

—Sí, eso parece —dijo otra voz.

—¿Cómo te llamas? —gruñó el hombre lobo.

—Dudley —contestó Harry.

—¿Y tu nombre de pila?

—Vernon. Vernon Dudley.

—Busca en la lista, Scabior —ordenó Greyback, y se movió para examinar a Ron—. ¿Y tú quién eres, pelirrojo?

—Stan Shunpike.

—¡Y un cuerno! —protestó Scabior—. Conocemos a Stan; ha hecho algún que otro trabajito para nosotros.

Se oyó otro puñetazo.

—Me llamo Bardy —balbuceó Ron, y Harry dedujo que tenía la boca ensangrentada—. Bardy Weasley.

—Ajá, ¿un Weasley? —se sorprendió Greyback—. Entonces, aunque no seas un sangre sucia, estás emparentado con traidores a la sangre. Bien, por último, veamos a nuestras preciosas cautivas… —El gusto con que lo dijo hizo que a Harry se le pusieran los pelos de punta.

—Tranquilo, Greyback —le advirtió Scabior mientras los otros reían.

—No te preocupes, todavía no voy a hincarle el diente. Comprobemos si es más ágil que Barny para recordar su nombre. ¿Cómo se llaman, preciosas?

—Penélope Clearwater —contestó Hermione. Lo dijo con miedo pero sonó convincente.

— Belladona Ramsey — contestó Mildred y miró a Once. — Ella es Eloise Wheeler.

—¿Qué Estatus de Sangre tienen?

—Sangre mestiza.

—Será fácil comprobarlo —opinó Scabior—. Pero los cinco parecen tener edad de estar todavía en Hogwarts.

—Nos hemos escapado —soltó Ron.

—¿Que se han escapado, pelirrojo? —masculló Scabior—. ¿Para qué, para ir de acampada? Y no se les ocurrió nada mejor que hacer, para reírse un poco, que utilizar el nombre del Señor Tenebroso, ¿no?

—No nos estábamos riendo —se defendió Ron—. Fue un accidente.

—¿Un accidente, pelirrojo? —Más risas y burlas.

—¿Sabes a quiénes les gustaba utilizar el nombre del Señor Tenebroso, Weasley? —gruñó Greyback —. A los de la Orden del Fénix. ¿Te suena de algo?

—No.

—Pues bien, como no le muestran el respeto debido al Señor Tenebroso, hemos prohibido pronunciar su nombre, y de esa forma hemos descubierto a algunos miembros de la Orden. Bien, ya veremos.

¡Atenlos con los otros dos prisioneros!

Alguien levantó a Harry del suelo tirándole del pelo, lo arrastró un corto trecho, lo sentó y lo ató de espaldas a otras personas. El chico apenas distinguía nada entre los hinchados párpados. Cuando el que

los había atado se apartó de ellos, Harry les susurró a los otros prisioneros:

—¿Alguien conserva su varita?

—No —respondieron Ron y las hermanas Hardbroom, uno a cada lado de él.

—Ha sido culpa mía. He pronunciado el nombre. Lo siento…

—Eh, ¿eres Harry?

Esa otra voz era conocida y provenía justo de detrás de Harry, de la persona que habían atado a la izquierda de Hermione.

—¡No me digas que eres Dean!

—¡Hola, amigo! ¡Si descubren a quién han atrapado…! Son Carroñeros y sólo buscan a alumnos que han hecho novillos para cobrar la recompensa.

—No está nada mal el botín, para una sola noche, ¿eh? —iba diciendo Greyback; alguien calzado con botas tachonadas pasó cerca de Harry y luego se oyeron más golpes en el interior de la tienda—. Un

sangre sucia, un duende fugitivo y cinco novilleros. ¿Has buscado ya sus nombres en la lista, Scabior?

—Sí. Aquí no aparece ningún Vernon Dudley.

—Interesante —dijo el hombre lobo—. Muy interesante.

Y se agachó al lado de Harry, que distinguió, a través de las finísimas rendijas que separaban sus hinchados párpados, una cara cubierta de enmarañado pelo gris, con bigotes, afilados dientes marrones y

llagas en las comisuras de la boca.

Greyback olía igual que en lo alto de la torre donde murió Dumbledore: a mugre, sudor y sangre.

—Así que no te buscan, ¿eh, Vernon? ¿O figuras en esa lista con otro nombre? ¿En qué casa de Hogwarts estabas?

—En Slytherin —contestó Harry sin vacilar.

—Qué curioso. Todos creen que eso es lo que queremos oír —se burló Scabior desde la oscuridad —. Pero nadie es capaz de decirnos dónde está la sala común.

—Se halla en las mazmorras y se entra por la pared —dijo Harry—. Está llena de cráneos y cosas así, y como queda debajo del lago, la luz tiene un tono verdoso.

Hubo un súbito silencio.

—Vaya, vaya, parece que esta vez hemos capturado a un verdadero Slytherin —dijo Scabior al fin—. Bien hecho, Vernon, porque no hay muchos sangre sucia en esa casa. ¿Quién es tu padre?

