Capítulo Treinta y Cuatro

Sacrificio y Memorias

Si el mundo había terminado, ¿por qué no cesaba la batalla? ¿Por qué el castillo no quedaba sumido en ese silencio que impone el horror y por qué los combatientes no abandonaban las armas? La mente de Harry había entrado en caída libre, semejante a un torbellino descontrolado, incapaz de entender lo imposible, porque Fred Weasley no podía estar muerto, las pruebas que le evidenciaban todos sus sentidos debían de ser falsas. Vieron caer un cuerpo por el boquete abierto en la fachada del colegio, por donde entraban las maldiciones que les lanzaban desde los oscuros jardines.

En ese momento Hermione soltó un chillido. Harry no tuvo que preguntar por qué: una monstruosa araña del tamaño de un coche pequeño intentaba colarse por el enorme boquete de la pared; un descendiente de Aragog se había unido a la lucha. Los demás lanzaron a la vez sus hechizos, que colisionaron, y el monstruo salió despedido hacia atrás, agitando las patas de forma repugnante antes de perderse en la oscuridad.

—¡Ha venido con sus amigos! —informó Harry a los demás. Asomado al boquete que las

maldiciones habían abierto en el muro, observaba cómo otras arañas gigantes trepaban por la fachada del edificio, liberadas del Bosque Prohibido, donde debían de haber penetrado los mortífagos.

El muchacho les lanzó hechizos aturdidores y provocó la caída de la que venía en cabeza encima de las demás, de modo que todas rodaron edificio abajo y se perdieron de vista. Las maldiciones continuaban pasándole tan cerca de la cabeza que le levantaban el cabello.

—¡Larguémonos ya! —urgió Mildred.

Empujó a Hermione hacia Ron y se agachó para coger a Fred por las axilas. Percy, al percatarse de lo que Harry intentaba hacer, dejó de aferrarse al cadáver de su hermano y lo ayudó; juntos, agachados para esquivar los hechizos que les arrojaban desde el exterior, sacaron a Fred de allí.

—Mira, ahí mismo —indicó Harry, y lo pusieron en un nicho desocupado por una armadura.

No soportaba ver a Fred ni un segundo más de lo necesario, y tras asegurarse de que el cadáver estaba bien escondido, salió corriendo detrás de Ron y las chicas. Malfoy, Maria y Goyle se habían esfumado, pero al final del pasillo, repleto de polvo, fragmentos de yeso y piedra y cristales rotos, había un montón de gente; unos avanzaban y otros retrocedían, aunque Harry no pudo distinguir si eran amigos o enemigos.

Al llegar a un recodo, Percy soltó un rugido atronador diciendo «¡Rookwood!», y fue tras un individuo alto que perseguía a un par de estudiantes.

—¡Aquí, Harry! —chilló Hermione.

Ella se hallaba detrás de un tapiz sujetando a Ron. Parecía que estuvieran forcejeando, y al principio Harry tuvo la descabellada impresión de que volvían a besarse, pero enseguida vio que Hermione intentaba retenerlo para que no se marchara corriendo detrás de Percy.

—¡Escúchame! ¡Escúchame, Ron!

—¡Quiero ayudar! ¡Quiero matar mortífagos!

El chico tenía la cara desencajada, manchada de polvo y humo, y temblaba de rabia y dolor.

—¡Nosotros somos los únicos que podemos acabar con Voldemort y Sartana, Ron! ¡Por favor, escúchame!

¡Necesitamos capturar a la serpiente, tenemos que matarla! —le decía Mildred.

Pero Harry comprendía cómo se sentía su amigo: buscar otro Horrocrux no le proporcionaría la satisfacción de la venganza. Él también quería pelear, castigar a los asesinos de Fred y encontrar a los otros Weasley, y por encima de todo quería asegurarse de que Ginny no... No, no permitiría que esa idea se formara en su mente…

—¡Lucharemos! —exclamó Hermione—. ¡Tendremos que luchar para llegar hasta la serpiente! ¡Pero no perdamos de vista nuestro objetivo! ¡Os repito que somos los únicos que podemos acabar con Voldemort! —Mientras hablaba, se enjugaba las lágrimas con una manga chamuscada y desgarrada, pero respiraba hondo para calmarse. Sin dejar de sujetar a Ron, se volvió hacia Harry y le espetó—: Tienes que enterarte del paradero de Voldemort, porque la serpiente debe de estar con él, ¿no? ¡Hazlo, Harry! ¡Entra en su mente!