—Trabaja en el ministerio —mintió Harry. Sabía que la historia que se estaba inventando se derrumbaría a la mínima investigación, pero sólo disponía de tiempo hasta que su cara recuperara el aspecto normal, porque entonces acabaría el juego. Así que añadió—: En el Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia.

—¿Sabes qué, Greyback? —murmuró Scabior—. Me parece que es verdad que ahí trabaja un tal Dudley.

Harry apenas podía respirar. ¿Saldría del atolladero de pura chiripa?

—Vaya, vaya —dijo el hombre lobo. Harry detectó un minúsculo deje de temor en esa voz insensible, y comprendió que Greyback estaba preguntándose si sería verdad que había atrapado al hijo de un funcionario del ministerio. El corazón del chico latía a cien contra las cuerdas que le aprisionaban el

pecho; no le habría sorprendido que Greyback se hubiera percatado de ello—. Si nos estás diciendo la verdad, patito feo, no te importará que te llevemos al ministerio, ¿verdad? Espero que tu padre nos recompense por haberte recogido.

—Pero si usted nos deja… —balbuceó Harry con la boca seca.

—¡Eh! —gritó alguien dentro de la tienda—. ¡Mira esto, Greyback!

Una oscura silueta se acercó rápidamente hacia ellos, y Harry vio un destello plateado a la luz de las varitas. Habían encontrado la espada de Gryffindor.

—¡Muuuuy bonita! —dijo Greyback con admiración, y la cogió de las manos de su compañero—. Ya lo creo, bonita de verdad. Parece obra de duendes. ¿De dónde han sacado esto?

—Es de mi padre —continuó mintiendo Harry, y confió, contra todo pronóstico, en que estuviera demasiado oscuro para que Greyback viera el nombre grabado justo debajo de la empuñadura—. La cogimos prestada para cortar leña.

—¡Un momento, Greyback! —exclamó Scabior—. ¡Mira qué dice aquí, en El Profeta!

La cicatriz de Harry, muy tensa en la dilatada frente, le ardió con furia y el muchacho vio, con mayor claridad que lo que estaba pasando alrededor, un edificio altísimo, una lúgubre e imponente fortaleza

negra como el azabache, y de pronto los pensamientos de Voldemort recuperaron la nitidez: se deslizaba hacia ese gigantesco edificio con determinación y euforia contenida…

Tan cerca… tan cerca ya….

Haciendo un esfuerzo monumental, Harry cerró la mente a los pensamientos de Voldemort y trató de concentrarse en que estaba allí, atado a Ron, Hermione, Mildred, Once, Dean y Griphook en la oscuridad, escuchando a Greyback y Scabior.

—«Hermione Hardbroom —iba leyendo este último—, la asquerosa mestiza que según todos los indicios viaja con Harry Potter y sus hermanitas.»

Hubo un momento de silencio. A Harry le punzaba la cicatriz, pero se empeñó en mantenerse en el presente y no entrar en la mente de Voldemort. Oyó el crujido de las botas de Greyback cuando éste se

agachó frente a Hermione.

—¿Sabes qué, muchachita? La chica de esta fotografía se parece mucho a ti.

—¡No soy yo! ¡No lo soy! —El aterrado chillido de Hermione equivalió a una confesión.

—«… que según todos los indicios viaja con Harry Potter» —repitió Greyback con calma.

Una extraña quietud se apoderó de la escena. Pese a que su cicatriz estaba alcanzando cotas de dolor insospechadas, Harry luchó con denuedo contra la atracción de los pensamientos de Voldemort; nunca había sido tan importante que se mantuviera absolutamente consciente.

—Bueno, esto cambia las cosas, ¿no? —susurró Greyback.

Todos callaron. Harry percibió cómo los Carroñeros, inmóviles, los observaban, y notó también el temblor del brazo de Hermione contra el suyo. Greyback se enderezó, dio un par de pasos hacia Harry,

volvió a agacharse y examinó minuciosamente sus deformes facciones.

—¿Qué tienes en la frente, Vernon? —preguntó en voz baja, y presionó con un mugriento dedo la cicatriz.

Harry olió su fétido aliento.

—¡No me toque! —gritó, porque creyó que no soportaría el dolor.

—Creía que llevabas gafas, Potter —dijo Greyback.

—¡Las he encontrado! —alardeó un Carroñero que estaba un poco más lejos—. Había unas gafas en la tienda, Greyback. Espera…

Y unos segundos más tarde se las colocaron a Harry. Los Carroñeros se acercaron y lo observaron atentamente.

—¡Es él! —bramó Greyback—. ¡Hemos atrapado a Potter!

Todos rieron con malicia.

—¡Al cuerno con el ministerio! —gruñó Greyback—. Se pondrán ellos la medalla y a nosotros no nos reconocerán ningún mérito. Propongo que se lo llevemos directamente a Quien-ustedes-sabes.

—¿Qué pretendes hacer? ¿Le avisarás, o lo harás venir aquí? —preguntó Scabior, muerto de miedo.

—No, yo no tengo… Dicen que utiliza la casa de los Malfoy como cuartel general. Lo llevaremos allí.

Harry creía saber por qué Greyback no podía avisar a Voldemort, pues, aunque al hombre lobo le permitían llevar túnica de mortífago cuando a ellos les interesaba, tan sólo los componentes del círculo más allegado a Voldemort tenían grabada la Marca Tenebrosa para comunicarse entre ellos. Pero a Greyback no le habían concedido ese honor.

—¿… completamente seguro de que es él? Porque si no lo es, Greyback, estamos acabados. La Dama Oscura pedirá nuestras cabezas.

—¿Quién manda aquí? —rugió Greyback para disimular su ineptitud—. He dicho que es Potter, y él más su varita significan doscientos mil galeones. Pero si alguno de nosotros es demasiado cobarde para

acompañarme, que no lo haga. Me lo llevaré yo, y con un poco de suerte me regalarán a las chicas.

—¡De acuerdo! —decidió Scabior—. ¡De acuerdo, iremos contigo! ¿Y los demás qué, Greyback? ¿Qué hacemos con ellos?

—Podríamos llevárnoslos a todos. Hay dos sangre sucia; eso significa diez galeones más. Y dame también la espada; si eso son rubíes, ganaremos una pequeña fortuna.

Mientras forzaban a los prisioneros a ponerse en pie, Harry oyó la agitada respiración de la asustada de las hermanas Hardbroom.

—Cogenlos fuerte y no los suelten. Yo me encargo de Potter —ordenó Greyback agarrando a Harry por el pelo; el muchacho notó cómo las largas y amarillentas uñas del hombre lobo le arañaban el cuero

cabelludo—. ¡Voy a contar hasta tres! Uno… dos… ¡tres!

Se desaparecieron llevándose a los prisioneros. Harry forcejeó para soltarse de la mano del hombre lobo, pero fue inútil porque Ron y las hermanas Hardbroom iban pegados a él, uno a cada lado, y no podía separarse del grupo; cuando se quedó sin aire, la cicatriz le dolió aún más…… se coló por aquella ventana que no era más que una rendija, como habría hecho una serpiente, y se posó, ligero como el vapor, en el suelo de una especie de celda…

Los prisioneros entrechocaron al tomar tierra en un sendero rural. Harry tardó un poco en acostumbrar la vista porque todavía tenía los ojos hinchados; cuando lo consiguió, vio una verja de hierro forjado que daba entrada a lo que parecía un largo camino. Sintió sólo un ligero alivio. Lo peor

todavía no había pasado: él sabía, porque estaba luchando por rechazar esa visión, que Voldemort no se encontraba ahí, sino en una especie de fortaleza, en lo alto de una torre. Otra cuestión era cuánto tardaría

el Señor Tenebroso en regresar cuando se enterara de que Harry se hallaba en ese lugar. Sartana estaría en ese lugar y no se salvaría de la terrible tortura que habría.

Uno de los Carroñeros se aproximó a la verja y la sacudió.

—¿Cómo entramos ahora? La verja está cerrada, Greyback, no puedo… ¡Maldita sea!

Apartó las manos con rapidez, asustado, pues el hierro empezó a contorsionarse y retorcerse, y sus intrincadas curvas y espirales compusieron un rostro horrendo que habló con una voz resonante y

metálica:

—¡Manifiesta tus intenciones!

—¡Tenemos a Potter! —gritó Greyback, triunfante—. ¡Hemos capturado a Harry Potter!

La verja se abrió.

—¡Vamos! —les dijo a sus hombres, que traspusieron la verja y empujaron a los prisioneros por el camino, flanqueado por altos setos que amortiguaban el ruido de sus pasos.

Harry entrevió una fantasmagórica silueta en lo alto del seto, y se percató de que era un pavo real albino. Tropezó, y Greyback lo agarró para levantarlo; el muchacho avanzaba dando traspiés, de lado,

atado de espaldas a los otros cuatro prisioneros. Cerró los ojos y permitió que el dolor de la cicatriz lo invadiera un instante, ansioso por saber qué estaba haciendo Voldemort y si ya sabía que lo habían

capturado…… la escuálida figura se rebulló bajo la delgada manta, se dio la vuelta hacia él y abrió los ojos…

El frágil individuo, de rostro descarnado, se incorporó y clavó los grandes y hundidos ojos en él, en Voldemort, y sonrió. Estaba casi desdentado…

—¡Ah, por fin has venido! Ya imaginaba que lo harías algún día. Pero tu viaje ha sido en vano: yo nunca la tuve.

—¡Mientes!

La ira de Voldemort latía con fuerza en el fuero interno de Harry. El muchacho obligó a su mente a regresar al cuerpo, porque la cicatriz amenazaba con reventar, y luchó por mantenerse consciente mientras los Carroñeros los empujaban por el camino de grava.

De pronto una luz los iluminó a todos.

—¿Qué quieren? —preguntó una inexpresiva voz de mujer.

—¡Hemos venido a ver a El-que-no-debe-ser-nombrado! —anunció Greyback.

—¿Quién eres tú?