¿Por qué le resultó tan fácil? ¿Tal vez porque la cicatriz llevaba horas ardiéndole, ansiosa por

mostrarle los pensamientos del Señor Tenebroso? Cerró los ojos obedeciendo a Hermione, y al instante los gritos, los estallidos y todos los estridentes sonidos de la batalla fueron disminuyendo hasta quedar reducidos a un lejano rumor, como si él estuviera lejos, muy lejos de allí…

Se hallaba en medio de una habitación que, pese a la atmósfera tétrica que destilaba, le resultaba extrañamente familiar. Las paredes estaban empapeladas y todas las ventanas, excepto una, cegadas con tablones, de manera que los ruidos del asalto al castillo llegaban amortiguados. Por esa única ventana se veían destellos de luz alrededor del colegio, pero dentro de la habitación estaba oscuro, pues sólo había una lámpara de aceite.

Hacía rodar la varita mágica con los dedos, examinándola, mientras pensaba en la Sala de Objetos Ocultos, esa sala secreta que sólo él había encontrado, la sala que, como la cámara secreta, sólo si eras listo, astuto y muy curioso podías descubrir. Estaba convencido de que el chico no hallaría la diadema, aunque el títere de Dumbledore había llegado mucho más lejos de lo que él imaginara jamás. Demasiado lejos...

—Mi señor —dijo una angustiada y cascada voz, y él se dio la vuelta. Allí estaba Lucius Malfoy, sentado en el rincón más oscuro, con la ropa hecha jirones y evidentes marcas del castigo que había recibido después de la anterior huida de Harry; además, tenía un ojo cerrado e hinchado—. Se lo ruego, mi señor, mi señora... Mi hijo…

Harry escuchó la risa fría de Sartana mientras lo miraba con asco.

— Si tu hijo muere, Lucius, no será por culpa mía, sino porque no acudió en mi ayuda como los restantes miembros de Slytherin. ¿No habrá decidido hacerse amigo de Harry Potter? ¿o será que su pequeña novia lo hizo cambiar de opinión? — dijo la mujer con crueldad.

—No, no. Eso jamás —susurró Malfoy.

—Más te vale.

—¿No tema, mi señor, que Potter muera a manos de alguien que no seáis vos? —preguntó Malfoy con voz temblorosa—. Perdóneme, pero ¿no sería más prudente suspender esta batalla, entrar en el castillo y... buscar usted mismo al chico?

—No finjas, Lucius. Quieres que cese la batalla para saber qué ha sido de tu hijo. Y yo no necesito buscar a Potter. Antes del amanecer, él habrá venido a buscarme a mí.

Y volvió a contemplar la varita que sostenía. Le preocupaba que... Y cuando algo preocupaba a Lord Voldemort, había que solucionarlo.

—Ve a buscar a Snape.

—¿A... Snape, mi señor?

—Sí, eso he dicho. Ahora mismo. Lo necesito. Tengo que pedirle que me preste un... servicio. ¡Ve a buscarlo! ¡AHORA!

Asustado y tambaleándose un poco en la penumbra, Lucius salió de la habitación. Voldemort siguió allí de pie, haciendo girar de nuevo la varita entre los dedos y sin dejar de observarla.

—Es la única forma, Nagini —susurró. Miró la larga y gruesa serpiente, suspendida en el aire, retorciéndose con gracilidad dentro del espacio encantado y protegido que él le había preparado: una esfera transparente y estrellada, a medio camino entre una jaula y un terrario, Voldemort no se enteró de la mirada de desprecio que Sartana hacía con respecto a Nagini, en su mano seguía la daga que utilizaría más adelante.

Harry sofocó una exclamación, se echó hacia atrás y abrió los ojos; al mismo tiempo, los alaridos y gritos, los golpes y estallidos de la batalla le asaltaron los oídos.

—Está en la Casa de los Gritos en compañía de la serpiente; la ha rodeado de algún tipo de

protección mágica. Y acaba de enviar a Lucius Malfoy a buscar a Snape.

— Nuestro tío…. Por favor, no.

—¿Que Voldemort está tan tranquilo en la Casa de los Gritos? —dijo Hermione, indignada—. ¿No está...? ¿Ni se ha dignado pelear?