—¡Usted ya me conoce! —Había resentimiento en la voz del hombre lobo—. ¡Soy Fenrir Greyback, y hemos capturado a Harry Potter!

Agarró a Harry y le dio la vuelta para que la cara le quedara iluminada, obligando a los otros prisioneros a volverse también.

—¡Ya sé que está hinchado, señora, pero es él! —intervino Scabior—. Si se fija bien, le verá la cicatriz. Y estas chicas son las asquerosas mestizas que viajaba con él, señora. ¡No hay duda de que es él, y también tenemos su varita! ¡Mire, señora!

Harry soportó que Marimar Ortiz le escudriñara el rostro mientras Scabior le entregaba la varita de endrino; la bruja arqueó las cejas.

—Llevenlos dentro —ordenó.

A fuerza de empujones y patadas, los obligaron a subir los anchos escalones de la entrada, que daban acceso a un vestíbulo guarnecido de retratos en las paredes.

—Siganme —indicó Marimar guiándolos por el vestíbulo—. Que traigan a los Malfoy, Draco lo reconocerá.

La luz del salón resultaba deslumbrante comparada con la oscuridad del exterior; pese a que tenía los ojos entrecerrados, Harry apreció las grandes dimensiones de la estancia, la araña de luces que colgaba

del techo y los retratos que había en las paredes, de color morado oscuro.

Cuando los Carroñeros hicieron entrar a los prisioneros, dos personas se levantaron de sendas butacas colocadas ante una ornamentada chimenea de mármol.

—¿Qué significa esto?

Harry reconoció al instante la voz de Lucius Malfoy: aquel hablar arrastrando las palabras era inconfundible. El chico vió que Orlando, Antonieta y Yahir tenían encadenados a los Malfoy, los tres lucían sin su habitual majestuosidad y porte arrogante, se habían reducido de manera insignificante.

—Dicen que han capturado a Potter —explicó Marimar sin emoción alguna—. Ven aquí, Draco.

Aunque no se atrevió a mirar a Draco directamente, Harry vio de refilón cómo Antonieta jalaba a Draco hacia él.

Greyback obligó a los prisioneros a darse otra vez la vuelta para colocar a Harry justo debajo de la araña de luces.

—¿Y bien? ¿Qué me dices, chico? —preguntó el hombre lobo.

Harry se hallaba enfrente de la chimenea, sobre la que habían colgado un lujoso espejo de marco adornado con intrincadas volutas; de esa forma, a través de las ranuras que formaban sus párpados, vio

su propio reflejo por primera vez desde que saliera de Grimmauld Place.

Tenía la cara enorme, brillante y rosada; el embrujo de Hermione le había deformado todas las facciones; el pelo negro le llegaba por los hombros, y una barba rala le cubría el mentón. De no haber sabido que era él mismo quien se contemplaba, se habría preguntado quién se había puesto sus gafas.

Decidió no decir nada, porque sin duda su voz lo delataría, y siguió evitando mirar a Draco a los ojos.

—¿Y bien, Draco? —preguntó Antonieta con avidez—. ¿Lo es? ¿Es Harry Potter? Sé un buen chico y responde, ¿Es él?

—No sé… No estoy seguro —respondió Draco. Mantenía la distancia con Greyback, y parecía darle tanto miedo mirar a Harry como a éste se lo daba mirarlo a él.

—¡Pues fíjate bien! ¡Acércate más! —dijo Antonieta con malicia —. Escucha, Draco, si se lo entregamos al Señor Tenebroso y la Dama Oscura les perdonará todo lo…

—Bueno, espero que no olvidemos quién lo ha capturado, ¿verdad, Antonieta? —terció el hombre lobo, amenazador.

—¡Cómo sea, Greyback! —replicó Antonieta con impaciencia. Se acercó tanto a Harry

que el muchacho, a pesar de la hinchazón de los ojos, vio con todo detalle aquel rostro, desprovisto de la palidez y la languidez habituales. Debido a su deformidad, igual que una especie de máscara, era como si Harry mirara entre los barrotes de una jaula.

—¿Qué le han hecho? —le preguntó Antonieta a Greyback—. ¿Qué le ha pasado en la cara?

—No hemos sido nosotros.

—Yo creo que le han hecho un embrujo punzante —especuló Yahir, y a continuación examinó con sus negros ojos la frente de Harry—. Sí, aquí tiene algo —susurró—. Podría ser la cicatriz, tensada… ¡Draco, mira bien! ¿Qué opinas?

Harry vio la cara de Draco muy cerca, junto a la de Antonieta. La expresión de Draco era de reticencia, casi de temor.

—No lo sé —insistió el chico, y Antonieta lo empujó hacia la chimenea, desde donde su madre contemplaba la escena.

—Será mejor que nos aseguremos, amor —le dijo Yahir a su esposa—. Hemos de estar completamente seguros de que es Potter antes de llamar al Señor Tenebroso. Dicen que esta varita es suya —añadió, examinando la varita de endrino—, pero no responde a la descripción de Ollivander. Si

nos equivocamos y hacemos venir al Señor Tenebroso para nada… ¿Te acuerdas de lo que les hizo a Rowle y Dolohov?

—¿Y las tres hermanas qué? —gruñó Greyback.

Harry estuvo a punto de caerse al suelo cuando los Carroñeros obligaron a los prisioneros a darse otra vez la vuelta, para que la luz cayera en esta ocasión sobre la cara de Hermione.

—Espera —dijo de pronto Orlando—. ¡Sí! ¡Vi tu fotografía en El Profeta! ¡Mira, Draco! ¿No es esa tal Hardbroom y sus hermanas? ¡Responde!

—Pues… no sé. Sí, podría ser.

—¡Pues entonces, ese otro tiene que ser el hijo de los Weasley! —gritó Yahir, y rodeó a los prisioneros para colocarse enfrente de Ron—. ¡Son ellos, los amigos de Potter! Míralo, Draco. ¿No es el hijo de Arthur Weasley? ¿Cómo se llama?

—No sé —repitió Draco, sin mirar a los prisioneros—. Podría ser.

De pronto se abrió la puerta del salón. Harry estaba de espaldas, y al oír una voz de hombre su miedo se incrementó aún más.

—¿Qué significa esto? ¿Qué ha pasado, Antonieta?

Marco Valenzuela se paseó lentamente alrededor de los prisioneros y se

detuvo a la derecha de Harry, mirando fijamente a Hermione y sus hermanas.

—¡Vaya! —dijo con serenidad—. ¡Pero si son las hermanas Hardbroom!

—¡Sí, sí, es Granger! —exclamó Orlando—. ¡Y creemos que quien está a su lado es Potter! ¡Son Potter y sus amigos! ¡Por fin hemos dado con ellos!

—¿Potter, Harry Potter? —farfulló Valenzuela retrocediendo un poco para estudiarlo —. ¿Estás seguro? ¡En ese caso, hay que informar de inmediato al Señor Tenebroso! —Y se retiró la manga del brazo izquierdo.

Al ver la Marca Tenebrosa grabada con fuego en la piel, Harry supo que el hombre se disponía a tocarla para llamar a su señor…

—¡Deja que lo llame! —dijo Lucius —. Yo lo llamaré, Valenzuela. Han traído a Potter a mi casa, y por tanto tengo autoridad para…

—¿Autoridad, tú? —se burló Valenzuela y lo miró con malicia—. ¡Se te acabó la autoridad cuando perdiste tu varita, querido Lucius!

—Tú no tienes nada que ver con esto. Tú no has capturado al chico, ni…

—Disculpe, señor Malfoy —intervino Greyback—, pero somos nosotros quienes capturamos a Potter, y el dinero de la recompensa…

—¡El dinero! —exclamó Valenzuela y soltó una risotada y buscó su varita en el bolsillo—. Quédate con el dinero, desgraciado, ¿para qué lo quiero yo? Yo sólo busco el honor de… de…

En ese momento reparó en algo que Harry no alcanzaba a ver y se detuvo en seco.

—¡¡Quieto!! —gritó Valenzuela—. ¡No la toques! ¡Si el Señor Tenebroso viene ahora nos matará a todos!

Lucius se quedó paralizado, con el dedo índice suspendido sobre la Marca Tenebrosa de su brazo. Valenzuela salió del limitado campo visual de Harry.

—¿Qué es esto? —le oyó decir el muchacho.

—Una espada —contestó un Carroñero.

—¡Dámela!

—Esta espada no es suya, señor; es mía. La encontré yo.

Se produjeron un estallido y un destello de luz roja, y Harry dedujo que el Carroñero había recibido un hechizo aturdidor. Sus compañeros se pusieron furiosos y Scabior sacó su varita mágica.

—¿A qué se cree que está jugando, señor?

—¡Desmaius! —gritó Valenzuela—. ¡Desmaius!

Los Carroñeros no podían competir con él pese a su ventaja numérica: cuatro contra uno. Harry sabía que Valenzuela era un mago sin escrupúlos y de prodigiosa habilidad. De modo que todos los

hombres cayeron al suelo, excepto Greyback, a quien obligaron a arrodillarse con los brazos extendidos.

Con el rabillo del ojo, Harry vio cómo el mago se acercaba al hombre lobo empuñando la espada de Gryffindor.

—¿De dónde has sacado esta espada? —le susurró a Greyback al mismo tiempo que le quitaba la varita de la mano sin que él opusiera resistencia.

—¿Cómo se atreve? —gruñó él; la boca era lo único que podía mover, y se veía obligado a mirar al mago. Enseñó los afilados dientes—. ¡Suélteme ahora mismo!

—¿Dónde has encontrado esta espada? —repitió él blandiéndola ante el hombre lobo—. ¡Snape la envió a la cámara Lestrange de Gringotts!

—Estaba en la tienda de campaña de esos chicos —contestó Greyback—. ¡Le he dicho que me suelte!

Valenzuela agitó la varita y el hombre lobo se puso en pie, pero no se atrevió a acercarse al mago.

Así que se puso a rondar detrás de un sillón, apretando el respaldo con sus afiladas uñas.