—Cree que no necesita hacerlo, y está seguro de que iré a buscarlo — dijo Harry. — ¡Andando!

Los cinco chicos corrieron hacia la Casa de los Gritos, sin darse cuenta de que Valentina Córdoba tenía el presentimiento de que algo iba a pasar con Severus, por lo que ella también corrió hacia el lugar. La mujer llegó al lugar y se escondió mientras escuchaba la conversación que se abría paso con Severus y Voldemort, lo peor es que también Sartana se encontraba en el lugar.

Entonces Snape habló, y a Valentina se le cortó la respiración: su novio se hallaba a sólo unos centímetros de donde ella estaba agachado.

—... mi señor, sus defensas se están desmoronando…

—Y sin tu ayuda —comentó Voldemort con su aguda y clara voz—. Eres un mago muy hábil, Severus, pero a partir de ahora no creo que resultes indispensable. Ya casi hemos llegado... casi…

—Déjeme ir a buscar al chico. Deje que os traiga a Potter. Sé que puedo encontrarlo, mi señor, mi señora.

Voldemort se puso en pie y Valentina lo contempló: los ojos rojos, el rostro liso con facciones de reptil, y aquella palidez que relucía débilmente en la penumbra.

—Tengo un problema, Severus —dijo Voldemort en voz baja.

—¿Ah, sí, mi señor? —repuso Snape.

El Señor Tenebroso alzó la Varita de Saúco, sujetándola con delicadeza y precisión, como si fuera la batuta de un director de orquesta.

—¿Por qué no me funciona, Severus?

En medio del silencio subsiguiente, a Valentina le pareció oír cómo la serpiente silbaba con suavidad mientras se enroscaba y se desenroscaba, ¿o era el sibilante suspiro de Voldemort que se prolongaba?

—¿Qué quiere decir, mi señor? —preguntó Snape—. No lo entiendo. Ha... logrado

extraordinarias proezas con esa varita.

—No, Severus, no. He realizado la misma magia de siempre. Yo soy extraordinario, pero esta varita no lo es. No ha revelado las maravillas que prometía, ni descubro ninguna diferencia entre ella y la que me procuró Ollivander hace muchos años. —Ninguna diferencia

Snape no respondió. Voldemort echó a andar por la habitación y Valentina lo perdió de vista unos segundos, pero seguía oyéndolo hablar con aquella voz comedida.

—He estado reflexionando mucho, Severus... ¿Sabes por qué te he pedido que dejaras la batalla y vinieras aquí?

Entonces la mujer atisbó el perfil de Snape: tenía los ojos fijos en la serpiente, que se retorcía en su jaula encantada.

—No, mi señor, pero os suplico que me dejéis volver. Permitame que vaya a buscar a Potter.

—Me recuerdas a Lucius. Ninguno de los dos entienden a Potter como lo entiendo yo. Él no necesita que vayamos a buscarlo; Potter vendrá a mí. Conozco su debilidad, su único y gravísimo defecto: no soportará ver cómo otros caen a su alrededor, sabiendo que él, precisamente, es el causante. Querrá impedirlo a toda costa y vendrá a mí.

—Sí, mi señor, pero podría morir de forma accidental, podría matarlo otro que no fuera….

—He dado instrucciones muy claras a mis mortífagos: han de capturar a Potter y matar a sus amigos (cuantos más, mejor), pero no matarlo a él... Pero es de ti de quien quería hablar, Severus, no de Harry Potter. Me has resultado muy valioso. Muy valioso.

—Mi señor sabe que mi único propósito es servirlos. Pero... dejeme ir a buscar al chico, mi señor. Deje que lo traiga. Sé que puedo…

—¡Ya he dicho que no! —lo atajó Sartana, y Valentina distinguió un destello de furia en sus ojos cuando se dio la vuelta de nuevo —. ¡Lo que ahora nos preocupa, Severus, es qué pasará cuando por fin nos enfrentemos al chico!

—Pero si... Mi señora, sobre eso no puede haber ninguna duda…

—Sí la hay, Severus. Hay una duda.

Se detuvo, y Valentina volvió a verlo de frente, acariciando la Varita de Saúco con los blancos dedos mientras miraba con fijeza a Snape.

—¿Por qué las dos varitas que he utilizado han fallado al atacar a Harry Potter?

—No... no sé responder a esa pregunta, mi señor.

—¿No sabes?

—Mi varita de tejo hizo todo lo que le pedí, Severus, excepto matar a Harry Potter. Fracasó dos veces. Cuando lo sometí a tortura, Ollivander me habló de los núcleos centrales gemelos, y me dijo que tenía que despojar a alguien de su varita. Así lo hice, pero la varita de Lucius se rompió al enfrentarse a la de Potter.

—No tengo... explicación para eso, mi señor.

Snape no lo miraba, sino que tenía la vista clavada en la serpiente, que continuaba retorciéndose en su esfera protectora.

—Busqué una tercera varita, Severus: la Varita de Saúco, la Varita del Destino, la Vara Letal. Se la quité a su anterior propietario. La cogí de la tumba de Albus Dumbledore.

Entonces Snape sí lo miró, pero su rostro parecía una mascarilla. Estaba blanco como la cera, y tan quieto que cuando habló fue una sorpresa comprobar que había vida detrás de aquellos inexpresivos ojos.

—Mi señor...

—Llevo aquí toda esta larga noche, a punto de obtener la victoria —dijo Voldemort con un hilo de voz—, preguntándome una y otra vez por qué la Varita de Saúco se resiste a dar lo mejor de sí, por qué no obra los prodigios que, según la leyenda, debería poder realizar su legítimo propietario con ella... Y creo que ya tengo la respuesta. —Snape permaneció callado—. ¿Y tú? ¿Lo sabes ya? Al fin y al cabo, eres inteligente, Severus. Has sido un sirviente leal, y lamento lo que voy a tener que hacer.

—Mi señor…

—La Varita de Saúco no puede servirme como es debido, Severus, porque yo no soy su verdadero amo. Ella pertenece al mago que mata a su anterior propietario, y tú mataste a Albus Dumbledore. Mientras tú vivas, Severus, la Varita de Saúco no será completamente mía.

—¡Mi señor! —protestó Snape alzando su propia varita.

— No puede ser de otro modo. Debo dominar esta varita, Severus. Si lo consigo, venceré por fin a Potter.

— ¡NO!

Valentina salió de su escondite y se interpuso entre Severus y Voldemort. La mujer tenía su varita en mano y se la apuntó a ambos magos.

— Vaya vaya, así que tu noviecita sangre sucia vino a salvarte — dijo Sartana con una risa malvada. — Que adorable, ¿no es así, Severus?

— ¡Apártate, estupida!

— No, no lo maten — dijo Valentina. — Por favor, no lo hagan. Si lo matan, van a perder esta batalla. Severus ha sido un fiel mortifago y muy poderoso, cometerían un grave error si lo mataran.

— Valentina, ¿qué haces?

— Él tiene que morir, así la Varita de Saúco me funcionara como se debe.

— Él no es el verdadero dueño de la varita, soy yo — dijo Valentina con firmeza.

— ¿Tu? ¿Cómo es eso posible, niña? — preguntó Sartana fríamente.

— Me enfrente a Dumbledore hace unos días antes de que muriera, bueno antes de que Severus lo asesinara — dijo Valentina mientras miraba a los dos hechiceros sin miedo. — Yo me bati a duelo con él y logre desarmarlo, por lo que resta en que soy la dueña de la Varita de Sauco, así que debes matarme…

Los dos hechiceros sonrieron con maldad. Voldemort había alzado la varita de sauco y vio la esfera de Nagini acercarse a ella. La serpiente le dio una mordida en su hombro y cayó al suelo en dolor frente a los ojos de Severus y los dos magos. Harry y los demás habían llegado a presenciar la escena. escondidos, viendo con tristeza hacia la mujer que se había sacrificado por Severus.

— Puedes hacer con ella lo que quieras, Severus — dijo Voldemort fríamente. — A ver si así aprendes que el amor es débil.

Sartana lo miró con desprecio y se fue detrás de Voldemort. En cuanto se fueron ambos magos, Harry y los demás salieron de su escondite.

— Valentina, Vale… Por favor, no te mueras — dijo Severus abrazando a su novia. — Por favor…. Vale.

— Lo hice por ti….. Te has sacrificado por tu familia…. por todos….. ya era justo que alguien lo hiciera por ti — dijo la mujer débilmente y miró a los cinco jóvenes. — Sean felices…. por favor.