—Llévate a esa escoria fuera, Draco —mandó Valenzuela señalando a los Carroñeros inconscientes—. Si no tienes agallas para liquidarlos, déjalos en el patio y ya me encargaré yo de ellos.

—No te atrevas a hablarle a Draco como si… —intervino Narcissa, furiosa, pero Valenzuela la abofeteó y le gritó:

—¡Cállate, asquerosa traidora! ¡La situación es más delicada de lo que imaginas, Narcissa! ¡Tenemos un problema muy grave!

Se levantó jadeando y examinó la empuñadura de la espada. Luego se dio la vuelta y miró a los silenciosos prisioneros.

—Si de verdad es Potter, no hay que hacerle daño —masculló como para sí—. El Señor Tenebroso quiere deshacerse de él personalmente. Pero si se entera… Tengo… tengo que saber… —Se giró de nuevo hacia los Salazar y ordenó—: ¡Llevenselos a los prisioneros al sótano mientras pienso qué podemos hacer! ¡Incluidos los Malfoy!

—Ésta es mi casa, Valenzuela. No consiento que nos des órdenes en…

—¡CIERRA LA MALDITA BOCA, LUCIUS! ¡Ya se te acabó la autoridad! —gritó Valenzuela. Daba miedo verlo de lo enloquecido que parecía; un hilillo de fuego salió de su varita e hizo un agujero en la alfombra.

—Un momento —saltó Valenzuela—. A todos excepto… excepto a Hermione Hardbroom.

Greyback soltó un gruñido de placer.

—¡No! —gritó Ron—. ¡Ella no! ¡Cójanme a mí!

Valenzuela le dio un golpe que resonó en la sala.

—Si muere durante el interrogatorio, tú serás el siguiente —lo amenazó el mago—. En mi escalafón, los traidores a la sangre van después de los mestizos. Llévalos abajo, Greyback, y asegúrate de que

están bien atados, pero no les hagas nada… de momento.

Le devolvió la varita al hombre lobo, y a continuación sacó un puñal de plata de la túnica y cortó las cuerdas que ataban a Hermione. Tras separarla de los otros prisioneros, la llevó hasta el centro de la

habitación arrastrándola por el cabello.

Entretanto, Greyback obligó a los demás a salir por otra puerta que daba a un oscuro pasillo; iba con la varita en alto, ejerciendo con ella una fuerza invisible e irresistible.

—¿Crees que me dejará a la chica cuando haya terminado con ella? —preguntó Greyback con voz melosa mientras los obligaba a avanzar por el pasillo—. Yo diría que al menos podré darle un par de

mordiscos, ¿no, pelirrojo?

Harry notaba los temblores de Ron. Los obligaron a bajar por una empinada escalera, todavía atados, de modo que corrían el peligro de resbalar y partirse el cuello. Al pie de la escalera había una gruesa puerta que Greyback abrió con un golpecito de su varita; forzó a los prisioneros a entrar en una húmeda y

fría estancia y los dejó allí, a oscuras. El eco que produjo la puerta del sótano al cerrarse de golpe todavía no se había apagado cuando oyeron un largo y desgarrador grito proveniente del piso superior.

—¡¡Hermione!! —chilló Ron, y empezó a retorcerse y forcejear con las cuerdas que los sujetaban,haciendo que Harry se tambaleara—. ¡¡Hermione!!

—¡Cállate! —le ordenó éste—. ¡Cállate, Ron! Tenemos que encontrar la forma de salir de…

—¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!

—Necesitamos un plan, deja ya de gritar. Hemos de librarnos de estas cuerdas…

— ¿Millie? ¿Eres tú?

Los cuatro voltearon para ver a Hecate en el otro extremo de la habitación junto con Constanza y Soledad, las tres se veían demacradas. También estaban Bellatrix, los hermanos Lestrange, los esposos Medina, las primas Cortés, Miguel, Valentina y Liliana.

— ¿Qué hacen ustedes aquí? — preguntó Harry. Shauna fue hacia él y lo abrazó mientras lo besaba. — ¿Estás bien, Shauna?

— Un poco adolorida pero bien, Harry — dijo Shauna. — Te extrañé mucho.

— Nos atraparon también, Potter — dijo Miguel. — Se dieron cuenta de la Corte de Atenea.

— ¡Sí, nos tienen vigilados! — dijo Mary. — A Snape lo tienen vigilado en Hogwarts, a nosotros... Hemos recibido...

Otro grito desgarrador se oyó desde el piso de arriba. Tanto Hecate como Ron gritaban de que parara la tortura. Mary sacó una navaja y cortó las cuerdas de sus amigos.

La voz de Valenzuela volvió a llegar desde arriba:

—¡Mientes, asquerosa mestiza, y yo lo sé! ¡Has entrado en la cámara Lestrange en Gringotts! ¡Di la verdad! ¡Confiesa!

Otro grito estremecedor…

—¡¡Hermione!!

—¿Qué más se llevaron de allí? ¿Qué más tienen? ¡Dime la verdad o te juro que te atravieso con esta daga! ¡RESPÓNDEME!