Valentina miró a Severus y le susurro que lo amaba. La mujer cerró sus ojos y su mano cayó al suelo, el hombre la miró con dolor y la abrazo mientras los demás lo miraban con el mismo sentimiento que él.

— Tío…. Lo siento mucho.

— Potter….. Ten

Severus colocó a Valentina en el suelo y con un movimiento de su varita, apareció un frasco y sacó una hilera plateada desde su sien y la colocó dentro del frasco.

— Te servirá para derrotar a Voldemort y Sartana….

— Gracias…

Los chicos se fueron dejando a Severus solo con Valentina. El hombre colocó a su novia en un sillón y con un movimiento de su varita, le limpió la sangre y la miró con tristeza. Había pasado tantos momentos felices con Valentina, desde la primera vez que la conoció..

— ¿Por qué lo hiciste? — preguntó Severus mientras tomaba la fría mano de Valentina mientras lloraba en silencio.

Harry llegó al despacho de Dumbledore para ver las memorias de Snape. El coloco las memorias en el pensadero de Dumbledore y se sumergió viendo los recuerdos del profesor, desde su infancia con sus hermanas y primas, volviéndose amigo de Lily y enemigo de James, hasta su rompimiento de amistad con ella por llamarla "sangre sucia" hasta que llegó al momento donde Snape le pedía a Dumbledore proteger a Lily, tras decirle a Voldemort de la profecía.

El ruido de las ramas agitadas por el viento ahogó el que hizo Dumbledore al aparecerse. Se situó de

pie ante Snape, la túnica ondeándole alrededor, mientras la luz de su varita le iluminaba la cara.

—¿Y bien, Severus? ¿Qué mensaje me traes de lord Voldemort?

—¡No, no se trata de ningún mensaje...! ¡He venido por mi cuenta! —Se retorcía las manos, al parecer trastornado, y el alborotado y negro cabello le flotaba alrededor de la cabeza—. He venido para hacerle una advertencia... No, una petición... Por favor…

Dumbledore sacudió su varita. Aunque todavía volaban algunas hojas y ramas, se hizo el silencio alrededor de los dos, cara a cara.

—¿Qué petición podría hacerme un mortífago?

—La... profecía... La predicción... Trelawney…

—¡Ah, sí! ¿Cuántas cosas le has contado a lord Voldemort?

—¡Todo! ¡Todo lo que oí! ¡Por eso... es por eso que... cree que se refiere a Lily Evans!

—La profecía no se refería a una mujer —replicó Dumbledore—, sino que hablaba de un niño nacido a finales de julio…

—¡Ya sabe usted lo que quiero decir! Él cree que se refiere al hijo de ella, y va a darle caza, los matará a todos…

—Si tanto significa ella para ti —insinuó Dumbledore—, seguro que lord Voldemort le perdonará la vida, ¿no? ¿No podrías pedirle clemencia para la madre, a cambio del hijo?

—Ya se lo he... se lo he pedido…

—Me das asco —le espetó Dumbledore, y Harry nunca había notado tanto desprecio en su voz. Snape se acobardó un poco—. ¿No te importa que mueran el marido y el niño? ¿Da igual que ellos mueran, siempre que tú consigas lo que quieres?

Snape se limitó a mirarlo y calló, hasta que por fin dijo con voz ronca:

—Pues escóndalos a todos. Proteja... Protéjalos a los tres. Por favor.

—¿Y qué me ofreces a cambio, Severus?

—¿A... a cambio? —Snape se quedó con la boca abierta y Harry creyó que iba a protestar, pero al cabo dijo—: Lo que usted quiera.

La montaña se desdibujó, y Harry se halló entonces en el despacho de Dumbledore, donde había algo que hacía un ruido espantoso, parecido al gimoteo de un animal herido. Encorvado y con la cabeza gacha, Snape se había desplomado en una butaca; Dumbledore, de pie frente a él, lo contemplaba con gesto adusto. Al cabo de unos instantes, Snape levantó la cara; parecía un hombre que hubiera vivido cien años de desgracias después de abandonar aquella montaña.

—Creía que iba... a protegerla…

—James y ella confiaron en la persona equivocada —afirmó Dumbledore—. Igual que tú, Severus. ¿No suponías que lord Voldemort le salvaría la vida? —Snape respiraba deprisa, muy agitado—. Pero su hijo ha sobrevivido. — Snape hizo un ligero movimiento con la cabeza, como si espantara una mosca molesta—. Su hijo vive y tiene los mismos ojos que ella, exactamente iguales. Estoy seguro de que recuerdas la forma y el color de los ojos de Lily Evans.

—¡Basta! —bramó Snape—. ¡Está muerta! ¡Muerta!

—¿Qué te ocurre, Severus? ¿Remordimiento, acaso?

—Ojalá... ojalá estuviera yo muerto…

—¿Y de qué serviría eso? —repuso Dumbledore con frialdad—. Si amabas a Lily Evans, si la

amabas de verdad, está claro qué camino debes tomar.

Dio la impresión de que Snape atisbaba a través de una neblina de dolor, aunque tardó un tiempo en asimilar las palabras del director de Hogwarts.

—¿Qué... qué quiere decir?

—Tú sabes cómo y por qué ha muerto Lily. Asegúrate, pues, de que no haya muerto en vano: ayúdame a proteger a su hijo.

—Él no necesita protección. El Señor Tenebroso se ha ido…

—El Señor Tenebroso regresará, y entonces Harry Potter correrá un grave peligro.

Hubo una larga pausa, y poco a poco Snape fue recobrando la compostura y dominando su

respiración. Al fin dijo:

—Está bien. De acuerdo. ¡Pero no se lo cuente nunca a nadie, Dumbledore! ¡Esto debe quedar entre nosotros! ¡Júremelo! No soportaría que... Y menos al hijo de Potter... ¡Quiero que me dé su palabra!

—¿Mi palabra, Severus, de que nunca revelaré lo mejor de ti? —Dumbledore suspiró, escrutando el rabioso y angustiado rostro del profesor—. Está bien, si insistes…

La memoria desaparecio. Harry vio varias donde Severus conoció a Valentina y empezó a enamorarse de ella. Hasta que llegó la memoria donde él y Dumbledore discutían el destino de Harry, él debía morir frente a Voldemort cumpliendo la profecía de Trelawney.

—Entonces el chico... ¿el chico debe morir? —preguntó Snape con serenidad.

—Y tiene que matarlo el propio Voldemort, Severus. Eso es esencial.

Guardaron un largo silencio, y por fin Snape dijo:

—Yo creía... Todos estos años, yo creía... que lo estábamos protegiendo por ella; por Lily.

—Lo hemos protegido porque era fundamental instruirlo, educarlo, permitir que pusiera a prueba sus fuerzas —explicó Dumbledore, que seguía con los ojos fuertemente cerrados—. Mientras tanto, la conexión entre ellos dos se ha hecho aún más fuerte. Es un crecimiento parasitario; a veces he pensado que él también lo sospecha. Si no me equivoco, si lo conozco bien, hará las cosas de forma que, cuando se enfrente a la muerte, ésta significará verdaderamente el fin de Voldemort.

Dumbledore abrió los ojos. Snape estaba horrorizado y exclamó:

—¿Lo ha mantenido con vida para que pueda morir en el momento más adecuado?

—No pongas esa cara, Severus. ¿A cuántos hombres y mujeres has visto morir?

—Últimamente, sólo a los que no podía salvar —respondió Snape. Se levantó y agregó—: Me ha utilizado.

—Y eso ¿qué significa?

—He espiado por usted, he mentido por usted, he puesto mi vida en peligro por usted. Se suponía que todo eso lo hacía para proteger al hijo de Lily Potter. Y ahora me dice que lo ha criado como quien cría un cerdo para llevarlo al matadero…

—Me emocionas, Severus —repuso Dumbledore con seriedad—. ¿No será que has acabado

sintiendo cariño por ese chico?

—¿Por él? —se escandalizó Snape—. ¡Expecto patronum!

Del extremo de su varita salió la cierva plateada, se posó en el suelo del despacho, dio un brinco y saltó por la ventana. Dumbledore la vio alejarse volando, y cuando el resplandor plateado se perdió de vista, se volvió hacia Snape y, con lágrimas en los ojos, le preguntó:

—¿Después de tanto tiempo?

—Sí, después de tanto tiempo —dijo Snape.

La memoria desapareció trayendo a Harry de regreso al despacho de Dumbledore. Se quedo con la expresión de recibir el peso de la verdad sobre su destino, del cual no iba a poder escapar.