En el piso de arriba, Valenzuela disfrutaba de ver sufrir a Hermione, había esperado este momento para hacerle pagar por arruinarle sus planes.

— ¡Responde! ¡¿Qué más te robaste de esa bóveda?! — gritó Valenzuela con malicia mientras pateaba a Hermione. — Se una buena niña y dime la verdad.

— No robamos nada... Te lo juro.

— ¡Mientes! — gritó Valenzuela golpeando a la chica con fuerza. Él le había rasgado el pantalón y se lo tiró hasta los tobillos. — Vamos a ver si así respondes, estúpida.

Al cabo de unos minutos... Hermione gritó de dolor. Sus gritos alertaron a su madre y sus hermanas.

— ¡HERMIONE! ¡NOOOO! ¡MALDITO VALENZUELA DÉJALA YA!

— ¡HERMIONE!

Harry rápidamente sacó el pedazo de espejo donde vió el ojo de Dumbledore. En ese momento había llegado Colagusano, Harry ocultó el pedazo de espejo detrás de él.

— ¡El duende! ¡Rápido ven!

Griphook fue hacia la puerta y Colagusano volvió a cerrarla, llevando al otro prisionero a la parte de arriba. En ese momento, Dobby apareció en el sótano.

— Dobby, ¿Qué haces aquí?

— Vine a salvar a Harry Potter, claro — dijo Dobby con voz chillona.

— ¿Puedes aparecer y desaparecer de aquí? — preguntó Harry.

— Claro, soy un elfo.

Harry lo pensó por unos minutos hasta que tuvo una idea.

— Escucha, Dobby… Llévate a los Malfoy, los Lestrange, María, Shauna y Felicity a…

— La Mansión Rosier — respondió Bellatrix. — Llévanos a la Mansión Rosier, ahí estaremos a salvo.

— De acuerdo, llévalos primero.

Dobby tomó las manos de Shauna y María, cada uno se agarró de las manos y desaparecieron. Después de unos minutos, Dobby volvió a aparecer.

— Llévate a Luna, las Cortés, las Hardbroom, Dean y al Sr Ollivander a Shell Cottage, confía en mí Harry.

— Cuando esté listo, señor.

— Ella me cae muy bien — dijo Dobby con una sonrisa.

Dobby hizo lo mismo con el anterior grupo y desapareció. Los demás se escondieron en cuanto llegó Colagusano hasta que un rayo blanco lo hizo caer al suelo. Harry y los demás miraron a Dobby en las escaleras.

— ¿Quién agarrará su varita?

Los demás subieron con cautela, escuchando a Valenzuela interrogar a Griphook. Ellos vieron a Hermione en el suelo, sangre salía recorriendo sus piernas al igual que las lágrimas recorrían sus mejillas. Apenas se movía.

—¿Y bien? —le dijo Valenzuela al duende—. ¿Es la espada auténtica?

Harry esperó, conteniendo la respiración y combatiendo el dolor de la cicatriz.

—No —dijo Griphook—. Es una falsificación.

—¿Estás… seguro? —insistió Antonieta con voz entrecortada—. ¿Completamente seguro?

—Sí —afirmó el duende.

El alivio iluminó la cara de la bruja, de la que desapareció toda señal de tensión.

—Bien —dijo, y con un somero golpe de la varita le hizo otro profundo corte en la cara al duende, que se derrumbó gritando de dolor a los pies de Antonieta. Ella lo apartó de una patada—. Y ahora —dijo

con voz triunfal—, llamaremos al Señor Tenebroso y la Dama Oscura.

Se retiró la manga y tocó la Marca Tenebrosa con el dedo índice.

Harry sintió como si su cicatriz volviera a abrirse y dejó de ver su entorno. Ahora él era Voldemort y el esquelético mago que se hallaba ante él reía mostrando una boca desdentada; aquel llamamiento lo había enfurecido: ya se lo había advertido, les había dicho que no lo llamaran más, a menos que hubieran capturado a Potter. Si se habían equivocado…

—¡Mátame! —dijo el anciano—. ¡No vencerás! ¡No puedes vencer! ¡Esa varita nunca será tuya, jamás!

La ira de Voldemort estalló y un chorro de luz verde inundó la celda de la prisión; el frágil anciano se elevó de su duro camastro y volvió a caer, inerte; entonces Voldemort se acercó a la ventana, sin poder controlar su cólera, Sartana seguía con una expresión fría pero la furia se reflejaba en sus ojos azul gris… Si no tenían una buena razón para hacerlo regresar, recibirían su merecido.

—Y creo que podemos prescindir de la mestiza —dijo Valenzuela—. Puedes llevártela si quieres, Greyback.

—¡¡Nooooooo!!

Cuando Ron irrumpió en el salón, Valenzuela se dio la vuelta sobresaltado y lo apuntó con la varita.

—¡Expelliarmus! —gritó el chico apuntándola a su vez con la varita de Colagusano, y la de Valenzuela saltó por los aires.

Harry, que había entrado detrás de Ron, la atrapó al vuelo. Yahir, Antonieta, Orlando y Greyback también se volvieron. Harry gritó «¡Desmaius!» y Yahir cayó al fuego de la chimenea. De las varitas de los otros tres salieron chorros de luz, pero Harry se lanzó al suelo y rodó detrás de un sofá para esquivarlos.

—¡¡Detenganse o la mato!!

Mildred asomó la cabeza con terror. Marco tenía agarrada a Hermione, que parecía inconsciente, y amenazaba con clavarle la daga en el cuello.

—Suelten las varitas —espetó Marco—. ¡Sueltenlas, o comprobaremos lo sucia que tiene la sangre esta desgraciada!

Ron permaneció inmóvil aferrando la varita de Colagusano, pero Mildred se incorporó, sin soltar la varita de Valenzuela.

—¡He dicho que las suelten! —chilló Valenzuela, e hincó la punta del puñal en el cuello de Hermione, del que salieron unas gotas de sangre.

—¡Está bien, de acuerdo! —gritó Harry, y dejó caer la varita junto a sus pies. Ron y los demás hizo lo mismo y ellos levantaron las manos.

—¡Muy bien! —dijo Valenzuela mirándolos con ensañamiento—. ¡Recógelas, Orlando! ¡El Señor Tenebroso y la Dama Oscura están a punto de llegar, Harry Potter! ¡Se acerca tu hora!

Harry lo sabía; tenía la impresión de que la cabeza iba a estallarle, y mientras tanto veía a los dos hechiceros surcando el cielo, sobrevolando un mar oscuro y tempestuoso; pronto estaría lo bastante cerca para aparecerse, y a él no se le ocurría ninguna forma de escapar.

—Y ahora —añadió Valenzuela en voz baja mientras Orlando volvía con las varitas—, Antonieta, creo que deberíamos atar de nuevo a estos pequeños héroes, mientras el hombre lobo se encarga de esta pequeña zorra.

— ¡Cállate, Valenzuela! ¡Te vas a pudrir!

— En cuanto a ti Medina y tus aliados, oh tengo planes especiales para ustedes está noche.

Justo cuando Valenzuela pronunció «noche» se oyó un extraño chirrido proveniente del techo. Todos miraron hacia arriba y vieron temblar la araña de cristal; entonces, con un crujido y un amenazador

tintineo, ésta se desprendió del techo. Valenzuela, que se hallaba justo debajo, soltó a Hermione dando un chillido y se lanzó hacia un lado.

El artefacto cayó encima de Hermione y el duende con un estallido de cadenas y cristal. Relucientes fragmentos de cristal volaron en todas direcciones y Orlando se dobló por la cintura, tapándose la ensangrentada cara con las manos.

Ron corrió a rescatar a Hermione de debajo de la lámpara y Harry aprovechó la oportunidad: saltó por encima de una butaca y le arrebató las tres varitas a Orlando; apuntó con todas a Greyback y chilló: «¡Desmaius!» Alcanzado por el triple hechizo, el hombre lobo se elevó hasta el techo y luego cayó al suelo.

Mientras Marimar arrastraba a su marido para ponerlo a cubierto, Valenzuela, con el pelo alborotado, se puso en pie empuñando la daga de plata. De pronto Antonieta apuntó con su varita al umbral de la puerta.

— ¡MALDITO ELFO! ¡PUDISTE MATARLO!

El diminuto elfo entró trotando en la habitación, señalando con un tembloroso dedo a la mujer.

—¡No le haga daño a Harry Potter! —chilló.

—¡Mátalo, Marimar! —bramó Antonieta, pero se oyó otro fuerte «¡crac!», y la varita de Marimar también saltó por los aires y fue a parar al extremo opuesto del salón.

—¡Maldito elfo! —rugió Valenzuela—. ¿Cómo te atreves a quitarle la varita a una bruja? ¿Cómo te atreves a desafiar a tus amos?

—¡Dobby no tiene amos! —replicó el elfo—. ¡Dobby es un elfo libre, y Dobby ha venido a salvar a Harry Potter y sus amigos!

Harry apenas veía de dolor. Sabía, intuía, que sólo disponían de unos segundos antes de que llegara Voldemort.

—¡Cógela, Ron! ¡Y vámonos! —Le lanzó una varita y se agachó para sacar a Griphook de debajo de la lámpara. Levantó al duende, que todavía no había soltado la espada, y se lo cargó al hombro; a continuación, le dio la mano a Dobby, giró sobre sí mismo y se desapareció.

Mientras se sumía en la oscuridad, vio el salón por última vez: las pálidas e inmóviles figuras de los mortífagos, el rastro rojizo del cabello de Ron, la borrosa línea plateada de las dagas de Valenzuela y Antonieta, que cruzaba la habitación hacia el sitio de donde el muchacho estaba esfumándose…

«La casa de Bill y Fleur… El Refugio… La casa de Bill y Fleur…», se dijo.

Lo último que escuchó fue el grito de Valenzuela decir:

— ¡HASTA AQUÍ LLEGASTE, MEDINA!